-Seré la antorcha que guíe tu corazón, el escudo que te acompañe. Deja que reúna la fuerza que nos proteja. Que nuestras vidas fluyan en armonía cuando la sangre selle mi promesa.
Estas fueron las palabras de Tryndamere al sellar su juramento. Las que lo convirtieron de por vida, en el sangrejurada de Ashe.
Ya no había vuelta atrás.
Tras acabar, Tryndamere al fin levantó la rodilla del suelo. Los juramentos de los avarosanos desde luego eran mucho más largos y ceremoniosos que los de su clan. Se sentía como si hubieran estado allí todo el día. Y podrían haberlo estado perfectamente. Honestamente, le ponía algo nervioso estar tan en el interior de una montaña. Sin sentir la luz del exterior, ni oír el viento. Estaba mucho más acostumbrado a lo salvaje que estos comerciantes y granjeros.
Pero por lo que tenía entendido, Ashe también. Su tribu venía de más allá de los riscos del norte, donde la caza y la guerra eran la norma. Y tal como podía apreciarlo en aquellos azules, fríos y tristes ojos, ahora que la veía cara a cara, esa era una experiencia que nunca la abandonaría.
Sin embargo, por lo que había visto de sus acciones y palabras, no parecía haberse resignado en absoluto a aceptar esa vida como norma. Y eso era algo que molestaba al bárbaro, porque seguía sin tener claro que pensar de ella.
Ashe se fijó de nuevo en la ardiente mirada de Tryndamere, que la observó con intensidad durante un momento. Antes de que este se diera la vuelta, y se plantara en el centro del círculo formado por su guardia avarosana, con las manos apoyadas sobre el pomo de su espada. Como si estuviera aguardando por algo. Dándole la espalda a ella, y moviendo la cabeza mientras examinaba a la multitud a su alrededor.
Parecía que estaba dispuesto a tomarse su rol como protector jurado de ella y su tribu en serio desde el inicio. Pero la arquera de hielo no podía evitar tener la sensación de que se debía a algo más. Pues en el breve tiempo que le había conocido, Tryndamere parecía demostrar esa actitud constantemente.
Como si esperara que se fuera a desembocarse una lucha en cualquier momento.
Algo que para ser sinceros, Ashe también esperaba. O al menos, contaba que alguno de los representantes de tribus allí reunidos, los hijos de matriarcas que esperaban formalizar una alianza mediante un juramento de sangre y que Ashe los aceptara por maridos, tratarían de desafiar a Tryndamere en un intento de ganarse su lugar junto a ella. Pero ninguno salió al paso. Ninguno trató de romper el círculo de su guardia para entrar a la improvisada arena. Era extraño.
Pero cuanto más observaba a la multitud, Ashe más se daba cuenta de algo. Fijándose en los rostros de todos esos orgullosos primogénitos de las matriarcas de Freljord, era evidente que ya conocían a Tryndamere. Que ya lo habían desafiado, como las vendas y heridas de muchos demostraban, o que por lo menos ya lo habían visto en acción.
De inmediato, Ashe pensó en Doran. No creía que el barbudo joven fuera a echarse atrás sin más. Y cuando lo vio entre la multitud, notó lo mucho que le estaba costando a Siana tan siquiera calmarlo o contenerlo. Convencerlo de que no desafiara al primer sangrejurada de su posible futura matriarca nada más ser nombrado. Pero por ahora, parecía que la sacerdotisa de Anivia lo tenía controlado.
Y era altamente dudoso que Vania fuera a desafiar a Tryndamere, incluso aunque su madre tratara de insistirle. Así que parecía que por ahora, estaban fuera de peligro.
Hasta que Enok desenfundó su espada corta de hielo puro.
Los guardias avarosanos formando el círculo no se movieron. Inseguros de si deberían abrirle paso al joven que acababa de salir de entre la multitud o no. Algunos de ellos giraron la cabeza mirando hacia Ashe, esperando las órdenes de su matriarca.
Pero ella solo apretó los puños, maldiciéndose a si misma. Por supuesto que tendría que haberlo visto venir.
-Yo soy Enok, hijo de Leena, matriarca de los Derviches de Hielo. ¡Y reclamo mi derecho y mi lugar como progeniero de Ashe, matriarca de los Avarosanos!
Svaag. ¿Porque tenía que hacerlo más difícil de lo que ya era?
Ashe suspiró y relajó su postura. Y sin más, volvió a levantarse del trono.
-Dejadle.-ordenó a los miembros de su guardia, que de inmediato se apartaron.
Volvieron a cerrar el círculo en cuanto Enok pasó. Más Tryndamere en ningún momento abandonó su sitio.
Enok y Tryndamere estaban a unos metros el uno del otro. El primero apretando el mango de su espada corta nervioso, aunque manteniéndola baja, y el segundo con las manos apoyadas sobre el pomo de su espada larga en forma de colmillo, como si de un bastón se tratara. Y pese a todo, a Tryndamere se le veía bastante relajado. No había nada en su postura o en su expresión que delataran la furia que sus ojos ocultaban.
-¿Qué buscas, Enok?-continuó Ashe, haciendo lo posible por sonar distante e imparcial, aunque por dentro fuera un manojo de nervios.-Ya he dejado clara mi postura.
-Sí. Lo has hecho, matriarca de los avarosanos.-respondió Enok, pensando en su anterior encuentro.-Y creo que yo he dejado bastante clara la mía.
En ese momento, Ashe agradeció que la capucha ocultara su rostro a la mayoría de los presentes. Svaag. ¿Qué demonios pretendía ese volund? ¿Es que querían que lo mataran? ¿Que Tryndamere lo matara? Aunque Tryndamere no haría eso, ¿verdad? Al menos, no por un simple duelo ritual.
Ashe recordó entonces lo poco que conocía a su recién nombrado progeniero. Desde luego, Tryndamere les había parecido a ella y a sus confidentes la mejor opción, y de lejos. Su habilidad marcial era indudable. Pero en cuanto a carácter, tenía muchas cosas que demostrar. Aunque Ashe veía en este cosas que le gustaban, y otras que no.
Se fijó entonces que el bárbaro la miraba de lado, aún dándole la espalda, pero interponiéndose entre Enok y ella. Aquellos ojos verdes, que en un principio le habían parecido azules, la miraban desde debajo de aquel casco. Con la llama en ellos si acaso más tenue que antes, pero aún presente. Como si él también estuviera juzgando el carácter de ella, su nueva matriarca y esposa. Aguardando su respuesta, junto al ansioso Enok.
Ashe no les hizo esperar más.
-Y es tu derecho, como bien has dicho.-se dio la vuelta para dirigirse al trono, pretendiendo no importarle mucho lo que pasaba.-Pero como con todo, es un derecho que has de ganarte. ¿Quieres ser mi progeniero? De acuerdo. Demuestra que te lo mereces. De ahora en adelante, todo el que quiera servirme juramento eterno solo deberá hacer una cosa: pasar por encima de mi primer progeniero. Tryndamere.
El bárbaro volvió a mirarla, sin nada en su expresión que delatara como se sentía, más allá de la vivaz llama de sus ojos.
-Demuéstrame que he elegido bien.
Los músculos de Tryndamere se tensaron. Parece que aquello había conseguido espolearlo al fin.
-Como ordenes, matriarca.
Tryndamere al fin blandió su espada. Arrastrándola tras de si, moviéndose hacia el centro del círculo formado por la improvisada guardia avarosana. Enok lo siguió, sin quitarle el ojo de encima. Evaluándolo con desconfianza, y posiblemente celos. Pues, ¿qué podría haber visto Ashe en aquel bárbaro, para llegar a aceptarlo de esa forma?
-Ahora veréis todos. Soy Enok. Soy la espada.-apuntó su filo hacia Tryndamere.-Y no permitiré que esta afrenta quede impune.
Tryndamere no dijo nada. No hubo ninguna gran proclama de su parte. Ningún rugido desafiante. Algo que aquellos que le conocían de antes encontraron raro. Simplemente, estiró y giró su cuello hasta que sintió sus vértebras estallando. Tras lo cual, simplemente se colocó en guardia doblando las rodillas, ofreciendo su hombro acorazado al frente, mientras mantenía atrasado el brazo de la espada. Como si contara con recibir el primer golpe antes de contraatacar.
Pero Enok no iba a caer en ese juego. Puede que en ocasiones fuera algo insensato, pero no era estúpido.
Con un grito de guerra, lanzó un tajo horizontal al aire. Formando una media luna de hielo, que se movía como una hoja afilada hacia Tryndamere.
El mismo ataque que Ashe le había visto ejecutar en el patio. Con la que había partido una diana en dos, y dejado una cicatriz en la misma roca.
Unos pocos esperaban que aquel ataque le hiciera lo mismo a Tryndamere. Otros, que simplemente acabara malherido, y luego volvería a levantarse. Pues aunque muchos conocían su habilidad, ¿que podía hacer un simple sangrecaliente contra un auténtico hijo del hielo?
Y con un rugido atronador, Tryndamere se lanzó hacia delante, partiendo en dos aquel arco de hielo con un golpe de su gran espada.
Su reacción fue tan rápida, que muchos no estaban seguros de haber visto bien. Más lo que todos si presenciaron, fue a Tryndamere alcanzar en apenas un salto a Enok. Agarrando su cabeza con la mano libre, y lanzándolo a un lado como una muñeca de trapo.
El muchacho rodó por el suelo, sin llegar a soltar su arma. Estaba aturdido. Pero el siguiente rugido animal de Tryndamere lo despejó lo bastante, como para esquivar la espada en forma de colmillo que caía en arco descendente sobre él.
Ashe casi saltó de su asiento al ver las chispas saltando por el impacto de la espada contra el suelo de roca. Eso había estado cerca. Enok llega a tardar un poco más, y... es probable que Tryndamere lo hubiera partido en dos.
No debería atormentarla, ni sorprenderle. Estas cosas, este tipo de duelos, pasaban siempre. Ya fuera en su tribu, o en cualquier otra. No era raro que estas cuestiones de honor acabaran con solo una persona llegando a levantarse. Sobretodo tratándose de cuestiones tan importantes. Pero la diferencia era que si ocurría aquí y ahora, fuera quien fuera... ocurriría por primera vez bajo sus órdenes.
Ashe sentía el eco de cada golpe reverberar en su corazón. Y por mucho que una parte de ella quisiera hacerlo, no podía apartar la mirada. Se lo debía, si no a ellos, a su tribu. Porque eso era lo necesario para liderar.
Por mucho que le doliera hacerlo.
Tryndamere le dio espacio a Enok para ponerse en pie, antes de comenzar a rondarle, tal cual lo haría un animal salvaje. Daba vueltas a su alrededor arrastrando su gran espada por el suelo, haciendo sonar un gruñido bajo cada vez que respiraba. La verdad es que parecía que estuviera tratando de... contenerse. Como si pudiera acabar con esto ahora, pero no quisiera.
O simplemente, quizás tan solo buscaba ver de que era capaz su oponente, antes de acabar con él.
Pero Enok no iba a dejarse amedrentar. Al menos, no delante de Ashe. Así que cambió de estrategia. Con esa gran espada, estaba claro que el bárbaro no podría moverse todo lo rápido que quisiera, ni lo haría con facilidad. Y menos en las distancias cortas.
Enok sonrió, y corrió hacia él. Viéndolo venir, Tryndamere alzó su espada, intentando golpearle con un tajo lateral. Tajo que pasó por encima de la cabeza de Enok, que se deslizó por el suelo, buscando meterse bajo la guardia de Tryndamere. Y con con una rodilla hincada, viendo la oportunidad perfecta, lanzó una estocada directa al torso expuesto de Tryndamere, justo entre las costillas.
Solo para que la punta de su espada corta chocara con el brazalete acorazado del bárbaro.
Y aunque acabara de estallar una pequeña tormenta de nieve y afilada escarcha, que golpeó a Tryndamere como un viento huracanado antes de inmediatamente desaparecer, Enok pudo verlos. Destacando incluso más que la docena de pequeños cortes sobre su torso, algunos con trozos de escarcha aún clavados, pudo verlos. Aquellos ojos fieros y salvajes.
Aquellos ojos en los que acababa de avivarse una chispa rojiza.
El grito de batalla que Tryndamere lanzó en ese instante no fue como los habituales. Aunque a Ashe le resultó familiar. Pues sonó como algo que ya había oído antes. El mismo tipo de rugido gutural que había resonado hace semanas por un paso tormentoso, durante no una batalla, sino una masacre.
Aunque Enok consiguió protegerse del subsiguiente cabezazo de Tryndamere interponiendo su espada corta, que chocó contra el casco del bárbaro, el impacto fue tal que las piernas le fallaron. Enok volvió a hincar la rodilla, antes de recibir un puñetazo en el estómago, dejándolo sin aire.
Y esta vez, sí que perdió el agarre de su arma.
Su espada se deslizó por el suelo de roca. Pero antes de que pudiera intentar recuperarla, Tryndamere aprovechó que Enok estaba a cuatro patas, para patearle en las costado, y mandarlo al otro extremo del círculo.
Aún así, Enok ni se rindió, ni cedió. Incluso con la cabeza dolorida, con la boca sabiéndole a sangre, y las costillas clavándosele por dentro, Enok luchó por ponerse en pie. Solo para ver su arma fuera de su alcance, mientras Tryndamere se acercaba con paso lento pero firme, arrastrando su gran espada.
No se hacía ilusiones. Nadie se las hacía. Todos los presentes veían como iba a acabar aquello. Incluida Ashe, que se maldecía a si misma y a Enok por volver a verlo levantarse. Alzando los puños, y manteniendo los ojos bien abiertos. En cualquier otra ocasión, habría estado orgullosa de él. Pero en este momento, se le hacía estúpido.
No tenía ningún sentido morir por ella.
Ashe se sintió tentada de detener a Tryndamere ahí mismo, justo cuando veía su espada descendiendo sobre el desarmado Enok. Pero no podía hacerlo. Sabía que no debía hacerlo.
Y afortunadamente, no le fue necesario hacerlo.
-¡Ya basta!
Un grueso muro de hielo se alzó entre Tryndamere y Enok. Muro que de todas formas, la espada de Tryndamere casi partió en dos hasta la base.
-Puede que mi hijo sea un idiota, matriarca. Pero desearía que tu sangrejurada no le pusiera fin a su vida.
Así habló Leena Hacha Partida, blandiendo su famosa hacha a dos manos con el filo bifurcado, producto de un duelo ya legendario con otra hija del hielo. Pero con su núcleo de hielo puro aún vibrando con toda la fuerza que un arma así podría engendrar.
Y por muy aliviada que estuviera por su intervención, Ashe no lo dejó ver. Se tragó las ganas de expresar su alivio, y simplemente se mantuvo tan firme en su asiento como pudo. Sin mueca alguna que la delatara. Ni siquiera ante los vibrantes ojos de Tryndamere. En los que aquella llama, hace un momento roja y siniestra, había vuelto a templarse.
Parece que los rumores y las palabras aquella sacerdotisa de la escarcha eran ciertas. Algún tipo de extraña magia rodeaba a su sangrejurada. Pero no era el momento de pensar en ello.
Ashe volvió a ponerse en pie.
-Tampoco sería mi deseo que hoy se derramara sangre avarosana. Pero espero que esto haya dejado claro el porque de mi decisión.
Pero Enok no iba a rendirse aún. De inmediato, se lanzó a buscar su espada. Solo para encontrarse con la bota de su madre pisándola, y al alzar la cabeza, ver la desaprobación en sus ojos verdes.
Enok agachó la cabeza, avergonzado. Permaneció arrodillado, golpeando el suelo frustrado.
Ashe bajó los escalones del trono poco a poco, intercambiando una rápida mirada con Tryndamere.
Se paró frente al humillado Enok. Que percibiendo su sombra, no se atrevía ni a mirarla a los ojos. Pero todo cambió cuando sintió su suave mano sobre el hombro.
-Ponte en pie, hermano. No tienes nada que lamentar.
Ante sus amables palabras, Enok al fin se atrevió a levantar la cabeza, y mirarla a los ojos. Ashe le sonreía gentilmente, tendiéndole la mano para ayudarle a ponerse en pie. Enok aceptó, y se levantó del suelo. No sin algo de dificultad debido a sus heridas.
-Yo ya he dejado clara mi postura. Soy firme en mis creencias, y espero que se respeten mis decisiones.-Ashe miró a Leena-Pero ahora, necesito conocer la vuestra. ¿Qué pensáis hacer?
Leena se apoyó en su gran hacha, mirando a Ashe a los ojos, con una expresión dura. No parecía contenta con la situación. Tras la arquera, vio a Tryndamere, apoyado en su gran espada con forma de colmillo. Y al lado de Ashe, a su propio hijo, Enok. Pareciendo decidido a seguirla, incluso tras el desastre del que acababa de ser responsable.
-... Te lo dije entonces, cuando llegaron los trolls.-dijo Leena, echándose su hacha al hombro.-Y a pesar de que me burlé de ti cuando te presentaste ante las murallas de mi ciudad con una caravana de refugiados hambrientos, esperando asilo, sigo creyéndolo. Algunas cosas no pasan solo por azar, o por la voluntad de los dioses, o de grandes matriarcas. Si no porque es el destino.
Ashe apretó los puños. Como odiaba esa palabra. Pero mientras funcionara...
-El destino te llevó a encontrar la tumba de Avarosa, y su arma.-Leena apoyó la mano en su hombro, sonriéndole con su labio partido.-Y el destino te trajo hasta nosotros. Nuestra Avarosa en carne misma. Y si por lo que parece, el destino es que ese bárbaro sea tu primer y único progeniero, ese bárbaro que no parece poder morir o sentir dolor alguno, que así sea. Te seguí entonces, y te seguiré ahora.
Leena le dio la espalda, y volvió a blandir su hacha. Mirando a los representantes de todas las tribus allí reunidas.
-Y que el resto de tribus, o incluso los mismos dioses antiguos, digan lo que quieran. Los Derviches de Hielo han seguido y protegido el legado de Avarosa durante eones.-golpeó el suelo con su hacha.-¡Y no le daremos la espalda ahora!
Pese a las palabras de la matriarca de los Derviches de Hielo, entre los presentes aún existía bastante desconcierto. Especialmente, entre los vástagos de las grandes matriarcas allí enviados. Los que esperaban prestarle juramento a la tan proclamada Avarosa reencarnada, para verse denegados. Algunos se sentían insultados. Otros, dejaron de tener claro que hacían allí.
Vania el Demaciano, hijo de Fenna, no era ninguno de ambos. Es más: jamás había tenido más claro su propósito en la vida.
-Vámonos.-le oyó decir a Fenna, tirándole del brazo.
-¿Madre?
-Vamos, hijo. Aquí ya no tenemos nada que hacer. Con un poco de suerte...
-No.-se liberó de un tirón.-Aquí no tendrás nada que hacer tú.
Con agilidad, comenzó a moverse entre la multitud. Alejándose de su madre y sus guerreros, y acercándose al círculo formado por la guardia avarosana.
Justo en ese momento, se oyeron los grandes portones del salón abriéndose. Y entre empujándolos estaba Doran, con expresión airada.
El guerrero de los riscos del sur se volvió por un instante antes de abandonar la sala. Mirando directamente a la joven matriarca de los avarosanos. Antes de girar la cabeza en un gesto de desaprobación, y perderse por el ancho pasillo de roca frente a él.
Y no muy atrás, le seguía Siana, la sacerdotisa de Anivia. Aún responsable de su bienestar, por mucho que le disgustara su comportamiento. Ella también miró a atrás. A la elegida de Avarosa, que los augurios les habían invitado a seguir a todos los miembros de su fe. Pero especialmente, a la multitud.
Cuando su mirada se cruzó por última vez con la de Vania.
Ashe volvió a su cuarto sintiéndose agotada. Aquellos fríos pasillos de piedra la hacían siempre sentirse sola, ante la extraña costumbre que existía en aquella fortaleza escarbada bajo la ropa de que todos durmieran en habitaciones separadas. Pues criándose en su pobre tribu, todos tenían que dormir compartiendo el calor de la misma hoguera, o incluso las mismas mantas.
Pero ahora mismo, agradecía la soledad.
Se dejó caer sobre aquella mullida cama de pieles, ni siquiera esperando a deshacerse de su arco. Se llevó las manos a la cara, pensando en todo lo que debería haber dicho y no dijo, y en todo lo que debería haber hecho y no hizo.
Pero lo pasado, pasado está. Acababa de nombrar a Tryndamere su sangrejurada, y había dejado sus planes y sus intenciones tan claras como podía. Ahora, solo quedaba aguardar... y descansar...
...
Gruñó con molestia cuando llamaron a la puerta.
-Un momento.-dijo tras suspirar.
Fue a dejar el arco en su sitio, y se bajó la capucha. Probablemente sería Parta, queriendo informarle de como estaba la cosa entre las demás tribus, o queriendo aclarar detalles. Ahora mismo no le apetecía, pero no podía postergar sus deberes. No cuando la prosperidad de su tribu dependía de ello.
Pero al abrir la puerta, en lugar de la ligeramente encorvada figura del amable y anciano sacerdote, Ashe se encontró bajo la gran sombra de cierto aguerrido bárbaro de las estepas. Su ahora "marido" por juramento, Tryndamere.
-¿Querías verme?-le preguntó, cargando con su casco bajo el brazo.
-Ah. Sí, claro. Ya casi lo había olvidado. ¿Quieres pasar?
Ashe se hizo a un lado, y Tryndamere gruñó al entrar. Al igual que ella, no estaba acostumbrado a ver o dormir en habitaciones de este tipo. Para un sureño, se vería como una habitación cualquiera. Pero para un freljordano, se sentía hasta suntuoso.
-Quería hablar algunas cosas contigo en privado, ahora que la ceremonia ha acabado.-dijo Ashe cerrando la puerta, vigilando que no hubiera nadie en el pasillo que pudiera tratar de espiarles.
-Tú dirás.-le respondió el bárbaro, dejando su casco sobre una repisa de roca.
-Antes que nada, quería hablar contigo de lo que pasó en el salón. Sobre tu duelo con Enok.
-¿Qué hay que decir?-dijo Tryndamere cruzándose de brazos.-Luchó bien, pese a ser quien es.
-Espera, ¿qué quieres decir con eso?-preguntó alzando la ceja, algo molesta.
-Creía que ya lo habíamos hablado. Tú misma lo admitiste. Nadie aquí está preparado para la guerra.
-Sí que lo están.-dijo poniéndole el dedo en el pecho.-Puede que no tengan el talento marcial ni la experiencia de la que gozáis los bárbaros de las estepas, ni de los que vivimos más allá de los riscos del norte. Pero cada invierno, tienen que luchar para proteger sus campos y sus aldeas de los incursores de tierras más pobres. Saben como protegerse entre ellos.
-No me estás entendiendo.-dijo apartándole la mano, en un gesto algo despectivo.-Sí. Saben como protegerse. Sí, saben como sobrevivir. Como tú misma dijiste, son freljordanos, al fin y al cabo. Protegerán sus tierras con ahínco cuando las amenazas vengan.
-¿Entonces?-Ashe ladeó la cabeza.
-Pero no saben como luchar. No saben como guerrear. Cogerán una espada cuando tengan que hacerlo, pero no es su profesión. No es su vida. Creía que por eso me habías pedido que te sirviera juramento. Porque necesitabas guerreros.
-... Sí. Es cierto.-Ashe se dio la vuelta, dándole la espalda.-Dije eso. Por eso necesitamos a las otras tribus.
-... ¿Crees que el Hielo Blanco aún estará dispuesto a escuchar?
-No lo sé.-se removió el pelo, suspirando agotada.-Eso espero. Cuentan con los mejores guerreros y las mejores armas de la cordillera del sur. Y como tú dices, después de tanto tiempo internándose en Demacia, saben como "guerrear". Por eso los necesitamos.
-Hmf... Dime. ¿Por eso me necesitabas a mi y a los míos? ¿Por si ellos te fallaban?
-¿Qué? ¡No!-le replicó molesta.-No, os habríamos acogido de todos modos. Nunca os habríamos dejado de lado.
-Eso no es lo que me dijiste.-preguntó con la ceja alzada.
-Bueno. Mentí. A veces lo hago.
Tras verse sorprendido, Tryndamere agachó la cabeza.
-Estás... ¿estás diciendo que me mentiste, para que me sintiera obligado a aceptar tu propuesta, por deber a mi clan?
-No completamente.-contestó ella, desanimada.-Pero sí en parte. No quería mentirte, pero he aprendido que a veces eso es lo necesario para liderar.
-Eso es lo que sigo sin entender. ¿Por qué?
-¿Por qué, que?
-¿Por qué yo?
-Bueno. Eso ya te lo dije. Eres el mejor duelista que he visto, y no tienes lealtades ni preferencias que pudieran molestar a otras tribus.
-No mientas.-dijo con tono grave, empezando a apretar los puños.
-¿Qué? No miento. Es la verdad.-le dijo perpleja.-¿Por qué si no iba a...?
-¡Por qué si realmente supieras lo que pasó, no habrías tomado esta decisión!
Airado, su puño golpeó la pared de roca de lado. Ashe dio un paso atrás sobresaltada. Pero cuando Tryndamere apartó la mano, observando la roca dañada y el par de dedos rotos de su mano, se le veía extrañamente apático.
-... Nada. Olvídalo.-dijo abriendo y cerrando el puño, con sus dedos rotos poco a poco recobrando la sensibilidad, y empezando a moverse.-No es importante.
Y Ashe vio como la llama de sus ojos había vuelto a caldearse. Pero ahora, volvía a ser un pequeño carbón candente.
-... Vale.-dijo Ashe tratando de recomponerse.-Pero no olvides mi pregunta. ¿Qué ibas a hacer con Enok?
-¿A qué te refieres?
-Antes de que Leena interviniese. ¿Tenías pensando acabar con su vida?
Tryndamere se mantuvo un tiempo en silencio antes de responder a su pregunta.
-... ¿Te refieres a antes o después de que él hubiera tratado de atravesarme con su espada?
-¿Acaso importa?
El breve silencio volvió a hacerse presente.
-... ¿Habrías querido que lo hiciera?
-¿Qué?
-¿Habrías querido que lo matara?
-No.-respondió Ashe, con tono firme y duro.-Nunca.
-Pues ahí lo tienes.-dijo él, extendiendo los brazos.-¿Hay algo más de lo que quieras hablar?
Ashe volvió a pensar en el momento en que vio la espada colmilluzca de Tryndamere descender sobre el desarmado Enok. Pero también en como se interpuso el día anterior entre Doran y Vania.
Honestamente, ya no tenía claro que pensar.
-Sí.-dijo ella.-Algunas cosas más.
