Parta y Ashe accedieron al gran salón de la fortaleza interior de los Derviches, mientras una gran discusión tenía lugar. Hombres y mujeres vestidos con pieles o ropas más elaboradas, venidos de todos los rincones de Freljord, permanecían sentados o de pie en los asientos con forma de escalera a lo largo de las paredes, esculpidos en la misma piedra.
Al principio, nadie pareció notarlos al entrar. Más según avanzaban por la sala, algunas miradas comenzaron a centrarse en ellos, entre cuchicheos. Para cuando rodearon el gran horno de piedra en el centro, con su hoguera rugiente que mantenía siempre cálida aquella sala en el interior de la fría montaña, la mayor parte de los susurros habían cesado, o simplemente habían pasado a mencionarla a ella.
Cuando alcanzaron el fondo de la sala, sentada en un trono de madera, la matriarca de los Derviches de Hielo atendía las palabras de cuatro figuras ante ella, con algo de aburrimiento. Más su expresión cambió rápidamente cuando vio a Ashe acercarse.
-¡Ahí estás!
De inmediato, se puso en pie. Aquella mujer de larga melena pelirroja y alborotada, con una cicatriz que le cortaba el labio superior, pero de aspecto fuerte y vigoroso, bajó los escalones para recibir a Ashe con una abrazo, el cual le hizo crujir la espalda.
-Me alegro de volver a verla, matriarca Leena.-dijo la arquera, con voz ahogada.
Luego, Leena Hacha Partida simplemente la soltó, solo para ponerle las manos sobre los hombros.
-Ah, déjate de formalidades, muchacha. ¿Qué dirías si yo te llamara matriarca Ashe, o espíritu de Avarosa?
-Que tendría que acostumbrarme a ello, supongo.
"Por poco que me gustara.", se resistió a decir.
-Je. Por cierto, Enok me lo ha contado todo sobre vuestro periplo. Los Sables de Escarcha siempre han sido unas sabandijas traicioneras. Solo saben como jugar sucio. Aunque me alegra ver que habeís vuelto bien.
-No ha sido tampoco fácil. Créeme.
"No todos volvimos.", se resistió a decir.
-Pero dime, ¿cómo se ha portado mi muchacho? ¿Es cierto que te salvó la vida en más de una ocasión, o era otra de sus exageraciones?
Ashe esta vez lo que trató de resistir fue la necesidad de rodar los ojos. No fue capaz.
-Me ayudó en un par de momentos peliagudos. Dejemoslo ahí. Pero creo que ahora tenemos asuntos más importantes que atender.
Ashe señaló al trono de madera, alrededor del cual el grupo con el que la matriarca de los Derviches se encontraba hablando hace un momento, aguardaba.
-Ah, claro.-Leena golpeó la frente con la mano.-Esta cabeza mía. Déjame que te los presente.
Las cuatro figuras bajaron los escalones, aunque separadas en dos parejas. La primera en acercarse se componía de una mujer madura, y un muchacho de edad cercana a la de Ashe.
La mujer tenía los ojos verdes y oscuros, además de una melena marrón manchada de canas, envuelta en una larga trenza. Y que pese a ser claramente una curtida hija del hielo, tal como la espada corta con núcleo de hielo puro que colgaba de su cintura y las cicatrices de sus brazos expuestos indicaban, vestía ropas de elaboración fina. Esto le hacia pensar a Ashe que debían de provenir de algún asentamiento comercial o costero del oeste. Pues aunque en Freljord, aparte de curtir pieles, sabían como fabricar telares, nunca salían de ellos ropas con detalles tan elaborados como el motivo dorado que rodeaba el cuello de su jubón sin mangas, o de telas tan finas como la capa azul del muchacho. No. Aquellas ropas seguramente fueron elaboradas en Demacia originariamente.
Hablando del muchacho, bajo aquella capa se le veía más delgaducho y encogido que la imponente figura a su lado. Sus ropas eran mucho más elegantes que las de su acompañante, y su corta melena negra le cubría parte de su fino y afilado rostro, aunque no sus azules ojos. Al verlo, Ashe no podía evitar pensar en uno de esos nobles señores de las naciones al sur de Freljord. O al menos, en la imagen que tenía ella de ellos por las historias y canciones que había oído. Delgados y de constitución frágil, pero de rostro hermoso y apariencia grácil. Desde luego, aquel muchacho encajaba. Aunque suponía que se vería incluso aún más "grácil", significara lo que significara eso, una vez dejara de verse tan nervioso.
-Ashe, elegida de Avarosa, te presento a la hermana y al sobrino de la jefa de la vaguada de Valar. Fenna la Rompe Tormentas, y su hijo, Vania el Demaciano.
Fenna la saludó llevándose el puño al pecho, y con una leve reverencia con la cabeza.
-Elegida de Avarosa. Pese a la compañía presente,-miró de reojo hacia los demás representantes de tribus en la sala.-es un honor conocerla. Todos hemos oído de sus hazañas.
¿Hazañas?, pensó Ashe. ¿Cuales? ¿Llevar a una horda de hogareños hambrientos hasta el sur? ¿Perder a una cuarta parte defendiéndose de tribus más fuertes y mejor preparadas para el invierno? ¿Aprovecharse de un mito en el que ni ella misma estaba segura de creer solo para ganar aliados, que ni siquiera sabía si durarían?
No. Tenía que olvidarse de todo aquello. Ahora, lo que importaba no era el pasado. Si no que si quería salvar Freljord de si misma, tenía que unir a sus tribus. Empezando hoy mismo. Así que apretó los puños, miró al hasta ahora silencioso Parta, y sonrió cuando este asintió.
-El honor es todo mío. Sus hazañas en el Mar del Conquistador son casi legendarias. Aunque me temo que es la primera vez que oigo hablar de vuestro hijo... ¿demaciano?
El muchacho llamado Vania se sorprendió al ver que la "elegida de Avarosa" se refería a él. Pero enseguida reaccionó en cuanto su madre le dio un codazo.
-Ah, sí. *Ejem.*
Se adelantó un par de pasos para acercarse a Ashe, y tomó una postura muy erguida y formal. Muy demaciana, y nada propia de Freljord. Lo que hizo que se oyeran algunas risitas en los alrededores, en especial del otro joven en la pareja que aún aguardaba a presentarse. Pero Ashe debía admitir que tras haberse apartado el pelo de la cara, y haber dejado la inseguridad de lado, Vania poseía un aspecto casi regio, mostrando mejor su hermoso rostro.
-Me temo que mi nombre se debe precisamente a las legendarias acciones de mi madre. Cuando el conflicto de nuestra tribu con los nobles de Vaskasia llegó a su punto álgido, fui entregado como rehén diplomático como parte del acuerdo de paz. Así que pasé gran parte de mi vida en Demacia. Pero fui enviado de vuelta con los míos al alcanzar la madurez hace poco, tal como el acuerdo indicaba.
-... ¿Tenías eso ensayado?-alzó la ceja Ashe.
Vania volvió a encogerse, nervioso, y miró a su madre en busca de apoyo. Pero la arquera enseguida alzó la mano para indicarle que se calmara.
-Solo era una pregunta tonta. Volvamos a empezar. Soy Ashe.-le extendió la mano, buscando ser más distendida con sus coetáneos, que con sus mayores.
Aunque el muchacho la malinterpretó, y en vez de estrechársela, se lo tomó como una indicación para que se inclinara y se la besara.
Eso pilló a todos de sorpresa. Aquello hizo que las risas discretas volvieran a escucharse, que Fenna se llevara la mano a la cara, y que Ashe estuviera a punto de sonrojarse. Algo que a Vaina sí le pasó, tras darse cuenta de lo que acababa de hacer, fruto de la costumbre. Enseguida soltó su mano, y abrió su boca temblorosa, que buscaba soltar palabras que no tenía.
Aunque el ambiente enseguida se relajó cuando la risa amable de Ashe se dejó escuchar.
-Vaya. Se nota que te has ganado tu nombre. Eso ha sido muy demaciano.
Vania se rascó la nuca, mientras esquivaba su mirada.
-¿Estarías dispuesto a enseñarme más?
-¿Eh?
-De Demacia. Nunca he conocido a ningún demaciano, ni he estado allí. Pero siguen siendo nuestros vecinos, y muchas veces enemigos. Me gustaría aprender más de ellos. ¿Te importaría hablar conmigo sobre ello en otra ocasión?
Ashe buscaba ser amable, intentando hacerle sentirse mejor. Pero también estaba siendo honesta. Descubrió muchas cosas de la realidad del mundo y de Freljord después de perder a su tribu y encontrar ese maldito arco. Se hizo con un interés por aprender que antes no poseía, y también sabía que cualquier información sobre Demacia, uno de los enemigos exteriores de su gente más poderosos, podría serle útil en el futuro.
-Oh. Ehm... Claro que lo haría. Sería un honor, mi señora.-sonrió, ya relajado.
-Si lo que quieres saber es como son los demacianos en la guerra,-intervino Leena, señalando con la cabeza a la otra pareja.-mejor pregúntale a ellos.
Esta vez, ambos eran de su edad. La que más la llamó la atención fue la muchacha de melena rubia, ojos azules y rostro redondeado. Pero más que por su aparente belleza, por su forma de vestir, y el báculo que cargaba. Llevaba una capa de plumas azuladas sobre los hombros, con otras dos colgando a los lados de la diadema en su cabeza, y un collar con lo que parecían garras de águila colgando de su entrepecho, expuesto por aquel vestido blanco y prieto de mangas y falda larga. Aunque lo que más la distinguía, era el cristal azul pálido incrustado en la punta de su báculo. No había ninguna duda. Frente a ella, se encontraba una Sacerdotisa del Invierno. Una seguidora de Anivia.
Sabía que no quedaban muchas, pues su culto era perseguido por la Guardia de Hielo, que las acusaba de "herejía" y ser "falsas profetisas". Se podía sentir identificada.
El otro joven, por su parte, llamaba la atención por su tamaño. Mientras que Vania le recordaba en cierto a sentido a Maalcrom, este se lo hacía a Tryndamere. Aunque no estaba segura de porque pensaba en esos dos ahora. De todas formas, este debía ser un puñado de años mayor que Vania y ella, y era alto y musculoso, con una sonrisa confiada y arrogante cruzándole el rostro. Sus ojos de un verde oscuro resaltaban, y tenía una barba caoba espesa aunque corta, del mismo tono que su pelo algo largo y alborotado. Dos vendas de cuero negro rodeaban sus antebrazos, pese a que el resto estaban al descubierto, mostrando sus musculosos bíceps y las cicatrices acumuladas sobre estos. Las mangas de su túnica de un rojo oscuro habían sido obviamente cortadas o arrancadas a la altura de los hombros, y esta le quedaba tan apretada que resaltaba aún más su fuerte torso.
Ashe conoció a muchos guerreros así en su antigua tribu. Deseosos de probarse, y confiados en sus habilidades. Muchos caían, mientras que otros demostraban estar a la altura de su arrogancia. Por las cicatrices en su piel, parecía que este era de los segundos.
-Te presento a Doran Parte Espaldas, hijo mayor de la matriarca de la tribu del Hielo Blanco, y a Siana, su sacerdotisa de la Madre Invernal.
-Elegida de Avarosa.-se dirigió Siana a ella, con una leve y respetuosa inclinación de rodilla como saludo.
-Hielo Blanco. He oído las canciones sobre vuestra tribu. Vivís en las montañas del sur, y cada primavera las descendéis para guerrear con los demacianos.
-Si al menos esos sobrevalorados cabeza cubos supieran lo que es guerrear.-interrumpió Doran, agitando el puño con convicción.-Pero tienen buen acero, eso he de concedérselo.
-Y también tengo entendido que le dais mejor uso que ellos.-mencionó la arquera, fijando su atención en la espada colgando del cinto de Doran.
Incluso para ella, que no había conocido ni se había enfrentado a un habitante en su joven vida, su acero era fácil de identificar, gracias a su calidad impoluta. Y los del Hielo Blanco eran famosos por robarlo, y secuestrar a sus herreros para que les enseñen los secretos de su forja.
-Oh.-Doran desenvainó su hoja, y se acercó a Ashe.-¿Os apetecería cogerla?
-Si me lo permites.
-¡Claro!-se la tendió a lo largo, mientras ella la tomaba con ambas manos, antes de que él se pusiera a fardar de nuevo.-Es un arma con un equilibrio excelente. La forjé yo mismo, ¿sabes? No es como el hielo puro de mi maza, pero sirve bien su propósito. Además, yo solo empleo esa contra oponentes dignos de ella. Para el resto, uso la espada. No es que así fueran a tener ninguna posibilidad, pero es que si no las batallas acabarían demasiado rápido. Y me aburriría.
Ashe practicaba movimientos con la espada, teniéndola bien cogida por el mango, mientras él hablaba. Pero seguía prestándole atención a sus palabras, por poco que le apeteciera. Era cierto que la espada tenía un equilibrio excelente, pero resultaba obvio que estaba hecha para alguien de una fuerza y estatura mucho mayores a las suyas.
-Entiendo a lo que te refieres.-dijo dándole un último vistazo, antes de tendérsela de vuelta a su dueño.-Es una espada de gran factura, pero yo no sabría manejarla. Hace mucho que no tengo que blandir una.
-Bueno, si te interesa, una vez que hayas oído lo que tengan que decir los...-miró a Fenna y Vania.- Bueno. Ellos. Una vez todo acabe, podrías visistarte en mis aposentos, o visitarte yo en los tuyos, y... darte una lección privada de como manejar adecuadamente un arma tan larga y dura. Te aseguro que mi habilidad te dejará sin aliento, y querrás que sigamos practicando más.
... ¿Por qué le daba la sensación de que ya no estaba refiriéndose a la espada? Quizás tuviera algo que ver la forma en la que la miraba.
-Gracias por la oferta, pero no quería decir eso. Solo me refería a que desde que cargo con el arco de Avarosa, nunca he necesitado blandir otra arma.
-Pues claro que no, muchacha.-Leena le pasó un brazo por encima de los hombros.-Lo de ella con ese arco si que es maestría. No sé si será cosa de su linaje, o del arma en si. Quizás sean ambas. Pero jamás he visto arma de hielo puro alguna liberar semejante poder. Eh, quizás deberías hacerles una demostración tú después, ¿no crees?
-Sí. Tal vez.
Miró de reojo a Doran, dudando de si el doble sentido de sus palabras fue imaginado, o real.
-Pero ahora mismo, aún hay cosas que discutir.-dijo Leena, separándose de ella, y acercándose de nuevo a su trono.
En ese momento en que la atención de la mayoría volvía a centrarse en la matriarca de los Derviches de Hielo, Parta se acercó a la por ahora solitaria Ashe.
-¿Lo has notado?-le preguntó la arquera, sin tan siquiera girarse para mirarle.
-Sí. Los Valar y el Hielo Blanco son las dos tribus más poderosas de las representadas en esta sala, y de lejos. Hacha Partida ha ideado una buena estrategia. Si ellas se muestran favorables a ti, los demás sin duda seguirán su ejemplo.
-No me refiero a eso.-miró a su alrededor.-Es que... Todos las representantes presentes. Traen...
-Hombres jóvenes recién entrados en la adultez, y con lazos de sangre con las matriarcas de sus tribus. Sin ningún juramento previo que los ate, sanos y fértiles.
-... Sí.
-... ¿Tienes pensado aceptar un juramento de sangre alguno?
-Es lo que necesito hacer para afianzar mi posición y la alianza, ¿no? Pero, míralos. Resulta obvio que hay muchas enemistades presentes. Si favorezco a uno sobre otro, eso solo alimentará la desunión en nuestra frágil alianza.
-Sabes que no hay un límite de sangrejuradas que puedas aceptar, ¿verdad?
-Aunque los aceptara a todos, ¿crees que eso solucionaría nada? Las rencillas seguirían ahí. Tendría que seguir favoreciendo a uno sobre otro, pero sería peor, porque se lo tomarían de una forma mucho más personal.
-Entonces, ¿qué tienes pensado hacer?
-¿Honestamente?
Fijó su vista en la gran hoguera en el centro del salón. En el fuego cálido y furioso de su centro. Se abrazó a si misma.
-Me vendría bien alguien ajeno a todo eso.
-Solo decidlo.-les pidió Tryndamere, sentado sobre un bloque de piedra, con la frente apoyada sobre sus manos entrelazadas.-¿Cuántos clanes?
Los dos hombres y la mujer que lo acompañaban bajo la sombra de la muralla, se miraron entre ellos. Hasta que finalmente, esta última decidió dar un paso adelante.
-Desde la Caída Nebulosa hasta los Colmillos de Hierro... todos los que habitaban ese estrecho de la estepa.
Todos esperaban una reacción explosiva del habilidoso guerrero, pero se mantuvo en silencio. El nombre de Tryndamere se hacia respetar entre todos los clanes de sus estepas natales. Pese a que tenían siempre que luchar entre ellos por los escasos recursos de sus tierras eternamente congeladas, su tradición de solventar los conflictos mediante duelos rituales había evitado que se creara demasiada mala sangre. La mayoría de esos duelistas se conocían y respetaban, e incluso algunos habían llegado a llamarse amigos, o hermanos en batalla.
La mayoría de esos duelistas habían sido segados como trigo durante la cosecha.
Tryndamere se puso en pie, y con un rugido de esfuerzo, levantó el gran bloque de piedra sobre el que se encontraba sentado, y lo lanzó a varios metros de distancia, impactando y derribando una estatua ya medioderruida. Pero tras aquella demostración de fuerza, y el estremecedor rugido de dolor y rabia que liberó después, nadie en los alrededores se atrevió a increparle nada.
Más aquellos que lo acompañaban no se mostraron sorprendidos o incómodos por su comportamiento. Esos arranques de ira eran conocidos y comunes entre los guerreros como él. Pero lo que si les llamó la atención, era como esta rabia había crecido. Algo comprensible después del casi exterminio de su clan, y con lo que podían empatizar después de que los suyos también fuera diezmados.
-¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos más han sido?!-demandó saber el airado bárbaro de melena negra.
-No lo sabemos.-contestó uno de los hombres, ya de barba canosa.-Hace semanas que partimos de allí. Quien sabe cuantos más clanes habrán perecido.
-Vinimos hasta aquí por lo mismo que tú.-le dijo el otro hombre, con el rostro deformado por una cicatriz, y un ojo inerte.-Oímos los rumores sobre Avarosa reencarnada, y seguimos tu ejemplo. Nuestros mejores habían perecido, y tú eres el único gran guerrero que queda en pie de tu clan.
Tryndamere le fulminó con su mirada ardiente. Tuvo que contenerse para no pegarle un puñetazo.
-Sí realmente fuera un gran guerrero, ninguno de nosotros necesitaría estar aquí.
-Precisamente porque eres un gran guerrero, tu clan logró sobrevivir a lo que muchos otros no.-le indicó la mujer, de melena pelirroja oscura.-Si estamos aquí, es precisamente porque seguimos tu ejemplo.
-... ¿Qué quieres decir, Aranna?
-¿Crees que habríamos arriesgado tanto por la promesa vaga de una muchacha que podría ni haber existido?-le reafirmó el anciano.-Siempre has sabido lo que te hacías, Tryndamere. Había pocos como tú. Ahora, simplemente no quedan. Si venimos hasta aquí, es porque tú lo hiciste, y nunca has sido un idiota.
-Impetuoso, sí. Pero idiota, no.-prosiguió el de rostro deformado.-Seguimos tu ejemplo, y parece que desde luego tomamos la decisión correcta.
-Hicisteis lo que necesitabais para sobrevivir. Igual que yo. Igual que el resto.-les increpó molesto.
-Eso no te lo discuto.-dijo Aranna.-Vamos a enviar mensajeros de vuelta a nuestras tierras, a repartir la noticia de que tenías razón. Los clanes se han unido como pocas veces ante esta calamidad. Los que quedan no saben que hacer, pero una cosa esta clara: después de esto, solo querrán seguirte a ti. Pues hace mucho que las estepas no tiene un Rey Bárbaro que las una.
Los ojos de Tryndamere se abrieron. Primero, llenos de su típica furia. Luego, de resignación.
-... Sí eso es lo que hace falta para que nuestra gente sobreviva... si eso es lo único que están dispuestos a aceptar, lo haré. Pero todos deberías tener claro que yo no soy nadie a quien seguir.
-Venga ya.-dijo el de la cicatriz.-Si no es a ti, ¿a quién?
Tryndamere alzó la vista, y la fijó en la fortaleza en la base de la montaña.
Dado el poder e influencia de su tribu, Vaina y su madre podían permitirse el privilegio de unos aposentos en la fortaleza bajo la montaña, en lugar de tener que montar un campamento en las murallas exteriores. Al mismo tiempo, su pequeña escolta se había ganado un lugar en los barracones del asentamiento.
Aunque suponía que no iban a estar tan protegidos del frío como en el interior. Era freljordiano. Había nacido y crecido en los fiordos antes de marchare a Demacia. Podía soportarlo. Pero debía admitir que en sus años de exilio se había... desacostumbrado a él.
Por fortuna, aquel lugar tenía su propia chimenea, y una cama llena de pieles más que suficientes para abrigarse durante la noche. Desde luego iba a necesitarlas. Pero hasta que la noche se cerrara, tendría que pasar el tiempo sobre el escritorio, anotando sus pensamientos.
Acababa de volver a mojar la pluma en el tintero cuando llamaron a la puerta. Vaina volvió a apoyarla dentro de este, y se puso en pie para recibir a quien le visitaba. Y como no, esta solo podía ser su madre.
-¿Qué demonios haces aquí arriba? Tendrías que estar abajo con los demás, en el festín.
¿Tanto era pedir que empezara con un simple "hola" antes de llegar a los reproches?
-No tenía hambre. Y quería descansar del viaje y las reuniones, para... aclarar mis pensamientos.
Fenna fijó su vista en el escritorio. Vania agachó la cabeza, temiendo lo que iba a decirle.
-Y tanto. ¿Aún sigues con esa cosa?
Entró a la habitación, y tras que Vania cerrara la puerta, este la vio ojeando el tomo abierto, con la tinta aún fresca.
-Ten cuidado. No quiero que se emborrone.
-Ojalá pasaras la mitad del tiempo que le dedicas a esto a practicar con el hacha. Con tan solo eso, serías capaz de hacer callar al vástago pomposo del Hielo Blanco.
-Practiqué mucho la esgrima en Demacia.-tomó el libro para alejarlo de su madre.-Eso tiene que contar para algo.
-Lo que hacen esos es bailar, muchacho. No luchar. Se acomoda más tus poemas que a a una batalla real. ¿Qué estabas escribiendo, por cierto?
-Solo que tal ha ido mi día.-cerró el tomo.-Nada importante.
-Hoy podrías haber conocido a tu futura matriarca, Vania. A tu futura esposa. ¿Hay algo más importante que eso?
Ashe le pareció una persona amable. Debe de ser la primera en Freljord que no solo no se ha burlado de él o sus modales cortesanos, si no que ha mostrado interés en su estancia en Demacia. Además, era una de las chicas más hermosas que había visto. Un tipo de belleza que pensó no volvería a encontrar nunca fuera de las damas de la nobleza demaciana, y menos en Freljord. Pasar el resto de su vida sirviéndola como sangre jurada o padre juramentado, no se le hacía una idea tan desagradable en ese momento.
Pero antes de sentirse seguro de confesarle a su madre nada de eso, necesitaba tener algo claro.
-... ¿Realmente crees que es quien dicen?
-Quien sea no es importante, hijo.-le colocó las manos sobre los hombros.-Lo importante es el futuro de nuestra tribu.
Resumiendo, "lo único para lo que sirves es de moneda de cambio". Su madre nunca le había dicho eso a Vania directamente, pero él estaba seguro... sabía bien que eso era lo que ella pensaba. No tenía valor como guerrero, ni como marinero. Así que lo entregaron a los demacianos para librarse de él, y ahora iban a volver a hacerlo. Por fin iban a sacarle utilidad.
-Como si algo más pudiera importar.-murmuró por lo bajo.
-... Sé que te ha sido difícil ajustarte a todo después de tanto tiempo fuera de casa.-Fenna lo abrazó contra su pecho.-Pero quiero que sepas que pase lo que pase, hagas lo que hagas, sigues siendo mi hijo. Y eso no cambiara nunca. ¿Te queda claro?
Vaina sufría cuando le hablaba así. Porque no estaba seguro de si mentía, o de si decía la verdad. Ni tampoco cual de las dos prefería.
Apoyó una mano sobre el costado de su madre.
-... Lo entiendo.
Doran Parte Espaldas se quitó su túnica manchada de cerveza e hidromiel nada más llegar a sus aposentos, y se tumbó sobre la cama con los brazos tras la cabeza, y una amplia sonrisa en el rostro. Aunque ya era bien entrada la noche, y se encontraba agotado tras horas de celebración en el gran salón, aún se encontraba de muy buen humor.
Pese a ello, no le importó ponerse en pie cuando llamaron a su puerta. Solo se limitó a tomar su espada como precaución.
-¿Quién llama?
-Soy yo.
Doran se relajó y dejó la espada en su sitio, antes de dejar entrar a Siana. Tras lo que volvió a cerrar la puerta, y correr el pesado pasador.
-Ya era hora. Apenas te he visto en toda la noche. ¿Qué has estado haciendo?
-Solo lo que me pediste. He estado observando a Ashe.-le contestó la sacerdotisa mientras caminaba como ausente hacia la ventana, con la luna llena iluminando sus rasgos.
-Entonces, ¿cuál es el veredicto?
-No puedo decir con certeza que sea la reencarnación de Avarosa, como los Derviches proclaman.-se quedó observando el cristal de su báculo.-Pero hay una magia poderosa en ella. Una magia que no proviene solo del arco. Es como... si se alimentaran la una a la otra.
-Bueno. Dudo que un arma como el legendario arco de Avarosa pueda ser imitado por manos mortales. Así que supongo que eso lo prueba.-se acercó a la rubia, y le apartó un mechón de la cara.-Te preocupas demasiado.
-Y tú demasiado poco.-le apartó la mano.-Ella podría hacerte suya por juramento de sangre eterno.
-No "podría". Claro que lo hará.
-Con más motivo. ¿No te preocupa conocer a la clase de persona que vas a servir? ¿Cómo es?
-Hmf. Ahora que lo dices, sí que se la ve un poco austera y distante. Pero si lo que he oído sobre lo que le ocurrió a su tribu es cierto, la verdad es que lo entiendo. Seguro que se abre más en cuanto se la conoce. Y me gustan sus ideas. Lo de un Freljord unido resulta atrayente. Con más tribus, podríamos hacerle mucho más daño a esos demacianos, o incluso conquistar lugares más lejanos.
-Esa no me parece que fuera su intención. Creo que solo aspira a la paz entre las tribus.
-Nah, ya verás. Toda reina, una vez ha puesto orden en casa, tiene que expandir sus dominios. Y ya va siendo hora de que alguien les enseñe humildad a esos noxianos.
-Sí tú lo dices...
-Pero ya hemos hablado suficiente del futuro.-Doran tomó un extremo del báculo.-Ahora disfrutemos del presente.
Tras arrancárselo de las manos y tirarlo al suelo, agarró a Siana por la cintura, y le plantó un intenso beso. Pese a que había pocas cosas de las que disfrutara más que del tacto de aquellos fuertes músculos rodeándola, y el sabor dulzón de aquellos labios, Siana apoyó las manos sobre su fuerte pecho, y lo apartó de si. Por mucho que deseara lo contrario.
-¡No!
-¿Qué pasa? Creía que te encantaba cuando me ponía agresivo.
-No es eso. Es que...-se volvió, dándole la espalda.-Ya me costaba vernos un futuro antes de que traicionara mis votos. Por eso acordamos mantenerlo en secreto. Pero ahora... es muy posible que le sirvas juramento a otra mujer.
-Posible no.-se acercó a ella, esta vez con más dulzura, y le besó el hombro.-Seguro.
Esto no hizo si no molestarla. Se giró para volver a mirarle a los ojos.
-¿Cómo podremos mantenerlo en secreto entonces? Ya es lo suficientemente difícil ahora. Pero en el hogar de otra, ¿cómo podremos seguir juntos? ¿Cómo podrás...?
Siana agachó la cabeza con el rostro compungido, y se abrazó a si misma. Doran la comprendió entonces, y le alzó la barbilla.
-Mírame. Esto será un matrimonio político. Porque le beneficia a ella, y le beneficia a nuestra gente. Nada más. Jamás sentiré por ella, lo que siento por ti.
-... ¿Me lo juras?
Doran se llevó una mano a la espalda, y cruzó los dedos.
-Te lo juro.
El guerrero volvió a besarla, con la pasión poco a poco haciendo arder el cuerpo de ambos. Siana volvió a apartarlo. Solo que esta vez, en vez de rechazarlo, con un toque de su magia de hielo y una sonrisa juguetona, hizo caer su vestido al suelo, dejando al desnudo su pálida y suave piel.
No tardarían en estar protegidos del frío bajo las pieles de la cama, mientras hacían el amor. Aunque esta vez, mientras él toqueteaba y saboreaba sus turgentes y suaves carne, y ella gritaba su nombre poseída por un placer que le nublaba los sentidos, Doran no pudo evitar empezar a fantasear con las posibilidades.
Siempre había disfrutado de la montaña de placeres que le proporcionaban las suaves curvas del cuerpo de la inocente Siana. Pero ahora se preguntaba como sería sentir las fibrosas piernas de Ashe rodeando su cintura, mientras se adentrara en ella. Como se vería su torso esculpido por el esfuerzo físico constante bajo aquellas ropas. Como sería el tacto de aquellos pechos generoso pero firmes.
Como sería verla retorcerse de placer mientras gritaba su nombre.
-¡Doran!
Volvió a besar a Siana, aferrándola con fuerza, mientras finalmente se descargaba en su interior. Dejándola temblando entre sus cómodos y fuertes brazos.
-Oh, Doran. Te amo. Te amo.
El guerrero disfrutó del aroma de aquella melena dorada, pese a que la que habitaba en su mente era plateada.
-Y yo a ti.
