Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 7
Bella
Edward descansó su frente en la mía mientras ambos tratábamos de que nuestras respiraciones volvieran a la normalidad.
Cerré los ojos un momento y exhalé suavemente.
Sentí como los vellos de mi piel seguían erizados y mis piernas aún tenían ese efecto débil por la emoción de estar besándonos por más de media hora.
— Bella… —susurró volviendo a besar mis labios, atrapando mi labio inferior entre su jugosa boca, haciendo que las mariposas de mi estómago siguieran aleteando completamente borrachas de felicidad—. Dame una oportunidad.
Sus manos no soltaron mi rostro, lo seguía acunando con tanta ternura mientras repartía besos por mis mejillas, frente y nariz.
Sonreí. La sensación de dicha en todo mi pecho era simplemente indescriptible. No existían las palabras adecuadas para poder expresar todas las emociones que estaba viviendo desde el inicio de nuestra cita.
No podía seguir negándome a lo que me hacía sentir. No quería, ni podía.
»Por favor, Bella, responde —insistió, sus ojos estaban fijos en los míos y se veían suplicantes—. Dime que sí.
Lo abracé muy fuerte. Tan fuerte que sus brazos me rodearon al instante abrazándome con la misma fuerza. No quería que me soltara nunca, no quería siquiera pensar en un adiós.
En la posibilidad de perderlo. De no volver a sentir lo que me hacía sentir.
Eran tantas emociones juntas que bien era capaz de colapsar y así seguir sintiéndome feliz.
— Sí… —fue una breve palabra con tanto significado, quizá el susurro más escondido que salió de mi alma y amortiguó en su pecho.
Ahí. Apoyados en su auto, en medio del silencioso lugar y la oscuridad del estacionamiento me estaba dando una oportunidad. Era quizá el momento más especial en mi vida después de ser madre.
Edward volvió a acunar mi rostro, pero de una forma distinta; dejó una mano acariciando mi mentón y otra fue directo a mi nuca con sus dedos entre mi espeso cabello.
Estaba sonriendo ampliamente, eso me hizo sonreír y mejorar mis nervios. Se acercó despacio, demasiado lento para mi activada ansiedad hasta que el calor de su boca cubrió la mía en un beso apasionado.
Un beso distinto a los que habíamos estado compartiendo. Apenas podía seguir su ritmo en la forma en qué su boca avasallaba la mía, de forma hambrienta, rayando en lo salvaje que no podía respirar.
Poco a poco me fue presionando contra el coche, tanto que por primera vez, después de una vida, lo sentí. Edward estaba completamente duro y estaba creando una deliciosa fricción entre su cuerpo y el mío.
— Bella… —musitó perdido en cuello— quiero que todos sepan. Quiero gritar que eres mía.
Lo alejé un poco y él me miró extrañado. Seguía agitado al igual que yo.
— Esperemos un poco —pedí— me gustaría mantener lo nuestro para nosotros antes de decirles.
— ¿Por qué, Bella?
— Por Mel —me sinceré—. Si esto no funciona no quiero que ella sufra, no quiero darle una desilusión más a su vida respecto a nosotros.
— ¿Una más? —inquirió dudoso mientras me dejaba un corto beso en los labios.
— Ya sabes. Cuando Mel tenía doce y todo empeoró —le recordé—. Las terapias con el psicólogo y descubrir que la verdadera causa éramos nosotros, lo difícil que fue para ella crecer lejos de ti y que nunca pudimos darle una familia.
Edward inclinó su rostro rehuyendo su mirada. Sabía que había recordado esa época difícil como padres. Lo angustiante de no dormir por las noches debido a las constantes pesadillas que abordaban a Mel cada madrugada, sus depresiones día a día y sus ataques de ansiedad. Para nuestra hija fue un cambio brusco pasar de la niñez a la adolescencia y los estragos de haber sido criada de forma diferente realmente influyó.
De ninguna manera quería volver a ver a mi hija en episodios depresivos. Y si ambos podíamos ayudar, teníamos que hacerlo. Hoy Melody entendía que éramos sus padres aunque no fuéramos pareja, ni siquiera amigos. Ella estaba conforme con vernos en paz.
— Me hubiera gustado ayudar más en ese tiempo —murmuró— poder estar cerca de las dos.
Acaricié con la punta de mis dedos sus mejillas, tenía un poco de barba creciente y me hizo sonreír.
— Lo estuviste, me apoyaste lo más que tu trabajo te lo permitió y siempre te agradeceré que no nos dejarás solas.
Edward cerró brevemente los párpados. Hizo una mueca de satisfacción, mientras seguía acariciando su rostro. Él parecía satisfecho.
— ¿Cómo crees que lo tome Mel? —preguntó.
— Realmente no sé.
— ¿Cómo haremos para vernos? —sus brazos rodearon mi cintura—. Vamos a necesitar tiempo para nosotros, ¿no crees?
— Quizá… —elevé mis hombros— a escondidas de ella.
Edward rio.
— Como dos adolescentes —dijo.
— Será mientras vemos a dónde nos lleva esta relación —le expliqué—. Es volver a reencontrarnos, Edward, pero siendo ahora dos adultos. Ya no podemos seguir jugando como cuando fuimos dos chiquillos.
— Ya no te puedes meter por mi ventana —se burló haciendo que mis mejillas se enrojecieran—. Aunque esa idea me sigue gustando, no diré nada si por la noche me abordas.
Sacudí la cabeza.
— Ya no tengo quince años, Edward.
Él dejó un beso en la punta de mi nariz.
— Quédate conmigo esta noche —me pidió cuando sus manos recorrían de arriba abajo mis brazos.
Las locas mariposas volvieron a sentirse dentro mi vientre. Quería decirle que sí y terminé por revelar la verdad.
— Después de ti, no hubo nadie.
Edward asintió rápidamente, se quedó pensativo por unos segundos hasta que sus ojos se ampliaron, comprendiendo.
— Espera… —murmuró— estás diciendo que tú no…
Negué.
— No tuve tiempo para nada que no fuera mi hija.
Edward pestañeó varias veces viéndose incrédulo.
— Pero…, ¿por qué? Eres demasiado hermosa y una mujer increíble, Bella. ¿Por qué te hiciste eso?
Suspiré hondamente.
— ¿Te parece si nos vamos? Serán las 2 am y debo llegar a casa —le dije—. En el camino puedo contarte.
Edward volvió a acercarse y besó de nueva cuenta mis labios antes de abrir la puerta y ayudarme a subir al auto.
Puse atención a nuestras manos unidas mientras conducía. La sensación de vacío con la que muchos años viví hoy simplemente no existía.
— Quieres contarme —Edward me alentó.
Miré por las ventanas del coche las luces de los edificios en medio de tanta oscuridad, parecían simples borrones brillosos mientras el auto avanzaba a velocidad.
Cerré mis ojos un momento y esos recuerdos se hicieron presentes con tanta nitidez.
Melody lloraba a grito abierto en medio de mi angosta cama. Era su primera noche en casa junto a mí. Llevaba más de dos horas llorando y no sabía cómo calmarla… Mis tetas dolían demasiado sabía que tenía hambre, solo que no quería comer y no entendía la razón.
Me incorporé fuera de la cama y la tomé en brazos sin importar el dolor en mis pechos, los arrullos no sirvieron de nada, así que decidí pedir ayuda. Con mi bebé en brazos recorrí el pasillo hasta la última habitación, con mis nudillos toqué varias veces la puerta de la habitación de mis padres.
— Mamá… Mel ha estado llorando, no sé qué tiene —golpeé la puerta con más fuerza—. ¿Puedes ayudarme?
Ella tardó quizá quince minutos en abrir; vestía en bata y su cabello estaba revuelto y desordenado.
Su gesto seguía enfadado. Parecía que era su nueva careta.
— Eso es para que veas en dónde te metiste, Isabella —su voz fue dura como todos estos meses desde que se enteró de mi embarazo—. No voy a ayudarte, tú sabrás cómo te las arreglas.
— Es que no sé si le duele algo —mis lágrimas cayeron porque también dolían mis tetas—. ¿Podrías ayudarme un poco?
— No. No te ayudaré en nada. Es tu hija y tú te encargas de ella.
— Por favor, mamá. No he dormido nada y mis pechos me duelen, están completamente duros y rojos.
Renée resopló.
— Te llevaré al hospital —murmuró malhumorada—. Eso te pasa por andar jugando a ser grande. Lo tenías todo, Isabella. Y preferiste tener una hija, pues ahí están las consecuencias de tener un crío.
Asentí.
En el trayecto a emergencias me hizo entender lo mala hija que era y la manera estúpida de haber arruinado mi vida, todo por una bebé que me convirtió en una madre soltera con solo dieciséis años.
Mientras ella iba escupiendo su verborrea, cada palabra iba taladrado mi alma, solo que Renée no parecía darse cuenta. Tenía dieciséis años, estaba viviendo una avalancha de emociones dentro de mí, ¿por qué ella no comprendía? Yo pasé de ser una adolescente mimada a ser madre. Estaba en el proceso de asimilar que un pequeño ser dependía totalmente de mí. Yo era lo de menos de ahora en adelante, lo entendía de esa manera y lo aceptaba, incluso en mis pensamientos sabía que debía responsabilizarme de mi hija que no tenía la culpa de nada. Solo que no encontraba por dónde empezar.
¿Por dónde se empieza cuando eres madre a los dieciséis?
»Isabella… —su voz me hizo enfocar el inmenso hospital.
— ¿No te quedarás? —pregunté al ver que solo detuvo el auto frente a la puerta de emergencias.
— No lo haré. Ahora es tu turno de hacerte cargo de tu vida y la de tu hija. No quiero que el día de mañana al sentirte cómoda con nuestra ayuda vuelvas a tener otro hijo, Isabella. Necesito que entiendas lo difícil que es traer un hijo al mundo y estar completamente sola… —Vi sus ojos por el retrovisor y comprendí su decepción—. Quizá ahora pienses que soy mala pero lo hago por tu bien —el sonido de los seguros del auto se escuchó—. Vendré por ustedes en cuanto me hables.
Me quedé ahí, observando cómo el coche de mi madre se alejaba en una madrugada de julio. Ese día comprendí y acepté con resignación que estaba y que si ya le había fallado a mis padres no podía hacerlo con mi hija y también conocí dolorosamente lo que era mastitis.
Limpié una lágrima disimuladamente cuando escuché la voz de Edward.
— ¿Qué dices? —pregunté.
— No sabía que Renée no te había apoyado en los cuidados con Mel. —repitió, apretando con más fuerza el volante, se veía entre asombrado y disgustado, el tono de su voz lo deja al descubierto—. Ahora entiendo por qué decidiste alejarte de tus padres, porque esa fue la razón, ¿verdad?
— Si no me independizaba terminaría por quedarme con ellos el resto de mi vida.
— ¿Por qué nunca me lo dijiste, Bella?
— Apenas hablábamos —le recordé—. Ibas cada tarde a pasar tiempo con Melody, me dabas cada semana para los gastos de ella. Y las tres palabras que cruzábamos en ese entonces eran suficientes.
— Fue muy injusto.
— Yo me lo busqué.
— Éramos solo unos adolescentes calientes que no pensamos en las consecuencias.
— Debía remediarlo.
— Te llevaste la peor parte —murmuró pensativo con su mandíbula tensa—. En todos estos años nunca me di cuenta lo sola que estabas.
— No he estado sola. Mel ha sido mi mejor compañía —corregí.
— Tu compañera de aventuras —dijo—. Me entretengo viendo las fotos que Mel publica en su instagram de sus vacaciones de cada verano o ese tiempo que pasan con tu familia en Navidad.
— ¿Ves las fotos?
— Solo lo que Mel publica, tu instagram está privado —me dio una sonrisa antes de llevar mi dorso a sus labios y dejar un corto beso—. Creo que te enviaré una solicitud de seguimiento. También de amistad en tu Facebook.
Sonreí de tanta felicidad que sentía. No podía imaginar a Edward acechando mis redes sociales, ¿desde cuando lo hacía?
No quería llegar a casa. Seguía temiendo que la magia se rompiera entre nosotros. No obstante la hora llegó y nos despedimos por primera vez sin mucho ánimo para ir cada uno a sus casas.
Esa noche no pude dormir. Di vueltas en toda la cama hasta que le envié un mensaje, fue maravilloso que Edward me respondiera en segundos y me dijera que estaba en la misma situación.
Edward
Una vez escuché que cuando eres feliz todo se vuelve más ligero. Eso probablemente ocurría conmigo desde que Bella estaba en mi vida. Todo se había convertido en suspiros para mí.
Vernos a escondidas era el lado picante de nuestro noviazgo, en un principio le daba emoción, pero una semana después se empezaba a volver complicado.
— Será mejor que hablen con Mel —Emmett dijo a través de la bocina de mi celular.
Yo estaba limpiando el apartamento porque sería la primera vez que Bella vendría, nos habíamos mantenido saliendo a cines y restaurantes, solo que ahora estaríamos en casa. Y preparaba para mi novia una cena especial.
— Hay algo que no te he dicho —mencioné—. Quiero darle el mejor noviazgo a Bella, la mejor experiencia que pueda tener.
— Bien por ti, hermano. Se puede saber por qué tu decisión.
— Es que me da tanta ternura, Emmett. Ver sus ojitos cómo se iluminan por asistir a un simple bar, la forma en qué disfruta comer o cuando simplemente caminamos con nuestras manos unidas, ella se ve radiante. Más hermosa que nunca.
Lo escuché reír.
— Sospecho que alguien se está enamorando —lo escuchéreír—. Te trae loco con una sola semana, hermano.
— Es que no entiendes. Bella es especial, Emmett. Ella no ha tenido ninguna experiencia sobre noviazgos ni sobre hombres. No hubo otro en su vida que no fuera yo.
Emmett de pronto dejó de reír.
— ¿¡Qué dices!? Cuéntame todo, ¿es una deducción o una afirmación?
Estaba por responder cuando escuché el timbre. Fruncí las cejas al ver el reloj, era temprano para que Bella llegara, al menos faltaban dos horas.
Abrí la puerta y sonreí a mi hija.
— Llegó Mel —le dije a Emmett—, te hablo después.
No le di tiempo a que dijera más cuando finalicé la llamada.
— Hola, pa —mi hija me abrazó fuertemente dejando un beso en mi mejilla—, vine a pasar el fin de semana contigo.
Traté de sonreír y no golpear mi cabeza al recordar que era viernes. Por supuesto que me daba gusto ver a mi hija y tenerla en casa.
Mel caminó hacia el pasillo llevando una mochila con sus pertenencias para pasar dos días conmigo. Ella puso especial atención en las velas que había en la mesa y las flores que había comprado, no logré apreciar su gesto porque mi hija adentro en su habitación, momento que aproveché para llamar a Bella.
— Hola, Edward —el tono de su voz fue muy bajo—. Mel no me dio tiempo de avisarte que iba a tu casa, creo que ambos olvidamos que los fines de semana los pasa contigo.
Sonreí. Podía imaginarla acurrucada en el sofá viendo televisión y ese cachorro peludo en su regazo siendo consentido con suaves caricias en su pelaje.
— ¿Puedo ir a verte más tarde? —Podía esperar a que Mel se durmiera para no levantar sospecha y visitar a mi novia.
— ¡Sí! —Su tono fue casi un grito—. Te estaré esperando.
— Está bien, nena. No te duermas, espérame.
— ¿Saldrás?
Volteé al escuchar la voz de Mel detrás de mí. Ella se había puesto su pijama mientras traía consigo una frazada color verde enredada en sus hombros.
— ¿Eh? Sí, pero más tarde.
Mel arrugó su nariz antes de seguir su camino hacia la cocina.
— Prepararé malteada de fresa, ¿gustas? —me ofreció volviéndose callada por unos minutos—. Papá, ¿estás viéndote con alguien? —se mantuvo concentrada frente a la licuadora echando dentro del vaso fresa congelada y leche descremada—, estos días has estado distraído. No me has llamado y tampoco fuiste por mi hoy como cada viernes.
Me sentí mal por ella. Melody estaba por cumplir diecisiete años en unas semanas, era una adolescente madura que sabría comprender lo que ocurría entre su mamá y yo.
— Melody —susurré captando su atención, ella volteó y me miró fijamente—. Sí. Estoy saliendo con una chica —revelé a medias—, e iniciado una relación.
Ella abrió la boca un tanto confundida y bebió un trago de malteada antes de pasarme el vaso a mí.
— Oh… —murmuró sin dejar de verme— ¿desde cuando sales con ella?
Rasqué mi nuca.
— Desde hace una semana.
— Fue cuando no me respondiste los mensajes —me recordó—, supongo que tuviste una cita.
Asentí mirando el vaso con malteada espumosa color rosa y bebí un largo trago bajo su atenta mirada.
»Es por ella que estabas haciendo limpieza y arreglaste la mesa —miró las velas y flores— ¿ha venido aquí?
— No. Es decir sí —reí nervioso—. No la he traído a casa, pero sí pienso ir a verla más tarde.
— Ah… pues qué bien, pa. No veremos películas, ¿no?
— Sí. Es nuestra noche de películas y prometí ver contigo esas series coreanas que tanto te gustan.
Mel sonrió.
Nos tumbamos en un sofá y en los segundos una imagen de un tipo adolescente con ojos rasgados y pelo escurrido apareció en la pantalla.
— Pa, ¿me presentarás a tu novia? —preguntó Mel acurrucada en el lado opuesto del sofá.
— Sí. Siempre lo hago. —Quería decirle que no había necesidad porque ella conocía muy bien a mi ahora novia, sin embargo preferí callar. No me sentía a gusto con ocultar la verdad a nuestra hija.
— Ah… ¿cuándo?
— Más adelante.
— ¿Cuándo? —insistió.
— No sé aún.
— Pa, es que quizá la próxima semana no podrá ser. Mamá y yo nos iremos de vacaciones.
— ¿De vacaciones? —inquirí— ¿a dónde? Bella no me ha dicho nada.
Mel encogió débilmente sus hombros.
— No sabía que mamá te decía nuestros planes de verano.
No quise seguir hablando del tema porque era probable que terminara diciendo que Bella era mi novia.
Así pasamos la tarde viendo sus series y ella explicándome sobre cada personaje de "Los chicos son mejores que las flores".
.
Era medianoche cuando estacioné frente a la casa de Bella.
Mi incomodidad fue obvia al ver que todo estaba oscuro, posiblemente Bella se había quedado dormida. No la culpaba.
Melody me había entretenido de más con tantas explicaciones sobre la serie coreana, que el tiempo avanzó sin darme cuenta. Ahora mi hija descansaba en su habitación y yo aproveché como si fuese un adolescente para escabullirme del apartamento.
Presioné el timbre un par de veces. Quizá no era lo correcto por la hora, sin embargo, no encontré otra manera para entrar.
Escuché los ladridos enfurecidos de Kai del otro lado de la puerta. Él estaba protegiendo su territorio y me daba entender que no era bienvenido.
— Kai… —murmuré pegado a la puerta— soy yo.
El peludo bien pudo no escucharme porque siguió ladrando de forma amenazante. Gruñía como si se estuviera transformando en un monstruo de cuatro patas. Fue tanta su furia que empezó a arañar la puerta. Haciendo un escándalo que no solo despertará a Bella sino a todo el vecindario.
Maldita sea. ¿Por qué se me ocurrió tocar?
Saqué el celular de mi bolsillo y marqué el número de Bella. Por supuesto que no respondió.
Caminé hacia la parte trasera echando una mirada tras las ventanas, era todo oscuridad. Y kai con sus ladridos exagerados me puso nervioso.
Miré hacia el patio. Bien podría saltar la valla de madera, me encaminé hacia el lugar, adentrando a una propiedad privada en plena madrugada.
— Edward, ¿eres tú? —Bella salió por la puerta trasera sosteniendo una escoba en sus manos, rápidamente me acerqué y la rodeé con mis brazos—. Me asustaste —exhaló—, ¿qué estás haciendo en el patio?
— Buscaba cómo entrar.
— ¿Cómo pensabas hacerlo?
— Por la puerta trasera.
— Ven… —tiró de mi mano llevándome hacia adentro.
Kai se me echó encima apenas me vio. Le di un poco de cariño para que después me permitiera acercarme a Bella, luego de olisquear mis manos y ropa me reconoció dejándome tranquilo.
Bella no dejaba de verme con esa hermosa sonrisa.
Me acerqué sujetando su cintura y me incliné a besar sus labios. Los besé hasta que me olvidé de todo...
Nuestros besos se volvieron fortuitos porque sin darnos cuenta terminamos en el sofá; ella tendida sobre mi cuerpo.
»¿Quieres dormir conmigo? —susurró.
No pude evitar sonreír. Aquí estaba mi chica timida volviéndose una mujer valiente y decidida al tomar ella la iniciativa.
Acuné su rostro y la besé de nuevo, retirando un mechón de cabello que había caído sobre su mejilla.
— ¿Estás segura?
— Lo estoy —suspiró.
Bella se incorporó y alargó una mano hacia mí. Era una tentadora invitación que no podía rechazar.
La quería de todas las formas posibles.
Hola, ¿qué piensas del capítulo? ¿les gustó? Espero me puedan dejar sus opiniones.
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