Uno siempre piensa que en una situación así, el tiempo se congelaría. Ver como la barricada donde momentos antes, docenas de tus mejores guerreros, de tus más fieros defensores, a los que algunos habías llegado a llamar amigos, estallaba en una explosión de magia, uno pensaría que todo pasaría muy despacio. Que el momento se le haría a alguien como ella eterno. Pero no. Todo fue muy rápido.

Antes de darse cuenta, un grupo de jinetes de druvask había salido de entre las filas enemigas, y cargaba contra ellos. No tenían tiempo de hacer nada, salvo una cosa.

-¡Corred!

Si conseguían llegar hasta lo que quedaba de sus filas, aún cabía la posibilidad de preparar una defensa organizada.

-¡Vamos!-gritó Ashe, tirando de Enok, mientras Hella se volvía para apuntar.-A esta distancia no harás nada. ¡Vamos!

Pero por mucho que corrieran, no podían superar la velocidad de una bestia de guerra. Aunque los druvask a la carga empezaron a preocuparle menos, en el momento que vio quien iba al frente de la cuña. Reconocía esa armadura. Era la de un draklorn.

Pero no iba a dejar que su miedo la detuviera. Aunque no consiguiere vencerlo, si al menos podía derribarlo, podría causar confusión entre sus filas, o incluso detener la carga. Se detuvo un segundo para disparar tras ella.

Algo que no sirvió de nada. El draklorn simplemente desvió la flecha y la magia de hielo en esta, con un bastón tan ancho que casi parecía una maza. No logró nada. Ni tan siquiera frenarlo. Pero eso no significaba que fuera a dejar de intentarlo.

Siguió disparando. Deteniéndose un momento mientras corrías tras Hella y Enok, pero seguía sin lograr mucho. Aunque parecía que al draklorn le estaba costando desviar sus flechas de hielo más que antes. Eso era bueno. Pero no suficiente.

Ya casi lo tenía encima. Así que Ashe simplemente se plantó, pues correr ya no tenía sentido, mientras la cuña formada por esos jinetes cargaba contra ella como formando una punta de flecha gigantesca. Y de la misma forma, ella comenzó a cargar su disparo. Dejando que la magia fluyera alrededor y por todo su cuerpo, finalmente acumulándose en aquel arco de hielo puro que quemaba sus manos.

No sabía si funcionaría. Ni siquiera sabía si sobreviviría desde tan cerca. Pero ya no podía hacer más.

Y justo cuando comenzó a ver su reflejo en los blancos colmillos del druvask que cabalgaba el draklorn hacia ella, una forma rugiente pasó a su lado. Y antes de darse cuenta, el draklorn había salido disparado de su montura, mientras las vísceras del animal teñían la nieve de rojo, dejando escapar un agudo gruñido de dolor estremecedor.

Aún con su espada en forma de colmillo teñida en sangre, Tryndamere se giró para encarar al draklorn, que se estaba levantado de entre la nieve, la cual se deslizaba por las hendiduras de su armadura. Aquel súbito e inesperado ataque había asustado a los animales, y detenido la carga en seco. Los jinetes se habían quedado igualmente impactados, al ver al poderoso sacerdote que los guiaba caer como una muñeca de trapo. Era como si el mundo se hubiera congelado, a la espera de lo que viniera.

La acción no se hizo esperar. Ashe se mantuvo cargando la magia en su arco. Cuanto más tiempo aguardara, mejor. Mientras que el draklor se preparaba para encarar a Tryndamere, y este de nuevo cargaba hacia él con su arma, rugiendo.

De repente, la arquera tuvo un mal presentimiento.

Era como si tuviera enfrente de nuevo a Yrael, con sus martillos. Enfrentándose al mismo draklorn que luego descubrió que era Maalcrom.

Y el resultado fue el mismo.

Aquel brillo oscuro de la hoja del draklorn formó un arco en el aire, que pasaba justo a través del torso del bárbaro. Al principio, incluso pareció que el golpe hubiera fallado, pero entonces, la sangre empezó a brotar a borbotones.

-¡No!

Finalmente, Ashe liberó su flecha. Con una magia tan potente que ni siquiera el draklorn, pillado desprevenido, fue capaz de contrarrestar. En el centro de aquella cuña ya rota, se formó una flor de hielo de pétalos como agujas, atravesando a jinetes y bestias por igual. Y atrapado en el centro de aquella flor, la forma congelada del mago de la escarcha.

-No...

Ashe había perdido de vista a Tryndamere. Probablemente ya estaba muerto. Pero no podía dejarse llevar por la pena. Era un lujo que no podía permitirse. La batalla aún continuaba. Tenía...

-¡Matriarca!

Se reconoció al reconocer la voz que la llamaba.

-¿Gjura?-dijo al verlo acercarse, recién dándose cuenta de que había alcanzado los restos destrozados de donde antes estaba la barricada.-Pero... creía que...

-El bárbaro nos hizo abandonarla. Sospechaba que algo como lo que... bueno, como lo que acababa de pasar, iba a ocurrir. Pero luego le perdí de vista cuando...

-Eso no importa ahora.-interrumpió su matriarca, mostrándose lo más serena que pudo.-Prepara a los arqueros. Aún queda batalla por librar.


Una vez rompieron la carga de los druvasks, no tardaron en barrer con el resto de los Sables de Escarcha. Por mucho que les faltara la barricada, ante aquella desmoralizante demostración de fuerza que ella y Tryndamere habían hecho, y después de que los jinetes restantes fueron asaetados, no quedaba mucha lucha en ellos. Y menos encontrándose atrapados en un paso tan estrecho. No tardaron en retirarse, dándoles a los avarosanos una oportunidad de saquear el campo de batalla en busca de armas y armaduras, y recoger a sus pocos muertos.

Aunque Ashe no estaba segura de si encontrarían el cuerpo de Tryndamere.

Probablemente estaría atrapado en aquella flor de hielo junto al draklorn. Pero cuando se acercó a aquella pared irregular, y vio la forma retorcida del sacerdote de la escarcha atrapada dentro, no fue capaz de ver la de Tryndamere a su alrededor. Quizás su cuerpo estuviera atrapado bajo el hielo. Pero aunque quisiera darle una despedida digna, no podían esperar a que el hielo se derritiera. Los Sables podrían intentar volver.

Se dio la vuelta con tristeza, y notó como algunos de los hombres y mujeres saqueando el equipamiento se habían detenido, y miraban en la misma dirección, mientras otros se arremolinaban alrededor de algo. Con la misma curiosidad, Ashe se acercó a ellos. Para encontrar...

-¡Tryndamere!

El bárbaro, que caminaba arrastrando su espada, se detuvo al ver a la arquera, mientras que con el brazo libre se cubría el costado.

-Matriarca.

Ashe se acercó hasta él, obviamente preocupada.

-Tu herida...

El bárbaro apartó el brazo cuando ella se lo agarró. Y aquel corte, que a Ashe le había parecido poco menos que un destripamiento cuando se lo realizaron, ahora era tan solo una herida superficial. Que aunque larga, pues cruzaba su torso de costado a costado por en medio, y aún sangrante, se veía bastante lejos de ser mortal, o tan siquiera grave.

-Yo... me pareció ver que...

-Aprecio la preocupación. Aunque no es necesaria.-entrecerró los ojos.-Como tampoco lo era tu ayuda.

Ahora fue ella quien lo miró con mala cara a él.

-Mi arco logró derribar al draklorn, y romper la carga de los druvasks. Más de lo que lograste tú.

Todos se quedaron en silencio durante unos instantes. El bárbaro parecía apretar con más fuerza la empuñadura de su espada. Y la magia del arco de Ashe pareció intensificarse. Había cierta tensión entre ambos que todos percibían. Pero pronto, empezó a decrecer.

-... No digo que no hicieras un buen trabajo, matriarca. Solo digo que aquella era mi pelea.

Ashe se quedó atónita. Parece que todo lo que había oído sobre el exagerado orgullo marcial de los bárbaros del este era cierto.

-Esta es mi gente, bárbaro. Era más mi pelea que tuya. Pero tengo que admitir que gracias a ti, aún me queda gente por la que pelear. Gjura me contó lo que hiciste en la barricada. No sé como lo presentiste, pero salvaste la vida de muchos de los mios. Y por ello, simplemente quería darte las gracias.

-No son necesarias.-Tryndamere se volvió, para seguir su camino.-Solo hice lo que debía por mi clan.

Ashe negó con la cabeza al verlo marcharse, reprochándose por pensar que estaba logrando llegarle.


Afortunadamente para los miembros de su caravana, el camino de aquí hasta el asentamiento de los Derviches de Hielo iba a ser mucho más seguro, pues entraban en territorio amigo.

Donde antes se cruzaban con solo bosques desolados, fueron encontrándose con campos de cultivos bien cuidados, llenos de plantas y verduras de todo tipo. A Ashe no paraba de sorprenderla, pues había vivido siempre en el más gélido norte, donde muchas veces tenían que depender de la recolección, la ganadería y el intercambio para prosperar. Pues campos así no crecían tan fácilmente al norte de la cordillera.

Pero lo que más la impresionaba, era el lugar al que ahora llegaban: Rakelstake. El hogar de los Derviches de Hielo.

Construido en la base de una montaña, los lugareños la usaban como cantera para construir sus hogares y las murallas que la defendían. Todos de pura roca. Desde luego, no podía negarse su talento como escultores, y para construir emplazamientos defensivos. Tanto, que Rakelstake se había convertido en el asentamiento más grande de aquella región, y los Derviches, una de las tribus más poderosas y numerosas. Razón por la que Ashe había acudido allí entre las primeras opciones en su busca de aliados.

-Ya verás, Ashe.

Enok interrumpió sus pensamientos mientras se colocaba a su lado con su montura, pero encontró agradable que se dirigiera a ella de forma más informal que antes. Estaba harta de la forma tan distante con la que muchos se le dirigían.

-El poblado nos recibirá como a héroes. Celebrarán un banquete en nuestro honor. Al fin podré portar un arma de hielo puro. Y cuando todo esto acabe, podremos formalizar la ceremonia.

-¿Ceremonia?

-La que me convertirá en tu primer sangrejurada, por supuesto.

-...

Ashe aceleró el paso de su montura. Pues los guardias de la ciudad ya les habían abierto las puertas a la caravana.


Tryndamere se sentía extraño en aquel lugar. Era la primera vez que se encontraba en un asentamiento de aquel tamaño, habiendo pasado toda su vida en las desoladas estepas del este. Nunca llegó a imaginar tan siquiera, que una sola aldea pudiera llegar a crecer tanto. Pero entre aquellos campos tan fértiles y las montañas que ofrecían posiciones defensivas perfectas, le parecía más comprensible.

Ahora también entendía porque los del sur tenían fama de blandos y vagos. Ninguno de ellos debía luchar por su supervivencia tan duramente como el resto de habitantes de Freljord. Pero al menos aquello garantizaba una cosa: su clan podría sobrevivir y estar seguros dentro de aquellas murallas, sin necesidad de tenerle cerca.

Y si ese fuese el único problema, se vería libre de volver al este para seguir persiguiendo su venganza. Pero también descubrió que Ashe no le mentía. Allí no había sitio para todos.

Incluso antes de que llegara su caravana, la ciudad ya estaba abarrotada. Fuera de las murallas había visto filas de tiendas. Algunas con estandartes de varias tribus, así que imaginaba que aquellos serían representantes venidos para la celebración de algún consejo. Pero aún así, el volumen de refugiados era considerable.

Ashe decía la verdad. Tendría que luchar para conservar el lugar de su clan. Antes, no hubiera tenido duda alguna de que podría garantizarlo solo. Pero desde... aquello, su confianza en su talento marcial se había visto disminuida. Aunque jamás fuera a admitirlo ante nadie. Sabía que la oferta de la matriarca no duraría, pues no tardarían en unirseles guerreros más experimentados que la horda desorganizada que ahora poseían, Con lo que la ayuda que ella le solicitó para entrenarlos, dejaría de ser necesaria.

Así que para garantizar la seguridad de su clan, iba a necesitar apoyos. Pero, ¿de dónde sacarlos?

-¡Tryndamere!

Caminaba cerca del perímetro interior de la muralla, en el pequeño espacio verde que se les había cedido a los suyos para acampar, cuando Leifur, el mismo chico que se había aproximado a Ashe cuando la conoció en el paso, se acercó llamándolo.

-¿Qué ocurre, muchacho? ¿Hay algún problema?

Puede que no supiera como liderar a su clan, o tan siquiera la forma más apropiada de dirigirse a ellos. Pero era algo que tenía que intentar. Al menos, por ahora.

-No, es... Te están buscando.

-¿Quiénes?

-¡Los otros clanes!

-¿Cuáles? Aquí se han reunido muchos diferentes.

-Los de las estepas. ¡Han venido más clanes de nuestras tierras!

Tryndamere no pudo evitar sorprenderse ante sus palabras.

-O al menos...-continuó el niño.-Lo que queda de ellos.


Bajo la sombra de la montaña, y escarbada en ella, se encontraba el palacio tribal de los Derviche. Era aquí, junto a las otras figuras clave de la tribu y la creciente alianza avarosana, donde Ashe residía.

Después de aquella larga marcha y todas las semanas fuera, antes que ninguna reunión con la jefa de la tribu o nadie más, lo que Ashe pidió fue un rato a solas, y que le llenaran una barrena de agua caliente para bañarse. Al entrar en sus aposentos, iluminados por la luz iridiscente de los cristales azules que sobresalían de la propia roca, eso fue justo lo que encontró.

Después de guardar su arco en el con candado donde siempre lo dejaba por seguridad, y deshacerse de sus ropas ya manchadas y bastante desgastadas, metió los pies en la barrena. Y poco a poco, soltando un suspiro placentero, se sumergió hasta el cuello en aquella agua cálida.

Sí. A eso has venido. A relajarte. Olvídate por un momento de tu enorme montaña de problemas y deberes, y regalate esto. Solo para ti. Por unos minutos. Son solo unos minutos. Sí. Nadie te echará de menos.

...

Ojalá pudiera terminar de creérselo. Pero de verdad que necesitaba empezar a relajarse. Tendría que enfocar su mente en cosas más agradables. Como por ejemplo...

La visión de Rakelstake desde la distancia. Desde luego aquel era un lugar hermoso e imponente. La dejó sin aliento la primera vez que la vio. O los acantilados helados de Ornnkaal. Sí. Por Avarosa, que las noches en aquel lugar quitaban el aliento.

Trató de dejar fuera de sus pensamientos a Sejuani. La ponía demasiado triste. Pero aún así, nunca podría olvidar todo lo que había perdido.

Aunque pensar en su antigua vida aún le traía algunos buenos recuerdos. Pese a que la nostalgia la hiciera llorar. Y el recuerdo de Maalcrom hiciera que aquellas lágrimas se tornaran en rabia.

Rabia. Al volver a sentirla, no pudo evitar recordar aquella mirada ardiente en los ojos de Tryndamere. Podía verla claramente en ellos, al igual que el dolor. Las mismas sensaciones que ella había experimentado, pero que el tiempo había aliviado. Aunque no de la misma forma. La suya, se sentía fría. La de él, ardía con pasión.

No entendía porque desde que lo conoció hace tan solo unos días en el paso, pensaba tanto en el bárbaro. Desde luego era un guerrero tenaz y osado, aunque las canciones de Freljord estaban llenas de ellos. Lo mismo podría decirse de su destreza marcial. Pero su salvajismo, aquella capacidad para seguir luchando sin importar cuanta sangre propia y ajena lo cubriera, solo la había escuchado de unos pocos berserkers.

Hacia que se preguntara que pasaría si aquella llama rabiosa llena de pasión, esa llama triste, ardiera dirigida a ella. Si un día aquella fuerza se volviera contra ella y la arrinconara, agarrándola sin dejarle donde ir. Pero no era el miedo lo que motivaba ese pensamiento, por extraño que pareciera. No. Era algo más. Era...

Notó como alguien golpeaba la puerta de su habitación. Al abrir los ojos, se preguntó cuando su mano se había deslizado hasta colocarse entre sus piernas. Sin tener muy claro porque, sintió una vergüenza que llenó de sangre sus mejillas, mientras se ponía en pie para salir de la barrena.

-Un momento.


-Adelante.

Cuando terminó de vestirse, un anciano sacerdote de capa azul que se apoyaba en un pesado bastón, entró en la habitación.

Se vería como un sacerdote de la escarcha cualquiera, de no ser por los colores azulados más claros de sus ropas. Y es que este hacia tiempo que había abandonado al culto de Lissandra. Casi el mismo tiempo desde que había decidido seguir a Ashe.

-Hola, Parta.

-Saludos, matriarca.

-Ya te he dicho que me puedes llamar Ashe.

-Y si no te molestase que me negase a hacerlo, no seguiría haciéndolo.-respondió mientras se acicalaba su larga barba blanca.

La arquera no pudo evitar reírse. Le había cogido cierto cariño al anciano, en gran parte, porque le recordaba a Yrael. Parecía que por mucho que le doliera, siempre iba a tener la sombra de aquellos a los que perdió.

Y, sinceramente, ella no lo querría de otra forma.

-Aparte de para molestarme, ¿has venido por algo importante?

-La matriarca de los Derviches quiere hablar contigo. Y varios representantes de las diferentes tribus que buscan aliarse. Te has ganado muchos amigos con tus acciones.

-Querrás decir con el rumor del "mito" de mi destino.-suspiró cansada, mientras se ajustaba la capa.

-No te hagas de menos, muchacha.-el anciano se acercó, y le puso una mano en el hombro.-Tus acciones han llegado más lejos que tus palabras.

-Bueno. Eso realmente no importa. La cuestión es que están aquí.-se subió la capucha.-Vamos a hablar con ellos, y veamos que tienen que ofrecer.

Tan pronto como dijo aquello, escuchó pasos ligeros acercándose por el pasillo, junto a dos risas agudas por lo bajo. Tras lo cual, percibió dos pequeñas sombras que se movían por el resquicio bajo la puerta.

Ashe volvió a sonreír para si, tras lo que le indicó a Parta que hiciera silencio. El anciano se limitó a negar con la cabeza, y a dejar salir una sonrisa cansada. La arquera simplemente se fue acercando a la entrada con paso silencioso, hasta apoyarse en la pared junto a esta. Tras lo cual, con otro gesto de cabeza, le indicó a Parta que se acercara.

Al contrario que ella, el anciano no se molestó en tratar de ser silencioso, y simplemente abrió la puerta. Antes de que le diera tiempo tan siquiera a hacer el amago de salir, dos pequeñas muchachas pelirrojas idénticas cargaron contra él, agarrándose a sus piernas. Si no fuera por el bastón, hubieran logrado derribarlo.

-¡Ya te tenemos, Ashe!-gritó una de ellas, antes de alzar su rostro lleno de pecas.-Ya te... ¿eh?

-Pero... tú no eres Ashe.-dijo la otra, separándose del anciano.

Tras aquello, habiéndose colocado tras las dos niñas sin hacer ruido, agarró las cabezas de ambas, y las entrechocó sin hacer demasiada fuerza.

-¡Aih!

-¡Aih!

-Ranna, Melea. Seguís siendo demasiado ruidosas.-dijo Ashe sonriendo, mientras hincaba una rodilla al suelo.-Aunque he de concedéroslo. Habéis contenido vuestros gritos mejor que la última vez.

-¡Eso no es justo, Ashe!-le replicó Ranna, frotándose la cabeza.-Se supone que eramos nosotras las que te cazaban a ti.

-¡Sí! Se suponía que tú eras la presa.-dijo Melea, tratando de parecer enfadada.

-Bueno, pues ahí tenéis otra lección gratis: nunca os confiéis, sed conscientes de que las tornas pueden en cualquier momento, y que vosotras podéis convertiros en la presa.

Las gemelas se miraron la una a la otra. Ashe alzó la ceja con curiosidad, y miró un momento a Parta, el cual se encogió de hombros, manteniéndose a un lado. Y un instante después, las niñas se lanzaron a por ella. Solo que habiéndola cogido desprevenida y arrodillada, esta vez sí que lograron tirarla al suelo.

-¡La cazadora se convierte en presa!

-¡Rar!

-¡Ja, ja, ja! ¡Vale, vale, está bien! Esta os la concedo.

-¡Bieeen!

Gritaron las dos al unísono, solo dejándole espacio para que se sentara en el suelo, antes de volver a lanzarse contra ella para abrazarla.

-Te hemos echado de menos.

-No vuelvas a irte tanto tiempo.

-Sí, sí. Yo también os he echado de menos.-dijo rodeando a cada una con un brazo, y estrujándolas con cariño.

Ranna y Melea eran las hermanas menores de Enok, y por lo tanto, hijas de la jefa de los Derviches. Aunque llevara poco tiempo conociéndolas, ya había llegado a considerarlas como las hermanas pequeñas que nunca tuvo. Cada vez que el desanimo le podía, era el pensar en personas como ellas lo que la ayudaba a recordar porque luchaba.

-Ejem.

Las tres miraron al anciano después de oírlo carraspear. Las gemelas, con algo de molestia.

-Lo siento, niñas-se disculpó Ashe, poniéndose en pie.-Pero el deber me llama. O más bien, vuestra madre lo hace.

Les guiñó un ojo, mientras las dos muchachas pelirrojas se reían. Ashe se desempolvó la ropa, y trato de serenarse mentalmente antes de seguir a Parta por el pasillo. Pues estaba segura de que aquella reunión iba a ser de todo, menos distendida.