¡Buenas!
Hoy os traigo un capítulo un poco más largo. Me he emocionado escribiéndolo y no podía parar. jeje
Me gustaría aclarar que la festividad y los rituales que habéis leído en el capítulo es una compilación de cosas que he leído a lo largo de mi vida de diferentes culturas y otras tantas que me he inventado. No tiene por qué ser necesariamente real. Aunque sí hay algunas cosillas que las he sacado de las festividades de Japón. No digo más para no haceros spoiler.
Dicho esto, espero que os guste y nos vemos en el siguiente capítulo.
Capítulo 8: El festival del amor y la fertilidad
Katsuki se despertó aquel fin de semana con el ruido que procedía de la cocina. Escuchó las voces de Mitsuki e Izuku charlando animadamente y la curiosidad hizo que se levantara de la cama. Los sábados solía dormir hasta más tarde aprovechando sus días libres. La panadería era un trabajo que les exigía madrugar mucho todos los días, pero una vez que el pan y los dulces se habían vendido, disponían de bastante tiempo libre durante el resto del día.
Los viernes solían trabajar el triple: dejaban preparado mucho más pan para el fin de semana. De esta manera, solo tenían que acudir a la panadería a vender el producto y podían descansar un poco. Masaru acudía los sábados y Mitsuki los domingos. Como Katsuki apenas estaba empezando en el negocio, todavía le dejaban descansar el fin de semana completo, siempre y cuando trabajara de lunes a viernes con su máximo esfuerzo. Ese había sido el trato que habían hecho cuando Katsuki se había negado a realizar estudios superiores en la universidad.
—Quiero continuar con el negocio —les había dicho.
Le gustaba el trabajo de sus padres. Se había criado entre manchas de harina y olor a pan recién horneado. Desde pequeño había observado a sus padres mientras trabajaban la masa, había ayudado a su madre en incontables ocasiones a preparar dulces en casa, y siempre que podía, iba a la tienda a echar una mano. No necesitaba mucho más. Entre los hornos era feliz. Y ahora mucho más.
Apenas hacía unos días que Izuku había aparecido en su vida y todavía le costaba creerse que sus sueños se hubiesen convertido en realidad. El chico de los ojos verdes siempre tenía una sonrisa preparada para él. Por las mañanas, se levantaba temprano para limpiar la casa de los Bakugo —a pesar de que nadie se lo había pedido—, y después lo visitaba en la panadería y le hacía compañía hasta que terminaba de trabajar. Al regresar a la casa, ayudaba a Katsuki a preparar la comida y le pedía una y otra vez que le enseñara a hacer pan para poder ayudarlos también en la panadería.
Convivir con Izuku era fácil y agradable. Pero lo mejor eran las tardes, cuando tenían tiempo para pasear por el bosque, tumbarse en la hierba a leer y hablar junto a la orilla del río. Era como si Deku se hubiera materializado en la vida real. Izuku y él eran completamente idénticos, tanto en el físico como en la personalidad. Y aun así, todavía había ocasiones en las que se sentía culpable por sentirse atraído por ese chico sin estar cien por cien seguro de que se tratara de su amor.
Estaba terminando de vestirse cuando unos golpes resonaron en su puerta.
—Kacchan, ¿estás despierto? —Abrió la puerta y allí estaba él, con sus bellos ojos y su radiante sonrisa—. Buenos días, Kacchan.
—Buenos días, nerd —le dijo cariñosamente.
Izuku hizo un mohín.
—Que me sepa muchas historias no me convierte en un nerd.
La noche anterior, aprovechando que Katsuki libraba al día siguiente, se habían quedado hasta tarde charlando y contándose historias. A Izuku le encantaban los cuentos, las fábulas y las leyendas. Entre los libros de la estantería de su habitación, había encontrado un libro que había pertenecido a la abuela paterna de Katsuki que relataba cientos de mitos de distintas partes del mundo, y había aprovechado esa noche para contarle las más hermosas y apasionantes.
—Lo que tú digas, nerd —dijo Katsuki.
Izuku se cruzó de brazos.
—Venía a darte una sorpresa, pero ahora no sé si te la mereces.
—Ooooh, ¿el pequeño Izuku se ha enfadado?
—¡No soy pequeño, Kacchan!
Katsuki se acercó un poco más a él y se puso totalmente recto. En comparación, Izuku era una cabeza más bajo.
—Abusón —masculló Izuku antes de darse la vuelta y comenzar a caminar hacia la cocina.
Katsuki salió del dormitorio y lo interceptó en mitad del pasillo, agarrándolo por la cintura.
—Solo bromeaba. Anda, ¿por qué no me enseñas esa sorpresa?
—No —contestó Izuku, evitando su mirada—. Has perdido tu oportunidad.
Katsuki lo acorraló contra la pared y mostró la mejor de sus sonrisas mirándolo directamente a los ojos.
—¿De verdad te has enfadado conmigo? —preguntó—. Vamos, Izuku…
Izuku empezaba a flaquear. Los extremos de sus labios amenazaban con arquearse en una sonrisa. Antes de que pudiera perder en aquel juego, cubrió la cara de Katsuki con sus manos e intentó alejarlo de sí.
—¡Atrás! ¡Tus encantos no tienen poder sobre mí! —exclamó.
—Ah, ¿no? ¿Y qué tal esto?
Katsuki llevó sus manos hasta las costillas de Izuku y movió los dedos frenéticamente. El joven comenzó a retorcerse contra la pared, muerto de risa y pidiendo clemencia. Katsuki, sin embargo, no dejó de hacerle cosquillas hasta que estuvo tirado en el suelo.
—¡Por favor, por favor, para! —gritaba Izuku intentando quitarse al rubio de encima—. ¡No puedo más!
—¿Sigues enfadado conmigo?
—¡Me… me voy a enfadar aún más, abusón! ¡Si… Si no paras… te lanzaré mi arma secreta! —contestó Izuku entre carcajada y carcajada.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué arma es esa, pequeñín?
—¡Mitsuki! ¡Mitsuki-san! ¡Socorro!
—¡Pequeño tramposo! —exclamó Katsuki—. ¡Esto es entre tú y yo! ¡No vale llamar a refuerzos!
Mitsuki no tardó en llegar desde la cocina con una sartén en la mano y un trapo de cocina en la otra. Al ver a Izuku tirado en el suelo estuvo a punto de echarse a reír. Izuku compuso una expresión de cachorro en apuros y alzó una mano hacia ella.
—¡Mitsuki-san, ayúdame! ¡Kacchan se está metiendo conmigo!
—¿Cómo te atreves, Katsuki? —dijo Mitsuki, golpeando a su hijo en el trasero con el paño de cocina a modo de látigo—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no debes meterte con los que son más pequeños que tú?
Katsuki se levantó del suelo y lanzó una carcajada al aire.
—Hasta la bruja que te has buscado de aliada dice que eres pequeño —le dijo a Izuku.
—¡Mitsuki-san, Kacchan se está burlando de mi estatura!
Mitsuki volvió a coger el paño y golpeó a su hijo en los pies descalzos. Katsuki tuvo que saltar para evitar los latigazos.
—¡No te metas con mi Izuku!
—¡Estate quieta, vieja bruja!
Izuku volvió a carcajearse sin levantarse del suelo. Su risa encandilaba a todo el que se encontraba cerca, porque Katsuki y Mitsuki no pudieron evitar volverse hacia él para contemplarlo. Mitsuki lo ayudó a levantarse y les pidió a los dos que fueran a la cocina para desayunar.
Katsuki tomó asiento mientras meditaba sobre lo extraño que resultaba todo aquello. Entre su madre y él nunca había habido la complicidad necesaria para gastarse bromas o jugar de aquella manera. Su relación siempre había sido algo fría y distante. Aunque Katsuki debía de reconocer que todo era su culpa. En su afán por querer mostrarse duro e indolente hacia el mundo, había mantenido alejados hasta a sus propios padres.
Miró a su madre, que sonreía abiertamente a Izuku mientras cuchicheaba algo junto a la encimera, y una sensación agradable inundó su pecho. Aquello no estaba nada mal.
Izuku fue hasta la mesa con un plato en la mano y lo colocó delante de Katsuki. Era un hojaldre relleno de crema y decorado con frutos rojos y nata. Izuku unió las manos por detrás de su cuerpo y se balanceó sobre sus pies con timidez.
—Lo he hecho yo. Tu madre me ha enseñado —le dijo—. ¿Lo probarás?
Por un momento, pensó en seguir el juego y decirle que tenía miedo a envenenarse, sin embargo, las palabras no salieron de su boca. Aquellos ojos verdes habían vuelto a embelesarlo.
—Lo he hecho para ti, Kacchan —murmuró Izuku, esperando una respuesta por su parte.
Katsuki soltó poco a poco todo el aire que tenía en los pulmones. Estaba haciendo grandes esfuerzos para no lanzarse hacia él y besar esas mejillas pecosas y sonrosadas.
Tomó el tenedor y el cuchillo y se llevó un trozo del hojaldre a la boca. Con el primer bocado no pudo decir si estaba bueno o no. Lo único en lo que podía pensar era en el joven que lo miraba expectante. Probó otro trozo. El hojaldre estaba crujiente y la crema, dulce.
—No está nada mal para haberlo hecho un pequeñajo como tú, nerd.
Izuku se sentó frente a él, orgulloso.
—Tu madre me ha dicho que me va a heredar la panadería a mí en vez de a ti —le dijo, sacándole la lengua.
—Para eso, primero tienes que crecer unos centímetros y cumplir unos cuantos años más —contestó Katsuki, llevándose otro trozo del hojaldre a la boca.
—¡Solo tengo dos años menos que tú! ¡Mi cumpleaños es el 15 de julio!
Katsuki alzó una ceja.
—¿Te acuerdas de la fecha de tu cumpleaños? —le preguntó Mitsuki, poniéndole un trozo de hojaldre a Izuku y sentándose junto a ellos con una taza de té entre las manos.
—M-me acabo de acordar —explicó Izuku.
A Katsuki le pareció que se había puesto repentinamente nervioso.
—¡Eso es genial, Izuku-kun! —exclamó Mitsuki—. Seguramente, poco a poco irás recordándolo todo y podrás volver con tus padres.
—Eso espero —dijo el chico, concentrándose en su desayuno.
Katsuki e Izuku comieron en silencio mientras Mitsuki apuraba su té. Ninguno de los dos quería pensar en la posibilidad de separarse.
—Bueno, ¿vais a ir al festival? —preguntó la mujer.
—¿Festival?
—En el pueblo se celebran varios festivales para dar la bienvenida a la primavera y todo lo que ella trae consigo. El festival de hoy va dirigido a celebrar el amor, la fertilidad y la sexualidad.
—¿La… la sexualidad? —repitió Izuku, sonrojándose.
Mitsuki rio y se levantó para echarse otra taza de té.
—¿Sabes por qué se celebra algo así, Izuku? —le preguntó mientras se volvía a sentar—. Hace sesenta años, el pueblo empezaba a quedarse despoblado. Por alguna extraña razón, las mujeres del pueblo no conseguían quedarse embarazadas y la población temía envejecer y morir sin que hubiera una nueva generación que los reemplazara. Así que los habitantes del pueblo decidieron hacer una ofrenda a los dioses, suplicándoles que les bendijeran con niños. Meses más tarde, cuando llegó la primavera, varias mujeres anunciaron que estaban embarazadas. Poco después, llegaron nuevas familias al pueblo que trajeron más niños, las calles se llenaron de vida. Por eso, desde entonces se celebran estos festivales de primavera, para agradecer a los dioses que oyeran las plegarias de todas esas mujeres.
Izuku sonrió.
—Qué bonito —comentó—. Me gustaría ir a ese festival. ¿Me llevarás, Kacchan?
Katsuki fingió pensárselo.
—Solo si te pones un kimono —respondió.
—No tengo kimono, Kacchan.
—No te preocupes —le dijo Mitsuki—. Masaru tiene uno guardado de cuando era un poco más joven.
—¡Oh, no, un kimono de viejo! —se quejó Katsuki.
Mitsuki lo golpeó en la cabeza.
—¡No llames viejo a tu padre!
—¡No me pegues, vieja bruja!
Al atardecer, Katsuki ya esperaba en la puerta vestido con un kimono negro con detalles en color naranja. Bufó. Su madre llevaba toda la tarde encerrada en el baño con Izuku. Cuando había llamado a la puerta, cansado de esperar, Mitsuki había asomado la cara sin dejarle ver el interior del baño.
—Tardaremos lo que tengamos que tardar —le había dicho—. La perfección conlleva tiempo.
Después, había vuelto a cerrar la puerta.
Escuchó unos pasos a su espalda.
—Ya era hora —dijo mientras se daba la vuelta—. ¿Qué estabais…? Oh…
Izuku agachó la cabeza, avergonzado. No llevaba el viejo kimono marrón de su padre, sino uno de un bonito color verde con flores en la falda que su madre se había comprado el año pasado. Los rizos de la parte derecha de su cabeza estaban recogidos con un adorno dorado que representaba dos flores de cerezo.
—El kimono de tu padre me quedaba grande —explicó Izuku—. Y… y como dijiste que solo iríamos si llevaba un kimono…
Katsuki suspiró. Lo del kimono había sido una gran idea.
—Estás… —buscó las palabras en su mente, pero no había ninguna que describiera con exactitud lo que estaba viendo en ese momento. Ninguna palabra le haría justicia a la belleza que desprendía ese chico de ojos verdes—… increíble.
—Tú también estás muy guapo, Kacchan —dijo, acercándose a él.
Katsuki sonrió y rozó con los dedos el pasador de pelo de Izuku.
—Por cierto, lo del kimono era una broma —aclaró—. Te hubiera llevado al festival incluso sin pantalones—. Izuku se puso rojo como un tomate al recordar cómo había ido a ver a Katsuki a su trabajo unos días antes—. Pero me alegra que te hayas puesto el kimono —le susurró al oído.
Después, comenzó a caminar despacio hacia el pueblo, dejando caer una mano abierta a uno de sus costados. Izuku lo tomó como una invitación y entrelazó sus dedos con los de él.
Cuando llegaron a la plaza donde tenía lugar el festival, ya había anochecido y el pueblo vestía sus mejores galas. Las fachadas de las casas estaban adornadas con luces y de los cerezos en flor colgaban adornos de bellos colores. A los lados de la plaza, habían colocado decenas de puestos de comidas y entretenimientos variados.
Katsuki lo guio primero hasta el templo. La tradición dictaba que el festival debía comenzar con una súplica a los dioses para que continuaran trayendo felicidad al pueblo. Katsuki le contó que todos los años llegaban parejas de todas partes de Japón para que los monjes y las sacerdotisas del templo le dieran su bendición. Confiaban que así su amor sería eterno y los dioses los bendecirían con muchos hijos.
Subieron unas largas escaleras iluminadas por miles de farolillos y llegaron al templo. Tan pronto como hicieron su plegaria a los dioses, las sacerdotisas del templo se acercaron a ellos. Les pidieron que alzaran las manos y las colocaran boca abajo. Después, les pasaron unas ramas de cerezo por encima y vertieron sobre ellas unas gotas de agua con olor a flores.
—¿Para qué es esto? —le preguntó Izuku a Katsuki.
—Se hace para bendecir a los enamorados —explicó una de las sacerdotisas antes de que Kacchan pudiera intervenir—. Para que su unión sea duradera y feliz.
Izuku volvió a enrojecer hasta las orejas. Miró alternativamente a Katsuki y a la sacerdotisa. El rubio sonreía burlón. Estaba a punto de explicar que ellos realmente no eran pareja cuando la joven lo agarró de la mano y lo invitó al siguiente ritual del templo. La chica era tan amable que no supo negarse.
Le pidió que se arremangase el brazo izquierdo y tomó un pincel fino que impregnó de tinta. Después, escribió unos extraños símbolos en la piel del interior del brazo de Izuku.
Katsuki contuvo la risa.
—¿Por qué no le preguntas lo que significa, nerd? —le animó.
Izuku tragó saliva.
—¿Qué… qué significa?
—Son símbolos ancestrales. Se utilizan para pedir que la persona que los lleve tenga una vida sexual plena —explicó la sacerdotisa con una sonrisa.
—¡Ka-Kacchan! —exclamó Izuku, que por el color de su cara, parecía a punto de desmayarse de la vergüenza.
Katsuki estalló en una carcajada.
—Señor, ¿usted también quiere que le escribamos los símbolos en el brazo? —ofreció la otra chica.
—Claro, ¿por qué no? —contestó, arremangándose el brazo derecho—. ¿Hay alguna forma de asegurar que esas relaciones tan satisfactorias sean con una persona en particular? —le preguntó mientras dibujaba los símbolos en su piel, mirando intencionadamente hacia Izuku.
—Sí, señor —respondió la chica con una sonrisa al ver cómo Izuku se tapaba la cara con los brazos—. Para sellar ese tipo de unión, unimos las muñecas de las dos personas que se aman con un lazo rojo y realizamos una oración por ellos.
Pronto, las muñecas de Izuku y Katsuki se vieron envueltas y unidas con un lazo rojo de seda mientras las sacerdotisas rezaban en un antiguo dialecto japonés.
—Qué pena que no haya traído la cámara —se lamentó Katsuki con una sonrisa ladeada.
—Hoy te has propuesto matarme de la vergüenza, ¿verdad? —se quejó Izuku.
—Todavía queda un último ritual: el de la fertilidad. Pero ese suelen hacerlo las mujeres para quedarse embarazadas. Supongo que no te interesará —se burló.
—¡Volvamos a la plaza! —exclamó Izuku, dirigiéndose hacia las escaleras.
Katsuki guardó en uno de sus bolsillos el lazo rojo y lo siguió. Para cuando llegaron abajo, el desfile ya había comenzado. Un par de hombres iniciaban la procesión golpeando sendos taikos, seguidos por otros dos hombres que tocaban la flauta de bambú.
Izuku se sentó en uno de los escalones para observarlo y Katsuki se sentó a su lado. A continuación, varios hombres y mujeres danzaban al son de la música de las flautas y un grupo de adolescentes lanzaban pétalos de cerezos a ambos lados del desfile.
—La danza representa el acto sexual —explicó Katsuki.
Izuku alzó la mirada hacia un altar portátil que cargaban entre cuatro hombres y se le ensancharon los ojos.
—¿Eso es un…?
—Sí —dijo Katsuki—, es un pene gigante.
A Izuku casi se le escapa la risa y tuvo que esconder la cara contra la manga de Katsuki para que nadie viera como se reía.
—Eh, y no te lo pierdas, detrás viene una vagina gigante.
Izuku sofocó la risa contra la tela del kimono del rubio.
—¿Por qué… por qué llevan e-eso en un altar? —preguntó entre risas.
—Bueno, ¿qué hay más específico que un pene y una vagina para representar la fertilidad?
Las palabras de Katsuki no hacían más que aumentar la risa de Izuku.
—¿No hay nada más… simbólico?
—¿Para qué ser simbólico cuando puedes ser directo? ¡Mira, y detrás vienen todos los niños que han nacido gracias a esos grandes atributos! —señaló.
Efectivamente, detrás del pene y la vagina gigantes, varias mamás y papás llevaban de la mano a sus hijos.
Izuku no podía parar de reír. Los humanos eran extraños. ¿De quién habría sido la idea de colocar eso en un altar y pasearlo por la calle?
La gente empezaba a mirarlo mal por reírse de una tradición de hacía años. Katsuki le acarició la cabeza y se dirigió a esas personas.
—Discúlpenlo, tiene síndrome de Tourette. Le entra la risa tonta en los momentos más inesperados. Te dije que te tendrías que haber tomado la medicación —le dijo a Izuku, tomándolo de la cintura y alejándolo de la muchedumbre—. Vámonos antes de que te peguen, nerd —le susurró en el oído.
Izuku no pudo parar de reír hasta varios minutos más tarde. Katsuki compró unos fideos en los puestos y comieron en un rincón de la plaza mientras Katsuki le hablaba a Izuku de las tradiciones más extrañas que existían en Japón y en otras partes del mundo. Después, acudieron al teatro del pueblo, donde tendría lugar una representación de una antigua leyenda de amor japonesa: la leyenda del hilo rojo.
Como preludio a la obra, una mujer vestida con kimono salió a interpretar una danza al son de la música de un koto, un instrumento de cuerda de gran envergadura que tocaba otra mujer.
A medida que la melodía del koto se dejaba oír en la sala, la mujer se contorneó con sensuales movimientos a lo largo del escenario que dejaron impresionado a Izuku. La mujer se deshizo del cinturón de su kimono y lo dejó caer al suelo con delicadeza. A medida que danzaba, se iba desprendiendo de las partes de su kimono hasta que solo quedó un vestido de una tela finísima por la que se intuían las curvas y los pechos de aquella mujer.
—Es hermosa —murmuró Izuku.
La mujer llevó sus manos a su moño y lo deshizo. Su cabello largo cayó sobre su espalda en una cascada brillante y oscura. Un hombre salió a escena con el pecho desnudo y unos pantalones igualmente translucidos. Izuku no pudo evitar sonrojarse cuando los bailarines danzaron juntos, acariciándose el uno al otro y casi rozando sus labios en varias ocasiones. Finalmente, los dos quedaron abrazados. Las luces se apagaron y el público aplaudieron a los bailarines.
—Me pregunto si después de esta noche se te quedará la cara roja para siempre —se burló Katsuki.
—No estoy acostumbrado a estas cosas —se disculpó Izuku—. Ha sido…
—¿Sensual, erótico?
—Bello —dijo Izuku, y después soltó una risita—. Aunque también sensual y erótico.
Katsuki tomó su mano y la besó.
—Tranquilo, ya solo queda la obra de teatro y los fuegos artificiales. Nada que pueda avergonzarte.
La obra de teatro dio comienzo e Izuku no pudo apartar ni un momento sus ojos del espectáculo. La leyenda del hilo rojo representaba a la perfección la relación que lo unía con Katsuki. Por muy lejos que estuvieran, el hilo que los unía nunca había llegado a romperse y finalmente los había unido.
Al salir del teatro, la gente se dirigió a la zona desde la que se verían los fuegos artificiales. Izuku volvió a tomar de la mano a Katsuki y siguieron a la multitud. Estaba tan ensimismado pensando en la obra de teatro que acababan de ver, que chocó con una persona que iba en dirección contraria.
—Lo siento —dijo, pero al ver la cara de aquel chico, lo reconoció de inmediato. Era el joven de cabello oscuro y ojos verdes con el que había encontrado a Katsuki una vez en su casa. Solo recordarlo, se le revolvió el estómago y se aferró a la manga de Kacchan.
El chico los miró a ambos y frunció el ceño.
—Hola, Katsuki —dijo.
—Hola, Asahi.
—Te veo bien acompañado —comentó el joven con un tono afilado como la hoja de una katana—. ¿No nos vas a presentar?
Izuku sintió cómo Katsuki se tensaba ante este requerimiento y decidió presentarse por sí mismo.
—Soy Izuku Midoriya —dijo, lamentando que su voz sonara tan baja y sin fuerza—. Encantado.
—Yo soy Asahi Tanaka. Mucho gusto.
—Tenemos que irnos —anunció Katsuki, tirando de Izuku—. Los fuegos empezarán pronto.
—Todavía falta media hora, Katsuki —le dijo Asahi mientras pasaban por su lado—. ¿Por qué tanta prisa?
—Solo quiero asegurarnos un buen sitio —masculló el rubio.
Asahi sonrió.
—Muy bien —dijo, y entonces dirigió su mirada hacia Izuku—. Ha sido un placer conocerte, Midoriya. Pareces un buen chico. Espero que ese grandullón no te utilice para echar un polvo y después se deshaga de ti.
A Izuku no le dio tiempo de agarrar a Katsuki. Antes de que se diera cuenta, ya le había soltado la mano y se dirigía hacia Asahi con el puño en alto. Agarró el kimono de Asahi con la mano izquierda y lo amenazó con la derecha. Izuku corrió hacia ellos y sujetó del brazo a Katsuki.
—¡No, Kacchan! —le pidió—. ¡Por favor, no le pegues!
Katsuki y Asahi se miraban fijamente. Katsuki continuaba con el puño en alto mientras Asahi lo desafiaba con el mentón en alto y el pecho henchido.
—¡Kacchan, por favor! —volvió a suplicar Izuku—. ¡Vámonos!
Asahi volvió a sonreír.
—Kacchan —repitió con sorna—. No te mereces a un chico tan dulce como este.
—¡Basta! ¡Deja de provocarle! —le espetó Izuku—. ¡Vámonos, Kacchan! ¡Por favor!
Katsuki respiró hondo y bajó el puño. Finalmente, soltó a Asahi y volvió a tomar la mano de Izuku.
—Sí, vámonos —le dijo—. No merece la pena.
Mientras se alejaban, Asahi volvió a decirle que terminaría quedándose completamente solo y finalmente se dio la vuelta y continuó con su camino. Katsuki tiró de Izuku hasta la ladera desde la que se veían los fuegos artificiales para alejarlo lo antes posible de Asahi. Estaba tan malhumorado que no se dio cuenta de la expresión de tristeza de Izuku hasta que llegaron.
—Oye, no… no hagas caso a lo que ha dicho Asahi. Solo es un idiota. Yo no te quiero para tener sexo y después deshacerme de ti.
—Lo sé —murmuró Izuku—. No es eso…
—Entonces, ¿qué ocurre?
Izuku se mordió el labio inferior y soltó la mano de Katsuki para enfrentarlo.
—Ese chico está enamorado de ti —le dijo. El rubio parecía desconcertado—. Él está enamorado de ti, por eso se comporta de esa manera. Tú le rompiste el corazón.
—¿Qué? ¿Vas a ponerte de su parte?
—¡No me estoy poniendo de su parte, es solo que…! Kacchan, tú te acostaste con él, ¿verdad? —soltó, y la sola idea se le clavó en el pecho como un puñal—. Lo hiciste con él sin pensar en los sentimientos que él podía tener hacia ti.
Katsuki le dio la espalda llevándose las manos a la cabeza. Parecía avergonzado de reconocer que había hecho tal cosa delante de Izuku.
—Ya le pedí perdón —se excusó—, y no sirvió de nada.
—Pero ¿lo hiciste sinceramente? ¿Te disculpaste de verdad o solo porque tenías que hacerlo?
—¿Qué diferencia hay? —bufó Katsuki.
—¡No es lo mismo! Asahi sigue dolido y enfadado contigo porque no te disculpaste correctamente con él. Le hiciste daño, Kacchan.
—Tch…
Izuku se acercó y apoyó la cabeza contra su espalda.
—Ya sé que te cuesta mucho decir lo que sientes realmente —murmuró, pasando sus brazos alrededor de la cintura de Katsuki—. Pero tienes que arreglar las cosas. Sé que puedes hacerlo.
—¿Por qué? —masculló el rubio.
—Porque es lo correcto.
Katsuki suspiró, rendido.
—Eres un maldito buenazo y un grano en el culo —le dijo, alborotándole el pelo—. Escoge un buen sitio para ver los fuegos. Ahora vuelvo.
Izuku sonrió.
—Te estaré esperando.
Encontró a Asahi comprando un refresco en uno de los puestos. El chico enarcó una ceja cuando lo vio y negó con la cabeza. Katsuki pensó que lo insultaría o lo atacaría con uno de sus comentarios lleno de sarcasmo, pero parecía que Asahi ya había soltado todo el odio que tenía dentro y que lo reconcomía. En su lugar, dirigió hacia él una sonrisa llena de tristeza y rendición.
—¿Sabes? Cuando te dije la primera vez que ibas a quedarte totalmente solo y que no sabías amar a nadie, realmente lo pensaba —se sinceró—, pero esta vez lo he dicho por puro rencor. Me ha dado rabia ver que estaba equivocado.
—Asahi…
—Te ha pedido él que vengas, ¿verdad? —adivinó—. Tú nunca habrías venido por ti mismo. Si le haces caso a ese chico, quiere decir que de verdad te importa —concluyó, dándole un sorbo a su refresco.
—Quería pedirte perdón.
—Eso ya lo hiciste.
—No, esta vez de verdad. Aquella vez… no fue sincero —reconoció Katsuki.
—¿Y ahora sí?
Katsuki asintió.
—La vez que estuvimos juntos, estaba confundido y… Sé que no es excusa, pero había un chico que no podía sacarme de la cabeza y… —Katsuki gruñó de frustración—. Oye, yo no soy bueno para estas cosas.
—Definitivamente no —rio Asahi.
—En ese momento me hubiera gustado sentir contigo lo que sentía por ese chico —masculló.
—Me utilizaste —concluyó Asahi.
Katsuki apretó la mandíbula y desvió la mirada.
—Sí —reconoció—. No era mi intención, pero sí… Y por eso lo siento.
Hubo un silencio entre ambos que se prolongó varios segundos. Asahi terminó su bebida y tiró el envase a un cubo de basura.
—¿Qué pasó con ese chico? —quiso saber Asahi.
—Es difícil de explicar.
—¿Más difícil que pedirme perdón? —rio de nuevo el moreno—. Está bien, solo dime una cosa: al menos, ¿sientes por Izuku lo mismo que sentías por ese chico?
Katsuki palideció. Apretó los puños y miró directamente a Asahi a los ojos.
—Sí.
Asahi le aguantó la mirada, decidiendo si aquella respuesta le convencía. Finalmente, curvó los labios en lo que intentaba ser una sonrisa.
—Es un buen chico —le dijo—. No le hagas daño.
Empezó a alejarse hacia la salida del festival, pero cuando apenas estaba a unos metros, volvió a girarse y le dedicó una mueca burlona.
—Jamás hubiera pensado que vería al gran Katsuki Bakugo enamorado.
Y se marchó antes de que pudiera recibir una respuesta.
Cuando Katsuki regresó junto a Izuku, los fuegos artificiales ya habían comenzado. El chico estaba sentado en la ladera de la montaña con la vista puesta en el espectáculo pirotéctino.
Katsuki se sentó a su lado y le tendió la lata de té frío.
—Gracias, Kacchan —murmuró, sin apartar la mirada del cielo. Sus ojos verdes brillaban con las explosiones que estaban teniendo lugar sobre sus cabezas.
El rubio carraspeó.
—Le he pedido disculpas a Asahi.
—¿Las ha aceptado?
—Eso creo. No estoy seguro…
Izuku dejó de mirar por un momento los fuegos para centrarse en él. Le tomó la mano y se la apretó con cariño.
—Lo importante es que tú has hecho lo correcto, Kacchan. Estoy seguro de que Asahi sabrá valorarlo. Estoy orgulloso de ti.
Katsuki asintió y ambos contemplaron los fuegos artificiales. Sin embargo, la mente de Katsuki no paraba de trabajar. Algo de lo que había dicho Asahi le había dejado una preocupación latente en la cabeza y en el corazón, y no estaba muy seguro de cómo manejarlo.
Escuchó un llanto desconsolado. Un llanto que desgarraba el corazón de quien lo oyera. Se dio la vuelta y allí estaba él, con sus rizos desordenados y sus ojos verdes empapados en lágrimas.
—¿Izuku? —preguntó, pero al intentar acariciarle la cara, el chico le dio un manotazo y lo fulminó con la mirada.
—¿Izuku? —repitió dolido—. ¿Ya ni siquiera eres capaz de reconocerme? ¿Ese es todo el amor que decías sentir por mí?
Katsuki contuvo la respiración.
—¿Deku?
El chico se llevó las manos a la cara y volvió a sollozar.
—Me dijiste que me amabas, Kacchan —se lamentó—. Me dijiste que no te interesaba nadie más. Pero aparece un chico que se parece a mí y te olvidas de que existo.
—No, no es así. No es así, Deku —intentó calmarlo.
Lo agarró por los brazos para poder verle la cara, pero Deku no hacía más que apartarlo con las manos.
—En el fondo nunca pensé que pasaría —confesó con voz temblorosa—. Cuando me preguntaste qué haría si algún día nos encontrábamos y me decías que te habías enamorado de otro. Nunca pensé que podría ocurrir. Pensé que nuestro amor era mucho más fuerte que eso.
—¡Y lo es! Deku, por favor, escúchame —le rogó, desesperado.
—¡No! ¡Le dijiste a Asahi que sentías lo mismo por él que por mí!
—¡Porque pensaba que erais la misma persona! —se excusó—. ¡Sois idénticos, Deku!
Deku se limpió las lágrimas con la manga de su túnica y apartó suavemente a Katsuki.
—Sí, pero él puede darte lo que yo no —dijo—. Adiós, Katsuki.
Deku comenzó a alejarse. Katsuki intentó seguirlo, pero sus pies no avanzaban con la rapidez que él hubiera deseado.
—¡Deku! —lo llamó a gritos—. ¡DEKU!
—Así que ese es el chico… —escuchó a su espalda. Se dio la vuelta y vio a Izuku. Todavía llevaba el kimono del festival puesto. Su expresión reflejaba un dolor agónico—. Ese es el chico del que estás enamorado, ¿no?
—Izuku…
—Yo pensaba… pensaba que yo te gustaba… por mí. Pero solo me querías porque me parezco a ese chico, ¿no es así?
—No, no. Yo…
A Katsuki se le saltaron las lágrimas. Las ideas de su cabeza se quedaban atrapadas en su garganta y no era capaz de decirle a Izuku lo que de verdad sentía. ¿Por qué? ¿Por qué no podía decir nada coherente?
Izuku sollozó al ver que no obtenía respuesta.
—Asahi tenía razón —le dijo—. Al final te quedarás solo… porque no sabes amar de verdad.
Y se marchó al igual que lo había hecho Deku, sin que él pudiera hacer nada para detenerle. Katsuki cayó de rodillas y clavó las uñas en el suelo. Sentía una presión tan grande en el pecho que apenas podía respirar. La cabeza le iba a estallar.
—No os vayáis —rogó, pero ya se encontraba solo. Totalmente solo. Soltó un gruñido de rabia y desesperación al aire y los llamó a voces—. ¡DEKU! ¡IZUKU!
Despertó con el corazón latiendo a mil por hora y un fuerte dolor en el pecho. Tardó unos segundos en comprender que todo había sido un sueño y que se encontraba en su habitación.
—Izuku…
Pateó las sábanas y saltó de la cama. Sin perder más tiempo, salió al pasillo y abrió la puerta de Izuku de un tirón. El chico de los ojos verdes se encontraba en la cama con un libro entre las manos a pesar de que eran las tantas de la madrugada. Al abrirse la puerta, se había encogido de la sorpresa.
—¿Kacchan? ¿Qué ocurre? Me has asustado —dijo, levantándose de la cama.
Katsuki suspiró de alivio al encontrarlo allí. Se abalanzó sobre él y lo abrazó con fuerza, enterrando la cara en el hueco que había entre el hombro y el cuello de Izuku. Izuku rodeó su cabeza con los brazos y acarició su cabello puntiagudo.
—¿Qué pasa, Kacchan? ¿Estás bien? ¿Has tenido una pesadilla?
Pero el chico no contestaba. Izuku sintió algo cálido y húmedo mojando su camiseta. En la espalda de Katsuki comenzaron a producirse pequeños espasmos y sus brazos apretaron un poco más el cuerpo de Izuku. Al joven se le encogió el corazón: Kacchan estaba llorando.
—Está bien —lo consoló—. Está bien, Kacchan. Estoy aquí.
—No te vayas —fueron las únicas palabras que pronunció el rubio.
—No me voy a ir —le aseguró—. No me voy a ir, Kacchan. Me voy a quedar aquí contigo. Te lo prometo. Estoy aquí. No llores, por favor.
Izuku alzó la cara de Katsuki para poder mirarle. Sus ojos rojos estaban llenos de angustia y sufrimiento. Le limpió las lágrimas y depositó un beso en su mejilla que alargó durante varios segundos. Aquello pareció calmar a Katsuki, así que volvió a besarle, esta vez un poco más cerca de los labios.
Katsuki suspiró, y en ese suspiro descargó la pesada carga que llevaba en el pecho. Se miraron a los ojos. Estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro en sus bocas. Ni siquiera pensaron lo que estaban haciendo cuando sus labios se rozaron por primera vez. Fue un movimiento que se les antojó tan natural, tan fácil…
Era algo que habían hecho cientos de veces en sueños y por ello fue tremendamente sencillo acoplar sus labios a los del otro. Fue un beso suave, tierno. Aunque iban despacio y con cuidado, en el fondo conocían sobradamente los movimientos que realizarían sus bocas. Sin embargo, la sensación fue algo completamente nuevo. Por primera vez, esos besos tenían sabor y conllevaban un sinfín de emociones. Era totalmente distinto que en sus sueños. Sus labios eran suaves y cada vez que se rozaban enviaban una corriente eléctrica a través de sus columnas que hacía que los vellos de sus cuerpos se erizaran.
Izuku se sintió dividido. Por fin estaba besando al amor de su vida, y él ni siquiera sabía quién era él realmente. Se sentía feliz y triste al mismo tiempo. Solo esperaba que Katsuki no estuviera besándolo guiado por su dolor.
Al separarse, Izuku volvió a acariciarle la cara y lo agarró de la mano para guiarlo hasta la cama.
—Ven —le dijo—, quédate conmigo esta noche. A mí también me cuesta conciliar el sueño.
Katsuki no puso impedimentos. Se dejo llevar hasta la cama como un niño obediente y se metió entre las sábanas que todavía conservaban el olor de Izuku. El chico de los ojos verdes apagó la lámpara de la mesilla de noche y se acurrucó a su lado. Con su dedo índice delineó la cara de Katsuki. Al rubio los párpados le pesaban cada vez más.
—Duerme tranquilo —le susurró Izuku—. Yo velaré tu sueño. Yo te cuidaré.
Los ojos de Katsuki se cerraron y su respiración se hizo cada vez más pesada. Izuku sonrió y lo besó en la frente.
—Buenas noches, Kacchan.
Continuará…
