Capítulo 3. Life is what is happening now (La vida es lo que está pasando ahora)
"[…] Well it winds from Chicago to L.A.
More than 2000 miles all the way
Get your kicks on Route 66".
- Route 66. Rolling Stones.
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Estoril (Portugal), octubre de 1960.
Cuando juegas a este juego, de vez en cuando conoces gente como Vasyl Kórsakov: cobardes que abandonan, que se bajan del carro, que dejan el juego, antes incluso de empezar... a la primera que las cosas pintan mal.
Ninguno de los muchos que Sebastian Shaw podría comparar con Kórsakov, sin embargo, consigue esconderse tan bien como el maldito ex agente ruso. No es que a Shaw le importe en realidad.
– ¿Estás seguro? – Pregunta distraídamente a Azazel cuando éste llega de hacer su pequeño encargo en Moscú esa mañana.
– Sí. Creyeron que podría haberse suicidado… pero nunca encontraron su cadáver – Le cuenta. – Le acababan de ascender aunque no iban a ofrecerle un puesto en Moscú. Su hermano dejó Vínnytsia en 1957 y el sacerdocio activo por lo que parece. Sukin syn… – El gesto que Azazel hace con la boca no deja además lugar a dudas de lo mucho que le disgusta ese oficio en particular ni esconde el significado de su improperio en ruso. – Vive en Kiev con su mujer, dicen que muy enferma, y su hija, creo que una mocosa.
Shaw piensa un momento en si vale la pena perder el tiempo.
No es que Kórsakov, Vasyl Kórsakov, le haya preocupado antes en demasía. No realmente.
Nunca fue más que un peón. Las cosas habían cambiado rápidamente con la caída del Tercer Reich y con ello él había sabido que era hora de enterrar a Klaus Schmidt: Sebastian sabe jugar y, por lo tanto, también sabe cuándo es el momento de adherirse a unas normas nuevas para ello. 'Los oficiales jóvenes, con ganas de subir, de demostrar valor, han sido siempre fáciles de manipular. En la URSS de los cincuenta y en la Alemania de los cuarenta. Eso no cambia'. La promesa de hacerles quedar bien con sus superiores u otros más veteranos que sí mismos, una oferta atractiva y alguna contra escondida… no se necesita mucho más.
Tienden a ser sólo títeres siguiendo órdenes.
Tampoco es, claro está, que no le hubiera molestado algo la manera como Erik Lehnsherr había conseguido huir de Auschwitz el día que los nazis habían decidido liquidar de un plumazo toda el área gitana del campo. 'No había permitido que usaran al chico para el Sonderkommando – entre experimento y experimento cuando más débil estaba – para que los muy imbéciles acabaran dejándole escapar…'.
La noche del 2 de agosto de 1944, murieron en las cámaras de gas todas las mujeres, abuelos y niños que quedaban en Zigeunerlager, la parte del campo donde estaba encerrado el pueblo romaní.
Fue el último día que Klaus Schmidt tuvo a Erik bajo su yugo.
'No es como si no hubiera experimentado lo suficientemente en él para considerar sus intenciones algo inacabado… pero…'. Al fin y al cabo había dedicado todos sus esfuerzos a pulir su potencial… habría esperado tenerlo más tiempo en control.
Fuese como fuese confiaba lo bastante en su obra como para no esperar que los rusos lo cogieran después. Sebastian tampoco pensaba ir a por él. Lo aceptara o no Erik, ya era una arma, una de poderosa y volvería en su momento. 'Que era por supuesto lo que Vasyl Kórsakov, de quien había obtenido mucha y amplia información sobre el entonces futuro KGB, no tenía por qué saber…'.
Le había llenado la cabeza con lo mucho que le premiarían en Moscú si seguía la pista de un hombre, un chico, que podía resultar de interés en la capital del imperio soviético. [Un fastidio, sí, tener que dar algunas pinceladas de manera vulgar sobre la materia… aunque esos seres inferiores tampoco tenían porque saber mucho del asunto por ahora y nadie iba a creer en realidad a Kórsakov]. Pero simplemente no quería que Erik se relajara.
No eran los nazis el problema, ni los rusos: eran los humanos. Una vez más esa era la lección.
Kórsakov y los otros gusanos como él no necesitaban saber tanto.
– Su hermano dejó Vínnytsia en 1957…
Habían sido probablemente los dioses quienes habían llevado a Erik a ese lugar entonces.
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A Sebastian Shaw le resulta por lo menos curioso saber a estas alturas que el hermano de ese estúpido ruso había vivido también allí…
Y supone – sin mueca alguna – que Kórsakov huyó simplemente atemorizado después que Erik acabase con todos sus hombres, al segundo después que Sebastian saliera por la puerta de su despacho esa tarde.
… Pero puesto que su interés, el mismo que había tenido en Estados Unidos todo ese tiempo, vuelve a estar en la URSS: Sebastian Shaw piensa que quizás no esté de más buscar al gusano soviético y empaquetarlo – quien sabe si de regalo y todo – hacia algún alto comando de la URSS. 'Ejércitos y servicios secretos tienen en común que siempre les pone de buen humor recuperar un traidor. No es como si no pudiera usar otros métodos, claro… pero tener temporalmente a un par de generales de buen humor siempre es agradable'.
A Sebastian Shaw le gusta ser agradable.
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Kiev, febrero de 1961.
La única razón por la que los soviéticos no se han acercado a su casa con demasiada frecuencia en los últimos años es porque Vasyl nunca llegó a esconder en Moscú que no se soportaban.
A veces Oleg aún lamenta que eso no hubiera mantenido lejos a Vasyl aquél día.
En 1957, sin embargo, Oleg Kórsakov dejó Vínnytsa…. Y todo este tiempo se ha concentrado solamente en ocupar un segundo plano en Kiev.
Gruñe al pensarlo.
Puede que la presión del maldito gobierno sea lo que al final lo ha obligado a abandonar su iglesia y dejar su pueblo: En 1943 Stalin permitió convocar el Concilio episcopal pero la relación de la iglesia con los bolcheviques ha sido intermitente después. Y aún así…
En este instante – y eso es una materia de hecho – preferiría tener el mismísimo ejército ruso en su casa.
Mantiene sus manos entre sí detrás de su espalda, se mueve y contiene una especie de sacudida nerviosa de ida y vuelta desde el talón al dedo del pie.
– ¿Así que no tienes ni idea dónde para el perro desagradecido de Vasyl?
– No – Mira a Nastasya a su lado, su mujer que ha estado enferma últimamente. Su hermosa Nastasya que hoy no tiene fiebre después de muchos días en cama – En absoluto. Y no lo quiero aquí.
El hombre, que Oleg piensa que está allí como un tipo de entretenimiento de fin de semana, porque si no fuera así no iría acompañado de esa mujer escandalosamente vestida de blanco y esa sonrisa escandalosa; niega algo con la cabeza antes de medio sonreír de lado. Oleg espera lo peor.
– Bien… Entonces supongo que no te importará que demos un vistazo a tu casa. Janos, Azazel…
Es en ese momento cuando pese al miedo el hermano mayor de Vasyl duda un instante y se interpone a ellos con la vista fija en Nastasya.
Emma les sonríe desganada, con algo de burla, esperando la reacción de Sebastian. 'Él nunca da muchas explicaciones pero, sinceramente, parece no haber nada interesante en esa gente…'. Frost supone que esto puede acabar siendo hasta aburrido e intenta buscar cuál es la gracia de ese juego en la cabeza de su amante.
– El diablo no – Oleg es más valiente de lo que se puede permitir. Y la telépata está leyendo a Shaw cuando éste piensa que ese hombre no tiene ni idea. 'Ni puñetera idea de lo que es de verdad un diablo…'.
Sebastian se ríe abiertamente de hecho, antes de avanzar hacia el hombre. Puede que hoy se sienta lo bastante generoso:
– El diablo no.
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En algún lugar al oeste de la ruta 66 (USA) y después al este, mayo de 1962.
Charles intenta de verdad no ir más allá de los pensamientos superficiales de la gente, al menos cuando ir más allá en la mente de otro no es necesario…
Es por ese motivo que la noche que Moira entró en ese pub de Oxford, hace ya unos meses, no supo qué quería. 'Lo primero que pensó de ella no fue que estaba delante de una agente de la CIA…'. Y es por eso también que tuvieron ese pequeño incidente en Nueva York, con el primer mutante que buscaron: cuando quiso darse cuenta que estaban en problemas, Erik ya había reaccionado. Han sucedido muchas cosas desde entonces. Una noche de abril no hace tanto que parece ya toda una vida atrás…
Fue pocas horas después de dejar los cuarteles de Richmond y subir por primera vez a un avión de pasajeros en clase turista con la única compañía de Erik en el asiento del lado. Han pasado juntos mucho más que eso ahora. En aviones y coches pero sobretodo de Este a Oeste del país en ese coche de alquiler de horrible color caqui, diez, doce, veinticuatro horas en carretera hablando de los mutantes, de sus ideas para el mundo. Un mundo en el qué Erik ya le ha dejado claro que no cree.
Charles no le da importancia o no quiere dársela porque Erik es brillante y hay mucho que pueden hacer juntos. 'Muchos mutantes ahí afuera a los que los dos pueden ayudar…'.
Ha dejado ir su telepatía un poco más ahora… aunque la mayoría de veces no yendo más allá de una primera impresión cuando se presentan a un mutante. Charles puede captar siempre las emociones de los que lo rodean… pero en su infancia aprendió muy pronto que hay mentes en las que prefiere no estar: no, si no es necesario.
El esfuerzo, sin embargo, ha estado siempre en evitar leer los pensamientos de los demás, no en lograrlo.
Tiene que concentrarse para suavizar la sensación tremendamente acaparadora en sitios con mucha gente o cuando alguien en realidad está demasiado cerca, no necesariamente de manera física.
Ha buscado antes la bebida preferida de una chica, o de un chico, entre las cuatro paredes de un bar; ha jugado a "adivinar" lo que ésta (o éste) espera en la cama o en un restaurante, por supuesto. Pero nunca ha tomado una ventaja real de eso. Tampoco con su hermana. No ha hecho trampa con Raven.
Y va a respectar a toda costa la petición de Erik.
Charles ha sido vagamente consciente de cualquier pequeña emoción en Erik desde quizás el momento que los sacaron del agua de Florida, eso sí. Ha aprendido otras cosas de él hasta ahora; pero ya está.
Desde sus primeros días de viaje, o en las instalaciones de Richmond, Charles se ha esforzado de más en concentrarse en sus propios pensamientos, en bloquear los del otro.
Mantenerse completamente al margen de su mente no es fácil.
Él ha estado horas en el asiento del copiloto de Erik alternando la mirada por la ventanilla y al perfil de Erik mientras hablaba de todo y de nada frente al poco colaborativo silencio del otro hombre sólo para evitar su propia curiosidad. 'Charles Xavier está, de hecho muy seguro, que ha explicado a Erik de pe a pa su tesis doctoral, el total estado de desorden de su piso en Oxford o aquella anécdota estúpida en la cafetería de Cowley Road'.
Doctorado en Oxford, telépata y ex-universitario, Charles Xavier – ahora sobretodo mutante – ni siquiera está muy seguro de ser escuchado hasta que en uno de sus primeros juegos de ajedrez Erik alza ligeramente una ceja y sonríe haciendo precisamente referencia a eso.
– ¿De verdad dijiste eso?
Irónico y bello.
Y Charles desea más bien morderle el labio pero acaba empujándole suavemente el hombro, con la ligereza de un pequeño golpe, riéndose con él...
Charles no le habla de Kurt o de Caín. Tampoco de Sharon o del hecho que también – de alguna manera – perdió a su madre el día que Brian Xavier decidió dispararse una bala a su propio cráneo. Él ni siquiera podría articular todo eso en palabras cuando tiene tan presente toda la agonía por la que ha pasado Erik: Schmidt, los laboratorios… Charles ni siquiera se atreve a preguntarle por esa otra pesadilla que ha visto en su mente.
Quiere que sea Erik quien algún día pueda confiar lo suficiente para hablar de ello.
Así que pasan los días y las cosas fluyen.
En Seattle juegan al ajedrez y Charles se encuentra mirándole en silencio, mientras tantea distraídamente una de las piezas. Erik parece más reflexivo que distraído y el telépata lucha por ordenar sus propios pensamientos pero, más tarde, ni siquiera se molesta a evitar su primer impulso cuando pone una mano sobre la de Erik, que está en la ventana, y pasa ligeramente el pulgar sobre la piel del dorso antes de retirarse. Ha habido otros pequeños roces de ese tipo antes: Fricción casual al caminar, rodillas demasiado juntas en absurdos asientos de tren y avión y, Charles, Charles que desde que salió de Westchester ha sido alguien mayormente de trato táctil… 'Charles y su mano en la pierna de Erik, un pequeño apretón en la espalda…'.
Se siente diferente, de todos modos, cuando es consciente que no hay nada ligero en lo que siente por Erik… y se preocupa. 'Mucho más de lo que debería cuando éste se tensa en respuesta'.
Pero después, casi sin esperarlo, llegan a Wisconsin – cansados de horas interminables de carretera y tensión callada – y allí hacen el amor. 'Que es probablemente una manera suave de catalogar esa noche, puesto que Charles no está para nada seguro de lo que eso ha sido para Erik'. Aunque puede también que prefiera ignorar cualquier detalle que pudiera empañar en lo que se han convertido sus noches de viaje ahora.
Hablan del futuro de los mutantes y Erik mantiene su ligera severidad de día, suben a coches – y también a trenes y aviones – y después llegan a cualquier motel y éste ni siquiera se molesta en dar un vistazo a su propia habitación antes de entrar a la suya.
Lo besa, siempre con desesperación.
Y después separa sus labios de la boca de Charles y se acerca a su oído. – Ponte de rodillas – Le susurra una noche por primera vez en Chicago y es demasiado sugerente para que el más joven pueda siquiera protestar.
Obedece con los ojos cerrados – mientras maldice algo a Moira por otra noche más en un hotel de dudosa ninguna estrella – y cuando mira a Erik éste ya se ha librado de su cinturón y se ha desabrochado los primeros botones de su camisa. Podría ir justo donde Erik le quiere a continuación. Pero, en vez de eso, Charles elige empezar a besarle el ombligo mientras deja que sus manos sean las que acaben de apartar la ropa en Erik. Erik… que suelta un ligero gemido y pasa las dos manos por su cabello mientras tanto.
Sus bóxers grises ni siquiera se molestan en ocultar lo bello que es el otro hombre, incluso en esto. Y Charles se permite tantear un poco más su erección antes de besarlo y notar su sabor salado en él. Siente las manos frenéticas de su amante, ahora en su espalda. Y desvía la mirada sólo un instante, para encontrarse con su rostro.
– Charles, por favor…
Tener a Erik en su boca no es ni siquiera lo mejor de esa situación: Y a Charles, que se siente frenético, le duele el estómago y su propia erección cuando intenta controlar lo suficiente su respiración para no perder el control. 'Erik tiene el poder de hacer de Charles ese desordenado espectáculo y mientras el telépata lo acepta plenamente y crece encaprichado a la idea que es una situación mutua, no hay nadie que haya tenido tanto poder sobre él antes'.
Debería inquietarle.
Y sin embargo es una carcajada de puro júbilo lo que le acompaña cuando más tarde Erik le tumba directamente en la cama, besándolo sin miramientos, primero en la boca y después por todo el cuello.
– ¿Qué es lo que te hace tanta gracia, Xavier? – Erik pregunta con sorna, pero en realidad sonríe mientras le desnuda completamente y juega con uno de sus pezones pasando sus manos por el estómago.
Le manosea entero sólo un instante más, una de sus manos vagando ahora en la pelvis del hombre más joven. Y es entonces cuando Charles, que no encuentra las palabras, decide responderle sin ellas: 'Rodea la cintura de Erik con las piernas y le obliga a pegar cadera con cadera'.
– Mejor, muévete –.
– Como quieras… – Una sonrisa y todos sus dientes.
Oh, Erik. Mi buen amigo…
Es algo más extraño cuando dejan de poder esperar a estar encerrados entre las cuatro paredes de un motel… cuando la intimidad de la que son capaces entre sábanas y contra tabiques de hotel empieza a escapárseles a la luz del día entre las sólidas paredes de la amistad, la complicidad y la admiración mutuas.
Hablan, discuten, beben en bares, comen en restaurantes de todo tipo y buscan a los mutantes que hasta ahora Charles ha encontrado con Cerebro.
– Supongo que conocemos oficialmente ya a todos los moteles inmundos de la costa Oeste – Bromea Charles mientras guarda el papel y el lápiz con el que ha apuntado la última dirección y le mira. – Deberíamos buscar algún lugar para comer, ese chico… está en prisión. No va a ser fácil…
– ¿Quieres decir que no va a ser más difícil que los últimos dos que nos han sugerido que nos perdiésemos en el océano, verdad?
– Oh, vamos… Sólo estaban algo sorprendidos. Podemos insistir… más adelante quiero decir…
Aún en los asientos delanteros del coche, Charles se gira un poco para pasarle una mano por el hombro y tirar algo de él a través del cambio de marcha, apoyándose en Erik un instante y enterrando la cabeza en el cuello con aire infantil. – Podemos ir a comer ahora, tengo mucha mucha hambre…
No es la primera vez que tiene a Charles contra él ni tampoco la primera que éste ha pasado uno de sus brazos por el hombro con naturalidad al bromear. Hizo eso mismo con Darwin en un taxi no hace tanto, mientras le pedían que les llevara a Virginia. 'Pero Erik es de pronto muy consciente que acaba de aparcar el coche en el puto centro de San Diego'. Y aunque le importa más bien poco que les vean, o para el caso la absurda opinión humana respecto la homosexualidad; no cree que Charles quiera acabar borrándole la memoria a un estúpido policía justo allí.
El único motivo por el que usó sus poderes con esos sujetos de Nueva York parece ser el indudable hecho que Erik ya había movido antes todas las mesas del local.
Se permite enterrar un segundo la cabeza en la suavidad del cabello de Charles antes de apartarse. – No vamos a encontrar un restaurante aquí dentro.
Y éste último cree que podría incluso haber imaginado un beso ligero en la parte superior de su cabeza antes de mirarle: la mirada de Erik Lehnsherr del color cambiante de una tormenta.
Esperan la cena en un local de comida griega y Charles devora un trozo crujiente de pan, cuando Erik decide que no va a esperar 50 millas más para besarle en la boca esa noche.
'Puede que incluso encuentre maneras de convencerle a borrar alguna otra memoria esa noche… mientras lo arrastra hasta los servicios de ese restaurante…'.
"En realidad podría engañarles un poco antes…".
"¿Podrías?".
La voz mental de Charles es tentativa cómo si dudara si debería intervenir o no.
"Bueno… puedo hacerles ver lo que prefieras, querido".
"Pensaba que no ibas a meterte en mi mente…".
"Prácticamente estabas gritando, Erik. No es fácil".
Sin duda le queda mucho por aprender del poder de Charles. 'Hacerles ver lo que prefiera'. ¿De qué más podría ser capaz?
"Oh, bueno hay otras cosas…". Charles es petulante sólo un momento y después sonríe, sin duda evitando ser demasiado serio al respecto en ese momento.
Para probar su punto, a continuación, roza una de sus rodillas contra las de Erik justo por debajo de la mesa pequeña donde están sentados, y le envía una imagen mental de ellos dos en el club el día que conocieron a Angel. Sólo que uno de los dos… está algo cambiado.
Erik observa aún algo confundido la diversión de Charles, levantando una ceja y riéndose en el proceso, mientras decide que definitivamente va a arrastrarlo al lavabo antes incluso de los postres.
– Puede que me debas un par de explicaciones por eso, liebe.
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Van a ir a por Alex Summers la mañana siguiente y conocen a Sean Cassidy unos días después.
Son muy diferentes entre sí pero Charles enseguida ve lo mucho que pueden ayudar al primero y lo bien que Sean puede encajar con los demás.
Erik sólo niega ligeramente con la cabeza cuando se lo comenta en medio de una partida de ajedrez, con dos whiskies de por medio, una noche.
– ¿No dices nada?
Charles sonríe, esa sonrisa cálida quizás algo tocada por el alcohol y la afección, y Erik lo mira.
– Si quieres que te diga la verdad…
Charles ha insistido especialmente en casos como los de Angel o Alex Summers, en los muchos mutantes que pueden ayudar después.
A esa distancia Cerebro aún no es lo suficientemente preciso para permitirles determinar ambiciones y problemas sin riesgos y con total exactitud, pero es decididamente esa intención la que lleva definitivamente de cabeza a Charles.
Erik podría recitar su discurso de memoria.
De alguna manera la causa de todas esas almas escondidas y asustadas ha calado con fuerza en él. Charles y él quieren lo mismo… Sólo que Charles aún no se ha dado cuenta del peligro real que corren entre todo el odio del que los humanos son capaces.
Y no es a jóvenes perdidos lo que la agencia quería…
A él en realidad, la intención de Moira y la CIA no le importa en lo más mínimo, si no es claro para tomar precauciones; pero sabe que (al menos en parte) no es eso lo que esperaban.
… y no son tampoco un puñado de críos quienes vayan a poder ayudarle contra Shaw.
Acabar con Sebastian Shaw le corresponde sólo a él de todas maneras.
Vuelven a la costa Este al finalizar. Nueva York fue el primer destino que escogió Charles después de pasar por Cerebro, antes de Atlantic City y Angel; y volvieron a él a buscar a Darwin.
Pasan por Baltimore en ese último viaje y Charles Xavier insiste en llegar a Washington aunque esta vez no tienen más coordenadas.
– Así… – casi le es extraño ser él quien empiece esta conversación – Raven y tu… crecisteis en…
– En Salem…
– ¿Y eso es en?
En realidad no necesita que le conteste que está en el Estado de Nueva York.
Charles aún parece demasiado británico y educado para el bar de noche de Queens dónde estuvieron la primera noche… 'Y aún así… desde la primera vez que el telépata sugirió la dirección de la ciudad de los rascacielos en primer lugar, Erik comprobó que Charles Xavier hablaba con naturalidad de ese lugar'.
De las muchas cosas que le ha contado – los orígenes británicos de su padre, como conoció a Raven y su vida en Oxford, entre otros – no ha mencionado aún sin embargo un lugar concreto de América que considere su casa.
En ningún momento Erik ha dudado que Charles tuviera una. 'Él definitivamente parece del tipo de los que deben poder llamar hogar a un lugar…'.
Tan diferente a él mismo y a su vida durante tanto tiempo.
– ¿Y qué es lo que quieres hacer en Washington?
Éste sonríe.
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– No puedo dejar de pensar en los otros ahí fuera, todas las mentes que he tocado. Podía sentirlos, su aislamiento, sus esperanzas, sus ambiciones. Te digo que podemos empezar algo increíble, Erik. Podemos ayudarlos.
– ¿Podemos? Con la identificación es como empieza. Y termina al ser apresados, experimentados y eliminados...
– No esta vez. Tenemos enemigos comunes, Shaw, los rusos. Ellos nos necesitan.
– Por ahora.
Irreverente, Charles.
Fuerte y valiente (no delicado, de ninguna manera) pese a la falsa impresión de sus jerséis y su amabilidad abierta a todo el mundo. Erik se siente extrañamente contento sabiendo que más allá de esa amabilidad hay cosas de Charles que ahora mismo sólo tiene él.
Y aunque querría discutir algo más todo eso, hacer más por abrirle los ojos…, pasan unos minutos en silencio a continuación. Charles completamente ensimismado en sus pensamientos o quizás en los de otros y Erik sin querer sacar a su amigo de esa ligera abstracción. Memorizando su perfil y el ir y venir de gentes más allá.
La tarde primaveral extrañamente tranquila en Washington, el monumento a Lincoln a sus espaldas. Por delante los jardines y una nota casi veraniega en algunas personas en el césped a lo lejos.
Erik se permite poner su vista en el segundo tablero de ajedrez, más pequeño, que consiguieron en una gasolinera en San Francisco. 'De alguna manera ha estado en el coche todo este tiempo, aunque en esta ocasión Charles haya traído otro'.
Hay un instante de incomodidad al pensar que está dejando pasar demasiado tiempo, que mientras él está aquí – esta vez ni siquiera con un propósito – Klaus Schmidt sigue con vida.
'Sebastian Shaw…', cualquiera que sea su nombre. Charles debe notar la inquietud porque se mueve y le mira.
– Vamos a encontrarlo, Erik. Pronto.
No necesita hablar para que Charles le entienda en ese momento y extrañamente se da cuenta que, de algún modo, le ha dejado de molestar la idea que esté en su mente.
Puede que sea porque Charles le ha explicado que en realidad debe hacer un esfuerzo por no captar al menos los pensamientos más superficiales de los que le rodean.
O puede que sea simplemente la idea de todos esos chicos… de todos esos mutantes que no deberían esconderse… lo que no para de darle vueltas. 'Llegará un momento que dejarán de tener un enemigo común y entonces…'.
Mira a Charles otro instante y cierra los ojos un momento. Al fin y al cabo son sólo unas horas sin propósito alguno después de tanto tiempo. ¿Qué daño podría hacer eso?
– Erik… – La voz de Charles es suave.
– ¿Sí?
– ¿Cuál era el idioma que…? – Duda – ¿Cuál era el idioma que hablaban esos tipos en Queens, esa vez?
'Entonces… al fin y al cabo Charles no ha roto su palabra: no ha estado realmente en su mente…'. Erik aguanta la respiración sin querer.
– Ucraniano…
La tarde parece ser un poco más pesada por momentos.
– ¿Qué es lo que pasó…?
Y los dos saben que ya no están hablando de esa noche en Nueva York.
Erik no está preparado para contárselo. No aún.
Le pasa por la cabeza toda la rabia, el ansia… lo que quizás daría por volver a matar – esta vez siendo consciente de ello… tan frio y lento como querría ser con Schmidt – a los asesinos de Anya…
Y baja la cabeza un segundo… porque el que está aquí es Charles. Charles que le ha aceptado pese a todo y que aún así no parece darse cuenta de todo el horror que puede llegar a rodear el mundo si depende de los seres humanos…
Charles que le ha convencido de estar aquí esa tarde sin ningún objetivo en particular.
'No, no es algo que sienta que esté bien pensar en ese momento…'. Erik evita el ligero escozor creciente en sus ojos y mueve una de las piezas del ajedrez.
– Yo de ti me empezaría a preocupar por la reina…
Ve la expresión de Charles ir desde la preocupación a la comprensión y después a la ligereza primaveral de la tarde. Le ve darle esa tregua y centrarse también en el tablero aunque es probable que diese lo que fuera por preguntar…
– Erik, estás muy lejos de la reina, de un posterior jaque mate o de nada que remotamente se le parezca.
– Si tú lo dices…
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Dos semanas después…
Moira es agente de la CIA en un momento en qué la CIA es cosa de hombres. Tiene que enfrontarse a miradas y comentarios cada día y es por esa de todas las cosas que le dijo que no a Charles Xavier. Puede que esperara que él insistiera un poco más…
Se considera lo suficientemente buena en lo suyo para creer que puede 'leer' las intenciones de la gente en su comportamiento, es su trabajo y no debería necesitar un súper poder para eso. Y Charles, telépata o no, no estuvo en su habitación a principio de abril intentando lo que – de hecho – él pareció creer estar intentando… '¡Por Dios! Si desistió de ello incluso antes de entrar por la puerta'.
Como si algo o alguien le hubiera alterado completamente la intención de camino hacía allí...
Al final algo cambia definitivamente y Moira observa colaboración, miradas y gestos supuestamente sin importancia con absoluta incredulidad.
Erik Lehnsherr no parece ser buenas noticias. Está convencida de ello aunque pueda ayudarles a atrapar a Shaw… pero además…
– Lo siento. No lo abandonaré…
Le gustaría pensar que todo eso – Shaw, los mutantes, Erik Lehnsherr… – puede acabar mínimamente bien…
Moira tiene en ese momento más que un mal presentimiento al respecto.
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Kiev, febrero de 1961.
– El diablo no.
– Bien, entonces… – Hay unos extraños y una mujer en la puerta de casa. Uno de los hombres, con barba y traje negro es totalmente rojo. – El diablo no.
La pequeña los mira desde detrás de unos árboles un instante.
Los Kórsakov viven en el nordeste de Kiev, en una calle sin salida, que por detrás da a unas huertas y al río.
Velichko es un niño del barrio que vive dos casas más allá. Se escapan por la tarde (él es el que insiste) a molestar a las gallinas de la señora Svitlana: esa mujer mayor que tiene un nieto de unos veinte años, Yuriy, que "no está bien". O esa es la frase exacta que usa Oleg al hablar del chico.
Ella y Yuriy fueron los que les ayudaron a buscar una casa en Kiev cuando se mudaron en el 57. Svitlana Novitova, ya muy mayor, dejó Vínnytsa en 1953 después de la muerte de su hijo.
'O algo así…', Anya no lo sabe con exactitud.
Oleg habló una vez de un tiroteo y Yuriy siempre dice que unos hierros cayeron del cielo porque discutían con un demonio. Pero el demonio no existe, claro…
No como Yuriy se lo imagina. Anya tiene la edad suficiente para saber que ese debe ser un cuento que la señora Svitlana se cree, porque bueno, en misa y fuera de ella Oleg también hablaba siempre del cielo y el infierno cuando Anya era pequeña. Nastasya le tiene dicho que no se preocupe por esas cosas y ella siempre ha escuchado a Nastasya.
El hombre rojo, cruzado de brazos delante de la puerta del bloque de pisos donde vive es, pese a todo, un buen motivo para empezar a dudar. Velichko sin duda se asusta, abre los ojos al verle y se va, corriendo calle arriba.
A Anya le cae mejor Yuriy que Velichko (aunque sea algo así como un niño grande). Porque Velichko está siempre metiéndose con el pobre chico. 'Pero Oleg quiere quedar bien con los padres de Velichko y, siempre que él viene a buscarla, la manda a jugar con él…'.
Anya tiene 12 años, el cabello castaño claro y enredado y un miedo terrible a meter la pata. 'Al fin y al cabo también sabe que Nastasya no tiene insomnio, pese a que está enferma. Nastasya duerme unas horas por la mañana y no por la noche porque si Anya tuviera pesadillas – aunque hace mucho tiempo que no las tiene – algo en casa se podría quemar'.
Ha sido así desde que un día se quedó huérfana y la adoptaron. Oleg no duda en recordárselo siempre que se enfada. Aunque Nastasya, Anya la ha llamado mamá desde que puede recordarlo, es dulce y atenta. Y nunca nunca dejaría que Oleg le hiciese algo malo por ello. Ni por nada del mundo, en realidad…
Su padre adoptivo probablemente tampoco lo haría, quiere creer. Oleg es un buen hombre. Está enfurruñado, siempre de mal humor, pero es bueno con su esposa y haría lo que hiciese falta por ella. Incluso tolerar a Anya.
Una vez cuando contaron a los pocos vecinos que tenían [porque en Vínnytsa vivían en una casa a las afueras] que Vasyl les había traído a Anya de Moscú, Oleg estuvo días encerrado en la iglesia. Se obsesionó en no dejar siquiera que un médico los visitara – Anya no recuerda muy bien ese entonces – pero sabe que Nastasya acabó por convencerlo.
Aunque la primera vez Nastasya dejó entrar al doctor casi a escondidas… 'En ese momento a Anya le dolían aún las quemadas de la espalda, hacia los omoplatos y esa parte de piel que nunca ha recuperado su color ni textura'. Eso sí cree recordarlo.
Hace un par de años, cuando la pequeña era lo suficientemente mayor para entenderlo, también fue Nastasya quien le contó que en realidad Vasyl no la trajo de Moscú. Hubo un incendio y sus padres murieron. Nunca es una buena noticia que haya un incendio alrededor de Anya.
Y nunca ha preguntado mucho más al respecto porque la posible respuesta aún la asusta.
Ella no quiere pensar que fue quien provocó ese fuego. 'Anya ha decido consigo misma que no puede ser… y se lo repite con todas sus fuerzas llorando contra la almohada, todas las noches'.
Anya no recuerda a sus padres, ni a ese fuego. Eso es lo que cree.
Sí recuerda que una vez provocó sin querer un fuego en la buhardilla, ya en Kiev. No es que quisiera, pero se había escondido allí con Khrushchev, su gato. Nastasya estaba en cama y Oleg de peor humor que nunca. Todo iba bien hasta que algo, quizá un ratón (o dos) hizo un ruido y Khrushchev se asustó (¿Qué otro gato se asustaría?). Anya se espantó también y todas las viejas cajas del cuarto se encendieron.
No habría nada, ni un rastro de pólvora, que pudiera encender un fuego allí ese día. Es como si Anya per se pudiera provocarlo.
Khrushchev ese día pasó a ser no sólo ese gato con el dudoso honor de compartir sobrenombre con el máximo dirigente de la URSS [en una especie de broma irónica de Oleg – no es como si pudiesen llamarlo así en público], sino que también se convirtió en un curioso animal con el pelo quemado.
Es por cosas así que el miedo de Nastasya no ha sido siempre que su pequeña hija – no la ha considerado nada más desde que llegó – mojara las sabanas por la noche; sino que las incendiara.
'De ojos verdes. Rubia, blanquísima de piel y delicada, Nastasya se ha pasado los últimos años protegiendo a Anya del fenómeno que ella sola puede provocar…'. Y del mal humor y las creencias tan profundamente arraigadas de Oleg.
– Anya se queda. ¡Y nadie va a hacer ningún exorcismo a mi hija. No mientras yo viva!
Nastasya nunca ha dudado al respecto.
Por eso ha escrito pidiéndole ayuda a Vasyl. Quiere y respeta a Oleg pero no se fía de él en ese asunto si ella falta.
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Anya Kórsakova, a los 12 años, no cree que el demonio exista pero ha escuchado lo suficiente hablar de él para pensárselo cuando ve a Azazel en la puerta de su casa.
Él la ha visto ahora y la mira pero no se mueve.
Anya tiene ganas de correr calle allá como Velichko. En lugar de hacer eso, pero, toma una determinación… con toda la valentía que puede tener una cría de su edad.
Es una especie de impulso.
Alza la barbilla y se planta delante de él, a unos pasos de distancia por si aún tiene tiempo de correr.
El gesto seco de Azazel le hace saber que la ha visto pero podría estar mirando una mosca para el caso.
– ¿Así… tú eres el demonio? Mne nravitsja ... – Anya murmura el final de la frase en ruso. Sus ojos grises clavados en él. Tiene algo de miedo, o quizás es expectación, pero ha aprendido que si se asusta (o se enfada mucho) puede hacer algo tonto. Así que tiembla algo (por el frio, piensa) pero no se mueve.
Vagamente entretenido por la novedad Azazel da un paso hacia delante como si esperara que con eso la mocosa fuera a salir corriendo. No es así.
– Puede que sí – La prueba ahora. Demonio o no, su acento es tan soviético como el de ella.
La pequeña respira. Toma aire.
– Bien entonces – Pasa por delante del extraño de piel literalmente roja y se sienta en las escaleras del bloque mirándole – Puedes decirme pues… – se interrumpe: – ¿Cómo… cómo va eso del fuego? ¿Cómo lo haces tú?
Y añade: – Por favor.
Azazel, arisco en el trato como es, no cree haber mirado a nadie con tanta sorpresa en su vida. – ¿Lo del fuego? – Mueve las cejas entre la incredulidad y la burla.
– Sí – Anya hace un gesto. No lo mira, arruga la nariz y frunce el gesto. Como si todo fuera en ello. Mueve una mano y al final ni siquiera ha chamuscado una montaña de hojas que hay en la entrada, sale algo de humo de ellas a lo sumo. Azazel parpadea. – ¿Cómo lo apagas? Quiero decir cuando funciona… cuando se enciende. ¿Cómo lo apagas?
Hay una risa seca, olor a azufre. Y de pronto Anya lo ve desaparecer.
Un mantón de agua (del río) cae encima de las hojas justo cuando el olor a azufre vuelve a inundar el aire pocos segundos después.
Azazel aún se burla. – Me temo que yo lo haría así, malenkaya devotshka… –.
La llama niña en ruso, en tono despectivo. Y el ceño de Anya aún se frunce más: – Eso es trampa… – Después se muerde el labio por dentro – Y a mí no me sirve –. La mocosa no se arruga. Y es insolente, que es un gran qué… aunque Azazel está seguro que ni siquiera es consciente de ello.
Parece asustada en realidad.
Anya no suele ser una niña descarada. Nastasya diría que es más bien tímida. Velichko que es incluso aburrida porque es él quien tiene que arrastrarla hasta el granero para asustar un poco a las gallinas. Pero no le ha importado nunca nada tanto como esto: 'Si supiera apagar el fuego, bueno… encenderlo ya no sería un problema tan grande'. Y si pareciera que ese hombre le da miedo, puede que no se la tomara en serio…
Oleg nunca se la toma en serio.
El instante de determinación (de tragarse las ganas de correr calle allá) se tambalea un poco cuando entiende que ese hombre, demonio o no, no parece poder o querer ayudarla. – Bueno…
– Creo que deberías concentrarte, devotshka – Sorprendentemente Azazel le acaba respondiendo al verla desviar la mirada: – Esas hojas no se van a quemar con tanto miedo. ¿Qué esperas? ¿Que se quejen? –. Se está riendo de ella pero Anya vuelve a mirarle sorprendida y, de pronto, el ruso se encuentra preguntándose vagamente si esa es la manera en qué debe hablar a la maldita chiquilla: – No vas a conseguirlo así. Si de verdad vas a hacer algo con esas hojas, deja de preocuparte por lo que pasa a tu alrededor… Al final nunca importa – Lo piensa y se da cuenta que sus palabras son precisas.
El mutante con nombre de demonio, de hecho, se ha movido por el mundo las últimas décadas sin importar qué.
Le sorprende que Shaw no les haya mencionado que se trataba de mutantes esta vez…
Anya alza la vista después, más allá, y sin querer ve a Khrushchev, el gato, en su balcón del primer piso. Es gris, con mucho pelo, excepto en esa parte del lomo dónde sufrió horribles quemadas esa vez.
Azazel también lo ve.
– Concéntrate solo en ti – dice en ruso a continuación – al infierno lo demás. Aunque estés churrascando al puto gato. Así puede que incluso puedas salvarlo si la cosa se pone fea la próxima vez.
'No te asustes. Nunca', es lo que Anya entiende. Pero es algo difícil no saltar de las escaleras, completamente en alerta cuando el grito de Nastasya precede el – ¡Fuera! – de Oleg.
Alguien, un hombre, se ríe y de pronto sus padres están allí en la puerta. Nastasya la sujeta como si efectivamente sí la hubiera encontrado hablando con el diablo. E incluso Oleg se interpone entre ella y Azazel ahora. El hombre de pelo castaño oscuro sigue burlándose y una mujer de blanco sólo le sonríe falsamente con curiosidad. El otro chico, moreno como el diablo pero no rojo, no parece siquiera remotamente interesado en lo que está pasando allí.
– Me alegraría tanto como a cualquiera que mi hermano diese la cara.
Shaw casi bosteza. 'Fútil y arbitraria como ha sido esa visita, esperaba algo más de diversión 'a costa' de Vasyl Kórsakov'.
– Así en realidad no sabéis dónde para ese pequeño gusano amigo mío. – Exhala aire. 'Igualmente tampoco iba a irse sin dejarle de recuerdo los cadáveres de su hermano y su cuñada'. Es algo más molesto matar fríamente a la criatura. De todos modos juega con la idea un instante.
Emma, sin embargo, le pone una mano en el brazo, ríe de lado, y señala a Nastasya antes de anunciar: – Ella miente – Oleg muestra entonces que es capaz de emblanquecer hasta quedarse sin sangre en el rostro. – Hay un código postal. Se escriben… sobre la niña.
En ese momento Emma no llega a decir el país o la ciudad dónde Nastasya escribe a su primer novio. A Shaw deja de interesarle ese asunto en el momento que mira a la telépata con la pregunta en los labios y ella responde sin más, sin entender qué puede tener de importante: – No es su hija. Ese tipo, Vasyl, se la dio. Oh! Y la mocosa quemó el gato el año pasado. Sin querer. Es…
'Como nosotros', queda en el aire.
Anya les mira ahora desde detrás de Nastasya, solo dos pasos más allá de las escaleras que ellos ya han abandonado a estas alturas. Lleva una camisa gris y una falda oscura. Algo muy normal, muy propio del régimen soviético. 'Quizás algo en el gesto…'.
No, puede que no se parezcan lo suficiente.
Justo a continuación Shaw deja ir una carcajada…
La vuelve a mirar aunque sigue sin ver nada de Erik en ella: el chico siempre le pareció especial.
– ¿Así que eres algo así como un pequeño mechero? – Pregunta y hace que Nastasya, e incluso Oleg, se tensen más. Tampoco es que espere ninguna respuesta, claro.
Pero Emma no le contradice y eso es suficiente.
– ¿Nada más?
Un poco de fuego no es nada del otro mundo… ni siquiera es útil cuando Shaw es consciente de lo que él sería capaz de hacer con energía de cualquier tipo entre las manos. No lo es comparado al potencial que vio en Erik o, incluso, a la telepatía de Emma o la practicidad del don de Azazel.
Casi hubiera esperado algo más espectacular. Menos vulgar; un poder que a estas alturas aún pudiera impresionarle.
Resulta ridículo.
Posiblemente porque Erik cometió el error de infatuar con una simple humana buena para nada, o quizás sólo el azar. 'Los humanos son débiles… ellos son el siguiente paso, los hijos del átomo: habrá poderes mucho más interesantes entre los que sobrevivan después…'.
Sebastian no tiene tiempo para ocuparse de eso en este momento. Y la mocosa sólo conseguiría despertar alguna debilidad estúpida en Erik Lehnsherr.
Puede que Vasyl Kórsakov le haya hecho el mayor favor de todos, resuelve. 'Siempre le molestó saber que su chico había perdido el tiempo jugando a las casitas…'.
Pero ahora él cree que los humanos también le quitaron eso. Y es mentira…
… Una mentira más que conveniente.
– La mejor manera de esconder algo de alguien es no esconderlo en absoluto – tararea. Él tiene una guerra nuclear que empezar, de todas formas.
Más de un oficial del ejército de Estados Unidos y de la URSS por coaccionar…
Ese asunto es perfecto como está. 'Por el momento…'.
Mira a sus acólitos. Y para sorpresa de Emma, y probablemente incluso de Oleg y Nastasya, simplemente hace un gesto a Azazel.
Se van.
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