¡Buenas!
Capítulo 11 antes de que terminen mis vacaciones y tenga menos tiempo para escribir. Jeje. Debo decir que casi me estalla el corazoncito escribiendo este capítulo. Espero que os guste, porque le he puesto mucho cariño.
Por cierto, Mimi Aelita, me alegró mucho lo que me dijiste de que alguien estaba recomendando la historia en Facebook. Me hizo mucha ilusión. La verdad es que me está gustando más cómo está quedando esta historia que la de El hilo rojo. Espero no liarla demasiado. Jajaja.
¡Disfrutad mucho de la lectura y nos vemos en breve!
Capítulo 11: Juramento eterno
—¿Cuánto más tendré que esperar? —Aquella voz fría y llena de impaciencia resonó en el despacho oscuro.
All for one sonrió.
—La paciencia, mi querido amigo, es un árbol de raíz amarga, pero de dulce fruto.
— Ese crío lleva ya tres meses en el mundo de los humanos —masculló—. Creo que he sido más que paciente. ¡Hicimos un trato! ¡Te entregué al chico en bandeja de plata!
—Y cumpliré mi parte —aseguró All for one—, pero no hay que apresurar las cosas. El joven Midoriya se ha estado tomando muy en serio su papel de protector del humano al que ama. No se separa de él ni un momento. Pero nadie es capaz de mantener un estado de tensión así en su cuerpo durante mucho tiempo. El chico cada vez está más cansado. Llegará un momento en el que bajará la guardia, y entonces actuaré.
—Espero que sea pronto —espetó la voz.
—Más pronto de lo que imaginas.
La silueta de aquel dios se cruzó de brazos en se apoyó contra la pared.
—Ese entrometido, el hijo de Enji Todoroki, no deja de meter sus narices en donde no le llaman. No me gustaría que lo estropease todo.
—Es solo un crío —rebatió All for one—. No tiene poder suficiente como para enfrentarse a mí y tampoco hay forma de que consiga deshacer el contrato que hice con su amigo. Está atado de manos.
Un gruñido.
—Eso espero.
—Por el momento, dejemos que el pequeño Izuku disfrute. Al fin y al cabo, hoy es su cumpleaños —rio All for one.
Como cada día, lo primero que hizo Shoto al despertar fue revisar el espejo mágico que le había prestado All Might para comprobar que Izuku se encontrase bien. Era temprano y el joven de rizos verdes todavía dormía plácidamente en su cama abrazando la almohada. Shoto revisó sus muñecas y comprobó que no hubiera nada en ellas. Antes de volver a su mundo, le había dado una pulsera hecha con hilo rojo y le había pedido que se la pusiera si en algún momento necesitaba su ayuda. Sería una forma sencilla de saber si su amigo se encontraba bien.
Star se había ofrecido a ayudarle en todo lo que necesitara. Conocía perfectamente a All for one y todo lo que era capaz de hacer. En una ocasión, le había ofrecido a ella misma un trato para intentar conseguir su quirk. Por supuesto, por muy desesperada que se hubiera visto, jamás habría accedido a hacer tratos con el dios maldito. No conocía a un solo dios que hubiera salido ganando en un pacto con ese ser mezquino y aprovechado.
—Tengo pensado quedarme por aquí un tiempo —le había dicho—. Si en algún momento necesitas mi ayuda, ven a buscarme. No importa la hora que sea. Tenemos que ayudar a ese chico y evitar que All for one se haga con sus poderes.
Star era una buena persona, pero Shoto sabía que detrás de su ofrecimiento había mucho más que una mera intención altruista. Tanto Star como All Might se sentían inquietos por el hecho de que All for one estuviera ganando poderes a un ritmo vertiginoso.
—Hace miles de años que se dedica a hacer tratos con otros dioses para ganar poder —le explicó Star—. Cuando su primer don se desarrolló, nadie creía que fuera a ser un tipo poderoso. Con su quirk original, podía sustraer los dones de otros dioses y acumularlos en su propio cuerpo. Era algo realmente peligroso, porque si un dios pierde sus poderes, también pierde su divinidad, y deja de existir en nuestro mundo. Pero apenas era un crío y nadie creía que fuera capaz de hacer algo semejante. Además, los dioses de su alrededor eran mucho más fuertes y no permitirían que se les acercara con intención de robarles. Pero el chico era astuto, y comenzó a hacer ese tipo de tratos totalmente legales y a conseguir quirks de todo tipo.
—Hace años que quiere sucederme —continuó All Might—. En una ocasión, incluso intentó acceder al poder mediante la fuerza, pero éramos muchos los dioses que nos opusimos a él, y a pesar de sus múltiples dones, se vio obligado a retroceder. Pero si continúa consiguiendo quirks… No sé lo que podría pasar.
—Por eso Midoriya es un gran objetivo para él —explicó Star—. Puede conseguir varios dones con un solo trato. Además, es joven, impulsivo y está enamorado. Es un blanco fácil de embaucar.
—Tenemos que estar atentos a todos sus movimientos, pero como ya te dije, joven Todoroki, ahora mismo no podemos hacer nada. Su contrato con Midoriya es legal. Solo podemos esperar a que cometa algún error, que haga algo que invalide el contrato.
—Ni siquiera sabemos cuáles son las cláusulas de ese contrato —se quejó Shoto.
—En ese caso, solo nos queda esperar y ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
Izuku se dirigía a la panadería como hacía cada día desde que el calor se había establecido definitivamente en el pueblo. Dudaba que Katsuki pudiera tener un accidente mortal mientras hacía pan, pero prefería no descartar ninguna posibilidad y estar cerca de él. Además, ese día era su cumpleaños, y no podía imaginar una mejor forma de pasarlo que ayudando a Katsuki a hacer dulces como el día anterior.
Todavía era temprano. El sol apenas acababa de salir por el horizonte y la temperatura ya le estaba haciendo sudar. Imaginó que dentro del obrador haría bastante calor y paró a comprar té frío en una tienda antes de continuar su camino. Mitsuki y Masaru le habían estado pagando a cambio de ir todos los días a echar una mano en la tienda. Al principio, se había negado. Suficiente hacían con alimentarlo y darle un techo bajo el que dormir. Además, Katsuki había gastado parte de su sueldo en comprarle ropa. Pero ambos habían insistido y al final había acabado aceptando un pago simbólico que solía gastar en comida para la familia.
Al llegar al obrador, le extrañó encontrar la puerta metálica cerrada con llave. Dio la vuelta al edificio para entrar por la puerta de la tienda, pero tan pronto como la abrió, Katsuki se interpuso entre él y la entrada.
—Lo siento mucho, pero hoy no aceptamos nerds en la cocina —le dijo con una sonrisa burlona.
Izuku se sentía anonadado.
—Buenos días a ti también —le dijo—. ¿Y se puede saber por qué no puedo entrar?
—Los dulces de ayer te salieron tan mal que la vieja bruja te ha vetado la entrada —le dijo, dándole un golpecito en la punta de la nariz con su dedo índice.
Izuku se frotó la nariz haciendo un mohín.
—Es mentira. Mitsuki-san no me haría eso. ¿Por qué no quieres que entre, Kacchan? ¿Es que hay algo que no quieres que vea?
Katsuki suspiró.
—Pues no sé, nerd. Déjame pensar… Hoy es tu cumpleaños, esto es una pastelería… ¿Sabes sumar dos más dos?
Los ojos de Izuku se iluminaron.
—¿Me estáis haciendo una tarta de cumpleaños? —preguntó con un tono tan agudo que a Katsuki le pareció oír a algún perro gañir.
El joven se encogió de hombros.
—Yo no he dicho eso.
—¡Pero lo has insinuado! —Izuku saltó de felicidad una y otra vez con tanto entusiasmo que las latas de té casi se cayeron de la bolsa—. ¿De qué es? ¿De chocolate? ¿De vainilla? ¿De fresa? ¡Me gustan todas!
—¡Cálmate! —exclamó Katsuki, poniéndole la mano en la cara—. Y déjanos trabajar y lo único que tendrás será un mendrugo de pan con una vela encima.
—¡Qué malo, Kacchan! ¡Mira, incluso os he traído té helado para que no tengáis tanto calor!
Katsuki cogió la bolsa y le revolvió los rizos con una mano. Sacó una de las latas de la bolsa, la abrió y bebió un sorbo largo. Mientras echaba la cabeza hacia atrás, unas gotas de sudor le cayeron por el cuello. Se secó la boca con el dorso de la mano y suspiró de alivio.
—Justo en lo que necesitaba —dijo.
—¿Ahora me dejarás entrar para ver la tarta? —preguntó con su mejor sonrisa y ojos suplicantes.
—No —respondió Katsuki, agarrándolo por la cintura y obligándolo a darse la vuelta. Antes de que pudiera protestar, se acercó a su oído y le susurró—. En realidad, tengo una misión para ti.
—¿Una misión?
—Sí. Vuelve a casa y prepara unos bentos para esta tarde. Iremos de excursión. Tú y yo.
—¿Vamos de excursión? —La ilusión y el brillo regresó a los ojos de Izuku—. ¿A dónde?
—Es una sorpresa. Ahora ve y prepara algo rico.
—¡Sí, Kacchan!
Izuku corrió por el camino de vuelta, pero cuando apenas había recorrido unos metros, se volvió hacia Katsuki con expresión preocupada.
—¿Qué? —preguntó el rubio, alzando una ceja.
—Ten cuidado —le pidió—. Después de trabajar, ve directamente a casa.
—¿Qué crees que tengo, cinco años? Vete ya. Pareces mi madre.
Izuku asintió y regresó a la casa. Después de todo, Katsuki no estaba solo. Mitsuki y Masaru estaban con él. Y estando dentro de la panadería, no le pasaría nada.
De camino a la casa, volvió a parar en la tienda de alimentos y compró varios ingredientes. Pensaba preparar una comida al nivel de un gran chef para agradecerle a Katsuki que lo llevara de excursión. Coció arroz, preparó tamagoyaki y unas hamburguesas, cortó unas salchichas en forma de pulpo, frio unas gambas rebozadas e hizo una ensalada con verduras frescas a las que añadió soja y semillas de sésamo. Todo un festín.
Después, lo colocó todo en las fiambreras con cuidado, pensando en cada detalle para que Katsuki se llevara una grata sorpresa al abrirlas. Envolvió los bentos en unos paños y los metió una mochila. Por supuesto, preparó a Mitsuki y a Masaru sus propias fiambreras para que pudieran comer algo cuando regresaran del trabajo.
También preparó té frío y limonada que puso en dos termos con hielo. Por último, rellenó una botella de agua grande y fue a vestirse para estar listo cuando Katsuki regresara. Escogió ropa cómoda y unas zapatillas de deporte que habían comprado después de que sus sandalias se rompieran en su última visita al bosque.
Cuando la familia Bakugo volvió a casa, Izuku ya estaba preparado en la entrada con todo lo necesario y una sonrisa de oreja a oreja. Katsuki fue a cambiarse de ropa y cogió su propia mochila.
—¿Estás listo?
—Llevo listo desde hace una hora —respondió Izuku.
—Entonces, vámonos.
—¿Está muy lejos de aquí?
—No demasiado.
Realmente, el lugar sí que estaba un poco lejos caminando, pero cuando estaba con Katsuki, Izuku sentía que el tiempo volaba. Se internaron en el bosque y caminaron entre árboles de copas altas que daban buena sombra a los excursionistas. Katsuki conocía al detalle el terreno y era un experto guía.
El olor de las flores y de distintos tipos de plantas se mezclaba en el aire con el aroma de la comida que Izuku llevaba a su espalda. Los pájaros y las cigarras creaban una hermosa melodía que los acompañaba a cada paso que daban.
Llegaron hasta el río y Katsuki se descalzó.
—¿Vamos a cruzarlo? —preguntó Izuku, imitándolo.
—Lo mejor está al otro lado.
Se remangaron los pantalones y cruzaron con cuidado. El agua estaba tan fría que Izuku sintió un hormigueo recorriéndole los pies.
—Ten cuidado con las piedras —le dijo Katsuki, agarrándolo de la mano para ayudarlo a cruzar al otro lado.
Se calzaron de nuevo y, por pura inercia, Izuku tomó una vez más la mano de Katsuki y no volvieron a separarlas hasta que llegaron a su destino. El rubio lo guio por una zona de densos arbustos que a duras penas permitían avanzar. Izuku se sentía cada vez más intrigado. ¿A dónde le estaría llevando Kacchan?
—Ahora tienes que ser muy precavido —le dijo—. Vamos a pasar cerca de un desfiladero. Pégate a la pared y no sueltes mi mano. ¿Está claro?
Izuku asintió, pero tan pronto como vio el desfiladero, todos los miedos que había tenido en la cabeza durante las últimas semanas, volvieron a él. Era una pendiente muy inclinada con varios metros de caída de la que sobresalían troncos de árboles —algunos destrozados por el tiempo y el clima— y arbustos con espinos. Hasta sus oídos llegaba el sonido del río fluyendo a los pies de la montaña. El lugar por el que Katsuki pretendía pasar era un camino estrecho construido en la montaña por el que solo podía pasar una persona a la vez. Izuku lo agarró con fuerza del brazo e intentó hacerle retroceder cuando se dispuso a dar el primer paso.
—Ka-Kacchan…, ¿no hay otro camino?
El rubio permanecía tranquilo. Con su amplia experiencia en la escalada, un camino de esas características no representaba un problema para él.
—No, es el único camino para llegar al lugar al que quiero llevarte.
—En ese caso, ¿por qué no vamos a otro lugar?
—¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo?
—No parece muy seguro…
—Tranquilo, he pasado por aquí cientos de veces —le aseguró—. Te prometo que todo estará bien. El lugar al que vamos es impresionante. Te gustará.
—Me gustará cualquier lugar en el que esté contigo, Kacchan —insistió Izuku. La palabra "accidente" no paraba de repetirse en su mente.
Katsuki dejó por un momento la mochila en el suelo y tomó la cara de Izuku entre sus manos.
—Oi, no me gusta dejar que los miedos controlen mi vida, y tú tampoco deberías dejar que controlen la tuya. De otra forma, te perderás un montón de cosas. Pero si realmente no quieres ir, no te obligaré. Yo solo… quería que tu cumpleaños fuera jodidamente increíble.
La culpa invadió el cuerpo de Izuku. Katsuki quería darle una sorpresa y él la estaba estropeando. Podía ver la decepción en sus ojos. Pero para él era mucho más importante su seguridad que cualquier sorpresa de cumpleaños.
—Kacchan… Es que…
—Está bien —dijo el chico, visiblemente desilusionado—. Regresaremos al río y comeremos algo allí. Después, volveremos a casa.
Izuku lo sostuvo con fuerza de la mano.
—¡E-está bien! Pasaremos por el desfiladero, pero yo iré primero —exigió. Si iban a caminar por un lugar tan peligroso, al menos quería asegurarse de que el terreno fuera lo suficientemente seguro como para que Katsuki pasara por él.
—¿Estás seguro?
Izuku asintió.
—Y no sueltes mi mano —le pidió, tendiéndosela con decisión.
Katsuki sonrió. Parecía divertido ante la imagen de un Izuku dominante y protector. El rubio tomó su mano y le dejó guiar el camino. El chico de ojos verdes intentó no mirar hacia abajo mientras daba los primeros pasos, tanteando el terreno con los pies antes de dejar caer el peso de su cuerpo sobre el suelo. Agarraba con tanta fuerza a Katsuki que le estaba cortando la circulación de la sangre en la mano.
El paso por el desfiladero fueron apenas unos minutos que a Izuku le parecieron horas. Cuando llegaron al otro lado, soltó de golpe todo el aire que tenía en los pulmones y se dejó caer en el suelo, agotado.
—Exagerado —se burló Katsuki—. No te sientes ahora. Ya casi hemos llegado.
—Por favor, dime que no hay más desfiladeros como ese.
—Ni uno solo. Es más, el lugar que digo está justo detrás de esos árboles que ves allí. Vamos.
Una vez más tomados de la mano, Katsuki caminó hasta el punto señalado, pero antes de continuar, le pidió a Izuku que cerrara los ojos para que la sorpresa fuera mayor. El chico obedeció, ya repuesto del susto que se había llevado con el desfiladero, y caminó confiando en que Katsuki no le dejaría caer.
Se dio cuenta de que escuchaba el sonido del agua cayendo y borboteando con gran intensidad. Katsuki le ayudó a quitarse la mochila y lo guio una vez más hacia el sonido del agua.
—Ya puedes abrir los ojos.
Izuku obedeció y lo que vio lo dejó sin aliento. Se llevó las manos a la boca, maravillado por toda la belleza que lo rodeaba. Nunca había imaginado que un lugar así pudiera existir fuera de los cuentos de hadas. Se encontraban junto a tres grandes cascadas que caían sobre enormes rocas llenas de musgo y formaban un lago de agua cristalina cuya superficie reflejaba los rayos del sol. A su alrededor, había montones de sauces de ramas colgantes y flores amarillas y rosas crecían por todas partes.
—Kacchan… esto es…
—Impresionante, ¿no es así?
—Es lo más bonito que he visto en toda mi vida.
—Y lo tenemos todo para nosotros —le susurró Katsuki en el oído.
—¿De verdad?
Kacchan asintió.
—Aquí nunca viene nadie. ¿Qué dices? ¿Nos damos un baño?
Izuku miró a Katsuki contrariado.
—No tengo bañador, Kacchan. No nos acordamos de comprarlo cuando fuimos a la tienda de ropa.
—Lo sé —dijo el rubio, quitándose la camiseta y tirándola a la hierba—. Por eso yo tampoco he traído.
Antes de que Izuku pudiera preguntar, Katsuki se deshizo también de sus pantalones y de su ropa interior, dejando a la vista del chico un trasero blanco, redondo y perfecto. Izuku se llevó las manos a los ojos, rojo como un tomate.
—¡K-KACCHAN!
Katsuki dio un salto y se zambulló en el lago. Al salir a flote, se sacudió el agua de su cabello puntiagudo y animó a Izuku a imitarle.
—¡Vamos! El agua está perfecta. No te va a ver nadie —añadió al ver la reticencia del joven a quitarse la ropa—. ¿O prefieres pasar calor?
Izuku dudó, pero finalmente comenzó a quitarse la camiseta mientras sentía los ojos del rubio clavados en él.
—¡Da-date la vuelta!
Katsuki enarcó una ceja y soltó una risa corta y nasalizada, pero obedeció la petición de Izuku. El chico se desnudó tan rápido como pudo y se introdujo en el lago de la misma forma en que lo había hecho Katsuki. El agua fría le cortó la respiración por unos instantes, y cuando salió a la superficie no pudo evitar lanzar un grito ahogado al aire.
—¡Está muy fría!
Sintió la presencia de Katsuki a su espalda y se estremeció cuando este le habló en el oído, colocando las manos en su cadera.
—Feliz cumpleaños, nerd —le dijo, y acto seguido comenzó a lanzarle agua a la cara.
Izuku devolvió el ataque lanzando agua con todas sus fuerzas mientras reía a carcajadas. El ejercicio le devolvió a su cuerpo el calor. Katsuki pidió una tregua y le pidió que lo siguiera hasta donde rompían las cascadas. Nadaron hasta allí e Izuku jugó distraídamente con el agua que caía. El rubio le mostró una pequeña cueva que se escondía tras la cascada más grande y a la que se accedía por una pequeña abertura que quedaba libre entre la piedra de la montaña y el agua. Era una maravilla contemplar la cascada desde dentro, intuyendo las formas y los colores de todo lo que había fuera.
—Este sitio es increíble.
—Sabía que te gustaría —contestó Katsuki—. Lo encontré hace unos años, mientras exploraba nuevas zonas para hacer escalada. Me di cuenta de que nadie venía nunca aquí por el difícil acceso. Vengo de vez en cuando, cuando quiero estar solo.
—Así que… soy el único que conoce este lugar, aparte de ti.
—Eso es —corroboró el rubio—. Por eso, disfruta tu cumpleaños, porque después tendré que matarte para que no cuentes el secreto.
—¡Qué malo! —rio Izuku—. Sabes que yo nunca contaría tus secretos. Puedes confiar en mí.
—Lo sé —dijo, alzándole la barbilla para mirarlo a los ojos con una sonrisa maliciosa—. Pero… ¿tú puedes confiar en mí? Al fin y al cabo, casi no me conoces. ¿Y si en mis ratos libres me dedicara a destripar ancianitas indefensas?
Izuku tuvo que aguantar la risa. Era gracioso que Katsuki dijera algo así, no por la broma macabra de destripar ancianas, sino por creer que Izuku no lo conocía lo suficiente. Después de todo, había estado junto a él prácticamente toda su vida.
—¿Y si fuera yo quien se dedica a asesinar jóvenes rubios y atractivos? Podrías estar en peligro, Kacchan.
Katsuki soltó una sonora carcajada.
—No serías capaz de matar ni a una mosca.
Salieron detrás de la cascada y nadaron un rato más antes de enfundarse en su ropa interior para salir a comer. Se lo estaban pasando tan bien que ni se dieron cuenta de que el tiempo corría y el sol comenzaba a descender en el horizonte. Izuku miraba atentamente a Katsuki mientras probaba los manjares que había preparado unas horas antes. No quería perderse su expresión mientras saboreaba las bolas de arroz, las hamburguesas o la ensalada. Quería asegurarse de que todo estuviera a su gusto. Incluso había traído un poco de salsa picante en un botecito.
—Deja de mirarme o voy a pensar que es verdad que eres un asesino de jóvenes rubios y atractivos. ¿No habrás puesto veneno en la comida?
—Le estás echando tanta salsa picante a esa hamburguesa, que no me extrañaría que te destrozara el estómago. Por lo demás, puedes estar tranquilo. No eres lo suficientemente rubio ni lo suficientemente atractivo como para que te mate —bromeó.
En realidad, Katsuki era el chico más guapo que había conocido en su vida. No había un solo centímetro de él que no fuera deseable, y podía decirlo en voz alta ahora que había tenido la oportunidad de verlo completamente desnudo, aunque hubiera sido apenas unos segundos y solo lo hubiera visto de espaldas.
—Es una lástima —pronunció el rubio con indiferencia—. Porque solo las personas que piensan que soy dolorosamente atractivo pueden abrir la caja del tesoro.
Esto último llamó poderosamente la atención del chico de ojos verdes.
—¿La caja del tesoro? ¿Qué caja es esa?
—La caja donde traigo lo que he estado haciendo esta mañana en la pastelería.
—¡¿Has traído mi tarta?! —exclamó el joven—. ¡Quiero verla! ¡Quiero verla, Kacchan!
—Lo siento, pero tendré que dársela a alguien que de verdad admire mi belleza.
—¡Yo lo hago! ¡Yo la admiro! —aseguró, agarrándolo del brazo.
—¿A quién podría dársela? ¿A Asahi, quizás?
—¡Asahi tiene novio, Kacchan!
—¿Y? Se la daré para que disfrute con él.
—¡Pero yo la quiero! —exclamó, subiéndose sobre él para tirarlo sobre la capa de hierba que crecía a los pies del árbol bajo el que habían decidido comer—. ¡Dámela, Kacchan! ¡Por favor! ¡Eres el chico más guapo que he visto nunca!
—No sé… No estoy seguro de que seas sincero.
Izuku infló los mofletes. A Kacchan le gustaba jugar con él, y aunque sabía que al final acabaría cediendo y dándole lo que pedía, era divertido seguirle el juego.
—¿Qué tengo que hacer para que me creas?
Katsuki fingió pensarlo. Se levantó del suelo con Izuku todavía sobre sus piernas y lo agarró por la cintura. Apartó unos rizos, todavía mojados, que caían sobre la cara del chico y le impedían ver plenamente aquellos grandes ojos verdes.
—Dame un beso —le pidió.
Un leve sonrojo cubrió las mejillas de Izuku y se le escapó una sonrisa nerviosa. Se acercó a Katsuki y depositó un beso en una de sus mejillas. El rubio refunfuñó.
—Es el beso que le daría un nieto a su abuela. No el de alguien que piensa que la otra persona es atractiva.
Izuku besó entonces su frente.
—El beso de una madre a su hijo —volvió a quejarse Katsuki.
Izuku acunó la cara del joven con sus manos y besó la punta de su nariz, pero antes de que pudiera decir algo, unió sus labios en un beso dulce y casto. Se separó de él apenas unos centímetros y le miró a los ojos.
—¿Puedo ver mi tarta ahora? —le rogó con una voz suave, tierna.
—Está en la mochila. Una caja blanca —señaló, haciendo un movimiento con la cabeza.
Izuku se levantó a toda velocidad y rebuscó en la mochila. Sacó la caja de cartón blanco con detalles dorados y la colocó al lado de Kacchan.
—¿Puedo abrirla ya?
—Adelante.
El joven ahogó una exclamación tan pronto como desunió las solapas que hacían de cierre. Aquello no era una tarta, pero realmente se trataba de una caja llena de tesoros. Katsuki había optado por hacer pequeños pasteles de diferentes sabores y decoraciones. Cada uno era una pequeña obra de arte. Uno de ellos tenía la frase: "Feliz cumpleaños, Izuku" escrita con chocolate encima de la crema. Izuku se admiró del pulso que Katsuki debía de tener para hacer una letra tan perfecta y tan pequeña a la vez.
—¡Kacchan, son preciosos!
—Lo importante es que sepan bien.
—Son tan bonitos que da pena comérselos.
—Oi, me he despertado a las tres de la madrugada para hacerlos. Ni se te ocurra despreciarlos.
—¿A las tres de la madrugada? —repitió, atónito—. No hacía falta que te esforzaras tanto. Debes estar muy cansado.
—Estaba preparándome para echar una siesta en este lugar. Ahora calla, cierra los ojos y abre la boca. Tienes que adivinar el sabor de cada pastel. Si no, tendrás un castigo. Enséñame lo que has aprendido durante estas semanas conmigo, nerd.
Izuku rio y cerró los ojos. Un delicioso aroma llegó hasta sus fosas nasales cuando Katsuki acercó el primer pastel a sus labios. Dio un bocado pequeño y saboreó un bizcocho relleno de una crema suave.
—Qué rico —suspiró, aún con la boca llena. Utilizó la lengua para limpiar los restos que habían quedado en la comisura de sus labios e intentó adivinar—. Creo que es vainilla con canela y nueces —dijo.
—Has acertado —confirmó Katsuki, llevándose el resto del pastel a su propia boca y cogiendo otro—. A ver este.
Izuku repitió el proceso. Dio otro bocado pequeño para dejar que Katsuki se comiera el resto y paladeó con gusto el dulce antes de responder.
—Es… ¿fresa? No, no es fresa… Tiene un sabor más intenso. ¿Frambuesa? Pero tiene algo más… no estoy seguro de qué es.
—¿Te rindes?
—Me rindo.
—Son arándanos —replicó Katsuki—. Has fallado. Recibirás un castigo.
—¿Qué clase de…? Oh…
Izuku casi se atragantó cuando sintió los dedos de Katsuki apartando su cabello para acceder mejor a su cuello. Al principio, se encogió cuando notó cómo los labios del rubio jugaban con su piel, pero terminó estirando el cuello, dándole permiso para continuar. Se mordió los labios cuando Katsuki clavó suavemente sus dientes en su carne, produciéndole un escalofrío y un calor sofocante en la cara. Por desgracia, la experiencia terminó tan pronto como comenzó, y el chico acercó a su boca otro pastel.
—Mmm… Merengue y mermelada de… No sé de qué es la mermelada.
—Sí que lo sabes.
El aliento cálido de Katsuki cayó sobre sus labios.
—No, no lo sé, Kacchan —insistió con voz estrangulada, inclinándose hacia adelante con la esperanza de que el rubio no retrocediera.
—Es una simple mermelada de fresa —dijo el chico antes de atrapar el labio inferior de Izuku con los dientes.
Izuku tragó saliva. Le estaba siendo muy difícil controlar su respiración. El calor que antes había sentido en la cara comenzaba a invadir todo su cuerpo. Sintió el impulso de abrir los ojos, pero aquel juego era lo más excitante que había hecho nunca con Katsuki y no quería estropearlo.
El joven volvió a acercar un dulce a su boca.
—No sé lo que es —mintió descaradamente. Aquel sabor solo podía pertenecer a un clásico pastel de chocolate.
—Mentiroso —le acusó Katsuki en voz baja. Podía sentirlo cerca de él. Solo tenía que moverse unos milímetros para que sus narices se rozaran—. Estás fallando adrede, ¿no es así?
Por fin, abrió los ojos y dio con esos orbes rojos que le dejaban sin respiración.
—Quizás —susurró.
Izuku llevó su mano derecha a la nuca de Katsuki y lo acercó a él. Se besaron con desesperación, tal y como lo habían hecho el día anterior en la panadería. Sus bocas sabían a una mezcla de chocolate, frambuesa y canela. Katsuki agarró a Izuku por la cintura y lo tumbó sobre el manto de hierba sin separarse ni un instante de sus labios. Haciéndose un hueco entre sus piernas, tomó su cara entre ambas manos y ahondó el beso entrelazando su lengua con la de Izuku.
El chico de ojos verdes introdujo sus dedos entre el cabello rubio y puntiagudo y tiró suavemente de él. Se sentía extasiado. Estaban solos, besándose prácticamente desnudos en un lugar paradisiaco. El roce de sus pieles lo estaba volviendo loco. Katsuki había apartado las manos de su cara y recorría su cuerpo con ellas.
Katsuki besó el cuello de Izuku y fue bajando poco a poco, realizando un recorrido que pasaba por su pecho y terminaba en su abdomen. El rubio alzó las caderas de Izuku con ambas manos y besó apasionadamente el punto que se hallaba bajo el ombligo del joven. El chico reaccionó con un espasmo. Un gemido escapó de su boca.
Katsuki levantó la mirada y lo observó: sonrojado, con aquellos maravillosos ojos verdes humedecidos y brillantes, y los labios levemente separados. Su pecho subía y bajaba con rapidez. No podía soportarlo más.
Enredó los dedos en el elástico de los calzoncillos de Izuku y tiró de ellos, dejándole completamente desnudo. Acto seguido, regresó a sus labios y volvió a besarlos mientras notaba cómo el joven le bajaba tímidamente los suyos.
Llevaba deseando aquello demasiado tiempo, demasiados meses. No había habido día que no deseara tener a ese chico entre sus brazos, besarlo, tocarlo, hacerle el amor hasta que cayeran agotados. No deseaba otra cosa. Solo quería estar con él y que sus sentimientos y sus deseos fueran correspondidos.
—Kacchan…
Ese joven de rizos y ojos verdes estaba haciéndole perder el juicio. Lo estaba haciendo desde la primera vez que lo vio y sus miradas se encontraron. Estaba jodidamente enamorado de él. Lo amaba. De verdad lo amaba.
—Deku —salió de su boca, y entonces todo se rompió.
Se alejó de él como si tuviera un resorte en el cuerpo al darse cuenta de lo que había dicho. Izuku no pareció reaccionar al hecho de que hubiera dicho el nombre de otra persona, pero él no pudo soportarlo. Se levantó pidiendo disculpas y se alejó hacia el lago, introduciéndose en sus aguas en el momento en el que el sol estaba a punto de desaparecer.
Al principio, Izuku se preguntó qué habría hecho mal para que Katsuki se fuera espantado. No lo entendía. Todo iba tan bien… Y de repente, cayó en la cuenta: Katsuki había nombrado a Deku, y él todavía pensaba que Deku e Izuku eran personas distintas.
Corrió tras él y se introdujo en el agua ignorando la fría temperatura. Katsuki había cruzado nadando hasta el otro extremo y se había apoyado contra una de las rocas.
—Kacchan —lo llamó, colocando una mano en su espalda.
—Lo siento. Lo siento —dijo, sin mirarlo a la cara.
—No tienes por qué sentirlo. No estoy enfadado. De verdad. Todo está bien.
—No, no está bien —lo contradijo—. Nada está bien. Cada vez que intento avanzar, aparece él en mi cabeza —gimoteó—. Lo he intentado, pero no puedo… Sé que esto es injusto para ti. No quiero que pienses que estoy jugando contigo.
—Nunca pensaría eso.
Katsuki pasó furiosamente el dorso de su mano por sus ojos para impedir que se formaran lágrimas en ellos. Izuku apoyó la cabeza sobre su espalda y permaneció ahí mientras sentía cómo el pecho de Katsuki subía y bajaba intentando controlar el llanto.
—Me siento tan estúpido —masculló.
Fue entonces cuando Izuku se rompió del todo y no pudo más con toda esa situación. Su llegada parecía haber traído más sufrimiento a Katsuki que su amor a distancia. Había provocado que se sintiera desdichado y dividido entre su amor por Deku y por Izuku hasta el punto de llorar frente a él. Y todo por anteponer su secreto a la felicidad del amor de su vida. ¿Acaso eso era lo correcto? A esas alturas, Izuku ya no tenía ni la más mínima idea si estaba haciendo bien o mal.
—Lo entiendo —murmuró—. Yo… siempre he estado enamorado del mismo chico, desde que tenía seis años.
Con estas palabras, consiguió captar la atención de Katsuki. Lo notó en la rigidez que de pronto tomó su cuerpo, en cómo este había dejado de temblar.
—Al principio me pareció un idiota —reconoció—. Lo observaba siempre desde la distancia, preguntándome por qué sería tan popular. Hasta que un día, fue testigo de cómo salvó a una gatita de un perro que la estaba atacando. Ahuyentó el perro y ayudó a la gata a bajar del árbol, pero se hizo mucho daño en el proceso. Yo estaba a su lado mientras regresaba a casa, cojeando, casi arrastrándose. Quería ayudarlo. Quería ayudarlo tanto…, pero no podía hacer nada. Así que me quedé junto a él. Y desde entonces, no he vuelto a dejar su lado.
Para ese momento, Katsuki ya de había dado la vuelta y lo miraba con incredulidad.
—¿Qué pasó con esa gata? —preguntó.
Izuku sonrió y bajó la mirada.
—Al día siguiente, salió al encuentro de ese chico. Él la adoptó y le puso un nombre precioso: Tizona. Estoy seguro de que fue ese el momento en el que me enamoré de él.
Katsuki contuvo la respiración y sus labios temblaron.
—¿Qué pasó entonces?
—No pasó un solo día en que no acudiera a su lado. Aprendí mucho de él. Aprendí que era un chico fuerte, valiente, muy inteligente. Solía hacerse el duro delante de los demás y siempre lloraba cuando nadie lo veía. Ante los ojos de los demás, era un abusón. Pero cuando llegaba del colegio, siempre besaba la cabecita de su gata.
»Sus padres son panaderos, y él disfrutaba jugando en el obrador y ayudando a amasar el pan y a hacer dulces. Por eso, cuando terminó el instituto, dijo a sus padres que no quería ir a la universidad, sino que prefería seguir con el negocio. Me encantaba ver la pasión con la que trabajaba la masa y creaba formas con ellas. Su madre insistió durante un tiempo en que aquel era un trabajo muy duro, pero él no se quejó ni una sola vez por tener que levantarse temprano o por los callos que le salían en las manos. Nunca se ha llevado bien con su madre, pero sé que la quiere muchísimo.
»Yo… siempre estuve con él. En sus momentos más felices y en los más tristes. Pero… él ni siquiera sabía que yo existía.
Su voz se resquebrajó. Una lágrima resbaló por la mejilla de Katsuki, que escuchaba atentamente cada una de las palabras de Izuku.
—Y entonces, sucedió un milagro —relató—. Un día, me quedé dormido a su lado y cuando desperté, me encontré con sus ojos mirándome directamente. A partir de ese momento, empecé a encontrarme con él a través de los sueños. Era tan feliz y tan infeliz al mismo tiempo… Él por fin podía verme. Por fin podíamos estar juntos, y sin embargo, nada de eso era totalmente real.
»Intenté alejarme de él, pero no pude. Sabía que yo no era bueno para él. Sabía que él merecía tener a alguien que de verdad pudiera estar a su lado. Y aun así, no podía dejar de amar a ese chico. No puedo dejar de amarle.
Cuando Izuku terminó su relato, los dos lloraban. En el silencio de la noche, lo único que se escuchaba era el sonido de la cascada y los sollozos de uno y de otro. Los ojos de Katsuki estaban llenos de esperanza. Izuku alzó una mano para tocar su cara. Katsuki la agarró y tiró de ella para envolver al joven peliverde en un abrazo.
—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Quién eres en realidad?
—Soy Izuku —respondió—. Pero también soy Deku.
—No eres humano. No puedes ser humano.
Izuku se encogió entre sus brazos y escondió la cara en el hueco de su cuello.
—Eso da igual —dijo—. Estoy aquí. Contigo. ¿No es lo único que importa?
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Quería decírtelo, pero no podía… No podía.
Katsuki se alejó unos centímetros para poder mirarlo. Sentía que el corazón le iba a estallar. Pasó sus manos por la cara de Izuku, acariciando su cabello y la piel de sus mejillas. Intentando corroborar que aquello no fuera otro de sus sueños.
—Realmente eres tú. Estás aquí —suspiró.
Izuku curvó los labios en una sonrisa de la que escapó una risa nerviosa.
—Estoy aquí, Kacchan. Estoy aquí.
Esta vez, se besaron de una forma totalmente distinta. Era un beso tembloroso, mojado por las lágrimas de ambos, entremezclado con los sollozos traicioneros que escapaban de sus bocas. Era un beso lleno de reconocimiento en el que descargaron todos los anhelos que habían estado reprimiendo hasta el momento. Un beso que sabía a reencuentro, a esperanza, a sueños. Un beso torpe, como si fuera el primero, dulce y terriblemente esperado.
—Te amo —le dijo Katsuki.
—Te amo —respondió Izuku.
El chico de ojos verdes se puso de puntillas y besó sus lágrimas con delicadeza.
—Las lágrimas son lo más puro del interior de cada ser —explicó, dirigiéndose a la otra mejilla para repetir la acción—. Besar las lágrimas de una persona es el acto de amor más sagrado que existe. Al menos, eso me enseñó mi madre.
—Así que no tenías amnesia después de todo —rio Katsuki.
Izuku negó con la cabeza.
—Solo dije eso para poder quedarme contigo.
—Y ¿qué más te enseñó tu madre sobre besar lágrimas? —preguntó, imitando al joven de cabello verde y depositando besos en sus mejillas mojadas.
—Son parte de un ritual. Un juramento eterno que hacen las personas que se aman y que quieren estar siempre juntas —expuso, algo atontado por las atenciones que le dedicaba el rubio.
—¿Como una boda?
Izuku negó de nuevo.
—Es mucho más poderoso que una simple firma de papeles. Un juramento eterno crea un vínculo entre las dos personas, un vínculo muy fuerte que nadie puede romper—. Miró hacia el cielo. La luz de la luna llena iluminaba sus siluetas—. La luna debe ser testigo de ese juramento.
—¿Por qué la luna?
—Porque a ella no se la puede engañar. En todas las historias y leyendas, la noche es el momento en el que se encuentran los amantes. Y la luna siempre está ahí, contemplándolos.
Katsuki tomó su mano y besó la palma con cariño. Izuku colocó la otra sobre el pecho del rubio y sintió su corazón, que latía a la vez que el suyo propio.
—¿Y tú? —preguntó Kacchan, apoyando su frente contra la de él y cerrando los ojos—. ¿Me amarás toda la vida?
—Katsuki Bakugo —pronunció su nombre con un tono aterciopelado, delicado y totalmente enamorado—, he venido hasta aquí solo por ti. Eres mi mundo, la persona que más me importa. Y juro que te amaré y cuidaré de ti hasta que nuestros corazones dejen de latir.
—Izuku Midoriya —dijo Katsuki, y entonces corrigió—: mi Deku. Desde que te conocí, he soñado cada día contigo. De día y de noche. Juro que no dejaré que nada ni nadie nos vuelva a separar. Por fin esto es real y no pienso volver a perderte.
—Te amo —repitió Izuku—. Por fin puedo decirlo en voz alta. Te amo.
Katsuki agarró a Izuku por la cintura y lo alzó hasta que ambos quedaron a la misma altura. El chico de ojos verdes se agarró a su cuello y se besaron una vez más de forma lenta y apasionada.
Izuku volvió a sentir ganas de llorar. Había pensado que ese momento nunca llegaría. Había pensado que todos aquellos secretos le carcomerían las entrañas por no poder gritar a los cuatro vientos quién era él de verdad y cuál era su historia. Al fin y al cabo, el amor entre Katsuki e Izuku era tierno y sencillo, pero el amor entre Katsuki y Deku iba mucho más allá. Traspasaba todo tipo de reglas y fronteras. Era el amor entre dos seres que se habían hallado a pesar de pertenecer a mundos diferentes. Un amor imposible que se había hecho realidad.
—Katsuki, hazme el amor.
Debería de haberse sentido nervioso, quizás un poco asustado. Pero las manos de Katsuki sobre él se sentían de lo más natural, como si hubieran sido creadas con el único objetivo de acariciar su piel. Sus labios parecían hechos para recorrer su cuerpo centímetro a centímetro. Sus ojos no podían despegarse de él.
Izuku gimió cuando Katsuki guio sus piernas para que le rodeara la cintura con ellas y lo apoyó contra unas rocas llenas de una generosa capa de musgo que hacía las veces de colchón y que evitaron que se dañara la espalda. Desde que las hormonas propias de la adolescencia se habían hecho presentes en su cuerpo, siempre se había preguntado cómo sería estar con el rubio de esa manera; se había preguntado qué sentiría cuando Katsuki lo desnudara y lo tocara de aquella forma. Y ahora que estaba ocurriendo, Izuku no podía imaginar nada más maravilloso y placentero, ni una mejor manera de concluir su cumpleaños.
Hicieron el amor durante horas. Una vez que se probaron el uno al otro, no hubo manera de que se separaran. Katsuki fue cuidadoso con él y lo fue guiando a causa de su evidente inexperiencia. Le indicaba qué debía hacer, cómo debía colocarse, cómo debía tocarle…
En aquel silencio que los envolvía, se escuchaban sus gemidos extasiados y el movimiento que provocaba en el agua el vaivén de sus caderas. Hasta ese momento, ni Izuku ni Katsuki habían sido realmente conscientes de lo hambrientos que estaban el uno del otro. A Izuku incluso se le saltaron las lágrimas cuando alcanzó el clímax la primera vez.
Cuando sus cuerpos no pudieron soportar el agotamiento físico ni emocional, salieron del lago y se tumbaron en la hierba cubriendo únicamente sus zonas íntimas con la ropa interior. Se quedaron dormidos entre palabras y promesas de amor.
—Ha llegado el momento —pronunció All for one, mirando por uno de sus portales cómo dormían los dos enamorados.
—Pensaba que ibas a respetar su cumpleaños —comentó Shigaraki, que se encontraba tirado de forma descuidada sobre uno de los sillones.
—Y lo he hecho —sonrió—. El reloj marca las doce. Es oficialmente 16 de julio.
—¡Qué bien! ¡Pronto veré a Izuku de nuevo! —exclamó Toga, dando saltos por la habitación.
—Así es, Toga. Pronto lo verás.
Katsuki abrió los ojos y se incorporó en mitad de la noche. Ni siquiera se fijó en Izuku, que dormía plácidamente a su lado. Estaba escuchando algo: una voz, una melodía quizás. Era algo que lo llamaba y lo atraía.
Se puso de pie involuntariamente y sus pies avanzaron mientras su mente seguía aturdida por aquel sonido que tiraba de él como si fuera un muñeco de cuerda. Ni siquiera era consciente de lo que estaba ocurriendo. Sus ojos estaban abiertos, pero no veían. Estaba despierto y a la vez soñando. No podía controlar su propio cuerpo.
Sus pasos lo alejaron progresivamente de Izuku y lo llevaron hacia el camino por el que habían llegado allí.
Izuku despertó instantes después al no sentir el calor de Kacchan cerca de él. Lo llamó con voz adormilada mientras buscaba se frotaba los ojos y miraba hacia el lago. Hacía calor y pensó que quizás Katsuki habría ido a refrescarse, pero el rubio no aparecía por ningún lugar.
—¿Kacchan? ¡Kacchan! —volvió a llamarlo, empezando a preocuparse.
Se puso en pie y caminó por los alrededores, intentando divisarlo. Finalmente lo vio: Katsuki caminaba lenta, pero imparablemente hacia el desfiladero.
Su corazón se aceleró y el sueño abandonó por completo su cuerpo.
—¿Kacchan? —lo llamó una vez más, pero Katsuki no pareció oírlo. Continuó caminando hacia el precipicio—. ¡Kacchan!
Corrió todo lo que pudo. Decenas de piedras y trozos de ramas se clavaban en dolorosamente en la planta de sus pies, pero no notaba el dolor. Corrió con toda su alma, llamándolo, rogándole que no continuara. Gritó a todo pulmón su nombre. El corazón y los pulmones le iban a estallar. Tenía que llegar a tiempo. Tenía que alcanzarlo. Katsuki estaba al borde del desfiladero. Alzó la mano y se lanzó hacia adelante. Su grito resonó en todo el monte.
—¡KACCHAAAAN!
Continuará...
