¡Buenassss!
Ya estoy de vuelta.
He estoy oyendo rumores de que a lo mejor cierra fanfiction. ¿Serán verdad?
Si por casualidad fuera así, que sepáis que podéis seguir el fic en AO3 o en Wattpad. No me gustaría dejaros a medias.
¡Besos y nos vemos próximamente!
Capítulo 14: Inasa Yoarashi
—¿Por qué te esfuerzas tanto?
Todoroki fulminó a Inasa con la mirada. Cada vez que regresaba a esa maldita casa, aquel gigante estaba esperándole en la puerta para ahuyentarlo a golpes si hacía falta. Su hermano no había vuelto a aparecer. Tampoco Toga o Shigaraki. Seguramente, All for one le consideraba un mal menor del que podría deshacerse fácilmente sin sacar sus mejores armas.
Normalmente, se calmaba cuando veía a Izuku asomándose a la ventana del segundo piso y comprobaba que seguía con vida. Pero había días como ese en el que necesitaba descargar la tensión y la frustración que llevaba a las espaldas, y terminaba enfrentándose a Inasa con toda su furia. Izuku ya llevaba allí encerrado una semana y Shoto empezaba a impacientarse. Sentía que se le acababa el tiempo, que cada día que pasaba y seguía respirando era todo un logro. Su ansiedad por sacarlo de allí crecía diariamente y nadie conseguía encontrar la clave para ello.
Inko estaba desesperada, pero poco podía hacer con su simple don de atracción. Hisashi siempre había sido un padre totalmente despreocupado y su actitud no había cambiado con la noticia de que su hijo se encontraba en manos de All for One. All Might y Star querían actuar, pero no estaban seguros de cómo proceder. Y Katsuki… él solo era un simple humano.
—¿Por qué te empeñas en permanecer al lado de alguien que ni siquiera corresponde tus sentimientos? —intentó de nuevo Inasa.
Shoto apretó los puños. No solían intercambiar demasiadas palabras cuando se encontraban. Solo cruzaban miradas desafiantes o llenas de ira por ambas partes. Pero aquel día, Inasa parecía con ganas de hablar.
—No importa lo que Izuku sienta por mí —respondió—. Él es la persona más importante para mí y haré lo que sea para protegerlo.
Inasa frunció los labios.
—¿No has pensado que quizás él no merezca tanta atención?
Shoto enarcó la ceja.
—No hay nadie que merezca más mi atención que él. Izuku es el dios más bueno, leal y noble que existe.
—¿Aunque ame a otro?
Shoto rugió y se lanzó hacia él con su lado izquierdo ardiendo en llamas.
—¡Él puede amar a quien quiera! —gritó, atacando a Inasa.
La ira lo cegó durante unos instantes y no vio venir el ataque de su contrincante. Antes de que se diera cuenta, Inasa lo había tumbado y le sujetaba la cara contra el suelo. Sin embargo, esta vez sus ojos estaban llenos de comprensión. El odio se había evaporado en ellos.
—Vete —le pidió. Shoto se revolvió, pero el gigante lo empujó con fuerza contra el suelo. Su voz se había suavizado, pero seguía siendo grave y dura—. Márchate de aquí y no vuelvas. Al final, esto solo puede traerte dolor.
Inasa se levantó de encima de él y caminó de regreso hacia la casa. Desde la entrada, vio cómo Todoroki se levantaba del suelo despacio, sacudiéndose el polvo de la túnica, y volvía a mirar una vez más hacia la ventana del segundo piso antes de marcharse. Lo vio caminar despacio, mirando hacia atrás cada pocos pasos.
—Bien hecho, Inasa —dijo Toya cuando entró—. Mi hermanito nunca sabe cuándo rendirse.
—No, definitivamente no lo sabe —masculló Inasa mientras regresaba a su habitación sin mirar a Toya a la cara.
Cerró la puerta tras sí y se tiró en la cama. Cada día que Shoto Todoroki regresaba a la casa conseguía echarlo, pero siempre se sentía derrotado después de cada encuentro. La tenacidad de ese chico y sus sentimientos por Izuku Midoriya le recordaban demasiado a su propia historia. La historia que aún lo tenía atrapado en un mundo de pesadillas en el que se había metido de forma totalmente voluntaria.
Cerró los ojos. Al principio, todo había sido más fácil, pero sus ojos se habían ido abriendo con el pasar de los años y ahora se sentía totalmente desengañado.
Todavía podía recordar los bellísimos ojos azules y el cabello blanco como la nieve de Toya Todoroki cuando lo vio por primera vez. Él apenas era un niño por ese entonces, y Toya ya era un adolescente. Inasa lo había visto varias veces junto a un grupo de chicos del instituto mostrando sus asombrosas habilidades píricas. Siempre se quedaba mirándolo embobado. De sus manos emanaban unas hermosas llamas azules que danzaban a su alrededor a su antojo. Jamás había visto algo igual. Llamas azules… como sus ojos.
Pero pronto Inasa comprendió que algo iba mal. Cada día, Toya aparecía con distintos vendajes en sus manos y brazos. Podía ver su expresión de dolor cada mañana cuando se dirigía al instituto que se encontraba junto a su colegio. Inasa solía caminar a unos pasos de él, intrigado por aquellas heridas que aparecían en su piel poco después de utilizar sus poderes. Podía ver tristeza en sus ojos, y sin embargo, cuando llegaba junto a sus amigos, escondía todos aquellos sentimientos detrás de una gran sonrisa y cientos de excusas.
No estaba muy seguro del momento exacto en el que se enamoró de él. Seguramente habría sido poco a poco, después de observarle continuamente en la lejanía, deseando acercarse y entablar una conversación con él, algo que no ocurrió hasta un par de años más tarde. Inasa había tenido un mal día. Se había encontrado con Enji Todoroki por la calle y se había decidido a acercarse para pedirle un autógrafo. Enji era famoso por ser uno de los principales candidatos a sucesor de All Might por ese entonces, e Inasa lo admiraba profundamente. Pero lo único que recibió por parte de aquel dios fue un manotazo lleno de desprecio que tiró su libreta al suelo y destrozó sus ilusiones.
A pesar de sus lágrimas, nadie se acercó a consolarlo. Nadie excepto Toya Todoroki. Hasta ese día, Inasa no había sabido que ese chico de ojos azules era ni más ni menos que el hijo mayor de Enji Todoroki. Toya lo tranquilizó, le dio un pañuelo para que se secara la cara y utilizó sus poderes para animarlo. Desde ese día, Inasa empezó a esperar a Toya en la puerta de su casa para caminar junto a él de camino al colegio. Toya siempre le sonreía y lo acompañaba con gusto hasta que su camino se bifurcaba. Seguramente lo veía como a uno de sus hermanos menores, pero a Inasa no le importaba. Le gustaba ese chico y solo quería estar cerca de él todo el tiempo posible.
Entonces, llegó ese nefasto día; el día en que Toya no apareció a la hora de siempre. Lo esperó durante varios minutos e incluso llegó tarde al colegio. Al día siguiente, volvió a esperarlo, pero una vez más, Toya no apareció. Después de varios días, se acercó a la puerta de su casa y llamó, titubeante, con todo el valor que fue capaz de reunir. Tal y como había temido, fue Enji Todoroki quien le abrió la puerta.
—¿E-está Toya en casa? —preguntó, nervioso.
—Está enfermo —rugió Enji.
—¿Volverá pronto al instituto?
Enji lo fulminó con la misma mirada que le había dedicado el día en que le había pedido el autógrafo. Inasa se preguntó si lo recordaba de aquella vez.
—Toya no volverá al instituto —masculló antes de cerrarle la puerta en las narices.
Poco después, se enteró de la verdad. Los rumores corrían como la espuma: Toya Todoroki había desaparecido de un día para otro. Inasa estaba desesperado. Cada día, después del colegio, salía a buscar a Toya por los alrededores, pero nunca lo encontró.
Pasaron años antes de que volviera a encontrarse con él, pero para entonces, Toya ya no era Toya. Su cabello era negro como la noche y su piel estaba surcada de cicatrices que le daban un aspecto siniestro. Incluso su sonrisa había cambiado. Ya no era amable y tranquilizadora como antaño. Ahora estaba llena de rencor hacia el mundo que le rodeaba. Y sin embargo, el corazón de Inasa latió con fuerza cuando reconoció sus ojos azules, la única parte de su cuerpo que no había cambiado.
—¿To-Toya? —había preguntado con voz temblorosa.
El mayor de los Todoroki deambulaba aquella noche por las inmediaciones de su antigua casa con una mirada llena de nostalgia. Inasa regresaba de uno de los paseos nocturnos que solía tomar cuando no conseguía conciliar el sueño. Para ese momento, ya tenía quince años y a Toya le costó un poco reconocer en él al pequeño mocoso que se había pegado a él como una lapa después de mostrarle un poco de amabilidad.
—¡Oh, pero si es el pequeño Yoarashi! —exclamó—. Has crecido.
—Toya… ¿qué te ha pasado?
La mirada de Toya volvió a entristecerse.
—La vida… La vida me ha pasado.
Inasa se acercó un poco para verlo de cerca. Apenas quedaba rastro de aquel bello rostro que recordaba.
—Te estuve buscando durante mucho tiempo.
—No hacía falta. Me fui voluntariamente.
—¿Dónde has estado todos estos años?
—Después de una discusión con mi padre, me marché de casa dispuesto a no regresar. Ese día me había sobrepasado usando mi poder y me había hecho mucho daño. Mi cuerpo no tolera mis llamas. Pero eso tú ya lo sabías, ¿no? —Inasa asintió—. Sí, siempre has sido muy observador.
—¿Qué pasó?
—Mi madre lloraba. Mi padre gritaba… No querían que volviera a usar mi poder. Sé que solo buscaban mi bien, pero ellos no lo entendían… No entendían mi dolor. Al fin y al cabo, ¿qué es un dios sin su poder? Nada —se respondió él solo—. No es nada.
—Pero te hace daño.
—Me hacía daño —corrigió con una sonrisa poco sincera.
—¿Ya no?
—Ese mismo día, conocí a All for one.
—¿El dios maldito? —preguntó. Un escalofrío recorrió su columna.
—El mismo. Me ofreció un trato que no podía rechazar. Si me unía a él, jamás volvería a sentir dolor al usar mi poder.
—Y… aceptaste.
—No podía imaginarme una vida eterna en constante sufrimiento. Pero, por otra parte, tampoco podía imaginarme una vida eterna sin usar mi don. Así que acepté, sí. Desde entonces, mi piel se sigue descomponiendo, pero ya no siento dolor.
—Pero tuviste que alejarte de tu familia y de tus amigos.
—Era el precio a pagar. De todas formas, no querría que me vieran así. ¿Sabes? Una vez me crucé con mi padre… y no me reconoció —Su voz estaba llena de tristeza—. La verdad es que no me extraña, pero eso no lo hizo menos doloroso. Ese día, comprendí que Toya había dejado de existir, y me puse un nuevo nombre: Dabi.
Dabi… Dabi… Inasa no podía dejar de repetir en su cabeza ese nombre falto de significado. Para él, la persona que estaba frente a él seguía siendo Toya, el chico del que se había enamorado irremediablemente hacía unos años. A pesar de sus cicatrices, de su cabello negro, del aura oscura que lo rodeaba… En alguna parte de ese cuerpo maltratado debía encontrarse el joven que lo había ayudado cuando se sentía mal.
Pasaron los días y la imagen de Toya se hacía más y más presente en su mente. No podía dejar de pensar en lo solo que debía sentirse Toya alejado de todos aquellos que lo amaban. Se le revolvían las tripas solo de pensar en todo lo que debía de haber sufrido. No podía soportarlo. Ahora que se habían reencontrado, no pensaba volver a perderlo. No pensaba volver a dejarlo solo.
Decidido, marchó hacia la casa del dios maldito y le ofreció sus servicios y puso a su disposición sus poderes de viento a cambio de que lo dejara permanecer en aquella inmensa casa junto a Toya. No hizo falta hacer ningún tipo de trato con él. Inasa no necesitaba ninguno de los dones de All for one. Solo quería estar cerca de ese chico.
All for one vio beneficio en aquel trato apalabrado. A cambio de cobijarlo bajo su propio techo, tendría a su disposición un poderoso don de viento. Al día siguiente, Inasa se mudó a aquella casa sin siquiera pedir permiso a sus padres. Ellos no lo entenderían.
Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que efectivamente, Toya ya no existía. Dabi era un ente totalmente distinto al joven que él había conocido. Su carácter se había agriado y su corazón se había marchitado lentamente. Toya no parecía tener el más mínimo interés en él. Ni siquiera le preguntó por qué se había puesto al servicio de All for one y apenas intercambiaban unas pocas palabras a lo largo del día. A veces, ni lo miraba.
Inasa se sintió decepcionado. Había dejado toda su vida atrás para estar junto a él, para acompañarle en sus miserias y en sus momentos de soledad y dolor, pero Toya no parecía ser consciente de esto. Lo ignoraba e incluso lo trataba con cierto desprecio.
Al final, el que se sentía solo y desamparado era él mismo. Llevaba dos años viviendo en esa casa, atado a sus sentimientos y a sus recuerdos. Alguna vez había pensado en irse. Nada lo retenía allí. Pero entonces, volvía a recordar la tristeza en los ojos azules de Toya y decidía quedarse junto a él, aunque fuera de esa manera.
Y entonces, apareció ese chico: Shoto Todoroki.
No podía evitar sentir rencor hacia él. Su terquedad a la hora de proteger a su ser amado le recordaba demasiado a su propia situación. Ambos amaban a alguien que no les correspondía; ambos hacían sacrificios por esa persona… y ambos sabían que ninguna de sus acciones tenía sentido, porque al final tanto Toya Todoroki como Izuku Midoriya estaban perdidos. Dabi había reemplazado a Toya hacía demasiados años, e Izuku moriría en poco tiempo. No había nada que hacer por ellos, y sin embargo, ahí estaban los dos, luchando a pesar de todo.
—¡Je!… Somos dos estúpidos —murmuró.
Izuku saludó a Shoto por la ventana mientras se alejaba y le dedicó una sonrisa tranquilizadora. A pesar de que le había pedido que siguiera con su vida y no se preocupara por él, Shoto había seguido regresando a la casa cada día desde hacía una semana.
En el fondo, a Izuku le consolaba ver una cara amiga, aunque no pudiera hablar con él. El encierro se le estaba haciendo interminable. Si bien le permitían recorrer la casa a su antojo, prefería quedarse en su habitación para no tener que ver a ninguno de los secuaces de All for one. Yoichi era la única persona en esa casa con la que se sentía realmente cómodo. Por suerte, el hermano del dios maldito también pasaba mucho tiempo en su habitación. Hablando con él, las horas se pasaban más rápido.
A decir verdad, la experiencia no estaba siendo tan traumática como había supuesto: dormía en una cama cómoda, le daban buena comida y lo trataban bien. Pero en el fondo, sabía que le estaban ofreciendo era un trato agradable por ser aquellos los últimos días de su vida. Se sentía como un animal esperando a ser llevado al matadero. Todas las mañanas se despertaba preguntándose si aquel sería el día señalado, pero llegaba la noche y nadie aparecía por su habitación más que para traerle la comida.
Cuando Yoichi no estaba, intentaba entretenerse leyendo algún libro que este le prestaba, pero la mayoría de las veces terminaba tumbado boca arriba en la cama recordando el último día que había pasado con Katsuki. Aquellos recuerdos eran lo único que le hacían realmente feliz; lo único que lo ayudaban a continuar.
Se preguntaba qué estaría haciendo, cómo se sentiría. Se preguntaba si pensaría en él, si le echaba de menos. En esos momentos, deseaba tanto reencontrarse con él, aunque fuera mediante sueños como antaño…
Deseaba hablar con él, contarle todo lo que estaba ocurriendo, desahogar con él todas sus tristezas y preocupaciones. En especial, había algo a lo que no podía parar de darle vueltas. Al principio, cuando despertó por primera vez en la habitación que le habían asignado en esa casa, no lo había recordado. Su cuerpo estaba demasiado dolorido y su mente, nublada. Pero a medida que pasaba el tiempo, comenzó a recordar la noche en la que le habían devuelto sus dones, específicamente los últimos instantes antes de que se desmayara. Había visto una silueta que le resultaba familiar. Había escuchado una voz… la voz de su padre.
Pero eso no podía ser, ¿verdad? ¿Por qué iba a estar su padre en la casa de All for one viendo cómo lo hacían sufrir sin decir una sola palabra? Al principio pensó que quizás había ido a ayudarlo, pero entonces ¿por qué no había vuelto a verlo en todo el tiempo que llevaba allí? ¿Acaso se lo había imaginado todo? ¿Habría sido una alucinación provocada por su desesperada necesidad de ver una cara conocida en esos momentos tan difíciles para él?
No tenía sentido. Si hubiera sido así, habría visto a su madre, a Kacchan o a Todoroki. Su padre era prácticamente un desconocido para él. Siempre trabajaba hasta tarde y apenas le prestaba atención. Nunca habían tenido una conversación de padre a hijo. Nunca había sentido la más mínima preocupación o afecto por su parte. Entonces, ¿qué demonios estaba pasando?
¿Por qué Hisashi Midoriya estaba ese día en la casa de All for one?
A Inko Midoriya le iba a estallar la cabeza y el corazón. En ese momento sentía que cada decisión que había tomado en su vida había sido errónea. Ya ni siquiera era capaz de discernir cuándo estaba obrando correctamente y cuándo no. Ya no estaba segura de nada.
Había fallado en la faceta de su vida que más le importaba: su faceta de madre. Se había equivocado cuando había intentado separar a su hijo de aquel humano del que estaba enamorado y había vuelto a fallar cuando había decidido no intervenir para traer a Izuku de vuelta a casa. Ahora era tarde. Su hijo llevaba una semana en la casa de ese maniático y ella no podía hacer nada por él.
Tan pronto como Shoto la había informado de los últimos acontecimientos, había querido ir corriendo en busca de Izuku, pero el joven Todoroki se lo había impedido. Decía que era peligroso, que la casa estaba llena de enemigos. A ella no le importaba. Sabía que su pequeño la necesitaba y pensaba ir de todas formas.
—¿Cómo crees que se sentirá Izuku si te hacen daño? —le dijo, y aquello fue lo único que la detuvo.
Él ya había ido a ver a Izuku. Se encontraba bien. Por el momento, estaba a salvo. Y seguiría yendo a esa casa cada día hasta que encontraran una solución al problema. Ella debía entender que no ayudaría en nada a su hijo presentándose en ese lugar en el que no sería bien recibida.
—Pero pensará que lo he abandonado —sollozó.
—Me aseguraré de que sepa que quieres ir a verle. Haré lo posible por volver a hablar con él, ¿de acuerdo?
Aquello no la consolaba, pero Shoto tenía razón. Izuku podría angustiarse si la viese rondando por aquel lugar. No podía hacer más que esperar y ayudar a su hijo cuando Shoto y All Might hubieran trazado un plan para ayudar a su hijo.
Yagi…, pensó. Qué extraña coincidencia del destino.
Escuchó la puerta y los pasos cansados de su marido. Apretó los dientes y salió de su habitación. Desde que Izuku se había marchado, hacía ya tres meses, su relación se había basado en una discusión continua y en miradas llenas de rencor. Estaba harta. Estaba harta de que no se implicara en lo que le estaba pasando a Izuku. Simplemente, no podía quedarse callada.
Antes de que pudiera hablar, Hisashi ya había levantado la mano con una mueca en la cara.
—No empieces otra vez con el mismo sermón. Hoy no estoy de humor.
—Empezaré todas las veces que hagan falta para que reacciones, Hisashi. ¡Entiéndelo! ¡No puedo hacer esto sola!
—Según me contaste el otro día, no hay mucho que podamos hacer.
—¿Y entonces qué? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados mientras matan a Izuku? ¡Es nuestro hijo!
Una sonrisa sarcástica apareció en los labios de Hisashi. Intentó ocultarla con una de sus manos, pero ya era tarde. Miró a su esposa y se echó a reír. Inko estaba desconcertada. Simplemente no podía creer que su marido estuviera actuando de esa manera.
—Nuestro hijo —repitió Hisashi con humor—. Querrás decir "el tuyo".
—¿Qué…?
—No te atrevas a negármelo —la interrumpió. En su rostro ya no había ni rastro de la sonrisa de hacía unos segundos—. Sé que ese hijo no es mío. Es más, podría adivinar con facilidad quién es el padre.
Inko se quedó petrificada. Sus manos y sus labios temblaban, pero no apartó la mirada ni un momento. Quiso decir algo, pero no pudo. Su silencio, sin embargo, dijo más que cualquier palabra que hubiera podido pronunciar.
—Siempre lo supe —continuó Hisashi—. Cuando nos casamos, tú seguías enamorada de él, de Yagi Toshinori, ¿no es cierto? La única razón por la que aceptaste mi propuesta fue porque tus padres te obligaron. Después de todo, él se había marchado a un largo viaje y ni siquiera sabías si regresaría. Para tu mala suerte, cuando volvió tú y yo ya éramos marido y mujer.
Hisashi tomó asiento en el sofá. Los recuerdos se agolpaban en su mente y lo enfurecían.
—Recuerdo perfectamente el día en que regresó. Tú y yo estábamos haciendo unas compras y nos lo encontramos frente a frente. Supe que aún estabas enamorada de él por cómo os mirasteis. Después de ese día, me resultó muy difícil tocarte. Nunca tenías ganas de hacer el amor. Cuando te acariciaba, parecía que te estaba quemando. Pasaron meses hasta que me dejaste tocarte de nuevo. Me pareció extraño. Poco tiempo después me dijiste que estabas embarazada, y mis sospechas aumentaron. Cuando nació el niño, me sentí aliviado en parte. No era rubio ni tenía ojos azules. Izuku era idéntico a ti. Y sin embargo, no pude dejar de darle vueltas al asunto. A medida que crecía, creía ver en él gestos o rasgos propios de ese tipo. Hoy con tu silencio has confirmado mis sospechas. Ese crío no es mío. Es el hijo de Yagi Toshinori, ¿no es así?
Inko volvió a quedarse callada. Hisashi rio. Estaba todo muy claro.
—Me habéis querido tomar el pelo.
—Yagi no sabe nada —aclaró Inko—. Nunca le dije que era su hijo. E Izuku sigue pensando que tú eres su padre.
—Sí, pero la realidad es que no lo soy —sentenció Hisashi, volviendo a ponerse en pie—. Si esperas que mueva un dedo por salvar al hijo de otro, estás muy equivocada.
—Izuku no tiene la culpa de nada —rogó Inko.
—Puede…, pero no puedo dejar de sentir rabia cuando lo veo.
Cada día lo veía más cansado, más ojeroso, más destruido. Shoto Todoroki estaba al borde del colapso, y aun así, seguía acudiendo todos los días a esa casa. Inasa apretó los puños. ¿Acaso no entendía que no había nada que hacer? ¿No entendía que esa forma de actuar solo le causaba más dolor? Inasa no podía soportarlo más.
Aquel día, Shoto ni siquiera había intentado luchar contra él. Solo avanzaba tercamente hacia la entrada, empujándole una y otra vez para poder pasar, pero apenas le quedaban fuerzas para seguir intentándolo.
En uno de sus empujones, las piernas le fallaron y casi cayó al suelo. Inasa lo sostuvo por los brazos y lo ayudó a sentarse. Shoto respiraba con dificultad y el sudor mojaba su frente.
—Basta ya —masculló Inasa—. ¿No lo entiendes? ¡Te estás destruyendo a ti mismo!
Los hombros de Shoto temblaron y una lágrima rodó por su mejilla. Inasa se quedó sin habla.
—Cada día… Cada día, cuando me voy de aquí, me pregunto si volveré a ver sus ojos verdes mirándome desde aquella ventana —murmuró—. Cada mañana me pregunto si volveré a ver su sonrisa. Tengo miedo. Sé que llegará el día en que venga a verle y él no se asome, y eso me está matando. La incertidumbre de no saber cuánto tiempo le queda de vida me está matando.
Estaba temblando. Todo su cuerpo temblaba. Inasa tuvo el impulso de abrazarlo, pero se detuvo justo a tiempo. Apretó los labios mientras veía a Shoto romperse.
—Todavía quedan dos semanas y media —soltó.
Shoto levantó la mirada.
—¿Qué?
—Será dentro de dos semanas y media cuando le quite definitivamente sus poderes, en la noche de luna llena. Hasta entonces, está a salvo.
Shoto estaba estupefacto. Ni siquiera sabía qué decir. ¿Estaría intentando engañarle? Pero, ¿con qué fin?
Inasa miró hacia la ventana del segundo piso. Como siempre, Izuku los observaba con expresión preocupada. Era un chico lindo de ojos brillantes y cabello alborotado, y parecía que realmente se preocupaba por Shoto Todoroki a pesar de no amarlo. Le había impresionado la manera en la que había usado su látigo negro contra él para alejarlo de su amigo. Parecía ser merecedor de todo el esfuerzo que ese joven de cabello bicolor estaba haciendo por él.
Pasó la palma y el dorso de su mano de forma algo brusca por las mejillas de Todoroki para secar sus lágrimas.
—No dejes que te vea llorar —le dijo—. Se preocupará.
Shoto usó parte de su túnica para secarse la cara.
—¿Está en la ventana? —preguntó. Desde su posición, Inasa lo cubría por completo y le impedía ver.
—Siempre que vienes está en la ventana.
—Quiero verlo.
—Ya sabes que no puedo dejarte pasar.
—Necesito darle un mensaje —insistió—. Su madre quiere que sepa que no se ha olvidado de él. Soy yo quien no permite que venga a verlo. No quiero que corra peligro.
—Se lo diré, pero ahora tienes que irte y descansar. No podrás ayudarle si estás en ese estado.
Shoto se calmó un poco. Se puso en pie y dedicó una sonrisa a Izuku. El chico le hizo una señal preguntándole si se encontraba bien. Shoto asintió.
—Es un chico realmente especial, ¿no es así? —preguntó Inasa.
—No te entiendo —suspiró Shoto—. No entiendo tu cambio de actitud.
—Simplemente, agradece la información que te doy y no hagas preguntas. Le haré llegar a Midoriya tu mensaje, pero eso no quiere decir que vaya a dejar de enfrentarme a ti cada vez que intentes acercarte.
—Si lo que has dicho es cierto, no pelearé más. Solo vendré a comprobar que está bien y me iré. Así tendré más tiempo para planear algo.
—Suerte.
Después de una semana y media de reposo, Katsuki se encontraba mucho mejor. A medida que los hematomas de su cuerpo habían empezado a aclararse, dos enormes cicatrices habían aparecido cerca de su hombro y de su ingle. Katsuki se miraba al espejo, incrédulo. Era como si hubiera sido atravesado de un lado a otro. ¿Qué le habían hecho?
Llevaba mucho tiempo dándole vueltas al asunto. Había algo oscuro detrás de todo lo que había pasado. Según el primer trato que Izuku había hecho con ese dios maldito, debía ponerse bajo sus órdenes solo si no conseguía mantener a Katsuki con vida. Él nunca había sido sonámbulo ni nada parecido. ¿Cómo era que precisamente ese día había caminado en sueños y hacia el desfiladero? Él no recordaba absolutamente nada antes de ver a Izuku cubierto con su sangre y diciéndole que debía marcharse con esos tipos. ¿No era demasiada casualidad?
Estaba seguro de que no había echado a andar porque sí. Algo o alguien había manipulado su mente y su cuerpo para que acabara cayendo por ese precipicio. Ese dios había jugado con ellos para conseguir los poderes de Izuku. Pero no pensaba permitírselo.
Unos golpes resonaron en la ventana. Shoto había regresado después de tres días sin saber nada de él. Parecía algo más descansado que la última vez.
—¿Hay novedades? —le preguntó tan pronto como lo dejó pasar a la habitación.
—Él está bien. No piensan quitarle sus poderes hasta dentro de dos semanas y media. Aún tenemos tiempo de pensar en algo.
—¿Cómo sabes eso?
—Alguien que vive en la misma casa me lo dijo.
—¿Crees que podemos confiar en él? ¿Por qué te daría esa información?
Shoto se encogió de hombros.
—Seguiré yendo cada día para asegurarme, pero creo que fue sincero.
—¿Tus amigos los superdioses no han dado con la solución a todo esto?
—Están tan perdidos como nosotros —respondió, apoyándose contra la pared—. El problema es que los pactos que ha hecho All for one con Izuku son totalmente legales. Él firmó, y eso hace que estemos atados de manos.
—¿Y si no hubiera sido del todo legal?
—¿Qué quieres decir?
—Digo que creo que ese hijo de puta hizo trampas —respondió—. ¡Me hizo algo! ¡Se metió en mi cabeza de alguna forma y me hizo caminar hacia ese maldito acantilado!
Shoto frunció el ceño.
—¿Estás seguro de lo que dices?
—¡No puedo estar seguro! Pero, si no, ¿cómo lo explicas? ¿Me levanto en mitad de la noche, cuando Izuku está completamente dormido, y me dirijo precisamente hacia mi muerte, que es, por otra parte, lo que ese lunático quiere? ¡Qué jodida casualidad!
Shoto caminó por la habitación con aire pensativo.
—Aunque fuera así, no tenemos forma de probarlo. Incluso si hubiera alguna forma de llevarte a nuestro mundo, sería tu palabra contra la suya.
—Joder… —gruñó, tirándose sobre la cama con los brazos sobre los ojos.
—Tiene que haber una manera… Todavía tenemos tiempo.
—¡A la mierda el tiempo! ¡Izuku lleva una semana y media allí metido! ¡Tenemos que sacarlo de allí cuanto antes!
—¿Crees que eres el único que necesita verlo libre de ese lugar? Voy todos los malditos días a ver cómo está.
—¡Lo sé, ¿vale?! ¡Ya lo sé! Yo solo… me siento jodidamente frustrado e inútil. Desde aquí no puedo hacer absolutamente nada por él. Ni siquiera… ni siquiera puedo ir a verlo, aunque sea de lejos, para que entienda que sigo pensando en él y que no voy a dejarlo tirado; para que sepa que estoy ahí para él... Para que no tenga miedo.
La voz de Katsuki se rompió con las últimas palabras que pronunció. Shoto le dio unos golpecitos en el hombro. Aquel chico era demasiado ruidoso y gruñón para su gusto, pero comenzaba a entender por qué Izuku se había enamorado de él. Su preocupación por el chico de ojos verdes podía notarse en cada gesto, cada mirada, en la tensión que tenía en cada parte de su cuerpo. Shoto había llegado a dudar de su amor por él, pero ahora que lo había conocido en persona, no le cabía ni la menor duda de que lo amaba de verdad.
—Lo sacaremos de ahí. Encontraremos la forma.
Una hora más tarde, Shoto se preparaba para regresar a su mundo. El reloj casi marcaba la hora en la que terminaría el efecto del poder de Star cuando Katsuki le tendió una bolsita de cartón.
—¿Qué es? —preguntó.
—Es un mechón de pelo —respondió—. Mío. Quiero que se lo des a esa amiga tuya.
Shoto se sentía confundido.
—¿Para qué?
—Dijiste que sus poderes solo podrían tener efecto sobre mí si me toca, ¿no es así? Quizás funcione de esta manera. Si no, tendré que plantearme la posibilidad de amputarme un dedo —bromeó, aunque algo en su voz hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Shoto.
—¿Crees que funcionará?
—No perdemos nada por intentarlo.
Continuará…
