Capítulo 8. The strange squinty man across the street (El hombre de mirada extraña al otro lado de la calle)
"Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar,
no te olvides que soy distinto de aquél pero casi igual.
Si la casualidad nos vuelve a juntar diez años después
algo se va a incendiar, no voy a mostrar mi lado cortés…".
- Diez años después. Los Rodríguez.
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Se siente un estruendo en el piso de arriba, un portazo seco y el sonido de algo rompiéndose en las escaleras por la fuerza de una repentina corriente de aire. Marya suspira un instante.
– ¡Pietro, por favor, no hagas enfadar a tu hermana!
A estas alturas, Marya debería saber que es absurdo gritar así, como si su hijo fuera a quedarse quieto para escucharla. 'Ahora mismo él podría estar a quilómetros de casa o justo a su espalda… no es que le culpe'.
Se gira y efectivamente lo encuentra en la mesa de la cocina.
– ¿Por qué no podéis dejar de haceros la puñeta? – Pregunta, pero en realidad no está tan enfadada como querría aparentar. Vuelve a centrarse en la comida con una ligera sonrisa. – De aquí cinco minutos vais a ser inseparables otra vez… no hay quien os entienda…
El chico, lastimero, se queja sólo un poco cuando lo regaña, siempre hace lo mismo; lo suficiente antes de acercarse en menos de un segundo a husmear qué hay hoy para cenar.
– No es mi culpa que ella se lo tome todo a mal…
– Oh, vamos, vamos. No hagas cara de buen niño ahora… – La viuda de Django Maximoff, de mediana edad y aspecto aún joven, sujeta a su hijo por los hombros un instante. Y a continuación ['Oh', Marya da las gracias cada día por esos pequeños milagros] el chico decide quedarse quieto y ella aprovecha para darle un vaso de agua y reprenderle un poco más, con rostro serio. – No deberías tener abandonados los libros, Peter.
– ¿Desde cuándo me llamas Peter, mamá?
– Pensaba que era como te llamaban tus amigos aquí…
Pietro se deja ir de la ligera pero firme sujeción materna en ese momento, da una vuelta rápida por la habitación – a más velocidad de la que lo que los ojos de Marya consiguen captar – y se vuelve a sentar en la misma silla de antes con aire de cachorro satisfecho. Esta vez lleva el vaso de agua en las manos, que ha rellenado ya de refresco, y un paquete de galletas que probablemente acaba de sacar de algún cajón.
– Bueno, fuiste tú la que insistió en integrarnos todo lo que pudiésemos. Incluso con la transcripción del apellido cuando pensaste que era más fácil de pronunciar de esa forma… y fue el profesor Martin quien empezó a llamarme Peter, yo nunca he dicho nada al respecto, que recuerde…
– Igualmente deberías ir a clase. Y no comas ahora… vamos a cenar enseguida.
'Mira a su hijo y sabe que en este instante, aunque esté quieto, tampoco la escucha: su cabeza va demasiado deprisa para el ritmo insulso de una charla cualquiera'. Al menos Pietro se molesta en intervenir de vuelta…
– No le pides a Wanda que vaya a clase…
– Porque tu hermana necesita un poco de tranquilidad, hijo. Ya sabes que no lo está pasando precisamente bien con… con su don – Marya piensa para sí que quizás no que no haya acertado en muchas cosas últimamente. 'Seguramente debería haber tenido en cuenta el momento por el que pasaba Wanda a la hora de cambiar de domicilio la última vez', reflexiona. Pero el trabajo manda… y ellos son inmigrantes y perdieron a Django la última navidad…
Marya no puede permitirse no trabajar. Y no quiere que los chicos se hagan cargo por ella de la situación. Por encima de todo, no Pietro.
Bastante supone tenerlo que excusar con sus profesores y en la comisaria cuando se lleva cosas del supermercado. 'Es algo así como su manera de liberar sus nervios pero…'. No ayudaría hablarle de la situación económica por la que pasan, cree.
Marya recuerda haber adoptado a los chicos cuando sólo tenían un par de días. Haberlos tomado de los brazos de Magda. 'La pobre chica confió en ella y en Django cuando huyó de Vínnytsa a las montañas… estaba tan débil después de dar a luz…'.
A veces Marya tiene la sensación que no les habla lo suficiente de ella, de Magda… 'Que está siendo particularmente egoísta al querer el amor de sus hijos sólo para sí…'.
Haría cualquier cosa para proteger a Wanda y Pietro, la sangre no cambia eso...
La sangre no ha supuesto ninguna diferencia en todo este tiempo.
… Incluso si los Maximoff tuvieron otra hija, años después de acoger a los gemelos. Una que Marya llevó en el vientre: Ana. La pequeña es tan normal como sus padres, Django y Marya, y mucho más sosegada que los gemelos. No tiene ningún don… ningún motivo de desvelo en particular. 'Quizás por eso mismo – se dice también Marya – Ana ha sido el juguete de sus hijos mayores todos estos años…'.
Algo así como un remanso de paz en medio de los miedos, la confusión y la velocidad.
Para Marya Maximoff los tres son sangre de su sangre, da igual que no sea así de verdad: que sólo haya parido a Ana. No hay diferencia en su amor por ellos y tampoco en el cariño que los tres se tienen entre sí, los chicos lo saben. 'Eso está particularmente bien', piensa la romaní. Es un descanso.
Pietro y Wanda adoran a la niña, tanto como querían a Django y tanto como le demuestran quererla a ella cuando todo está en calma. 'Y también se adoran uno al otro, claro… aunque tengan discusiones de adolescentes cada dos por tres desde que llegaron a América'.
Con ese pensamiento, Marya toma aire. Los tres son sus hijos, sus tesoros, como lo eran para Django, no importa qué. Eso le da fuerzas, porque si se mantienen juntos significa que pronto todo va a mejorar…
Aunque haya días que no le resultan fáciles, pese a que en ocasiones piensa en qué diría la joven Magda a una decisión u otra. 'Por no hablar de… Bueno, los poderes de los chicos son algo que sin duda no se les había ocurrido que era una posibilidad…'.
Nunca estuvieron mucho tiempo en el mismo sitio cuando ellos eran pequeños… pero, sin duda, Estados Unidos ha sido el mayor cambio de sus vidas. Está convencida de ello. Sólo necesitan tiempo para adaptarse, medio año más. 'No ha ayudado perder a Django tan de repente…'.
– Bueno. Veremos… De acuerdo – Escucha ahora su hijo murmurar algo antes de casi desaparecer otra vez. – Puede que me pase por clase… esta semana. Voy a ver la tele con Ana. – Suspira teatralmente – Tú mandas, mamá.
Marya sonríe conforme y se queda mirando la puerta por donde él se ha ido. Pietro y Wanda siguen siendo el regalo que les otorgó un día una buena amiga. 'Y ellos… Ellos preguntan por su madre, por su madre biológica, sólo en ocasiones… quizás Marya no debería sentirse tan culpable por no ser ella quien realmente toca el tema de vez en cuando…'.
Es difícil, muy difícil… ya que la mayor parte de las veces, sobre todo por parte de Wanda, hay cuestiones que no sabe como contestar.
Y es lo bastante complicado sin romper la promesa hecha a una Magda enferma y asustada hace 19 años: No hablarles de lo poco que sabe de su padre… no mencionarlo en absoluto.
En cierta manera ha fallado a Magda en eso… al menos en parte.
Si lo mira en retrospectiva… quizás no debería haberle dicho a Pietro esa vez que creía que no estaban del todo solos, que había otros con sus dones… 'Balbucear a continuación que su madre conocía a alguien que podía doblar el metal, así en general… bueno… esa es una prueba que hay situaciones y preguntas que Django hubiera manejado mejor a estas alturas'.
Nunca les ha hablado, en cambio, de Vínnytsa y del fuego; de lo poco que le pudo contar Magda sin derrumbarse. Eso último sí es extraño de pensar en realidad: 'Porque si hay una cosa que Marya recuerda con claridad, de aquellos días en que Magda y su marido vivieron en Bistra, es precisamente a esa niña, pobrecilla…'.
Los años no pasan en balde. Con pena, piensa que de esa pequeña apenas debe quedar el polvo… 'Dios, Wanda de pequeña siempre le hizo pensar en ella: preguntarse si hay al menos una lápida en algún lugar a la que algún día puedan acudir sus hijos cuando consiga reunir el valor de hablarles de su hermana…'.
– Id con cuidado igualmente. Tenéis una hija preciosa.
Allí está siempre ese pensamiento, y sin embargo si algo le viene en la cabeza a Marya al pensarlo – incluso si es Wanda quién se lo hace recordar en primer lugar –: es como una niña tan tan pequeña podía ser tan poco ruidosa y a la vez testaruda. 'Quizás sólo la recuerde así'. Wanda de chiquilla, antes de su don… de toda esa confusión que conllevó su poder al llegar a la adolescencia; siempre fue una niña tranquila pero parlanchina, muy protectora con su hermano.
'Pietro es el terremoto…'.
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Anya ojea uno de los libros que lleva consigo esa mañana antes de casi tropezar literalmente con dos de sus compañeros de clase. Le pasa por ir caminando distraída a través de uno de los largos corredores de su facultad, pero apenas tiene tiempo de disculparse…
– Kórsakov…
– Es Kórsakova.
La chica que iba a hablarle frunce entonces el ceño un instante con evidente molestia.
– ¡Oh, ya… todo ese rollo del femenino en los apellidos rusos, ¿no?! Bueno, como sea… Yo paso de política. El profesor Bertrand te busca. Algo sobre unas prácticas el próximo verano…
Hay un pequeño silencio después.
Anya olvida la disculpa repentinamente al escucharla. E intenta no sentirse muy insultada con la manera como su compañera ha parecido considerar el tema del apellido. 'Como si el intentar corregir ese error común con el nombre familiar fuera una manera de molestar a la gente o algo…'.
Suspira al final.
Pero se para a sí misma: 'No va a ganar nada discutiendo ahora'. Siempre hay un comentario o una mirada que le recuerda que no deja ser de ser una chica extranjera aquí. Aunque lleve diez años en esta ciudad. Anya quizás no sea francesa, pero se siente sin duda parisina: 'No quiere dejar que la gente le quite eso…'. No en la universidad donde puede sentirse un poco más sí misma…
Es suficiente con Oleg y su infinita lista de quejas cuando llega a casa, piensa. 'Sus compañeras puede que la juzguen, pero en casa… allí es siempre mucho peor'. Es mucho más difícil de lidiar emocionalmente con toda esa tensión lejos de los libros y los corredores de la facultad.
Intenta, sobretodo, tomarse toda esa tensión guardada con algo de humor cuando Vasyl está delante: Al fin y al cabo, cree que su tío merece pensar que todas las discusiones – todos los desencuentros que ha tenido con su hermano para que ella pudiera estudiar – han valido la pena. Anya está convencida que es mejor demostrar que ha aprendido a manejar el humor de Oleg, no dejarse empequeñecer por sus continuos comentarios o sus pullas.
'Al menos su llameante problema no es ni siquiera un tema ya, no uno que se hable en voz alta'. Aunque eso no quite que el trato con su padre adoptivo siga sin ser fácil…
No quiere pensarlo en este momento, no de pleno… y se centra en el hecho que el profesor Bertrand quiere verla. 'Sólo van a dar una plaza de prácticas de este tipo, cuando todos los alumnos que hay matriculados este año hayan entregado la tesina de su posgrado, en junio'.
Sería una oportunidad que por sí sola quizás no vaya a tener de ninguna otra manera…
Ejerce un poco más de fuerza sobre los libros que mantiene sujetos, ahora con ambos brazos, antes de avanzar, sólo con una última mirada a su ofendida compañera.
Si consiguiera la beca, esa podría ser una buena noticia. Probablemente la ayudaría… para mejor. Podría intentar establecerse por sí misma cuando volviese del extranjero…
Devolverle antes el dinero a Vasyl y espabilarse: constituiría un gran plan.
Pero pensarlo en este instante… se siente un poco absurda al hacerlo, porque es como si estuviera soñando despierta, haciendo castillos en el aire… Le gusta mantener los pies en la tierra. No esperar más de lo que va a llegar.
Puede que no debiera pedir tanto: al fin y al cabo ha conseguido más de lo que se supone que debería pedir la niña huérfana y extraña que Oleg le recuerda constantemente que fue.
Anya coge los libros con más fuerza con un brazo, evita la discusión sobre el apellido con su compañera y mueve con distraimiento la pulsera que lleva en la muñeca izquierda de camino a la oficina del profesor.
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Durante años, Anya ha intentado entender lo que le pasaba… ir más allá. 'Nunca en su casa, por supuesto… ni vagamente cerca de nadie más que de sí misma: Durante años, Anya se ha escondido repetidamente para comprobar si podía repetir lo que consiguió esa vez a la orilla del río Desna y, bueno, podría decir que en realidad le ha funcionado…'.
Escondida no sólo para encender – queriendo – más que una chispa… sino también poder apagar-la.
En todo este tiempo, de todas maneras, sólo una vez ha usado expresamente esa capacidad en presencia de otros.
'Nadie se dio cuenta porque básicamente podría haber sido cualquier otra cosa'. Pero la llamarada en el contenedor sirvió para distraer a la policía en una de esas mañanas convulsas de mayo de 1968 y evitar que le abrieran la cabeza a Alain.
Hace tan sólo cinco años los gendarmes que cargaban contra los estudiantes llevaban un casco de bombero antiguo y unas ridículas gafas de plástico. Cargaban a culatazos. Habrían detenido a Alain… y ellos ni siquiera…
Habían llovido literalmente adoquines sobre los policías de París esa tarde pero hasta ese momento Anya no recuerda que ninguno de los chicos que estaban a su alrededor hiciera más que gritar consignas y mantenerse firme en las calles y las barricadas.
No Elsa o Alain, por supuesto.
No tuvo mucho tiempo para pensarlo cuando vio a éste último en el suelo…
Ella tampoco había hecho nada hasta ese instante. El brillo de las llamas la aturdió por un momento, incluso cuando habían conseguido esquivar a los gendarmes.
Y esa noche, después de muchos años evitando ese pensamiento, volvió a preguntarse si era por algo así que habían muerto sus padres. 'Si era infantil creer que otra cosa, cualquier cosa, podría haber provocado ese supuesto primer incendio de su vida…'.
El sonido de la cafetera y una voz burlona le devuelven de pronto a la realidad.
– Hey, chérie…
Anya aparca sus recuerdos definitivamente y deja escapar el aire al ver quién le habla, algo cansada.
Ya es el segundo día que ese chico extraño está allí… otra vez en el mismo rincón y sin pedir ni un triste café.
– ¿Esperas a alguien? ¿O vas a tomar algo?
– Bueno – Remy se revuelve el pelo largo que lleva sin quitarse aún los gafas de sol pese a lo oscuro del local y vuelve a mirar hacia la puerta – ¿Has visto alguien fuera de lo normal por aquí últimamente?
Eso resulta casi ingenioso… sobretodo porque está muy segura que él mismo se ajusta mucho a la definición 'fuera de lo normal'.
– No.
– ¿Estás segura?
– No – Pasa una mano por el pequeño devantal blanco que lleva puesto para ir a preparar más cafés, dando primero un vistazo a las cartas que siguen sobre la mesa. – Pero pobre de ti que estafes a nadie más. Monsieur Dominic me contó que al final apostasteis… y perdió. Esta vez voy a estar vigilándote.
– Le reté a una sola partida y ni siquiera me dio para pagarme la cena, eso es entre amigos y no es ilegal, ma petite serveuse.
Si vuelve a llamarla así…
– Monsieur Dominic no te conocía media hora antes… – Le contesta molesta.
– Yo hago amigos muy rápido, chérie.
'Encima el caradura se cree gracioso…', niega con la cabeza y vuelve a trabajar. La propietaria estaba allí hasta hace un minuto y lo vio ayer… así que si quiere echarle, ya está ella. O eso piensa la chica en ese momento.
Anya se enfrasca en un momento de calma. ¡Bendita mañana!
No es hasta un rato después que una muchacha rubia entra en el bar con un vestido azul y leotardos gruesos a conjunto. Hay un revuelo en la barra. La susodicha lleva también un pañuelo negro al cuello que Remy le ve ponerse bien un par – o diez – de veces, como si estuviera obsesionada con ese gesto. Lebeau la observa.
'Y si ella también es…'.
La joven se dirige directamente a la camarera, que aunque la ha mirado al entrar esta vez no deja la máquina de café hasta un momento después.
– ¡Lo sabía! – Elsa Ames se cruza de brazos y no deja avanzar a la otra chica: aunque ésta no hace tampoco ningún ademán, ni siquiera en ese momento, de dejar la bandeja con la que sin duda pretendía llevar los cafés y un par de refrescos a las mesas del exterior. Remy Lebeau la ve tomar aire.
– Elsa…
– Le han ofrecido a Alain ir a la conferencia de primera hora, con el director jefe del periódico donde trabaja. Van a estar en el hall hasta… ya sabes… esperando un comunicado, una rueda de prensa, esas cosas. Voy a estar sola. ¡Vamos! Dijiste que hoy me llamarías y lo hablaríamos. ¿Cómo quedamos para mañana? No pensabas llamarme, ¿verdad? No me engañes…
– … mon Dieu.
Anya sujeta la bandeja con miedo a que le caiga y se plantea seriamente qué decir a su amiga: 'Si explicarle que ya le dio su palabra a Madame Valois que la cubriría hasta el mediodía mañana, y que pensaba ir a buscarlos después…'. O decirle directamente la verdad: 'Que, en realidad, no ve por qué deberían ir'.
'Sí, se supone que es algo histórico…'. Pero Anya no cree que a esas alturas un simple gesto para con la galería vaya a acabar rápidamente con todo el sufrimiento por el que ha tenido que pasar toda esa pobre gente de Vietnam. Es absurdo.
No lo ha hablado mucho con Alain, un apasionado de este proceso de paz, porque cree que le dirá que no es objetiva… Y no tiene muchas ganas de discutirlo con Elsa, la verdad.
En cierto modo, en clase, las opiniones de Anya no son vistas como la opinión de alguien con criterio propio: son siempre las opiniones de una chica soviética, por mucho acento francés que haya conseguido o muy buenas notas que tenga.
Hubo un tiempo en qué eso estuvo bien, recuerda. ¡En 1968, tener una chica rusa en el consejo de estudiantes parecía ser el no va más para los estudiantes y la peor de las cosas en el rectorado! 'Nunca se ha tratado de un bando u otro para Anya, sino de toda la gente que…'. Mañana, rodeados de fotógrafos, lo que van a presenciar los parisinos, no va a ser más que una desfilada absurda de políticos. Está segura de ello…
'E incluso van a estar aplaudiéndoles algunos de esos chicos de la universidad que creían en una revolución hace cinco años'. Debería estar más indignada de lo que está.
Elsa sigue siendo su mejor amiga, de todos modos.
– De acuerdo – Suspira al final – Voy a ir. Pero cuando acabe mi turno. No puedo dejar el bar solo a primera hora. Ça te va?
– Si te vienes a cenar esta noche con nosotros, puede que no me lo tome muy mal…
– D'accord. Nos vamos a cenar y a tomar algo esta noche.
– Es perfecto… – Anya al fin consigue avanzar con la bandeja, casi trastabillando enfrente de la sonrisa de su amiga que continúa hablando mientras la sigue hacia las mesas: – Va a haber mucha gente en París estos días. Casi se me hace raro no veros confabulando con Alain… haciendo pancartas o algo.
Anya no quiere hacer pancartas…
Sólo ir, permitirse ser escéptica con todo ello y encerrarse en la biblioteca a trabajar en su tesina. Se pregunta si va a tener de pasar por casa, para ver si Vasyl le ha encontrado en Le Marais el último libro del que han hablado.
Remy juega distraídamente con sus cartas en esa mesa dónde ha estado esperando no sabe exactamente qué esos dos días, preguntándose si Emma Frost se ha bebido el entendimiento definitivamente. '¿Por qué tendría interés Frost en una chica de universidad?'.
Se levanta y sigue a Elsa Ames.
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Sin camisa, Erik se alza y camina a través de la luz blanquísima de la celda. La sensación de vacío en la falta de cualquier metal a su alrededor pero también en la propia rutina de silencio. Se dirige hasta el rincón de la izquierda para orinar.
Hace un frío helador aquí abajo y aunque durante ciertas horas del día la sensación del aire es de humedad, la falta de cualquier otro olor también es acaparadora.
'En los primeros tiempos, era usual ver sombras lejanas a través del vidrio, guardias que se acercaban más que lo necesario a observar la bestia enjaulada…'. Sin embargo… después de la última vez que dos de ellos entraron en la celda, el nombre del presidente muerto en la boca y los puños como vía para obligarlo a ducharse con dos cubos de plástico llenos de agua y escaso jabón, sus estúpidos captores humanos empezaron a guardar una distancia mayor con los límites de la celda.
Creían que podían tener un gran entretenimiento que, sin embargo, se han guardado de volver a repetir. 'Aún puede defenderse con los puños incluso retorciéndose por culpa de algún buen golpe…'. Se reían ese día. Eran muchos más que él, mientras le llovía una descarga de puñetazos sobre el cuerpo, pero les plantó cara y apenas ha vuelto a ver un rostro humano desde ese instante.
Toma un pequeño recipiente de agua y se moja los labios en un esfuerzo inútil para pasarse complemente la sed, el sabor asqueroso a cloro en la garganta. 'El agua aquí nunca es del todo inodora o insípida…'.
Realmente hace frío en este lugar…
Cierra los ojos un momento sólo para mantener la ira fría bajo su piel. Pero esta vez no puede evitar que venga a él el recuerdo de lo que ha estado soñando las últimas horas en las que ha conseguido dormir.
'Charles…'.
Hace tanto que no tiene contacto con nadie… y sin embargo es la piel de Charles, su tacto, quien su cuerpo parece echar de menos en este momento.
Y el metal. 'Pero esta vez no se trata de su poder…'.
Se ha preguntado, durante no sabe cuánto tiempo, si alguno de los mutantes de la Hermandad vendría, si Mística aparecería…
No empezó a preguntarse por el telépata hasta tiempo después de estar aquí encerrado, al menos no abiertamente, no sin tener que luchar contra sí mismo… 'Quizás por orgullo, porque creía que de alguna manera Charles estaba allí fuera, de algún modo siendo capaz de penetrar en su cabeza si se lo proponía…'.
Quizás por culpa… las palabras de Azazel ese día, después de su escapada al hospital, aún en su mente. 'La certeza que Charles Xavier nunca va a volver a caminar… por su culpa'.
Erik entiende que no vaya a por él incluso ahora, cuando el tiempo se ha escapado de entre sus dedos de manera que no sabe cuánto tiempo ha pasado… pero no que no defienda a los suyos.
El cuerpo del telépata bajo el suyo…
Puede que sea por todo este tiempo encerrado, pero hay recuerdos que en este lugar prácticamente puede tocar. Pesadillas que a veces son peores cuando parecen sueños aparentemente inofensivos, producto de todo este tiempo encerrado… quiere creer.
Recuerda su esencia. Y después de unos minutos, empieza un empuje lento que le lleva plenamente a él, deteniéndose sólo cuando Charles sostiene el aire para sí.
Cuando lo mira, sus ojos están cerrados. Frunce el ceño ligeramente, sus cejas se dibujan juntas en concentración mientras Erik se ajusta a él. Erik se mueve de forma rápida un par de veces y después empieza un movimiento más largo y profundo… destinado a enloquecerlos a los dos. Charles levanta ligeramente el cuerpo para cumplir con sus embestidas y después de unos minutos se reúne a él en fuerza y rapidez. Sus dedos enterrados en la carne de sus muslos, las marcas de la sujeción de Erik en las muñecas de Charles.
Después de unos momentos, se inclina hacia adelante y rueda, tirando de él hacia un lado, aún enterrado en él. Se quedan en la cama besándose hasta el final, hasta que Erik le deja ir. Ese momento en qué se va a la ducha solo, y lo espera. Charles aparece después. Se acarician bajo el agua caliente mientras éste bromea sobre la suerte que tienen de no estar más en un hostal de dudosa calidad… donde el maldito calentador nunca parecía tener suficiente agua caliente.
Sería demasiado fácil dejar su mente planear más allá de esas paredes blancas. 'Como si él fuera el que tiene el poder de crear una mentira con su mente y pudiera llegar de verdad a esos instantes…'.
Haber matado a Shaw no le ahorra tampoco sus pesadillas de costumbre: el recuerdo de su madre más vivo desde esa tarde en Westchester.
La sensación de frío pero también la calidez de esa tarde.
Anya, Magda, el mismo Charles…
Erik odia cuando cualquier recuerdo parece demasiado real. Y usa, el resto del tiempo, toda esa rabia fría que le corre por dentro para intentar llegar a cualquier rastro de magnético, centrarse en el momento que el más mínimo metal o campo magnético logre sacarlo de allí.
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Charles Xavier, incluso a través de los dolores intensos de espalda y los problemas que al principio parece tener su cuerpo para controlar casi su propia capacidad de orinar, duerme cada vez menos en primer lugar. 'Porque está su recuperación, demostrar a los chicos que sigue viviendo y los papeles de la escuela, sí. Pero cuando llega la guerra de Vietnam y, en poco tiempo, los pocos alumnos que hay en la escuela se van, todo va definitivamente a peor…'.
La idea de la escuela se hunde. 'La escuela que, en primer lugar, nunca hubiera sido posible sin el empeño que pusieron Alex, Sean y Hank en ayudarle… o sin la necesidad que tenía él mismo de demostrarles que no estaba ahogándose en su propia miseria, especialmente no cada vez que tenía más de cinco minutos para pensar sobre ello en la soledad de su despacho…'.
Hubo un tiempo que la idea de la escuela no sólo era su sueño, sino que le evitaba pensar en sí mismo; quedarse más tiempo del debido mirando a sus piernas al ir al lavabo o a la bañera… con la ayuda siempre vergonzosa de uno de los chicos.
No sabe qué hubiera hecho sin ellos.
Era humillante la mayor parte de las veces, claro… pero hubo un tiempo en que Charles Xavier creía de verdad que había ido ya paso a paso a través de cada uno de los obstáculos, que estaba cerca de recuperarse mentalmente. Sobre todo a partir del momento que se prometió a sí mismo, mordiéndose el labio con rabia, que no iba a pensar en él.
No si él era el hombre que no sólo lo había traicionado y se había llevado a Raven, sino que había matado al presidente. 'Erik probablemente ha asesinado a un hombre que, puede que con la información adecuada o con el tiempo… hubiera sido parte del sueño de la integración mutante', cavila.
Al menos así puede fingir que la playa sólo es un mal recuerdo más. La traición se siente menos personal. De algún modo Charles está convencido, eso sí, que JFK al final sí hubiera creído en la igualdad humano-mutante.
… Aunque a ratos también se dice que el pensamiento es absurdo.
Al fin y al cabo, no había nadie en el entorno de Moira [no antes que él tomara la decisión de borrarle los recuerdos de esa casa y de todos ellos] que pareciera indicar que eso podía ser verdad.
No es que sus pensamientos sean muy claros ni coherentes últimamente, por supuesto.
Siempre quiso creer que había algo más en los discursos de John Fitzgerald Kennedy… que había esperanza, claro. 'Pero ningún rastro de algo así podía durar mucho en manos de Erik', se dice dolido la mayor parte de las veces.
Y ese solo pensamiento es un tormento.
Al igual que su cuerpo.
La sola acción de desnudarse para ponerse el pijama, remueve algo muy profundo dentro de él: sus piernas no son las mismas… más delgadas, más blancas con las venas más a la vista. 'Enseñar a chicos – a los jóvenes mutantes – que necesitan apoyo, no es suficiente en estos días. No para mantenerle cuerdo… pero es mucho más que cuando esto último también desaparece…'.
En una de las noches que el joven telépata atraca el viejo escondite de alcohol de su difunta madre, a Charles Xavier se le ocurre que ni siquiera puede… Piensa en el sexo. Y se ríe.
La idea es estúpida y pueril… pero deja escapar una carcajada con ella.
No es como si en 1963, nadie fuera a hablarle claramente de ello en un hospital, claro. 'Ni siquiera pasó por la cabeza de Moira que…'. Curiosamente parece ser que no sólo ha metamorfoseado en un ser de piernas inútiles y humor más que cambiante al atardecer: Charles también ha pasado a ser para los demás alguien a quien ni se les ocurriría ligar a la palabra sexo…
Se esfuerza en pensar en sí mismo como ese chico de Oxford de años atrás, y se dice con amargura que en realidad le gustaba lo frenético de una aventura física.
'Podría haber sido distinto…'.
'Podría no haber conocido a Moira, que no le llevaría a conocer a Erik, que…'. No, esa ni siquiera es ahora una posibilidad en su cabeza.
Su yo ebrio toma el control de su mente por un absurdo momento. 'De todos modos, ninguna escapada de los tiempos de Oxford se podría comparar con el acostarse con Erik, el sexo brillante y…', se vuelve a reír borracho y ha de aguantar las lagrimas después.
No es el sexo lo primero que querría si pudiera volver a atrás. 'Si Erik Lehnsherr fuera el hombre que creyó que era…'.
Charles Xavier nunca estuvo enamorado antes. No de esta manera.
En el momento que el dolor punzante de la parte superior de su columna y el alcohol hacen mella en él, lo demás deja de importar. Siempre ha sido peligroso jugar con lo más parecido a un remolino de angustia e ira, pero si al final resulta que – seas parte del próximo paso de la evolución o no – sólo estabas hecho de carne y hueso… esa vorágine puede llegar a destruirte con facilidad.
'La cruda verdad es que Erik había logrado meterse debajo de su piel de forma que al final parece haberlo devastado por dentro'.
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– Acostar-me con Erik, fue una estupidez.
Mística vuelve a tener esa vieja realización en sueños.
Esa vieja conversación con Azazel.
… Incluso ahora es raro parafrasear sus propias palabras, esas palabras que suenan casi estúpidas en su subconsciente a estas alturas.
No sólo porque esa realización no debería quitarle el sueño… pero también porque es extraño llamarle Erik en este momento. Desde Cuba siempre fue Magneto para ella.
De alguna manera parece ser que en su cabeza Magneto es aún Erik. El mismo Erik que encajó con su hermano de forma insospechada, como dos piezas perdidas de un mismo puzzle que al fin se encontraban.
Los dos pasaron cada una de sus noches en Westchester encerrándose en el estudio de Charles sin que su yo de 20 y pocos años fuera capaz de ver más allá: Raven nunca supo que ellos eran más que amigos. Y visto ahora, le parece absurdo no haberse dado cuenta antes.
Mística lo descubrió una noche y media demasiado tarde para su gusto.
– Lo sé – Azazel sonríe de lado en esa charla de hace años y mira al techo un instante distraído.
Es más tarde, que al final la besa. – Estamos enmendando ese 'terrible' error ahora…
Azazel sólo se está burlando de ella en ese momento, exagerando incluso su acento soviético, y aún así sus labios son definitivamente más cálidos de lo que a Mística le parecieron que podían ser la primera vez que puso sus ojos en él... No tan sorprendida de entrada consigo misma como pareciera que tendría que estarlo la pequeña voz de Raven en la parte más occipital de su cabeza.
– Mne nravitsya… Vamos a probar un par de cosas.
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Vasyl Kórsakov pasó mucho tiempo preocupado en esconderse, incluso usó otros nombres cuando lo que sabía del entonces naciente KGB aún parecía interesar a los servicios secretos franceses. Ahora hace demasiado que formó parte de eso. Y sabe que, por alguna razón, hace años que ya no hay nadie que tenga interés en él en Moscú.
Es como si hubieran olvidado que un día fue algo así como un desertor. Hace diez años que vuelve a usar su nombre.
Lo recuperó cuando Oleg, que viaje de llegada a parte nunca pensó en tener otro, y Anya se vinieron a vivir con él a París…
Da un vistazo al libro que prometió encontrar para ella. Ha pasado mucho tiempo desde que creyó que tenía un futuro prometedor en la URSS… Su juventud se fue en ello.
Iba detrás de ese hombre y la casualidad quiso que alguien los llamara ese día, un aviso de Vínnytsa cuando estaban en la zona. ¡Precisamente Vínnytsa!
Pensó que iba a detenerlo y de alguna manera eso iba a significar un antes y un después en su carrera. 'Había renunciado a mucho para tener una'.
Y después había ese fuego, y esos hombres del pueblo que habían intentado entrar antes de prácticamente ser expulsados de allí por la fuerza de las llamas… y hubo gritos, y alguien diciendo que había una mujer en la planta baja que quizás aún seguía dentro. Alguien más hablando también de una niña llorando en la segunda planta.
Las llamas consumiendo el edificio.
Vasyl casi vaciló delante de ese infierno. Olvidando por un momento qué era lo que él y sus hombres habían ido a hacer allí.
Vio a dos vecinos, apartarse de la casa llenos de polvo y ceniza – con quemaduras en los brazos y una tos feroz, a causa del humo que más que probablemente habían inalado al intentar entrar. 'Era necesario encontrar una forma de apagar las llamas antes'.
– No dejéis entrar a nadie más – Gritó – Voy a ir por la parte de detrás.
– Pero y ¿qué hacemos si aparece ese hombre?
– Detenedlo.
– ¡Está… está aquí!
Llegó a intercambiar una mirada con el mutante, desesperado, antes de adentrarse en la casa.
La próxima vez que había visto a sus hombres había sido debajo de un amasijo de hierros.
La puerta de casa se oye y Vasyl despierta de su ensueño. Escucha a Oleg hablar sobre 'esos no son modales para una chica' y 'la culpa es de tu tío que te consiente cualquier cosa'. La canción de siempre. Los pasos suaves por las escaleras le indican que efectivamente es Anya quién acaba de llegar y va hacía allí.
– Hola – Ella le sonríe y le da un beso en la mejilla – Sólo vengo un momento. He quedado con Elsa. Vamos a cenar.
Vasyl asiente y le da el libro que tiene entre manos. – Toma. Esto es para ti. Una joya literaria… de Sartre.
– ¿Nos vemos después, hmm? – La chica pregunta antes de desaparecer por las escaleras – Aunque pueda que sea tarde… mañana hablamos de todos modos, cuando llegue de todo ese rollo de la conferencia, Elsa quiere que vaya con ella.
Tiene la sensación que hay algo más que debería decirle aunque el momento pasa y después Vasyl no sabe qué. – Ve con cuidado.
Ella se despide casi desde la puerta.
– ¡Claro!
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– ¿Cuándo vas a dejar de intentar calmar tu conciencia, consintiéndole cualquier cosa, eh? – Oleg murmura después. – Esto hace mucho que dejó de ser sobre Nastasya y lo sabes bien. Es sobre tu consciencia. Siempre tu maldita consciencia…
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De entre todos los dolores de estos años: las voces, Vietnam, las ausencias… en el alma de Charles hay un recuerdo especialmente negro de noviembre de 1963. Uno que resulta especialmente necesario de ahogar en alcohol.
Charles recuerda la agitación en Hank y la mirada de Alex, la voz del locutor de radio y esa sensación de haber temido algo así durante meses. 'Erik… el hombre que lo traicionó era un monstruo… o lo había sido siempre, corrompido por el horror y la ira…'.
El telépata se repite con amargura que todas las cosas que vio, quizás sólo estaban allí porque él quería encontrarlas. 'Puede que Charles Xavier se hubiera negado a aceptar esa realidad en su momento… puede que…'.
Sea como fuere y aunque consigue ir a través de ella, la crisis por la que pasa en navidad de 1963 es la que le hace abrir por primera vez el trasfondo del viejo armario de su madre.
Quién diría ahora que había conseguido mantenerse sobrio después.
La acritud lo acompaña en cada pensamiento que tiene que ver con Erik. La aflicción en cada recuerdo de Raven. Aunque consigue revestirlo todo de acidez.
Hasta que ese hombre entra en su casa y pronuncia esas siete palabras: "Tu y Erik juntos, me enviasteis aquí".
Los recuerdos son algo que a estas alturas no se puede permitir. Pero si hay que salvar a Raven… si es por ella… Intenta agarrarse a ese pensamiento mientras escucha hablar a ese tal Logan, mientras ve la ligera luz renovada en la determinación de Hank.
La única razón por la que camina en este momento es el suero de Hank… no se siente como si fuera suficiente.
Pero no renuncia a ello, a su capacidad de andar… porque tampoco puede soportar un segundo de esas voces que ha olvidado cómo manejar sin sentir su cabeza a punto de romperse en pedazos.
– El Charles que yo conozco no daría la espalda a alguien que ha equivocado su camino… y menos a alguien a quien amó.
Los tabiques de la celda que retiene a Erik son de hormigón y arena, cien piso por debajo del edificio más seguro del planeta. Ese hombre que dice venir del futuro habla de un chico que puede entrar en cualquier parte… pero aún en ese momento Charles no consigue hacerse a la idea que de verdad están hablando de ir allí y…
'Por Raven', se repite. Y aún así es inevitable pensar que puede que no esté tan borracho después de todo, que puede que realmente esté a punto de ceder.
De enfrentarse a ese hombre once años después…
No tiene ninguna intención de flaquear. 'No siente nada. Puede mirarle a los ojos y no sentir nada…'.
Tiene que poder hacerlo.
Por todos estos años de dolor, intentando sobrevivir a su propia amargura. 'Él le abandonó y se la llevó…'. No queda nada en él que sea para Erik.
Erik que no es Erik, que es Magneto. ¿Verdad?. '¿Por qué endemoniado motivo en el futuro tendrían que encontrarse remotamente en la misma habitación?'. Una guerra ha dicho ese tal Logan… 'Una guerra que acaba con mutantes y humanos al final… pero aún así…'.
El pensamiento es incluso irreal.
Tan irreal como se sienten todos esos días encerrado en la oscuridad de las habitaciones de Westchester… pañuelos y sábanas encima de los muebles, polvo aquí y allí… Hank encerrado en su laboratorio… Alex y Sean en Vietnam…
Las habitaciones del semestre que fueron una escuela, ya vacías.
Igual que la de Raven… las de los chicos…
La de…
Incluso ahora que puede caminar se siente débil y estúpido… pero con un vaso de Scotch entre las manos… 'Bueno, con un buen trago de alcohol, todo parece importar un poco menos'.
Defectos de familia. Se ríe de sí mismo con el veneno justo que acompaña el propio pensamiento.
'Erik está dónde se merece estar… incluso si en 1963 el solo pensamiento de ese hombre dejándose apresar por el gobierno, parecía incluso más absurdo que su propia decadencia…'.
Al final Erik no era tan inteligente como Charles hubiera jurado todo ese tiempo en qué estaba completamente infatuado por él. Ni era un buen hombre… ni lo amab… Deja el hilo de sus pensamientos allí porque no puede afrontarlos y escucha a Hank hablar de su hermana con el otro hombre…
Si en un remoto futuro él mismo, o quien sea, cree que pueden convencer a Raven, quizás sea posible… 'Pero Erik… eso parece absurdo'.
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Logan viene de ese futuro en que los centinelas lo han destruido todo, han matado a compañeros y amigos. En el que llevan años yendo de aquí por allá… los x-men… los que quedan del grupo de Magneto… todos ellos, juntos.
Pero la guerra no ha borrado la memoria de otros enfrentamientos anteriores…
La guerra lamentablemente no le ha borrado de la memoria a los hermanos Maximoff. Y aunque sabe que Pietro puede ayudarles en este momento… es algo más que reacio a encontrarse con Wanda.
'Viejos prejuicios de viejos enfrentamientos…'. O algo así.
Agradece realmente cuando escucha a la niña pequeña quejarse a su madre que su hermana no quiere salir de la habitación.
Puede que, como dice Charles Xavier, Pietro sea un grano en el culo. Pero no van a encontrar a nadie que pueda ayudarles mejor en este caso… Es un alivio que sea tan fácil convencerle.
Es seguramente la prueba que aquí y ahora Pietro Maximoff es sólo un adolescente… uno de molesto pero uno al fin y al cabo. 'El tiempo y las circunstancias le agriaran el carácter en el futuro… pero no están aún en ese punto'.
Logan no da más vueltas al hecho que su plan adelanta de facto, y por un buen puñado de años, el momento en que padre e hijo van a estar frente a frente por primera vez en la vida. 'Sin duda tener de padre a Magneto puede que sea un buen motivo para volverse algo más agrio… pero no es como si Logan vaya a explicarles quiénes son en ese instante'.
El chico le cae bien, al fin y al cabo.
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Erik ha perdido la cuenta de cuánto tiempo lleva allí dentro…
Sólo con sus propias pesadillas y convicciones.
Puede que haya medio olvidado incluso que la luz del sol no es exactamente de esa claridad absoluta… ha olvidado por lo menos a estas alturas cuanto odiaba esa luz al principio, como de irónica le resultaba tanta luz en este lugar. 'Todo era mucho más oscuro la última vez que estuvo a merced de los humanos…'.
Tiene a veces absurdas conversaciones con la voz de ese Charles imaginario con quien a otro hora pasó noches enteras de discusiones, de puntos de vistas distintos.
En este momento no cree que Mística vaya a aparecer… de la misma manera que un día fue fácil decirse que tampoco lo haría él.
Charles Xavier tiene motivos de sobra para no venir, no después de tanto tiempo.
Quizás precisamente por eso se siente un poco confuso cuando cree reconocer la letra de la nota que ese día cae a su celda junto a su comida.
Hay un chico al otro lado del vidrio ahora zumbante de su celda.
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Anya juega con un periódico viejo que le está sirviendo a Alain para acabar un trabajo de su posgrado sobre el Estados Unidos de los últimos diez años. Una chica de su edad, Marie Ellen Dodge, quizá un par de años menor..., habla en portada de ese mediodía en Texas… de Oswald y un extraño hombre al otro lado de la calle.
No es un tema que le parezca tremendamente interesante. 'Pero supone que eso también es historia… aunque sea prácticamente de anteayer…'.
– ¿Sabes? – La voz alegre de Elsa la saca de su ensimismamiento mientras cenan esa noche en un restaurante lleno de estudiantes del centro, un par de apuntes y dos periódicos más con ellos en la mesa – Aún me acuerdo de tu vestido de graduación…
– Oh, vamos…
Alain da un bocado de su plato e interviene en la conversación aunque la misma Elsa no lo deja seguir: – No me puedo creer que vayamos a hablar de moda…
– No, me refiero a… – Elsa se muerde el labio y mira más allá, como avaluando sus palabras con cuidado – Eres muy valiente… y estabas fantástica, con ese vestido de tirantes, me refiero – se aprieta el pañuelo que lleva contra el cuello como si tuviera frio – ¿Nunca te ha importado… ya sabes… las cicatrices?
Oh.
Anya no sabe qué decir. Es verdad que hubo un momento en que dejó de esconder esa parte de su espalda… pero… a veces cree que tuvo más que ver con la inconsciencia de ese momento en que parecía todo posible que… 'Al final del día hay otros aspectos de esas cicatrices que le duelen más que su aspecto'.
Nunca les ha hablado de ello y ahora no sabe qué decir.
Por un instante sólo sonríe. De forma forzada, algo incomoda y pasándose inconscientemente una mano por el hombro.
– Bueno han estado casi siempre allí… un accidente… ¿Realmente tenemos que hablar de eso? – Intenta como puede quitar importancia al asunto mirando el plato un momento y después volviendo a sus amigos: – Se supone que estaba invitada a cenar porque ibais a decirme que soy la peor amiga del mundo… por no tener ninguna intención de venir mañana y eso…
– Pero vas a venir… me lo has prometido. No me vas a dejar sola mientras este señor trabaja…
– Elsa…
– ¡Podremos contarlo a nuestros nietos…! Vamos, no es tan terrible… Es un acuerdo de paz, y no es como si nadie vaya a poner en duda lo muy en contra que estás de ese paripé, mademasuelle escéptica…
– Lo que tú digas. ¡Y después te dices mi amiga!
– Te quiero – Elsa la abraza, Alain niega con la cabeza y al final los tres se ríen.
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