N/A: El día que leí a Michael Fassbender hablando de su actuación en First Class y mencionando a Anya y Magda [en el sentido que en el trasfondo de su interpretación él tenía en cuenta también ese episodio del cómic], ese día quise este fic. No encontré uno, así que bueno, aquí estoy escribiéndolo. Al principio, no negaré que me costaba conciliar la idea de Magda con el Erik de las películas. Pero lo pensé bien y de pronto… bueno, todo esto tiene su propia lógica para mí. Espero estar explicándola bien.
Ah! Sé que estoy jugando algo dando saltos de tiempo: No voy a renunciar a ello totalmente pero a partir de este capítulo eso se va a estabilizar un poco. Para empezar quería dar algo de perspectiva a la historia. Ésta es también la primera vez que escribo algo tan íntimo entre dos chicos (ya veréis) así que se aceptan críticas de todo tipo ;).
Capítulo 2. About love and others encounters (Sobre amor y otros encuentros)
"Take my hand, take my whole life too
For I can't help falling in love with you".
- I can't help falling in love with you. Elvis Presley
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París, enero de 1973.
Es una noche lo bastante clara de enero para estar paseando a esas horas por las calles de París. Anya mira a Elsa y Alain y no sabe si sonreír.
Al final las cosas han cambiado lo bastante en la universidad, pero no tanto en el mundo.
Al menos la Guerra de Vietnam va a acabar mañana. 'Eso es bueno'. Sin duda. Se abraza a sí misma para recuperar un poco el calor. Lleva una blusa amplia de algodón crudo y unos tejanos. Una gabardina azul oscuro por encima. 'Y definitivamente ha pasado demasiado tiempo en Francia para recordar que esa temperatura en Kiev podría considerarse incluso agradable'. Suspira.
– Creo que me voy para casa, chicos…
– ¡Oh, vamos! – La queja de Elsa la hubiera hecho dudar en otro momento. 'No es como si esos dos no hubieran estado así de juntos los últimos años…'. Empezaron juntos un posgrado al graduarse. – Quédate…
– No puedo… de verdad. Y estoy súper lejos de casa aquí… ¡No todos podemos alquilar un piso en el distrito XVI! – Le guiña un ojo a Alain, hijo de gente bien siempre tan en contra de la burguesía… y ahora ocupando uno de los áticos de su familia. Una carrera y la fácil rutina de los veinte y pico empujándolos adelante en ese momento, el mundo no parece tan sencillo de cambiar a estas alturas – ¡Nos vemos mañana!
– Claro.
Se ríe acelerando el paso para llegar antes a una boca de metro. Hay un chico con gafas apoyado en una pared y otro hombre más fornido con los brazos en jarra en la acera, ambos parecen estar lo suficientemente distraídos para no darse cuenta que se encuentran en medio de la calle.
– ¿Hay alguna manera que esto salga bien?
– Pardon – Pasa casi corriendo entre ellos, prácticamente se tropieza con el tipo más robusto, que se ha movido en ese instante, y no se para después. Aunque tiene que esquivar otros dos hombres que no han parecido estar allí un momento antes. – Excusez-moi.
Ninguno de los dos la mira.
Logan se gira sólo un momento.
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Estados Unidos, abril de 1962.
– Eres un monstruo.
Es lo último que recuerda de Magda.
Y ahora que ha pasado tanto tiempo sabe que eran casi dos niños. Se tenían el uno al otro y tenían a Anya, pero nunca hablaron lo suficiente de lo mucho que Erik quería vengarse de Klaus Schmidt un día. Nunca se contaron el uno al otro lo que de verdad habían visto, vivido, en Auschwitz…
Siempre fue demasiado doloroso para Magda, que incluso el día en qué la salvó estaba intentando ayudar a otras mujeres en ese lugar.
Había cariño: Él ya no incluye nunca la palabra amor en su mente – sería estúpido, se dice –.
Pero incluso entonces Erik no era bueno al explicárselo a sí mismo, no tanto cómo en recordar los motivos por los que Schmidt acabaría pagando por todo.
Antes de la guerra hubiera sido distinto. Parecía diferente en Düsseldorf cuando un enamoramiento era simplemente lo que su madre atribuía a las escapadas adolescentes de Ruth o a los mediodías del pequeño Erik, doblando con manos de niño la pulsera que había decidido regalar ya a la hija de esa señora romaní que trabajaba en su escuela.
… Cuando daba por sentado a sus padres y a su hermana.
Erik debió darse cuenta antes que nada de lo que su familia había vivido en Düsseldorf u en el gueto de Varsovia era en lo más mínimo una anécdota. Debió tenerlo reveladoramente presente después de Schmidt: mientras fantaseaba con la venganza y la paz que vendría después de ello.
Él sabe mejor en este momento.
Y ya no es en absoluto ese chico débil y estúpido.
El dolor es punzante – no cree que el tiempo lo haya disminuido –. Pero ese es precisamente el motor que lo ha llevado hasta Schmidt, lo que ha conseguido empujarlo hacia delante todos estos años. Por supuesto que sabe que había siempre amor alrededor de su madre, fuerte e inmenso, sin ninguna duda; y él y Magda trataron de dar también amor a Anya. Pero nada de eso fue nunca suficiente para salvar a ninguna de las dos. No detuvo a Magda de irse.
No detuvo a esos hombres de incendiar su casa ni de impedirle salvar a su hija.
No es nada más que el odio y el miedo a lo desconocido lo que mueve a la humanidad. Lo que acaba llevándose por delante a aquellos que no pueden defenderse.
Erik no está dispuesto a ser uno de ellos nunca más.
Una vez tuvo una hija. 'Ese no es ni siquiera un pensamiento recurrente ahora'. El Erik que es hoy, el lobo solitario que ha ido todos estos años detrás de los nazis y Schmidt con pulcra planificación, difícilmente sigue siendo ese chico que sujetó la mano regordeta y cálida de una niña que no estuvo en este mundo lo suficiente…
A veces está seguro que la recuerda y, sin embargo, ya no hay una imagen clara de ella en su cabeza. Podría estar mezclando sus rasgos físicos con los que cree que pertenecían a Magda. Incluso a su madre o a Ruth.
Podría incluso estar olvidando el rostro de su madre.
Ha pasado demasiado tiempo. Han sido años de seguimiento, de planificación cuidadosa y recopilación de datos, nombres y lugares: Tantos años buscando al hombre que mató a su madre, que le mantuvo en ese laboratorio y experimentó con él los límites del dolor y su poder, que parecen ya toda una vida.
Ha estado nueve años siguiendo la pista de Schmidt y eso es incluso mucho más de lo que alguna vez llegó a vivir Anya, de los pocos años que se permitió aplazar esa búsqueda y se quedó junto a Magda, de los interminables meses que fue una cobaya en Auschwitz.
Al final el mundo está hecho de cosas mucho más horribles que el amor…
Erik no lo olvida.
– Eres un monstruo.
Ahora mismo ni siquiera sabría como volver a doblar de esa forma tan brutal todo ese amasijo de tuberías y hierros con los que hizo pagar con sangre y muerte a aquellos que le habían quitado a su hija. 'No había más que un chico furioso y herido con la visión en negro y un agujero de emociones en el pecho'. Pero será diferente cuando le llegue el turno a Schmidt. Todo ha sido diferente estos años.
Magda tuvo razón esa vez. Él es el monstruo que Schmidt creó… pero nunca como ahora ha estado tan conforme con ello.
Sutil y frío. Ha matado cada uno de los nazis con los que se ha encontrado en su viaje hacia el creador de lo que ha llegado a ser. Y ha estado a punto por fin de llegar a ese hombre esta vez.
Lo había casi atrapado en Miami. No le hubiera importado morir por ello. 'Antes que nadie envolviera sus brazos contra su pecho en el agua…'. Erik se siente impotente y lleno de rabia por tener que volver a empezar o retrasar en lo más mínimo el momento en qué Klaus Schmidt pague.
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Va a matarle en la próxima ocasión… Una voz en su cabeza – y no, no es la de el telépata – le repite que sólo debe esperar el momento: que… bueno… sólo ha pospuesto algo el instante.
Eso es probablemente lo que le hace hervir la sangre en este momento.
Está en Richmond, en el estado de Virginia, ahora. Y por primera vez le persiguen algo más que sus fantasmas.
– ¿Qué es lo que sabes de mi?
– Todo.
Charles Xavier es arrogante y es evidente que confía demasiado en la CIA.
Y aún así…
– No estás solo, Erik. Ya no estás solo.
Erik siente en su interior la creciente importancia de ese nuevo estatus, claro: No está solo. Hay otros como él. Ese el motivo por el cual siguió a ese hombre hasta esta base de Virginia.
Pero sigue teniendo algo que hacer allí fuera, lejos de las instalaciones de ningún gobierno. ¿Por qué perder el tiempo entonces?
Esa es realmente una pregunta que Erik se hace pero que por algún motivo no se responde.
Desvía la mirada al maletín con el cuál pretendió irse… a los papeles con los que planeó seguir buscando a Schmidt.
Y no es sólo la súbita adrenalina que acompaña al entendimiento de pertenecer a algo (a un grupo) lo que le frena. No es sólo el hecho que ahora sabe que hay más como él, que no está solo…
– Shaw tiene amigos, a ti te vendría bien alguno…
Charles. Por algún motivo Charles parece creer que hay algo que aún vale la pena en él.
Aunque Erik no ha esperado nunca, no en todos esos años, que alguien pudiera ofrecerle más que una información puntual bajo amenaza; Charles incluso lo escucha cuando le dice que no debe ser la CIA quien busque a otros como ellos.
Charles que, por otra parte, es capaz de poner el adjetivo 'maravilloso' i el concepto 'división mutante de la CIA' en la misma frase sin darse cuenta que tarde o temprano los humanos estarán demasiado asustados para no intentar algo contra ellos.
Erik no ha tenido tiempo de pensar en ello mientras creía que estaba solo: al fin y al cabo él mismo ha sido su propia arma y no ha habido lugar para volver a permitirse pensar en otra posibilidad. Pero Henry McCoy probablemente sea sólo uno de muchos: Mutantes que desean no serlo, porque han visto el peligro que entraña ser diferente.
Nunca debería volver a pasar.
– Por cierto, si yo fuera tu, no me cambiaria nada –. Le dice la primera tarde a Raven aunque también mira a Hank. En ese punto aún cree que va a marcharse.
Horas más tarde viendo a Charles Xavier entrar de nuevo al complejo de la CIA, cambia de algún modo esa resolución.
Charles Xavier es inteligente, lo mira como si confiara en él sin ninguna razón y Erik no está aún seguro hasta dónde llega su telepatía: si realmente lo sabe todo de él o hasta qué punto puede hacer mucho más que leer la mente.
– No te obligaré a quedarte. Y podría, pero no lo haré.
¿Hasta dónde llega realmente el poder de Charles Xavier? Esa sería una buena pregunta que hacerse. 'Si de alguna manera no estuviera perdiendo ya el foco sobre la cuestión completa a estas alturas…'.
De mala gana va a tener que admitir después que ese es en este momento otro problema.
Erik piensa muy en serio en lo que significa el descubrimiento de una nueva especie y en tener amigos para afrontar a Shaw. Y las palabras del joven Charles Xavier hacen su efecto, son suficientes. Pero va a descubrir pronto que además se siente irritantemente atraído a él. Xavier es convincente, incluso a través de esa media sonrisa arrogante que Erik con mucho gusto le borraría de la cara, no importa qué.
El sexo, la intimidad con alguien, ha sido en estos últimos años poco más que un estorbo. No más importante que comer y dormir a lo sumo. Erik ha sorteado sin complicaciones cualquier deseo inconveniente en todo este interminable tiempo de viajes y pistas hacia Klaus Schmidt, no ha tenido mucho tiempo para pensar en ello. 'Antes, cuando estaba Magda… y Anya… no había más necesidad física en él que salir adelante, proteger a su familia y buscar el momento en qué le fuera posible ir detrás de Schmidt'. La soledad lo ha endurecido… y ha hecho del deseo sólo otra herramienta con la que moverse sin problemas en su constante caza camino hacia adelante.
Hay ciertos deseos que Erik se sigue preguntando si tienen algo que ver con todos esos meses en el laboratorio de Schmidt, si es porque es diferente que también lo es en esto. Pero puede que eso esté molestándolo más de lo que debería en este instante. La primera vez que se permite pensar en Charles Xavier como algo físico cree estar siendo sólo un poco indulgente consigo mismo.
El hombre está con él en lo que se refiere a no dejar a otros mutantes en manos de la CIA. En, al menos de entrada, no dejar que sea el gobierno el que los busque en primer lugar…
Y Erik se permite ser solamente un poco más suave de lo que habitualmente es, esa mañana en el laboratorio: la primera vez que Charles se conecta a sí mismo a algo remotamente parecido a lo que será una máquina mucho más sofisticada después.
– Qué adorable ratón de laboratorio resultas ser, Charles…
– No estropees esto para mí, Erik.
Hay algo en la manera que su nombre suena en el acento inglés impecable de Charles Xavier incluso mucho antes de su primer viaje por carretera.
Algo en cómo suena el nombre del telépata en su cabeza.
– He sido una cobaya. Reconozco una cuando la veo.
Y es preocupación en el estómago, pero no tendría que serlo, lo primero que Erik siente al verlo encogerse un instante un segundo después que la máquina empiece a funcionar.
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Moira es guapa, inteligente. Es realmente increíble que haya conseguido estar dónde está, la hace admirable de verdad… y Charles debería estar algo menos distraído la noche que hace un ridículo espantoso colándose en su habitación.
Ella lo acaba echando literalmente de allí y probablemente tendría que sentirse algo más avergonzado cuando su propia mente ni siquiera dedica un segundo pensamiento a eso.
– La cocina está en esa dirección…
Sabe que Erik no iba al gimnasio de manera que decide esperarlo fuera.
'Sólo pretende hacerle ver que no está solo… que ha sentido su agonía y que no debería tener que enfrontarse solo a Shaw'. Ha visto la extraordinaria mente de Erik, su dolor y su ira… y le ha visto también observar desde un serio segundo plano todas las conversaciones formales que Charles ha tenido esas horas con Moira y el agente que los ha acogido en esa instalación.
Ha notado la impaciencia de Erik y esa prisa mezclada con enfado en la parte superior de su mente pero no ha ido más allá desde que se lanzó al agua para salvarle.
Charles está profundamente convencido de sus límites morales.
Y aún así eso no le impide decirle que lo sabe todo de él. 'Lo que es, sinceramente, más que una ligera exageración'. ¿Aunque qué podría haber en el pasado de Erik más terrible que la muerte de su madre, los experimentos de Shaw en los campos y su larga búsqueda de venganza después?
Erik le pide en ese mismo instante que se quede fuera de su cabeza. Y Charles Xavier está realmente determinado a respetar eso… pese a que ello le deja sin saber de momento si Erik va a desaparecer esa misma noche.
Está mucho más que dispuesto a no tomar ventaja de su telepatía cuando a la mañana siguiente descubre que el otro hombre en realidad se ha quedado…
'Estoy con Erik', dice. Y esa frase de alguna manera acaba siendo una profunda parte de sí mismo durante las siguientes semanas.
Está la emoción de tocar todas esas mentes con Cerebro, por supuesto. 'Los planes que se van formando en su mente respecto a cómo deberían ayudar a los mutantes después…'. Pero la sensación inenarrable de su primer contacto con la mente de Erik no se va.
Si entonces piensa de más (o no) en las líneas rígidas de la mandíbula y los pómulos de Erik, suavizados por el fino trazo de sus labios, no es algo que Charles vaya a ir contando por ahí. Tampoco va a confesar que está un poco-demasiado encandilado por sus ojos azul-pálido, gris. Esos que consiguen hacerle desear ir a más sin importar qué cuando lo miran.
Erik ha pasado por mucho y hay algunas líneas de expresión en su cara que podrían probarlo. Pero no hay nada áspero en él cuando incluso se permite bromear abiertamente con Charles mientras éste prueba a Cerebro por primera vez.
Hay mucho más en Erik de lo que parece. Y al acabar el día, convencido de ello porque lo ha visto en su mente, Charles se deja mecer por esa idea.
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Llevan dos días de viaje cuando convencen al primer mutante.
– Venimos a ofrecerte una… – Casi le rompen una ceja a Charles ayer, la primera vez que intentó pronunciar esa frase en ese otro bar de Nueva York.
No fue como Charles esperaba.
Y puede que alguna de las mesas de metal de ese local se movieran como consecuencia algo más de la cuenta: que es el principal motivo por el que lo primero que han pedido a Angel es un lugar privado. Al menos si uno de los dos se ve de nuevo obligado a usar su poder eso no va a comportar un borrado general de memoria en un lugar con tanta gente.
– Creo que deberíamos irnos ahora, amigo mío…
Erik no fue más allá en ese lugar porque la reacción de Charles casi ni le dejó reaccionar.
– ¿Qué ha sido esto?.
Al final incluso lo vio reírse.
– ¿Más té, padre? – La mente de Erik es extraordinaria… pero el joven telépata difícilmente puede pensar en ello esa noche mientras reclutan a Angel.
"Comparten" (o algo así) cama y champan en un reservado del club, sonríen de lado mientras la chica va dándose cuenta de que es lo que quieren decirle. Charles mira a Erik e incluso lucha para no morderse el labio.
– Nunca te has visto más hermoso, querido.
Se supone que no es nada más que una broma. Pero debería poder explicársela a Erik si lo fuera.
Charles siempre ha sabido que prefería los cuerpos fuertes y duros a la suavidad de las chicas, pero era más fácil con ellas. Se recuerda advirtiéndole a Raven lo que podría suponer un desliz al mostrar su mutación. Esto nunca le ha parecido distinto…
Nunca le ha avergonzado sentirse atraído por los hombres y sin embargo siempre ha sabido que era una cosa que no podía mostrar tan fácilmente.
Están en un club nocturno y es Erik, así que debería ser sólo una pequeña broma segura. La verdad es que Xavier ni siquiera se ha parado a pensarlo, simplemente se ha dejado llevar.
No hablan de ello después.
Erik sale del club esa noche con esa suya sonrisa – casi una mueca paradojalmente atractiva– en la cara. Angel va a recoger sus cosas a un pequeño apartamento que comparte con una amiga y ellos van a ir a recogerla por la mañana.
– ¿Una copa? – Se encuentra proponiendo Charles.
– Escoge el bar – Le concede Erik.
Charles habla de Kennedy, de la lucha por los derechos civiles de muchas minorías y sonríe cuando una mujer de mediana edad los mira al cruzárselos por la calle.
Está oscuro y ese no es precisamente el barrio más iluminado del país.
Caminan al azar por dos calles más a través de Atlantic City, hasta algo que por fin parece el centro nocturno de esa parte de la ciudad. Charles no ha estado nunca antes allí. Él ni siquiera tenía la edad para salir de noche en Nueva York cuando hizo las maletas, se llevó con él a Raven y se fue a Oxford a estudiar.
Hay luces al menos, más que en el club de Angel, y música. Entran en un bar y en esa ocasión suena Elvis. Todo es extrañamente tranquilo para ser el centro de una gran ciudad, como si de repente hubieran llegado a la parte decente de ese municipio. Esa ni siquiera es una canción especialmente movida.
Charles se siente en la barra, dejando su chaqueta en el taburete y pide dos whiskies. Erik preferiría una mesa pero la camarera ha empezado ahora a sonreír y hablar con Charles y este le está diciendo algo que podría implicar la palabra 'maravilloso'.
"Wise men say only fools rush in
But I can't help falling in love with you
Shall I stay, would it be a sin
If I can't help falling in love with you"
Erik no está muy seguro de ello porque la música lo ha distraído un solo instante antes de verles entablar conversación. La música ni siquiera suele importarle…
Mientras observa a Charles, la mujer rubia y demasiado maquillada sigue sonriéndole descaradamente. … Y el telépata tiene en la cara esa maldita sonrisa de descaro que Erik le ha visto dirigir antes a Moira Mactaggert.
Así que de manera irracional vuelve a desear borrarle esa estúpida mueca del rostro. Y algo más tarde se sienta de mal humor y sin mediar palabra en el taburete que Charles ha dejado antes vacío para él.
"Like a river flows surely to the sea
Darling, so it goes
Some things are meant to be"
– Tenemos que brindar, Erik – El telépata sin embargo le vuelve a mirar casi al instante que al fin se sienta – Angel es la primera que dice que sí. ¡Es algo fantástico! –.
Xavier evita mencionar ese pequeño incidente del día anterior y Erik, en realidad, no está dispuesto a ser él quien vaya a recordarlo.
Le ve sonreírle mientras alza la copa.
Ningún rasguño en su rostro. No debería estar tan agradecido por ello…
Algo en la forma que todo ha ido con Angel le dice a Erik, pero, que a partir de ahora su búsqueda mutantes podría resultar incluso agradable. Bueno, la mayor parte del día al menos.
Charles sigue coqueteando abierta (y desvergonzadamente) con esa chica en este momento. Erik se bebe el whiskey más rápido de lo que en verdad pretendía y se levanta.
Está cansado y ver a nadie hacer el tonto de esa manera es la última de las razones por las que deja que sea la CIA quien siga la pista Shaw mientras él se dedica a recorrer el país. 'Aunque ha de admitir que la idea de encontrarse con muchos más cómo él ahí fuera, cierta sensación de pertenencia a algo más grande que él mismo, empieza a calar en su conciencia'.
Erik sabe lo que pasa cuando eres distinto… y ahora parece poder estar en sus manos hacer algo al respecto: Es fácil convencerse más de ello escuchando a Charles.
Cuando no está actuando estúpidamente en la barra de un bar.
Cualquier persona antes, excepto sus padres, ha dado un paso atrás al saber lo que podía hacer, ha huido al conocer su poder. 'Ahora mismo podría estar incluso molesto con Charles por hacer justo lo contrario que haría cualquier otro al conocer lo que es Erik Lehnsherr y lo que ya ha hecho'.
Es seco al despedirse de Charles esa noche. Está cansado y lo último que se siente capaz de tolerar es precisamente a Charles Xavier dándole la tarjeta del hotel y el número de su habitación a esa mujer.
Charles intenta no parecer muy herido al verle marchar.
Y sí, le dijo que lo sabía todo de él, pero Erik le pidió que se quedara fuera de su cabeza y eso es lo que ha hecho. 'No tiene ni idea qué diría en realidad si…'.
Charles ya ha establecido consigo mismo que estaba claramente exagerando, ¿no? Suspira. En Miami el telépata vio, antes y después de saltar al agua, la agonía que Erik sentía, la muerte de su madre, el odio hacia Shaw: Suiza, Argentina y un puñado de países más…. Los nazis con los que se ha encontrado en el camino. Parecía más que suficiente para considerar que era todo lo que podía saber.
Puede que no lo fuera.
La última noche cuando los confundieron por, bueno Charles no tuvo tiempo de saber exactamente qué aunque podría atreverse a imaginarlo; cuando casi lo golpearon y Erik estuvo a punto de reaccionar lanzando las mesas del local contra esos hombres… cuando él mismo reaccionó lo suficientemente rápido para que los dos se pudieran ir de allí… uno de los hombres del bar les insultó al azar – nada aparentemente muy elaborado – en algún idioma del Este de Europa que Charles no entendió; pero que despertó inmediatamente otro pequeño destello punzante en la mente de Erik.
El trazo de algo que no era su madre, los campos o Shaw pero que llevaba per se el mismo tipo de dolor.
Erik enseguida pareció volver en sí y estar bien. Y Charles vuelve a pensar en ello ahora: cuando lo ve irse como si una enorme nube negra hubiera eclipsado cualquier rastro de su buen humor de un simple plumazo.
Hay mucho de él que no conoce.
Charles Xavier se siente de repente muy mal incluso por no haber intentando ir más allá, porque de pronto está convencido que lo que ha visto de la vida de Erik no es probablemente más que la punta de un horrible iceberg…
Es consciente además que ni siquiera sabe lo que significa estar en algún lugar como Auschwitz en manos de Shaw. Y cuando se acaba su bebida ya no tiene ningunas ganas de quedar con esa chica al acabar la noche.
Siente que, de alguna manera, acostarse con ella esa noche sería demasiado frívolo. 'Aunque fuera para apagar esa incomodidad que crece y crece en él al mirar a Erik y querer más de lo que nunca va a poder pedir…'.
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Vuelven a Richmond (Virginia) a continuación. Angel sube al avión con ellos y Charles se encuentra hablando sobre lo impresionante que puede ser la evolución y lo mucho que espera que pueda llevarse bien con Raven, a quien en todo momento identifica como su hermana menor.
Moira los espera en el aeropuerto y Erik, que se ha pasado todo el viaje mirando por la ventanilla, no habla tampoco entonces.
En las instalaciones de Richmond las habitaciones son discretas y las camas y armarios de aspecto sencillo y militar. Charles se encuentra esa noche leyendo un par de los libros que puso en su maleta antes de marchar de Oxford y se para a pensar un instante en cómo él y Raven han acabado allí. En lo emocionante que, en realidad, le pareció que Moira lo encontrará en Oxford y en lo convencido que está aún de ayudarles.
Aunque es probable que Erik tenga razón, que es mejor que sean ellos quienes busquen a aquellos que son mutantes, que les puedan dar la oportunidad de elegir.
La idea de poder echar una mano a aquellos que más lo necesitan, a jóvenes como Angel, hace que se sienta aún más satisfecho.
Mira a su alrededor pensativo una vez más.
No es que nunca se hubiera imaginado que, de alguna manera, el Estado podía acceder a su nombre con facilidad. Brian Xavier, su padre, había sido un reputado físico nuclear. Y Kurt Marko, después de casarse con su madre, Sharon, no había mostrado suficiente interés en seguir con la carrera científica que un día había compartido de alguna manera con su amigo; pero sí se había prodigado suficiente en sociedad…
Charles había puesto su mayor esfuerzo en su tesis sobre genética: Había esperado que alguien reconociese su importancia. No era, por entonces, una materia que muchos valoraran en voz alta aunque la Segunda Guerra Mundial había dejado rastro de suficientes esfuerzos, en ambos lados, para avanzar en la materia. En mayor parte, en direcciones terriblemente equivocadas.
De alguna manera simplemente había preferido no pensar en eso. Al menos cuando escribía su tesis la posguerra parecía abocar esperanza en la humanidad: los avances científicos parecían avanzar lejos de los horribles objetivos que habían parecido tener en el pasado. 1945 y la bomba atómica…
'También todo un régimen del horror: Los nazis, sus laboratorios…'.
Esa última idea, ya horrible de por sí, duele más ahora que conoce a Erik.
La causa de Moira, que parece ser la de la CIA en ese 1962, sin embargo no parece mala. Charles ha tocado sólo unas pocas mentes de los muchos mutantes que parece haber ahí fuera.
En este momento no hace ni 24 horas que Erik y él han podido dar un nuevo propósito a Angel, lejos de ese club. Se sumerge en las lecturas sin mirar el reloj por horas. Y hay entonces un relámpago conocido en su mente, justo cuando estaba ya casi dormido sobre la sencilla mesa metálica de estudio.
– ¡No!
Esa noche Erik tiene una pesadilla. Hay fuego. Gente completamente parada viendo como una niña se quema. Puede que esa niña haya estado antes en la parte superficial de la mente de Erik pero no con la claridad de ahora. Charles Xavier al menos no se ha dado cuenta hasta ese momento.
La casa en llamas se derrumba.
Charles intenta despertar a Erik en el momento en el que consigue entrar a su habitación, empujando la puerta malditamente trabada y encendiendo la luz. El telépata está seguro que Erik es de los que se encierra por dentro y da gracias que a estas alturas el metal haya temblado y se haya movido lo suficiente como para dejarlo entrar.
Charles, aún está confundido cuando da el primer paso dentro de la habitación. Pero él mismo nota lágrimas en sus ojos y duda que vaya a olvidar en días los gritos de la pequeña que aún llora en la pesadilla del otro hombre. Y es en ese momento, sin ninguna posibilidad para la arrogancia, que entiende que no lo sabe todo de Erik.
Lo sacude sin cuidado, gritando y sudado completamente entregado a la pesadilla, para despertarlo.
Seguramente a él no vaya a gustarle encontrarle allí al abrir los ojos pero Charles no puede hacer nada para evitar ese momento.
Le sujeta el brazo mientras nota su respiración normalizarse. No le busca los ojos en seguida aunque puede saber exactamente el momento en qué esté le nota, de repente sus músculos se tensan.
– Erik…
– Vete… – La voz es ronca y su mirada más oscura que nunca.
– Escucha…
– ¡Vete! – Grita. Pero Charles no se mueve.
Le busca los ojos esta vez.
– No es de tu incumbencia. Nada de esto…
– Lo es – Asegura Charles – Lo es, querido. Aunque no vamos a hablar de ello, ¿de acuerdo? Nunca si es lo que quieres… Sólo cálmate. Por favor.
Sigue sujeto al brazo y se permite acercarse más a él en silencio, dejando que sea Erik quien le sujete esta vez mientras cierra los ojos un instante.
Por minutos no hay ningún conato de conversación entre ellos.
Solamente las frías yemas de los dedos de Erik en su piel.
– Hay más coordenadas. Esta vez en Seattle, cerca de Canadá. Mañana nos vamos otra vez, más nos vale descansar… – Le dice después.
Los dos miran a la pared gris un instante.
Y Charles se queda sentado, apoyado contra el tabique, con los ojos cerrados.
… reviviendo la expresión asustada de esa mujer de la mente de Erik así como los gritos de Anya.
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– Que os jodan…
El hombre de Seattle es suficientemente expresivo respecto a la posibilidad de seguirles.
Aunque de alguna manera Erik no consigue sentir la prisa del principio. Extrañamente ni siquiera le molesta haber hecho todos esos quilómetros en vano.
– ¿Qué te parece una partida de ajedrez? – Es lo primero que Charles propone al llegar al motel cutre dónde se alojan. Moira les ha reservado dos habitaciones y no está exactamente sucio pero, por la ligera expresión de Charles al llegar, duda que haya estado a menudo en un lugar como este.
Sonríe de lado al pensarlo pero sigue con la conversación:
– ¿De verdad quieres volver a humillarte así?
Grandes ojos azules, cabello castaño oscuro, piel blanca, labios rojos, demasiada cara de niño para su propio bien y sonrisa impertinente.
Erik le mira y Charles, por supuesto, acepta el reto.
– Vamos a tener que empezar a apostar algo en las partidas… para hacerlo más interesante – Le bromea Xavier.
– Vas a perder hasta la ropa interior si insistes en ello…
Es una frase sin importancia, una broma insolente y sin embargo hay un ligero rubor en Charles antes de seguirle.
Sólo es una noche de ajedrez esta vez.
… Y sin embargo la tensión de días en aviones, trenes y coches acaba estallándoles en las manos mucho antes que hayan encontrado al siguiente mutante dispuesto a seguirles.
Erik presiona a Charles contra la pared de uno de los moteles una noche en Wisconsin. Lo hace sin mediar palabra, apoyándole contra el panel blanco estocado de la habitación.
– Erik – Charles Xavier balbucea su nombre y algo más. Y Erik prácticamente tiene que luchar contra sí mismo para no apartar los labios de su mandíbula. 'Dedica entonces sólo un segundo a imaginar sus pupilas dilatadas entre la sorpresa y la realización y ese ligero rubor en sus mejillas… a la vez que nota en su pelvis la firme dureza del hombre más joven'.
Charles le besa torpemente los ligeros rastrojos de vello sin afeitar en la barbilla, después de toda una noche y un día en carretera, y Erik vuelve como respuesta a sus labios con aspereza…
'Charles, estúpido Charles que ha estado a punto de enloquecerle todos estos días'. Erik ni siquiera se da tiempo a disfrutar de la sensación húmeda del beso, porque pronto esa maldita sensación cálida y de pertenencia burbujea en su estómago y es demasiado para parar…
Pero están en un maldito motel con las paredes más final que el papel: Charles ('Dios, Charles') gime de manera descarada y van a escucharles si no se permiten respirar.
No puede permitirse pensar en mucho más ahora.
La voz le sale más ronca y gutural de lo que se propone cuando habla: – Puedes… Deberías… nos van a escuchar… – Erik se expresa desordenadamente aún con sus labios en los del telépata.
No es mucho mejor para el hombre más joven: Tener ya una mano por debajo de la camisa de Erik Lehnsherr a medio desabrochar, no ayuda a Charles Xavier a pensar claro. Algo en su mente sin embargo le insiste en prestar atención a la voz del hombre que lo besa. A respirar.
Ilegal… lo que desea que le haga Erik es jodidamente ilegal aunque puede que no pueda permitirse ser discreto – ni por supuesto parar – ahora mismo. 'Entre sus manos y la mano de Erik al principio de lo que vendría siendo su pantalón, es de hecho bastante improbable que no hayan cometido sonoramente un par de delitos ya a esas alturas…'.
Asiente por supuesto intentando concentrarse en no gemir o en insonorizar la habitación para los demás. 'Porque debería ser fácil, con su poder… Pero ahora mismo no está muy seguro de qué es más difícil'. Se balancea entre la pared y Erik… e intenta dejar de sostenerse en el tabique para adherirse más al cuerpo duro del otro; que ahora además deja pasear libremente su mano por su estómago y de nuevo hacia su pelvis, su camisa arrugada.
Charles se niega a pensar también en lo obsceno que es arquearse para Erik.
Le gustaría, piensa con dificultad, besarlo perezosamente: con la boca abierta y una sonrisa para cada caricia. Pero ahora sólo puede pensar en responder desordenadamente a la lengua demandante de Erik mientras el hombre más alto cubre su cuerpo con el propio… 'Mientras le nota mover la mano en él más allá del cinturón y el botón de sus pantalones'.
Los largos dedos de Erik contra la piel caliente de su erección.
Charles se deja llevar por la sensación… a la vez que consigue recordar que el sonido que ha hecho antes su propia cremallera al bajar no augura nada bueno, no para la más tarde más que probable reutilización en público de su propia ropa.
Las manos de Charles Xavier serpentean entonces también por la espalda de Erik hasta la firmeza de sus nalgas; a la vez que la mayor sujeción de éste en él hace que deje atrás cualquier precaución, necesitado de ese roce y movimiento en particular.
– Quiero que me f… – Respira cuando Erik acelera su caricia un momento después de haber bajado tentativamente el ritmo. – Erik…
Es en ese momento cuando Erik se aparta un poco para mirarle a los ojos, esos ojos azules ahora oscuros que de todos modos no puede mantener abiertos demasiado tiempo. Charles ve a Erik inclinarse lo suficientemente atrás para poder descartar definitivamente sus pantalones y los zapatos, tirándolos en algún lugar de la habitación. Y acaba por reflejar sus movimientos en los del otro: se desprende definitivamente de su ropa. Los calzoncillos van detrás.
Charles Xavier además abre un poco demasiado los ojos cuando el otro hombre queda del todo expuesto. 'No es que no hubiera notado que…'. – Relájate – Erik ordena bruscamente dejando por otro instante del todo su sujeción previa y burlándose un poco más.
Y Charles lo hace, se relaja, sujetando ahora los fuertes brazos de Erik como si en verdad le fuera la vida en ello.
Todo ello es brusco y demasiado rápido, y más que un poco desordenado. Y el telépata intenta recordar por qué deberían parar un instante pero no consigue ligar cualquier pensamiento con ninguna imagen clara hasta que Erik pasa finalmente sus dedos por sus labios, buscando humedecerlos y después baja sus manos hasta el final de su espalda.
'Es también la primera vez en todo ese momento que Charles parece recordar que ha pasado mucho tiempo desde que estuvo así con un hombre, dos años atrás, después de una fiesta de fin de exámenes bastante impresionante, en Oxford…'.
Erik, sin embargo, hace al final un gesto suave con la mano y acaba sujetando una especie de gel de manos enlatado que hasta hace un momento estaba en el baño. Es cuidadoso y abre camino en Charles de manera que el hombre más joven pronto pierde de nuevo cualquiera de sus pensamientos, especialmente los coherentes, en el proceso.
Se abraza a él y después se deja girar contra la pared, de manera que acaba acariciándose a si mismo mientras nota todo el peso de Erik posicionándose en su espalda.
– Te va a doler – La voz del doblador de metal ni siquiera suena como él, ronca y sin aire. Y Charles no es capaz de pensar en si pueden intentar usar alguna maldita pomada o más de esa loción del lavabo.
– Me da igual.
Siente que se queda sin respiración.
Y es verdad lo que acaba de decir, le da igual, porque aunque jadea al notarle contundentemente en la entrada, no es capaz ni siquiera de articular una frase con sentido cuando el teléfono de la habitación empieza a sonar.
No le pide que pare ni Erik lo hace mientras lo único que importa es ese hombre, con él, contra él, casi dentro de él, completamente allí. Y su voz ahora rota formando su nombre contra su cuello y su cabello. Erik tiene de pronto las manos extendidas contra la pared, desplaza su mano derecha al brazo de Charles mientras el ritmo se acelera y el insistente ring del teléfono tapa el más que irregular vaivén de su respiración. Y después Erik acompaña al conjunto al fin con un gruñido y es cuando con la mano izquierda busca la del propio Charles y aún temblado lo acaricia un par de veces hasta notarle llegar al orgasmo.
Hay un silencio pesado en la habitación hasta que ni siquiera puede explicarse cómo, Charles se encuentra cayendo de cualquier manera sobre el colchón que ha estado todo este a unos pasos de ellos y ve a Erik intentar normalizar su respiración a su lado pero no se atreve a tocarle ahora, pese a qué es lo que más desea.
Los dos son un completo desastre. Desordenados y sudados hasta el tuétano. El teléfono, que ha parado un instante, vuelve a sonar.
Moira. El teléfono. La CIA.
Y Erik sonríe para sí antes de girar un poco la cabeza para mirarle. 'Despeinado, expuesto…'. Esos ojos azules ahora en color tormenta que parecen terriblemente fascinados por la pintura blanca del techo.
– Debería responder – Razona Charles.
Erik ha estado atraído a él por días, con su convicción y arrogancia y esa sonrisa de labios rojos que dice saberlo todo sobre él. Y antes de quedar dormido, incluso piensa que puede que eso sea, que ya está, que esa tensión se habrá esfumando cuando vuelva a despertarse.
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Kiev (Ucrania, URSS), 1963.
La joven de cabellos castaños, esos días casi rizados por la humedad, deja que la brisa la despeine, y continúa observando el corriente del agua, rio Desna adentro, con aire perdido. Unos pasos de hombre se acercan a ella, con firmeza en el andar, pero Anya ni siquiera se inmuta. Ni se gira. Sabe quién es: la ha estado siguiendo desde el cementerio.
A esas alturas tiene casi 14 años.
– Tu padre no ha querido decir eso… – Vasyl duda. – Ya conoces a mi hermano, Anya.
La chica tiene lágrimas en los ojos pero se niega a llorar ahora.
– ¿Qué es lo que no ha querido decir, tío? – Las cejas se le fruncen en el gesto – ¿Que soy un monstruo… o que mamá dejó que su enfermedad empeorara por mi culpa?
Oleg Kórsakov es un buen hombre. Estricto y frío, pero Vasyl sabe que ha querido a Nastasya con todo su ser. 'La ha querido tanto que el día que ella insistió en quedarse a Anya… Oleg ni tan siquiera rechistó'. Ni aún con sus rígidas creencias religiosas rechazó una niña que para él sólo podía estar poseída o maldita. '¿Qué otro tipo de criatura sino conseguiría verse envuelta en llamas con la facilidad de un llanto?'.
Vasyl no habría culpado a su hermano por echarlo de su casa ese día. Y sin embargo Nastasya, débil y ya entonces enferma, no había podido tener hijos y no admitió un no: 'Esa niña era un regalo… y estaba más que dispuesta a quedarse en vela cada una de sus noches si con sólo eso podía evitar que su casa ardiera en una de las pesadillas de la pequeña…'.
Vasyl ha sabido siempre, sin embargo, que no se trata sólo de las pesadillas, de una maldición o del demonio. Lo supo ya entonces. Él – que nunca fue el hijo culto de su familia y que, para vergüenza de su hermano, se doblegó a los mandatos comunistas y aborreció la religión – tiene una mejor idea sobre qué exactamente puede ser la pequeña Anya…
Él aún se pregunta si hizo lo correcto esa tarde en Vínnytsia. Pero agradece a Nastasya que al menos evitara que cometiera otro crimen más. Esta vez uno peor.
Porque su cuñada se negó en redondo a que él entregara a Anya a las autoridades. Porque le hizo pensar en lo que había visto en Moscú una vez… en esas niñas entrenadas desde pequeñas por el bien del régimen, para convertirse en algo letal algún día… Y decidió que sus sacrificios por 'la madre Rusia' habían acabado en ese momento. Vasyl había renunciado a la misma Nastasya una vez. 'Porque sus ideales marxistas habían valido más…'. Pero pudo darle al menos algo a cambio al final.
En ese punto el amor de su vida se ha ido. Y él aún quiere a su hermano. Pese a la distancia y la pesada carga de haberle detestado una vez; por sus ideas y la esposa que él no quiso/pudo tener.
'No va a permitir que Oleg estropee así el sacrificio de Nastasya, de todas formas: Él ya vive en el extranjero… ha usado una identidad falsa para entrar en el país esta vez… y se va a encargar de llevarse de allí a la única familia que le queda. Aunque tenga que arrastrar a Oleg hasta París'.
Suspira y se permite coger aire en el gesto.
– Todo va a ir bien, Anya. Te lo prometo. Sólo… deja que yo me ocupe de tu padre… él nunca ha querido decir eso y además él solo…
Calla. Porque la chica lo mira esperanzada ahora… queriéndose creer la mentira sobre Oleg… y además porque no hace falta mencionar la última parte de su frase: Anya ya sabe que el hermano de Vasyl tiene miedo, que el fuego es un problema, que lo ha sido siempre; tiene las cicatrices en su espalda… pero en ese instante es mayor, y parece haber aprendido a controlar ese tipo de emoción – o lo que sea que le permite encender cualquier objeto inflamable a su alrededor en poco más que un estallido inesperado –.
No siempre le ha pasado estando enfadada o asustada… pero estarlo no la ha ayudado nunca a evitarlo. 'Quizás por eso ella intenta no enfadarse, ser esa chica dulce que Vasyl intuye que es el refugio de algo más'. Hay un temperamento allí, la chispa mordaz de la niña que acaba de contestarle poco antes de dejarlo hablar pero nunca va más a allá.
Es posible que con el tiempo, con el entorno y la motivación adecuada, todo tome un mayor cariz de normalidad. 'Que puedan olvidar las llamas si dejan de dar vueltas a ellas…'.
En París.
La mira un momento. A esa chica, aún joven, que puede crear un incendio sin querer… pero que al parecer poco puede hacer para protegerse – o proteger a otros – de él.
– Voy a echarla de menos, tío – Ella habla entonces de Nastasya… y Vasyl no puede no estar de acuerdo con ella.
En realidad lo harán los tres.
Y quizás porque esa verdad le conmueve, Vasyl Kórsakov se permite pensar en todo un último instante, preguntarse si ese alguien que aún ocupa sus pesadillas ha incluso echado de menos Anya estos años…
Lucha por decirse que no. Por repetirse que en el momento en qué descubrió que Anya respiraba tampoco tuvo opción. Y recuerda la furia ciega que mató a sus compañeros esa tarde, después que el piso superior de la casa incendiada se empezara a desplomar. La mayoría de ellos murieron contorsionados entre hierros flotantes o disparados por sus propias armas en un escenario que no va a olvidar jamás.
Nunca pensó que ese intento por aportar algo grande a Moscú, acabaría así. Y Vasyl, un día un idealista que creyó tener un futuro en Rusia, sigue por ello culpándose sólo a sí mismo.
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