¡Ya estoy aquí! Como diría All Might.
Gracias a los que estáis siguiendo el fic, sobre todo a Mimi Aelita, que eres la que me comenta todos los capítulos. Jeje. Espero que disfrutéis mucho de este capítulo.
Nos veremos pronto (espero). Ya se me están acabando las vacaciones. :(
¡Hasta la próxima!
Capítulo 10: Bajo la luz de la luna
—Por favor, tú eres el único que puede ayudarme.
Era la primera vez que Shoto se ponía de rodillas ante alguien. Su frente tocaba el suelo en un gesto de máxima súplica. Le había costado demasiado que All Might lo recibiera, y por nada del mundo pensaba rendirse ahora que había llegado hasta allí.
El soberano del mundo de los dioses le miraba con indecisión desde su trono. Cuando se había enterado de que el hijo de Enji Todoroki buscaba una audiencia con él desesperadamente, no había dudado en recibirle, pero lo que le estaba pidiendo aquel joven era complicado en todos los sentidos.
—Entiendo tu posición, joven Todoroki. Pero, según lo que me has contado, el joven Midoriya hizo un trato totalmente legal con All for one. No estaba siendo coaccionado en el momento en el que firmó el contrato.
—¡No sabía lo que hacía! Estaba obnubilado por sus sentimientos por ese humano.
All Might suspiró.
—Ah, los jóvenes… siempre dejándoos guiar por vuestras pasiones. ¿No es exactamente lo mismo que estás haciendo tú?
Shoto apretó los puños y levantó la cabeza del suelo.
—No lo entiendes, All Might. Todos pensáis que hago esto únicamente por los sentimientos que tengo hacia Midoriya, pero no es así. Mi padre me ha hablado mucho de All for one. Usted mismo lo conoce. Él nunca realiza un trato si sabe que puede perder. Si dejamos que se salga con la suya, mi amigo terminará como esclavo de ese tipo sin escrúpulos.
—De eso no tengo duda —respondió—, pero sigo preguntándome qué puedo hacer yo para solucionar este problema.
—Solo necesito que me dé… ideas. No busco romper el trato que Midoriya hizo con All for one. Al menos, no de momento. Lo primero que hay que hacer es traerlo de vuelta aquí, al mundo donde pertenece, alejado de ese humano. Entonces, quizás podamos convencer al dios maldito de que todo fue un error y de que rompa el trato. El problema es que no tengo ni idea de cómo traerlo de vuelta.
All Might se reclinó sobre su asiento, pensativo.
—¿De verdad crees que será tan fácil? All for one no se conformará con eso.
—Al menos, debo intentarlo.
El soberano de los dioses permaneció callado unos instantes mirando al infinito.
—Quizás haya una manera… Estoy pensando en alguien que podría ayudarnos. Pero me llevará un tiempo encontrarla. Siempre va de un lado para otro. Durante un tiempo, quise que sucesora, pero siempre me respondía que prefería no estar atada a ningún trono.
Los ojos de Shoto se iluminaron con esperanza.
—¿Quién es?
—Su nombre es Cathleen Bate, pero todo el mundo la conoce como Star.
Amigos. Habían quedado en que serían solo amigos, pero, Dioses, estaba siendo terriblemente complicado. Durante los meses que habían pasado juntos en sueños, Katsuki e Izuku se habían acostumbrado a los besos, a las miradas, a las caricias. Tenían gestos aprendidos que eran muy difíciles de reprimir cuando tenían al otro delante.
Para Mitsuki y Masaru Bakugo era demasiado evidente que esos dos estaban enamorados el uno del otro, pero después de la conversación que Mitsuki había tenido con su hijo, había preferido no volver a interferir. Katsuki era lo suficientemente mayor para aclarar por sí mismo sus sentimientos. De todas formas, parecían felices el uno junto al otro después de haber aclarado sus diferencias.
Izuku se sentía feliz a pesar de todo sabiendo que Kacchan lo amaba de la forma en que lo hacía. Se había convencido a sí mismo de que debía centrarse en lo realmente importante, que era proteger a Katsuki. Se conformaba con poder estar a su lado y pasar tiempo con él.
Katsuki, por su parte, hacía lo posible por no dejarse llevar por sus contradictorios sentimientos. Mantenía la cabeza fría y fingía indiferencia cuando sus ojos se topaban con los de Izuku. Y aun así…
En varias ocasiones, habían rozado sus dedos mientras caminaban el uno al lado del otro, enviando una corriente eléctrica a lo largo de sus columnas y erizando el vello de sus brazos; habían cruzado sus miradas con la misma intensidad que el día que Izuku había despertado en el hospital; e incluso habían estado lo suficiente cerca el uno del otro como para oler sus respectivos perfumes. Aquella situación se estaba convirtiendo en una tortura permanente para ambos. Y para colmo, Deku seguía sin aparecer en sus sueños y la voluntad de Katsuki comenzaba a quebrarse.
Pasaron las semanas y llegó la temporada de calor. Izuku comenzó a estar mucho más atento a Katsuki. Se despertaba a la misma hora que él, lo acompañaba a la panadería con la excusa de ayudarle en su trabajo y no se despegaba de él hasta la hora de dormir. La tensión de tener que estar infatigablemente pendiente de Kacchan le distrajo un poco de sus incontrolables sentimientos, pero también le provocó un estrés constante. Durante el día, no se podía permitir bajar la guardia ni un instante, y por la noche tenía pesadillas en las que el rubio tenía todo tipos de accidentes en los que acababa con la piel desgarrada y la sangre cubriéndolo por completo.
A menudo, solía despertarse en mitad de la madrugada con el corazón acelerado. Su cara se cubría de lágrimas cada vez que recordaba aquellos ojos carmesíes sin luz, sin vida. Entonces, se levantaba de la cama y caminaba hasta la puerta de la habitación de Katsuki. La abría con sigilo y comprobaba que se encontrara a salvo entre sus sábanas.
Solía quedarse a observarlo un par de minutos. Le tranquilizaba ver cómo las mantas subían y bajaban. Significaba que su corazón seguía latiendo. En esas ocasiones, le hubiera gustado introducirse entre los brazos del rubio y dormir sintiendo las palpitaciones en su pecho, pero debía reprimirse y regresar a la propia cama, intentando convencerse de que nada le ocurriría durante la noche.
Katsuki solía preocuparse por la calidad de su sueño cuando veía las ojeras que cada día se hacían más oscuras y profundas. Izuku le había explicado que tenía pesadillas que no le dejaban dormir, pero no había entrado en detalles en relación al contenido de dichas pesadillas.
—Sabes que puedes despertarme si tienes miedo. Sea la hora que sea —le había dicho Katsuki.
Pero Izuku nunca lo hacía. Solo necesitaba ver que Katsuki se encontraba bien para que sus miedos se disipasen. No quería preocuparlo innecesariamente.
Un día, de camino a la panadería, se encontraron con Asahi. Parecía mucho más relajado que en su anterior encuentro en el festival. De hecho, los saludó con una sonrisa sincera e incluso los invitó a una fiesta que estaban preparando entre los amigos de Katsuki y él.
—El domingo a las ocho. No me falléis.
Katsuki ni siquiera había tenido tiempo de negarse antes de que Asahi se marchara. Al día siguiente tenía que levantarse muy temprano para trabajar y no le apetecía trasnochar.
—Últimamente, apenas ves a tus amigos —le dijo Izuku, intentando convencerlo—. No tenemos por qué irnos demasiado tarde.
—Tch… si no fuera por ti, ni siquiera me habría invitado.
—De eso nada. Estoy seguro de que Asahi te aprecia sinceramente. Después de todo, sois amigos desde pequeños, ¿no es así?
Katsuki paró de golpe y se quedó mirando fijamente.
—¿Cómo sabes eso?
Por dentro, Izuku se reclamó a sí mismo por haber sido demasiado bocazas. Katsuki nunca le había dicho de qué conocía a Asahi. Después de su encuentro en el festival, no habían vuelto a mencionarlo en ninguna conversación. Izuku no podía saber que eran amigos desde la infancia. Pero obviamente, lo sabía. Los había visto muchas veces corriendo detrás de una pelota o jugando a los héroes, pero nunca había podido imaginar que tras la sonrisa de admiración de Asahi hubiera unos sentimientos parecidos a los que él sentía por Kacchan.
—Bueno, me lo he imaginado. No hay muchos chicos de nuestra edad en el pueblo —contestó, intentando parecer calmado—. Supuse que seríais amigos desde hacía tiempo. ¿Nos vamos?
Acto seguido, continuó su camino hacia la panadería, esperando que Katsuki se sintiera convencido con su explicación. El rubio no tardó en seguirle, pero más callado que hacía unos minutos.
Llegó el domingo e Izuku estaba pletórico. Era la primera vez que acudiría a una fiesta y no podía dejar de pensar en ello. Estuvo todo el día mirando el reloj de la sala, esperando que se acercara la hora de la salida. Katsuki, sin embargo, se mostraba cada vez más reacio a acudir. Su único incentivo era la sonrisa del joven de ojos verdes, que se había pasado la mañana decidiendo qué ropa ponerse.
—Ponte la blusa blanca que te compré —le sugirió el rubio—. Todavía no te la has puesto.
Izuku sonrió tímidamente. En realidad, sí se la había puesto. Había sido justo el día después de que se besaran tras el festival. Quería verse lo más atractivo posible para Katsuki, pero el rubio no había aparecido. Tras la charla en la que habían decidido que solo serían amigos, Izuku no había querido volver a usarla.
—Bien —asintió Izuku—. Me pondré esa.
Una hora antes de la fiesta, Izuku fue a prepararse. Se duchó y perfumó; peinó sus rizos y le pidió permiso a los Bakugo para usar la plancha para adecentar su ropa. Una vez vestido, se miró al espejo y sintió que le faltaba algo. Aquella blusa era muy parecida a las túnicas que solía usar, pero las joyas que solía llevar en las muñecas brillaban por su ausencia. Además, en su mundo era una tradición utilizar pinturas para decorar los ojos cuando acontecía algún tipo de celebración. Su cara limpia y desprovista de adornos resultaba algo pueril e aburrida.
Como siempre, Mitsuki fue de gran ayuda: le prestó un brazalete dorado que le había regalado Masaru por su aniversario y le permitió que usara su maquillaje. Las pinturas de los humanos eran muy diferentes a las de su mundo, así que se conformó con rodear el contorno inferior de sus ojos con un lápiz de ojos de color verde, y espolvoreó colorete con un poco de purpurina por sus mejillas.
—Estoy listo —anunció a Katsuki, que esperaba desde hacía un cuarto de hora en la puerta.
—Te has llevado toda la tarde aburrido dando vueltas por la casa y al final vamos a llegar tarde —se quejó el rubio, pero a Izuku no se le escapó la mirada que le había dedicado, seguida de una pequeña sonrisa.
—Lo siento —se disculpó Izuku, pero por su tono, no parecía que lo sintiera en absoluto.
Por suerte, la casa de Asahi se encontraba cerca de allí. Desde fuera, se podía escuchar la música y las risas. Asahi les dio la bienvenida y los invitó a pasar. La fiesta tenía lugar en el jardín, donde los invitados se divertían chapoteando en la piscina, bailando o comiendo la carne que uno de los amigos de Asahi cocinaba en la barbacoa bajo un cielo estrellado.
—Me alegro mucho de que hayáis venido, chicos —le dijo Asahi a Izuku, agarrándolo por los hombros—. Estaba seguro de que el aburrido de Katsuki se negaría a venir. Gracias por arrastrarlo hasta aquí, Midoriya-kun.
Katsuki frunció el ceño y se llevó las manos a los bolsillos.
—No ha sido tan difícil convencerlo —aseguró Izuku.
—Bien. Bien. Comed y bebed todo lo que queráis —les dijo, antes de desaparecer entre el barullo de gente con una copa en la mano.
Izuku rio.
—¿Estaba borracho? —le preguntó a Katsuki.
El rubio negó.
—No todo lo que podría estarlo.
Izuku tomó a Katsuki de la mano y lo guio al interior de la fiesta.
—Quiero beber algo —le dijo.
—Ni hablar. Aún eres menor de edad.
—Solo me falta un año para la mayoría de edad —se quejó Izuku.
—Tienes dieciséis. Te faltan dos —rebatió el rubio, pellizcando su nariz —. ¿O acaso no sabes contar?
—Cumplo diecisiete pasado mañana.
Katsuki enarcó una ceja.
—¿Pasado mañana es tu cumpleaños?
Izuku asintió con vehemencia, pensando que de esa forma convencería a su acompañante. Katsuki sonrió con ternura.
—Te traeré un refresco.
—¡Kacchan!
El alcohol pareció relajar un poco la tensión que Katsuki había ido acumulando en su cuerpo durante las últimas horas. No había querido asomar por la fiesta de Asahi por razones obvias, pero Izuku había insistido tanto… No se explicaba por qué de repente Asahi se comportaba como si nada hubiera pasado.
Vio cómo Izuku se acercaba al chico encargado de la barbacoa e intercambiaba con él unas palabras. El joven le sirvió en un plato dos hamburguesas e Izuku regresó a donde se encontraba Katsuki con una gran sonrisa.
—Adivina qué —le dijo tan pronto como se sentó a su lado, tendiéndole una de las hamburguesas.
—¿Qué?
—Ese chico, el de la barbacoa, es el novio de Asahi.
—¿Qué? ¿Su novio?
—Sí —afirmó, dándole un sorbo al refresco que Katsuki le había servido—. Se llama Satoshi. Se mudó hace un mes. Sus padres son agricultores y se trasladaron a una casa que los padres de Asahi tienen en alquiler. Así se conocieron.
—¿Cómo es posible que te haya contado todo eso si te acaba de conocer?
—El truco es ser amable, Kacchan —dijo, dándole un bocado a su hamburguesa—. Mmm… Está buenísima.
Las horas pasaron sin que se dieran cuenta mientras bailaban y conversaban con los demás invitados. Izuku se mostraba tímido al principio, pero su naturalidad y su dulzura era un imán para todos los que lo rodeaban, y pronto entabló conversación con los amigos de la infancia de Katsuki y de Asahi. Todos se sentían interesados por su historia y querían saber más de él, aunque Izuku no tuviera gran cosa que contarles a causa de su fingida amnesia.
Jugaron durante largo rato a varios juegos de cartas y a verdad o atrevimiento. Katsuki se vio obligado a darse una vuelta por todo el jardín en calzoncillos delante de la mirada incrédula de las chicas que había en la fiesta. Izuku, por su parte, fue el encargado de quitarle la ropa a Katsuki mirándole todo el tiempo a los ojos. Después de eso, tuvo que beberse dos refrescos más para que se le bajara la sangre de la cara. Pensó que el corazón se le saldría por la boca cuando desabrochó los pantalones del rubio y se los fue bajando poco a poco hasta quedar de rodillas frente a él. Cada vez que quería desviar la mirada, el resto de jugadores le increpaban.
—¡No, no, no, Midoriya! ¡Tienes que mirarle a los ojos mientras le desvistes!
Estaba seguro de que Katsuki había contenido la respiración en ese momento. Su cuerpo apenas se movía. Tenía las manos firmemente pegadas a ambos lados de su cuerpo. Pero sus ojos… sus ojos estaban llenos de vida e Izuku podía verlo. Katsuki lo estaba mirando de una manera diferente a la que lo había mirado hasta ese momento. Lo estaba mirando con deseo.
Tan pronto como Izuku terminó de quitarle los pantalones, Katsuki se marchó para cumplir el reto que le habían encomendado. Se escucharon gritos eufóricos entre las invitadas mientras el rubio recorría el jardín.
—Sois unos cabrones —masculló mientras regresaba a su lugar y se apresuraba en vestirse.
La furia de Katsuki, sin embargo, no tardó en ser aplacada. Tan pronto como la botella apuntó hacia los artífices de su humillación, lanzó al aire todo tipo de propuestas y retos que harían enterrar la cabeza en el suelo al más desvergonzado. Izuku no podía parar de reír.
—Voy un momento al baño —le dijo a Katsuki una vez que el juego hubo acabado.
Katsuki se quedó mirándolo hasta que desapareció por la puerta del salón. Cuando su mente regresó a la fiesta, era Asahi quien estaba mirándolo a él con una ceja enarcada y una sonrisa traviesa.
—¿Qué pasa? —preguntó el rubio con una mueca.
Asahi se encogió de hombros.
—Nada. Solo me preguntaba qué tal va todo entre Midoriya y tú.
—Eso no es asunto tuyo —masculló Katsuki.
—Aww, ¿problemas en el paraíso? —preguntó, sentándose junto a Katsuki y dándole un codazo—. Vamos, cuéntamelo, Kaaaacchan. De todas formas, estoy tan borracho que mañana no me acordaré de nada.
Asahi reía y volvía a beber de su vaso. Katsuki lo reconsideró. Definitivamente, ese chico no se acordaría de nada al día siguiente.
—No hay nada entre Izuku y yo —dijo finalmente.
—¿Eh? ¿Por qué? Pensaba que te gustaba. Y está claro que él está enamorado de ti. ¿Es por ese otro chico? ¿El chico en el que pensabas mientras me follabas?
Katsuki bufó, irritado, pero asintió.
—Sí, es por ese chico.
—Mmm… Dime una cosa, Katsuki, ¿dónde está ese chico?
—No lo sé. Se fue y no volvió.
—O sea… lo que me estás diciendo es que te cierras puertas con un chico lindo, amable y que está loco por tus huesos por otro chico que te abandonó y nunca regresó ni a darte una explicación.
La lógica de Asahi era tan apabullante que Katsuki comenzó a sentirse incómodo.
—Le prometí fidelidad a ese chico.
Asahi se levantó y, a pesar de su poco equilibrio, consiguió propinarle una colleja a Katsuki. El rubio se llevó la mano a la cabeza, tan enfadado como sorprendido.
—¡¿Qué mierdas haces, idiota?!
—El idiota eres tú, Katsuki Bakugo —pronunció con la lengua cada vez más trabada—. Te voy a decir lo que va a pasar si no reaccionas de una vez: esa belleza de ojos verdes se va a terminar cansando de ti y de las migajas que le ofreces, va a conocer a otro chico y se va a ir con él. Y al final, no te vas a quedar ni con uno ni con otro.
—Eso no es…
—A veces, los sueños nos nublan y no nos dejan ver lo que hay delante de nuestros ojos —le interrumpió—. Lo sé bien. Estuve años obsesionado contigo, y cuando pensé que por fin te tenía solo para mí…
—Asahi…
—Tú no eras para mí, Katsuki. Ahora lo sé. Pero estaba tan enamorado de ti que no podía ver más allá. Y cuando por fin decidí dejarte ir, apareció Satoshi. ¿No crees que es el momento de dejar ir a ese chico y centrar tus sentimientos en alguien que está aquí, a tu lado? Piénsalo.
Y sin decir más, se alejó bailando al ritmo de la música.
Izuku salió del baño y se encaminó de nuevo hacia el jardín. Desde la entrada, contempló una hermosa luna llena rodeada de estrellas. Era una noche fresca. El calor se había disipado a medida que el sol se había ocultado en el horizonte.
Divisó a Katsuki y se dispuso a volver a su lado, pero una mano lo agarró del antebrazo y jaló de él hasta un lugar apartado de la vista de todos. Izuku se revolvió, sorprendido y algo asustado.
—Midoriya, soy yo.
—¿Todoroki-kun?
La luz de la luna alumbró aquella cara tan conocida para él: sus ojos heterocromos, su cabello a dos colores y la quemadura de su cara. Por un momento, desconfió de lo que veía. Se preguntó si no sería otro truco de Toga Himiko, pero entonces vio su mirada preocupada y comprobó que su comportamiento seguía siendo tranquilo y estoico.
Una gran alegría inundó su pecho y abrazó con fuerza a su amigo.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo…? ¿Cómo has…?
—Pedí ayuda a All Might —explicó—. Una amiga suya usó su quirk para convertirme en humano durante unas horas. Desde que te fuiste he estado buscando la forma de venir a por ti.
Izuku se apartó suavemente de Shoto.
—Todoroki-kun, no voy a marcharme.
—Midoriya, por favor —le pidió, tomándole de las manos—. Sé que te presioné. Sé que por mi culpa tomaste una decisión apresurada.
—No fue tu culpa…
—Escúchame. Todavía no es tarde para deshacer este problema. Podemos solucionarlo. Con la ayuda de All Might podremos buscar una solución. Solo tienes que venir conmigo. Star podrá devolverte tu divinidad y entonces All for one tendrá que deshacer el trato.
—No lo entiendes —dijo Izuku, soltándole las manos—. No quiero deshacer el trato con All for one. Kacchan me necesita.
—No podrás hacer nada —insistió Shoto—. Tienes todas las de perder.
Una sombra de tristeza y miedo apareció en los ojos de Izuku. Shoto aprovechó ese momento de debilidad para tomarlo con ambas manos por la cara y mirarlo a los ojos.
—Por favor, Izuku. Ven conmigo. Solo quiero protegerte.
El chico de ojos verdes acarició una de sus manos, que todavía acunaban su rostro.
—Lo sé —murmuró—. Pero precisamente por eso deberías comprenderme. Has venido a este mundo guiado por tus sentimientos y por tu decisión de protegerme. Es lo mismo que yo he hecho por él. Por favor, entiéndelo.
—Izuku…
—Lo amo, Shoto. Amo a Kacchan —dijo con la voz estrangulada—. No puedo irme.
Ante estas últimas palabras, Shoto se desinfló por completo y perdió toda convicción sobre las razones que le habían llevado al mundo de los humanos. Apartó los rizos de la frente de Izuku y depositó un beso en ella. Después, lo abrazó con fuerza.
—Está bien —cedió el joven—. Lo entiendo. Volveré a nuestro mundo y le diré a tu madre que te encuentras bien. Pero estaré atento a ti todo el tiempo, y si necesitas mi ayuda, volveré. Solo tienes que llamarme.
Izuku sonrió.
—¿Has encontrado otro lago mágico como el que había detrás de mi casa? —preguntó.
—No, pero All Might tiene un espejo por el que se puede ver el mundo de los humanos. Estaré pendiente de ti —repitió.
—¿Cómo está mamá? ¿Y Tizona?
—Te echan de menos, pero están bien.
—Cuida de ellas, Shoto-kun.
—Por supuesto.
Katsuki buscaba a Izuku por toda la casa. Hacía un buen rato que había desaparecido y no se encontraba en el baño. Preguntó a sus amigos si lo habían visto, pero nadie se había encontrado con él. Finalmente, una chica le dijo que había visto a un joven de cabello rizado con otro chico al otro lado del jardín.
Se encaminó hacia allí y al fin lo encontró. Efectivamente, se encontraba junto a un joven alto y apuesto, de cabello rojo y blanco. Desde donde estaba, no podía escuchar lo que decían, pero le molestó las confianzas que ese chico se estaba tomando con Izuku: lo tenía agarrado de la cara y le había besado en la frente. Katsuki apretó los puños cuando vio cómo se abrazaban el uno al otro, y decidió acercarse antes de que aquel momento íntimo pudiera ir a más.
—Oi, Izuku —lo llamó.
Izuku se apartó del joven al que estaba abrazando y sonrió. Agarró al chico de la mano y tiró de él para acercarlo a Katsuki.
—Kacchan, él es mi amigo Shoto.
—Me llamo Shoto Todoroki. Un placer —dijo el joven, inclinando la cabeza.
—Soy Katsuki Bakugo —respondió el rubio sin el mínimo asomo de cortesía—. Así que… ¿un amigo?
—¡Sí! —respondió Izuku—. Nos conocimos hace unas semanas, cuando iba a visitarte a la panadería y… bueno, cuando estabas ocupado.
Katsuki sabía que Izuku había dicho esas palabras sin mala intención, y sin embargo su estómago se revolvió al recordar los días en los que había ignorado intencionadamente al joven de los ojos verdes.
Lanzó una mirada hostil a Todoroki, y para su sorpresa, el joven se la devolvió sin ningún reparo. Katsuki apretó la mandíbula. Estaba claro que ese bastardo mitad y mitad no quería una simple amistad con Izuku.
—Bueno, yo solo venía a decirte que se está haciendo tarde. Deberíamos irnos ya —dijo el rubio, sin apartar la mirada de los ojos heterocromos de su rival.
—¡Oh, quería quedarme a charlar un poco más con Shoto! —se lamentó Izuku.
—Tengo que levantarme temprano para trabajar —insistió Katsuki.
El chico de cabello a dos colores agarró a Izuku por la cintura y lo acercó a sí.
—Tranquilo, Bakugo. Si lo que te preocupa es que Izuku regrese solo, yo puedo acompañarlo dentro de un rato.
Katsuki frunció el ceño. Le estaba costando un esfuerzo considerable aparentar indiferencia hacia ese tipo. Por nada del mundo se le ocurriría dejar a Izuku solo con él siendo sus intenciones tan claras.
Asahi reapareció en escena para pedirle a Izuku y a Katsuki que se unieran de nuevo a la fiesta. Estaba tan borracho que no se dio ni cuenta de que allí también se encontraba un chico al que no había invitado.
—Nos quedaremos un rato más —cedió Katsuki, fulminando con la mirada a Shoto.
Una hora y media más duró aquella tortura en la que tuvo que aguantar viendo cómo Izuku y Shoto charlaban animadamente sentados en un rincón de la fiesta mientras él les dejaba espacio sin quitarles los ojos de encima.
Había algo extraño en aquellos dos. Parecía que se conocieran de toda la vida por la familiaridad con la que se trataban. Nadie diría que se hubieran visto una sola vez anteriormente.
Finalmente, Shoto anunció que tenía que marcharse. Volvió a tomar a Izuku de la cara para mirarlo a los ojos y le pidió que tuviera muy presente lo que le había dicho una hora antes. Izuku asintió con una sonrisa llena de ternura y se despidió de su amigo.
El camino de regreso a casa de los Bakugo fue bastante silencioso. Katsuki pugnaba por reprimir aquel sentimiento amargo que le recorría el cuerpo y le arañaba las entrañas. Tenía cientos de palabras atascadas en la garganta que quería escupir, mascullar, gritar; reclamos envenenados que tenía que tragarse al recordarse que todo aquello había sido culpa suya y que Izuku estaba en todo su derecho de conocer a otros chicos y enamorarse de ellos si quería. Al fin y al cabo, ellos solo eran amigos.
—¿Estás cansado, Kacchan? —le preguntó Izuku. Su tono de voz era tan dulce como siempre.
—No —masculló cortante.
—Estás muy callado.
—Solo estaba pensando…
Cállate. Cállate, se repetía una y otra vez el rubio en su cabeza.
—¿En qué pensabas?
No. Lo. Digas.
—Me preguntaba cómo puedes tener tanta confianza con alguien al que acabas de conocer —soltó de un tirón.
Eres un jodido imbécil.
—¿A qué te refieres?
—A ese chico —continuó—. Ese bastardo mitad y mitad. ¿Te conoce de un solo día y ya te toca la cara y te abraza con esas confianzas?
Izuku ensanchó sus ojos y se paró en mitad del camino. Katsuki también detuvo su caminata y se volvió para mirarlo. El joven parecía sorprendido. Permaneció con sus ojos en él durante unos instantes y finalmente, su expresión se deformó a medida que una carcajada salía de su boca de forma descontrolada.
—¿Qué demonios es tan divertido?
—Ka-Kacchan —dijo Izuku sin parar de reír—, ¿estás celoso?
Katsuki se sonrojó hasta las orejas. Apretó los dientes y desvió la mirada.
—¿Celoso, yo? Tch…
Izuku se limpió una lágrima que caía de su ojo y se llevó las manos a la barriga para contenerse.
—Creía que solo somos amigos —dijo Izuku con doble intención.
—¡Lo somos!
—Entonces, no deberías estar celoso.
—¡No estoy…!
Izuku se colocó frente a él y puso sus dedos en la boca de Katsuki a tiempo para acallarlo. Sus ojos verdes brillaban con la luz de la luna y atraparon irremediablemente la atención del rubio. Izuku sonrió.
—No debes estarlo —le dijo en un susurro íntimo—. Solo tengo ojos para ti. Aunque tú no tengas ojos solo para mí…
Contra todo pronóstico, sus palabras no estaban llenas de dolor y angustia como Katsuki hubiera esperado, sino envueltas en un halo de misterio que dejó al rubio pensativo hasta que llegaron a casa.
—Mañana me quedaré solo en la panadería mientras mis padres van a comprar. Me vendría bien algo de ayuda —le dijo antes de que se metiera en su habitación.
Los ojos de Izuku se iluminaron.
—¡Claro que sí, Kacchan!
Katsuki sonrió.
—Bien. Entonces vete a la cama. Tienes exactamente cuatro horas para dormir.
Izuku rio. Si Katsuki supiera que apenas dormía por las noches, no habría dicho aquellas palabras como si fuera a representar un problema para él.
—Estaré preparado. Buenas noches, Kacchan.
—Buenas noches, nerd.
Por suerte, Izuku durmió durante esas cuatro horas plácida y profundamente. Por primera vez en mucho tiempo, no tuvo pesadillas. Había pasado un día fantástico y hasta sus sueños le habían dado una tregua. Cuando Katsuki llamó a su puerta, ya estaba vestido y listo para trabajar.
Cuando llegaron al obrador, todavía era de noche. Izuku admiró a Katsuki por ser capaz de llevar ese ritmo de vida sin que su energía y su ánimo de vieran afectados.
Katsuki le dio un delantal y se pusieron manos a la obra. Tenían que preparar masa suficiente para el día siguiente y darle forma a los panes que fueran a vender ese día. Katsuki le mostró la máquina que utilizaban para mezclar todos los ingredientes de la masa. Después, le enseñó a crear distintos tipos de panes: integrales, con semillas, chapatas, baguetes, camperos…
Izuku miraba primero y después lo imitaba. Aprendía rápido y se le daba bien. Katsuki alabó su maña en más de una ocasión.
—Tengo un gran maestro —sonrió el chico de ojos verdes.
—Bien, esto ya está. Vamos a llevar el pan al horno.
Katsuki abrió con cuidado la puerta de un gran horno y metió varias bandejas llenas de pan. Poco después, un delicioso aroma comenzó a impregnar el obrador.
Izuku dio un salto de alegría.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
—Todavía es temprano. Haremos algunos dulces de hojaldre para vender en la tienda.
El rubio se dirigió a la nevera y regresó con masa, mermelada, chocolate y varias frutas: fresas, kiwi, melocotón y arándanos.
—Empezaremos con algo sencillo —le dijo—: haremos hojaldres con crema pastelera y frutas.
A Izuku se le hizo la boca agua solo de pensarlo.
—Vale. ¿Por dónde empezamos?
—Primero, vamos a meter el hojaldre en el horno.
Katsuki estiró con un rodillo el hojaldre y usó un molde cuadrado para cortar la masa en varias partes. Las colocó en una bandeja y las pinchó con un tenedor para que la masa no subiera en el horno. Finalmente, la pintó con una yema de huevo y lo llevó al horno.
—Lava la fruta y córtala en rodajas mientras yo preparo la crema.
—¡A la orden!
Izuku cortó con cuidado las frutas y las colocó en un plato mientras Katsuki batía en el fuego una mezcla de leche, yemas de huevo, azúcar, vainilla y harina. Un olor dulce se mezcló con el del pan que todavía se encontraba en el horno y el estómago de Izuku comenzó a rugir.
—Aguanta, nerd —le dijo Katsuki con una sonrisa ladeada—. Si te portas bien, te dejaré que comas uno.
—¡Me lo he ganado, Kacchan!
—Todavía no. Vigila el pan, no se vaya a quemar.
Izuku corrió a la puerta del horno y observó cómo la masa blanca que habían estado trabajando unos minutos antes había tomado un tono dorado y una textura crujiente.
—Creo que ya están hechos.
—Apaga el horno entonces.
—¿Saco el hojaldre?
—¿Está listo?
—Tiene un bonito color.
—Bien. Sácalo. Lo dejaremos enfriar antes de ponerle la crema pastelera. Mientras, prepararemos unas trenzas rellenas de chocolate y pasteles en forma de estrella con mermelada.
Katsuki dejó a un lado la crema pastelera y comenzó a trabajar la masa del hojaldre a una velocidad inusitada. Izuku intentaba seguirle el ritmo, pero en esta ocasión, se le complicó un poco. No estaba muy seguro dónde debía hacer los cortes en el hojaldre y cómo conseguir las formas que salían de las manos de Katsuki sin ninguna dificultad.
—¿Es así? —preguntó.
—No. Lo estás haciendo al revés.
—¿Así?
El rubio alzó una ceja y sonrió de forma burlona. Izuku se había hecho un lío.
—Vaya, parece que tu buena racha ya se acabó —comentó, mientras se limpiaba las manos en el delantal.
—Estoy aprendiendo, Kacchan. Ten paciencia.
—A ver…
El rubio se posicionó tras Izuku. Un escalofrío recorrió la columna del chico cuando sintió el cuerpo de Katsuki en su espalda y aquellos grandes brazos rodeando su cuerpo. Katsuki tomó sus manos y las guio sobre la masa.
—Cortas aquí y aquí. Eso es. Ahora, coges este trozo de masa y lo llevas hacia el lado contrario. Aquí, pones una cucharada de chocolate…
Izuku obedecía a medida que el joven le señalaba todos los pasos a la vez que intentaba que no se le notaran los nervios en sus movimientos o en su voz. Podía sentir la respiración de Katsuki en su cuello. Su voz se había tornado suave y aterciopelada.
—¡Y-ya está! —exclamó Izuku cuando consiguió la forma deseada en su hojaldre—. ¡Ha quedado muy bien, ¿verdad, Kacchan?!
Giró hacia Katsuki, pero el chico no contestó. Se había quedado ensimismado mirándole. El corazón de Izuku volvió a desbocarse cuando se dio cuenta de que aquellos ojos rojos estaban sobre él.
—¿Qué… qué pasa? —preguntó inocentemente.
Katsuki acercó sus labios entreabiertos a los de él. Izuku contuvo la respiración y cerró los ojos al darse cuenta de sus intenciones, pero en el último momento, el rubio cambió de dirección y lo besó en la mejilla, peligrosamente cerca de su boca. Izuku dejó escapar el aire de sus pulmones y abrió los ojos.
Katsuki suspiró.
—Tenías un poco de chocolate en la cara —se excusó.
Estaba a punto de separarse de él. Izuku notó cómo su cuerpo se alejaba lentamente del suyo. En un impulso, agarró a Katsuki de la camiseta.
—¿No… no tengo más chocolate… en la cara? —preguntó con un hilo de voz suplicante, ansiosa.
Katsuki lo meditó durante unos instantes, apenas unos segundos que se hicieron eternos para Izuku. Entonces, el chico metió el dedo pulgar en el tarro de chocolate y manchó intencionadamente los labios de Izuku.
—De hecho, sí.
Se metió el dedo para limpiar los restos de chocolate y acto seguido, alzó la barbilla de Izuku y le lamió los labios en un movimiento lento y sensual que hizo que el joven se estremeciera de pies a cabeza. Cuando hubo terminado su labor de limpieza, se lanzó a por la boca de Izuku. El chico de ojos verdes lo recibió con un gemido de satisfacción, como si hubiera estado esperando por aquello durante mucho tiempo. Llevó su mano derecha al cabello de Katsuki para ahondar el beso.
Esta vez, no fue un beso tierno y lento como el de la noche del festival, sino pasional y desesperado. En él, mostraban el hambre que habían sentido el uno por el otro durante esas semanas en las que habían intentado mantener la distancia a pesar de las miradas deseosas que se dedicaban.
Izuku se dio la vuelta para quedar de frente a Katsuki y el rubio aprovechó la oportunidad para agarrarle la cara con ambas manos e introducir la lengua entre sus labios. Izuku subió las manos desde su pecho hasta su cuello a medida que la temperatura de sus cuerpos aumentaba.
Se separaron un instante para respirar y se miraron a los ojos. El aliento caliente de ambos se entremezclaba.
—Katsuki…
Katsuki apartó las bandejas que se encontraban detrás de Izuku y alzó al joven para sentarlo sobre la encimera de metal. Después de hacerse un lugar entre sus piernas abiertas, Katsuki volvió a la carga y atacó de nuevos su boca de forma frenética y ansiosa.
No querían pensar. Ninguno de ellos quería pensar si aquello estaba bien o si estaba mal. En ese momento preferían dejarse llevar por los sentimientos que inundaban sus pechos cada vez que unían sus labios de esa manera. Estaban hartos de reprimir sus ganas y sus deseos cada vez que estaban juntos. Solo querían besarse, tocarse, sentir que estaban allí el uno para el otro. Aquello de ninguna manera podía estar mal.
De repente, el ruido de la puerta exterior hizo que se separaran bruscamente. Con la respiración agitada, escucharon cómo unos pasos avanzaban hacia el interior del obrador. Alertados, Katsuki se separó de Izuku y el chico bajó de la encimera para regresar a sus quehaceres antes de que Mitsuki y Masaru Bakugo entraran y los pillaran con las manos en donde no debían.
—Buenos días, chicos —saludó Masaru, adentrándose en el almacén del obrador para guardar las compras.
—B-buenos días, Masaru-san —respondió Izuku.
—Hola —dijo Katsuki.
Mitsuki entró poco después.
—Buenos días, Katsuki, Izuku —dijo—. ¿Está todo listo?
—El pan está listo —respondió Katsuki con tranquilidad, sin apartar la mirada de la crema pastelera, que ya se había enfriado—. Estamos haciendo unos hojaldres.
—S-sí —le siguió el juego a Izuku. A él se le notaba mucho más nervioso—. De frutas, chocolate y mermelada.
—Ponle las fresas a este hojaldre, Izuku —mandó el rubio.
—¡S-sí!
Mitsuki los observó detenidamente mientras Katsuki rellenaba los hojaldres con la crema e Izuku colocaba la fruta por encima sin cruzar una sola mirada. Ambos tenían los cabellos desordenados e Izuku tenía la cara tan roja que parecía a punto de explotar.
—¿Ha pasado algo? —preguntó.
—¡No! ¡No! ¡Para nada! —respondió el chico de cabello verde con voz temblorosa. Katsuki ni siquiera se dignó a responder.
Mitsuki frunció el ceño. Allí había gato encerrado.
Se fijó detenidamente en los chicos, que seguían trabajando como si no quisieran mirarla a los ojos y se dio cuenta de algo: Izuku tenía la cara, la cintura y el trasero lleno de harina. Katsuki, por su parte, tenía harina en el pelo y en el cuello. Sonrió para sí, y sin embargo…
—¡KATSUKIIIIIII! —rugió, propinándole un golpe a su hijo en la cabeza.
—¡¿Qué haces, vieja bruja?!
Mitsuki lo agarró por la oreja.
—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que el obrador no puedes hacer guarradas?! ¡¿Quieres que nos llegue una inspección y se me caiga el pelo?!
—¡No he hecho…!
Volvió a tirarle de la oreja.
—¡No me mientas! ¡Debería darte vergüenza, aprovecharte del pequeño Izuku de esa manera!
—¡No me he aprovechado de él!
Izuku estaba a punto de desmayarse de la vergüenza. Se tapaba la cara con ambas manos mientras le suplicaba a Mitsuki que parara.
—¡Mitsuki-san, no hemos hecho nada, de verdad!
Mitsuki soltó la oreja de Katsuki y abrazó con fuerza a Izuku.
—Tranquilo, mi lindo Izuku, yo te protegeré del pervertido desvergonzado de mi hijo.
—¡¿A quién llamas pervertido, vieja?!
—Dime la verdad, Izuku: ¿dónde te ha tocado?
—¡Mitsuki-san!
Continuará...
