FIC

Aunque sea a Escondidas

Por Mayra Exitosa

Paseaba por los pasillos del hospital, mi tía había sido internada por una fuerte neumonía, estaba muy grave y era probable que de esta no saliera, así en completo descuido llegue a verla, ella ya no podía estar en el campo, solo le daban poco tiempo de vida y sus pulmones no respondían como debían. Mis sobrinos llegaron, Stear casado con su joven esposa, ahora se notaba radiante, uno al menos de los que nos negábamos a fungir en los engranes de la maquinaria frívola que era los negocios, de los cuales ahora todo se había dado una baja general y nos tocaba incursionar en nuevas formas de sacar adelante las cosas.

Pero ver ahí a mi damisela, fue algo que no esperaba, ella misma se sorprendía y trataba de evitarme, pues sabía que jamás frente a nadie deberíamos conversar, pero yo quería correr y atraparla y no dejarla escapar, sin embargo, esperé todo cuanto pude, despidiendo a Stear y a su esposa. Anthony con una cita de negocios y Archie que ingresaba a ver a mi tía, acompañarla un rato, aunque solo estuviera sentado leyéndole un poco. Cuando por fin estuve solo, camine por donde ella lo hizo, pero no daba por ningún lado en verla, pregunte a las enfermeras por una señorita de sus compañeras, con el nombre de Candy, a lo que me respondían que estaba aún en cirugía que tardaría un par de horas más en finalizar y quizás ella saldría de su turno.

En la mesa de operaciones, Candy aun temblaba emocionada, estaba ahí, con vida y sano. Por fin lo había visto, se veía tan atractivo, pero acaso la buscaría, ya estaría casado o comprometido. - Señorita Candy, pinzas. - Si doctor. Fue difícil, pero se tuvo que concentrar, olvidar de todo mientras continuaba y hasta lograr finalizar, lavarse de esas muestras de sangre, un hombre tan joven y ya sin una pierna, todo por una gangrena al no ser atendido, el molesto alegaba que no hubo atención y que estuvo tirado y solo en una habitación. Cuantas veces pensó en irse a la guerra, pero temía siempre lo peor, hoy verlo afuera en los pasillos le agitaba por completo el corazón. Salía agotada, lo seguro es que ya se había ido, que mas daba, estaba bien, estaba sano y estaba posiblemente listo para irse con su mujer.

Caminaba por las calles, de pronto sentía que alguien la seguía, al girar por fin lo veía. Fue correr y abrazarlo en la obscuridad de las sombras de los edificios, tomando desesperados sus bocas ávidas de amor, era como agua en un desierto de soledad, porque de nuevo se volvían a encontrar. - ¿Dónde vives? - Algunas calles, me faltan para llegar. - ¿Vives con alguien? - No, estoy sola, pago renta, es un departamento pequeño. - Puedo acompañarte. - A estas horas nadie nos vera. Pero mañana tendrás que cuidarte al salir, que las vecinas de todo se enteran por ahí. - ¿Cuántas parejas has tenido ahí? -¡Tonto! Ninguna. Te dije que no soy fácil de convivir, todos desaparecen hasta tu. - ¡y tú! - ¿Yo? Yo no he dejado de trabajar como enfermera. - Llevo años buscándote y sin encontrarte hasta hoy. - Pues estuve en un hospital al sur, pero luego me contrataron aquí, por exceso de trabajo y mira la suerte que tengo, por fin supe que estabas con vida. - Y por fin puedo volver a besarte. Tomaba su boca por asalto y estrechaba su cuerpo acariciando cuanto había echado de menos. Llegaban a su departamento, que todo estaba en completa obscuridad, y ella con él ingresaba a ese su pequeño hogar, un cuartito con cama incluida, un baño con regadera y ahí mismo una estufita, donde se calentaba un poco de te o de algunas cosas que pudiera. - Es demasiado pequeño. - No soy tan grande como tú. La cueva era nuestro hogar y no te importaba. - Te daré un mejor lugar para vivir, donde pueda tenerte conmigo y pueda amarte como quiero hacerlo. - Mi trabajo es mi vida, no tengo nada más que hacer, y dependo de él para continuar. - ¡No! Ya no más, eres el oxigeno que me hizo falta todos estos años. - Verte fue suficiente para mí, lo sabes.

Las caricias anunciaban el amor, y las prendas que caían con fervor una a una, salían de sus cuerpos, con cada logro la pasión se iba en incremento, fue como siempre lo hicieron con mordiscos, al probarse, de saborear cada parte salada de su piel, al tocar y sentir como vibrase al unirse otra vez, fue bajar y besarle todo aquello, y probar como un animal que solo marca su territorio, que llevaba años sin estar ahí dentro. Anunciar que ella lo esperaba, que su cuerpo lo anhelaba y que todo ese tiempo, fue triste, tan gris, porque lo extrañaba, lo deseaba cada centímetro de su piel, gritaba por él.

Desnudos en la cama pequeña, fue sentarla con sus piernas en su cintura, y probar de sus pechos con locura, de sus caderas se tomaba posesión, para luego lentamente perder la razón, y ensartarse en un placer del que exiliaba por fin su cautiverio, era suya de nuevo y aunque tenía tanto tiempo de no hacerlo, fue volver a las caricias más ardientes de nuevo.

- No sabes cuanto te he extrañado Candy, - ¿Hay alguien en tu vida, amor? - Mi familia que ahora esta en la ruina por la guerra y que no podemos dejar caer todo lo que hemos construido. - Pues ahora me tienes a mí, cuando desees venir tengo los fines de semana libres, y aunque salgo a lavar, me daré tiempo para espera si tu quieres. - No mi cielo, de este lugar te he de sacar y aunque sea otro lugar más cómodo, pero algo tengo que hacer para que vivas mejor, no puedes seguir aquí, lejos de mí, no sabes cómo te he buscado y cuantas veces celoso te soñé en brazos de otro y me lamentaba no haberte llevado conmigo, no hacer algo para que estuvieras cerca, no sabes la de ocasiones que no podía imaginar que jamás te volvería a encontrar. -¡Ah! -¡si! Vente ahora mi vida, tu puedes preciosa. Y agitando sus caderas en el sube y baja de su posición, se alegraba su vida de nuevo como manantial soltaba su cuerpo deseoso de ser poseído por el hombre que siempre había querido, su primer amante, su valioso amor, el joven indecente, que le enseño lo que significaba la pasión. Con energías renovadas, ahora la recostaba y en su cama ruidos, el se acomodaba para volver a darse en ese cuerpo suyo, con toda su fuerza, se acoplaba de nuevo y ella lo abrazaba con sus piernas y el se acomodaba a como podía, y fue un vaivén tan fuerte y decidido, a dejarse ir en su cuerpo sometido. Era la mujer que más lograba hacer de él un hombre completo y ahí estaba arañando su espalda, mordiendo sus labios, con desesperación, por llegar juntos al clímax que tanto anhelaban los dos, y el la amaba, y ahora no la dejaría ir, porque ella lo necesitaba, como él la ansiaba. Fue cada vez más fuerte y si el vecindario era susceptible, mañana todo el edificio sabría que alguien lo hizo muy bien, porque la camita saltaba cual vaivén, en el apogeo de la relación hasta gritar salvajes desbordantes, y sudados sus cuerpos, saciados de todo cuanto se propusieron lograr esa noche, su maleta sería fácil, la camita no era suya, era del cuartito a renta, lo único era su estufa, que le servía para comer, cuando no encontraba algo más, ya por la tarde, después de haber escandalizado a todo el edificio, las señoras como bien le aviso su mujer, estarían ahí esperando por saber y al verlo, alto fuerte y con ella abrazada, con su maleta en su otro brazo, les daba por enteradas que ya no lo gozarían tanto, que se quedarían alborotadas a ver si sus maridos les daban una calada, porque esos dos se iban a la calle… para irse a otro lugar con un departamento de verdad, con una cama normal, no una que quedo despedazada y que le sirva el depósito, para comprarse un catre, porque lo que es Candy a ese lugar no volvería jamás.

Un edificio decente, pero ella ya tenía habitación, una ventana al exterior no a la pared que tenía antes, había agua en la regadera disponible las veinticuatro horas, la cama era enorme y el baño igual, la cocina era un pasillo, de estantes y puertas como si ahí guardara un almacén de alimentos completos para un año con variedad. Albert la miraba orgulloso, con tan poco ella hacía fiesta, era su departamento y lo tenía desde hace tiempo, ahora ella estaría allí viviendo y él la protegería de cualquier cosa que necesitara porque él la amaba, aunque fueron novios desde antes de lo previsto y amantes desde muy jóvenes, era solo suya y ella no quería ser de nadie más.

- Esto es muy lujoso y sabes bien que lo es, con la guerra todo se ha hecho muy difícil. - Lo sé, pero te prometo que nada te hará falta, me tendrás contigo, seguimos con el banco, con algunos negocios, en la compra y venta de reses y de perecederos, algunos bienes inmuebles y otras cosas que nos han ido surgiendo, nos iremos adaptando, no te preocupes por nada, aquí n necesitaras trabajar. - Pero sería bueno no dejar de hacerlo, para hacer algo mientras trabajas. - Has lo que quieras, solo duerme aquí, no hagas guardias nocturnas, ni una sola más, porque esas son mías y no negociare ni una sola noche con el hospital. - Estoy solo en cirugías programadas y todas son a la luz del día, no he trabajado de noche desde que llegue, lo hablaré con mi jefe para estar en la misma idea.

Llegar al hospital y saberla muy mal, que la noche la tuvieron que intubar, que ya solo podían despedirse los más allegados, eso era muy triste, se notaban desesperados los movimientos al saber que una mas de la familia se iba a marchar. Anthony comentaba con él y con Archie, que había encontrado a una chica hija de un terrateniente muy importante, el hombre quería la seguridad de su hija, y él había aceptado si firmaba la exclusiva de venderle todo el ganado. A lo que le aseguraba que, si se casaba con ella, todo el rancho sería a nombre de los dos, que el exportaba reses todo el año y tenía millares de estas programadas por cada verano.

- ¿Te gusta la chica? - Le llevo varios años. - ¿Pero te gusta y vas a aceptar? - Ya he firmado con él y me voy a casar este mes. Archie lo miraba asustado, la joven llamada Katherine era una rubia preciosa de ojos azules, con rizos acairelados hasta su cintura, montaba a caballo para cuidar las reses, era buena en la cocina y no había estudiado mucho, solo lo que su madre la había preparado para hacerse cargo de su casa y de las atenciones regulares a los clientes. La tía se quedaba en el hospital y todos acompañaban a Anthony en su boda, la guerra se llevó muchas cosas, pero trajo otras que tenían que aprovechar y ahora Anthony era un empresario ganadero, con una mujer hermosa por pareja y sus primos y su tío lo apoyaban en lo que él había elegido.

Candy cuidaba a la dama y le quitaba los tubos, luego le ponía ventilación y le colocaba de espaldas para sacar las flemas pegadas en el pulmón, golpeando suavemente para que pudiera responder, no estaba su novio, pero algo ella podía hacer, salvar a esa dama, era la familia que él amaba y gracias a ella, lo pudo volver a ver y ahora una oportunidad entre ellos se volvía a dar. El respirador ahora era en una cámara de aire, ya no intubada, Elroy suspiraba con la nueva medicina, y al volver de su viaje su sobrino la encontró un poco mejorada y Candy lo puso al día, agregando que, aunque es muy mayor, solo esperara una esperanza de vida mejor.

- Pues se ve mejor sin el tubo en la boca, - Y se ha vuelto su rostro un poco más rosa, deberías ver que sus pulmones tienen liquido retenido, solo Dios y un milagro podría darle un poco más de tiempo para mejorar. Llegaba Archie y con ella se iba a quedar, leyendo un libro la dejaba descansar y luego al banco se iba a trabajar.

Mientras tanto Albert su departamento era cada vez un mejor lugar, pues ella hacía comida y lo recibía con besos, lo bañaba y cuidaba con tanto esmero, como si enfermo fuera, lo consentía más, porque el solo tenerlo la hacía feliz, pero eso para él no era del todo cierto, la deseaba cada día más y por mucho tiempo, no se estaba cuidando y sabía que podía dejarla embarazada y en eso una esperanza le brillaba, si el hacia un negocio mejor, no necesitaría otra mujer mas que ella, invertiría en lo que mas hacia falta y buscaría el mejor distribuidor, se volvería más activo, pero se quedaría ella consigo y si formaba una familia, ella sería ideal para ser su mujer, su amante y lo que fuera, porque a escondidas ellos eran lo que nadie podía saber, una pasión que nadie tenía, unas caricias que nadie se hacía, era lo que los hombres deseaban en todos lados, pero el la tenía a ella y no quería jamás que se fuera de su lado.


Gracias por leer, por comentar y por todo cuanto hacen cuando les gusta leer...

Una historia más del grupo Historias de Albert y Candy

Un abrazo a la distancia,

Mayra Exitosa