Capítulo 1. It seems kinda late now (Parece un poco tarde ahora)
"[…] I'm a –wonderin' if she remembers me at all
Many times I've often prayed
In the darkness of my night
In the brightness of my day".
- Girl from the North Country [Estrofas finales]. Bob Dylan
.
Con algo de esfuerzo, Vasyl cierra los ojos y aún puede ver los campos de cereales y girasoles que una vez rodearon la casa de su hermano a las afueras de Vínnytsia. Los caminos pintorescos, llenos de flores en primavera y nieve en invierno, a las orillas del río Yuzhniy Bug.
A veces sólo le parece un sueño.
Hay otros momentos que, sin embargo, Vasyl Kórsakov no va a olvidar mientras viva. Las imágenes vienen a él con facilidad y nunca ha luchado por apartarlas: Los gritos, el fuego, el desconcierto de muchos de los vecinos y el silencio que siguió a la muerte de los hombres que estaban bajo sus órdenes… La pequeña niña envuelta en llamas y la casa de estructura frágil desplomándose en esa helada tarde de 1953.
La ira ciega de ese chico después de ser golpeado e inmovilizado entre forcejeos por los agentes a su cargo. El instante en qué ya no pudieron contenerlo. El horror que le siguió.
Él mismo en la parte de atrás del hostal creyendo que aún tenía la situación bajo control. El desconcierto y el terror.
La certeza que esa misión ya no le daría el último empujón a Moscú. Un último gesto de dignidad y la culpa corroyéndolo. Vasyl era joven y había renunciado a mucho para tener un futuro en el cuerpo de inteligencia rusa que sólo unos meses después, en marzo de 1954, iba a tomar el nombre de KGB.
No llegaría a ver ese día en suelo soviético… ese incendio cambiaría mucho más que su carrera.
– ¿Dónde se supone que has estado? – La voz molesta de su hermano aleja al menor de los Kórsakov de sus recuerdos. Hay un poco de revuelo en el piso de abajo, alguien entrando y saliendo de una habitación y después pasos que suben la escalera hacía la salita y su pequeño despacho en el piso superior. – ¿Qué llevas puesto?
– Son unos tejanos. La gente los lleva… hace al menos una década, quizás dos…¡Estamos en 1968, papá!
Ella casi nunca llama papá a Oleg – al fin y al cabo él tampoco actúa como tal la mayor parte de las veces – pero su hermano ha estado más enfadado que de costumbre con el mundo en general y su sobrina es lo suficientemente lista para presionar un poco pero no empeorar el humor del hombre. 'Nunca va a estar lo suficientemente agradecido por la joven mujer en quien se ha convertido Anya'.
– Me he dado cuenta… – Vasyl escucha, en efecto, refunfuñar a su hermano en ruso algo sobre las chicas, la decencia y la pérdida de modales antes de responder cualquier otro argumento a su hija: – Estamos en 1968 – Continua después – … en una ciudad donde no funciona ninguna escuela, nadie puede enviar una carta, tomar un autobús o encontrar cigarrillos o azúcar.
– Oh, vamos... – La voz cansada pero suave de Anya envuelve la casa. Y el menor de los Kórsakov ve finalmente a la chica pararse en la parte alta de la escalera y mover la cabeza en negación agotada mientras se recoge el cabello ondulado en una coleta alta.– Los estudiantes estamos al lado de los obreros.
– Sí, hasta que os canséis… entonces tu amigo Alain y los otros como él volverán a poner los pies en la tierra para convertirse en dueños de los negocios de papá… y tú seguirás marcada por haberte metido en líos y tener un apellido ruso. Ya sabes que aquí siempre seremos sospechosos de estar del lado comunista…
– Oleg, por favor. Déjala en paz…
– Bueno, excepto tu tío… que efectivamente lo está.
– Oleg…
Después de intervenir, Vasyl escucha a Oleg decir algo más sobre el orden y el caos, pero en ese momento Anya está ya delante suyo con el ceño algo fruncido y una media sonrisa en los labios.
– He encontrado el libro que comentamos – La chica le habla parando atención al periódico antiguo que hay encima la mesa. 'El diario de hoy no ha llegado al quiosco de la esquina: Oleg tiene razón al menos en eso, y las huelgas de los últimos días han tenido casi paralizada la ciudad'. – Voy a ir mañana a buscarlo a la librería de Madame Croix. ¿Sabes que me ha dicho que van a trasladar la biblioteca de Historia a Le Marais?
Anya le cuenta algo sobre el histórico edificio pero Vasyl, en realidad, ha dejado de escucharla minutos antes. No se ha fijado hasta entonces, pero la chica lleva una camiseta de tiras de algodón y su viejo foulard atado a la cintura, como si fuera el cinturón de sus vaqueros.
Es la primera vez que la ve llegar de la calle en tirantes. La primera que no esconde su espalda con algo fuera de su habitación y Vasyl Kórsakov casi titubea. Anya tiene cicatrices allí, una zona extensa de piel tirante y color rojizo que le reduce sensiblemente el movimiento del hombro izquierdo y una parte de la piel de la espalda y que suele tratarse con cremas y ungüentos naturales, aunque nunca han tenido la más mínima esperanza que eso iba a hacer desaparecer las molestias.
Ella nunca menciona esas marcas y Vasyl nunca pregunta si aún duelen… Ni siquiera Oleg parece acordarse ya de ellas.
De pronto el hombre se pregunta si eso significa que Anya ha perdido el miedo a su propio extraño don. Si ha decidido que no hay nada de malo en ello.
Nastasya, la difunta esposa de Oleg, la mujer de salud frágil que hizo de madre de Anya durante años, fue una vez la única en esa familia dispuesta a ayudar a la niña a pasar por ello. Y Oleg detesta aún a su propio hermano por haberles metido en eso.
– ¿Te encuentras bien? – De pronto la chica parece preocupada por él y Oleg está allí, dos pasos por detrás de Anya, con los brazos cruzados y el disgusto en la mueca – ¿Pasa algo?
Aclarárselo, preguntarle el por qué de no taparse las cicatrices, haría que el hombre pusiera en palabras viejas mentiras y una historia que ni siquiera puede soportar en su memoria.
Su hermano lo sabe y calla.
Y al final, cuando Anya se ha ido porque sus amigos han pasado a buscarla, porque hay otra manifestación en el Barrio Latino esa noche, Oleg sólo se limita a repetir las frases de siempre, a fingir que ninguno de los dos entiende lo que ahora pasa por la cabeza del otro:
– Vas a dejar que siempre se salga con la suya… Primero fueron los estudios, todos esos libros estúpidos y ahora… – Se para a sí mismo y se burla antes de irse: – Los estudiantes de París con los trabajadores, por el gobierno popular y, eso creo que se les ha ocurrido los últimos días, en contra de la guerra de Vietnam. Como si con eso, el mundo y sus miserias fueran a cambiar…
.
Westchester (Estado de Nueva York), 1969.
Cuando era pequeño Charles Xavier estaba convencido que habría un día que ya nunca volvería a esa mansión. A esa casa, las estancias de la cual solían evocarle las palabras hirientes – los pensamientos peores – de Kurt Marko, los golpes y la sonrisa de burla de Caín o el dolor ahogado en alcohol de su madre. Hubo un tiempo en qué así fue.
Unos años en los que, con Raven en Oxford a su lado, ni siquiera pensó que iba a volver. Pero después llegó Moira, la oportunidad de ayudar a la CIA – no, la oportunidad de ayudar a más mutantes, a todas esas almas con ambiciones, esperanzas y miedo que pudo tocar con Cerebro en sus primeras búsquedas desde Virginia – y el dar un nuevo uso a la mansión de pronto tuvo sentido.
Piensa en eso a estas alturas y se ríe. 'No, no es que le parezca gracioso haber fracasado así…'. Se trata de estar engañándose a sí mismo. De evitar incluso el nombre de Erik en un recuerdo como este.
– La verdad, Charles. No sé cómo has sobrevivido viviendo en tal dificultad…
Erik no conocía esa parte de él en ese momento, no tenía la capacidad para adivinarlo. Pero incluso con Raven apoyándole, Charles pudo sentir la bilis de sus memorias de infancia en la garganta.
Se perdió consigo mismo por las estancias de la casa y los malos recuerdos por horas.
Y entonces dejó que fuera el mismo Erik quien rápidamente llenará la mansión de otros recuerdos, de instantes que no parecían tener que doler tanto con el tiempo.
Charles Xavier nunca pensó que acabaría pareciéndose tanto a su madre.
A estas alturas ni siquiera le importa. Con su conducta – piensa – no interfiere en la vida de nadie, ya no hay escuela ni jóvenes mutantes en las habitaciones, simplemente ha descubierto una salida, y con el suero va otra más, para sobrellevar todo ese dolor que no puede soportar.
No recuerda cuándo comenzó a beber regularmente. Al principio, antes de la escuela y después de todas esas operaciones, sólo necesitaba alivio por las noches, para poder dormir. Sabía que Hank, Alex, Sean y entonces también Moira, estaban preocupados, preocupados por cómo afrontaría su nueva situación: No sales un día de la última operación en la columna, incapacitado para mover las piernas y sin esperanza, y al día siguiente has aprendido a acceder solo a la bañera o ir a la cama sin ayuda.
Es extraño que ahora que, gracias al suero de Hank, puede volver a sentir su parte inferior ni siquiera pueda alegrarse.
'Erik'. No puede ni quiere pensar en él porque no se siente sólo traicionado porque lo abandonara en esa playa, con americanos y rusos apuntándoles, y se llevara a Raven… Es posible que eso rompiera algo muy dentro de él la primera vez que despertó en una habitación de hospital, sí. Pero es mucho más que eso.
Se recuerda diciéndole que no querían lo mismo. Recuerda los labios de Erik en su garganta y las manos en su espalda en alguna de muchas noches en su estudio, en habitaciones de hotel a lo largo del país. Y a sí mismo delante de un televisor en noviembre de 1963: el día en el que el hombre con el que una vez quiso convertir esa casa en un refugio seguro fue un paso más allá.
Él ya había matado antes, se repite. Y da un trago más a su vaso. O dos.
Porque en esas aguas de Miami él vio la angustia de Erik, el dolor y la ira… y todo lo que ese hombre era. Y eso nunca le detuvo al respecto.
– Hay mucho más en ti de lo que crees, no sólo dolor e ira. También hay bien en ti, lo he visto…
Sólo palabras.
Puede que por momentos Charles Xavier se culpe a sí mismo por todo. Erik Lehnsherr es un monstruo pero incluso ahora hay veces que no querría pensar en él así.
Al fin y al cabo Erik no es la única persona que ha querido y que de una manera u otra se ha ido de su vida un día sin mirar atrás… Erik y Raven sólo duelen más porque se engañó a sí mismo desde el principio. Creyó que al menos se encontraría en plenas condiciones cuando Erik sintiese la necesidad de irse, que podría convencerlo antes de su salida como la primera vez.
Estaba absurdamente enamorado de él.
Y nunca imaginó que a esas alturas hubiera perdido también a Raven, que todo pasaría mientras el dolor en la columna, la súbita falta de sensibilidad en las piernas, le impedía siquiera pensar.
Con los sentidos aturdidos por la cantidad de alcohol que ha bebido ya esa noche – aunque sospecha que podría estar haciéndose de día – a Charles se le ocurre que Sharon estaría condenadamente orgullosa de él. Su tolerancia a la bebida ha crecido tanto a esas alturas que puede que incluso baje a desayunar a la cocina esa mañana… para comprobar que Hank ha ido a hacer la compra. 'A veces no entiende por qué el chico sigue quedándose allí', se ríe.
Y después se topa con la foto de Raven en el tocador y ha de contener las lágrimas.
Duda que Hank haya comprado el periódico o que vaya a tener valor de comentarle lo último que ha visto en las noticias de la televisión pero no es un secreto que, como Alex, hay otros de sus alumnos luchando y muriendo en Vietnam.
Le horroriza la idea de volver a escuchar todas esas voces, todo ese dolor que ya no es capaz de contener sin quebrarse; y sin embargo en ocasiones aún se pregunta cuánto les ha fallado…
.
Washington D.C., ese año.
Está encerrado y no hay diferencia entre la noche y el día. Las paredes son blancas y no hay nada, ninguna pista del día en el cual está o de cuánto ha pasado allí dentro.
Medita porque no puede permitir que los humanos venzan, aún y habiéndolo encerrado ya.
El número de su uniforme presidiario es sólo la confirmación de sus peores temores: Es el primero – al menos el primero que tiene el gobierno allí – pero no será el último.
Su ira le acompaña pero ahora es algo que mantiene de forma fría en su interior… a la espera. 'No hay metal a su alrededor: no puede sentirlo y así es imposible que pueda salir de allí…'.
De algún modo Erik sabe que el gobierno no va a poder mantenerlo en ese lugar para siempre. Sus sentidos se revuelven contra la falta de metal y con el tiempo, poco a poco, percibe campos magnéticos lejanos, aún difusos, que algún día puede que llegue a alcanzar…
No cree que haya otra manera de salir de ese lugar. Al fin y al cabo tanto tiempo después ya no espera que nadie venga a por él.
Al principio pensó que Mística o Emma vendrían. De algún modo, pero, después los carceleros empezaron a tener pocas manías a la hora de hablar en voz alta cerca del vidrio superior de su celda, trayéndole la comida u observándolo con cierta mofa: Así supo que Azazel, Angel, Emma e incluso Sean habían muerto. Los han asesinado en laboratorios.
Y pese a que eso puede que explique porque ninguno de sus antiguos aliados va a ayudarle, no hay nada que explique dónde demonios está Charles.
Entiende, por supuesto, que no vaya a sacarlo de allí – aunque algo en su pecho duela al pensarlo – pero es mucho más difícil de comprender por qué ni siquiera ha protegido a otros como ellos.
No quiere pensar que él también haya muerto. Y sin embargo, esa ausencia… no puede imaginar cualquier otra posibilidad.
Excepto que… puede que sea la parálisis lo que le impide…
Sigue convencido que Mística va a encontrar el modo de vengar a los otros… a Azazel. Pero Charles… Charles con sus jerséis de punto y su condenada confianza en la humanidad no puede haber no encontrado la manera de afrontar esto: Puede que él sea quien parezca peligroso pero es el poder de Charles quien debería asustarles.
Erik Lehnsherr no consigue reconciliarse con la imagen de Charles Xavier parado en algún lugar, sabiendo que sus hermanos mutantes están muriendo en laboratorios y no encontrando la manera de intervenir…
'¿Dónde estás viejo amigo?'. Hace mucho que no cree que vaya a llegar una respuesta.
Aunque, bueno, nunca se permitió preguntar por ello abiertamente cuando aún esperaba percibir en cualquier momento esa ligera sensación de la mente de Charles contra la suya…
Intenta precariamente dejar el pensamiento allí.
No permitirse otro tipo de emociones que vienen a él asociadas siempre al nombre de Charles.
– Shtt. Déjame a mí… – En una de sus memorias Erik ahoga su voz en el hombro lleno de pecas del telépata… mientras nota a este obedecerle y apartar las manos de su propia ropa con una ligera risa.
Charles, como amante, es descarado y algo impertinente.
Ojos azules brillantes, cabellos castaños pegados a su frente con sudor y labios rojos, incluso más rojos en ese instante.
Los dos se mueven, uno contra el otro, envueltos en las sábanas de esa cama de habitación de hotel en Michigan.
Erik recuerda haber estado irritadamente atraído por el joven Charles Xavier. Por su maldita convicción y esa sonrisa arrogante con la que había asegurado saber todo acerca de él.
Puede que al principio pensara que sólo se estaba permitiendo un poco de libertad después de tanto tiempo detrás de Schmidt. 'Los dos hacía tiempo que eran mayores de edad y consideraban al otro su igual…'. Y aún así Erik no quiso o no pudo darse cuenta a tiempo: Con cada gesto de complicidad, un mayor peso ocupaba su pecho, algo en su garganta se tensaba pero a la vez algo en él crecía más ligero.
No debería haber cometido el error de creer en ello.
Como adulto no se había abierto a nadie así antes de Charles. Como niño había perdido a los suyos en la peor de las pesadillas…
… Y entonces, en ese tramo de en medio, entre el niño que había pasado por los laboratorios de Schmidt y el hombre que había matado nazis detrás del asesino de su madre y finalmente había conocido a Charles, ya había sido lo bastante estúpido.
El Erik que acababa de huir de Auschwitz había conocido el dolor y, sin embargo, se había visto arrojado hacía adelante cuando aún tenía demasiadas cosas que resolver atrás. 'Cuando Anya murió, quizás era sombrío y estaba dañado pero seguía siendo ese chico débil y estúpido…'.
En su caza a Schmidt solía pensar que eso era algo que había dejado atrás. Unos años después podría haberla salvado, porque era más fuerte y había aún más ira en él.
El tiempo lo ha acabado desmintiendo.
Porque en realidad, hasta ahora, ¿qué ha podido proteger que verdaderamente le importe?
'Charles, maldita sea'. De alguna manera los pensamientos de Erik son cada vez más difíciles de ordenar en esa celda blanca dónde está encerrado.
Medita y se muestra inquebrantable delante de los guardias que pululan sólo a veces más allá del vidrio. Cierra los ojos y finge una serenidad que vagamente recuerda que tendría que ser la base de cualquier intento de salir de allí, pero que en estos momentos no concilia consigo mismo.
La ira lo envuelve pero ahora está fría y late bajo su piel.
– Escúchame muy atentamente, amigo mío. Matar a Shaw no te dará paz –.
En el momento que Erik fue consciente que había más como ellos ahí fuera, la paz había dejado incluso de ser una opción remota.
Sería un error.
No en vano recuerda demasiado bien qué pasó con lo que quería la última vez que se permitió fantasear demasiado con ese tipo de ingenuidad falaz…
.
.
Vínnytsia (Ucrania, URSS), 1952.
Una mañana más en Vínnytsia, Erik (veinte y pocos años) piensa en su madre… en los campos. En Klaus Schmidt. Aún siente la misma rabia… la impotencia de esos días en el laboratorio de Schmidt, cuando no sabía muy bien qué hacer y su cuerpo era sólo el de un niño con quien ese hombre había decidido experimentar. Ahora, a veces, tiene que concentrarse mucho para recordar una prueba en particular… una parte del cuerpo envuelta en dolor en especial. Probablemente es lo que hace la mente humana para poder sobrevivir a algo así… borrar cosas, esconderlas en algún rincón del cerebro, intentar tachar eso con otros recuerdos menos dolorosos. 'Sí, seguramente', piensa. Pero él no es como los demás, él no va a olvidar o a superar eso. No, incluso ahora.
Schmidt pagará algún día por la muerte de su madre. Quizás también por todo lo demás. Y sin embargo, en ese momento, Erik cree saber que eso va a tener que esperar. 'Al menos un tiempo…'. Sabe que Magda tiene la ilusión que él ya no mirará atrás… y no lo hará, no aún, siempre que ellas dos no estén lo suficientemente seguras, piensa. Pero tarde o temprano encontrará la manera de buscar a Schmidt… y después volver.
Ese es su lugar ahora, su obligación, por supuesto; pero también el sitio donde quiere estar. Magda es… fue la niña romaní, sola y determinada que conoció una vez en Düsseldorf y con quien se reencontró en Auschwitz. Magda ha sido su primer amor: Ruth solía usar como mínimo ese término constantemente cuando aún iban a la escuela y se escapaba para ver al hijo del carpintero de dos calles más allá. Él ha querido a Magda este tiempo, se recuerda.
Incluso al principio. Al menos lo mucho o poco que se puede querer cuando eres un chico asustado de quince años acabado de huir de un campo de concentración.
Aunque no es sólo por eso que no pudo dejarla en ese lugar, no incluso arriesgándose a ser atrapado por Klaus Schmidt. La niña que conoció una vez es demasiado brillante (centelleante), lo era incluso en ese sitio lleno de muerte y desesperación por debajo de toda tristeza. 'Como la pulsera que, de niño, él le regaló una vez'. Demasiado amable, aún después de todo, para quedarse simplemente allí, esperando a morir. No iba a abandonarla. No habiendo pasado por lo que ha pasado él.
No después de haber experimentado en su propia piel cada punzada de un dolor que parece haberle curtido para siempre, más allá incluso del metal que aún secretamente [nunca se lo ha sabido contar a ella] es consciente que puede doblar. Cuando pudo irse del campo, sus padres y Ruth ya habían muerto. Pero Erik tenía en sus manos salvar a Magda.
Podía sacarla de allí y es lo que hizo, pese al riesgo de ser atrapado antes por Schmidt.
Casi se permite sonreír ahora, al pensarlo. Porque después – ni siquiera está muy seguro de en qué noche de frio ocurrió – Anya empezó a crecer en el vientre de Magda, y llegó aquel casamiento con prisas y sin ni mucho menos las ropas o la felicidad adecuadas.
Eran dos chiquillos que huían, aún con la sombra de la guerra detrás de sus pasos, sin familia ni dinero. 'Dos niños sin padres que, de pronto, iban a convertirse en padres'. Erik nunca había hablado de eso con los suyos… pero Ruth, su hermana, había sido mayor. Sabía que es lo que sus padres, en otra realidad más feliz, hubieran esperado de ella llegado el momento.
'Casarse con Magda, dadas las circunstancias, había sido definitivamente lo que su padre hubiera querido que hiciera'. Él la quería, la quiere, de todas formas.
Poco después de huir de los campos, con Magda, Erik realmente creyó que su vida cambiaria para bien a partir de entonces. Pero nunca esperó tanto: No a Anya rodeándolo todo de llantos y risas como si ahora eso fuera lo único que puede importar. 'Algún día su hija va a entender que aún odie a Schmidt… que aún le quede ese viaje vital por hacer…'.
Por ahora sólo se permite observarla, cuidarla, verla crecer. Incluso jugar con ella en el jardín. 'No tienen casa propia'. Ni él ni Magda pueden pagarla, claro. Pero han encontrado un sitio en una posada agradable… una habitación que él puede sufragar trabajando tarde y noche en una fábrica.
Magda no quería venir aquí al principio, le gustaba algo más rural… menos poblado. Pero Erik quiere conseguir el suficiente dinero para salir adelante e incluso quizás estudiar.
Por eso ha pedido ir a trabajar también por las mañanas… aunque el encargado de ese sitio nunca ha parecido muy feliz de tenerlo por allí cuando hay más actividad. 'A primera hora no lo necesita para cargar cajas y hacer el trabajo más sucio…'. Y Erik sabe que además a ese hombre le molesta que sea judío.
– Vati – Anya aún no ha cumplido los cuatro años pero es una niña despierta. Con los cabellos castaños ondulados, las pecas y los ojos azules de Ruth (a Erik le cuesta pensar que son también sus ojos) y las mejillas rosadas que Magda tuvo una vez antes de Auswitch. – Ich liebe dich!* –.
– Ich liebe dich auch, Schatz –. Aún le duele haber hecho del alemán el idioma de su hija, pero se acostumbró a él de niño... y, por irónico y absurdo que parezca, todos sus pensamientos (incluso los de odio a Schmidt) han seguido siendo en esa lengua mucho después.
La toma en brazos mientras ella se revuelve y permite que la pequeña, riendo, se abrace a su cuello después. Magda siempre dice que Anya tiene su sonrisa y algo de él en su mirada cuando está pensativa o enfurruñada. Pero Magda lo quiere y, seguramente, lo tiene en demasiada estima. Anya, Anya Lehnsherr – porque Eisenhardt es un apellido que toda la familia dejó de usar cuando huían de los nazis – nunca va a poder parecerse a él. 'Anya no conocerá el miedo o el odio… no sufrirá el dolor o cualquier tipo de discriminación'. Está dispuesto a cualquier cosa para alcanzar ese propósito.
Es también por eso que la gente como Schmidt y los nazis de los que este se rodeaba entonces no van a poder permitirse salir con vida después de todo.
La niña ignora sus pensamientos y le obliga a enterrarlos al buscar nuevamente su atención.
Anya intenta dejarse ir para recoger una de sus muñecas del suelo. Es poco más que un trapo que Magda ha cosido para ella, con grandes botones rojos en los ojos y sin pelo, pero a la pequeña no parece importarle.
La ve sentarse más tarde al borde de la escalera y empezar a murmurar cosas en tono infantil mientras hace bailar el juguete en el aire.
Erik sonríe. No se cansa de hacerlo en presencia de su hija… incluso pese al asfixiante recuerdo de los campos… de lo que diría Edie si conociera a su nieta.
Y escucha a Magda llamándole. 'El invierno se acerca… muy probablemente será frio y seco y ella se ha propuesto hacerle un abrigo nuevo a Anya'.
Rojo, le ha dicho. Magda se siente dichosa porque la mujer del dueño de la posada le está dejando su vieja máquina de coser para poder acabarlo.
Los dueños de ese hostal en Vínnytsia son una pareja agradable con dos niñas, una de ellas no muy mayor que Anya, eso le quita un peso de encima: no van a estar solas si llega el momento que tiene que irse un par de meses a la caza de Schmidt.
.
Kiev (Ucrania, URSS), 1953.
Las manos de Vasyl Kórsakov tiemblan mientras recoge un montón de papeles repartidos sin ningún orden por su despacho. 'Nunca pretendió esto', se dice.
Piensa en cómo han acabado sus compañeros y ni siquiera puede mantenerse en pie.
Hay ya un par de paquetes resituados encima su mesa y su pistola abandonada más allá. El sonido de la puerta abriéndose lo asusta por un momento.
Y alguien ríe a continuación.
– ¡Aquí está mi amigo Kórsakov! – Le dice la voz extranjera… aunque no sabría decir si ese es de verdad su acento. No hay nada que ahora mismo pudiera perturbarle más.
Ese es el hombre que le vendió un mejor futuro ['Lo importante es saber a qué juego jugar en cada momento, amigo']; que le convenció que esa era una buena idea… que sólo tenía que encontrar a ese monstruo, aunque en realidad él nunca le llamó así ['Créeme he visto lo que puede hacer'], y que después le sugirió que sólo tendría que esperar las felicitaciones de sus superiores ['Confía en mí']. Ni siquiera le dijo que se trataba de alguien tan joven. Vasyl sabe ahora que, en realidad, ese tipo siempre supo que eso estaba por encima de las posibilidades de cualquiera de sus agentes…
¿Pero entonces…?
No tiene ningún sentido haberle lanzado a una misión que no iba a poder cumplir. 'No si de verdad el plan era que, una vez instalado en Moscú, Vasyl pudiera ayudarle de algún modo con los oficiales soviéticos de más rango…'. El joven de los Kórsakov entiende en este momento que esa nunca fue su idea.
Comprende de pronto que ese maldito individuo inquietantemente tranquilo tiene ya maneras de llegar con buen pie a los despachos de sus superiores. Lo que le deja con la evidente duda: – ¿Qué querías de mí en realidad?
– Oh – El hombre se excusa con una sonrisa – Bueno, necesitaba que alguien le recordara a Erik de qué tipo de basura está hecha la humanidad. No quería que pensara que antes estuvo en un sitio particularmente terrible – La broma o ironía, o lo que sea que pretenda que significa eso acaba con una risa fría hasta el punto que Vasyl piensa que de verdad está simplemente burlándose de él.
El joven ruso ni siquiera tiene tiempo de procesar las palabras para sí cuando ese tipo continúa:
– Aunque para mi gusto no hacía falta quemar la casa… Honestamente creí que sólo se llevaría un pequeño susto… o que te lo daría a ti – Es evidente que ahora mismo Vasyl sólo le está sirviendo de diversión. 'Y se le ocurre que todo ha estado una especie de chiste ajeno a él desde el principio'. Joven y lleno de ganas de llegar al sitio correcto ha sido el blanco perfecto… 'Puede que sea por eso que ese sujeto aún no lo haya matado', piensa Kórsakov: Es completamente inocuo para él… una diversión estúpida a lo sumo.
El hombre de supuesto acento alemán se vuelve reír entonces y vuelve hablar… pero hace exactamente dos segundos que Vasyl no lo escucha en absoluto.
– Nosotros no… – Calla y se intenta explicar – El incendio ya…
Trata de continuar después pese a que el otro sólo niega con la cabeza un momento y le mira al instante como si no le diera importancia. No le escucha porque no cree que haya algo a escuchar: – No te preocupes no hay mucho que lamentar. Ahora Erik se centrara por fin en lo que es importante… Voy a dejarlo ir un tiempo, no tengo prisa – Dice. Y añade: – Sé que será él quien me encontrará al final. Hubiera sido una decepción que en verdad un puñado de hombres pudiera detenerlo así como así.
El joven ruso se da mejor cuenta en ese instante. Quien sea pronuncia la palabra hombres como si ni siquiera eso fuera con él. E inmediatamente entiende también que no va a ganar nada pidiéndole ayuda: Ningún milagro – y menos el tipo que le metió en eso – va a hacer ya que Vasyl recupere su carrera o su dignidad en un puesto policial.
Por eso quizás nunca llega a mencionar a Anya en ese lugar.
.
Costas de Miami, nueve años después.
Una emoción con la fuerza de un relámpago cae encima de Charles Xavier ese día. Y le deja tan aturdido que poco después ya sabe que va a recordar ese instante a través del tiempo.
Es algo mucho, mucho más poderoso que enamorarse a primera vista. Sus ojos más brillantes y su mente más rápida. El entendimiento instantáneo de una mente desconocida en un momento que no va a descifrar del todo hasta después.
La larga comprensión mutua que promete la ocasión.
Justo después a penas puede verbalizar qué acaba de pasar. Se encuentra en un bote salvavidas con una manta vieja sobre los hombros y la mirada clavada en ese hombre que acaba de salvar.
Charles cae enamorado de Erik incluso antes de verle, en el instante que siente su mente chocar contra la suya, revolverse en agonía, dolor y determinación en ese espacio entre la embarcación de la CIA y el barco de Shaw en la costa de Miami. Charles siente en la piel el prurito de todo ese daño y la feroz necesidad de persistir. De acabar. De sobrevivir… siempre y cuanto ese otro hombre – Shaw; no, Schmidt – pague todo, tanto, en el camino. Hay una inamovible convicción en él… en Erik. Tan enfadado y a la vez con una mente tan clara, extraordinariamente firme y ordenada. Orden el caos de la única decisión que importa para Erik ahora. Charles se ha parado en medio de una escalera al principio.
Está con Moira y ese otro agente que los acompaña. Y se detiene aturdido. La rabia de Erik, el recuerdo de un viejo temor entre paredes blancas y material de quirófano que alguien parece haber querido desterrar abruptamente en él, el conocimiento – sin embargo – que el miedo da igual, que es vano y insubstancial, porque hace mucho que puede, que puede hacerlo. 'Ha podido desde hace ya demasiado tiempo y ha llegado la hora. Lleva años siguiendo el rastro de Schmidt y no puede dejarle escapar ahora'.
Charles no consigue desenlazar todo ese peso ajeno que de pronto le golpea pero jadea un instante al volver a salir a cubierto y darse cuenta de lo que él, Erik – se llama Erik –, puede hacer. El pesado metal del áncora del barco de Shaw golpeando, envolviéndose en la embarcación. Grita aunque ya no aparta su mente del agua.
– Suéltalo, tiene que soltarlo… ¡que alguien baje al agua para ayudarle!
Nadie más del barco de la CIA entiende lo qué pasa.
Charles, el mismo joven doctorado de Oxford que unos minutos antes era todo casi arrogante expectación, se tira de pronto al mar. Y lo hace no precisamente desde una embarcación pequeña o sabiendo remotamente qué hacer.
– Hoy estáis solos – Le había dicho a Moira escasos minutos antes, en ese tipo de actitud que exasperaría a Raven ['Charles además de un viejo plasta eres un maldito creído'].
Erik ni siquiera se da cuenta que alguien le está gritando en su propia mente antes que dos brazos se agarran con absoluta determinación a él.
– No puedes. Te ahogaras. Debes soltarlo. Sé lo que significa esto para ti, pero sino morirás. Por favor, Erik, relaja tu mente.
Erik se resiste. Hay un forcejeo hasta que cede.
Y después aún está demasiado aturdido para reaccionar con algo más que enfado e inesperada extrañeza.
– ¿Quién eres tú?
– Me llamo Charles Xavier.
Persisten entre las olas, y esa es la primera vez que distingue el color de los ojos de Charles… frustrado y sorprendido en medio de un mar no del todo calma hasta que la CIA los recoge en una pequeña embarcación.
El mundo de Erik cambia incluso antes.
– No estás solo. Erik ya no estás solo.
.
París, 29 de mayo de 1968.
Hay reunión de estudiantes en la Sorbona. Y en París se suceden las manifestaciones. Anya ve enseguida, al entrar a la derecha, el cabello moreno y despeinado de Alain, acompañado del inconfundible cabello largo, rubio y liso de Elsa. Los dos junto a otros chicos que se amontonan a la puerta de una de las aulas de la facultad de Historia.
– ¡Hey! – Alain parece contento y le grita para que se acerque – Aquí está nuestra chica soviética – dice mientras la empuja hacia adelante.
Elsa, con pañuelo al cuello y gafas, le sonríe.
Y ella casi está a punto de quejarse cuando el joven que hasta ahora hablaba con Alain interviene: – Esa frase no es muy revolucionaria, compañero. Sólo una etiqueta más.
Anya está de acuerdo.
– Oh, venga… – Alain la sujeta ahora del brazo mientras se ríe y no hace ningún ademán de dejar el tono alegre en este punto. 'Han tenido días difíciles ese mes, pero sin duda ese es un buen momento'. – ¡Era una broma! Ella ya lo sabe. Anya, este es Daniel Cohn-Bendit, nuestro héroe perturbador del orden público. Judío según la derecha francesa y anarquista alemán según L'Humanité, ¿qué te parece, eh?
No hay mucho que decir. Anya sabe perfectamente quién es Cohn-Bendit, con probabilidad uno de los pocos estudiantes al que los periódicos ponen nombre e historia en ese mayo del 68. Le llaman Dany el Rojo, es en efecto hijo de judíos de origen alemán y el ministerio francés de Interior ya ha amenazado de expulsarlo de Francia una vez.
– Aunque en realidad nací aquí – Se queja el chico. Y le dice algo más a otra chica unos pasos más allá: – Ich habe nichts Falsches getan. No pueden expulsarme.
– Ja, wir alle wissen…
Hay un pequeño silencio que precede a la sorpresa de después.
– ¿Hablas alemán? – El joven le sonríe a medio llevarse a Alain y los demás a la reunión, puertas adentro. Ninguno repara mucho en el interés de Cohn.
– En realidad creo que no – Incluso Anya se ha quedado un poco parada al hablar: – Probablemente lo haya escuchado antes en algún sitio. Ni siquiera estoy muy segura de qué acabo de decir…
Sólo Elsa la mira un momento más entonces, extrañada y algo exasperada. – También sabes alemán, ¿en serio?
– No. Debo haber escuchado antes esa expresión… en algún lugar… ¡De verdad!
– A veces creo que te odio… – Bromea finalmente la chica rubia en francés.
– ¡Vamos!
.
N/A: ¿Preparados para quedarnos pronto mucho más tiempo con Erik y Charles? ¡Vamos a darles mucho más espacio – nos pararemos algo en 1962 – ahora que comenzamos a conocer a Anya! Y vamos a dejar de saltar tanto en el tiempo (con alguna excepción).
Por cierto, mis disculpas a Cohn-Bendit, protagonista de mayo de 68 que existe de verdad, con los años fue eurodiputado, y que me venía de perlas mencionar de pasada por su origen judío alemán, jeje. Cómo con los Kennedy y Nixon, en lo que respecta a este fic, todo es ficción.
Sólo espero no haber fusilado mucho el alemán… Se supone que Daniel les dice que no ha hecho nada malo y Anya responde algo así como: "Sí, todos lo sabemos".
*Y respecto la frase de la pequeña Anya, aunque creo que por el 'liebe' era fácil de adivinar, era un "te quiero". Y entonces Erik, ese Erik que ha pasado ya por muchas cosas pero que en ese momento tiene algo de estabilidad, le contesta: "yo también, tesoro".
