Ashe contaba con que para cuando la tormenta les alcanzara en el paso, ya habrían encontrado un sitio donde acampar y refugiarse. No tuvieron tanta suerte.

Pero no es como si también tuvieran otra opción. Tanto ella, como los adustos pero viejos guerreros, y las sabias ancianas líderes de las tribus hogareñas que se le habían unido, sabían que esperar un día más para cruzar el paso podría ser catastrófico. Habían conseguido repeler a aquella partida de guerra de los Sables de la Escarcha que los perseguían a duras penas, y a un gran coste para sus guerreros. Y aunque aún cargaban con alimentos y pieles suficientes para todos, aquel grupo de supervivientes que se les unió, provenientes de la misma aldea que los Sables habían atacado, desde luego no ayudó a hacer que la distribución fuera más fácil, o que los suministros les duraran más.

Pero la verdad es que este era un problema que venían arrastrando de lejos. Tenían muchas bocas que alimentar, demasiada gente a la que proteger, y no suficientes guerreros y cazadores para hacerlo. Mucho menos, Hijos del Hielo. Y aunque contara aún con una fiel cohorte de guerreras, y una numerosa horda de veteranos de mil escaramuzas, apenas representaban a una décima parte de su recién fundada alianza tribal. Simplemente eran muy pocos.

Ashe y los ancianos estuvieron de acuerdo en que al menos, si los Sables de Escarcha seguían persiguiéndolos, en las estrecheces del paso sería más fácil organizar una defensa, y evitar que sus números les superaran. Así, no importaría lo pocos que fueran, porque los propios sables solo podrían enviar a unos pocos a luchar al frente igualmente.

Pero, ¿entonces qué? Podían contar con retrasarlos, pero nada más. Si eso, darle más tiempo para escapar a los hogareños y los no combatientes. Aunque eso significara sacrificar más vidas de sus guerreros.

-Matriarca.

Ashe salió de sus pensamientos al oír la voz y sentir la única mano en su hombro de Gjura Mano en Hacha, líder de los Ebrataal, la primera tribu que tomó bajo su manto. Él era si no el símbolo viviente de su triste predicamento. Un veterano curtido en batalla... pero cuyo brazo perdido junto aquel hacha le hacía incapaz de luchar.

-¿Sí, Gjura?

-Los elkyr y los druvasks andan agitados. Ya he visto esto antes. Temo que se huelan una emboscada.

La Hija del Hielo suspiró agotada. Eso era justo lo último que necesitaban. Sobre todo en un paso tan estrecho. Si una tribu o banda de saqueadores de las montañas, expertos en estos terrenos, les aguardaban más adelante, sus ya depletas filas de guerreros sufrirían más bajas de las que podían permitirse. Tampoco podían volver atrás, por si los Sables de la Escarcha aún seguían tras su pista. Pero si no luchaban...

Ashe miró a atrás. A la casi interminable fila de bestias de carga y carruajes, llenas de niños hambrientos y ancianos congelados, junto al puñado jóvenes guerreras y muchachos armados que velaban por su bienestar al límite de sus fuerzas. Algunos más jóvenes que ella misma. Otros un poco mayores. Aquellos que ahora eran sus guerreros. Que morirían sin dudarlo si ella así se lo pidiera. Muertes que serían su responsabilidad.

Se echó la mano a la espalda, y apenas rozó con los dedos la curvatura de su arco de hielo puro. Haciéndola sentir calambrazos a los que se había acostumbrado, mientras el poder volvía a fluir por sus venas.

-Dile a los demás jefes que detengan la caravana, y que desplieguen a sus guerreros para protegerla.-dijo cogiendo finalmente su arco por la empuñadura, apretando los puños ante aquella sensación que recorría sus venas.-Y que manden junto a mi a sus mejores exploradores.


Póra Lanza Sangrienta observaba a la distante caravana moviéndose por el paso desde su ventajosa posición sobre las rocas. Aparte de ella misma, la acompañaban otras dos Hijas del Hielo, junto al resto de sus guerreros hogareños ocultos y repartidos por la pendiente.

Incluso con la ventisca, como Hija del Hielo podía distignuir al pequeño grupo que se había separado de la caravana después de que esta se detuviera, avanzando por el paso en su dirección. Debían de olerse su presencia. Y por aquel brillo azul intermitente, estaba claro que al menos uno de ellos era un Hijo del Hielo. Bien. Así sería más excitante.

-Manteneos escondidos en las rocas, y no ataquéis hasta que yo dé la señal.-habló con una sonrisa salvaje en el rostro, oculta bajo aquel pesado casco cornudo.-Yo voy a bajar a ver que quieren.

-¿De verdad vas a negociar con ellos?-le preguntó una de sus Hijas del Hielo.

-No. Vamos a matar a todos los que no valgan nada, y a tomar todo y a todos aquellos que valgan algo para vendérselo a los noxianos, como siempre. Pero me han picado la curiosidad. Son demasiados para ser simples comerciantes, o incluso nómadas. Normalmente van en grupos más pequeños. No. Esto es o un ejército, o refugiados. Si es lo primero, podríamos tener problemas. Si es lo segundo, bueno.-soltó una carcajada.-¡Más carne fresca para nosotros!

Los Acantilado Helado liberaron un rugido. Medio celebración, medio carcajada. Pero sus risas duraron poco, antes de que sintieran el paso apurado de alguien corriendo por la nieve. Tras unos momentos, y mientras Póra bajaba la pendiente, vieron llegar al pie de esta y casi sin aliento a un joven muchacho que solían usar de mensajero.

-¡Matriarca! ¡Matriarca!

-¿Qué pasa, chico? Por las Tres Hermanas, contén el aliento, que ya no eres un sureño blandengue.

-Matriarca. Lo... lo siento. Pero tenía que avisaros. Han... han masacrado a los centinelas de la grieta del este.

Aquello definitivamente llamó su atención. Póra conocía los pasos de aquella sección de las montañas como la palma de su mano. Por lo que sabía que aquel grupo viniendo del norte no podían ser los responsables, dado que no había forma de acceder a la grieta del este desde allí. Los únicos accesos a dicha grieta venían desde la dirección que la nombraba, llegando tan lejos como hasta Dulcehogar. Y era imposible que los del norte se hubieran acercado tanto como para emboscarles sin que ellos les vieran. Así que debía ser otro grupo.

La cosa es que aún así, no era fácil pillar a los suyos por sorpresa.

-¿Has visto lo que ha pasado, muchacho?

-S-sí. Lo siento, pero salí corriendo en cuanto...

-¿Cuántos eran? ¿15? ¿20?

-...

-Venga, muchacho, habla. ¿Es que acaso eran más? ¿50?

-No.

-¡Entonces dime cuantos eran!

La respuesta le salió en un susurro nervioso, que solo ella llegó a escuchar, haciéndole alzar una ceja con incredulidad.

-... ¿Uno?


Ashe mantenía la vista fija en las laderas rocosas que los rodeaban. No había mucha vegetación tras la que esconderse, pero posibles emboscadores no iban a necesitarla con la ventisca. Incluso a ella, como Hija del Hielo, le estaba costando ver más allá de sus alrededores.

En ese sentido, sus acompañantes tampoco se manejaban mejor. Por mucha experiencia que tuvieran cazando en sus antiguas tribus y pueblos, todos tenían sus límites. A su derecha caminaba una muchacha pelirroja con su pelo recogido en una larga trenza, un carcaj repleto de flechas a la espalda, y un arco con otra preparada en las manos. Ella era Hella Parte Avispas. Tan certera con su arco, y con unos ojos tan privilegiados, que se decía que era capaz de partir en dos una avispa desde la distancia. O al menos, así es como le contaron que se había ganado su nombre. La parte en la que en realidad apuntaba a un alce que se hallaba detrás, tienden a ignorarla. Pero aunque fuera por casualidad, eso no la hacía peor arquera. Ashe lo había presenciado de primera mano.

Ella era una de las tantas guerreras hogareñas que se habían unido a su causa después de ver a sus clanes al borde de la destrucción de manos de otras tribus. La mayoría de quienes seguían a Ashe eran así. Guerreros leales y honestos, que habían prometido seguirla por el bien de sus gentes. Aunque agradecía su devoción, dicha carga también se sentía pesada por la responsabilidad, y por la duda de si era realmente digna de ella.

-Matriarca.

A su izquierda, un muchacho de su edad cargaba con dos espadas cortas curvas de acero perfectamente labradas, y le hablaba con confianza y una sonrisa.

-No se preocupe. Aunque lograsen sorprendernos, ningún enemigo escapará del filo de mis armas.

Ashe se limitó a asentir en reconocimiento, y siguió hacia delante. De pelo negro algo largo y ojos azules, Enok Daga Sonriente a veces la incomodaba. No porque le cayera mal. Si no por la posición en la que habían sido colocados ambos.

Desde que había cruzado por primera vez las montañas que separaban el mar helado de los fértiles valles del sur, buscando refugio para los hogareños que la seguían, el cargar con el arco de Avarosa y las narraciones a menudo exageradas de sus esfuerzos, le habían ganado muchas simpatías en el sur. Simpatías que había usado para aliarse con muchas tribus sureñas asentadas, antes de marchar de nuevo al norte en busca de más tribus hogareñas nómadas sin refugio ni protección alguna. Siendo una de esas tribus sureñas los Derviches del Hielo. De cuya matriarca, Enok era su primogénito.

Aunque fuera uno de los pocos Hijos del Hielo con los que su grupo contaba ahora mismo, aún no se había ganado el derecho a portar un arma de hielo puro. Derecho que su madre le había prometido que se ganaría, si acompañaba a Ashe junto a otros hijos de líderes tribales a su misión al norte, y volvían con éxito. Lo cual suponía un problema, porque eso lo prepararía finalmente para el propósito que su madre le tenía en mente con el fin de cerrar más firmemente su alianza con los avarosanos: convertirlo en el primer sangrejurada de Ashe.

Plan con el que él mismo parecía mostrarse muy entusiasmado.

La arquera de hielo suspiró ante ese pensamiento. Ekon no era ni sería su primer ni único pretendiente. Todas las tribus y clanes con los que se había aliado buscaban algo parecido, con el fin de cerrar su alianza más firmemente. Pero Ashe también sabía que no podía aceptar a todos, y que elegir a uno sobre otro podría crear tiranteces con otras tribus no escogidas para ese honor.

Pero más allá de todo eso, lo que le preocupaba a Ashe era que aquel era un juramento permanente demasiado serio para tomárselo a la ligera. Ella misma había visto cuanto habían sacrificado los sangrejurada de su madre por ella. Por ambas. Y al igual que antes, no estaba segura de si se merecía exigirle a nadie ese nivel de sacrificio.

De repente, su vista se centró al frente al notar una figura acercándose en la ventisca, acompañada de un brillo azul. Con un gesto, le indicó a Hella y Ekon que se detuvieran, junto a los otros 10 exploradores que los seguían, mientras ella formaba otra flecha de hielo en el arco de Avarosa. Rápidamente, Hella se colocó tras ella manteniendo su arco tenso y listo, y Ekon se colocó al frente, como pretendiendo escudarla de cualquiera que viniera. Cosa que preferiría que no hiciera.

Mientras la figura al frente continuaba acercándose, otras más comenzaron a revelarse en los riscos a su alrededor. Porque no les habían atacado todavía era un misterio. Uno del que parecía estaban a punto de conocer respuesta.

Al frente, una mujer rostro arrugado cubierta de pieles salió al fin de la ventisca. Portaba un casco metálico con dos cuernos, y cargaba su lanza con la punta de hielo puro apuntada hacia el suelo. Ashe pensó entonces que quizás simplemente quisieran exigirles un pago sustancial por dejarles pasar, en vez de atacarles. Quizás su caravana fueran demasiados para ellos. Pero por la expresión enfadada de su rostro, no pensaba que fuera eso.

-¿Cómo lo habéis hecho?

Ashe parpadeó varias veces, confundida por su pregunta, pero alerta.

-¿Cómo hemos hecho qué?

-¡No te hagas la inocente conmigo, niña!-extendió su lanza, apuntándoles con ella, mientras la misma nieve parecía arremolinarse a su alrededor.-¡Hablo del bárbaro!

-Tengo un tiro limpio.-pudo escuchar a Hella, susurrándole por detrás.-Puedo...

-No. No funcionará. Con los Hijos del Hielo, nunca es tan fácil.-le dijo Ashe, antes de dirigirse a la desconocida y hablarle con calma, tratando de calmar la situación.-No hemos enviado a nadie a atacar a tu gente. Nos-

-¡Y tú como osas acusar a nuestra reina de usar tácticas tan viles!

-¡Ekon, no!

Ya era tarde. Aquel impetuoso muchacho ya se había lanzado contra la portadora de la lanza, dispuesto a partirla por la mitad con sus espadas. Movimiento contra el que Lanza Sangrienta no se molestó ni en contraatacar, limitándose a hacerlo a un lado con un golpe de su lanza al costado, mandando rodar por la nieve al derviche tras un aullido de dolor.

Esto era malo. Tan pronto como la que suponía era su líder se vio atacada, sus guerreros comenzaron a saltar de los riscos sobre ellos. En parte esto era culpa suya. No tendría que haber traído a Ekon conociendo como de impetuoso que podía ser. Pero tampoco esperaba que se diera la oportunidad de salir de allí sin luchar. Bueno. Una lección para la próxima vez. Ahora, debía mantener a toda su partida a salvo.

-¡Cerrad los ojos!

Tan pronto como sus rivales empezaron a aterrizar en la nieve a su alrededor, los exploradores de Ashe hicieron caso a sus órdenes y se cubrieron el rostro. De inmediato, la arquera apuntó al cielo, y una flecha que parecía convertirse en un fénix de hielo se desplegó sobre ellos. Antes de estallar en un haz de luz cegadora, que además por unos instantes, había librado a la zona de la protección que antes la ventisca ofrecía a sus enemigos.

-¡Ahora!

De inmediato, los cegados bandidos de las montañas se vieron asaltados por flechas certeramente disparadas, hachas lanzadas hacia sus cráneos, y lanzas y espadas hundiéndose en sus pieles, y en los pliegues de sus corazas. Aunque antes les superaban en número, los avarosanos pudieron ver que no eran tantos como imaginaban, y rápidamente les pusieron contra las cuerdas. Los números de sus enemigos caían rápidamente, y la situación no cambiaría mucho una vez recuperaran la visión.

Con la Lanza Sangrienta, no tuvieron tanta suerte. De un salto, Póra se elevó en el aire, y a punto estuvo de empalar a Ashe con la magia de su arma mientras caía, si no fuera porque la arquera rodó a un lado.

-¡¿Cómo lo has hecho, muchacha?! ¿Cómo hiciste que rodeara el paso sin que lo viéramos?

-¡No sé de que me hablas!-le gritó Ashe, antes de dispararle una flecha que si bien la hizo retroceder, consiguió desviar con la lanza.

-¡Del ursine! ¡O de lo que fuera ese bárbaro que hizo pedazos a 20 de mis hombres y guerreras! Caminaba como un hombre, pero estaba claro que no era uno.

Una de las flechas de Hella la distrajo lo suficiente como para que Ashe volviera a apuntarla. Pero se vio interrumpida cuando de nuevo Ekon cargó contra ella.

-¡No es de él de quien tienes que preocuparte ahora, asaltadora!

Lanza Sangrienta detuvo de inmediato el doble tajo descendente de su atacante con el mango de su arma, solo para patearle el estómago y volver a mandarlo lejos. Justo lo que Ashe necesitaba para volver a disparar.

Antes de que Póra terminara de darse la vuelta, una ráfaga de flechas de hielo se lanzó a por ella. Y aunque logró bloquear una gran parte de ellas haciendo girar su lanza, otras pasaron, clavándose una entre sus costillas, y dos más rasgando sus brazos y piernas.

Pero eran heridas superficiales. No eran suficientes como para retirarla de la batalla.

-¡Sea quien fuese, ya está muerto! He enviado a mis Hijas del Hielo tras él. ¡Así que no esperes que os saque de esta!

Fuera quien fuese ese otro atacante, no necesitó hacerlo. Porque llegados a ese punto, los emboscadores que quedaban habían empezado a retirarse. Lanza Sangrienta miró a los lados confusa, pero antes de quedarse sola enfrentando a otra Hija del Hielo acompañada de refuerzos, prefirió soltar un gruñido de rabia, y retirarse por la dirección que había venido, aprovechando que la ventisca había vuelto a depositarse sobre el campo, y les cubriría.

Ashe suspiró cansada, pero se mantuvo alerta. Miró atrás, y comprobó con calma que no habían sufrido bajas. Bien.

Mientras su gente recuperaba sus flechas y las armas de los enemigos, ella caminó hasta Ekon, que se levantaba adolorido de la nieve.

-Eih. Con calma.-le dijo poniéndole una mano en el hombro, mientras se agachaba para comprobar su estado.

Afortunadamente, parecía que solo su orgullo debió quedar malherido. Aparte de por los leves moratones.

-Matriarca, yo...-miró a los alrededores, confuso.-¿Lo hemos conseguido? ¿He ahuyentado a la villana?

No. Parecía que ni eso había quedado herido. Ashe tardó un rato en meditar la respuesta más adecuada.

-... Sí, Ekon. Has sido muy valiente. No parecía que supiera como conseguir responder a tus constantes embistes fallidos. Lo has conseguido.

-¡Sí! ¡Lo sabía!-se puso rápidamente en pie, como si no le doliera nada, y sin entender su sarcasmo.-Pero ha si gracias a ti sobretodo, matriarca. Si tú no la hubieras distraído lo suficiente...

Ashe rodó los ojos, ocultos bajo su capucha. Hasta que notó las manos de Ekon agarrándola por los brazos.

-Ashe. Sin ti, hay tantas cosas que jamás hubiera conseguido.-dijo acercándose a ella mientras cerraba los ojos, como si tratara de besarla.

La arquera de hielo apoyó las manos sobre su pecho, tratando de apartarlo. Pero incluso así, no cejó en su empeño.

-Ekon, no es...

Un aullido de terror y dolor desgarradores llenó el paso, logrando helar hasta las venas de Ashe. Casi de inmediato, todos los presentes echaron mano a sus armas. Pero no pasó nada. Al menos, no hasta que vieron a sus anteriores atacantes corriendo hacía ellos. Pero desarmados. Y pasándolos de largo como si no estuvieran allí. Casi como...

-¡Huid! ¡Huid!

-¡Los ha matado! ¡Los ha matado a todos!

-¡Yo le di! ¡Le vi sangrar! ¡¿Cómo puede seguir en pie?!

-¡Es inmortal! ¡Un espíritu sanguinario!

Tal como estos pasaban de largo a los confundidos exploradores, antes de que decidieran que hacer respeto a sus adversarios a la huida, la ventisca pareció recrudecerse. Y más gritos de dolor comenzaron a llenar sus oídos. Acompañados, más tarde, de gruñidos animales, y ruidos que a Ashe y a sus seguidores le recordaban a la sangre y el hueso desgarrándose.

Poco a poco, esos sonidos comenzaron a hacerse más cercanos. Fuera lo que fuera aquello, venía en su dirección. Y ahora que la tormenta se había intensificado, a Ashe y sus exploradores les era difícil encontrarse. Pronto, la dura ventisca de nieve ya solo la dejaba ver aquello directamente alrededor suya.

La arquera de hielo comenzó a caminar pendiente abajo, para asegurarse de que fuera lo que fuera aquello, ella fuera la primera que se encontrara, y la primera en plantarle cara. La nieve lo oscurecía todo tanto, que no notó la piedra frente a ella hasta que su pie chocó con ella. Luego, se dio cuenta de que aquello no era una piedra.

Un casco metálico abollado se encontraba a sus pies, con el interior todavía ensangrentado, y un ligero reguero rojo oscuro alejándose de él. Ashe fue siguiendo el reguero, con la ventisca amainando a su alrededor. No tardó en notar más adelante un resplandor azul. Uno fácil de reconocer. Entre la aún presente ventisca, logró discernir la forma de un hacha de mano. Al acercarse más, vio que sus filos estaban hechos de hielo puro, con una mano todavía sujetándola por el mango. Pero la cuestión es que ya no había nadie adherido a ese brazo.

Un terrible grito de dolor se propagó por el paso como un eco. Ashe de inmediato cogió su arco y formó una flecha. Mientras los aullidos del viento amainaban, y los alrededores se despejaban, le eran más presentes los ruidos de otra batalla teniendo lugar, y las consecuencias de esta. Más cuerpos empezaron a surgir ante su vista, a escasos metros de ella, y medio enterrados en la nieve. Todos como si hubieran sido desgarrados, y más que por las garras de un animal, le parecía que por un filo hosco y brutal, debido a su profundidad.

De inmediato necesitó apartar la vista para resistir el impulso de vomitar. Había presenciado la muerte antes, pero pocas veces de esta forma. Nunca había visto nada igual. Al menos no había reconocido a ninguno de sus exploradores entre ellos. Por ahora.

Pero los sonidos de la batalla seguían acercándose a ella. Ahora podía hasta distinguir sus formas entre la niebla. Pero la frecuencia del chocar del metal contra el metal y la carne, y los gritos de rabia y dolor, se fueron haciendo más escasos. Parecía que la pelea estaba acabando. Pero había un rugido más acompañando a todo eso. Un rugido que no estaba segura de si era humano... o algo distinto.

Fue subiendo un pequeño montículo de nieve para ver mejor, mientras el camino frente a ella descendía en una corta cuesta. La ventisca ya prácticamente había desaparecido, y los sonidos de la batalla acababan de llegar a un abrupto y repentino final. El paso se había llenado de un silencio casi total que no ayudaba a calmar sus inquietudes. Y cuando dejó de apretarse la capucha para protegerse los ojos del viento, y volvió a levantar la vista... al fin lo vio.

El aliento que iba a tomar se quedó congelado en sus labios. Sus músculos se tensaron tanto que le dolían, y sus ojos azules se quedaron fijos como dos piedras en la figura irguiéndose un poco más abajo de la cuesta.

Frente a ella, se extendía otro campo de cadáveres, aún más macabro que el anterior. Y en el centro de este, una única figura en pie. Dicha figura dejó caer el cuerpo del último salteador tras aplastar su cráneo con una mano, mientras respiraba con dificultad. Aquella flecha clavada en su pecho tendría algo que ver.

Hilos de sangre corrían por los pliegues de la escasa armadura que llevaba. Su casco cornudo oscurecía sus facciones, mientras su largo pelo y su torso desnudo estaban completamente bañados en sangre. Pero a Ashe le parecía que probablemente, la mayoría no era suya. Aunque no entendía como podía seguir en pie con tantas heridas abiertas. Y menos aún con vida.

El bárbaro entonces se giró hacia ella, y la miró. Paradojicamente, aquellos ojos turquesa brillaban con una furia roja. Una furia que si bien hizo sentir temor a la arquera, también le inspiró tristeza. Y sin parpadear siquiera, también le vio arrancarse la flecha del pecho con la mano izquierda con un único gruñido de dolor.

Ashe se mantuvo tensa en lo alto del montículo, sin tener claro que decir, o esperar. Así que aguardó a que él recuperara el aliento y hablara primero, pero sin llegar a bajar la guardia. El bárbaro no parecía quitarle el ojo a su arma.

-Tu arco.-dijo con voz grave, pero agradable.-Es solo hielo puro.

-Sí. Lo es.

Ashe sabía que aquello no era una pregunta, pero no quería quedarse callada más tiempo tampoco.

-Tal como decían las historias.-esta vez la miró a los ojos, y si bien su rabia no había desaparecido, ahora dejaban entrever su humanidad.-¿Eres tú la supuesta reencarnación de Avarosa?

-No lo sé. Solo sé que eso suelen decir muchos de mi.

-Bien. Llevo mucho tiempo buscándote.

-¿Para qué?

Cuando el bárbaro se giró para mirarla de frente, Ashe vio que con su mano derecha arrastraba una espada con forma de colmillo, con trozos de carne sanguinolenta aún adheridos. Ella de inmediato tensó su arco y le apuntó.

Se temía esto. Muchos otros habían venido a reclamar su vida en los últimos meses, y habían fracasado. Muchos por muy poco. Y tras lo que había presenciado aquel día, la arquera creía que este bien podría ser el último, porque tendría éxito. No era extraña al miedo. Pero sí a la sensación de que frente a ella, había algo que no podía ser detenido.

El bárbaro pareció sorprenderse. Le vio apretar los dientes mientras le oía emitir un gruñido bajo, parecido a un ronroneo grave. Pero dejó de hacerlo cuando ambos escucharon una voz que se acercaba a él por detrás.

-¿Tryndamere?

Una mujer anciana salió de entre la niebla titiritando, cubierta en pieles viejas. Justo en ese momento, Ashe notó que se acercaban también sus exploradores junto a Hella y Enok. Pero no les prestó atención. Siguió fijándose en aquel grupo de refugiados mal armados y mal vestidos, que se acercaban al bárbaro como si le conocieran.

-Edda. Os dije que no salierais de la gruta hasta que fuera a buscaros.

-¡Estábamos preocupados por ti!-interrumpió un niño de pelo marrón claro que iba tras la anciana, y cuyos ojos azules se abrieron como platos al ver a Ashe.-Es... ¿es ella? ¿De verdad has encontrado a Avarosa?

El bárbaro volvió a mirarla. La furia que antes poseía sus ojos había desaparecido por completo. Pero ahora la tristeza los ahogaba.

-Eso parece.

Esa fue la única respuesta que dio el tal Tryndamere. Las pocas decenas de personas que parecían seguirle no mostraban miedo ni asco ante la carnicería espuesta. Cosa que pudo llegar a entender. Viendo su estado, debieron haber vivido cosas peores. Y el guerrero que lideraba a lo que quedaba de su tribu bárbara era su protector. No tenían motivos para temerle. Lo que no entendía es porque en cambio, se mostraban tan reticentes a acercarse a ella.

-¿Matriarca?-le preguntó Hella, colocándose junto a ella.-¿Quiénes son?

-Más refugiados.-respondió llanamente.

-Ugh. ¿Qué ha pasado aquí?-preguntó Enok, resistiendo las arcadas ante la visión de la carnicería.-¿Quién... Qué ha hecho esto?

Ashe no le respondió. Siguió fijándose en el bárbaro, que no había aflojado su agarre sobre el mango de su espada en ningún momento. Y que por algún motivo, sus heridas no parecían tan graves como antes.