Doran había reunido a los guerreros de su tribu que le acompañaban en aquel viaje. Ninguno estaba seguro de lo que pasaba, pues el hijo de su matriarca no se lo había explicado. Simplemente se había presentado en su campamento bajo la sombra de la muralla, y les había ordenado que recogieran y se preparan para partir. Y tal como debían, le habían obedecido.

Hasta que una angustiada Siana al fin les alcanzó.

-¡Doran, espera!-gritó, mientras trataba de recuperar el aliento.-¿Qué estás haciendo? ¿Adónde los llevas?

-¿No es obvio? Volvemos con la tribu.-dijo mientras sujetaba las correas de su elnuk.-Aquí ya no tenemos nada que hacer.

-¿Pero y la alianza?

-¿Alianza?-Doran se volvió, lleno de ira.-¿Después de este insulto? ¿Después de que hayamos venido todos por ella, y nos dé de lado por un vagabundo de las estepas montañosas? No. No lo creo. No toleraré este insulto. Y creo que madre me apoyará en esto.

-Pero tú mismo lo dijiste. A vuestra tribu...-Siana se contuvo antes de continuar. Asegurándose de que no hubiera ningún extraño presente que pudiera oírles.-A vuestra tribu no le quedan opciones. No después de...

-Pues las encontraremos, o las tomaremos por la fuerza.-dijo alzando el puño frente a su cara.-Como siempre hemos hecho. Como siempre debimos hacer. Ahora veo que fue un error. Solo podemos depender de nuestra propia fuerza para prevalecer. Y no voy a...

-Doran.-le interrumpió una de las guerreras que la acompañaba.-Ha llegado un mensajero. Dice que trae órdenes para ti.

Doran alternó la mirada ente Siana y la guerrera, con la sacerdotisa bajando la vista, y suspirando agotada.

-Me da igual.-dijo Doran mientras se subía a la grupa de su elnuk.-Que el mensajero le diga a la "elegida de Avarosa" que si tiene algo que hablar conmigo, venga a aquí ella misma. No soy su esclavo ni, como ella ha dejado claro, su sangrejurada.

Siana se sintió derrotada. Estaba claro que no había forma de convencerlo.

-El mensaje no es de la matriarca de los avarosanos.-aclaró la guerrera, lo que llamó la atención de ambos, mientras le extendía el pergamino a Doran.-Es de la nuestra. Vuestra madre, la matriarca Genovefra Rompe Aceros ordena que volvamos con el Hielo Blanco.

Doran y Siana volvieron a intercambiar miradas.

Puede que ahora mismo, sus ideas sobre que hacer respecto al futuro de la tribu Hielo Blanco distaran mucho unas de otras. Oponiéndose completamente. Pero dadas sus recientes experiencias, en algo si podían estar de acuerdo.

Fuera lo que fuera lo que planeara Genovefra... podía resultar desastroso para todos.


-¿Y las incursiones noxianas?-le preguntó Ashe, removiendo el contenido de su copa tallada en madera.

Se hallaban sentados en una larga mesa, a la cabeza de la hoguera en el centro de aquel gran salón. Mesas similares la rodeaban por todos lados, con distintos representantes de tribus y figuras de importancia sentadas en ellas. Celebrando la ocasión de la unión de su matriarca y su marido bárbaro con comida y bebida, charlando animadamente. Con Ashe misma en el centro de la mesa, la matriarca de los derviches a su izquierda, y Tryndamere a su derecha, compartiendo una jarra de hidromiel.

-Cada año, con la llegada de la primavera.-le respondió Tryndamere, sin hacer mucho caso a su copa por ahora.-Se abren camino a través de los valles junto a la frontera, quemando todo a su paso. Pero para cuando llegaban a las laderas de la montaña y trataban de ascender por las estepas, los clanes ya les estamos esperando.

-¿Y cómo lograbais hacerles frente?

-¿Cómo si no? Luchando.

-No, pero... tenía entendido que las naciones del sur se movían formando grandes ejércitos. Grandes números. Tantos, que podrían ahogar un río solo con su presencia.

-Tal vez.-dijo bebiendo al fin, vaciando su copa de un sorbo.-Pero la mayoría de lo que enfrentamos eran partidas de guerra. Saqueadores y esclavistas. Se iban tan pronto como venían. No fue como la gran invasión de hace unos inviernos, la gran flota que enviaron a través del Mar Helado.

-Por lo que más quieras, bárbaro.-intercedió Leena.-Sabía que los clanes de las estepas teníais fama de grandes guerreros. Pero que mal contáis las historias. Has luchado contra noxianos desde que puedes sujetar una espada, ¿y eso es todo lo que tienes que decir?

Ashe debía admitir que Leena tenía razón. A la hora de celebrar, no había nada que los guerreros disfrutaran más que comparar cicatrices, y vanagloriarse de sus hazañas. Tryndamere en ese sentido no le había parecido distinto. Pero aún así, se encontraba particularmente callado. Ashe había escuchado más de sus duelos de los últimos días por aquellos a los que había vencido, que por él mismo. Y sin embargo, cuando le miraba, no le daba la sensación de que callara por modestia.

Estaba dispuesto a hablar de los méritos de su tribu y clan. Pero cuando alguien se acercaba a preguntarle por sus propias proezas... Ashe casi que podía ver la tristeza en sus verdes ojos crecer. Y cuando Tryndamere notaba que ella le miraba, él le apartaba el rostro. Casi como si se avergonzara.

-No sé que esperáis que diga.-respondió al fin Tryndamere.-Si queréis saber más de ello, sería mejor que le preguntaras a algún miembro de la Garra Invernal.

Ashe se tensó al oír aquel nombre. Esperaba que ni Tryndamere, ni ninguno de los presentes, lo hubiera notado.

Había escuchado los rumores desde hace tiempo. Un par de años después de ver a Sejuani por última vez, se dejaron escuchar historias sobre la Garra Invernal. Sobre sus enfrentamientos y emboscadas a los noxianos en las proximidades del Mar Helado, que poco a poco les quitaban las ganas de luchar. Hasta que finalmente se retiraron por completo justo antes del último invierno.

Por una parte, le alegraba saber que Sejuani y su gente habían sobrevivido y prosperado. Pero por otra parte... los avarosanos habían acogido a muchos que decían haberse cruzado con la Garra Invernal. Y también recordó lo último que le dijo antes de verla marchar, entre las cenizas de la aldea de los Ebrataal.

Aunque la Garra Invernal aún quedaba lejos, y aún eran relativamente pocos en número... Ashe sabía que el día de su encuentro llegaría. Y ya no estaba segura de que pasaría cuando ocurriera.

Tryndamere notó el temblor de sus manos. Pero no llegó a decir nada.

En ese momento, alguien apoyó una mano en su hombro. Ashe se sobresaltó brevemente, solo para encontrarse con el amble rostro de cierto anciano sacerdote al levantar la vista.

-Ah. Hola, Parta. ¿Ocurre algo?

-Perdona la interrupción, matriarca.-le susurró.-¿Podemos hablar?

-Claro. ¿Qué pasa?

Pero Parta no dijo nada, al notar la atenta mirada de Tryndamere sobre ellos. Parta miró a Ashe inseguro de como proceder. Aunque la arquera de hielo enseguida entendió su duda.

-Tryndamere es ahora mi esposo, Parta. Mi familia por juramento eterno. Cualquier cosa que discutamos, puedes hablar de ello libremente frente a él.

Ashe esperaba con eso ganarse la aprobación del bárbaro. Pero Tryndamere no se veía afectado por sus palabras.

-Como queráis, matriarca.-replicó Parta.-Venía a informarte de que los miembros del Hielo Blanco han levantado su campamento, y se preparan para marcharse. Parece que vuelven a sus tierras.

Ashe no pudo evitar suspirar, sintiéndose agotada, y frotándose el puente de los ojos.

-Temía que algo así pudiera pasar. Pero ahora poco se puede hacer.-dijo tratando de mostrarse más determinada.-Con razón no le veíamos. ¿Ha dicho Doran algo antes de irse?

-Nada. Pero por lo que comentan los guardias de la puerta este, su decisión de marcharse no ha sido completamente propia.-prosiguió Parta.-Aparentemente, un miembro de su tribu llegó justo antes de su marcha. Diciendo que cargaba un mensaje de su madre para él.

-¿Un mensajero?-aquello llamó la atención de Ashe, y avivó sus sospechas.-Pero... la matriarca del Hielo Blanco no sabía nada sobre mi decisión final. ¿Por qué le habrá pedido a su hijo que vuelva antes de que acabara el cónclave?

-Porque ha cambiado de opinión.

Parta y Ashe se giraron ante la repentina intervención de Tryndamere, que seguía llenando su copa como si nada.

-¿A qué te refieres?-le preguntó Ashe.

-Es solo una suposición.-continuó el bárbaro.-Pero la matriarca de una tribu tan poderosa como el Hielo Blanco... me parece raro que fuera a aceptar someterse ante otra tan fácilmente.


Tras cerca de dos semanas de viaje, Doran y su séquito alcanzaron las colinas donde supuestamente se hallaba el campamento de su madre. No muy alejados de las costas del mar interior de Rakelstake, pero si bastante más de las montañas ricas en minas de hierro que solían ser su hogar. Desde las que lanzaban asaltos constantes y partidas de guerra contra la frontera demaciana.

Hasta que Demacia se hartó, y los expulsó por la fuerza.

Tanto Doran como Siana eran conscientes de esto. Una de las tribus más poderosas de Freljord había perdido su hogar, pero no su fuerza. Más esta también decaería, si no daban con una solución cuanto antes. Ese fue el único motivo por el que Genovefra Rompe Aceros se decidió a enviar a su primogénito a escuchar las palabras de la "elegida de Avarosa". Fruto de la absoluta necesidad.

Pero ahora, parecía que las cosas habían cambiado.

-Ya hemos llegado.-anunció el guía.

Y al alcanzar lo alto de la última colina, lo que vieron les dejó atónitos. Pues hace apenas mes y medio, cuando se marcharon, todos los miembros de la tribu se habían dispersado por las laderas de su cordillera natal, en orden de hacer las cosas más fáciles para la supervivencia de todos los clanes. Repartiéndose las tierras de caza y de saqueo. Pero ahora...

Los habían vuelto a reunir a todos en un mismo sitio.

Fogatas humeantes y yurtas de piel de mamut se repartían por todo el paisaje, hasta donde alcanzaba la vista. Mientras los árboles del bosque cercano iban cayendo uno a uno, viéndose sus troncos arrastrados a una pila, con los que centenares de sangrecalientes trabajaban para construir estructuras de madera móviles. Para que propósito, Doran y Siana los desconocían.

Pero el primero, conociendo a su madre, podía imaginarlo.

-No lo entiendo. ¿Por qué tu madre habrá vuelto a reunir a la tribu?-preguntó Siana, algo temerosa de la posible respuesta.-No podrá alimentar a todos así.

-¿No es obvio?-le contestó Doran, medio sonriendo.-Vamos a la guerra.

La pacífica sacerdotisa de Anivia se quedó sin palabras.

Tanto ella como Doran acudieron a la yurta de su madre, adornada con el cráneo de una garra salvaje sobre la entrada. Allí encontraron al fin Genovefra Rompe Aceros. Matriarca de la poderosa tribu del Hielo Blanco.

La madre de Doran levantó la vista del mapa sobre la mesa en la que se encontraba apoyada al verlo entrar. Era una mujer, si bien no anciana, mayor de lo que la mayoría de matriarcas freljordanas llegaban a ser. Lo que era prueba de su fortaleza. Su rostro estaba surcado de arrugas, entre las que se camuflaban un par de viejas cicatrices. Su pelo, rasurado a los lados y recogido en una larga trenza, estaba blanco por el efecto del hielo puro, y se confundía con las canas y el gris de la vejez.

Por lo que a pesar de que Doran era el mayor de su progenie, estaba claro que la bendición de ser madre le había llegado relativamente tarde en la vida.

-Madre.-habló Doran, con tono frío y severo.

-Hijo.-le respondió Genovefra de la misma forma.-Llegáis tarde.

-Teniendo en cuenta que la tribu ni debería estar aquí, yo diría que llegamos bastante temprano.-dijo acercándose a la mesa.

Rodeándola, se encontraban los distintos "padres" por juramento de Doran, y un par de hermanas de batalla de su madre. Aunque solo los de su mayor confianza. Eran seis en total, sin contarle ni a él ni a Siana. Hasta que acercándose, notó a las tres figuras en negro reunidas junto a una esquina de la yurta en sombras. Sacerdotes de la escarcha.

La presencia de los cuales, de inmediato puso en alerta a Siana.

-¿Qué hacen aquí esos oscuros, madre?

-Han sido invitados.-sentenció Genovefra.-¿Acaso te causan inconvenientes?

Doran miró un momento atrás, a Siana, que apretaba su báculo con fuerza mientras intercambiaba miradas con los sacerdotes de la escarcha.

-... No realmente.-dijo al fin, haciendo que Siana se sintiera aún más desprotegida.-Solo me sorprende su presencia. Sobretodo, teniendo en cuenta en que términos acabamos con la fe del hielo eterno.

-Nuestra señora Lissandra no tiene problemas en guiar a aquellos que se descarrían.-habló uno de los sacerdotes, un hombre relativamente joven con colmillos colgando de su tocado de hueso.-Siempre y cuando reconozcan sus errores, y sepan compensarlos.

Esto último lo dijo mirando a Siana. La cual casi inconscientemente, empezó a retroceder. Solo para tropezarse en ese instante con otra recién llegada.

Tras ella, se encontraba una joven de pelo rubio y ojos azules. Pequeños mechones de pelo trenzado adornaban su larga melena, y una gruesa capa de pelaje blanco cubría sus hombros. Contrastando con el tono negro de sus ajustadas prendas de piel, aún con algunos detalles de pelaje blanco, junto con el brillo metálico de sus guanteletes, espinilleras y hombreras.

Cuando se apartó, Siana notó la espada larga con la que cargaba. Cuya hoja parecía labrada en resistente marfil, sacado del colmillo de un mamut. Pero más importante aún, podía notar el poder irradiando del núcleo de hielo puro forjado a su mango. No había duda de que aquella joven y hermosa guerrera también era una hija del hielo.

-Doran.-habló la recién llegada, con una sonrisa confiada en los labios.-Os esperábamos de vuelta más pronto.

-Hemos vuelto en cuanto nos han llegado las noticias, hermana.

No había duda alguna. Aquella era Katla Astilla Escudos. Hermana menor de Doran, y única hija y heredera de Genovefra Rompe Aceros.

-Hola, Siana.-dijo entonces Katla.-Me alegro de volver a verte.

Siana se limitó a asentir, aún sacudida por todo aquello.

-Lo que me recuerda. ¿Qué estamos haciendo aquí exactamente?-continuó Doran, antes de dirigir su atención de nuevo a los sacerdotes.-¿Y cómo debemos "compensar" a la Bruja de Hielo?

-Yendo a la guerra con los herejes, por supuesto.-habló el líder de los sacerdotes.

Lo que hizo que Doran lanzara otra mirada hacia la inquieta Siana.

-¿Herejes?-preguntó de nuevo.

-Los que siguen a esa embaucadora que se atreve a nombrar a Avarosa en vano, claro está.

Tras un momento de silencio, Doran dejó escapar una sonrisa incrédula, cruzándose de brazos.

-¡Ja! Sí, claro. Después de que nos invitaran a su mesa, ofreciendo su ayuda y protección en tiempos de guerra. ¿De verdad esperáis que...?

-No necesitamos protección, hijo mío.

Las palabras de su madre dejaron a Doran helado por un momento.

-... ¿Qué?

-Es el momento de marchar contra los avarosanos.-dijo Genovefra mientras rodeaba la mesa.-Ahora que todavía nos consideran sus aliados, o al menos en paz, estarán desprevenidos y poco preparados. Podremos adentrarnos decenas de kilómetros en las tierras tribales de los Derviches de Hielo y arrasar sus aldeas antes de que se preparan para responder. Luego, podremos usar lo que saqueemos de sus graneros para...

-¡A la mierda con eso!

Gritó airado Doran, dejando a todos los presentes en la yurta, y a los que pasaban por fuera, sorprendidos. A todos, menos a su propia madre. Que parecía mirarlo con simple resignación.

-Svaag.-trató de calmarse.-No puedes hablar en serio.

-¿Por qué no?-continuó Genovefra.-Creía que habías llegado a la misma conclusión que yo. Que no podemos depender de ellos.

-Sí, pero...

-Su alianza no es más que un escudo tras el que se esconden los débiles, hijo mío. Y nosotros no lo somos. Hemos sufrido, y necesitábamos ganar tiempo. Por eso te mandé a escuchar las palabras de esa niña a la que se atreven a llamar matriarca. Pero esto no ha servido más que para ponernos a prueba. Y es hora de que usemos nuestra fuerza como debemos.

-Pero... Por mucho que nos hayan ofendido, les dimos nuestra palabra, madre.-dijo Doran, entre confundido y airado.-Incluso aunque nunca decidiéramos unirnos, prometimos...

-¿Qué clase de promesas sirven para con herejes y mentirosos?-volvió a hablar el sacerdote de la escarcha.-La tal llamada portadora del arco de Avarosa y su madre ya llevaron a su propia tribu a la ruina por ello. No deberíamos permitir que arrastre a más por el mismo camino. Si acaso, estaremos protegiendo a todo Freljord de ese destino.

Doran no respondió. Por la forma en que le miraba, estaba claro que su madre había tomado una decisión. Y sabía lo inútil que era esperar que se retractara. Apretó los puños una última vez... y los dejó caer.

-Madre. Yo...

-¿Harás lo que se espera de ti, hijo mío?

-...

-¿Lo harás?

-... Sí, matriarca.

-Sé que sí.-apoyó las manos sobre los hombros de Doran.-Y lo mismo espero de todos los demás.

Esto último dijo mirando a todos a su alrededor, pero deteniendo su vista sobre su hija, y la sacerdotisa de la Madre Invernal a su lado.

Siana vio suspirar a Katla, quien le lanzó una mirada furtiva. Aunque seguiría a su madre, estaba claro que tampoco estaba contenta con la situación. Pero de todas formas, su deber era su deber.

-Sí, matriarca.-respondió respetuosamente.-Ya sabes que sí.

Y casi instintivamente, muchas miradas se posaron sobre Siana. Por motivos obvios.

-Yo... no puedo.-dijo casi tartamudeando, antes de enderezar su tono de voz.-No podemos. Este no es el camino que nos ha marcado la Madre Invernal. No es el camino que ha marcado Anivia. Por favor, os lo ruego. Llegan vientos de cambio, y...

-Anivia. Tsq.-interrumpió un sacerdote de la escarcha.-Creía que ya nos habíamos librado de escuchar esas sandeces. ¿No las habíamos cogido ya a todas?

-¿Todas?-preguntó Siana perpleja.-¿A que os...?

Fue en ese momento en que se dio cuenta. Miró a Katla, pero ella le apartó la mirada. Cosa que no hizo Genovefra. Ella le sostuvo la mirada.

-¿Dónde... dónde están mis hermanas?-comenzó a decir con voz rota.-¿Y mis hermanas?

Doran miró entonces a su madre, con la misma incredulidad. Pero mayor ira.

-... ¿Qué has hecho?

-Lo que debía, hijo mío.

-¿Lo que debías?-Doran sonrió con incredulidad, antes de volver a enfurecerse.-¡¿Lo que debías?! ¡No puedes...!

-¡¿Dónde está mis hermanas?!

Una fuerte y fría ventisca se alzó de golpe, entrando por la puerta de la yurta, y amenazando con llevarse a todos y a todo por delante. Pero mientras, Siana permanecía imperturbada por ello. Con los ojos llenos de lágrimas, y su báculo brillando con más y más fuerza.

Hasta que sintió el golpe en la nuca de la tensa y fuerte mano de Katla, poniéndole fin a todo antes de que pudiera ir a peor.

Cayó de rodillas, como sin aliento ni conciencia, pero el rostro aún compungido de dolor. La ventisca se fue disipando, pasando a ser una brisa. Y soltó su báculo, cada vez más frío, al tiempo que finalmente se derrumbaba contra el suelo.

Algo por lo que ninguno de los presentes sentía alegría alguna. Excepto por los seguidores de Lissandra.

-Buen trabajo, pero no ha sido un golpe fatal. Aún respira.-dijo otro sacerdote, mientras se acercaba sacando una daga.-Me encargaré de que...

Fue entonces cuando sintió el filo de acero argénteo de la espada demaciana de Doran contra su cuello.

-Da otro paso más, y estás muerto, oscuro.

Nadie dijo nada. Ni siquiera el sacerdote. Este simplemente guardó su daga, y dio un paso atrás. Aunque Doran siguió sin enfundar su hoja, mirando de nuevo a su madre. Pero sabiendo que ella no daría su brazo a torcer.

-Lo haré yo mismo.-dijo al fin enfundando su arma, mientras se arrodillaba para tomar el báculo del suelo.

-Doran...-trató de decir Katla.

-Ella ha servido a nuestra tribu por casi dos años. Eso tiene que contar para algo.-dijo enfadado, mientras cargaba con el cuerpo inconsciente de Siana al hombro.-Como mínimo se merece una muerte y una sepultura digna.

-No tienes porque hacer esto tú solo, hijo.-dijo Genovefra, casi sonando genuinamente compasiva, pero no queriendo dejarlo ver.-Deberías...

-¡He dicho que lo haré yo, ¿vale?!

Aquel gritó dejó la sala en silencio unos momentos más. Doran respiraba de forma agitada, prácticamente temblando, antes de volverse hacia la entrada de la yurta.

-Tú ya has hecho suficiente, madre.-dijo mientras salía.-Tú ya has hecho suficiente.


-No nos queda ni el honor.

Siana podía oír aquella voz familiar mientras trataba de abrir los ojos, con dificultad. Sentía como si alguien cargara con ella... antes de ser arrojada repentinamente sobre un manto de nieve. Lo que logró despertarla del todo casi de inmediato, no pudiendo ahogar un grito ante la sorpresa.

-Ah. Al fin.-dijo Doran frente a ella, arrojándole su báculo a la cara.-Coge ese elnuk y vete.

Mirando a su alrededor, Siana podía ver que estaban solos en un pequeño claro entre los árboles. Aunque alejado y fuera de la vista de los demás en el campamento, cuyo estrépito podía apreciarse como un eco algo distante, y acompañados únicamente por un elnuk de pelaje dorado tras ella.

-Doran.-dijo mientras trataba de ponerse de pie.-¿Qué pasa? ¿Qué...?

-¡No nos queda ni el honor!-grito él enfurecido, antes de bajar los puños, frustrado.-Sus errores ya nos han costado suficiente. Pero ahora, pretende que renunciemos a nuestra palabra. Prometimos a vuestra gente que os protegeríamos. Solo para venderos a la Guardia de Hielo. Prometimos a los Avarosanos si no la unión, sí la paz. Y ahora nos arroja directos contra ellos. Nos ha hecho romper cada juramento a nuestro paso. ¡Maldita sea ella y nuestra sangre!

No pudiendo contener más su frustración, acabó por partir en dos un árbol cercano con su maza. Algo que Siana temió llamara la atención de cualquier miembro de la tribu cercano. Tenían que salir de allí rápido.

-Doran...

-No le basta con insultar nuestro linaje, si no que encima debe destruir nuestro futuro.-dijo frotándose los ojos, casi pareciendo a punto de llorar.-Y lo peor es que no parece darse ni cuenta.

-Doran, tenemos que irnos.

El guerrero le miró entre airado, y determinado.

-No. Tú tienes que irte.

-Pero... cuando descubran que me has dejado escapar...

-No lo harán. Por lo que a ellos respecta, te he partido el cuello, y te he enterrado bajo la nieve.

-¿Y si lo hacen?

-No lo harán. Y si lo hacen, ya será demasiado tarde para cogerte.

-¡No lo digo por mi! ¿Qué te harán a ti si...?

-Oh. ¿Ahora te preocupas por mi?

Doran se volvió hacia ella, encarándola de forma hostil. Ante lo que Siana empezó a retroceder algo asustada, con el báculo en las manos, antes de toparse con el elnuk.

-No parecías hacerlo mientras le hacías ojitos a ese debilucho de Demacia.

-¿Qué? Doran, eso no es lo que...

Calló cuando Doran la agarró por los hombros. Podía ver el fuego hostil en su mirada. Pues el guerrero dudaba de si golpearla, o si tan siquiera dejarla escapar. Pero en lugar de eso... pasó a besarla.

Siana abrió los ojos sorprendida. Y aunque aún asustada, y sintiéndose destrozada por dentro ante las noticias dadas, no pudo evitar cerrar los ojos, disfrutando de aquel último instante que compartirían juntos en mucho tiempo. Si es que acaso volvían a hacerlo.

Algo por lo que no pudo evitar dejar escapar varias lágrimas, que el rudo Doran notó cuando se separaron.

-Doran...

Él no dijo nada. Simplemente, le secó la mejilla con el dedo.

-Ahora, márchate.

-Pero... Doran...

-¡¿Es que no me has oído?!

Le gritó, antes de prácticamente lanzarla sobre la grupa del elnuk, y darle una fuerte cachetada al animal para asustarlo. Logrando hacer que saliera al galope, espantado.

-¡Márchate antes de que me arrepienta, y vaya detrás de ti!-le gritó Doran desde la creciente distancia que les separaba.

Siana trató de sentarse y agarrar las riendas como pudo. Más para cuando pudo refrenar al animal, se habían perdido entre los árboles. Ya no pudiendo alcanzar a ver a Doran entre estos. Entonces le vino a la cabeza el pensamiento de que, probablemente, esta sería la última ocasión en la que se verían.

Se secó aquellas nuevas lágrimas. Y tras tomarse unos momentos para serenarse, se puso en marcha de nuevo.

Llegados a este punto, y con las noticias dadas, solo tenía un sitio al que poder ir. Y solo una cosa que poder hacer.


A unos pocos kilómetros de las murallas de Rakelstake, en lo alto de una antigua torre de piedra reconstruída por los Derviches, dos miembros de la tribu hacían tareas de vigía. Y mientras uno oteaba atentamente el horizonte, si bien con aburrimiento, otro examinaba la nueva insignia que les habían hecho grabar en sus escudos. El arco y la flecha de Avarosa.

-¿Crees que es cierto?-preguntó el primero.

-¿Si es cierto el qué?-respondió el segundo, apoyado en la baranda de piedra, sin apartar la vista del terreno.

-Lo que de esa muchacha es Avarosa reencarnada.

Su compañero se encogió de hombros.

-Nuestra matriarca parece creerlo. Eso me basta.

-Aún así. Dar tanto, la libertad de nuestra tribu, por una creencia.-dijo volviendo apoyar el escudo en el suelo.-No sé. Muchas tribus han venido a oírla, pero no todas se han quedado. Y temo que pueda haber problemas.

-Si lo dices por el muchacho de Valar, no creo que vaya a más del enfrentamiento con su madre.-se cruzó de brazos.-No sería el primer joven de sangre noble, que abandona su tribu en busca de su propio camino.

-Quizás. Pero no lo decía por él. Yo lo decía por el Hielo Blanco. Se oyen rumores de que...

-Alguien viene.-interrumpió el vigía más atento.

-¿Qué?

-Alguien se acerca por el camino.

Se acercó y miró hacia donde apuntaba su compañero de guardia. Y en efecto, pudo verlo.

-Parece... un elnuk. ¿Un jinete solitario? ¿Quién se atrevería a venir por estos caminos sin compañía? Aunque quizás solo sea un animal que ha escapado. No veo a quien lo monta.

-Sí. Fíjate bien. Está tumbado sobre la grupa.

Y mientras bestia y jinete se acercaban, poco después de mencionarlo, vieron aquella figura aún difusa caer de su montura.