En un poblado costero al suroeste del mar de Rakelstake, el humo lo cubría todo, mientras la nieve se teñía de rojo.

Colosales mamuts de guerra, bien alimentados y entrenados, arrasaban las pocas casas que quedaban en su camino. Mientras guerreros del Hielo Blanco, vestidos con placas de armadura y cascos deformados sustraídos de campos de batalla, forjas y tumbas de honor demacianas, reunían a los supervivientes frente a las puertas del gran salón de la aldea. En cuyo interior, en el trono al fondo, se sentaba la matriarca del Hielo Blanco. Genovefra Rompe Aceros. Frente a la cual se arrodillaba su anterior ocupante, Anya la Veloz. Madretriz de esta aldea y del clan que la habitaba, subordinados a una tribu mayor.

En circunstancias normales, tal como habían hecho con los anteriores poblados a las que habían tomado y arrasado, y las partidas de guerra que habían diezmado, Genovefra solo la habría convocado para exigirle lealtad, y que se uniera a su horda. En caso de que se negara, simplemente le hundiría la punta de su lanza serrada en el pecho, y usaría su cabeza como advertencia, antes de pasar al siguiente poblado. Pero había un problema.

Al tomar la aldea, no encontraron a todos los que debían estar allí. La mitad de las casas estaban vacías, y había una falta aún más importante.

-¿Dónde están vuestros barcos, madretriz?-dijo Genovefra, mientras se ponía en pie.-Cuando vinimos aquí, esperábamos usar vuestros barcos largos para mover nuestras provisiones más fácilmente a lo largo de la costa. Pero vuestro muelle esta vacío. Por estar, no están ni los barcos de vuestros pescadores. Así que dime. ¿Dónde están?

Anya se revolvió, insegura de si responder. Mirando de soslayo, podía ver que Katla, la hija y heredera de Genovefra, mantenía la mano bien apoyada sobre el pomo de su espada de hielo puro. Y sin quitarle el ojo de encima.

Así que al final, y con fatalismo, solo pudo sonreír.

-Se los han llevado. Mi clan se los ha llevado.-respondió al fin.

-¿Tú clan?-Genovefra miró a los lados, a los enemigos que habían capturado.-Tu clan está aquí.

-No. Mis guerreros están conmigo. El resto de mi clan, está donde debería estar. En el mar, de camino a la península. Hacia las murallas de Rakelstake.

-Claro. Por eso nos atacaron.-dijo Katla, como si acabara de ocurrírsele.-Sabían que no podían vencer, pero podían ganar tiempo.

La mirada que le lanzó su madre en ese instante la hizo callar. Ahora mismo, estaba furiosa de que le hubieran arrebatado su premio.

-¿Habéis mandado a vuestros ancianos y niños con los Derviches? Más os valdría haber protegido a los que realmente os son útiles.-le recriminó, señalando los cadáveres del exterior.-Además, creía que pertenecíais a la tribu de los Colmillos de Obsidiana. ¿Qué hacéis escondiéndoos tras las capas de los Derviches de Hielo?

-Ya no.-dijo Anya sin más, sonriendo más genuinamente, y atreviéndose a levantar la mirada.-Tanto nuestra antigua matriarca, como la de los Derviches, ahora sirven a una causa mayor. Y nosotros con ellas.

Katla vio a su madre apretar el puño. En ese momento, parecía tan enfadada y frustrada como el sacerdote de la escarcha a su lado. Pero supo contenerse.

-Déjame adivinar. ¿Es por esa niña?

-Sí. Avarosa reencarnada.-dijo Anya con confianza, atreviéndose a ponerse en pie.-Y si hubieras visto lo que yo, no te burlarías.

La única respuesta que obtuvo de Genovefra, fue una mirada fría. Si se encontraba molesta, ya fuera por su blasfemia o por su desafío, no lo dejó entrever. En su lugar, solo le dio la espalda. Dirigiéndose de nuevo al trono. Donde había dejado su lanza.

En un rápido movimiento, aquella punta de hueso de mamut cortó el aire, lanzando un tajo horizontal. Dejando perpleja a Anya, a la cual le llevó un momento ser consciente de que era aquello tan cálido que se derramaba por su garganta.

Ante la muerte de aquella a la que habían jurado proteger de por vida, los hasta ahora dóciles sangrejuradas de Anya se alzaron airados. Aunque de poco sirvió, pues los guerreros del Hielo Blanco ya los habían desarmado, y en ningún momento apartaron sus hojas de ellos.

La masacre continuó en el exterior, ejecutada con rapidez, y sin permitir piedad alguna. Pues pronto el resto de las caravanas les alcanzaría, y debían seguir moviéndose.

-Los saqueadores ya han vuelto.-le dijo Katla a su madre mientras abandonaban el gran salón.-Parece que también han vaciado sus graneros y sus almacenes antes de irse.

-Nos estamos quedando sin provisiones, matriarca.-intervino el sacerdote de la escarcha.

-Lo sé.-dijo Genovefra sin molestarse en mirarlo.

-Pero no han podido tener tiempo de prepararse para sacarlo todo en tan solo unos días.-continuó Katla.-Alguien les avisó de que veníamos. Antes que cualquier superviviente de nuestras anteriores incursiones pudiera hacerlo.

Genovefra detuvo su paso. Katla y el sacerdote la imitaron, aún tras ella.

-... ¿Viste lo que tu hermano llegó a hacer con Siana?-preguntó su madre.

-Ehm... No. No me dijo...-hizo silencio momentáneamente, abriendo los ojos.-Espera. ¿No estarás insinuando que...?

-Como era de esperarse.-interrumpió el sacerdote.-Ese muchacho se ha mostrado demasiado reacio a cumplir su deber. No me extrañaría que se estuviera mensajeando con los Avarosanos para...

-Refrena tu lengua, sacerdote.-Katla apoyó la mano sobre el pomo de su espada.-Si es que acaso quieres seguir usándola.

-... No trates de intimidarme, niña.-le señaló el sacerdote.-La Guardia de Hielo no se toma con calidez a quienes...

-Sacerdote.

Ambos se giraron al oír la voz de Genovefra, que los miraba de reojo.

-¿Con qué derecho te crees para hablarle así a mi hija?

Ante aquello, el sacerdote al fin hizo silencio.

-... El problema persiste, madre.-continuó Katla.-Sin provisiones, es probable que no podamos alcanzar Rakelstake. Mucho menos asediarla.

-Hay poblados mayores que este en el camino.-continuó con su paso.-Demasiado grandes para ser evacuados, y demasiado pequeños para resistirsenos. Allí encontraremos lo que necesitemos. Y si lo que he oído sobre los Avarosanos es cierto, no te preocupes, hija mía. No aguardarán a que lleguemos a sus murallas.


Cuando surgieron los primeros rumores de asentamientos saqueados, nadie les prestó mucha atención. En esa época del año, las tribus de las montañas solían aventurarse a saquear las despensas de aquellos con algo que defender. Ya fuera grano, ganado o pescado. Si acaso, les había extrañado la quietud de aquellas primeras semanas de la primavera. Pues no fue hasta que Siana se presentó medio muerta ante las murallas de Rakelstake, que se dieron cuenta de que aquí ocurría algo más grave.

Aún así, gracias a esto, muchos de los clanes y tribus menores absorbidos por los Derviches de Hielo en su larga historia, y los que se habían unido recientemente a la alianza de Avarosa, pudieron ser alertados a tiempo. La mayoría, hicieron lo que solían hacer cuando una horda de gran tamaño se aproximaba. Cruzar o bordear el mar interior, y buscar refugio en las murallas de Rakelstake, u otros asentamientos mayores. Pero muchas otras, decidieron quedarse a luchar. Algunas por orgullo. Otras, por necesidad.

La mayoría, porque no creían que ninguna muralla fuera a aguantar.

Pues aquella no era una expedición de saqueo, o tan siquiera una invasión. Aquello, era una migración. La migración de una tribu de decenas de millares, formada por los que muchos consideraban los mejores guerreros del sur de Freljord. Y aunque estos guerreros tan solo representaran una fracción de la población total de la tribu, su estela bastaba para cubrir el horizonte. Los exploradores avarosanos así lo habían descrito. Más si las palabras de Siana eran ciertas... solo estaban viendo la mitad de su fuerza.

-Rompe Aceros no quiere arriesgarse.-le explicó ella a Ashe y al resto de líderes de la alianza avarosana.-Hacia aquí apenas se mueven 18.000 guerreros. La otra mitad, probablemente ya la hayan dispersado sobre las tierras que han tomado. Para... pacificarlas.

Ashe sabía que gracias al tiempo que había pasado junto a ellos, Siana conocía la mentalidad del Hielo Blanco. En sus incursiones contra Demacia, su estrategia se basaba en lanzarse con todo lo que tenían contra sus fortificaciones, pues sabían que de otra forma no tendrían oportunidad alguna de vencer. Lo mismo hacían al guerrear con otras tribus. Confiando en sus números, y confiando en que los estrechos pasos y túneles de las montañas que habitaban protegerían sus asentamientos cuando sus fuerzas no estuvieran presentes.

Y así fue por más de cien inviernos. Ninguna tribu logró expulsarlos de sus minas, ni entrar en sus poblados, por mucho que lo intentaran. Ni siquiera los Derviches. Hasta que fueron los propios demacianos quienes se dignaron a intentarlo.

No quedó necesidad alguna de repetirlo.

Ashe se frotó el rostro. Podía entender el dilema del Hielo Blanco. Pues, ¿acaso ella misma no había guiado a multitudes de tribus menores durante meses por valles y caminos, por ríos y mares, en busca de un nuevo hogar? Claro que eso es lo que eran. Tribus menores, que dependían de la buena voluntad de las tribus más poderosas que salvaguardaban las tierras que atravesaban.

No como ahora, con una de las mayores confederaciones tribales de todo Freljord avanzando directamente hacia ellos.

Normalmente, este sería el motivo mejor justificado para resguardarse en el interior de las murallas y esperar. Pero ahora que tantas tribus habían jurado lealtad a Ashe, tantas que se interponían en el camino del Hielo Blanco... eso ya no era una opción.

Es por ello por lo que habían salido de Rakelstake. Habían reunido a todas las manos capaces de empuñar un arma que habían sido capaces de encontrar en tan poco tiempo, e ido al encuentro del Hielo Blanco antes de que llegaran demasiado lejos.

Pero debido a esa misma falta de tiempo, y al miedo que les inspiraba el Hielo Blanco a muchas otras tribus y clanes, apenas habían sido capaces de sumar 9.000 guerreros. La mitad de la fuerza a la que se iban a enfrentar, si los exploradores acertaban, y solo una cuarta parte del total a vencer.

Los Derviches de Hielo podrían haber logrado números similares, pero no tuvieron el tiempo. Podían haber ganado mayor ayuda de los clanes y tribus deseosos de unirse a la alianza avarosana, pero estos temían demasiado al Hielo Blanco como para plantarles cara. Así que muchos habían decidido hacerse a un lado, y esperar a ver quien se alzaba victorioso. Leena Hacha Partida estaba furiosa con todos por ello. Pero Ashe no. Ella solo sentía tristeza.

Pues Ashe comprendía sus motivos demasiado bien.

Finalmente suspiró, y trató de despejarse la cabeza.

Podía ver los rastros de humo desde lo alto del risco. Estaban ya muy cerca. A este ritmo, parecía que les aguardaba plantarle cara al Hielo Blanco en menos de un día. Aunque gracias a Avarosa, iban a hacerlo desde una posición ventajosa.

-Matriarca.-dijo Hella saliendo de entre los árboles tras ella, bajándose la capucha y bufanda azules para descubrirse el rostro.

En cuanto Ashe la miró por encima del hombro, Hella no tardó en retractarse.

-Perdón. Ashe.-continuó, después de que esta le sonriera.-Sigo pensando que no es buena idea que os... que te adelantes con los exploradores. Si nos sorprendiera una partida enemiga...

-Si lo hicieran...-Ashe miró al arco en su mano.-... entonces ya no habría motivo alguno para derramar más sangre, ¿no?

-¿Ashe?-preguntó Hella, algo desconcertada.

La arquera de hileo permaneció pensativa un rato más, antes de sacudir la cabeza.

-Nada. Olvídalo.-apretó el arco entre sus manos, antes de llevárselo de nuevo a la espalda.-Vamos. Ya va siendo hora de volver.

Hella asintió, y juntó los dedos para silbar. Tras lo que varias figuras ocultas en las sombras a lo largo de aquel elevado risco no tardaron en empezar a moverse. Y mientras Hella y Ashe descendían la empinada pendiente tras ellas, más de estas figuras encapuchadas con arcos se les fueron uniendo, saliendo de entre los árboles y las rocas.

-¿Por qué no le has ordenado a tu sangrejurada que te acompañara?-le preguntó Hella mientras se deslizaban por la empinada pendiente.-Así habría sido más fácil cubrirte.

-Tryndamere está donde le he pedido que se quede. Y te recuerdo que tiene un nombre.-dijo Ashe.

La pelirroja no respondió. Simplemente, se limitó a volver la cabeza, y empezar a contar a sus cazadores con la mirada.

Ashe no pudo evitar sonreír ante aquello. Sabía que Hella no confiaba en el bárbaro. No le había gustado nada la forma en la que se había dirigido a Ashe cuando se presentaron, incluso después de insistir en que no le molestaba. Estaba claro que aquella muchacha se preocupaba por ella, y la tenía en alta estima. Hella prácticamente no se había separado de su lado desde que salieron de Rakelstake, y tras ayudar a salvar a su tribu, parecía confiar indudablemente en que Ashe les guiaría por buen camino.

Ojalá esa confianza estuviera tan justificada como creía.

No. Ya era suficiente. El miedo y la duda no tenían lugar en el campo de batalla. Sabía lo que le dirían sus ya fallecidos padres juramentados. No importaban cuantos cayeran en las próximas horas. Solo que no dejara que sus muertes fueran en vano.

Volvió a tocar con los dedos la punta del arco de hielo puro a su espalda, dejando que el frío la dominara, mientras se repetía a si misma "el hielo no es dolor, es entrega" una y otra vez.

No tardaron en volver al campamento, con el resto de exploradores y recolectores repartidos por el área reuniéndose. Al ver llegar a su matriarca, a Avarosa reencarnada, muchos se apartaron de su camino respetuosamente.

A algunos había llegado a conocerlos en los últimos días. A otros, no tanto. Pero entre la admiración y curiosidad con la que la observaban, podía notar la duda de muchos. No sabían que esperar de una muchacha con apenas edad para empuñar un arma de hielo puro. Mucho menos para liderar a una tribu a la guerra. Pero todos conocían las historias, y reconocían el arco de Avarosa. Sabían que no podía haber otro igual. Que esa era definitivamente el arma de la reina que unió a Freljord.

Y con eso tendría que ser suficiente.

-¡Volved a vuestro trabajo!-le gritó Hella a los exploradores.-Aún queda mucho que hacer, y tendremos al Hielo Blanco encima enseguida.

Estos arqueros y rastreadores se dispersaron rápidamente. Hella sin embargo acabó acompañando a Ashe hasta el centro del campamento, donde la guardia avarosana les abrió paso, antes de volver a cerrarlo.

A Ashe no le gustaba. No tenía claro que construir esta clase de barrera entre los más cercanos y leales a ella, y el resto de tribus de la alianza, fuera buena idea. Pero Leena Hacha Partida había insistido. Decía que era necesario para mantener la disciplina. Dejar clara la jerarquía. Pero Ashe empezaba a pensar que quizás ese tipo de jerarquías, entre matriarcas y madretrices, entre hijos del hielo y sangre calientes, fueran el problema.

Claro que pese a todas sus protestas, y a lo mal que le pareció, Leena no pudo impedir que Ashe saliera con los exploradores. Ashe sonrió para si, pensando en que quizás siguiera enfadada, mientras ella y Hella entraban a la gran yurta en el centro de todo el campamento.

Frente a ellos, alrededor de una mesa, se encontraba el resto del círculo de confianza de Ashe, por llamarlo de alguna forma. O al menos, quienes la habían acompañado hasta aquí.

En una esquina, casi pasando desapercibido, se encontraba Vania el Demaciano. Hubo cierta oposición a su presencia aquí. Pero hasta el momento, su educación en Demacia les había resultado útil. Sabía mucho sobre organización, y como dividir los recursos de su caravana ante un número tan elevado de gente en constante movimiento. O como él lo llamaba, logística. También tenía cierto conocimiento sobre la forma de guerrear del Hielo Blanco que, según él, había aprendido de las mismas palabras de soldados demacianos que los habían enfrentado.

Ashe solo lamentaba no poder contar con los guerreros de su tribu. Sabía que poco después de la ceremonia que la había unido a Tryndamere, Vania había discutido fuertemente con su madre. La comitiva de guerreros que los había acompañado desde la Vaguada de Valar, habían emprendido el camino de vuelta a su hogar junto a ella. Pero dejando a Vania atrás. Aunque esta vez, él se quedó por decisión propia.

A su lado, se encontraba Siana. Aquella maltrecha sacerdotisa de la Madre Invernal. Su temprano aviso había salvado las vidas de muchos, pero aún cargaba con ella las heridas de su huida, y su larga y apresurada marcha. Los sacerdotes de Avarosa que la habían atendido, dijeron que probablemente solo había sobrevivido gracias a su magia.

No podía decirse lo mismo de sus hermanas de fe. Siana no sabía que les había ocurrido. Solo lo sospechaba. Pero estaba claro que el dolor de perder a su familia era mucho mayor que el producido por cualquier castigo que su cuerpo hubiera experimentado. Y esa experiencia era algo que Ashe conocía demasiado bien.

Vio entonces como Vania cogía la mano de Siana por debajo de la mesa. Le resultó curioso de ver, pero no extraño. Pues en todo ese tiempo, fue el propio Vania quien le ofreció más consuelo. Quizás porque en cierto sentido, él también había perdido a su familia.

-Al fin te dignas a aparecer.

En el centro de la mesa, se encontraba Leena Hacha Partida. Se había trenzado su larga melena pelirroja para que no se interpusiera en el combate. Pero aún así esta le colgaba como un cuello de piel sobre el hombro. Y pese a lo amigable que siempre se había mostrado con Ashe, estas últimas semanas se había comportado de forma mucho más hostil y malhumorada. Entendible, dada la tensión de las circunstancias, y su posición de autoridad. Pero aún así, a Ashe le daba la sensación de que había algo más detrás de su actitud.

-Lamento el retraso. Pero quería observar con mis propios ojos la posición de la horda enemiga.-dijo descolgando el arco de su hombro, para apoyarlo sobre la mesa.

A ambos lados de Leena, se encontraban sus dos únicos sangrejuradas. Al menos, los dos únicos que quedaban con vida. Ambos hijos del hielo. Ambos bravos guerreros.

-¿Y bien?

-Avanzan algo más deprisa de lo que esperábamos.-Ashe suspiró, frotándose el rostro.-Tendremos que plantarles cara mañana.

Algunos exhalaron con ansiedad. Otros, apretando los puños, ante la expectativa de la batalla.

-Me sentiría más tranquilo con mas Hijos del Hielo de nuestro lado.-habló Kraga, un hombre de barba caoba y pelo rasurado, y cuarto marido de Leena Hacha Partida.-Ojalá Enok estuviera aquí.

-Enok está donde tiene que estar. Protegiendo a nuestro pueblo, y a sus hermanas.-le interrumpió Leena.-Pero no os preocupéis. Tenemos a Avarosa reencarnada con nosotros.

Antes, Leena siempre le había dedicado ese tipo de alabanzas con gran honestidad. Ahora, Ashe no podía evitar notar un deje irónico en su tono.

-Aún así. No estamos preparados para plantarles cara.-habló Bruvan, un hombre de barba negra y espesa, y tercer marido de Leena.-Bueno, miento. Estar, estamos preparados. Tenemos un paso estrecho fácil de defender, y un conocimiento casi completo del terreno palmo por palmo. Lo que no tenemos son las de ganar.

-No debéis desesperar.-habló Parta al fin, haciéndose notar.-Las Tres Hermanas siempre velan por nosotros.

Ashe sonrió al oír su voz, y su tono afable. Muchos no entendían porque había pedido que los acompañara. ¿Qué hacía un sacerdote, y más uno de su rango, en un campo de batalla? Pero Ashe había argumentado que venía bien tenerlos a mano para mantener la paz y la moral elevada. Aunque siendo sincera, ella era la que lo necesitaba a su lado. En poco tiempo, había llegado a depender de él como su brújula y apoyo moral.

-Se lo agradezco, sacerdote.-continuó Bruvan.-Pero hará falta algo más que eso para mantener a los mamuts a raya.

-¿Cuántos mamuts han contado tus exploradores ahí fuera?-le preguntó Leena a Hella.

Esta miró a Ashe antes de responder. Solo lo hizo después de que ella le asintiera. Algo que por su expresión, no pareció gustarle nada a Leena.

-En torno a una veintena. Puede que más. Pero no deberían ser un problema.-dijo Hella acercándose respetuosamente a la mesa.-El paso es tan estrecho, que solo podrían mandarlos de uno en uno. Y aunque cargaran, tenemos buena visibilidad desde lo alto de los riscos para asatearlos sin problemas.

Kraga chasqueó la lengua, como entre molesto y ofendido.

-No. Ni hablar. Disparar y esconderse es una táctica de cobardes. No voy a...

Se detuvo, y trató de retractarse al darse cuenta de a quien tenía delante.

-Yo...-se inclinó.-Perdonadme, matriarca. No pretendía...

Ashe alzó la mano para que callara.

-No tienes que disculparte. Sé lo que quieres decir.

-Disculpa a este idiota, Ashe.-dijo Leena, mientras tomaba a su marido de la barbilla.-Kraga es un idiota. Saber partir cráneos, y mantener mi lecho caliente. Pero no como librar guerras. Eso es un trabajo de mujeres. Y digo que les plantemos cara en campo abierto. Un poco por delante del paso.

Ashe arqueó la ceja ante su proposición. El de Hella le había parecido un buen plan.

-El Hielo Blanco suele montar arqueros sobre sus mamuts.-le explicó Siana, notando su incomprensión.-Seguirán sin estar a la misma altura que los nuestros, por lo que seguirán estando en desventaja. Pero no tienen porque acertar. Solo impedirnos disparar.

-Además, de que no es su estilo mandar a los mamuts primero.-continuó Vania.-Son bestias terribles, pero muy pocas, y muy difíciles de criar. Por lo que solo los sueltan una vez parezca que la resistencia enemiga se ha debilitado... o si no les quedara otro remedio.

-Como si por ejemplo se vieran obligados a luchar en un paso estrecho, donde sus números serían un obstáculo. Claro.-dijo Ashe, ya empezando a entenderlo.-Pero si los confrontamos frente a la entrada del paso, en campo abierto, les daremos la opción de enviar a sus guerreros. Pero nuestra retaguardia seguiría estando protegida por los riscos, y los arqueros en la parte de arriba seguirían teniendo tiro limpio. Así que...

-Simplemente tendríamos que esperar a sangrarlos.-terminó Leena por ella.-Luego, solo nos quedaría preocuparnos por lo que sus Hijos del Hielo llegaran a hacer, y cuando por fin se decidan a enviar a los mamuts. Pero para los primeros tenemos los nuestros propios, y de los segundos se pueden encargar los lanceros. El pelaje de sus tripas no es tan espeso, y el dolor los asusta con facilidad.

En estos pocos días, Ashe se había dado cuenta de lo poco que sabía sobre la guerra. Tenía amplia experiencia ayudando a guiar grupos de decenas de guerreros, con su antigua, en la que eran tan escasos en números. Pero nunca se había parado a pensar en lo distinto que era todo cuando se trataba de guiar a miles.

-Solo me preocupan los números.-dijo Bruvan.-Y... honestamente, la experiencia. Tenemos miles de guerreros, pero apenas unos centenares de ellos. No sé si me explico.

-Creo que sí.-dijo Ashe.-Todos están armados, y saben como sobrevivir y defenderse. Pero solo unos pocos han hecho de la guerra su profesión. Solo pocos saben "guerrear".

Uh. Se le hacía extraño usar las mismas palabras que Tryndamere había usado para explicárselo a ella misma, y...

Tryndamere.

A todo esto, ¿dónde se había metido? Le había ordenado que se quedara aquí. Tenía que estar en la reunión.

-Exacto.-dijo Leena.-Solo contamos con dos centenares de Derviches con esa clase de experiencia, unos cuantos más con los de otras tribus, y apenas unas decenas de los que siguen a tu sangrejurada.

Al verla señalar tras ella, Ashe al fin lo encontró. Tryndamere llevaba todo este tiempo en silencio, en la esquina de la yurta junto a la entrada. De brazos cruzados, y apoyado en una de las estacas que sostenían la puerta. Y por su expresión, no parecía gustarle lo que escuchaba.

-Con que ahí estabas.-dijo Ashe.-En ese caso, que él y sus clanes bárbaros se mantengan al frente de la posición, justo detrás de los escudos. Así, en caso de que haya una brecha.

-Me temo que no va a poder ser.-dijo Bruvan.-Será mejor que él y los suyos se queden atrás.

-¿Qué?-Ashe parpadeó perpleja.-¿Por qué?

Imaginó que esto enfadaría a Tryndamere. Pero este simplemente se limitó a apartar la mirada.

-Porque por lo que he oído, son los que más experiencia tienen de los nuestros. Y de lejos.-habló Leena.-Si vamos a sangrar al Hielo Blanco, no podemos permitir que nos hagan lo mismo. Tendrán que quedarse a guardar fuerzas hasta que haya un punto crítico en que los necesitemos.

-Vale. Comprendo.-respondió Ashe, pensativa.-En ese caso, yo me moveré al risco con Hella y sus arqueros. Desde allí podremos estudiar la batalla mejor. Y así si algo va mal, yo...

Se interrumpió al oír la cortina de la entrada moviéndose. Cuando se giró, Tryndamere ya no estaba allí.

-Ese bárbaro no sabe nada de respeto.-refunfuñó Kraga.

-Respetuoso o no, es un buen luchador.-dijo Leena, antes de mirar a Ashe.-Solo tiene que cumplir con su parte.

Por la forma en que lo dijo, a Ashe le pareció que lo dudara. ¿Acaso a eso se debía su rencor? ¿Resentimiento por haber elegido a Tryndamere como sangrejurada, en vez de a su hijo Enok?

¿O era esa repentina desconfianza debido a algo más?


Hola. Lamento el retraso con las actualizaciones, pero he estado realmente ocupado. Pero no os preocupeis, que la historia va a seguir.