Capítulo 4. We all have stories we'll never tell (Todos tenemos historias que nunca contaremos)
"You say you want a revolution.
Well, you know
We all want to change the world.
You tell me that it's evolution.
Well, you know
We all want to change the world.
But when you talk about destruction,
Don't you know that you count me out [...]".
- Revolution. The Beatles.
New Orleans, fin de año de 1972.
La casa es elegante pero antigua. Un lugar abandonado que parece de otro siglo pero que ha conservado su encanto.
A Emma Frost le gusta bastante.
– No es como si acabáramos de aprender nuestra primera lección, azúcar… – Emma se toca su pelo una y otra vez esa noche, envuelta en un vestido blanco y antiguas joyas. Su melena rubia no ha vuelto a ser la misma desde los laboratorios, sus cabellos han adelgazado hasta el punto que es fácil darse cuenta que, aunque no está perdiéndolos, nunca van a volver a ser los mismos... Puede sentir el aire de la noche a través del cuero cabelludo mientras lo piensa, pese a que puede que sea la sola idea de ese otro lugar y lo que acabó pasando allí lo que la inquieta de verdad y hace que su piel, incluso en ese punto, se sienta fría. 'Hubo un tiempo en qué los perdía a puñados: cabellos del rubio brillante de siempre pero debilitados por los largos días de experimentos'. Los cables y las placas de metal en su cabeza. – Ellos siempre nos van a odiar.
La figura a su espalda da un pequeño gesto de afirmación pero sigue manteniéndose en silencio. No añade nada porque Emma puede leer perfectamente sus pensamientos.
– Bien – sigue ella en efecto – Tenemos algo que hacer ahora mismo.
Emma Frost da entonces un rápido vistazo a la lámpara en las alturas, llena de vidrios brillantes en el pequeño umbral de antes de entrar al comedor. Allí Remy Lebeau y Fred Dukes – una mole en sí mismo, un chico muy muy grande – mantienen a alguien encima de la mesa de madera que es oscura, señorial y vieja.
Frost y su acompañante observan un instante al rehén: Uno de los doctores a las supuestas órdenes de Bolívar Trask, cuyo nombre estaba en más de una desena de informes que Emma consiguió llevarse consigo cuando huyó – y que Remy y Fred han traído consigo de su última visita a Texas –.
A Emma, pese al mucho asco que siente por la gente de Trask, le interesa más dónde puede encontrar a Nathaniel Essex…
Los pasos acompasados hacen que la enorme casa suene a vacío e inquietud. La telépata sonríe falsamente y ve como la callada figura a su lado avanza sin pestañear con un gruñido de impaciencia.
El hombre en la mesa tiembla y súplica, empapado de sudor y con la cara desencajada. Emma ve retroceder a Remy un instante, sólo un paso de duda hacia atrás antes de volver a poner sus manos sobre el individuo, aunque Fred no necesita ayuda en la sujeción y, por otro lado, el cómplice de Emma en esto ya está casi allí. Dukes dice algo en voz baja y el humano permanece ahora con la boca abierta, inmóvil, echado bajo la luz de la lámpara menos impresionante del centro del comedor y a merced de la mano derecha de Emma. El hombre vuelve a implorar y los dos muchachos mutantes que lo rodean retroceden ahora a la vez.
Van a dejárselo a Azazel, que se para bajo el resplandor de la luz – muchas más cicatrices que hace diez años en la cara – y lo estudia sin apresurarse.
Emma Frost puede leer en la mente del hombre que no sólo está aterrorizado, también ha entrado en algo parecido a un shock. Cuando Azazel se precipita hacia él, el hombre – un religioso empedernido del peor tipo, piensa Emma – cree que son los brazos de una sombra los que le rodean. Mira hacia ellos sin ver a Azazel, espantado, vacilante y prácticamente babeando de terror. Azazel le pone la mano derecha en el cuello y le observa perder la respiración.
– Trask ya no juega con científicos clandestinos… ahora tiene al gobierno – Dice el ruso mirando a Frost pese a que el hombre al que corta el oxigeno aún lucha.
– No me importa Bolívar Trask… Nunca hubiera llegado a poner sus sucias manos encima de tantos de nosotros si no se hubiera topado con Essex en 1964.
Remy que no puede quitar la vista del rehén mira un segundo a Emma ahora.
– ¿Has podido ver si…? ¿Este hombre sabía dónde está Nathaniel Essex?
Emma resopla y habla, aunque no lo sabe. Sólo supone.
– Probablemente en algún lugar decrepito del extranjero, fingiendo que cualquier intención que tenga no es mil veces peor que lo que sea que pretenda el maldito enano – Ironiza sin ganas – Tiene copias de todos esos datos y una mente mucho más podrida.
Hace ya un momento que el doctor en las garras de Azazel ha dejado de dar ruidos lastimosos.
– ¿No vamos a matar a Trask?
Emma se ríe al final.
– No mientras no sepamos dónde está cada uno de sus malditos laboratorios… Essex aún debe estar usando una de sus naves industriales del demonio y no voy a alertarlo ahora que estamos tan cerca de encontrarlo.
– ¿Cerca?
– Hay un laboratorio enorme en Costa de Marfil… y otro en las antípodas… El hombre que acabas de matar había estado allí. Vamos a buscarlo en esos sitios.
Azazel asiente. De más les queda decir que van a sacar de allí – como han hecho en Texas y Massachusetts antes – cualquier mutante que quede con vida en esos lugares.
No han encontrado muchos supervivientes hasta ahora y Emma no espera encontrarlos esta vez. Sí cree, en cambio, que puede estar acercándose a Essex con quien tiene más que una cuenta pendiente.
Fue a él a quien recurrieron para torturarla. Puede que Trask piense que va a poder acabar con él cuando le haya sido de suficiente utilidad. 'Tendría que estar tramando algo muy potente para ello'. De momento, a Emma no le preocupa.
Ella no olvida. 'El mal o el bien que haga en el camino no le ha parecido nunca más que algo secundario… y ahora mismo tiene una cuenta pendiente con míster siniestro'.
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Las Vegas, abril de 1961.
– Pensaba que íbamos a unir a los mutantes… ya sabes: que nuestros poderes pueden entrenarse y crecer como dijiste.
Emma habla con su amante poco después del viaje a Kiev. 'El asunto parece estar en su mente esa noche'.
– Por supuesto, querida. Pero esto es – le sonríe de esa forma que Emma sabe que hay más que leer en su mente – algo especial. No vale la pena ir más allá en ello, no ahora.
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En un submarino ruso cerca del polo norte, 10 de mayo de 1962.
Emma recoge un puñado de hielo en el exterior de la nave y vuelve a Sebastian.
'Nunca, nunca más va a estar a merced de un hombre sin tener un plan de salida'. Nunca sin tener la manera de recuperar el control en el momento que le plazca.
Si consigue salir de ésta…
Emma suspira después mientras intercambia una mirada con Azazel en el submarino. Lo piensa, coge aire y no es la primera vez que lo ve: Todo esto ha ido demasiado lejos.
Que Sebastian quiera empezar algo que puede que acabe no sólo con todos los humanos sino con aquellos mutantes no tan preparados para una catástrofe nuclear (¿De verdad van a sobrevivir todos?) puede que no le importe demasiado. 'Está en el lugar correcto. Así que ¿por qué preocuparse?'. Pero aún y en el lugar correcto, aún y aquí en un submarino al lado de Shaw, que puede que sea el mutante más poderoso que ha conocido, ha perdido el control de la situación y eso es algo que no puede permitirse.
'Algo que no va a volver a pasar si esto acaba de otra forma que no sea la victoria de Sebastian y cierta especie de reinado a su lado'.
Si esto sale mal no va a tolerar estar a las ordenes de nadie si no tiene antes una manera de escapar a placer de éste. O mejor si no tiene la manera de tomar ella el control en cualquier maldito momento.
'Hay algo de lo que va a hacer o no Shaw, después de la esperada victoria, por lo que ahora mismo siente también curiosidad…'.
Juega con las posibilidades de eso en su cabeza.
Azazel la observa de reojo.
'Siempre le ha parecido interesante la longevidad del mutante rojo…'. El muy maldito que ya estaba allí cuando conoció a Sebastian Shaw en Boston en 1959…
Sebastian había estado en Argentina antes de eso. Rodeado de viejos amigos nazis. Cuando alguien en la CIA con pocos escrúpulos y demasiado estómago había resultado estar muy interesado en las posibles 'fallas' de la URSS; y Sebastian había jugado esa ventaja hasta que parecía haber decidido que todo sería mucho más sencillo en Moscú – sin las manías por las apariencias de los americanos – o bien manipulando de alguna forma los dos lados para el caso.
'Nazis como agentes antisoviéticos…'. Emma vomitaría sino creyera que hay incluso alguna oscura lección sobre oportunidad y manipulación allí.
'Oh, Sebastian, Sebastian…'. Por todo lo que sabe del hombre, ahora que tiene ese casco, Emma sólo puede esperar que gane la partida y ella tenga el lugar que se merece. Si es que en un mundo en el que acaba de haber un desastre nuclear del calibre del que Sebastian Shaw espera, puede valer la pena de algún modo.
– ¿Todo correcto? – Azazel la mira de reojo un instante.
– Todo inmejorable.
– Da, claro. Vamos, un céntimo de rublo por la verdad – Emma se ríe casi sinceramente en ese instante porque Azazel, con toda su presencia y su gesto de inalteridad, tiene ese tipo de don.
– Aún no, querido, aún no…
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Carretera interestatal 95 (Distrito de Columbia), ese mismo mes.
Charles le pasa un brazo por el hombro con naturalidad. Erik le mira un momento a los ojos y después, ya en marcha, aparta la vista hacia la carretera. Comparten cama hace semanas. Reclutan mutantes, juegan al ajedrez, hablan, beben algo de Scotch y – aunque en voz alta no lo han planeado nunca – acaban las noches indefectiblemente enredados sobre el colchón de uno de los dos.
La tensión física entre los dos no parece ni siquiera estar cerca de apagarse. Erik esperaba que en algún punto lo hiciera, al contrario de lo que su rápido entendimiento en otras materias (casi todas) ha parecido sugerir.
Charles es su igual. Y es terco pero absolutamente brillante. No creyó que pudiera encontrar nunca a alguien así. Puede que incluso no creyera que pudiera existir.
Y por supuesto nunca estuvo en sus planes sentirse completamente tan agitado por ello.
No piensa en él como amante porque nunca estuvo en sus planes tener uno. Ni siquiera es muy capaz de recordar si el sexo del género que fuera con cualquiera de las personas con las que se ha acostado por interés, instinto o supervivencia todos estos años se ha sentido remotamente así.
Sabe que no. Que nunca pensó que pudiera sentirse de esta manera. Que ni después de la huida de los laboratorios de Schmidt, ni en cualquier instante de deseo físico en sus años de viaje a la caza de Shaw, nunca ha habido algo así. Nunca ha deseado a nadie como desea a Charles.
Y no le importan ni remotamente los prejuicios de los humanos (ahora suele llamar de ese modo a aquellos que no son mutantes, a aquellos que Charles en su tesis llama homo sapiens), no le importa porque en realidad estos caen siempre en lo mismo: Odian aquello diferente, aquello que no entienden o temen. Recuerda el horror de los campos, los símbolos en la solapa, los números en el brazo…
Pero se estaría mintiendo a sí mismo si no se preguntara qué hubiera dicho su madre si hubiera visto a Charles en el futuro de su hijo.
Que diría Magda… 'Se da cuenta que hace mucho que evita pensar en nada de lo que pasó después de irse de los campos a la luz del sol'. Magda y Anya (la pequeña Anya…) son materia de sus pesadillas.
– Nos queda poca gasolina… ¿no crees que deberíamos parar a… – Charles le sonríe y hay poco que decir después.
Le hace urgir por algo más.
– Ven aquí…
Aparcan en el fondo de un área de servicio y Erik prácticamente no puede frenarse a sí mismo cuando tira a Charles hacia él. Le besa en los labios, mejillas, cuello, le toca los cabellos hasta dejarlos en autentico desorden y puede oler esa suave mezcla de canela y ahora mismo algo de sudor. Charles lucha con las cremalleras y los pantalones de los dos y él usa ligeramente su poder para abatir el asiento del maldito coche.
– Supongo que deberías asegurarte que no nos ven, liebling – los extremos de la boca se van en una sonrisa cuando Charles le obsequia con un pequeño e indecente ruido al respecto.
– Puede ser que sea algo difícil si me distraes de esa forma, querido – Le contesta.
– Tómatelo como un reto…
Hay una risa y movimientos frenéticos.
Erik Lehnsherr tiene a Charles en su regazo, en una área de servicio de una de las carreteras más transitadas del país, y aunque mantiene sus manos en su espalda deja que sea Charles – sentado a horcajadas en su regazo y con la camisa a medio desabrochar – quien se mueva esta vez.
– Mierda…
Charles jadea al contacto, aprovechando su posición para conseguir el total control de sus movimientos, para guiarse en sus brazos: intentando avanzar cuando ambos están preparados, bregando con su serenidad para mantener – al final – el ritmo y la profundidad de Erik en él.
Y fallando.
– Du bist schön…
El telépata sólo se deja ir completamente entonces, después que Erik haya llegado al orgasmo.
– ¿Qué?
Charles ríe casi histéricamente, con el rostro enterrado en el cuello del hombre que lo sujeta.
– Oh, mi amigo. No entiendo ni una palabra de alemán.
Erik inclina la cabeza con cierta diversión y mira al techo del coche, relajado y por un momento adormilado con la respiración pausada de Charles contra su piel. De pronto se da cuenta de algo:
– ¿No deberías…– Intenta buscar las palabras –… no deberías poder traducirlo de alguna manera? Ya que… bueno, está el pequeño detalle que eres telépata, liebe… – Hay ironía pero también calidez en la broma.
Y la risa de Charles es ligera pero de actitud alegre antes de ponerse serio por un momento: – También está el pequeño detalle que intento evitar ir más allá aquí dentro – le roza la cabeza con una mano –… como me pediste.
Por un segundo Erik retiene el aliento confundido.
– ¿Erik?
Éste frunce el gesto antes de alzarse ligeramente para mirar a Charles.
– ¿Realmente estás… – no sabe muy bien como decirlo – controlándote cuando…?
– Bueno… no con mucho éxito la verdad, pero…
– No lo hagas…
– Erik…
– No quiero que lo hagas. No en este momento, liebling. – Charles le besa con duda, aún no estando seguro de si Erik lo dice de verdad, pero de pronto el hombre que le sujeta está profundizando el beso con ferocidad y le es difícil incluso estar muy seguro de que es lo que estaban hablando un momento antes.
Se le ocurren después un par de cosas que podría hacer para mejorar el orgasmo de Erik con su telepatía… 'Y sin tener mucho sentido en ese momento se encuentra pensando que quiere a ese hombre, que está desvergonzadamente enamorado de él'.
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Viaje a URSS, días después.
Entraron en Rusia ayer y por mucho que su relación ha cambiado desde esa noche en el agua, Charles sabe que no es el momento para permitirse ser indulgente en ese tipo de capricho.
Mira a Erik de pie en ese lugar, en el interior de ese garaje en ese pueblo perdido, a la espera que llegue el camión que la CIA va usar para llegar a Sebastian Shaw. 'Es peligroso', ha dicho Moira desde el principio. Pero es la única manera que tienen de pillar a ese hombre.
Charles piensa que aunque Moira y el otro agente no estuvieran allí, detrás de ellos, tampoco tendría mucho que decir a Erik en ese instante. 'No hace falta leerle la mente para saber que ahora en su mente sólo está ese condenado hombre'.
Hace frio aunque probablemente ni siquiera allí puede ser normal que haga tan mal tiempo en primavera.
Se ha acostumbrado los últimos días, desde las palabras de Erik en su último viaje en coche, a mantener una presencia constante cerca de la mente de él pero no ha ido mucho más allá en realidad. No sin el permiso de Erik, de todas formas.
Y ha notado su ira y concentración presente todo el viaje, pero ahora algo parece haber cambiado por un instante. 'Le observa un momento y dirige la vista a través de la ventana de vidrio llena de escarcha, allí dónde Erik ha dirigido la mirada'.
Se supone que nadie puede verlos desde el sitio donde están, pero si prestan atención ellos sí tienen una buena vista de esa calle llena de gente.
Hay una especie de mercado y Erik tiene su vista fija allí. A un chico a hombros de su padre.
Charles se acerca a él cuando Moira les deja solos en la parte delantera de ese sitio para ir a controlar la puerta de atrás y la llegada de la furgoneta.
El telépata no puede evitar poner una mano en el hombro de su amigo. Erik tarda un segundo entonces en apartar ese algo que tenía en el gesto y le mira.
"No es sólo por tus padres…".
"Qué…".
"Hay otra cosa en ti ahora mismo, amigo. Puedo…" – Charles se corrige porque no quiere que Erik piense que está usando su poder sin permiso – "… creo que no me equivoco".
De hecho lo ha visto antes en la pesadilla de Erik: el fuego, la casa que se derrumba, la gente que se lo mira sin hacer nada, los gritos, el terror que invade a Erik mientras le impiden acercarse, el cuerpo de una niña pequeña y una nebulosa de muerte y horror que la mente de Erik parece no ser capaz de recordar sin que todo parezca borroso, deformado y terriblemente desordenado. La mente de su amigo parece extremadamente ordenada en todo lo demás.
Es todo lo contrario a la amnesia y al olvido en la mayoría de sus otros recuerdos. La rabia sorda de los campos, la impotencia en los laboratorios de Schmidt y la ira que aún siente por el asesinato de su madre es como sudor frío bañado en un grito interior, sudor repleto de realización y deseos de venganza. En su mayoría se trata de imágenes crudamente detalladas…
En ese otro recuerdo, en cambio, hay un momento en qué todo se desenfoca y después va a negro.
Charles tiene un nombre sacado de las pesadillas de Erik pero no mucho más. Nunca mucho más.
"No es nada que tenga que ver con Shaw", le contesta al fin con una ligera mueca de su boca, apartando la vista de la calle. "Pero este lugar me la recuerda…".
La mente de Erik grita el nombre otra vez: Anya. Y Charles comprende con sorpresa que, en realidad, todo este tiempo ha sabido que había un nombre, que esa pesadilla en la mente de Erik guardaba para variar más muerte descorazonadora y un nombre desvaneciéndose por el paso del tiempo; un fuego al atardecer y una niña en llamas. La hija de su amigo. "Oh", la garganta se le hiela en el pensamiento.
'Erik ha sobrevivido a tantas cosas terribles…'. Charles siente como si le hubieran dado una puntada en la boca del estómago al pensarlo.
Pero Erik ha borrado el gesto pensativo de la cara y ahora vuelve a haber sólo concentración en sus líneas faciales. Charles Xavier sabe que éste no va a mostrarse abiertamente herido, mucho menos en este momento, sólo unas pocas horas antes de llegar a Shaw.
– Mi amigo…
Charles nota una mano en el hombre y Erik le mira un instante. – Todo está bien.
La camioneta que Moira espera llega en ese instante.
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– Lo siento. No lo abandonaré…
'Tanta desesperación y todo tan rápido...'. Charles sigue a Erik hasta la gran mansión cuando realizan que Shaw no va a estar allí ese día. Su mente es una turba llena de determinación en ese instante, parecida al momento en que lo sacó del agua y, después cuando llegan a la última habitación majestuosa del corredor de la planta baja, hay un momento en el que de verdad cree que Erik está a punto de matar a Emma.
Charles ve los planes de Shaw en la mente de la mujer, son peor de lo que se habían imaginado y no busca mucho más. Erik está a unos pasos de él, se toma un vodka que recoge de la mesa, con fingida naturalidad mientras le mira y amenaza a Frost con cierta ironía. 'Entre el Erik de las aguas de Florida y el Erik de todos estos días en carretera…'. Y Charles, que ha creído por segundos que iba a asfixiar a Frost con el marco inferior de la cama [– Erik, ya es suficiente…], coge aire interiormente. No le hace falta ir mucho más allá del leve susurro exterior de su cabeza, para saber que pese a todo la idea de Shaw sigue empapando con desesperación la mente de Erik.
Shaw sigue ocupando cada uno de sus pensamientos.
Esta es la primera vez en su vida que Charles Xavier ha conocido a alguien que es un igual, a alguien que puede entenderlo (porque pese a sus mejores intenciones sigue viendo a Raven como su hermana pequeña), y ya que piensa en ellos dos como un equipo: actúa como tal. Charles no quiere que Moira esté en problemas pero, si va a decirle algo, espera que sepa de sobras que debía llegar a Erik… aunque su parte racional alegue que esto podría haber sido mucho peor y que no ha ayudado a todos los hombres que debería ahí fuera. El dolor que había en el soldado ruso que ha ayudado a librarse del alambre era abrumador y eso le asusta… aunque también sabe que Erik sólo está profundamente herido y desesperado por esa venganza. 'Que Shaw es un hombre horrible que ha dejado una huella tremendamente dolorosa en el niño que Erik fue una vez'.
Erik sobrevivió y ahora está enfadado pero hay cosas magníficas que puede hacer cuando todo esto acabe. Es un hombre brillante y hay retos maravillosos que es capaz de alcanzar: Charles no tiene ninguna duda porque ha estado en su mente y ha visto las posibilidades que hay allí.
Puede que Erik no esté acostumbrado a trabajar en equipo – aunque les ha ido razonablemente bien reclutando mutantes – y puede que esté perfectamente dispuesto a morir en sus intentos de venganza; pero también es posible que Charles – Charles que lo ha salvado y lo ha visto ser capaz de ir más allá de esa pulsión – no esté dispuesto a dejarlo caer.
'O puede que Xavier esté ignorando de forma demasiado perseverante que, al final, Erik Lehnsherr no puede imaginarse a si mismo después de vengarse de Shaw'. En años, ese hombre enfadado capaz de religar esos alambres alrededor de un enemigo es todo lo que Erik se ha permitido ser.
"Somos el comienzo de algo increíble, Erik", le ha dicho Charles más de una vez. Pero Erik todavía está dañado, aún desconfía de los seres humanos y odia a Sebastian Shaw con tantas fuerzas que en momentos como en Rusia a penas puede recordar algo más.
Y Charles puede que esté lejos de entender como de profunda puede llegar a ser esa herida que ni siquiera había empezado a cerrarse cuando otras pérdidas acabaron de marcar a Erik para siempre.
Eso no le impide querer desesperadamente que Erik se dé cuenta que puede haber más cosas a parte de la oscuridad que parece arrastrar consigo Sebastian Shaw.
Los superiores de Moira puede que se mantengan a la expectativa pero si esto funciona, si les ayudan esta vez: puede que incluso lleguen a tejer el primer punto de un entendimiento que es necesario. "La paz del mundo no exige que cada hombre ame a su prójimo; solamente que ambos vivan juntos, tolerándose mutuamente, sometiendo sus disputas a un arreglo justo y pacífico", ha leído que asegura el presidente John F. Kennedy en los periódicos.
Charles Xavier admira al actual presidente de Estados Unidos, cree que además ellos están haciendo lo correcto en lo que se refiere a la CIA y disfruta enormemente de las múltiples batallas dialécticas que son capaces de mantener él y Erik, así que, ¿Por qué no creer que en realidad se están escuchando el uno al otro?
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Cuando el avión de la CIA llega a suelo estadounidense horas después, con Emma detenida y Erik profundamente reflexivo, es cuando reciben las peores noticias.
Darwin…
El chico ha muerto, Angel se ha ido… y Sebastian Shaw y sus secuaces han reducido el complejo de la CIA de Richmond a un montón de paredes vacías llenas de cadáveres, agentes heridos y un grupo muy afectado de chicos jóvenes.
Charles se siente culpable incluso antes de notar la mano de Erik en su codo cuando bajan del avión.
Y entonces todo parece perdido.
– Os van a llevar a vuestras casas de inmediato – Les dice al abrazar a Raven.
Sean Cassidy y Alex no están para nada de acuerdo.
Y es Erik quien acaba por convencerlo. Ya no son niños, lo eran, pero ya no lo son y Charles sabe dónde puede llevarlos, donde deben ir ahora que la base de Richmond se ha convertido no sólo en un desastre sino también en el lugar que se ha llevado para siempre a Armando…
– Darwin ha muerto, Charles – insiste Raven – Y no podemos ni enterrarlo –. Charles Xavier siente la culpa en sus venas [él, él fue el que insistió en poner a los chicos a través de esto] y, en ese momento, es por Erik que no flaquea.
– Shaw tiene su ejército. Necesitamos el nuestro.
Esa noche – ya en Westchester – se encierra temprano en su habitación. Estar en esa casa no es fácil ni agradable… y mientras que anhela una partida de ajedrez y dormir en los brazos de Erik, no está preparado aún para hacerlo allí.
Erik es absolutamente magnífico, Charles lucha esa noche contra los fantasmas de su infancia mientras insiste en pensar en ello. ¿Cómo podría siquiera él comparar su desasosiego con toda la perdida y desesperación que ha sufrido Erik?
Pero lo cierto es que el telépata no tiene opción en ello, no elige sus propias pesadillas. En esta casa pasó todos esos años viendo a su madre sucumbir al infierno del alcohol, a Kurt menospreciarla a su manera y a su vez pegar a Caín, a Caín pagando su enfado con él: asustado, con voces en su cabeza y sin idea de lo que había hecho mal para perder en vida a su madre de esa manera.
Tener a Raven al lado fue su bendición.
– La verdad, Charles. No sé cómo has sobrevivido viviendo en tal dificultad…
No culpa a su amigo por creer cualquier otra cosa.
Y antes que el día haya acabado se da cuenta que no es solo que quiere estar en ese lugar, que no va a permitir que eso lo consuma. Por lo que acaba buscando a Erik…
– Permíteme enseñarte el estudio, amigo mío.
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Raven puede haber estado algo molesta con Charles en los últimos meses pero la muerte de Darwin, todo lo que ha pasado últimamente, ha hecho también que empiece a plantearse qué está mal con todo en general. Al fin y al cabo Angel los ha traicionado yéndose pero estar en el cuartel de la CIA no ha sido exactamente como estar en casa.
Westchester, si no fuera por Charles, tampoco sería precisamente la definición de hogar.
– Bueno, fue una dificultad atenuada por mí…
Evita las preguntas de los chicos y de Moira, que está tan inquieta como todos por lo que ha pasado con la base de Richmond, y se dirige a su habitación de siempre en el segundo piso.
La habitación que Charles ha dado a Erik está también en esa planta y Raven, por un momento, vacila al pasar por delante de su puerta. Es atractivo y la clase de amigo que supone que le hacía falta a Charles.
Aunque ha habido algo torpe entre ellos estos últimos días después de sus viajes por el país. 'Nada sorprendente, piensa Raven al final, puesto que su hermano es ese encantador y entrañable viejo plasta de aún no 30 años al que algunas veces le gusta demasiado sermonear…'. Ella se siente unida a él de todos modos… aunque a veces le moleste que siga tratándola como una niña.
Ella no es definitivamente una niña.
Siente los escalones y en ese momento ve a Moira subir hacía el tercer piso.
– ¿Todo bien? – Pregunta la agente.
– Sí, sí… sólo es que no creo que tenga mucho sueño aún.
Moira sonríe y a Raven le parece que da un rápido vistazo a la puerta cerrada de la habitación de Charles antes de asentir.
– En Rusia… ¿Está todo bien? – Se le ocurre hacer esa pregunta ahora. Ellos les han explicado que Sebastian Shaw no estaba en ese lugar (por supuesto), que han detenido en cambio a su telépata, pero Raven está convencida que hay algo más.
Ve a Moira fregarse las manos algo inquieta, antes de mirarla y bajar la voz.
– Nada – niega con la cabeza – No te preocupes Raven, buenas noches.
'Nada, excepto que Lehnsherr podría haber empezado la tercera guerra mundial por su cuenta y Charles Xavier ha ido completamente detrás'. Piensa Moira aunque no lo dice y agradece por esa noche que Raven no tenga el don de su hermano porque definitivamente no quiere volver a hablar de eso. No hasta que vuelva a llegar el momento de detener a Sebastian Shaw.
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– Scheiße.
Erik blasfema y Charles lo observa justo en el momento que sujeta el rey del tablero con sus manos.
– Creo que al fin te he ganado esta noche, amigo.
La mirada de Erik es de desafío y después muestra una sonrisa ladina. – Si eso parece…
Erik se inclina hacia delante, le quita el rey de las manos y los dos saben que hay una invitación allí. Lejos de la incomodidad de la base de Richmond, de hecho, Charles y Erik se encuentran en Westchester compartiendo rutina después de cada cena…
Nada es nuevo o sorprendente pero sigue siendo completamente excitante.
A estas alturas Charles ha estado a punto, al menos cada vez que ha mirado a Erik la última semana, de decirle que está enamorado. Es algo que está constantemente en su pensamiento desde que esa epifanía vino a él con todas las palabras y que no sería prudente mencionar.
En vez de eso, por lo tanto, Charles comparte cada silencio y cada toque que Erik le ofrece.
En ocasiones se cuestiona si debería decírselo sin más: porque Erik merece escucharlo. Pero al fin y al cabo puede que Erik no sienta lo mismo… así que las palabras de ese sentimiento – cree – van a tener que esperar.
Erik suele abandonar la cama de Charles Xavier con la primera luz del día, antes que los chicos se despierten. Y Charles, es verdad, comparte la necesidad de ello pero no puede evitar sentirse algo molesto con la frialdad de las sabanas cada mañana.
¿Podría haber un futuro para ellos? El mundo que está en sus manos construir entre los muros de esa mansión, el lugar dónde puede que con el tiempo acaben acogiendo otros mutantes jóvenes y asustados, no tiene por qué tener las mismas reglas que el mundo exterior…
Y aún así…
Erik es bello, no tan roto como insiste en creer y con extraordinario talento para impulsar a los chicos más allá en los entrenamientos. Erik merece todo el amor que han insistido en arrebatarle y que ahora puede que incluso tema. ¿Cómo si quiera podría no estar enamorado de él?
Se le ocurre que esa es su pequeña fantasía absurda… porque mientras que hay indudablemente una atracción física fuera de toda cuestión allí… puede que esté leyendo mal a Erik. Al fin y al cabo Erik le permite entrar en su mente, dejar ir sus cadenas cuando están en la cama, pero esos son momentos de tan cruda intimidad, tan intensos, que Charles no está seguro de no leer en la mente de Erik justo lo que él desea ver.
El aroma de Erik es herbal y especiado la mayor parte de veces y Charles guarda para si cada uno de los detalles del hombre que lo tiene cautivado, se dice que porque es completamente incapaz de lo contrario. 'Incluso si a veces pasa la mitad de sus noches en el estudio discutiendo exasperado sobre cualquier cosa por la que valga la pena ver argumentar a Erik, esperando observarle aceptar el empate con un ligero bufido y esa mirada suya entre el afecto y el enfado por encima del tablero de ajedrez'.
Junio es cálido y ninguna disparidad de opinión parece en realidad demasiado irreparable.
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Westchester, junio de 1942. Y años siguientes…
El pequeño Charles Xavier escucha los gritos de Kurt y los llantos de su madre desde la habitación. Y… bueno… su madre también grita… pero no son gritos que en realidad retumben entre las altas paredes del comedor. Charles está escondido en su habitación, debajo de las sábanas y con la cabeza contra la almohada y es, de todo ello, a su madre a quien puede escuchar con más claridad.
Su madre – Charles va a aprender pronto que Sharon no grita sino que son sus pensamientos – lanza improperios no sólo contra Kurt (y maldice no sólo que éste le haya dado una bofetada y la haya llamado histérica y borracha) sino que también insulta a Brian Xavier. 'Porque fue demasiado débil… y se fue… los dejó… y ahora ella que nunca ha querido ser madre, más que porque eso es lo que se supone que debía hacer, se ha quedado sola con Charles… que es algo asustadizo últimamente y que es encima demasiado pequeño para estar bien por si solo'.
Kurt echó a la primera de las niñeras porque era una mujer mayor y dijo que la casa y los niños necesitaban sangre joven para airearse. Sharon sabe muy bien en estos momentos qué entiende Kurt por airearse en relación con las últimas dos chicas que han pasado por casa…
A Sharon, de hecho, le da igual la mayor parte del tiempo: está mucho más interesada en sus botellas.
Y Charles… Charles no entiende muy bien todo lo que dice su madre en este momento pero cierra los ojos y, cuando todo se relaja un poco, piensa que puede que estén acabando de discutir.
Kurt Marko los manda llamar, a él y a Caín, justo media hora después. Riñe a su hijo con absoluta devoción y no presta ninguna atención a Charles más allá de un par de pensamientos condescendientes… hasta el punto que éste se pregunta por qué le ha pedido que esté allí.
Caín está después tan enfadado con su padre que lo paga con su hermanastro.
– Eres un maldito mocoso, Charlie.
El tiempo pasa muy deprisa.
Y es extraño que todo fuera más fácil cuando menos control tenía de su telepatía, quizás también porque antes nunca estuvo sujeto a la responsabilidad de su uso: podía ver lo peor de cada una de las personas que habitaban Westchester sin pensar que estaba haciendo mal en mirar… podía sentir la desesperación de su madre por un hombre que había muerto y la rabia de Caín por un padre que fingía prestar mucha más atención a Charles sólo para hacer que su hijo compitiera con él y algún día borrara al pequeño Xavier de la ecuación.
Raven, que para él ha sido siempre su hermana pequeña, fue su único apoyo en todo eso y no llegó hasta 1944.
– ¿No estás asustado de mí?
El pequeño Charles Xavier parece en ese momento más bien encantado.
– Coge lo que quieras, hay mucha comida. No hace falta que la robes. – Le dice – De hecho… ya no tendrás que volver a robar.
La próxima vez que Charles escucha la voz de su madre en su mente, o los gritos de Kurt entre las paredes de esa casa, Raven está allí con él.
La niña, que en su casa ha dejado de ser azul la mayor parte del tiempo, esconde la cabeza llena de rizos rubios contra Charles y éste decide que no está solo y sonríe un poco.
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Años después Charles está en uno de los edificios de Oxford contemplando los antiguos frescos pintados en el techo y Raven le sorprende por detrás. Está lloviendo a fuera con algún que otro trueno, y los dos escuchan la lluvia caer y los susurros de los estudiantes que allí y en el corredor van de allí para allá.
– ¿No deberías estar en clase?
Él se ríe.
– He acabado mis clases por hoy.
– En realidad me lo suponía, mi hermano empollón nunca se saltaría una clase – La voz de ella es divertida mientras le abraza y le arrastra hasta el exterior. En ese momento hace poco que los dos se han instalado en Oxford y justo esa semana han tenido tiempo de explorar un poco la ciudad. – ¿Qué te parece si me invitas a un refresco?
Los dos están juntos allí porque a ninguno de los dos se les ocurrió que uno fuera a dejar Westchester sin el otro.
Con Sharon ya muerta por culpa de su enfermedad, Charles ni siquiera quiere pensar si va a volver a ese lugar.
Se queda mirando el cielo gris un instante.
– ¿No crees que deberíamos dejarlo para más tarde con la que está cayendo?
Raven coge aire.
– Oh, vamos. ¿Qué es un poco de lluvia? Consigamos un paraguas en algún sitio… ¡o corramos!
A ella le gusta la idea de ellos dos afrontando el mundo.
