¡Buenas!

Ya estoy de vuelta. Por fin.

He tardado un poco más en actualizar. Decidí tomarme unos días "libres" dentro de mis vacaciones.

Espero que os guste el capítulo y os anime un poco si es que sois seguidores del manga y ya habéis la última sorpresa que nos ha dejado el autor y que tiene llorando a medio fandom. Esperemos que nos dé otra sorpresa y lo solucione, porque mi corazoncito no puede soportar algo así. (Dejando opinión sin hacer spoilers). Jeje.

Dicho esto: ¡a leeeeeer!


Capítulo 9: Promesas

Inko Midoriya suspiraba una y otra vez mientras Shoto Todoroki intentaba convencerla de que debían hacer algo cuanto antes. Aquella mujer parecía haber perdido su fuerza y su vitalidad desde la visita que habían realizado a la casa de All for one.

—No sé qué hacer, Shoto-kun. Ya no sé qué es lo mejor para mi hijo.

No podía dejar de pensar en la imagen que había visto de Izuku. Nunca había visto a su hijo tan feliz. Junto a ese humano, Izuku resplandecía. Sus ojos brillaban, su sonrisa era estaba llena de ilusión. Y, por cómo lo miraba, parecía que ese chico, Katsuki, sentía lo mismo por él.

Las palabras de All for one resonaban en su cabeza una y otra vez.

Izuku tiene un 50% de posibilidades de salir victorioso en el trato. Si es así, podrá vivir feliz el resto de su vida. ¿No cree que es algo que merece la pena intentar?

¿Acaso estaba siendo una egoísta al intentar impedir que Izuku fuera en busca de su felicidad?

—Inko-san, no diga eso —intentaba convencerla Shoto—. Usted no sabe cómo es ese dios. No dejará que Izuku gane. All for one no lo habría propuesto ese trato si no estuviera seguro de que sacaría algún beneficio de él. Su hijo no tiene ninguna posibilidad de salir airoso de ese pacto. Tenemos que actuar antes de que sea demasiado tarde.

—Pero, ¿qué podemos hacer, Shoto?

—Tenemos que hacer lo posible para traer a Izuku de vuelta al mundo al que pertenece. De otra manera, ese humano y All for one serán su ruina.

Se escuchó el sonido de unas llaves y la puerta de la entrada se abrió. Hisashi llegaba a la casa con expresión cansada e indiferente. Saludó a Shoto con un movimiento de cabeza y entró a la habitación para cambiarse de ropa. Shoto supo entonces que era hora de marcharse.

—Piense en lo que le he dicho, Inko. Estaremos en contacto.

Inko esperó a que Shoto saliera de la casa para adentrarse en las habitaciones con el fin de enfrentar a su marido. Hisashi se encontraba sentado en el borde de la cama. Acababa de cambiar su túnica de trabajo por una más cómoda. Inko se colocó delante de él con los brazos cruzados, pero su marido apenas la miró.

—¿Qué? —preguntó.

Inko se sentía decepcionada.

—¿De verdad tan poco te importa tu familia?

—Otra vez no, Inko —le pidió Hisashi, levantándose de la cama y alejándose hacia el salón.

—¡No estás haciendo absolutamente nada por ayudar a tu hijo!

—Nuestro hijo tomó una decisión sin consultarnos. Renegó de su raza para lanzarse a los brazos de un humano. Si es lo suficientemente mayor para tomar esa clase de decisiones, también lo será para asumir las consecuencias de sus actos.

—¡Es un crío, Hisashi!

—¡Tiene casi diecisiete años! ¡Sabe perfectamente lo que hace!

Inko apretó los puños.

—No puedo creer la forma en la que te estás comportando. ¿Acaso te da igual lo que pueda pasarle a Izuku?

—Claro que me importa, Inko —le dijo—, pero aquí arriba la vida sigue. El mundo no se para porque Izuku haya cometido una estupidez. —Dicho esto, tomó asiento y cogió el periódico que había dejado esa mañana encima de la mesa—. Estará bien. ¿Qué es lo peor que puede pasar, que fracase y ese humano muera? En ese caso, volverá a casa.

—¡Como esclavo de All for one! —gritó Inko.

—Dado el caso, ya veremos cómo solucionar ese problema. Por ahora, poco podemos hacer.

Inko gruñó y salió de la casa pegando un portazo. Se había casado con un idiota, pero gracias a esa unión había nacido su hijo, la única persona que le importaba en ese mundo, y haría cualquier cosa para que él estuviera a salvo.


Shoto se sentía horriblemente irritado. La pasividad de Inko Midoriya estaba poniéndolo de los nervios. No entendía la gravedad de la situación. Los días continuaban pasando y no sabían nada de Izuku. Shoto sabía que All for one no permitiría que le pasara nada. Era demasiado valioso para él. Pero el día de la muerte de ese humano se acercaba imparablemente, y si ese momento llegaba, Izuku se vería obligado a ser un esclavo de All for one por toda la eternidad. Estaba totalmente seguro de que no conseguiría salvar la vida de su enamorado. All for one no lo permitiría.

Si Inko no se decidía a actuar, entonces tendría que ser él el que pusiera una solución a todo ese embrollo.

Le había pedido innumerables veces a su padre que le pusiera en contacto con All Might, el soberano de su mundo, pero este se había negado en rotundo.

—Una cosa es que te ayude a recabar cierta información sobre All for one, y otra muy distinta es que utilice mi influencia para permitirte molestar a All Might —le había dicho.

—No voy a molestarle. ¡Esto es algo muy serio!

—All Might tiene asuntos mucho más importantes que tratar.

Shoto había apretado los puños.

—En el fondo te alegras de que haya pasado esto, ¿verdad? —le había dicho a su padre—. Al irse Izuku, te has quitado la competencia. Por eso te muestras tan reticente a ayudarme.

Endeavor sin embargo se había mostrado impasible.

—Aunque no lo creas, me gusta jugar limpio, Shoto. No soy yo quien envió a ese chico al mundo de los humanos.

Estaba solo en todo ese asunto. Eso estaba claro. Tendría que buscar la manera de contactar con All Might por sus propios medios.


Cuando Izuku despertó al día siguiente, la familia Bakugo ya se había marchado a trabajar. Izuku abrazó la almohada, que todavía conservaba la fragancia de Katsuki. La noche anterior había sido maravillosa. Lo había pasado tan bien en el festival… La música, las tradiciones, la comida… Todo era fantástico. Caminar de la mano de Katsuki, conversar y reír con él, acudir a espectáculos como aquellos, era todo lo que siempre había querido. Solo hubiera deseado que su primer beso con Kacchan se hubiera dado en otras circunstancias. Solo de pensar en las lágrimas corriendo por sus mejillas, se le encogía el corazón. Se preguntó qué clase de sueño habría tenido para reaccionar de esa manera.

Recordó la manera en que sus labios se habían unido y habían encajado a la perfección. Una sonrisa afloró en su rostro y hundió la cabeza entre las sábanas. Se preguntó cómo reaccionaría Katsuki cuando llegase de trabajar y volviesen a cruzar sus miradas. ¿Hablarían de lo que había pasado entre ellos la noche anterior? ¿Se besarían de nuevo?

No podía esperar.

Se levantó de un salto y se dirigió a la cocina. Como cada mañana, le habían dejado el desayuno preparado. Comió a bocados pequeños. Las mariposas que sentía en el estómago le habían quitado el hambre. Sin embargo, sabía que sería de mala educación dejar comida en el plato y terminó su desayuno con bastante esfuerzo. Después, se quitó el pijama y se dispuso a limpiar la casa y a preparar la comida para cuando Katsuki regresara. Quería darle las gracias por llevarle al festival la noche anterior.

Cogió un libro de cocina que había visto en la estantería de su habitación y se puso manos a la obra. Cuando apenas quedaba media hora para que los Bakugo regresaran, corrió a darse una ducha y a vestirse. Se puso la blusa blanca que tanto le había gustado a Katsuki, peinó sus rizos metódicamente y acudió a la entrada cuando escuchó la puerta abriéndose. Masaru entró primero. Detrás de él venía Mitsuki, que cerró la puerta tras sí.

—¿Dónde está Kacchan? —preguntó Izuku, confundido.

—Katsuki se ha encontrado con unos amigos a la salida del trabajo y ha ido con ellos a tomar algo. Volverá después —explicó Mitsuki.

Izuku no pudo evitar sentirse un poco decepcionado. Aun así, mantuvo su sonrisa y sirvió la comida para Mitsuki, Masaru y para él mismo. Los padres de Katsuki agradecieron muchísimo que hubiera preparado la comida para todos y hablaron con él animadamente, interesándose sobre la noche pasada en el festival.

Izuku guardó la parte de Kacchan en el frigorífico por si tuviese hambre al regresar. Estuvo esperándolo toda la tarde dando vueltas por la casa, leyendo, tomando el sol en el jardín…, pero Katsuki no apareció.

Empezó a preocuparse por si le había ocurrido algo, pero se dio cuenta de que todavía no hacía demasiado calor y desechó la posibilidad. Nighteye le había dicho que Katsuki fallecería en un día de mucho calor. Todavía no debía preocuparse.

—Katsuki no volverá hasta la noche —anunció Mitsuki—. Acaba de llamarme. Sus amigos lo han convencido para que se quede un poco más, así que todavía tardará.

Izuku asintió.

—En ese caso, me iré a la cama —le dijo—. Buenas noches, Mitsuki-san.

—Buenas noches, Izuku.

Izuku se acurrucó entre las sábanas. Le había dejado una nota a Katsuki encima de la mesa de la cocina. Después de tantas horas, su comida no estaría tan buena como recién hecha, pero aun así, esperaba que le gustara.

Se durmió convencido de que aquello habría sido algo casual y que al día siguiente tendría la oportunidad de ver y hablar con Katsuki, pero la escena se repitió una vez más: el rubio se fue a trabajar antes de que Izuku despertara y no regresó hasta que se hubo dormido.

Miércoles, jueves y viernes ocurrió lo mismo. Cuando llegó el sábado y supo que Katsuki había ido a trabajar de forma voluntaria en lugar de Masaru, las sospechas que se habían ido formando en su cabeza durante toda la semana se vieron reafirmadas. Katsuki estaba evitándolo, y de una forma tan obvia que resultaba casi cruel.

—No hay quien entienda a este chico —rio Mitsuki mientras preparaba café—. Se pasa la semana fuera de casa y llega el fin de semana y prefiere ir a trabajar.

Izuku agachó la cabeza. ¿Estaría enfadado con él? ¿Le habría molestado que le besara la noche del festival? ¿Se sentiría humillado por haberle visto llorando?

Incluso había intentado ir a visitarle en la panadería una de las mañanas, y Masaru le había dicho que acababa de salir a comprar harina. Izuku había sonreído y había regresado a la casa con un nudo en la garganta.

Qué casualidad, pensó. Qué casualidad que haya ido a comprar justo cuando he aparecido yo. Seguramente me ha visto por la ventana y ha buscado esa excusa para no verme…

Al principio, sintió rabia. Estaba enfadado con Katsuki por tratarlo de esa manera, por evitarle sin darle ningún tipo de explicación. ¿Acaso era un cobarde? Se estaba comportando como un crío que huía para no enfrentar sus problemas.

¿Eso soy yo? ¿Soy un problema para él?

Había dejado su mundo por él. Había renunciado a sus poderes, a su familia y a sus amigos para estar a su lado y protegerle, ¿y eso era lo que recibía a cambio?

Pero él no sabe nada de eso, decía una voz en su cabeza.

Aun así, no es excusa para su comportamiento, decía otra voz. ¡Si no quiere verme, prefiero que me lo diga! Prefiero que… prefiero que…

Una lágrima cayó por su mejilla.

No, no podría soportarlo. No podría soportar que Katsuki le dijera a la cara que no quería saber nada de él, y sin embargo, el hecho de no saber qué era lo que le ocurría le estaba matando por dentro.

Otra lágrima resbaló por su cara.

—¿Izuku? ¿Te sientes bien? —preguntó Mitsuki alarmada, sentándose a su lado.

—¿Por qué Kacchan no quiere verme, Mitsuki-san? —preguntó con un hilo de voz.

—Oh, cariño, no es que no quiera verte. Katsuki siempre ha sido así. Tan pronto le da por una cosa que le da por otra. Estoy segura de que esta racha de salidas se acabará pronto.

Izuku negó con la cabeza una y otra vez mientras intentaba en vano limpiarse las lágrimas. Él era la persona que mejor conocía a Katsuki. Mejor que su madre y que su padre. Mejor que cualquier amigo. Sabía que Mitsuki le estaba mintiendo para no infringirle más dolor. Katsuki siempre había sido una persona decidida y centrada, alguien que sabía lo que quería e iba a por ello. Las salidas continuadas hasta altas horas de la madrugada nunca habían ido con él. Era la primera vez que actuaba de aquella manera.

—No, él no es así. Le pasa algo. No viene a casa porque no quiere verme. Lo sé —gimió—. Ni siquiera está durmiendo apropiadamente por mí. Qui-quizás debería… irme a otro lugar.

—Eso ni lo pienses —le cortó Mitsuki—. Nosotros decidimos acogerte y no te irás de aquí hasta que recuerdes quién es tu familia. Y de Katsuki… ya me encargo yo. Hablaré con ese mocoso y averiguaré qué demonios le pasa por la cabeza. Tú tranquilo.

Izuku se lanzó a los brazos de Mitsuki. Aquella mujer no era su madre, y sin embargo, sus abrazos eran tan tranquilizadores como los de ella. Sollozó en su hombro. La echaba tanto de menos… Echaba de menos sus charlas nocturnas, la rica comida que solía cocinar con todo su cariño para él, sus consejos, su cariño…

—Me siento solo —murmuró.

—No estás solo, Izuku-kun. Nos tienes a nosotros: a Masaru, a mí, y también a Katsuki. Estoy segura de que todo esto tiene una explicación. Lo solucionaremos, ¿vale? No llores.

—Sí. Gracias, Mitsuki-san.


Horas más tarde, cuando la noche había caído e Izuku ya se encontraba en la cama, Katsuki entró en silencio presuponiendo que todos estarían dormidos. Avanzó por el pasillo en dirección a su habitación, pero la voz de su madre le detuvo. Mitsuki se encontraba en el sillón del salón con un libro entre las manos.

—Katsuki, ven un momento, por favor.

El rubio suspiró con cansancio y se adentró en el salón dejando sus cosas sobre una silla.

—¿Qué quieres? Estoy cansado.

—No me extraña, con el ritmo de vida que estás llevando esta semana.

Katsuki enarcó una ceja.

—¿Tienes algún problema con eso? Estoy rindiendo bien en el trabajo. Incluso hago más horas de las debidas. No tienes nada que reclamarme.

—¿Y no crees que estás desatendiendo algo de tu vida? O mejor dicho, ¿a alguien?

Katsuki frunció el ceño. Mitsuki dio unas palmadas en el sofá para indicarle que se sentara junto a ella. Su hijo gruñó y obedeció a regañadientes.

—Izuku me ha preguntado por qué no quieres verle —le dijo tan pronto como tomó asiento—. Se ha puesto a llorar. Cree que debería irse a otra casa de acogida. —El corazón de Katsuki se encogió—. ¿Ha pasado algo entre vosotros?

—Nada —masculló Katsuki.

—¿Estás seguro? Hace unos días parecías tan feliz..., tan contento de tener a Izuku en casa. Y de repente, todo cambió. Si no quieres contármelo, está bien, pero ¿de verdad lo que haya pasado ha sido tan grave como para apartar a ese chico de esa manera?

Katsuki apretó los labios. Mitsuki tenía razón. Todo había ido fenomenal hasta el domingo pasado, cuando había tenido ese espantoso sueño y, en medio de su desesperación, Izuku y él se habían besado y habían pasado la noche juntos. En ese momento se había sentido tan profundamente herido que necesitaba dejarse arrullar por el consuelo y el cariño de Izuku. Pero al día siguiente, con la mente más calmada, había llegado a la conclusión de que todo aquello podría haber sido un error.

Se sentía confundido y con el corazón dividido. No sabía qué hacer, y la incertidumbre estaba volviéndolo loco. Estaba enamorado de Deku hasta las entrañas y había decidido serle fiel hasta los últimos días de su vida. De repente, había aparecido Izuku, idéntico a él en todos los aspectos y sin ningún recuerdo de su vida anterior. Podría ser un regalo que le estaba dando la vida, pero… ¿y si no lo era? ¿Y si Deku e Izuku no eran la misma persona? En ese caso, estaría traicionando al amor de su vida. Por otra parte, ¿estaría desperdiciando la oportunidad de ser feliz?

Desde que Izuku había llegado a su vida, Deku no había vuelto a aparecer en sus sueños. Eso era algo que lo había mantenido tranquilo todo ese tiempo. Era como volver a soñar, pero esta vez todo se sentía demasiado real. Pero esa noche, cuando Deku había regresado a sus sueños para reclamarle que se hubiera olvidado de él, todo se había trastocado. Katsuki no podía dejar de pensar en las lágrimas que habían recorrido su cara pecosa, las mismas que se habían derramado de los ojos verdes de Izuku.

—¿Katsuki?

El rubio se llevó las manos a la cara con agotamiento. ¿Acaso se podía amar a dos personas a la vez? ¿Deku era real o era solo un producto de su imaginación? ¿Debía ser fiel a sus sentimientos por él o elegir el camino fácil?

Deku. Izuku. Deku. Izuku. Deku. Izuku.

Si seguía así, iba a volverse loco.

—Solo estoy un poco confundido —dijo finalmente—. Tengo que ordenar mis ideas antes de hablar con Izuku.

—Pues ordénalas pronto. Ese chico está sufriendo por ti.

Katsuki asintió y se puso en pie.

—Mañana me levantaré temprano e iré a escalar. Para cuando vuelva, espero tenerlas lo suficientemente claras como para hablar con él.


—Para hoy, se esperan temperaturas máximas anormalmente altas para la época en la que nos encontramos debido a una ola de calor que asolará todo Japón durante al menos tres días. Procuren protegerse del sol y beban mucha agua.

Izuku se quedó petrificado frente a la televisión. Esa mañana no le había despertado el canto de los pájaros, sino el calor que entraba por la ventana. Durante la noche había tirado las sábanas al suelo sin darse cuenta, y su pijama se encontraba empapado en sudor.

—Katsuki ha escogido un mal día para ir a escalar —comentó Masaru, que escuchaba las noticias mientras bebía una taza de té—. Si no vuelve pronto, podría sufrir un golpe de calor.

Izuku respingó.

—¿Ka-Kacchan ha ido a escalar?

—Salió muy temprano —explicó Masaru—. Casi a la misma hora a la que Mitsuki se preparaba para ir a la panadería. Llevaba todo su equipamiento. Le gusta ir al monte Musutafu. Tiene buenas zonas de escalada. Pero está un poco lejos de aquí.

Masaru hablaba y hablaba, pero Izuku había dejado de escucharle. En su mente se repetían las palabras de Nighteye sobre la muerte de Katsuki:

Mencionaban que solo tenía diecinueve años y que todo había sido un desgraciado accidente. Recuerdo que hacía mucho calor. En el velatorio, todo el mundo se limpiaba el sudor de la frente y se abanicaban constantemente con la mano.

Un accidente. Un accidente en un día de calor.

Izuku corrió a su habitación dejando a Masaru con la palabra en la boca y se vistió a toda prisa. Tan pronto como salió de la casa, una masa de aire caliente lo dejó sin respiración. Aún era bastante temprano, y aun así el calor era insoportable.

Se ajustó bien las sandalias y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Sabía el punto exacto donde Katsuki solía escalar. Lo había visto practicar ese deporte en innumerables ocasiones. Había empezado hacía apenas tres años, pero se había convertido en todo un experto. Al principio, Izuku se había preocupado mucho por su seguridad. A medida que Katsuki iba aprendiendo y superando obstáculos, escogía zonas de escalada más complejas y peligrosas. Pero con el tiempo había aprendido a confiar en las habilidades del rubio y admirar su destreza mientras flotaba a su lado con su don.

En esa ocasión también quería convencerse de que nada le ocurriría, que Katsuki era lo suficientemente capaz como para salir ileso de una simple escalada que para él no representaba mayor complicación. Y sin embargo…

Calor. Accidente. Calor. Accidente.

Esas palabras aporreaban su cabeza como si fueran martillos.


El sol cada vez estaba más alto e Izuku sentía que se ahogaba. Le quemaba la piel y el sudor le caía a chorros por la cara. Tenía la garganta seca y empezaba a sentirse mareado. Llevaba corriendo más de media hora. Según sus cálculos, ya debía encontrarse cerca del lugar donde Katsuki practicaba la escalada. Hacía unos minutos que se había adentrado en el monte Musutafu. Estaba a punto de encontrarle, pero a su cuerpo cada vez le costaba más avanzar.

Tienes que seguir, se dijo, apoyándose en un árbol. Kacchan podría estar en peligro.

Intentó tragar saliva para aliviar la sed. Sus mejillas estaban ardiendo y la cabeza le iba a estallar.

Dio un par de pasos y tropezó con una piedra afilada que sobresalía del suelo. La sandalia derecha se rompió en el acto y se cortó el pie con la roca. Se llevó las manos a la extremidad gimiendo de dolor. La sangre empezó a manar de la herida y tuvo que romper una de las mangas de su camiseta para usarla como vendaje.

Se puso en pie como pudo y continuó caminando a pesar del dolor. La sandalia rota era un estorbo, así que terminó quitándose ambas y caminando descalzo. Las piedras y trozos de rama se le clavaban en las plantas de los pies, y sentía ganas de llorar.

¿Y si no llego a tiempo? ¿Y si ya está…?

Un sollozo escapó de sus labios. Se llevó las manos a los ojos y se dejó llevar por el llanto.

Era un inútil. Sin sus poderes, era un inútil. Había ido al mundo de los humanos con el único fin de proteger a Katsuki y no era capaz ni de cuidar de sí mismo. Su cuerpo humano era demasiado frágil. ¿Cómo podría mantener a salvo al amor de su vida si un poco de calor lo debilitaba de esa manera?

Kacchan… ¿Qué pasaría con Kacchan?

Se lo imaginó colocando mal el pie en una de esas grandes rocas y cayendo hacia el abismo. Sabía que Katsuki siempre llevaba protección, pero ¿y si esa protección fallaba?

Tenía que encontrarle. Tenía que…

—Kacchan… —gimió entre sollozos.

—¿Izuku?

Levantó la vista. Sus ojos empañados visualizaron una silueta que emergía de entre los matorrales. Se frotó los ojos. Katsuki se encontraba frente a él, vestido con ropa deportiva, una gorra y cargado con una mochila donde guardaba todo su equipamiento. Por la mirada que le dedicó, Izuku supuso que debía tener un aspecto horrible.

—Kacchan —sollozó Izuku, lanzándose hacia él y abrazándolo con fuerza.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó—. ¿Qué te ha pasado?

Izuku enterró su cara en el pecho de Katsuki y lloró de alivio. Debía parecer un loco con el pelo revuelto, la cara roja, la camiseta rota y descalzo con una herida en el pie. Katsuki pensaría que había perdido la cabeza, pero ¿qué importaba? Estaba allí con él, sano y salvo.

—He-He venido a buscarte —explicó intentando aguantar las lágrimas—. No… no es un buen día para escalar. Hace mucho calor. Podrías hacerte daño.

—Ya volvía a casa, Izuku. Pero, ¿te has visto? —le preguntó. Su tono parecía molesto. Le tocó la cara, sintiendo el calor que surgía de ella—. ¡Estás totalmente deshidratado! ¿Y qué te ha pasado en el pie? ¿Por qué vas descalzo?

—Estoy mareado. Por favor, no me riñas —le pidió Izuku. Sus piernas empezaban a fallar.

Katsuki le ayudó a sentarse en el suelo y sacó de su mochila una botella con bebida isotónica. Izuku bebió con ansias, pero Katsuki le retiró la botella cuando apenas había dado dos sorbos.

—Despacio —le indicó—. Sorbos pequeños.

Lo tomó en brazos y lo alejó del camino, adentrándose entre los árboles por un lugar donde había más sombra.

—¿Cómo no voy a reñirte? —continuó diciéndole—. ¿A quién se le ocurre venir hasta aquí con esta ola de calor sin estar preparado? ¡Ni agua has traído! ¡Eres un inconsciente!

Izuku escuchaba apenado mientras se aferraba a la botella como si fuera un bote salvavidas, bebiendo a pequeños sorbos y manteniendo el líquido por unos segundos en la boca para saciar un poco más su sed.

Pronto, escucharon el sonido del agua corriendo y llegaron al río. Katsuki sentó a Izuku a la sombra de un árbol y le quitó la camiseta sin preguntar. El chico de ojos verdes presentaba claros síntomas de un golpe de calor y debía actuar de inmediato. Introdujo el trozo de tela en el río y volvió a ponérsela, fría y totalmente empapada. El agua recorrió el cuerpo de Izuku, haciéndolo temblar. Katsuki rebuscó en su mochila y sacó una pequeña toalla que también empapó con agua fresca. La pasó por la nuca, la frente y las mejillas de Izuku con delicadeza. El chico suspiraba de alivio y bebía otro sorbo.

Katsuki examinó entonces su pie.

—Se me rompió la sandalia con una piedra —explicó Izuku.

—Tch, eres un desastre —masculló Katsuki—. Seguro que ni siquiera has desayunado antes de venir.

—Si como algo ahora, vomitaré —gimoteó el chico de ojos verdes.

Katsuki sacó de su mochila un poco de alcohol y unas vendas.

—Esto va a escocer un poco —advirtió el rubio antes de verter el alcohol sobre la herida.

Izuku tensó todo su cuerpo y aguantó la respiración durante varios segundos, aferrándose con las manos en puños a unas briznas de hierba que crecían en el suelo. Katsuki limpió la herida despacio, intentando poner el máximo cuidado en su labor. Izuku, por su parte, se esforzaba por no retorcerse de dolor.

—Tranquilo. Ya he terminado —anunció Katsuki, terminando de vendar el pie.

Después, continuó remojando la toalla en el río y manteniendo fresco el rostro de Izuku. El chico le miraba mientras trabajaba en silencio sin cruzar sus ojos con los de él ni una sola vez. Nunca había visto a Katsuki tan irritado. ¿Estaría preocupado o simplemente le había molestado tener que ocuparse de él después de que se había presentado en el bosque sin avisar y sin ningún tipo de cuidado por su bienestar personal?

Izuku dio un último sorbo y le tendió la botella vacía.

—Lo siento, me lo he bebido todo.

—Cerca de aquí hay una fuente de agua potable. Iré a rellenarla. Quédate aquí y no hagas más tonterías.

Su primer impulso fue levantarse para ir tras él, pero la severa mirada de Katsuki se lo impidió.

—¿Está muy lejos esa fuente? —preguntó.

—No. Apenas a unos minutos.

—Ten cuidado.

Katsuki dejó sus cosas junto a Izuku y se alejó adentrándose entre los árboles. Izuku se quitó la camiseta una vez más y se acercó al río para mojarla. Hacía tanto calor que casi se había secado. Después, volvió al cobijo del árbol. Se sentía un poco mejor, pero todavía le dolía mucho la cabeza. Utilizó la mochila de Katsuki a modo de almohada y se recostó dejándose acariciar por la brisa que de vez en cuando movía las hojas.

Miró hacia arriba y vio pájaros de hermosos colores saltando de rama en rama. Siguió su danza con los ojos, intentando mantenerse despierto hasta que regresara Katsuki. Se sentía realmente agotado.

Imaginó a Tizona subiendo a las ramas de aquel árbol. En uno parecido a ese se había quedado atrapada aquella vez, la vez que conoció el verdadero corazón de Kacchan y se enamoró de él sin remedio. Habían pasado ya más de diez años desde ese día y sus sentimientos no habían dejado de incrementarse. No podía imaginar su mundo sin él.

Los párpados se le cerraron involuntariamente.

Al final, había sido Katsuki el que le había salvado a él, pero no importaba. Katsuki estaba vivo. Seguía vivo un día más y estaba feliz por ello.

Antes de perder la consciencia, se preguntó si realmente sería capaz de proteger a Katsuki cuando llegara el momento. Aquel humano era fuerte, más fuerte que él. ¿Realmente podría salvarle la vida?


Cuando volvió a abrir los ojos, colores anaranjados pintaban el horizonte y la temperatura había descendido considerablemente. Tenía la garganta un poco seca y aún le dolía el pie, pero se sentía mucho mejor.

—Buena siesta, nerd.

Katsuki estaba sentado a su lado, concentrado en pelar un melocotón con una navaja.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido? —preguntó Izuku, quitándose la toalla húmeda que Katsuki debía de haberle puesto en la frente.

—Unas seis horas.

—¡¿Seis horas?! ¿He estado durmiendo seis horas? —repitió, alarmado—. ¡Oh, Kacchan, lo siento! Debes de haber pasado mucho calor por mi culpa. Seguro que ni siquiera has comido. ¡Lo siento muchísimo!

Katsuki frunció el ceño y le metió el melocotón en la boca. El chico agarró la fruta y la mordisqueó deleitado. El sabor dulce y a la vez un poco ácido le revivió.

—No he pasado calor. Durante tu siesta me ha dado tiempo de bañarme varias veces en el río —explicó el rubio—. Y aquí al lado hay cientos de árboles frutales. Ahora come y calla.

Izuku asintió y apuró la fruta hasta que solo quedó el hueso. Katsuki le alcanzó la botella de agua y bebió hasta casi acabar con su contenido.

—¿Te sientes mejor? —Esta vez, la voz del chico sonó mucho más suave y gentil.

Izuku sonrió ampliamente.

—Sí, mucho mejor.

—¿Quieres más fruta?

—Sí, por favor.

Comieron algunas piezas de fruta que Katsuki había mantenido frescas con el agua del río y cuando el sol estuvo lo suficientemente bajo, el rubio se agachó frente a Izuku y le indicó que se subiera a su espalda. Debían abandonar el bosque antes de que anocheciera.

—¿Qué harás con tu mochila?

—La dejaré aquí y volveré mañana a por ella.

Izuku dudó durante unos instantes. Estaban bastante lejos de casa. Le había llevado más de media hora llegar hasta allí corriendo, Y Katsuki debía de estar cansado. Cargar con él hasta su casa sería un trabajo arduo, pero dudaba que pudiera caminar descalzo y con una herida en el pie.

Suspiró. Al final, había resultado más una carga que una ayuda para Katsuki.

—¿A qué esperas? —le espetó el rubio—. Tenemos que irnos ya.

El chico obedeció y se subió a su espalda. Katsuki lo acomodó, colocando las manos bajo sus piernas y comenzó el camino de regreso a buen ritmo, como si no llevara más peso que el de su propio cuerpo.

—Gracias, Kacchan —murmuró Izuku.

—No lo menciones.

Izuku dejó caer la cabeza contra su hombro. Katsuki seguía enfadado. Su voz no era la misma que hacía unos días. Ya no le miraba a los ojos ni le hablaba con dulzura. No bromeaba ni intentaba tomarle el pelo. Era como si estuviera tratando con una persona totalmente diferente.

Apretó los labios.

—Estás enfadado conmigo, ¿verdad? —se atrevió a preguntar, pero antes de que el joven pudiera responder, comenzó con su retahíla acostumbrada—: ¿Es por lo del beso del otro día? Lo siento. No debería haberlo hecho. No mientras te sintieras vulnerable. No quería aprovecharme de ti, de verdad. Yo no… no pude evitarlo. Sentí el impulso y… No volverá a pasar. Te lo prometo. Por favor, perdóname. Por favor.

La voz de Izuku se había resquebrajado a medida que hablaba. Una lágrima cayó por su mejilla y mojó la camiseta de Katsuki. El rubio tragó saliva, intentando mantener la compostura mientras las palabras de aquel chico recalaban en su interior y le oprimían el corazón.

—No estoy enfadado contigo —le dijo.

—Entonces, ¿por qué llevas una semana evitándome? —lloró Izuku.

—No sabía cómo mirarte a la cara…

—¿Por qué?

Katsuki permaneció en silencio unos segundos, decidiendo qué era lo que debía decir a continuación o cuáles serían las palabras adecuadas. Finalmente, decidió hablar con la verdad.

—Estoy enamorado, Izuku —dijo—. Estoy enamorado de un chico que no me puedo sacar de la cabeza. Tú... te pareces tanto a él… Cuando apareciste, llevaba un tiempo sin verle y tras tu llegada nunca volví a encontrarle.

—¿Pensaste… que yo era él?

Katsuki asintió. Izuku sonrió para sus adentros.

—¿Cómo se llama?

—Deku.

Izuku fingió sorpresa.

—Se escribe igual que mi nombre.

—Otra semejanza más —masculló Katsuki. Izuku no podía ver su cara, pero estaba seguro de que estaba contraída en una mueca de dolor—. No sé si volveré a verle alguna vez, ni siquiera sé si estoy persiguiendo una quimera, pero le juré fidelidad y no puedo traicionarle. No puedo hacerle eso, Izuku. A él no. Por eso he estado evitándote. No sabía qué decirte después de lo que pasó el domingo pasado. No sabía cómo explicarte… Estaba hecho un lío y… en cierto modo, lo sigo estando.

Izuku aprovechó su postura para abrazar a Katsuki por el cuello. Por fin lo entendía todo. El rubio tenía la mente y el corazón divididos por sus sentimientos. Pensaba que Deku y él eran distintas personas, y su fidelidad y amor por Deku le impedía amar y entregarse plenamente a Izuku aunque el primero fuera un producto de su imaginación y el segundo, una persona real de carne y hueso. Katsuki era la persona más leal que había conocido, y aquello no hacía sino aumentar el amor que sentía por él.

—Estoy seguro de que él también te ama, Kacchan —le dijo—. Es imposible conocerte y no amarte. Pero… tengo miedo de que esos sentimientos que sientes te cieguen y te impidan ver lo que tienes delante.

—¿Qué quieres decir?

Izuku se mordió los labios. No podía. No podía decirle a Katsuki que él y Deku eran la misma persona aunque fuera lo que más deseaba en ese momento. Estaban tan cerca y tan lejos al mismo tiempo el uno del otro que no podía evitar sentir una gran tristeza en su interior.

—Nada —dijo finalmente, volviendo a apoyar la cara sobre su hombro—. Sé que estás confundido. Lo entiendo. Pero, por favor, no vuelvas a apartarme. Déjame estar a tu lado, aunque sea solo como amigo. Déjame estar contigo, Kacchan. Tú eres todo lo que tengo.

Kacchan sonrió con tristeza.

—¿No sería eso demasiado egoísta por mi parte?

—Quizás por la mía también lo sea. Solo pienso en que no quiero perderte… aunque ames a otro.

—No quiero hacerte daño.

—Me lo harás si te alejas de mí.

—Izuku…

—Seré tu amigo. Solo tu amigo. A partir de ahora, no pretenderé nada más que tu amistad… A menos que prefieras que me marche de tu casa.

Ante aquellas palabras, el cuerpo de Katsuki se tensó por completo y agarró las piernas de Izuku con más fuerza, como si quisiera evitar a toda costa que se fuera.

—Ni lo sueñes.

—Te haría la vida más fácil.

—Cállate.

—De todas formas, apenas me ves… —A pesar de que el chico estaba usando un tono claramente bromista, Katsuki pudo reconocer cierto reproche en sus palabras—. Ni te darás cuenta de que falto.

De un momento a otro, Katsuki soltó a Izuku y se dio la vuelta para agarrarlo de los hombros y encararlo.

—¡Basta! —gruñó—. No te vas a ir de mi casa. Me lo prometiste aquella noche. Me prometiste que no te irías.

Los ojos de Izuku se ensancharon. No había esperado que una simple broma pudiera afectar tanto a Kacchan.

Sonrió dulcemente y acarició la mejilla del rubio. Era alto, fornido. Sus ojos rojos podían intimidar al más valiente de los hombres con una sola mirada. Y sin embargo, en ese momento parecía tan desamparado...

—No voy a irme, Kacchan —le aseguró con voz calmada. Se puso de puntillas y depositó un beso en su mejilla. Después, rio —. Me lo estás poniendo muy difícil.

—¿El qué?

—Aguantar las ganas de besarte —respondió. Acto seguido se arrepintió de sus palabras y miró al cielo. Las primeras estrellas empezaban a aparecer en el firmamento—. Olvida lo que he dicho. Deberíamos irnos a casa. Tus padres deben estar preocupados.

Continuará...