En el salón principal de la fortaleza, en donde aquella gran hoguera se mantenía siempre encendida para calentarlo, Ashe y Tryndamere se hallaban reunidos. La arquera se encontraba sentada en el trono de la matriarca de los Derviches, por mucho que la incomodara verse en esa posición respecto a los demás. Pero Parta, que se encontraba de pie a su derecha, era de la opinión de que era necesario para comandar respeto.
Aparte del anciano sacerdote y ellos dos, Hella Parte Avispas también se encontraba allí, a la izquierda de Ashe. La joven de melena albina había llegado a confiar mucho en la pelirroja. Había estado a su lado en muchas escaramuzas con tribus hostiles, y le había sorprendido gratamente no solo su puntería y habilidad con el arco, si no lo mucho que se parecían.
Solo que una de ellas sí que había conseguido salvar a su tribu, y sin necesidad de un arco mágico.
Ashe sacudió la cabeza. No era el momento de pensar en eso. Alzó la mirada, y se centró en Tryndamere, que los ojeaba a los tres algo molesto.
-¿Por qué intercediste?-le preguntó Ashe.
-¿En qué?
-Entre Doran y Vania. No te convenía, y podrías haberlos pasado de largo perfectamente. Al menos, la mayoría lo habría hecho.
-Pues entonces digamos que yo no soy la mayoría. ¿Realmente tienes algo importante que decirme, matriarca, o hemos venido a hablar de nimiedades?
-Muestra un poco más de respeto.-le increpó Hella, tras lo que Ashe alzó la mano para indicarle que lo dejara pasar.
-He oído que has estado muy ocupado últimamente. Has retado en duelo a los mejores guerreros de las tribus que han acudido a la asamblea. Y por lo que tengo entendido, los has vencido a todos.
-Para ser justos, fueron ellos los que empezaron buscando problemas.
-No me cabe la menor duda.-sonrió Ashe para si un momento, echando de menos momentos livianos como ese.-De todas formas, también me han llegado rumores de como vencistes en esas peleas.
Ashe notó como el bárbaro apretaba el puño. La llama azul de furia de sus ojos pareció avivarse, pero también lo hizo aquella melancolía en su mirada.
-La gente te teme.-intervino Parta.-A ti y a tu clan. Hablan de que emplean magias oscuras para curarte. De que sigues luchando con heridas que no solo habrían tumbado a otros, pero muy posiblemente los habrían matado. Que te posee un demonio en la batalla.
-¿Y?
-¿Es algo de eso cierto?
Tryndamere apartó la mirada del anciano sacerdote. Acudió temiendo que solo lo hubieran convocado para decirle que iban a expulsar a su clan. Ahora, lo que temía es que el miedo de los ignorantes se hubiera apoderado de la matriarca de los avarosanos y sus seguidores, y simplemente fueran a terminar lo que aquel demonio en la ventisca empezó. Cada vez que le recordaba, la cicatriz de su primera muerte volvía a dolerle.
De haber sabido que esto era un trampa, se habría traído su espada y su casco. Ahora que estaba desarmado, no le quedaba más remedio que escapar a golpes si intentaban algo.
Viendo lo tenso que se había puesto por los comentarios de Parta, y como examinaba la habitación, como si pretendiera salir corriendo en cualquier momento, Ashe se levantó del trono. Bajó algunos escalones para acercarse al bárbaro, pero aún quedando por encima de este.
-A mi no me importan las habladurías de ese tipo. Sean ciertas o no, he visto como suelen traer desgracias.-le explicó Ashe, con tono firme pero amable.-Te di mi palabra de que tu clan estaría bajo mi protección. Pero si esto sigue así, no sé si podré seguir garantizándolo. El resto de tribus y clanes podrían forzar vuestra expulsión. Solo se me ocurre una forma de garantizar que eso no ocurra.
-Quieres que me vaya.-sentenció Tryndamere.
Ashe se quedó cortada ante aquella afirmación tan tajante. Aunque para Tryndamere, tenía todo el sentido del mundo. En parte le aliviaba, porque significaba que era libre de perseguir su venganza. Pero por otro lado, aunque Ashe se había mostrado honesta con él hasta el momento, no tenía garantía alguna de que fuera a mantener su palabra una vez se marchara. Por todo lo que él sabía, esto podía ser simplemente una excusa para tenerlo lejos cuando ocurriera, y no causara problemas. Además, estaban los otros clanes que habían jurado seguirle. ¿Estarían ellos también amparados dentro de la alianza avarosana?
-No.-respondió Ashe al fin, tras aquellos momentos de duda.-No voy a pedirte que te marches. Ni tampoco que te lleves a tu clan contigo. De hecho, todo lo contrario.
Ashe bajó los escalones hasta al fin estar a la altura de Tryndamere, y apoyó una mano sobre su pecho. Justo encima de su corazón.
-Lo que voy a pedirte, y lo que quiero de veras... es que jures por mi.
Tryndamere abrió los ojos como platos, creyendo haber entendido mal.
-¿Qué?
-Ya me has oído.-Ashe le dio la espalda, y subió los escalones para volver a sentarse en el trono.-Quiere que te conviertas en mi primer sangrejurada.
Hella la miraba tan confundida y sorprendida como el bárbaro. Parta se veía tranquilo, como si ya fuera conocedor de su decisión. Por otro lado, la reacción de Tryndamere fue mucho más tranquila de lo que Ashe esperaba. El bárbaro murmuraba algo para sí mientras se miraba las manos, como si sostuviera algo.
-¿Te burlas de mi?-musitó Tryndamere.
-¿Qué?
-¡¿Te burlas de mi?!
Parta reculó ante su arranque de ira, mientras Hella echó mano a su arco. Ashe fue la única que se mantuvo en calma aparente.
-No. No lo hago. Me disculpo si algo en mi forma de decirlo ha hecho parecer lo contrario, pero estoy siendo completamente seria.
-Sí. Eso me ha parecido.-Tryndamere bufó como un elnuk salvaje, buscando tranquilizarse.-Pero la cuestión es que yo también he oído cosas. Dime. ¿Porqué yo, cuando aparentemente no tienes intención de pedirle juramento a ninguno de los vástagos de las otras tribus que han venido expresamente para ello?
-A lo que han venido es a formalizar una alianza, no un matrimonio conmigo. Y mis motivos para ello son propios, no tengo porque discutirlos.
-Bueno. Pero si en principio voy a convertirme en tu marido, mereceré conocerlos, ¿no?-Tryndamere se cruzó de brazos, observándola con una sonrisa de incredulidad aún presente.
Ashe pensó entonces en que se veía más guapo cuando sonreía. Se reprimendó a si misma por pensar en algo tan banal en un momento tan serio. Así que meditó con calma su respuesta.
Estaba claro que el bárbaro no iba a dar su brazo a torcer. Ashe miró a los lados, a Parta y a Hella, y luego se aseguró, con un rápido vistazo, de que mientras hablaban no hubiera entrado nadie más en el gran salón.
-... Te lo pido antes que a ningún otro, porque eres el único sin ataduras ni viejos rencores.
-¿A qué te refieres?
-Todos los demás que buscan convertirse en mis sangrejuradas lo hacen en nombre de sus tribus, y ese es el problema. Si aceptara a todos ellos como maridos, los enfrentamientos entre las viejas tribus no solo no desaparecerían, si no que se incrementarían. Se volverían más personales. Muchos de ellos cargan con décadas de rencores a sus espaldas, como sé que tú mismo has visto justo antes. A la hora de tomar decisiones, se me acusaría de favorecer a uno de mis maridos sobre otro, a una tribu sobre otra. En esas circunstancias, la alianza avarosana se rompería con la misma rapidez que se está formando. Todo por lo que espero luchar se vendría abajo. Pero por fortuna, existen grupos como tu clan.
Tryndamere comenzó a entenderla.
-En las estepas, la tradición es que lideremos los hombres. Si me convirtiera en su sangrejurada, no tendrías que preocuparte porque mi lealtad se viera dividida hacia otra matriarca. Y los clanes siempre nos hemos mantenido aislados de los conflictos con otras tribus de fuera de las estepas. Ha habido guerras, pero nadie nos guarda rencor porque nuestras tierras y nuestros recursos son pobres. No tendrías que preocuparte porque mi elección alentara viejas enemistades.
Ashe asintió a modo de respuesta.
-Más que eso.-continuó Ashe.-Sé que representantes de los demás clanes de tu estepa natal han venido a verte. Te siguen y te respetan. Por lo que parece, estarían dispuestos incluso a unirse tras de ti. Y eso me vendría bien también. Guerreros experimentados que no me hayan sido cedidos por otras tribus. No miembros de la alianza avarosana, pero avarosanos en si. Como Gjura y su gente. Como quiero que todas las tribus sean en un futuro. Y sería mejor que empezara a dar ejemplo de ellos cuanto antes.
Tal como lo veía Tryndamere, lo que tenía ante si era una matriarca con ambiciones de reinar. Falta de, y en busca de, buenos guerreros. Cierto, tenía bajo su bandera y había absorbido a muchas tribus. Pero la mayoría eran refugiados, o granjeros sureños. Ella lo que necesitaba era experiencia y fuerza. Y Tryndamere poseía ambos de sobra.
Pero había algo que no cuadraba. En toda su joven vida como duelista errante, había conocido a muchas matriarcas. Crueles y amables, pero la mayoría ambiciosas, y buscando más de lo que ya tenían. Ya fuera para ellas mismas, o para su gente. Podía ver ese fuego, a veces convertido en ansía, en muchas de ellas. Aunque en esta "reina" Ashe, no era así. Pues sus ojos eran fríos, por determinada que fuera su mirada. Y parecían llenos de pesar.
Como si cargara con algo que no quería soportar, pero se obligara a si misma a hacerlo.
Ashe empezó a sentirse incómoda. El bárbaro la miraba, pero no respondía. Estaba empezando a temer que fuera a negarse. Y si así fuera, podría seguir insistiendo para convencerlo. Pero si aún así siguiera negándose, ¿qué podría hacer? ¿Expulsar a su clan?
No. Ella no podría hacer eso. No se vería capaz. No sobrevivirían mucho tiempo fuera de aquellas murallas. Pero a la vez, ¿podría nadie respetarla como matriarca, si ella misma no es capaz de hacer respetar sus decisiones? Y menos ante alguien que aspiraba a que se convirtiera en su sangrejurada.
-Vale.-habló Tryndamere, con voz grave.
-¿Qué?
-He dicho que vale. Seré tu sangrejurada.
El anciano Parta dejó escapar el suspiro de alivio que su joven matriarca no se permitió expresar.
-Pero solo bajo ciertas condiciones.
-Bien, me parece justo.-Ashe se estiró cómodamente en el trono, más relajada, y sin poder evitar dejar salir una sonrisa de satisfacción.-¿Y cuáles serían esas condiciones?
-Para empezar, que me des lo mío.
-¿Lo tuyo?
-Ya sabes de lo que hablo. Como tu sangrejurada, me deberían estar reservados ciertos privilegios, ¿no?
-Eso se da por sentado.-expresó la arquera, más desanimada, temiendo el cáliz que pudiera tomar la conversación ahora.-Si te refieres a tu derecho a reclamar una parte del botín en batalla...
-No es exactamente el botín lo que me interesa. Al menos, no esa clase de botín.-señaló a Ashe.-Pero creo que sabes perfectamente a que me refiero.
-... ¿Perdón?-Ashe se llevó la mano al pecho.
La estaba señalando directamente. Como si se refiriera a que ella era el botín. ¿Acaso estaba sugiriendo que...?
Las pálidas mejillas de Ashe se ruborizaron, mientras miraba ojiplática al osado bárbaro. Por lo que apreciaba de su torso desnudo, una experiencia así no debería ser precisamente desagradable, pero...
-La comida.
-... ¿La comida?
-Como tu sangrejurada, debería tener derecho a elegir después de ti una parte de la cosecha y la caza, ¿no? La mejor parte.
-Ehm... Sí. En teoría, la parte más fresca de la cosecha y las piezas más grandes de la caza y el ganado pueden ser tuyas si las reclamas.
-Bien.-sentenció Tryndamere, abandonando su tensa pose.-Solo necesitaba asegurarme. En ese caso, estaré preparado a acudir en cuanto lo solicites, matriarca. ¿Hay algo más que necesites de mi?
-No. Gracias por venir. Eres libre de irte.-le respondió, aún algo confundida.
Tryndamere ni asintió, ni se despidió. Solamente se dio la vuelta, y se dirigió hacia las grandes puertas del salón. Las cuales cerró de un portazo tras él, que reverberó por toda la sala, haciendo titilar hasta la gran hoguera.
-Bueno.-habló Parta, dejando salir una sonrisa amable.-Eso ha ido mejor de lo que esperábamos, ¿no?
-Sí. No esperaba que fuera a acceder tan fácilmente.-dijo Ashe, apoyando la barbilla entre los dedos.
-Tampoco es tan extraño, ¿no?-comentó Hella, insegura de si esta era una conversación en la que debería estar ella.-Quiero decir, ¿cuántas veces le va a ofrecer la matriarca de una tribu tan poderosa y extendida ser su sangrejurada? Pocas ambiciones mayores hay para un guerrero.
-No creo que se trate de eso.-intervino Ashe.-Es un guerrero de gran talla, sí. Y por lo que he oído, ha vagado por muchos rincones de Freljord, cediendo su espada a muchas causas. Es casi tan joven como nosotras, pero podría haber aceptado una posición de este tipo hace mucho. No. Solo ha aceptado, porque las condiciones en las que se encuentra su clan le han obligado a hacerlo. Pero en algo tienes razón. Los guerreros como él suelen ser muy ambiciosos. Tanto por gloria en batalla, como por poder. Pero sin embargo, él no ha exigido nada en especial, pese a que estaba en la posición perfecta para hacerlo.
-Porque esa no es su costumbre.-le interrumpió Parta.
Ambas jóvenes miraron al anciano sacerdote con curiosidad.
-¿Qué quieres decir?-le preguntó Ashe.
-Los clanes bárbaros de las estepas son pobres. Tanto en recursos, como en propiedades. Lo sé bien. He estado allí. Si no visten armadura, es porque apenas les llega el acero para forjar sus espadas. Si tienen la costumbres de solventar sus disputas con duelos rituales en vez de batallas abiertas, es porque ninguno de ellos puede permitirse la pérdida de hombres y mujeres que eso conllevaría. Adoran la lucha, sí. Veneran la fuerza, tanto como a los antiguos dioses y a las hermanas. Pero lo hacen sabiendo que no tienen mucho que reclamar. Viven de poco, y a eso se han acostumbrado. Para ellos, poco hay más que disfrutar en la vida que la lucha, y la bebida, y la buena compañía.
Sin embargo, la arquera de hielo aún parecía dudar.
-No estoy segura de que lo entienda.-dijo Ashe, mirando hacia la puerta.-Mi tribu también era pobre, pero eso no nos despojó nunca de ambiciones mayores.
Ashe pensó entonces que ojalá no las poseyeran. Quizás así su tribu... su familia...
-Créeme. No como ellos.-continuó Parta.-Pocas tribus en Freljord conocen la dureza de la escasez tan bien como ellos.
La joven matriarca de los avarosanos siguió con la mirada fija en la puerta, pensando en Tryndamere.
Algo le había ocurrido a su clan. Por los escasos detalles que le dio Edda, fueron prácticamente exterminados. Ashe podía entender ese dolor. Lo conocía demasiado bien. Y siempre que lo miraba, los ojos de Tryndamere ardían con esa tristeza, transformada en ira.
Pero había algo más en ese fuego. Algo que ella no terminaba de comprender.
Y sin embargo, era algo que cada vez tenía más grabado en su mente.
Aquella mañana, todos los representantes de las tribus que habían acudido a Rakelstake, volvían a hallarse reunidos en el gran salón. Aunque no conocían el motivo exacto para esta convocatoria. Todo lo que sabían, era que la reencarnación de Avarosa tenía algo que anunciar. Pero ni siquiera Leena y Enok, ni aquellos que seguían a Ashe directamente, sabían el que.
Lo que la mayoría imaginaban, es que Ashe anunciaría finalmente a que jóvenes guerreros había decidido aceptar como sus sangrejuradas. Era lo esperado de ella, y la táctica más común a la hora de formalizar una alianza.
Muchos, seguros de sus propias cualidades, estaban convencidos de que serían elegidos. Entre ellos, el propio Doran, que se movía entre la multitud con una sonrisa en los labios, pese a los sucesos del día anterior. Y aunque Siana le acompañaba, era obvio para cualquiera que los mirara que ella seguía enfadada.
-¿Aún estás molesta por lo del demaciano?-le preguntó Doran, como si se tratara de un asunto trivial.-Venga, si ya me he disculpado. Y además, tampoco le pegué tan fuerte.
-No es por eso.-suspiró Siana, siendo evidente que sí era por eso.-Pero sigo sin entender porque te pusiste así ayer. ¿Acaso fue mal la cacería?
-No exactamente. Cazamos una buena pieza.-dijo frotándose el antebrazo donde le había mordido la loba, aún vendado.-Es solo que... Ashe no resultó ser como me la esperaba. Pero después de consultarlo con la cama, me he dado cuenta de que eso no es realmente un problema.
-¿A qué te refieres?
-La matriarca de los avarosanos es más medida de lo que me esperaba. Es decidida e inteligente, pero más bien dada a la paz. Al principio me molestó, pero la cuestión es, que librar batallas es tarea de los guerreros. La de las matriarcas, es más bien decidir que batallas merecen la pena ser libradas.
-Vaya. Eso es... bastante sensato.-dijo Siana, gratamente sorprendida.-¿Y te parece bien?
-Claro.-la sonrisa de Doran se borró de sus labios.-Tal vez si mi madre hubiera aprendido esa lección, nuestra tribu no estaría en esta situación.
Siana no dijo nada. Solo miró a su alrededor, asegurándose de que nadie hubiera prestado atención a las musitaciones del guerrero.
No muy lejos de allí, la afamada Fenna la Rompe Tormentas charlaba afablemente con miembros de otras tribus, mientras Vania aguardaba en silencio. Cruzado de brazos, y con humor sombrío.
Cuando se despidió de los que hasta ese momento charlaban con ella, Fenna no tardó en notar la disposición de su hijo.
-Relájate. Irá bien.-le dio un golpe en el brazo.-Tú mismo lo dijiste. Os lleváis bien.
-Eso dije.-contestó Vania, esforzándose por ignorar el dolor de sus heridas.-Y aún creo que es cierto.
-¿Entonces? ¿Aún te molesta lo que ocurrió ayer?
-No. Fue doloroso, pero al fin y al cabo solo es dolor físico.-dijo frotándose la nariz, que habían tenido que volver a colocarle en su sitio.-Pero estoy pensando... ¿y si no soy escogido al final?
-Puede ser.-dijo su madre, más seriamente.-Sería un error de su parte el no aprovechar la ocasión de ganarse el favor de una tribu tan fuerte y numerosa como la nuestra, pero puede ser. Aún así, no te preocupes. Habrá otras oportunidades.
Vania cerró los puños, y suspiró tratando de relajarse. Ya estaba seguro. Había tomado su decisión, y no iba a dudar.
-Esa es la cuestión, madre. Incluso si no me pide juramento, la seguiré.
-... ¿Qué quieres decir?-le miró Fenna, con la ceja alzada.
-Que creo que por fin he encontrado mi sitio. Me pida juramento o no, lo haré.-miró a su madre a los ojos, desafiante.-Cuando los demás volváis a casa, pase lo que pase, yo no os seguiré. He decidido que quiero servir a la elegida de Avarosa.
Aquello desde luego, había cogido por sorpresa a Fenna. La había dejado sin palabras. Pero su rostro era indescifrable. ¿Acaso estaba enfada? ¿Triste? ¿Aliviada, incluso? Vania no era capaz de adivinarlo. Más cuando su madre volvió a serenarse, y se preparó para responder...
Dos cuernos sonaron por toda la sala.
Las puertas del salón se abrieron, y por ellas entró Ashe. Cargando con su arco a la espalda, y seguida por una escolta desigual. Hombres y mujeres con capas y capuchas azules, cargando sus armas junto a escudos con una arco y una flecha grabados como símbolo. Logrando el shock suficiente para que el gentío se abriera a su paso.
Una vez más, todo esto había sido idea de Parta. El viejo sacerdote le había ayudado mucho en conseguir hacer que se viera como una líder, incluso cuando ella no se sentía una. Por lo que también seguía sin hacerla sentirse cómoda. Su madre nunca necesitó este tipo de despliegues para hacerse respetar.
Aunque esta vez, le dio un giro propio al asunto. En vez de caminar hasta el trono, lo hizo hasta la gran hoguera que ardía en el centro del salón. Una vez allí, se subió junto a la pira, y le dio la espalda al fuego, logrando dar una imagen fantasmagórica y espiritual al gentío. El hielo puro de su arco, lejos de verse afectado por el calor, parecía hasta hacer recular al fuego.
Mientras, los guardias que la acompañaban fueron formando un perímetro circular frente a ella. Dejando un espacio abierto entre Ashe y la multitud.
La arquera de hielo observó los rostros de todos los presentes. Conocidos y desconocidos, que habían venido a escuchar las palabras de la elegida de Avarosa. Ya fuera por fe, necesidad, o ambición. Pero que habían venido a escucharla a ella.
Y ella no estaba segura de que decirles.
Cuando vio acercarse a Leena y Enok, Ashe hizo un gesto para que sus avarosanos les dejaran pasar.
Por la expresión de su rostro, era obvio que Leena andaba molesta. Pero Ashe no sabía si era por el asunto de los lobos, que Enok le había contado lo que sucedió en el campo de tiro entre ellos, o el no haber consultado con ella sus planes. Probablemente fuera un poco de todo.
-Bueno, muchacha. Al fin apareces.-dijo Leena, frunciendo su labio partido, mientras se cruzaba de brazos.-Nos has tenido esperando un buen rato.
-Sí. Lo lamento, matriarca Leena.
-Empezaba a temer que fuera a encontrarme con que habías metido ahora a una cría de mamut en los aposentos de mi familia.-sonrió, antes de señalar a Enok con el pulgar.-Aunque este seguramente lo apreciaría más que mis pequeñas tormentas.
-Je. ¿Asumo entonces que los cachorros os han dado algún que otro problema?
-Bah. Son cachorros. Los problemas reales los darán cuando crezcan. Y para entonces, supongo que ya los tendremos bien entrenados. ¿Y a ti que te pasa, muchacho? ¿Se te ha comida la lengua la garra? ¡Vamos!-dijo dándole una palmada en la espalda a Enok, haciendo que se adelantara.-¿Qué forma es esa de recibir a tu futura esposa?
Ante la mención de esa palabra, tanto Ashe como Enok se tensaron. Intercambiaron miradas, y cualquier atisbo de esperanza que Enok hubiera tenido de que Ashe hubiera cambiado de opinión desapareció, ante el rostro triste pero firme de Ashe. Mientras, Leena los miraba sin terminar de comprender el silencio de ambos.
-¿Se puede saber qué os pasa?
-Madre.-intervino Enok, colocándose entre Leena y Ashe.-No creo que...
-De eso mismo quería hablar hoy.-le interrumpió Ashe.-Podriaís... ¿colocaros detrás, por favor? Tengo algunas cosas importantes que decir.
Leena la miró confundida. Alternó su mirada entre Ashe, y los miembros demasiado frescos o demasiado maduros de su guardia avarosana, no muy segura de que pensar. Hasta que notó al anciano Parta entre los guerreros avarosanos.
-... Muy bien. Pero que sea rápido.-dijo mientras caminaba hacia la multitud.-No me gusta dejar de ser el centro de atención en mi propio gran salón.
Enok siguió a su madre, sin poder apartar la mirada de Ashe mientras lo hacía. Con el corazón aún doliéndole desde hace días.
La arquera de hielo volvió a colocarse junto a la hoguera. Seguía sin tener claro cuales serían las palabras apropiadas. Aún no estaba acostumbrada a esto. Pero de lo que sí estaba segura, era de sus intenciones. O al menos, todo lo que podía estar.
-Avarosanos.-dijo, con una voz agotada, pero fuerte.-Desde que encontré la tumba de Avarosa, eso es todo lo que veo cuando miro a otro freljordano.
Se mordió el labio. Seguía sin gustarle proclamar eso. Pero se había dado cuenta de que ese tipo de mentiras eran necesarias para mantener el ánimo. Para promover la esperanza. Y para asegurarse de que nadie más sacrificaba a su gente inútilmente por un mito, cuando ella podía otorgarles algo lo más real posible.
-Cuando empecé mi peregrinaje, cuando empecé a acoger a tantas tribus de hogareños pobres bajo mi protección, lo hice siguiendo una única verdad. Que sin importar de que tribu seamos, que vengamos de Lokfar o Dulcehogar, todos somos freljordanos. Todos somos Freljord. Todos somos miembros de la misma familia.
Al decir esa palabra, no pudo evitar pensar en Braum, el héroe de tantas historias de su pueblo. Lo buscó con la mirada entre el gentío, pero no le vio. Lo más probable es que ya no estuviera allí. Siempre se marchaba, nunca se quedaba. Pero cuando le conoció, le había reconfortado muchísimo el saber que había alguien adulto que no consideraba sus aspiraciones de unidad la fantasía de una joven demasiado idealista. Si no que las creía ciertas.
Ashe no pudo evitar sonreír al pensar en ello, y ganar algo de confianza para si.
-Digo esto porque sé que nuestro pueblo una vez estuvo unido. Un tiempo en el que eramos uno. Digo esto porque sé que volverá a estarlo. Que volveremos a serlo. Y todos los que habeís venido aquí, todos los que me habeís acogido, y me habeís ayudado a construir este sueño, sé que también lo creéis cierto.
Esto también era una mentira. Algunos creían en sus palabras, pero otros habían venido por ambiciones propias. Ella lo sabía bien. Pero no quería crear asperezas ahora que había conseguido reunir a tantas tribus distintas de Freljord para que la escucharan. Y venía la parte difícil.
-El espíritu de Avarosa está en mi, y me encargó esta misión. Para ver su sueño cumplido. Pero en orden de alcanzarlo, no podemos seguir aferrándonos a viejos mitos. Debemos honrarlos, y respetar nuestro pasado. No olvidar ni su importancia, ni de donde venimos, pero no dejar que nos limiten, ni nos anclen a costumbres que amenazan con destruirnos.
Pudo ver que muchos habían empezado a ponerse nerviosos, y a susurrar entre ellos. Bien. Era todo o nada. Ahora era cuestión de acabar rápido.
-Respetamos y veneramos a las Tres Hermanas y a los antiguos dioses, pero hay cosas que deben cambiar. Si queremos que Freljord vuelva a estar unida, las viejas rencillas deben olvidarse. Dejar de pensar en los avarosanos como en una alianza, y más como en una tribu. Una tribu de muchas tribus, en las que todos somos iguales. Pero sé que los viejos rencores, que los viejos agravios, no mueren rápido. Y que tomar a un hijo de cada tribu, aún enfrentados entre ellos, no resolverá nada. No. Si queremos ser un solo pueblo, hemos de serlo. Es por ello, que he tomado una decisión.
Ashe dejó que el silencio se asentara, para que el peso de sus palabras calara. Y ahora solo quedaba una cosa por decir. Era ahora o nunca. Así que apretó los puños, y se preparó para lo siguiente.
-Es por ello que solo pediré a un guerrero que me preste juramento eterno.
El gran salón estalló en cuchicheos. Incluso gritos. Era claro que muchos no estaban contentos, y cuando miró a Leena, vio que está alternaba la mirada entre ella y Enok, insegura de si su hijo sabía algo de esto. Ashe alzó las manos para que se hiciera silencio, lo cual solo funcionó parcialmente.
-Pero no os equivoquéis: dicha tarea es tanto un privilegio como una carga. El será mi escudo y mi protector, y con ello, también el escudo de todas las tribus y clanes de Freljord que deseen unirse a los avarosanos. Esto, lo juro.-Ashe se llevó el puño al pecho.-Y ha llegado el momento de que todo Freljord le conozca. ¡Tryndamere!
La sala cayó en un silencio súbito al escucharse ese nombre de los labios de Ashe. Algunos no sabían quien era. Pero la mayoría había oído hablar o presenciado directamente sus victorias. Muchos, de antes incluso de venir a Rakelstake.
Los guardias avarosanos de Ashe volvieron a abrir paso entre la multitud. Y arrastrando su gran espada sobre el suelo de roca, avanzó Tryndamere hacia la hoguera. Con su caso reluciente, y las pocas placas de armadura de su hombro y brazo apenas cubriendo las cicatrices de su torso. Cicatrices que se había ganado, y que le marcaban como un gran guerrero experimentado.
Y ahora este guerrero, caminaba orgulloso hasta Ashe. Solo para arrodillarse, y mostrarse humilde y leal ante la matriarca de los avarosanos, apoyándose en su gran espada.
Con esto, Parta salió de entre la multitud para colocarse al lado de ambos.
Era el momento de empezar con la ceremonia del juramento.
He tardado algo más de lo habitual con este capítulo, porque estaba inseguro con la caracterización de Ashe. No sabía muy bien que forma dar a su discurso dadas sus interacciones en LoL, y su personaje en el cómic. Intento ser lo más fiel posible a como nos ha enseñado el lore que es, pero sigo sin estar seguro de estar haciéndolo del todo bien.
Así que decidme. ¿Creéis que en ese aspecto me está saliendo bien y debería continuar así, o debería cambiar algunas cosas?
