Capítulo 12: Tu vida y mi eternidad
Sangre.
Había sangre por todas partes. Izuku sentía que el aire no le llegaba a los pulmones. Katsuki yacía junto a él con dos profundas heridas por las que se le drenaba la vida a medida que se desangraba.
Todo había ocurrido muy rápido. Había alcanzado a Katsuki en el momento en el que se dejaba caer al vacío, pero no tenía de dónde agarrarlo. Sin pensarlo un momento, se había lanzado hacia su cuerpo y lo había abrazado con fuerza.
Ambos cayeron.
Sus cuerpos rodaron por la empinada pendiente del desfiladero golpeándose una y otra vez contra rocas, matorrales y ramas secas. Izuku soportó el dolor aferrándose a Katsuki con fuerza e intentando protegerle con su propio cuerpo, pero todo fue en vano: durante la caída, dos filosas rocas habían atravesado el cuerpo del rubio como si fuera mantequilla, una cerca del hombro y otra junto a la pelvis. Él, sin embargo, había salido ileso a excepción de algunas heridas superficiales y las magulladuras provocadas por los golpes.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser así? Si habían caído desde el mismo sitio, ¿por qué Katsuki había resultado gravemente herido y él no?
Intentó cubrir las heridas con sus manos, pero la sangre no cesaba de manar. No tenía nada con qué detener las hemorragias. Toda su ropa se había quedado junto a sus mochilas a excepción de su ropa interior. Desesperado, palmeó el rostro de Katsuki repetidas veces.
—Despierta —rogó entre lágrimas—. ¡Por favor, despierta!
El rubio entreabrió los ojos y los fijó en él, pero volvió a cerrarlos de inmediato.
—No, no cierres los ojos. No te vayas —le pidió—. Quédate conmigo. Quédate conmigo.
Katsuki apoyó su cabeza contra el regazo de Izuku. Su respiración era cada vez más débil. Izuku acarició sus mejillas ensangrentadas y lloró contra su rostro al darse cuenta de que no había nada que hacer. Allí no había nadie que pudiera ayudarlos y se encontraban demasiado lejos del pueblo como para llevarle hasta allí.
—No me dejes —sollozó—. Por favor. Te necesito. Por favor. Por favor.
Había llegado el momento que tanto había estado temiendo durante meses. Al final, nada de lo que había hecho había valido para nada. No había importado lo pendiente que había estado a él o las noches que había pasado en vela por las continuas pesadillas. De nada había servido dejar atrás su mundo y abandonar a su familia. Nada de lo que había hecho había tenido sentido.
—Lo siento. No he podido protegerte. Lo siento muchísimo, Kacchan.
Su corazón estaba dejando de latir. Las palabras que había pronunciado hacía apenas unas horas retumbaron en su cabeza y se clavaron en su pecho como puñales.
"Juro que te amaré y que cuidaré de ti hasta que nuestros corazones dejen de latir."
Sintió rabia, impotencia. Aquello no era justo. No era justo que una persona noble y leal como Katsuki muriera de esa forma. Se preguntó si ese accidente se podría haber evitado si él no le hubiera dicho cuándo era su cumpleaños, o quizás si se hubiera negado a ir a aquel lugar idílico donde había pasado los mejores momentos de su vida junto a su amor. Se preguntó… si todo eso hubiera podido evitarse si él no hubiera entrado en la vida de Katsuki. ¿Acaso había sido él el verdadero culpable de todo? ¿Hubiera sido distinto el destino de aquel chico si él no hubiera ido al mundo de los humanos?
Abrazó con fuerza el cuerpo inerte de Katsuki y lloró con toda su alma mientras le pedía perdón una y otra vez y le decía que lo amaba. Hubiera hecho cualquier cosa por que el rubio le respondiera por última vez, por que le mirara con sus ojos de color rubí y le sonriera como solía hacerlo, pero él ya no estaba allí con él. Se había ido. Tal y como había dicho la profecía de Nighteye.
—No puedes… No puedes irte.
Katsuki todavía tenía mucho que vivir, mucho que experimentar. Tenía que convertirse en un gran panadero y pastelero. Tenía que viajar, contemplar bellos atardeceres desde distintos puntos del mundo, probar sabores nuevos, leer cientos de libros, experimentar con todo tipo de deportes de riesgo, decirle a su madre que la quería a pesar de sus incontables discusiones. Tenía que amar y ser amado. Aún le faltaban demasiados besos por dar, demasiadas palabras de amor que decir. Su corazón debía seguir latiendo por otra persona… aunque no fuera él. A esas alturas, ya nada le importaba. Solo quería que Katsuki respirara, que viviera.
—Kacchan…
—Ohh, pobre Izuku, sufriendo por su amor perdido.
Izuku se estremeció al escuchar la voz de Toga. Escuchó pasos acercándose, pisando hojas secas y haciendo crujir ramitas que se habían desprendido de los árboles. El bosque estaba tan oscuro que no los vio hasta que los tuvo enfrente. Ni en los ojos de Toga ni en los de Shigaraki había compasión. La chica le miraba con aquella eterna sonrisa que helaba la sangre y el joven de cabello blanco no podía esconder el desprecio que sentía hacia él.
Toga se agachó junto a ellos y estiró la mano para tocar la cara de Katsuki, pero Izuku le dio un manotazo a tiempo.
—No lo toques —gruñó con una voz tan débil que resultaba imposible intimidar a nadie.
Toga, sin embargo, ensanchó su sonrisa.
—¿Sabes, Izuku? Con la sangre que ha derramado podría convertirme en él durante meses. Apenas notarías la diferencia. Yo te querría tanto o más que él.
—Cállate —gimió Izuku—. Cállate, por favor.
Shigaraki negó con la cabeza como si estuviera presenciando un caso sin remedio.
—Sabes que todo esto ha sido tu culpa, ¿verdad? —habló con su voz desgastada y aburrida—. Te dejaste llevar por tus sentimientos y olvidaste para qué habías venido aquí.
—¡Yo no…!
—¿Acaso crees que no sabemos que le confesaste la verdad a ese humano? —lo acalló. El rictus de dolor en la cara de Izuku se acentuó—. Antepusiste vuestra historia de amor a tu misión y ahora estás pagando las consecuencias.
El joven quería replicar. Quería decirle que no había sido más que un accidente. Estaba cansado después de tantos días durmiendo a duras penas. Se había quedado dormido. Ni siquiera estaba seguro de lo que había pasado. No sabía por qué Katsuki se había levantado y había caminado directamente hacia el precipicio. Nada de aquello tenía sentido.
Las palabras se agolparon en su garganta, pero al abrir la boca, de ella solo salió un sollozo contenido. Apretó los labios y volvió a abrazar a Katsuki contra su pecho.
Toga seguía revoloteando a su alrededor canturreando y mirándolos como si fuera un león y ellos fueran sus presas.
—Cubierto de sangre está incluso más guapo —comentó con una risita que le produjo un escalofrío.
Izuku no podía soportarlo más. No solo tenía que lidiar con el luto y sus sentimientos de tristeza y culpa, sino que además tenía que aguantar a esos dos burlándose de su dolor y de la pérdida que acababa de sufrir, señalándolo como el único culpable de la muerte del amor de su vida, mirándolo como si solo fuera un juguete a costa del cual podían divertirse. No podía más.
Estaba siendo testigo en primera persona de la falta de compasión del dios maldito. Era consciente de que había perdido, de que All for one había salido ganando en el trato que habían realizado, pero ni siquiera había tenido la bondad de esperar un poco para reclamar su premio. El cuerpo de Katsuki todavía se encontraba tibio y esos buitres ya se encontraban a su alrededor para asediarlo.
—Sé que tengo que ir con vosotros —sollozó—, pero… dadme un poco más de tiempo. Por favor… No puedo dejarlo aquí. Tengo… tengo que llevarlo con sus padres…
La sola idea hizo que dos gruesas lágrimas recorrieran su rostro. No quería siquiera imaginar la mirada de Mitsuki y Masaru cuando vieran el cuerpo sin vida de su hijo. ¿Cómo podría explicarles lo que había pasado? ¿Cómo podría mirarlos a la cara después de prácticamente haber arrastrado a Katsuki de su casa aquella tarde para llevarlo hasta su perdición? Su único hijo… Les había arrebatado lo que más amaban y nunca podría perdonárselo.
—Aún no está muerto —anunció Shigaraki, haciendo que Izuku levantara la mirada—. Aunque apenas le queda un hilo de vida.
—Nuestro amo nos ha enviado a hacerte una proposición —canturreó Toga.
—¿Una proposición?
—Sí —confirmó Shigaraki—. Está dispuesto a hacer un nuevo trato contigo.
Izuku se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y lo miró, esperanzado.
—¿Qué clase de trato?
—Ha estado pensando en el trato anterior y no ha quedado del todo satisfecho. Se ha dado cuenta de que lo único que le interesa de ti son tus poderes. No tú—. Sus palabras eran contundentes, crueles, pero sin un atisbo de sentimiento en ellas.
Izuku tragó saliva, dándose cuenta de lo que eso significaba. Las manos le temblaron y miró a Shigaraki con horror.
—Pero… sin mis poderes, yo…
Shigaraki asintió.
—Un dios no puede vivir en nuestro mundo sin poderes —confirmó sus sospechas—. Desaparecerías. A cambio, usará uno de sus dones para sanar a tu novio. Una vida por otra. Un trato bastante justo, ¿no te parece?
El miedo inundó cada centímetro del cuerpo de Izuku al oír el nuevo pacto que le ofrecía el dios maldito y se sintió estúpido al darse cuenta de cómo lo había engañado para conseguir lo que quería. Shoto se lo había advertido. Ese dios siempre hacía lo mismo. Él no le interesaba para nada. Lo que siempre había querido era sus poderes, y ahora le estaba poniendo entre la espada y la pared.
—Yo no tardaría en decidirme —dijo Toga—. All for one puede sanar, pero no revivir a los muertos.
Izuku suspiró. Había caído de lleno en la trampa del dios, y sin embargo, si había una mínima posibilidad de salvar a Katsuki, él no dudaría en aceptar el trato. Le había prometido que lo protegería y así iba a ser.
—¿Dónde tengo que firmar?
Todo fue tan rápido como había comenzado. Shigaraki sacó un papel idéntico al que había firmado en el despacho de All for one y se lo tendió.
—Con tu huella digital será suficiente —dijo.
Izuku imprimió su huella sobre el papel con la sangre que cubría sus manos y se lo devolvió. Shigaraki miró hacia el cielo y mostró por primera vez una sonrisa de satisfacción.
—Ha aceptado el trato, amo —pronunció hacia el aire.
Acto seguido, Izuku fue testigo de cómo las heridas de Katsuki empezaron a cerrarse y que la mayor parte de la sangre que se había desbordado por los costados de su cuerpo regresaba a sus venas. El joven infló sus pulmones con una respiración profunda y su corazón volvió a latir con fuerza. Izuku sollozó, aliviado.
—Dios… menos mal. Gracias. Gracias —murmuraba mientras apretaba a Katsuki contra sí para sentir su respiración.
Shigaraki y Toga sonrieron.
—Sí, gracias a Dios —rio Shigaraki.
Cuando Katsuki recuperó la consciencia, volvía a encontrarse junto al lago. Izuku se encontraba a su lado, vestido y con los brazos y piernas llenos de magulladuras y cubiertos por sangre seca. Tenía una sonrisa en los labios y tristeza en los ojos. Intentó incorporarse, pero le dolía todo el cuerpo. Sentía unas penetrantes punzadas en la zona del hombro y de la ingle. Se miró a si mismo y pudo apreciar dos grandes cicatrices en los lugares donde sentía más dolor. Su cuerpo, aún semidesnudo, se hallaba pegajoso y teñido de rojo. La cabeza le iba a estallar.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, intentando volver a levantarse.
Izuku le ayudó a incorporarse y recostarse contra el tronco del árbol bajo el cual habían estado durmiendo un rato antes.
—No hagas esfuerzos —le dijo Izuku. Para Katsuki no pasó desapercibido el hecho de que había obviado su pregunta. El joven volvió a sonreírle y acarició su cara con dulzura—. Ahora todo va a estar bien. Vas a estar bien.
—¿Tú estás bien? —preguntó, rozando un rasguño de su frente del que había manado un hilo de sangre.
Izuku tomó su mano y pegó la cara contra ella. Esperaba poder retener en su mente la calidez del cuerpo de Kacchan para cuando no estuviera con él. Su expresión se resquebrajó unos instantes y se le formó un nudo en la garganta.
De todas formas, apenas me queda tiempo, pensó.
—¿Izuku?
Tragó saliva e intentó volver a forzar una sonrisa, pero las lágrimas volvieron a traicionarlo y escaparon una vez más de sus ojos.
—Lo importante… —dijo con voz temblorosa— es que tú estás bien. Y que vas a vivir una vida larga… y feliz.
—¿Por qué me dices eso? ¿Por qué parece que te estás despidiendo?
Izuku se mordió los labios. En el rostro de Katsuki había vuelto a aparecer aquella mirada. La misma mirada de desesperación de cuando le había pedido entre lágrimas que no se fuera la noche del festival; la misma de cuando le había recordado su promesa de quedarse con él cuando había ido a buscarlo al bosque y había bromeado con buscar otra casa en la que vivir. Esa mirada que presagiaba abandono.
Se acercó a él y lo besó suavemente en los labios sabiendo que ese sería el último beso. Él último beso con el amor de su vida. Un beso terriblemente amargo. Un beso de despedida.
—Te amo con toda mi alma, Kacchan —le dijo en voz baja cuando se separó de él—, pero tengo que irme.
El rostro de Katsuki se deformó en un rictus de terror. Lo agarró del brazo para asegurarse de que no se alejara de él y exclamó:
—Me dijiste que te quedarías. Me lo prometiste —le recordó.
—Lo sé —gimió Izuku—, pero no me queda otra opción.
Otra vez sentía ese nudo en la garganta que apenas lo dejaba hablar. La mirada de desesperanza que le dedicaba Katsuki lo hería profundamente, pero no podía decirle la verdad. No quería que se sintiera desdichado o culpable toda su vida por los tratos que había realizado con el dios maldito. Al fin y al cabo, él había tomado aquellas decisiones libremente, y no se arrepentía de nada. Prefería que pensara que había roto su promesa. Quizás el desengaño lo ayudaría a olvidarle con el tiempo. Quizás le ayudara a abrir su corazón a otras personas y a enamorarse de nuevo.
Recordó el día en que se vieron por primera vez en sueños. ¿Cómo podría olvidarlo? Nunca se había sentido tan dichoso como el día en que se habían mirado a los ojos por primera vez. La sonrisa de Katsuki había sido tan genuina, tan maravillosa… Y ahora, esa sonrisa había desaparecido.
Si él no hubiera aparecido en su vida, Katsuki habría seguido sonriendo. Si nunca hubiera sabido de él, seguramente habría seguido su vida feliz, trabajando en la panadería sin ningún tipo de preocupación amorosa. Tarde o temprano habría conocido a alguien que lo amara tanto como Izuku lo hacía. Un humano. Alguien que le hubiera hecho la vida fácil. Al fin y al cabo, el amor debía ser así, ¿no? Sencillo. El amor no debía infligir dolor. Y la realidad era que Katsuki había llevado una vida feliz hasta que él había aparecido en ella.
Había sido egoísta y codicioso. Había aspirado a su amor a pesar de pertenecer a mundos distintos, a pesar de saber que a Katsuki no le convenía amarle y que hubiera estado mejor con alguien de su misma naturaleza.
—Lo siento —sollozó—. Lo siento. Yo solo quería… Solo quería estar contigo. No quería hacerte daño.
—Tenemos que irnos —habló una voz detrás de Izuku.
Katsuki fijó su vista en los dos individuos que se encontraban frente a él. La luz de la luna iluminaba sus rostros. No conocía de nada al chico, pero la joven le resultó familiar. Se estremeció al recordar su siniestra sonrisa. La había visto poco antes de que apareciera Izuku. Se la había cruzado una noche de camino a casa. Cuando lo había interceptado en medio del camino, le había preguntado si necesitaba algo. La chica había sonreído igual que lo hacía en ese momento y se había lanzado a él con una navaja en la mano. Por suerte, solo había conseguido hacerle un pequeño corte en la mejilla. Después, había desaparecido entre los árboles del bosque.
Katsuki apretó los puños. Algo andaba mal. ¿Qué hacían esas personas allí? ¿Qué querían?
Izuku asintió. Sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña pulsera de hilo rojo y la ató a la muñeca de Katsuki.
—Izuku, ¿quiénes son esos dos? —preguntó el rubio sin quitarle el ojo a Shigaraki y a Toga.
—Escúchame, Kacchan —le pidió Izuku—. No te quites esta pulsera, ¿vale? Todoroki te ayudará a regresar a casa. Es mi amigo. Puedes confiar en él.
—El jefe nos espera —insistió Shigaraki, mientras Toga los miraba fijamente entre risitas risueñas.
—¿Qué jefe? —gruñó Katsuki—. ¡¿De qué habla, Izuku?! ¡¿A dónde tienes que ir?!
Izuku lo silenció colocando la mano sobre su boca.
—Tranquilo —le dijo—. Tranquilo—. Se acercó a su oído y le susurró—:Hubiera deseado permanecer contigo toda tu vida y toda mi eternidad. Sé feliz, ¿vale?
—Izuku, espera —le pidió cuando se puso en pie y se alejó de él para acercarse a Shigaraki y a Toga—. ¡Izuku!
Katsuki se puso en pie apoyándose en el tronco del árbol, pero tan pronto como dio un paso, cayó de rodillas encogiéndose de dolor. Izuku se dio la vuelta, preocupado, pero Shigaraki y Toga pusieron las manos sobre sus hombros para retenerlo. A sus espaldas se abrió un agujero negro por el que se introdujeron aquellos individuos tirando de Izuku. El chico fijó sus ojos verdes en los de Katsuki por un instante.
—Adiós, mi amor —dijo antes de desaparecer.
El agujero se cerró ante la mirada horrorizada de Katsuki. Miró a un lado y a otro, pero no quedaba rastro de Izuku. Se lo habían llevado. Se lo habían arrebatado de su lado. Y él no había podido hacer nada por detenerlos.
El chico clavó sus dedos en la tierra con rabia.
—¡IZUKUUUUUUUU!
Shoto había revisado el espejo para comprobar que todo estuviera bien justo antes de meterse en la cama y lo que había visto le había revuelto el estómago. Izuku se encontraba bien. Demasiado bien. Se encontraba en el interior de un gran lago iluminado por la luz de la luna, dejándose besar y tocar por aquel humano. Lo que más le dolió no fue darse cuenta de que ambos estaban desnudos, sino la forma en la que Izuku le sonreía a ese chico. Hubiera deseado ser él el destinatario de esa sonrisa.
Después de esa visión, había tardado un buen rato en quedarse dormido, pero volvió a despertar pasada la medianoche con un mal presentimiento. Sacó el espejo del cajón de la mesa de noche y volvió a visualizar una vez más el lago donde unas horas antes había estado Izuku. Salvo que esta vez, el joven no se encontraba por ninguna parte. En su lugar vio a ese chico, Katsuki, bañado en sangre y con la pulsera que le había dado a Izuku alrededor de su muñeca.
Las alarmas saltaron en la cabeza de Shoto. Tocó el cristal del espejo para poder visualizar distintos puntos del paisaje, pero su amigo no aparecía.
Saltó de la cama y salió hacia casa de Star tan pronto como se hubo puesto las sandalias. No le importó que fuera tan tarde. La misma Cathleen le había dicho que podría buscarla a la hora que fuera. Aquello era una emergencia.
La diosa abrió la puerta con la mirada somnolienta y el pelo por la cara, pero cuando vio la expresión de Shoto, comprendió que había ocurrido algo grave.
—No está —dijo Shoto.
—¿Cómo que no está?
—No lo encuentro a través del espejo. Ha debido de pasar algo. Tengo que bajar al mundo de los humanos a ver qué ha ocurrido.
Star asintió.
—¿Con dos horas será suficiente?
—Eso espero.
Colocó su mano sobre Shoto.
—Shoto Todoroki, te convertirás en un humano durante dos horas. Pasadas estas, volverás a nuestro mundo como un dios.
Shoto sintió un hormigueo recorriendo sus extremidades y su cuerpo empezó a desaparecer.
—Gracias, Star.
—Mantenme informada a tu regreso.
Katsuki se afanaba en limpiar las manchas de sangre de su cuerpo en la orilla del río. Frotaba furiosamente sus brazos mientras su cerebro trabajaba a toda velocidad, intentando recordar qué demonios le había pasado para acabar así y decidiendo qué es lo que haría a continuación para encontrar a Izuku.
Su mente estaba enturbiada por la rabia y el miedo. Estaba aterrado por lo que pudiera pasarle a Izuku. Solo quería encontrarlo y traerlo de vuelta de dónde quisiera que se lo hubieran llevado. Pero ni siquiera estaba seguro de por dónde empezar a buscar. Las circunstancias en las que había desaparecido su chico eran extraordinarias y misteriosas. Fueran quienes fueran el chico y la chica que lo acompañaban, debían proceder del mismo lugar que Izuku.
Sintió una presencia a su espalda y quiso darse la vuelta con el puño en alto para defenderse de cualquier que quisiera atacarle, pero el mero amago le provocó un dolor agudo en el hombro que lo obligó a encogerse de dolor. Su atacante aprovechó para tirarlo al suelo agarrándolo del cuello. Sintió cómo varias piedras se le clavaban en la espalda y gruñó. El chico que lo había tumbado se posicionó encima de él sin dejar de agarrar su cuello.
Katsuki lo reconoció de inmediato: su cabello bicolor caía sobre sus ojos heterocromos. Era él, el chico que había estado hablando con Izuku en la fiesta de Asahi. El bastardo mitad y mitad que lo había besado en la frente y lo había abrazado con la excusa de ser solo un amigo cuando era más que obvio que estaba patéticamente enamorado de él. El mismo en el que debía confiar, según Izuku.
Se vio reflejado en su mirada y se sintió plenamente identificado con lo que vio en ella: ira, miedo, desesperación…
—¿Dónde está Izuku? —rugió Shoto.
—¿De dónde has salido tú? —preguntó Katsuki.
Shoto apretó la mano que rodeaba el cuello del rubio haciendo que este gruñera de nuevo.
—¡Responde! —exigió—. ¡¿Dónde está?! ¡¿Por qué llevas puesta esa pulsera?!
—Él me la dio —respondió a duras penas, intentando no ahogarse a causa del agarre de Shoto.
Katsuki estaba que echaba humo. En circunstancias normales, le hubiera asestado un buen puñetazo en la nariz a ese estúpido por atreverse a someterlo de esa manera, pero tenía el cuerpo agarrotado y no había parte de él que no le doliera.
—Solo has respondido a una de las preguntas —le recordó. Había algo en su voz que alertaba a Katsuki de que ese tipo le detestaba con toda su alma y no era difícil adivinar por qué—. Dime dónde está. ¿Qué le has hecho?
—¡No le he hecho nada! —masculló el rubio. El solo hecho de que ese imbécil pensara que él sería capaz de ponerle una mano encima a Izuku hizo que sus ganas de retorcerle el cuello se incrementaran—. ¡Se lo han llevado!
—¡Mientes! ¡¿Por qué estás cubierto de sangre si no tienes ninguna herida?! ¡Dime ya qué le has hecho!
La furia pudo más que el dolor físico de Katsuki. Lanzó su mano como si fuera una garra hacia la cara de Shoto y utilizó toda su fuerza para quitárselo de encima. No podía soportarlo. Toda su vida le habían tratado de abusón, y en parte él se había ganado con creces ese título, pero cuando se trataba de Izuku, no iba a permitir que nadie insinuara que él sería capaz de hacerle daño.
—¡Ya te he dicho que se lo llevaron! —exclamó.
—¡Y yo te he dicho que no te creo! —respondió Shoto, volviendo a lanzarse hacia él.
Katsuki esquivó a tiempo un nuevo agarre de Shoto y le asestó un puñetazo en la mejilla. Sabía que no debía propasarse. Al fin y al cabo, ese idiota era amigo de Izuku. Pero en ese momento tenía demasiada tensión y furia recorriéndole el cuerpo como para contenerse.
—¡No miento! ¡Izuku me dio la pulsera! ¡Me dijo que tú me ayudarías!
Parecía que Shoto no estaba dispuesto a escuchar. Le devolvió el golpe y volvió a tirarlo al suelo. Los golpes de uno y otro volaban, intentando acertarse mutuamente, pero cada vez con menos fuerza y convicción. Katsuki se preguntó si aquello no se habría vuelto una ridícula contienda entre dos rivales por el amor de un mismo chico.
—Si es cierto lo que dices, ¿quiénes se han llevado a Izuku? —resopló Shoto entre golpe y golpe.
—Un chico demacrado de cabello blanco y una chica con coletas rubias.
Su respuesta detuvo en seco a Shoto, quien bajó el puño que mantenía en alto. Katsuki esperó a comprobar su reacción antes de volver a asestarle otro puñetazo. El joven parecía desorientado, confundido.
—Eso… eso no tiene sentido.
—¡Yo solo te estoy diciendo lo que vi! —le gritó—. Algo pasó mientras dormía. Cuando me desperté, estaba cubierto de sangre e Izuku me dijo que tenía que marcharse con esos dos. Se abrió una especie de… agujero en el aire y se lo llevaron.
Shoto se quitó de encima de Katsuki y se sentó a un lado, agotado.
—No puede ser… —murmuró Shoto, pensativo—. Si esa gente se ha llevado a Izuku, tú deberías de estar muerto.
—¿Qué?
—A menos que…
—¡¿Puedes dejarte de misterios y decirme de una jodida vez qué demonios está pasando?! ¡¿Quién carajo era esa gente y a dónde se han llevado a Izuku?!
Shoto clavó en él su mirada, sopesando si debía contarle la verdad o no. Después de todo, él era uno de los mayores involucrados en todo ese asunto.
—Supongo que después de haber visto ese "agujero" en el aire te habrás dado cuenta de que no somos humanos.
—Supones bien —contestó—. Lo que no sé es qué sois. ¿Sois ángeles, demonios, extraterrestres?
Shoto se limpió el sudor de la frente y descansó la espalda colocando una de sus manos en el suelo y otra encima de su rodilla.
—Qué somos… —repitió Shoto—. Tiene gracia. Nuestra raza no tenía nombre en un principio. Fuisteis vosotros los que nos nombrasteis y nos distéis una categoría superior a la humana. Nos veneráis desde hace siglos a cambio de favores sin saber que no tenemos ningún tipo de poder sobre el destino de los humanos.
Los ojos de Katsuki se ensancharon al comprender lo que estaba diciendo aquel joven.
—¿Estás diciendo que sois… dioses?
Shoto asintió.
—Nuestra raza existe desde que existen los humanos. Nuestros mundos se crearon a la par. Lo que nos diferencia de vosotros es que a nosotros se nos concedió la inmortalidad y un don a cada uno.
—¿Qué clase de don?
Shoto se encogió de hombros.
—Puede ser cualquier cosa. Yo heredé de mis padres el don de la congelación y del fuego.
Katsuki escuchaba con incredulidad. Una parte de él pensaba que ese chico le estaba tomando el pelo con historias sacadas de libros de fantasía y ciencia ficción. Sin embargo, siempre terminaba recordando todos los acontecimientos extraños que había vivido últimamente: Izuku y Deku habían resultado ser la misma persona, Izuku conocía cosas de su pasado que no tenía por qué saber, había desaparecido en el aire junto con esos dos individuos, y finalmente, ese chico con cabello de dos colores lo había localizado por arte de magia. Sonaba a cuento, pero no tenía más remedio que creer todo lo que salía por la boca de Todoroki. Al fin y al cabo, el propio Izuku le había pedido que confiara en él.
—¿Cuál es el don de Izuku?
Shoto soltó una pequeña risa totalmente desprovista de humor.
—Dones —corrigió—. Midoriya es un dios muy especial. Uno de los pocos casos que fue bendecido con varios dones. Tiene tantos que apenas soy capaz de recordarlos todos… Supongo que lo más llamativo es que tiene una fuerza descomunal.
—¡¿Izuku?! —preguntó, sorprendido.
Le costaba imaginarse a aquel chico tan dulce y delicado en su forma de comportarse como alguien con una fuerza sobrehumana. Le había visto cargando sacos de harina en más de una ocasión, cuando se había empeñado en ayudar en la panadería. Los cargaba con ambas manos, arqueando hacia atrás la espalda y haciendo un gran esfuerzo para no dejarlos caer.
—Sí —confirmó Shoto—. También puede flotar en el aire, expulsar de su cuerpo pantallas de humo y un látigo negro que sale de sus brazos… mmm… Tiene también un sensor de peligro…
La boca de Katsuki iba abriéndose a medida que escuchaba. Era como si le estuviera hablando de una persona completamente distinta al Izuku que él conocía. Si no fuera porque los había visto juntos en la fiesta de Asahi, hubiera jurado que Todoroki se equivocaba de persona.
—No lo entiendo —lo interrumpió Katsuki—. ¿Qué pasó con todos esos dones? Él nunca ha hecho nada extraordinario estando aquí conmigo.
—Eso es porque no podía —explicó—. Conociste a Izuku como un simple humano.
—Cuéntame la historia desde el principio—exigió Katsuki, perdiendo la paciencia.
Shoto suspiró.
—Nuestro mundo está unido al vuestro por una serie de portales. Detrás de la casa de Midoriya había uno en forma de lago —explicó—. Lo descubrió cuando era pequeño y en una de sus visitas a vuestro mundo, te conoció y se enamoró de ti—. Katsuki se dio cuenta del dolor que le producía pronunciar esas palabras por la expresión de su cara. —Desde entonces, ha estado visitándote prácticamente todos los días de su vida. Su madre estaba muy preocupada porque no tenía amigos. No hacía más que pensar en ti y solo quería estar contigo… a pesar de que tú no tenías ni idea de que él existía. Al menos hasta que…
—Hasta que empezamos a encontrarnos en sueños —concluyó Katsuki.
—Eso es —confirmó—. La madre de Izuku, Inko, intentó cortar vuestra relación deshaciéndose del lago para que no pudiera volver a buscarte. Había consultado a un dios que tiene el poder de visualizar el futuro y supo que su hijo sufriría a causa de lo que el dios había visto.
—¿Qué vio?
—Tu muerte —respondió Shoto con indiferencia—. A los diecinueve años.
—¿Mi… muerte?
—Un dios se aprovechó de la situación y le ofreció a Izuku un trato —continuó Shoto sin prestar atención a la reacción atónita de Katsuki—. Le convertiría en un humano durante unos meses para que pudiera protegerte y evitar tu muerte. Incluso le prometió que le convertiría en un humano de forma permanente si conseguía mantenerte con vida. Así podría quedarse contigo…
—¿A cambio de qué? —preguntó Katsuki, temeroso de oír la respuesta.
—Si fallaba y tú fallecías, tanto él como sus poderes le pertenecerían a ese dios. Pero se lo han llevado y tú sigues vivo…
—¿Qué quiere decir?
—Que Izuku ha hecho un nuevo pacto con ese dios… Y no quiero ni imaginar qué le debe haber pedido a cambio.
Katsuki se dejó caer sobre la hierba mojada por el rocío de la noche y se tapó la cara con una de sus manos recordando el momento en el que habían introducido a Izuku en el portal contra su voluntad. La última mirada de esos ojos verdes se había quedado clavada en su mente.
—Estaba asustado —murmuró—. Pude verlo en sus ojos. Estaba aterrorizado y no pude hacer nada…
Un grito espeluznante traspasó las paredes de la casa del dios maldito. Un grito de intenso dolor salido de lo más profundo del alma.
All for one le devolvía a Izuku uno a uno los poderes que le había arrebatado hacía tres meses. La escena se repetía una vez más: el joven retorciéndose de dolor en la misma sala, con la misma decoración y las mismas personas observándolo.
Izuku se arrastraba por el suelo intentando soportar aquel sufrimiento. Clavaba sus uñas en el suelo de madera y apretaba los dientes a medida que sus poderes y su divinidad le eran devueltos.
No lo entendía. Había hecho un trato. Se suponía que perdería sus poderes para siempre. ¿Por qué se los regresaban para después volver a quitárselos?
—Sé lo que piensas —habló One for all, leyendo la duda en sus ojos—. Pero todavía no es el momento. Mis planes no incluyen matarte hoy, Izuku Midoriya.
Una nueva ola de dolor inundó el cuerpo del joven dios. Sentía como si alguien estirara sus músculos y su piel hacia lados contrarios, como si le clavaran millones de agujas en cada una de sus extremidades, como si le quemaran con un hierro incandescente por dentro. Pensaba que su cuerpo no lo soportaría; que llegaría un punto en el que explotaría sin remedio, pero el dolor continuaba sin dar ningún tipo de tregua.
Un nuevo grito surgió de su garganta, angustiado y ronco. Empezaba a quedarse afónico. Su garganta ardía.
—Sin embargo, ambos contratos siguen en pie —continuó All for one—. No solo tus dones son míos: hasta el día en que decida extraerlos de tu cuerpo, tú también me perteneces.
Izuku se colocó boca arriba cuando sintió que no podía respirar. Se agarró el pecho y tomó una bocanada de aire que expulsó con un sollozo. Si la muerte era así de dolorosa, solo esperaba que acabaran con él rápido.
—Tranquilo, Izuku —lo calmó Toga con su voz azucarada—. El dolor es bueno. Significa que sigues vivo.
El chico se encogió tomando una posición fetal. Tuvo la sensación de que su cuerpo se rompería en mil pedazos y se abrazó a sí mismo.
—Es lo malo de tener tantos dones —comentó Shigaraki con indiferencia—. El proceso de recuperación es más lento.
—¡Por favor —rogó Izuku—, para! ¡No puedo más!
—Apenas estamos empezando —dijo AFO con tranquilidad—. Solo te he devuelto tres de tus siete quirks.
Izuku se atragantó con su propia saliva y tosió entre lágrimas.
—¡Quédatelos! —gritó—. ¡Ese era el trato!
—Lo siento, chico, pero esto no funciona así —respondió—. O todos o ninguno.
A pesar de su respuesta, Izuku tuvo la certeza de que aquel dios realmente estaba disfrutando con su sufrimiento. Disfrutaba viéndolo retorcerse y suplicar.
Una vez más, aquel calor ardiente y los pinchazos se instalaron en el cuerpo del joven. Izuku arqueó la espalda y gruñó como un animal herido. Ya apenas le quedaba voz o fuerza para gritar. Lo único que le reconfortaba era pensar que Katsuki se encontraba a salvo.
Kacchan… Kacchan…
Cuando el último de sus poderes regresó a su cuerpo, el dolor finalmente se disipó. Izuku se encontraba mareado, tan dolorido que apenas podía moverse. Su visión estaba borrosa y supo que se desmayaría de un momento a otro.
—¿Está todo preparado? —preguntó una voz. Aquella voz le resultaba tremendamente conocida.
—Ya falta poco —contestó AFO—. Muy poco.
Izuku alzó la mirada hacia aquella voz familiar y visualizó una silueta. Sus párpados pesaban. No podría mantener su conciencia mucho más.
—Tú… ¿qué haces a-quí? —murmuró justo antes de desfallecer.
Continuará...
Y ahí quedó.
Gracias por leer, y como siempre, espero que os haya gustado el capítulo. Debo reconocer que estoy algo desanimada por varias razones:
1. Llevo un tiempo pensando que los personajes están un poco Ooc (o quizás mucho. Sobre todo Katsuki) y la verdad, creo que eso de alguna forma influye en la calidad del fic. Estaba muy contenta con cómo estaba quedando la historia, pero ahora... ya no sé. Es como si estuviera escribiendo sobre personajes que no son los que tanto adoro de Boku no hero. Quizás lo estoy estropeando.
2. A partir de aquí, no estoy muy segura por cómo encauzar el fic. Tengo varias ideas sin desarrollar, y no sé si debo utilizar unas u otras, cuando hasta ahora había tenido todo muy claro.
3. Ya esta semana empiezo a trabajar. Tendré menos tiempo para escribir y mucho más estrés. Además, empiezo en un lugar nuevo y eso me pone muy nerviosa.
Espero poder traeros pronto un nuevo capítulo de calidad. Realmente, quiero darle a este fic una buena trama. Intentaré poner mis ideas en orden para crear algo bueno.
Dicho esto, ¡nos vemos en el próximo capítulo! Sea cuando sea.
PD: Siento el drama. Sé que os está gustado el fic y siempre sois muy amables en vuestros comentarios, pero a veces me vence la inseguridad y necesito desahogarme.
