Finalmente habían salido del paso. Más al sur, montaña abajo, podían ver el principio del gigantesco valle blanco y verde que era el sur de Freljord, perdiéndose más allá del horizonte. El grupo de Ashe decidió acampar allí, pues desde esa altura tenían un buen dominio de los alrededores, y podrían huir por o proteger el paso tras ellos con pocos guerreros. Ahora, podían permitirse bajar la guardia para tratar otros asuntos. Como que hacer con el grupo de refugiados bárbaros del este que se les había unido tras la emboscada.

Ashe se acercó sola a su campamento. Se habían asentado algo alejados del resto. No parecían confiar en gente de otras tribus, y no podía decirse que eso fuera un comportamiento raro en Freljord. A saber por lo que habrían pasado.

A la entrada de dicho campamento, había un árbol seco y muerto, que no paraba de sacudirse. Junto a este, podía ver una espada con forma de colmillo clavada en la nieve. Con un casco apoyado sobre el mango, y piezas de armadura de brazo y hombro apoyadas junto a esta. Y sacudiendo el árbol a base de puñetazos, estaba el bárbaro llamado Tryndamere. Suponía que entrenando.

Pero sin el casco ni la sangre ocultando su forma, le veía de una forma muy distinta. Sus heridas habían sanado más rápido de lo que imaginaba. Y las cicatrices que tenía, parecían más viejas que de sanar tan solo un día. Pero lo que más le sorprendió fue su aspecto.

Con su musculatura, y la pericia que demostró en la lucha, le creía mucho más viejo. Pero no. Era casi tan joven como ella, quizás solo un par de años mayor. Y muy apuesto. Su melena antes maltratada por el frío y la sangre seca, ahora se veía pulcra y limpia. Su barba incipiente, estaba bien recortada y definida. Y pese a su expresión severa, lo marcado de sus facciones lo hacían bastante atractivo. Pero había algo que no cambiaba. La ira y la tristeza en sus ojos.

Cuando notó que la arquera ahora se encontraba a su lado, Tryndamere dejó de golpear el árbol. Que pareciera andar siempre semisdesnudo era algo que le chocaba, pero tenía entendido que era bastante común entre muchos bárbaros de las estepas del este. Más impactante le pareció que ni siquiera se hubiera vendado las manos antes de empezar a golpear la corteza. Tenía los nudillos manchados de sangre, pero no parecía importarle.

-¿Queréis algo, Avarosa?-le preguntó Tryndamere, con su voz antes ronca, sonando más profunda y agradable.

-No creo ser tal, pero llámame así si quieres.-dijo con una media sonrisa que no le salió nada natural, así que la dejó.-Quería darte las gracias por lo de antes. Dudo que hubiéramos podido salir de aquel paso sin...

-No lo hice por vosotros.-dijo dándole la espalda, mientras se ponía a rebuscar algo en su bolsa.

-Eso ya lo sé. Ninguno sabíamos que el otro estuviera allí. Pero igualmente, gracias. Sin tu presencia no...

Perdió el hilo de sus palabras cuando la pasó de largo, dirigiéndose hacia el campamento mayor mientras comía una manzana.

-Eh, ¿adónde vas?

-A buscar una pelea mejor de la que puede ofrecer un tronco viejo y podrido.

-¿Pero y tu gente? Tenemos que hacer algo respecto a ellos.

-Yo ya he hecho lo que debía por mi clan. O al menos, por lo que queda de él.-la miró por encima del hombro.-Ahora depende de ti.

No lo entendía. Pero decidió no seguirle. Sabía que sería una pérdida de tiempo insistir. En su lugar, se dirigió de nuevo hacia el campamento bárbaro, y vio a la anciana de antes, Edda, junto a la entrada de la carpa de mayor tamaño. Como si estuviera esperándola.

Cuando vio a la arquera acercarse, la anciana volvió a entrar en la tienda, y Ashe la siguió. Al asomarse, vio algunos utensilios escasos apilados en una esquina, con varias pieles conformando el suelo, y una pequeña fogata aislada por un círculo de piedras en el centro.

-Puedes pasar si quieres, matriarca. No te quedes en la entrada. Eres bienvenida a entrar.

-Gracias, Edda.-le agradeció con un gesto de cabeza, antes de quitarse la capucha y sentarse frente a ella, al otro lado del fuego.-Ese es tu nombre, ¿no? Al menos así es como se refirió a ti el patriarca de vuestro clan.

-¿Patriarca? Sí. Supongo que eso es lo que él es ahora.-miró al fuego, antes de suspirar con tristeza.

-No lo entiendo. Creía que en la tradición de las estepas del este, eran los hombres quienes ocupan ese rol.

-Y no te equivocas. Es solo que las circunstancias que pusieron a Tryndamere en ese lugar fueron... abruptas e inesperadas. Incluso para él.

Podía entender a lo que se refería. Él era demasiado joven para estar liderando a su tribu tan pronto. Al igual que ella. Suponía que las desgracias que lo llevaron a él a esa posición, no podían ser muy distintas a las suyas.

-¿Qué ocurrió exactamente?

-No creo que sea apropiado contarlo.

Ashe pudo ver, a través de la entrada entreabierta de la tienda, a miembros del clan de Tryndamere observando desde lejos.

-Vuestra gente parece temerme. Pero no tenéis porque hacerlo. Si habeís venido hasta aquí, es porque habeís oído hablar de nosotros. De la elegida de Avarosa. No tenéis nada que temer.-dijo tratando de ganarse su confianza, pues aunque no le gustara hacer uso de ese mito, debía admitir que resultaba práctico.

-Con todo el debido respeto, matriarca.-Edda la miró a los ojos.-Si hemos llegado a esta situación, es precisamente por arrodillarnos ante supuestos dioses.


Teniendo en cuenta lo que le dijo Tryndamere, el primer lugar en el que Ashe pensó en buscarlo, fue en la zona del campamento que los guerreros habían vallado para usar para las peleas. Tanto por entrenar, como por entretenerse. Y supo que no estaba equivocada, en el momento que una parte de esa valla dejó de existir.

Una muchacha pelirroja y corpulenta se retorcía a los pies de Ashe, después de que Tryndamere le hubiera hecho atravesar el cerco al lanzarla, llevándoselo por delante. Fijándose en los espectadores y combatientes de en rededor, estaba claro que ella no había sido la única en sufrir un destino similar. Ashe se agachó junto a la guerrera.

-¿Estás bien?

-¡Agh! ¡Sí! No necesito que nadie me- ¿Ah? ¡Matriarca!

La guerrera se enderezó nada más ver quien era, pero estaba claro que le costaba mantenerse en pie.

-¡Discúlpeme! No me he dado cuenta de que...

-Tranquilízate. Ahora me preocupas más tú.

-Gracias, matriarca. Pero es solo-¡Agh!-se retorció al llevarse una mano al hombro.

Parecía que tenía la clavícula rota. Esto era malo. Los moratones y narices rotas eran una cosa, pero los huesos rotos, otra. Alguien con una pierna o una brazo lesionados, podía volverse una carga. Y más cargas no podían permitirse.

Miró a Tryndamere, en el interior del cerco, y vio como derribaba a un muchacho prácticamente usando como arma a otro. Para una pelea supuestamente amistosa y deportiva, se pasaba de la raya. Tendría que hablar con él. De todas formas, a eso venía.

-Ve a la carpa de las sanadoras, a que te atiendan.-le indicó a la pelirroja.

-Ya le he dicho que no...

-No es una petición. Es una orden.

Sus alrededores parecieron enfriarse aún más, por mucho que no llevara el arco.

-... Sí, matriarca.-contestó agachando la cabeza.

Justo en ese momento, parecía que Tryndamere ya había asustado a sus competidores demasiado como para que nadie más decidiera unirse.

-¡Venga! ¿Nadie más se atreve?

-Me parece que ya has roto suficientes huesos por hoy.

Tryndamere se volvió hacia la voz de Ashe, que había entrado en el cerco por el hueco que había hecho él antes. Al verla sin la capucha y con su melena albina cayéndole sobre los hombros, el bárbaro pareció quedarse sin voz durante unos instantes. Simplemente observándola.

La verdad es que Ashe era hermosa, y más joven de lo que le había parecido en un principio. La primera vez que escuchó los rumores sobre el retorno de Avarosa, esperaba encontrarse con una de esas sacerdotisas ancianas de la Guardia de Hielo. En su lugar, se encontró con una muchacha que claramente conocía lo dura que era la supervivencia. De miembros fuertes, y mirada despierta y decidida.

-Fueron ellos los que decidieron retarme.-respondió finalmente.-Yo solo les he dado lo que me pidieron.

-Pero no son ellos ni tú los que van a tener que cargar con las consecuencias para el grupo.-dijo mirando a todos los reunidos a su alrededor, como si estuviera dándoles una reprimenda.-Necesito hablar contigo. Si es posible, con algo de discreción.

-Adelante.

Tryndamere dio un ágil salto por encima del cerco, y se acercó a un barril lleno de agua que estaba allí para que los combatientes se asearan. Ashe le siguió, mientras la multitud se dispersaba, y les iban dejando más o menos solos.

-Aunque está claro que tú eres mejor luchador que todos ellos. ¿Hay alguno que te diera problemas?

-No realmente.-dijo mientras se aclaraba el rostro.-Si esta es la mejor protección que puedes ofrecer, me temo que tienes un serio problema. Quizás ha sido un error traer a mi clan hasta aquí.

Así que de eso se trataba.

-No te lo discuto. De hecho, te doy la razón. Es algo que lleva preocupándome desde hace tiempo. Pero has de entender que la mayoría de las tribus que acuden a mi llamada, son hogareños sin hijos del hielo que los protejan, o grupos de refugiados que ya han perdido a la mayoría de sus hombres y mujeres en edad de combatir. Y los que quedan, son o bien demasiado viejos o bien demasiado jóvenes para ello. Por los primeros no se puede hacer mucho. Pero por los segundos...

Ashe prefirió dejar que el silencio hablara solo. Y Tryndamere, por primera vez, se giró para verla de frente, aunque cruzado de brazos.

-¿Qué esperas exactamente?

-He hablado con Edda. No quiso decirme que fue lo que os ocurrió, pero si me ha hablado de ti. De como probablemente seas el mejor duelista de todo Freljord, y como tu habilidad y tu poderío no han hecho si no aumentar desde entonces.

-Si lo que pretendes es que luche por ti todas tus batallas...

-No. Lo que pretendo es que les enseñes aunque sea una pizca de lo que sabes. No espero que los vuelvas tan hábiles como tú. Pero aunque tan solo la mitad de lo que Edda me ha dicho fuera cierto...

-Olvídalo. No es por eso por lo que vine aquí.

-Creía que habías venido para que tu cl-

-Mi clan ya está a salvo. Entre vosotros. Solo vine tan al oeste para asegurarme de que tuvieran una oportunidad de sobrevivir. Y ahora que la tienen, yo tengo cuentas que saldar en el este.-volvió a darle la espalda.

-... No estés tan seguro.

-... ¿Qué?

-Ya te lo he dicho. Tenemos recursos limitados, y demasiadas tribus que buscan formar parte de los avarosanos. Mis demás aliados al sur son más fuertes, y están mejor posicionados, pero...

-Al grano.

-No tenemos sitio para todos. Las tribus tienen que luchar constantemente por mantener su espacio, y aunque me desagrade, otras lo hacen simplemente por ganarse mi favor, y no dejar espacio para el resto. Me temo que en el momento en el que tengamos que volver a apretarnos la correa, y sin nadie que luche por ellos o nada que ofrecer, no habrá lugar para tu clan.

Mentía. Por mucho que apretaran las cosas, Ashe nunca expulsaría a toda una tribu de su alianza, a menos que le dieran muy buenas razones para ello. Jamás abandonaría a los indefensos sin más. Pero eso, él no tenía porque saberlo.

Tryndamere se acercó, quedándose a tan solo un paso frente a ella, y con pose y mirada amenazante.

-Haré lo que me pides. Pero más te vale mantener tu palabra con los míos. O si no...

-¿Te derrumbarás a mis pies después de que te congele el cráneo?

Tryndamere se echó hacia atrás, perplejo y confundido por su respuesta. Ashe temió haberlo picado con su chanza, provocando esa ira capaz de destrozar a bandas de guerreros e hijas del hielo por igual, y comenzó a echar en falta su arco. Cuando de repente, el bárbaro...

Echó a reír.

Era una risotada honesta. De las que se oyen y ven típicamente durante un banquete en una casa larga. ¿Cómo es que le hacen tanta gracia las amenazas? ¿Se habría vuelto loco de repente? Pero pese a ello, la suya era una risa profunda y agradable, y por un instante, pareció que la tristeza en sus ojos había desaparecido. Pero no tardó en volver. Aunque esa llama ardiente no lo hizo.

-¿Es qué acaso no me crees?

-No. Te creo. Creo que lo harías sin dudarlo, nada más hiciera el amago de mover mi hoja contra ti.-se frotó una lágrima que se le había escapado de la risa.-Pero eso me gusta. Me gusta tanta honestidad. Vale. Tenemos un trato.

Y sin más, se marchó y la dejó atrás.

¿Estaba loco? ¿Era idiota? Viendo lo que había ocurrido en el paso, lo primero era obvio. Aunque lo segundo, no tanto. Pero pese a todo...

-Pfff. Bárbaros.-murmuró para si, tras escaparsele una pequeña risilla.


Cuando Ashe volvió a su tienda en el campamento, se dejó caer sobre la silla cubierta en pieles que le servía de asiento. Sabía que alguien no tardaría en asomarse por la entrada de la tienda y necesitarla. Pero por ahora, disfrutaría los minutos de calma que tuviera.

-¿Matriarca?

O segundos.

Dio un largo suspiro antes de responder.

-Adelante.

Ashe se incorporó al ver a Milica, una de las ancianas matriarcas de las tribus hogareñas que se le habían unido, y que ahora se dedicaban a aconsejarla. La arquera no tenía intención de desperdiciar su vital experiencia dada por los años, pues sabía que aún tenía muchas cosas que aprender respecto al liderazgo.

-Lamento interrumpiros. Pero supuse que querríais oír esto. Los centinelas del paso han dado aviso.

-Temía oír algo así. ¿Los saqueadores han vuelto?

Milica negó con la cabeza.

-Son los Sables de Escarcha. Nos han seguido hasta aquí.

Eso no tenía sentido. ¿Porque recorrer más de 100 millas para perseguir a una panda de refugiados sin nada que ofrecer? No era solo una pérdida de tiempo, si no también de recursos.

-Entiendo. Bien. Ordenadles a Hella y Enok que preparen a sus grupos, y al de Gjura que refuercen las barricadas. Dudo que hayan enviado a muchos perseguidores, pero es mejor no correr riesgos.

-No lo entiende, matriarca. Según los centinelas, ocupaban hasta donde alcanzaba la vista. Son todos ellos. Toda la partida de guerra de su tribu.

Eso si que tenía incluso menos sentido. Y les ponía las cosas peor.

-Pero eso no es todo. Por lo visto, hay un grupo de sacerdotisas de la escarcha dirigiéndolos.


Podía verlos allí reunidos. Guerreros bien armados y pertrechados. Hombres y mujeres aún jóvenes, pero experimentados en conflictos con otras tribus. Formaban una línea de defensa fuerte y bien coordinada. Pero tras ella, al otro lado de la barricada sobre la que se encontraba, sus propias fuerzas ofrecían una imagen muy distinta. Ancianos y jóvenes, equipados en su mayor parte con lo que habían podido encontrar, y con apenas nociones de la lucha organizada. Bueno. Los más viejos las tenían. Pero la vitalidad necesaria para ello hace tiempo que les había abandonado.

Ashe suspiró con tristeza. Lo hizo porque ese ni siquiera era su mayor problema. Ni su inferioridad numérica de menos de 300 contra 500 lo era. Ni tampoco el hecho de que su principal línea de defensa, no fuera más que una barricada improvisada hecha de carromatos. No.

El problema seguían siendo las sacerdotisas de la escarcha.

Ashe solo había confrontado a uno antes. A un draklorn Y solo lo hizo después de que sus "padres"... su madre...

...

Ahogó ese pensamiento como pudo. Las tres sacerdotisas al frente de la columna no habían dado la señal de atacar, y se habían adelantado al resto. Por ahora parecía que solo querían hablar. Probablemente debería bajar ahí, y hacer lo mismo. Pero no se sentía segura dadas la circunstancias. Así que dio otro vistazo tras ella.

Ekon le hablaba al grupo de guerreros que le seguían por orden de su madre, como si les estuviera dando un discurso grandilocuente. Algunos fingían interés. Otros, ni se molestaban. Pero Ashe no olvidaba que pese a sus defectos, él seguía siendo uno de los guerreros más persistentes y hábiles bajo su mando. El simple hecho de sobrevivir al embate de otra Hija del Hielo, sin arma de hielo puro equivalente con la que enfrentarle, lo demostraba.

Hella era igualmente una arquera casi sin igual. Mucho más hábil a la hora de disciplinar a los suyos, pero menos capaz en el cuerpo a cuerpo. Aunque siendo arquera, tampoco se esperaba que estuviera en primera línea. Ella misma probablemente tampoco debería. Pero la diferencia radicaba en que Ashe era la matriarca, aunque no estuviera segura de que significaba eso.

Echó un último vistazo al contingente enemigo, antes de bajarse del carromato en el que estaba subida, y reunir a los suyos.

-Ekon. Hella. Venid aquí.

Un pequeño círculo se formó a su alrededor, con las figuras de más autoridad de su partida de guerra, y los guerreros más preparados. Todos ellos dispuestos a morir por ella. Muchos acabarían haciéndolo. Algo a lo que su corazón casi había comenzado a acostumbrarse. Casi.

-Os necesito conmigo ahí fuera, para cubrirme las espaldas. Los demás, estad atentos. Sean cuales sean sus motivos para estar aquí, parece que están dispuestos a negociar. Así que...

Perdió el hilo de sus palabras cuando notó a Tryndamere entre el gentío.

-... Así que por ahora, no quiero ver flechas perdidas ni nada por el estilo, a menos que yo dé la señal. ¿Queda claro?

-¡No se preocupe, matriarca!-habló Ekon con entusiasmo, llevándose el puño al pecho.-Si algo así ocurriera entre mis derviches, me aseguraría de que el responsable no volviera a repetirlo.

-Te agradezco el entusiasmo, Ekon.

-No se preocupe, matriarca. El caso no se dará entre los míos.

Ashe se limitó a asentir ante la respuesta de Hella. Lo hacía mientras pensaba en como deseaba que al menos uno de sus seguidores le hablara como una persona, y no como una figura a la que seguir y adorar. Lo haría todo más fácil.

-Vamos, pues. Id adelante. Yo os seguiré en un momento.

Mientras todos se movían hacia sus posiciones ordenadas, Ashe esperó a que Tryndamere se le acercara.

-¿Qué haces aquí?

-Querías que les enseñara a luchar a los tuyos, ¿no? Que les guiara en como hacerlo. Pues no creo que haya mejor momento para ello que un combate real.

-No me refería a eso. Es que hace solo unas horas, estabas tan... Bueno. Olvídalo. Encuentra hueco en los carromatos de la barricada, y prepárate a proteger nuestra retirada.

-En mal camino vamos si ya estás pensando en retirarte.-le dijo con una media sonrisa, cruzándose de brazos.

Ashe pensó que pese a la arrogancia de su expresión, era agradable verle sonreír.

-Tú haz lo que te digo.-golpeándole el pecho con el índice.-Y estate alerta ante la magia.


Tres pares de huellas se alejaban de la barricada, y se acercaban a las tres figuras solitarias cubiertas en capas de pieles negras y adornadas con restos animales.

-Esto no me gusta, matriarca.-replicó Hella, con el ceño fruncido, pero sin apartar la vista del frente.-Nada bueno puede salir de hacer tratos con siervos de la ciudadela.

-Imagino que hablas por experiencia personal.-comentó su nueva matriarca.

-... Sí. Le ofrecieron la protección de Lissandra a los míos. Pero cuando aquella... marea negra llegó, que parecía pudrir la misma tierra, fueron los primeros en huir.

Ashe había tenido curiosidad respecto a esos rumores desde hace mucho. Pero tampoco es como si pudiera hacer mucho por averiguar más.

-¡Ja! Afortunadamente, ahora seguimos a una diosa más fiable que esa, ¿verdad?-Ekon les guiñó el ojo.

La arquera le sonrió. Más por obligación, que agradecimiento. Tenía que mantener las apariencias, pues sabía lo débil que podía llegar a ser la moral.

Primero examinó a las sacerdotisas con la mirada. Ninguna lleva la armadura ni los distintivos de un draklorn. Bien. Era un buen comienzo. Eso significaba que eran algo que podían enfrentar.

La mujer al frente era anciana, mientras que las otras dos sacerdotisas que la seguían eran más jóvenes, pero bien entradas en la adultez. Cuando ambos grupos se pararon el uno frente al otro, dejando solo unos pocos metros de distancia entre ellos, dicha anciana fue la primera en hablar,

-Así que era cierto.-fijó su vista en su arco.-Tú eres la hereje clamando ser la reencarnación de Avarosa.

Ashe no contestó a esa afirmación. No era la primera vez ni sería la última que un sacerdote de la escarcha la acusase de tal cosa. Era casi como si tuvieran miedo de ella. Pero empezaba a entender el porque.

-No sé si llamarte valiente o estúpida, niña. Te has tomado muchos riesgos volviendo tan al norte, solo para proteger a unos cuantos hogareños sin hogar.

-Ahora son avarosanos. Y necesitábamos la mano de obra.

En realidad, era una cuestión más política. Ella se había granjeado la fama protegiendo a aquellos que no serían aceptados en otros lugares. Y este tipo de hazañas, eran las típicas que podían llamar la atención de otras tribus en busca de aliados fuertes. La compasión podía ser un gran reclamo.

-Eso he oído. Pero ambas sabemos que solo los estás llevando a la perdición.-la apuntó con un dedo de su huesuda mano.-Tus acciones no hacen más que llamar la ira de las hermanas. Si realmente quieres proteger a esta gente, solo hay una cosa lógica que puedes hacer.

-¿Y cúal sería esa?

-Entregarte a nosotras.


-Esto es una pérdida de tiempo.-murmuró Tryndamere.

-Eso no es tu responsabilidad juzgarlo.-le replicó Gjura, de pie junto a él sobre la fila de carromatos.-Es lo que la matriarca ha ordenado.

-Nadie trae un ejército hasta tan lejos para pararse a negociar. No.-chasqueó la lengua.-Sé cuando un asunto se va a resolver con sangre, y está claro que esto no se va a resolver con palabras.

-Eso es algo que ya sabemos todos.-le replicó el manco, molesto.-La matriarca más que nadie.

Tryndamere miró al anciano, confundido.

-Pero entonces, ¿por qué...?

-Sé que en el este resolvéis la mayoría de vuestras disputas con duelos de sangre, así que si alguien debería entenderlo, ese eres tú. ¿Por qué derramar la sangre de muchos, cuando puedes derramar la sangre de unos pocos?

El bárbaro miró al frente de nuevo, a la figura con la capucha y la corta capa azul.

-¿Se está usando como sacrificio?

-Sigues sin entenderlo, muchacho.-río el anciano.-No creo que nuestra matriarca tenga planeado morir ni aquí ni hoy. Pero si ve una sola oportunidad de evitar que se derrame la sangre, desde luego que va a tomarla. No le importa arriesgarse a si misma por ella. Y está claro que hasta esas sacerdotisas de la escarcha lo sabían, o si no, no se habrían arriesgado a exponerse así.

Aquellas palabras dejaron a Tryndamere meditando.

-Espera. ¿Ellas sabían que intentaría negociar primero?

-Supongo, ¿por?

-Porque entonces, no tienen motivo para esperar.

-¿A qué te refieres, muchacho?


Ojalá fuera algo tan sencillo, pensó Ashe. Pero ahora mismo, demasiados dependían de su protección. Y le había hecho una promesa a su madre. A sus padres. Y a sus avarosanos.

-Sí, ya. Eso es lo que os gustaría, ¿verdad?

-Ekon. Basta.-le interrumpió Ashe, antes de dirigirse a las sacerdotisas con una mirada cansada.-En otras circunstancias, en otro momento, si eso fuera todo lo necesario para salvar a los míos, quizás hubiera aceptado. Quizás. Pero en este momento, demasiadas cosas dependen de mi. Demasiados han depositado su confianza en mi. Y sé que eso es algo que ya sabíamos todas.

-Sí, ya veo a los que dependen de ti.-los ojos de la anciana se volvieron de un negruzco extraño.-De ti. De la muchacha sola y perdida, cuyas obsesiones son las mismas que llevaron a tu madre y a tu antigua tribu a la perdición. Lo quieras o no, te pareces mucho más a ella de lo que querrías admitir.

Normalmente sentiría orgullo ante esas palabras. Pero estaban dirigidas como un insulto. Y no podía negar que algo de razón tenían.

-¡Como osas...!

-¿Cómo osas tú, muchacho?-miró a Ekon.-El vástago inútil de una matriarca del sur. De las gentes de un valle fértil, que se han dado a la vagueza y a la debilidad. Vivís en tierras fáciles, y eso os ha vuelto autocomplacientes. ¿Tanto te cuesta darte cuenta de porque tu madre te mandó a seguir a la hereje? Para que o bien murieras, o bien aprendieras el valor de la verdadera fuerza. Es una lástima que no hayas hecho ninguna de las dos.

Ashe lo detuvo con el brazo, cuando el muchacho trató de avanzar hacia ellas. Sería mejor que la dejaran hablar. Por ahora.

-Y tú.-miró a la muchacha pelirroja.-Eres solo una más de las que corrieron tras las faldas de matriarcas de tribus más poderosas cuando no pudo proteger a los suyos. No eres distinta a todos esos indolentes tras vuestras pobres barricadas.

Hella apretó los puños. Mientras, la anciana se hizo a un lado para echar un mejor vistazo al campamento en la lejanía, y a la barrera que se les interponía a la salida del paso.

-Sí. Viejos que no pudieron encontrar una muerte en combate ya sea por cobardía, o falta de habilidad. Jóvenes desesperados por hacerse valer cuando ya han decepcionado a todos. Grupos de hogareños sin valor para las armas, ni nada que ofrecer. Que se aferran a una vida que no pueden defender por ellos mismos. Pero he de admitir que hay algunos con valor. El anciano guerrero al frente de tu desdichada legión aún carga con un espíritu fuerte, pese a la pérdida de su brazo. Y el bárbaro...

La anciana se quedó en silencio, y dio un paso atrás, como si estuviera asustada, con una mueca de horror en el rostro.

-¿Madre?-preguntó otra de las sacerdotisas al verla así.

-... ¿De dónde has sacado eso?-preguntó mirando a Ashe.

-¿El que?

-El bárbaro. O al menos, la criatura que viste la piel de uno. Hay algo... oscuro en él. Como una marca. Una herida profunda que nunca le abandonará. Tiñe su misma esencia con pura negrura. Una mancha que abarca todo lo que toca. Que solo he...-se quedó sin palabras un momento, como llegando a una realización repentina.-El abismo...

-No sé de que estás hablando, anciana.-se impuso Ashe.-Pero todos ellos son parte de mi pueblo ahora. No voy a abandonar a ninguno.

-Eso es lo que me esperaba. Pero tranquila. No nos decepcionas.-volvió a colocarse entre las dos sacerdotisas.-Sea lo que sea el bárbaro, no importa ahora. O al menos, no lo hará por mucho.

-¿Por mucho?-Ashe alzó la ceja.

-Sabemos lo que eres mejor que nadie, hereje. También nos hablaron de tu poder. Sola, ya costaría derribarte. Pero con un ejército a tu espalda, por pequeño que sea...

-Si creéis que podréis derribarnos antes de que el resto acuda en nuestra ayuda.-tomó su arco, helándole las venas de nuevo.-Estáis muy equivocadas.

-No estamos aquí para separarte de tu ejército.-la anciana extendió los brazos bajo su capa, mostrando venas negras que ahora también subían por su rostro.-Si no para separar a tu ejército de ti.

Ashe abrió los ojos ante la realización, y miró atrás.

-No.-les apuntó con su arco.-¡Parad!

-Lo siento, muchacha.-dijo con su voz sonando como un cascarón vacio, mientras las otras dos sacerdotisas también se marchitaban ante sus ojos.-Pero eres tú quien has provocado esto.

Las flechas de Ashe y Hella solo dieron a atravesar tres capas negras que caían al suelo, vacías. Mientras las figuras que instantes antes las portaban terminaban de fundirse en polvo, un extraño rayo negro que relucía y se movía a través de la tierra misma, pasó bajo sus pies.

Y sin más, la barricada que habían tratado de proteger, se vio envuelta en llamas negras.