Capítulo 6. The things we lost (Las cosas que perdimos)
"The only thing that matches the strength of their bond is the strength of their belief in separate ideals. And ultimately, one of them pays the price. Both emotionally and physically". James McAvoy. /
/ Lo único que coincide con la fuerza de su unión es la fuerza de su creencia en ideales separados. Y en última instancia, uno de ellos paga el precio. Tanto emocional como físicamente.
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Donde el mundo parece acunar el silencio y las nubes sólo desaparecen en verano. Los montes Cárpatos comienzan en el Danubio cerca de Bratislava. Rodean Transcarpatia y Transilvania en un semicírculo grande, barriendo hacia el sudoeste, y finalizan en ese mismo río cerca de Orşova, en Rumania. Un largo camino desde lo oscuro de esa guerra que los ha cambiado para siempre. Magda cierra esa maleta con las pocas pertenencias que han acumulado los últimos años y aguanta el aliento un instante, sosteniendo las lágrimas.
Ha sido un largo camino hacia ese lugar, dónde no tienen más que un cuarto en la parte de atrás de un hostal y el poco dinero que Erik gana ayudando aquí y allí, tomando cualquier tipo de trabajo si le dan la oportunidad. Erik ha insistido en moverse a otro sitio una vez más. Bistra es un lugar tranquilo y hermoso en el que la nieve gobierna en invierno y los caminos son claros cuando la niebla lo permite en otoño, rodeados de flores en primavera y de luz brillante en verano. Magda cree que aquí, en este lugar de montaña entre Romania y Ucrania, podrían ser felices con Anya.
Erik quiere llevarlas más al este, a Vínnytsia. Dice que allí habrá más trabajo, que los tres tendrán un mejor futuro.
Magda calla y accede. En el fondo sabe que Erik sigue pensando en ese hombre de los campos, que él es en parte por lo que no se va a conformar. Magda no ha visto nunca además a nadie con tanta facilidad para los idiomas y con tanta capacidad para aprender por sí mismo. 'No hay manera que este sitio entre montañas no haya acabado pareciéndole muy muy pequeño…'. Erik tiene pesadillas por las noches, igual que ella. Pero lo que ella recuerda es muerte y desolación sin nombre, los hombres que mataron a sus padres tienen mil y una caras en su cabeza. Klaus Schmidt es el rostro en las pesadillas de Erik.
Nunca hablan de ello por la mañana.
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Se ríe y corre hacía fuera. Lleva un vestido blanco de verano y una pequeña pala roja de jardín. Magda suele usar esa pala para cuidar las plantas – a veces los propietarios de la pensión, donde se hospedan en lo que no llega ni a una habitación, les hacen un pequeño descuento por ello – pero Anya, sin duda, tiene una mejor idea en este momento. Se sienta en el suelo embarrado y empieza a remover la tierra marrón oscuro del jardín.
Magda solía tener el cabello largo antes de los campos y no quiere cortárselo ahora a su hija. 'Quizás la próxima primavera…'. La niña saca una y otra palada de tierra con paciencia, quitándose una y otra vez los cabellos ondulados de los ojos y centrándose en ese pequeño trabajo ante la mirada divertida de una de las vecinas del humilde hospedaje de Bistra, que se ha asomado con curiosidad a través de las vallas bajas del jardín.
Erik recuerda vagamente que el nombre de esa mujer es Marya.
– ¿Tu mamá sabe que juegas con eso, pequeña? – La joven de tez vagamente morena sonríe a la chiquilla que sigue concentrada en la tierra, su vestido ya embrutecido por el fango y el ceño concentrado. Marya se ríe más.
– Anya, mein Schatz… – Erik se recuerda ahora observando el intercambio desde la puerta trasera del hostal. No muy seguro de qué hacer, al fin y al cabo Magda había mostrado simpatía por esa mujer desde el principio… pero inquieto por el intercambio. 'Aún nunca lo suficientemente convencido de las intenciones de la gente desconocida… Ansioso por ello'.
La niña, sin embargo, totalmente confiada en su casual espectadora. Risueña pero obstinada en su tarea.
La sombra del único ciruelo del jardín creando claroscuros en la escena. Y de pronto Anya dándose cuenta de su presencia y girándose para explicarle su logro. – Vati… ¡Ven! ¡Mira!
La mujer extraña observándole un momento.
– Magda me ha dicho que os vais… hacia la frontera.
Una mirada escasa antes de asentir tomando a su hija en brazos. – Vamos, Anya. Te has ensuciado tu vestido… – Un beso en la mejilla y un intento torpe de peinarla con una mano.
– Sois unos niños aún… tened mucho cuidado.
Erik recuerda haberla mirado molesto, perplejo y amotinado en la idea de haber sido insultado.
– Tengo veintiún años – Le dice. Anya aún en brazos, mirándolo entre curiosa y dispuesta a dar algo de batalla para volver al suelo – Aunque no es de tu incumbencia.
– Papá… – La niña se queja entre medias.
La mujer da una mirada vacilante de aprobación a la tozudez de la pequeña.
– ¡Papá! – Anya insiste – Por favor…
Algo suave y cálido en el pecho de Erik cuando su hija arruga la nariz en desacuerdo con los acontecimientos…
– Id con cuidado igualmente. Tenéis una hija preciosa.
Esa vez Anya no consigue ir al suelo y seguir jugando con la pala roja. Erik le roza la nariz con la suya y le habla con calma. – Tenemos que entrar ahora, liebling. Y encontrar otro vestido.
La baja de sus brazos con cuidado cuando llegan a la puerta.
Van a irse pronto esa mañana y Magda espera ya por ellos en el cuarto trasero que ha sido su casa últimamente… 'Ella le ha dicho más de una vez que deben dejar que la niña camine, que tiene edad de mantenerse en pie sin problemas, pese a que en la habitación apenas hay espacio entre la cama y su cuna. Que en los niños algún rasguño en la rodilla es señal de salud…'. Erik ayuda a Anya a subir a tientas el único escalón del portal, de todos modos. Una mano siempre en la pequeña espalda dispuesto a parar cualquier caída al más mínimo tropiezo infantil, dispuesto a protegerla.
No hay nada que quiera con tanta ferocidad en ese momento.
La memoria de Anya se desvanece mientras la clara mañana de Rumanía se transforma de nuevo en el frío atardecer de octubre en Westchester.
Charles aún está a su lado.
La emoción clara en sus ojos. – Era hermosa… – 'Eran tus ojos… y esa fina línea en la que en inconformidad conviertes el labio inferior cuando no estás de acuerdo en algo'. Lo no dicho en el silencio de a continuación.
– Ellos provocaron ese incendio. – En la más profunda convicción de Erik ya hay un ellos y un nosotros. Su escepticismo amargo para con la humanidad justificado en la existencia de dos especies.
A estas alturas Charles escribiría diferente un par de líneas de su tesis si pudiera. El convencimiento de Erik no cambiaría por ello, de todos modos.
Charles Xavier lucha contra la perorata de palabras que dejaría ir en cualquier otra ocasión. 'Quizás pueda convencer a Erik que no hay un ellos y un nosotros, no en ese sentido…', piensa. Pero no se atreve a lanzar ninguna hipótesis vacía para ello, no así. 'No respecto a esa criatura que genéticamente podría haber sido cualquiera de las dos cosas…'.
Nunca van a saberlo al fin y al cabo.
Charles guarda silencio y honora con todo su ser ese lugar cálido lleno de recuerdos; ese sitio que la mente de Erik aún mantiene para esa niña, incluso si es en su subconsciente.
Todos estos meses, Charles Xavier ha intentado respetar de algún modo el espacio de Erik, no ir más allá de lo que éste ha querido ofrecer… 'En este punto, sin embargo, no hay más razón para reprimir el instinto de rozar su mente contra la de Erik. No completamente al menos'. De vuelta al principio podría volver a entonar ese "lo sé todo" a la pregunta "¿qué sabes de mí?" y estaría mucho más seguro que es así, sería mucho menos arrogante en la sonrisa. Ha visto mucho más allá en Erik Lehnsherr en este momento, mucho más que el dolor y la agonía…
Exhala aire y lo mira.
Se lo ha explicado ya y sabe que se estaría repitiendo si volviera a decirlo en ese momento, que es quizás el motivo por el que en realidad ahora no lo dice. Pero los dos siguen allí, cerca de casa, y Erik le ha dejado compartir toda esa emoción hacía Edie sin preguntas, le ha preguntado por ello al respecto de Anya. Erik le ha dicho que le quiere.
– ¿Qué acabas de hacerme?
Si cierra los ojos Charles aún puede sentir cada una de las huellas recientes dejadas en su piel.
Sigue sujetándole la mano cuando se acerca del todo y le besa en la comisura del labio. El telépata siente la emoción de Erik en ello y es breve pero le mantiene la sonrisa cuando se separan para entrar en casa.
Erik aguarda, sin embargo, el aliento otro instante. Le para cuando Charles hace el ademán de seguir hacia el interior.
– Küss mich – Le pide con la voz algo ronca y efectivamente después le besa con una calma sosegada que se parece mucho a auténtica devoción. Un beso del cual, si en ese momento Charles no estuviera tan sujeto al instante presente, podría ver también – en la pausa hecha por los labios de Erik un instante antes de separarse de los suyos al final – la incertidumbre.
Puede que Erik haya llegado a creer que tantos años solo le han quitado la capacidad de llorar a Anya… que al final sólo ha quedado el monstruo que Schmidt hizo de él… el monstruo que Magda vio en él. 'O algo mucho peor. Porque, al fin y al cabo… incluso los monstruos son capaces de llorar a sus hijos sin importar el tiempo que ha pasado, ¿verdad?'.
Charles acaba de devolverle eso, como tantas otras cosas: el sentido de pertenencia, una meta más grande que ellos mismos en la responsabilidad de saberse parte de un grupo más amplio, la propia destreza con su poder e incluso la capacidad para admitir la naturaleza de la emoción guardada en ese beso… pero mañana Sebastian Shaw va a estar enfrente suyo, va a mirarle y va a matarle y Charles debería saber que esa ha sido su intención desde el principio, sin duda. Sin embargo puede que Erik no esté tan seguro de lo que Charles sabe o no, no cuando cree que es menester recordárselo.
Hank aparece antes que Charles se aparte nuevamente, sus manos aún rozándose.
El chico parece sólo confundido un momento entre las luces ahora ya encendidas del jardín y las sombras de esa primera hora de la noche. 'Erik se plantea brevemente hasta donde ha visto pero el joven científico sólo titubea un instante más hasta dirigirse a Charles'.
– Moira ha llegado, quiere hablar con vosotros. Pero antes me ha dado permiso para llamarte. Querría enseñarte un par de mejoras que he hecho en el hangar.
El telépata asiente con la mirada en Erik un momento más. – Nos vemos dentro entonces. Sé amable con Moira. No tardaré.
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Raven está enfrente de un espejo y se observa. El camisón de dormir le va un poco grande y le cae desde los hombros, dejándole la clavícula blanquísima al aire. Hasta ella podría decir que está realmente guapa… sólo que no es ella. Sus pies, sus rodillas, sus manos, sus codos y sus hombros no son de ese color suave en realidad. No tiene los ojos ni el cabello rubio del reflejo.
Enfadada se quita la ropa de dormir y se envuelve en el albornoz para meterse en la ducha.
Deben estar orgullosos de quienes son. Pero no por la sociedad, sino pese a ella. Recuerda el convencimiento de Erik respecto a ello… y en realidad acoge con una sonrisa a Hank cuando éste llega a su habitación esa noche.
Le ha visto antes en la planta baja, cuando Charles se ha encerrado con Erik y Moira en el comedor para hablar de mañana y éste le ha dicho con una sonrisa que tenía que volver a su laboratorio… Esperaba de hecho poder hablar con él antes de irse a la cama pero pronto comprende que no precisamente para lo que Hank va a buscarla.
No para compartir ninguna cura.
– Ahora se te ve hermosa – Dice él después. Pero sin embargo esa no es ella, ¿Lo es?.
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– Cuba, Rusia, América. No hay diferencia… – Después de una larga charla con Moira y de que Charles se haya asegurado que los chicos estén razonablemente tranquilos y listos para descansar, consiguen llegar a su estudio. Ellos también necesitan irse a dormir temprano, que es de hecho el plan inicial por lo que respecta a esa noche. ¿Pero qué mal pueden hacer un par de partidas de ajedrez de más?. Hay una charla real pendiente entre ellos de todos modos – Shaw ha declarado la guerra a toda la humanidad. Hay que detenerlo –. Charles parece contenido y sosegado. Ha puesto un poco de whisky en un vaso y ha encendido la chimenea mientras Erik tomaba una ducha y se cambiaba de ropa en su habitación.
Erik ha estado tentado antes de recalcarle lo que va a decir ahora. 'Él va a matar a ese hombre, se llame Shaw o Schmidt, no a detenerlo'.
– ¿Crees que podrás dejarme hacerlo?
Erik nunca ha aspirado a ningún tipo de recompensa por ello, mucho menos a una en forma de paz. Va a matarlo porque mató a su madre, por las agujas y las horas de interminable dolor en el laboratorio, porque desde el momento que consiguió pensar en ello nunca se le ocurrió que Klaus Schmidt, al igual que el resto de malditos nazis, mereciera vivir.
Si en realidad es un mutante o no, si sintió mayor o menor simpatía por los condenados soldados de esos campos, no importa en absoluto. No en absoluto su propia paz.
Medio año antes, sobrevivir o no a su propia venganza ni siquiera era gran cosa en su planteamiento.
Charles se mueve incómodo en su asiento. Frunce el gesto, aprieta los labios, pasa el vaso por sus manos y se inclina hacia el tablero, hacia Erik.
– Tú siempre has sabido por qué estaba aquí, Charles – Le recuerda – Pero todo ha cambiado. Lo que empezó como una misión secreta… Mañana la humanidad sabrá que existen mutantes. Shaw, nosotros: no harán diferencias. Nos temerán y el temor se transformará en odio.
Puede que Erik haya pensado antes que Charles Xavier era demasiado obstinado para su propio bien y puede que Charles crea normalmente lo mismo de él… pero esta vez la molestia por ello es muy real en Erik… y casi dolorosa en el rostro de Charles.
– No, si impedimos la guerra, no si podemos parar a Shaw. Si arriesgamos la vida por ellos.
Le llama ingenuo… o arrogante.
Y Charles se mueve más en su asiento, le previene sobre la paz y matar a Shaw… hablan sobre ser mejores hombres, sobre el camino de la evolución que el mismo Charles predijo en su tesis y que ahora niega, y sin querer un par de piezas de ajedrez caen encima el tablero cuando éste último vuelve a moverse hacia adelante.
Los dos son tercos pero realmente ésta es la primera vez que Erik siente la necesidad de levantarse de la silla contrariado e irse poco después sin mediar mucha más palabra.
– Buenas noches, Charles.
Hay un momento de silencio entonces en el que Charles se muerde el labio y pasa la mano a través de la tensión de su propia clavícula, sintiéndose muy muy cansado hasta que la puerta del estudio se cierra.
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En su submarino, Sebastian Shaw sabe exactamente qué tiene que hacer. Y por qué.
Esa guerra será su gran momento, aquello que lo alzará, que acabará con la humanidad y mantendrá con vida sólo aquellos mutantes más válidos, que lo situará a la cabeza del mundo en la enésima comprobación que sólo los más fuertes merecen sobrevivir…
'… y no habrá duda de quiénes son quienes merecen vivir mañana'. Podrá tomar cualquier otra decisión después, la que sea: con el mundo en ruinas y a sus pies. Con los que sobrevivan bajo su ley.
La palabra empatía ni siquiera figura en su mente mientras teje en su cabeza el ocaso de la humanidad contemplando algunas pequeñas bajas mutantes…. 'Son hijos del átomo y está convencido que lo que mate a los hombres va a hacerlos más fuertes'. Los que no sobrevivan a ello, una pena; no están sin duda llamados a ser parte del nuevo mundo que va a cernirse a lo largo y ancho del planeta. Los que se opongan a él, van simplemente a acompañarlos en su suerte…
Usa su encanto superficial para dirigirse a su alrededor ahora. Da órdenes a Janos.
Y se da cuenta que Azazel lo observa mientras se acomoda en el sofá con Angel; parte distracción, parte intención de aleccionarla de cara a mañana.
Bella y en el fondo mucho más perdida que Frost. Esa muchacha es una delicia. 'No es que niegue que su don pueda complementar a Janos y al mismo Azazel dentro de unas horas… aunque tampoco es como si importara a estas alturas'.
Después de todo, confía mayormente en su propia capacidad y en la guerra que los humanos mismos van a empezar.
Shaw lamenta, quizás, que Emma Frost se encuentre en manos de la CIA pero ni siquiera cree necesitarla para el siguiente paso. 'Sigue teniendo asuntos más importantes en estos momentos que preocuparse por ella y liberarla'.
No es en un cuartel de la CIA dónde tiene puesta su mirada.
– ¿Nos dirigimos al sudoeste? – La pregunta de Azazel le interrumpe el tren de pensamientos. El casco que le brindaron los soviéticos en su sitio y la sonrisa de anticipación en la cara. 'El mutante ruso siempre alerta…'. Sebastian se burla interiormente. Se ríe en una broma para sí mismo.
No el tipo de risa carismática que muestra a Angel mientras le pasa un dedo por el hombro y la invita a brindar con lo que les queda de bebida en la copa.
– Por supuesto… – Responde a Azazel y vuelve su atención azucarada a Angel: – ¿Me acompañas a tomar un poco más de esta deliciosa ginebra, querida?
Está muy cerca de contemplar el éxito que ha planeado hacer realidad todo este tiempo. No muchos planes puestos en ello más que el poder en sus manos… La energía de todo ese armamento nuclear.
Por ahora ni siquiera el chico, Erik, es un gran qué. O no del todo, al menos. Al fin y al cabo es cuestión de tiempo que vuelva a tenerlo delante. 'Siempre creyó que había mucho potencial allí, claro, resiliencia que no debería desaprovecharse. Pero la única duda que tiene al respecto es en qué instante volverá bajo su ala…'.
… Que decisiones va a tomar y cuáles no cuando eso ocurra.
Angel asiente ahora cuando la invita a levantarse. Estuvo muy callada al principio, como retraída después de la muerte de ese otro e imprudente chaval. 'Pero es evidente que también arrastra con ella la decepción hacia los humanos… y el escepticismo de todo ello en sus gestos. Lo que la ha empujado a estar aquí'. Le gusta así. Es una lástima que probablemente ni Janos ni Azazel puedan apreciar la exquisitez de la juventud de la manera que él lo hace.
Una vez en Boston alguien, cuyo defectuoso poder premonitorio dejó pronto de interesarle, le dijo que, por maravilloso que fuera el don de Emma, nunca consideraría su igual a una mujer. 'No es que crea que muchos puedan lograr esa consideración'. Sin duda no Azazel o Janos.
Desde que trabajan para él no han sido en realidad más que dos sombras silentes, hombres herméticos y fieles. Lo que ha pedido de ellos.
Nada que no esperara. Una evidencia más que saben cómo funciona cualquier aspecto del mundo: los más débiles perecen en este cosmos hecho expresamente por y para los más fuertes.
En el presente le molesta por más que un momento, sin embargo, la mirada no sólo de atención sino de repentino recelo de Azazel. 'Esa mirada ha estado allí después de la detención de Emma, sí. Pero Sebastian sospecha que no se trata solamente de compañerismo. Azazel es mucho más listo que eso'. Puede que crea que, ahora que no está Emma, no va a notar esa ligerísima contrariedad, … a saber por qué. No es así y tampoco encuentra que tenga más sentido darle vueltas que el puro divertimento. 'Está la posibilidad que Azazel realmente desapruebe, inútil y absurdamente, su trato íntimo con Angel…'. Sebastian se ríe ante la idea de ello.
La idea de Azazel teniendo escrúpulos de algún tipo es sin duda entretenida…
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Está molesto con Charles, aunque en realidad no… no está sorprendido al menos.
Charles es noble, lleno de buenas intenciones y altos ideales. El telépata ha insistido desde el principio en la expectativa de la CIA reconociéndolos; del gobierno premiándolos de algún modo, con absurdo respeto y agradecimiento. Charles se aferra a la convicción que al final los humanos van a aceptarlos por arte de alguna especie de mágica bondad.
No es que a Erik la idea le guste o no: es que ni siquiera es capaz de contemplar esa opción. Para él no es una posibilidad.
Ellos siempre van a odiar lo que no entienden o conocen; enzarzados en la propia destrucción en la que aquél que es distinto es marcado siempre a parte. No va a ser diferente esta vez. 'Charles debería entenderlo. Quiere de verdad que Charles lo entienda'.
Y cuando Erik entra al final en su propia habitación – con la acritud y la frustración de quien ha dejado una conversación a medias, de quien ha dado más de dos vueltas de pura inercia por los infinitos corredores antes de llegar a puesto – nota un ligero movimiento, y realmente está esperando que sea Charles Xavier quien de alguna manera ya esté allí.
'La incomodidad de haber dejado la charla y el juego de ese modo justamente hoy'.
Algo extrañado, se encuentra con Raven a cambio.
Que está metida en su cama.
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Raven, que ni media hora después, se enfrenta desnuda y en su forma real a Charles Xavier.
– … pero por mucho que empeore el mundo tu nunca te enfrontarás a él, ¿lo harás?… quieres ser uno más.
Charles mira la botella de champán por minutos cuando su hermana se va y realmente duda sobre qué hacer en ese instante, ¿Debería de verdad ir a buscar a Erik ahora?
Se encuentra aún más indeciso al respecto que treinta minutos atrás.
La charla con Raven repitiéndose una y otra vez en su cabeza. La sensación que no puede entenderla, que algo se le escapa pese a las emociones que no le son tan fáciles de obviar. Consciente que nunca antes como ahora han estado tan lejos.
– ¿Me dices qué te pasa? o tendré que leerte el pensamiento…
Hay imágenes superficiales difíciles de evitar incluso sin romper su promesa. El tic-tac del reloj de la cocina insistiendo en el paso de los minutos de esa noche que se les escapa a todos de entre los dedos.
… El convencimiento de más que Erik es firme en su convicción: que realmente quiere un mundo seguro para los mutantes y cree en la belleza de las mutaciones, pero que va a intentar matar a Sebastian Shaw y que no hay nada que pueda decir o hacer al respecto. Que va a seguir pensando que es demasiado optimista. Y que por más que cierre los ojos no puede volver ahora a ese momento de la tarde en qué los dos estaban solos.
El peso de las huellas de Erik aún en su piel. Las dudas desvaneciéndose con ellas.
Charles Xavier intenta pensar con claridad a través de esa idea. 'Debería irse a dormir… y hablar con Erik por la mañana o después de su misión o…'. No está muy seguro de ello, en realidad.
Y de pronto allí está Moira… que aparece sonriendo en la puerta de su cocina no mucho después, cuando aún está sentado en la mesa en la que lo ha dejado Raven. 'En algún momento de esa hora y pico en la que se esfuerza en poner sus propias emociones y pensamientos en orden…'.
– ¿Hay alguna celebración por aquí? –.
– No en verdad… – Al hablar Charles se da cuenta que efectivamente está muy muy cansado. Agotado de ese día y de haber dormido poco las últimas noches. Suspira. – ¿Quieres?
Es imposible que Moira no note su estado de ánimo. Incluso si Moira no estuviera ya antes predispuesta a darse cuenta de ello.
En respuesta, ella niega ligeramente con la cabeza y le mira. 'Y quizás es sólo porque ella ha estado esperando por ello; o porque hoy es esta noche, y es antes que el mañana por el que se han preparado durante meses… sea como sea, una extraña aura en el ambiente propicia que Moira MacTaggert se siente y haga en ese momento ese tipo de confesión'.
– Creo que he tenido un sueño que se parecía a esto – Le dedica con cuidado una sonrisa lo suficientemente sardónica y aún así simpática – Pero no es que piense seriamente que vaya a pasar en realidad…
– ¿Perdón?
El mutante se queda atrapado en la expresión irónica de Moira un momento. Una pequeña risa confortante después. Honestamente desconcertado.
Incluso más cuando ésta vuelve a hablar.
– ¿Dónde está él, Charles?
Él.
La cara de Charles baja un momento al suelo entonces, antes de volver a afrontar su mirada. Sorprendido. Vacilando en el gesto. 'No es que esté muy acostumbrado a que sean los demás los que le lean el pensamiento. No además sin telepatía'.
Lucha un instante con las palabras.
– Hay algunas cosas en las que no estamos de acuerdo… – Dice al final.
– ¿Algo que pueda afectar a mañana? Cualquier cosa…
Moira está en su casa y es su aliada. Pero también es agente de la CIA y profesional. En definitiva esa es la línea límite en la que ha estado insistiendo Erik, de la que puede que ella sea consciente. 'Erik va a matar a Shaw… pero eso no es una novedad, ¿lo es?'. Charles no puede decirle eso a Moira MacTaggert, ni siquiera con la ironía sin humor con la que suena en su cabeza.
Ni siquiera si él no hace ninguna diferencia entre Moira y los demás chicos.
– No, no creo.
No quiere pensar que pueda estar mintiendo, en realidad. Y ella parece relajarse con ello.
– ¿Así por qué no vas y le invitas a una copa? Estoy segura que te espera…
Charles la analiza un instante, sin ningún signo de estar leyendo nada en ella… con cuidado.
No hay rechazo o aversión en el rostro de Moira ni en su voz. Tampoco en su mente. Preocupación, preocupación por la misión y por Erik [– Yo no pertenezco a la CIA – Ese episodio como motivo principal] pero nada más. No hastío de ningún tipo ni prejuicios, no al verdadero carácter de su relación con el otro hombre… 'Es justo como le dijo a Erik que ella reaccionaria, pero paradojalmente piensa que no está muy seguro de lo que esperaba en realidad…'.
– ¿Charles?
– ¿Sí?
– Sólo una copa, ¿eh?, mañana nos vamos a primera hora.
Moira le guiña el ojo en el comentario y sonríe, escondiendo la broma y la falsa ligereza de la situación. Mirando después al reloj algo más seria, con afecto y la no-dicha inquietud hacia las pocas horas que faltan para el alba…
– Yo voy a tomar un vaso de leche con chocolate antes de ir a la cama – Añade.
– Claro…
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– Erik…
Cuando Charles llega a su habitación, Erik ya está en la puerta. Se miran y Erik ayuda a Charles a sujetar el par de copas que lleva, junto a la botella de champán. Incluso antes que éste pueda hablar.
Charles Xavier duda un instante pero ni siquiera menciona a Raven y su charla en la cocina, la mente de su hermana prácticamente gritando en rebeldía pero también en autoafirmación.
Tampoco hablan cuando Charles cierra la puerta al entrar y los poderes de Erik echan el pestillo. Ni justo después. El primero se deja llevar por la calidez de la mano de Erik en su mejilla, cerrando los ojos un momento antes de reaccionar.
– Será mejor que descansemos, liebling.
Charles sólo se permite abrazarlo en ese instante.
Y esa noche cuando ninguno de los dos pueda dormir, Charles sabe que va a pensar en la expresión apologética que hay en los ojos de Erik en este momento; manteniéndose por unas pocas horas hecho un ovillo contra su pecho sin permitirse pensar en nada más.
'Concentrado con todas sus fuerzas en el falso ritmo de la respiración de Erik pese a saber que éste no está durmiendo: que sólo finge estarlo con todo el peso de mañana en sus hombros…'.
Los dedos del alemán recorriendo sus brazos distraídamente cuando sea Charles quien cierre los ojos y le deje creer que se ha dormido a cambio. Trazos de palabras ininteligibles en su piel.
– Quédate, vamos a dormir.
– Te quiero – Piensa el telépata. Pero no lo proyecta e imagina que es lo primero que va a volver a decirle al despertar. Técnicamente cuando suene el despertador.
Puede, en cambio, que por la mañana prefiera perderse en la apostura de Erik vistiéndose en silencio. Pura firmeza en su concentración.
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Emma no espera que nadie vaya a buscarla por el momento… pero sin duda se entretiene con esos estúpidos agentes humanos.
– La ley dice que tenemos que entregarla…
– Las leyes sólo rigen para los humanos. No se pueden aplicar a los mutantes, son demasiado peligrosos.
No es que tengan oportunidad de ganar esa guerra, claro, y así se lo dice: aunque puede que, en este momento, ella misma agradeciera cualquier pequeño cambio en los acontecimientos que pudiera situarla en un mejor lugar. No pasara nada parecido si depende de estos inútiles por supuesto. 'Hubo un tiempo en que Sebastian Shaw jugaba con la idea de tener cualquier mínimo poder bajo su uso, un tiempo en que Emma pensó que un eventual poder absoluto estaba lejos y que ella podía ganar con ello. Después los planes de Sebastian se hicieron grandes, enormes y la posibilidad de lograr un conflicto nuclear empezó a crecer hasta resultar perfectamente posible. 'La complejidad de los contactos y los planes del Club de Fuego Infernal creció a la par y el uso que él le pedía de su telepatía también, pero no su influencia en ello'.
Sebastian es un maldito sociópata narcisista y, por eso mismo, Emma está segura que ha dejado al azar mucho de lo que va a empezar a ocurrir mañana.
Juega en su cabeza con un escenario en que en realidad Sebastian no gana. 'Uno en que tiene la oportunidad de retomar la riendas de su situación'.
Uno en que de entrada no comete el error de enseñar todas las cartas.
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A lo largo de nuestra vida, podemos rebelarnos y cambiar el resultado de nuestros actos, pero eso requiere una fuerza de ánimo que no todos tenemos y, sin duda, mucho menos orgullo del que nos sustenta. A veces volver atrás ni siquiera es una posibilidad. La mayoría pasará el resto de su vida fantaseando sobre lo que podría haber pasado si un día hubiera tomado otra decisión, o si hubiese dicho sí en vez de no. 'Suele ser peor cuando no se tiene ningún control sobre ello...'. Hace mucho, mucho tiempo, Charles era ese niño que creía que si lo hacía bien o se esforzaba más, quizás su madre dejaría de beber un día. ¿Cuántas veces se preguntó si podría haber desenmascarado antes a Kurt Marko, ir antes esa tarde al despacho de su padre o esconderse mejor cuando Caín estaba de mal humor?. Hasta hace poco Charles era también ese chico que dedicó después todo su sentido de responsabilidad a la pequeña Raven Darkholme mientras creaba barreras mentales y aprendía a evitar la atención de Kurt y los puños de Caín.
Esa mañana Charles Xavier es un hombre enamorado y un hermano preocupado.
Charles mira a Raven y a los chicos antes de subir al avión de Hank y está orgulloso de ellos, por supuesto. Orgulloso de todo lo que han conseguido esos meses… aunque también intranquilo y ansioso. 'Allí fuera todos ellos van a seguir siendo su responsabilidad, y la de Erik. Pero van a Cuba a evitar una guerra y habrá cosas que quizás ni siquiera ellos podrán controlar…'. No se perdonaría que su hermana saliera herida de ello y, sin embargo, se da cuenta que cualquier cosa que le diga ahora va a alejarla aún más.
Todo va muy rápido, también en su cabeza, y él y Raven no tienen tiempo de hablar. Están los uniformes y el nuevo aspecto de Hank. Y antes que puedan realmente procesarlo se encuentran sobrevolando el mar. Hay dos flotas allí abajo, dos ejércitos preparados para lo peor. Dos bandos que sin duda van a ser incitados a la guerra, de una manera u otra, por los hombres de Sebastian Shaw. Dos flotas que, de hecho, son relativamente fáciles de provocar.
Demasiado teniendo en cuenta que de ellos depende el futuro de muchos más que los millones de ciudadanos de sus dos países.
Evitan el primer percance.
El avión da una sacudida cuando los rusos se atacan a sí mismos, gentileza de la telepatía de Charles, una vez. Y después queda encontrar a Shaw… y allí está Sean haciendo de sonar y el submarino que Erik se propone sacar del agua con su poder…
– Recuerda en un punto entre la ira y la serenidad.
Charles no se mueve de la escotilla del avión en el proceso, aún si él no tiene ningún poder para controlar el metal donde a duras penas se sujeta. 'Pese a que probablemente podría ayudar a Erik desde un sitio mucho más seguro de la aeronave…'.
Toda su atención en el momento.
Su cabeza obviamente muy lejos de toda respiración acallada y caricia tenue de la última noche de desvelo e inquietud, pero con la misma cuidadosa reverencia. Su mente en la de ese hombre extraordinario. Concentrado para ayudar a Erik a lograr su objetivo y volver juntos al avión.
El ataque de Janos es entonces la primera circunstancia en la que todos son conscientes que no hay vuelta atrás, que la teoría ha dejado paso a la práctica: Shaw y sus hombres van a plantarles cara aún antes de tocar tierra y ni toda la formación del mundo ni semanas enteras de preparación, pueden protegerlos completamente de algo más que rasguños, costillas magulladas y heridas menores aquí y allá. Los chicos se ciñen a sus asientos como pueden. Y cuando Erik lo sujeta contra el suelo de la nave, en plena caída, Charles apenas consigue agarrarse a él, todo el peso del otro hombre manteniéndolo a salvo.
Logran llegar ilesos al suelo pero la aeronave no corre la misma suerte.
Y pese a que no tiene nada que ver con la misión o con ninguna estrategia de combate, no deja que Raven vaya con Alex y Hank cuando estos van a enfrontarse a los hombres de Shaw. El hecho que es su hermana pequeña, pesa más que cualquier plan. Se dispone a ayudar a Erik mentalmente. Y a ella le pide, en cambio, que vigile en la puerta mientras los otros luchan y el otro hombre va directo al interior del submarino.
Todo va de mal en peor a partir de ese instante.
Y es verdad que cuando algo ya ha pasado todo el mundo cree que lo haría mejor y ve las soluciones con más claridad pero de las cosas que irán mal ese día, Charles no va a saber arrepentirse de haber intentado proteger a su hermana. No al menos suficiente.
Algún día dentro de muchos años, Charles repetirá en su mente cada uno de los pasos que dan hacia allí en ese momento y habrá pocas cosas que le parecerán una buena idea. Especialmente no todo aquello que implique a Erik solo contra la peor pesadilla de su infancia, por supuesto. 'Pero la juventud de Raven…'. Él de verdad va a creer por mucho tiempo que ese era él actuando correctamente en su papel de hermano mayor.
Él siendo fiel a sus principios.
Como cuando Erik ha cruzado ya demasiadas líneas...
– Todo lo que hiciste, me hizo más fuerte. Me transformó en el arma que soy hoy…
'El principio del final de un futuro que hace horas le parecía casi tangible, asequible pese a sus diferencias, y que de pronto se precipita y queda a medias'.
Charles entiende lo que va a hacer Erik y no puede hacer nada para detenerlo. Aunque técnicamente eso último ni siquiera es cierto: él sí podría intervenir al respecto… Él podría dejar ir la mente de Sebastian Shaw y evitar esa muerte… 'Pero eso pondría en peligro a Erik, podría dar la oportunidad a Shaw de matarlo, y como tal no es ni por asomo una opción que pueda permitirse contemplar'. Mantiene inmovilizado a ese hombre.
Y grita, grita después de pedir inútilmente a Erik que no siga adelante, sí… grita de dolor, del dolor físico que está sintiendo Shaw, pero si pudiera mantener su raciocinio desearía poder gritar más.
Poder llegar a Erik de alguna manera cuando de repente usa ese casco que hace que su presencia se desvanezca del todo en su cabeza, como si ya no estuviera. Decirle que es Shaw quien no está gritando en absoluto, no incluso a través de esa mente que ahora es borrosa y que se siente como mil cristales cuando se clava paralizada en su cerebro. Sebastian Shaw no está decepcionado por el giro que han tomado los acontecimientos, es todo lo contrario, y eso asusta más que a nada al joven telépata. 'Si Erik pudiera escuchar en este instante esa condenada risa mezclada con el terror de estar a punto de morir…'.
Shaw teme a la muerte pero también se siente orgulloso: está pensando que, en realidad ha tenido razón todo este tiempo, que los más fuertes son los que siempre sobreviven. Es algo que ha tenido presente desde el principio – se dice. Él creó lo que es Erik Lehnsherr hoy en día y Erik es más fuerte ahora… Hay otros pensamientos, claro. Más de media docena, un torrente de ellos yendo y volviendo. Todo demasiado confuso. A esas alturas Charles ya no sería capaz de leerlos ni podría darles sentido aunque Sebastian Shaw consiguiera concebirlos de forma más clara. No cuando el mundo gira y gira, y Charles experimenta la misma muerte a la vez que la vida de ese hombre se extingue. Sus piernas fallan y, por momentos, su cabeza es descoordinada y se siente rota. Es el peor sentimiento que haya experimentado nunca en la mente de otra persona, sus sentidos enfocados exclusivamente en esa cabeza que se apaga.
Y va acompañado del hecho que en realidad él también ha participado en ello: él también ha matado a Sebastian Shaw.
La sensación es la misma que la de notar una chispa desvaneciéndose en su propio cerebro, una llama débil ahogada en el miedo y el dolor, privada del más mínimo aire hasta que no queda nada más que el vacío.
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Bajo el yugo de Klaus Schmidt, Erik estuvo en laboratorios pero también fue arrastrado por los soldados de los campos, obligado a ayudar en ellos mientras miles de personas perecían, toda su familia desaparecida entre cenizas.
Él mismo le dijo a Charles una tarde en Washington que la identificación era el principio, pero no es cierto. El miedo y el odio la preceden. La identificación viene después.
Rusos, americanos… no hay diferencia.
Alemanes, rusos… nunca la hubo en Vínnytsa.
La ira, esta vez envuelta en una extraña seguridad, toma las riendas después de matar a Schmidt.
– Dime que me equivoco.
No duda que tenga razón, sólo pretende que Charles también lo vea. Y después las dos flotas, irónicamente unidas, disparan sus misiles y todo se siente extraordinariamente fácil.
Los humanos están en sus manos y es casi un juego de niños esta vez…
… sólo que al final no lo es.
– Hay miles de hombres en esos barcos. Personas honradas, inocentes y buenas… ellos sólo siguen órdenes.
Esta mañana Charles le había mirado en silencio mientras se vestía y todo había parecido extraordinariamente en su lugar. Pero ahora… ahora Charles Xavier debe entender que eso es de lo que había intentado advertirle desde el principio. Es lo que la humanidad hace una y otra vez… con la diferencia que esta vez el miedo va a ser peor. Los mutantes son el siguiente paso de la evolución y, por tanto, los humanos van a luchar con uñas y dientes contra su propia extinción.
La visión de Erik se va simplemente a negro por unos instantes cuando Charles menciona a esos hombres, a esos neandertales siguiendo órdenes. Algo frío, crudo y vicioso creciendo en su pecho.
Los humanos no han dudado ni un segundo en unirse contra ellos. Desenas de misiles contra unos pocos de ellos en esa playa. Americanos, soviéticos… han estado de acuerdo en quien era el nuevo enemigo en lo que dura una simple exhalación.
El hombre a su lado le pide que eso sea suficiente, que pare. 'Pero no lo es, no es suficiente…'. Y para el instante en que éste se abalanza contra él, en que intenta llegar al casco, Erik está doble e inquebrantablemente decidido a ello. 'Porque es evidente que los humanos ya han movido ficha… y porque en realidad Erik esto también lo hace por Charles, por Charles y por todos los demás: Está protegiéndolos de aquellos que no pestañearían si ellos murieran hoy'.
La adrenalina corre a través de él y se lo dice, le dice a Charles que no quiere hacerle daño. Y sin embargo lo golpea, ruedan por la arena y lo golpea porque no puede permitir que lo pare, esos hombres no merecen que nadie lo pare. 'Mucho menos Moira con su ridícula pistola y, seguramente, su ridículo sentido de especie pese a que ella estaba destinada a morir como todos ellos si esos misiles tocaban tierra en primer lugar'.
Aparta las balas como moscas. Es simple. Lo suficiente para hacerlo con desdén.
Pero lo que pasa después va a suceder en rojo y también en blanco a través de su retina: el momento en que la bala que desvía encuentra el alarido sin aire de Charles, es sólo un segundo y toda una eternidad en su cabeza. Demasiado cerca del material del que están hechas sus pesadillas.
Erik olvida el control de los misiles y está en el suelo con Charles en brazos mucho antes que, de hecho, su mente pueda volver a procesar cualquier otra cosa.
La sola idea de la bala en Charles Xavier resulta insoportable hasta el punto que la extrae sin poder pensar en nada más que el dolor y el miedo que se instalan en su pecho sin avisar, el repentino vértigo que en realidad está en él todo ese instante, y no en el hombre en sus brazos.
Culpa a Moira.
A los humanos.
Se empeña en su cruzada.
'Dios, lo quiere a su lado'. Pero el momento en que Charles lo rechaza ni siquiera es capaz de permanecer allí por mucho más. No puede quedarse.
Intenta convencer a los chicos.
Se lleva a Raven.
Se marcha dejándolo atrás.
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Kiev (Ucrania, URSS), 1963.
Es la mañana después del funeral de Nastasya. Vasyl Kórsakov está de pie con los brazos cruzados en el humilde comedor de su hermano y, esta vez, no está dispuesto a que Oleg tenga la última palabra.
– No voy a dejaros aquí…
Oleg da un bufido, otro más, decidido y fastidiado. – Esta es mi casa. No voy a irme contigo a ningún sitio. Y menos en tus condiciones…
Hace frío afuera y el mayor de los Kórsakov se apoya cerca de las brasas de un antiguo caldero. Su mujer insistió en que les hacía falta uno… no importa cuán mala idea fuera con esa chiquilla por allí.
Al menos no han tenido ni el más mínimo conato de incidente en meses... ni siquiera una de esas situaciones que Nastasya siempre encontraba la manera de venderle como nimias falsas alarmas. El gato es quien se llevó la peor parte una vez.
– Os llevo a París, Oleg. Puedo ayudarte a encontrar un trabajo amable allí y Anya puede estudiar apropiadamente, no hay necesidad de hacerla quedar en casa… sé que no has estado llevándola a la escuela, y es exactamente lo que Nastasya temía que pasara cuando ella empeorara – Vasyl se pasa la mano por el puente de la nariz e insiste: – Voy a encargarme de todo por vosotros, le prometí que no dejaría que le hicieses la vida imposible a esa niña. Va a correr por mi cuenta, no veo cuál es el problema…
Eso enfada aún más a Oleg que se debate entre irse él o echar a su hermano de casa en ese instante.
– ¡Dios Bendito! ¡No me hagas hablar! ¿Cuántas veces has cambiado de piso o de nombre, o incluso has tenido que irte de tu París para borrar tus huellas en los últimos diez años, Vasyl? Eso no es una vida que…
Pero la expresión del otro cambia casi al instante. Como si él mismo necesitase tiempo para acabar de creérselo y dejar a un lado su escepticismo: – En realidad… – Dice al final: – En realidad he tenido noticias de Moscú, de un contacto antiguo. Han… No sé cómo pero mi nombre ha desaparecido de los archivos, Oleg. No consta en ningún sitio que trabajara para ellos. Es como si hubiera dejado de existir en los despachos…
– Pero has usado un nombre falso para venir hasta aquí…
– Pero no hemos tenido ni un indicio que nadie estuviera observando la casa… en esos archivos, estoy seguro que constaba mi relación con Nastasya aunque supieran que me odias y que no me acercaría aquí por nada del mundo en otra circunstancia.
Por un momento más, nadie dice nada en la sala. Y después Vasyl insiste.
– Os venís conmigo, Oleg. Anya y tú.
– No puedes obligarme…
Khrushchev, el minino, irrumpe en la sala y se sube de repente a una estantería.
– Yo… a mí sí me gustaría ir a París.
Hay otro pequeño ruido en la puerta acompañando a esa voz.
Anya habla con reparo, seguramente esperando la riña de Oleg. Pero Vasyl sonríe a la chica que no mira al mayor de los Kórsakov por nada del mundo y que, en cambio, juega nerviosa con sus manos y se dirige a éste último. – Por favor, padre…
– Claro, que sí cariño – Responde de todas formas Vasyl por él. – Mi hermano tiene que entrar en razón. No voy a aceptar un no, Oleg. Es lo mejor para todos.
Oleg Kórsakov, muy de hecho, sólo quiere protestar.
– ¿Qué vas a hacer cuando esto se nos escape de las manos?
… En su mente el enfado del día que encontró a Anya en una baja orilla del Desna, su mirada en la tierra y las hojas secas, sus pies en el límite entre las piedras y el agua. La confusión cuando la sacó de su ensimismamiento.
Ella estaba intentando… ella maldita sea podía haber ardido con el bosque entero si nada de lo que pasó con Khrushchev era aproximadamente algo que ella podía hacer. 'Las historias que se explicaban en Vínnytsa de ese incendio diez años atrás, los pequeños sustos al principio en su casa, los desvelos de Nastasya…'. Debió haber hecho mucho más que arrastrarla a casa y gritarle como si efectivamente sus vidas dependieran de ello.
– Sólo… sólo estaba intentando… – Había balbuceado. "Entenderlo", creyó comprender Oleg mientras la chiquilla intentaba hablar entre lágrimas.
Ella había estado asustada ya antes de lo que podía llegar a hacer y por toda la fe de Oleg que ella iba a volver estarlo en ese momento… o al menos de lo que pasaría si volvía a insistir en ser una maldita criatura del demonio.
Oleg es consciente que sus gestos la asustaron más ese día de lo que sus intenciones podrían merecer. Es estricto y se siente siempre fastidiado, detesta que Vasyl llevara ese problema a su casa… pero por un momento la niña realmente pareció creer que podría hacerle daño. Nastasya no se lo hubiera perdonado.
Nunca más hablan de ese mediodía de diciembre. De la misma manera que nunca más vuelve a sospechar que ella pueda estar lista para desobedecerlo: no hasta que París y sus libertades, junto a los libros llenos de ideas absurdas de Vasyl, cambian algo para siempre en la mirada de Anya.
La falta de incidentes de después, una prueba que "entenderlo" esa vez pudo significar "pararlo" o quizás "saber regirlo". Oleg nunca reúne el suficiente valor para admitir en voz alta su equivocación.
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N/A. ¡Espero que estos días hayáis pasado unas felices fiestas y que tengáis un buen inicio de año!. Escribir sobre Cuba no ha sido fácil, ay estos dos chicos... Ah! Küss mich significa bésame.
Como siempre, nada me pertenece realmente. ¡Un abrazo!
