En los días que siguieron a aquel enfrentamiento, muchas cosas se dirían sobre lo ocurrido bajo las sombras de aquellos riscos. Los escaldos difundirían mitos y verdades en variedad sobre este lugar, como solían hacer al compartir la canción de cada tribu. Con las historias creciendo y enriqueciéndose con cada recuento.

Pero para muchos de los que presenciaron lo ocurrido, solo se trataba de algo que preferirían olvidar.

Todo comenzó como solía hacerlo siempre. Cuando los miembros de la alianza avarosana salieron al paso de la líder del Hielo Blanco y sus vástagos, esperando negociar unos términos que nunca llegaban a buen grado. Eso es algo que la propia Genovefra Rompe Aceros sabía, algo que su hijo Doran Parte Espaldas ya había aceptado, y una lección que a su hermana Katla Astilla Escudos aún le quedaba por aprender.

-Has venido.-le dijo Genovefra a su hijo, sin tan siquiera mirarlo.

-Por supuesto. ¿Dónde esperabas que me encontrara?

Su madre no le respondió. Simplemente gruñó por lo bajo, enervándolo aún más si cabe. Katla no podía más que mirar a su familia con preocupación, esperando que la líder de los avarosanos llegara ante ellos, antes de que empezara una de sus típicas discusiones familiares. Más grande fue la sorpresa de los tres, cuando vieron que Ashe no se encontraba entre el pequeño grupo que se les oponía.

Frente a ellos, solo se hallaba Leena Hacha Partida, la pelirroja líder de los Derviches del Hielo, junto a sus dos sangrejurada hijos del hielo que la acompañaban a todas partes. Algo que no ayudó a apaciguar el mal humor de Doran.

-¿Dónde está?-preguntó con aprehensión.

-¿Dónde está quién?-le replicó simplemente Leena.

Doran dio un paso en frente, pero no llegó a más antes de que su hermana saliera de su posición y se interpusiera. Cuando Doran la miró, Katla simplemente le negó con la cabeza, casi pareciendo triste, antes de señalar a su madre con la mirada. Ante lo que Doran al fin pareció calmarse, y volvió a echarse atrás.

-¿Dónde está la matriarca de los avarosanos?-preguntó entonces Genovefra, con cierto tono burlón.-¿Dónde está Avarosa reencarnada?

Leena se limitó a mirar hacia arriba, hacia los riscos. Y al seguir su mirada, los tres pudieron distinguir un brillante reflejo azul entre las filas de arqueros y cazadores sobre aquella cornisa de piedra. Un brillo azul más intenso que el de ninguna arma de hielo puro que hubieran visto antes.

-Está donde debe estar. Velando por su gente.-siguió Leena, antes de concluir a modo de insulto.-O al menos, tiene un deber más allá de escuchar vuestras mentiras. Di lo que tengas que decir, y luego márchate, sureña.

-"Sureña". Je.-Genovefra negó con la cabeza.-En esas montañas hemos conocido lo que es el frío, el hambre y la guerra mucho mejor que ninguno de vosotros, granjeros.

Doran y Katla se miraron mutuamente. La cosa no parecía ir bien.

-Al menos nosotros hemos sabido ganarnos nuestro pan. No nos hemos visto obligados a vivir en la carrera, robándolo de la boca de los débiles, y recogiendo los despojos de otros.-Leena se llevó su gran hacha al hombro.-Dime. ¿Cómo os va con eso?

Ahora fueron Kraga y Bruvan los que se miraron. Sí. Esto no iba nada bien.

Más pese a los insultos, ambas matriarcas veteranas siguieron observándose con cierto grado de respeto. Y calma. Haciendo que uno se preguntaba si hasta sería así como se referirían las unas a otras normalmente.

-Perfectamente, como puedes apreciar.-dijo Genovefra extendiendo los brazos con una sonrisa, haciendo referencia a los guerreros tras ella.-Pero no eres quien esperaba encontrar. Esperaba poder poner a prueba el poder de Avarosa en mis propias carnes. Y reclamar su arco para mi hija.

Leena soltó una sonora carcajada, echando la cabeza hacia atrás.

-Eres ambiciosa, Rompe Aceros.-se llevó su hacha a las manos.-Eso te lo reconozco. Pero me temo que caerás mucho antes de llegar a eso.

-Hm.

Genovefra dejó salir media sonrisa, y entonces entornó la mirada hacia el acantilado sobre sus rivales. Hacia la borrosa figura de "Avarosa reencarnada".

-Un duelo, entonces.-dijo extendiendo su lanza de hielo puro a un lado, dibujando un arco de escarcha en el aire con el gesto.-Ahorrémonos la sangre de nuestras tribus.

-Por favor.-le respondió Leena, girando el arma en sus manos.-Si realmente quisieras lograr eso, no les habrías traído hasta aquí.

Doran sacó su maza del cinto, Katla desenfundó la gran espada a su espalda, e intercalaron miradas con Kraga y Bruvan respectivamente. El primero, armado con su pequeña hacha de mano. El segundo, con su gran espada de hueso serrado. Pero todas igualmente poderosas, con restos de hielo puro en su forja.

-Y aún así,-finalizó Genovefra.-aquí tienes a los tuyos.

Y sin más, extendió la punta de su lanza hacia Leena.


Desde lo alto del risco, lo único que llegaban a ver Ashe, Hella y los arqueros y exploradores que las acompañaban, era un muro de estalagmitas de hielo. Uno que crecía del suelo, y que se movía a gran velocidad hacia Leena, dispuesta a empalarla. La cual momentos después hizo descender su hacha, y una flor de hielo y escarcha se extendió a su alrededor, partiendo dicho muro en dos.

-¿Matriarca?-le oyó decir Ashe a Hella, con algo de inquietud en su normalmente sereno tono.

Era natural. Probablemente ninguno, ni siquiera aquellos con una buena colección de cicatrices marcando ya su piel, habría visto a tantos hijos del hielo reunidos en un solo campo de batalla. Y mucho menos un duelo de tal magnitud entre 6 de ellos.

Ashe pensó en intervenir. Pero por grande que fuera el poder que ahora portaba, entre la distancia, y la ventisca que empezaba a cernirse sobre ellos, no estaba segura de si sería buena idea. Tenía confianza en su habilidad con el arco, incluso antes de hacerse con el que portaba ahora. Pero ante duelos de honor como aquellos, sus acciones no podrían si no empeorar la situación.

-Esperaremos.-dijo Ashe, demostrando en su tono y palabras una confianza mucho mayor de lo que sentía.-Leena y sus sangrejuradas cumplirán con su parte. No tenemos nada que tener.

Y ante solo oírla hablar, parecía que Hella había visto su confianza plenamente renovada. Le bastaba con la palabra de Ashe para creer que eso era cierto. Lo mismo podría decirse de todos aquellos a su alrededor. Algo ante lo que Ashe no pudo si no apretar el puño, y morderse el labio, procurando que nadie lo notara.

Parecía que Sejuani al final tenía razón.


Detrás de la línea de escudos formada por la guardia avarosana, varías líneas por detrás del frente, Tryndamere y los miembros de los clanes que le seguían aguardaban el inicio de la batalla. Casi protegiendo la entrada del paso a sus espaldas. Aunque por lo cual, también estaban más cerca de la línea de batalla de lo que a muchos líderes avarosanos les hubiera gustado. Pero a estas alturas, nadie estaba dispuesto a disputarle nada al marido de su matriarca. Algunos, por respeto a ella. Otros, por temor a él.

Algo que el propio Tryndamere no estaba completamente seguro de entender.

-No sé a que estamos esperando.-comentó uno de los veteranos junto a él, un hombre algo rollizo, con varias líneas blancas en la barba.-Así solo perdemos horas de luz.

-Mejor, Urak.-comentó Tryndamere con serenidad, apoyado en su espada.-Así acabará todo antes.

Al oír aquellas palabras, el veterano junto a él giró la cabeza. Examinando con detalle al joven bárbaro que lo acompañaba.

-... Has cambiado, muchacho. Ya no pareces el hijo de tu padre.

No estaba claro si aquello era un insulto. Pero por la mirada que le dedicó Tryndamere, este pareció interpretarlo como tal. Si bien su rostro apenas se había alterado. Proveyendo a Urak de la necesidad de aclarar sus palabras.

-Antes, habrías saltado sin dudarlo a la batalla, en vez de quedarte aquí atrás. No te importarían las órdenes que se dieran. Buscarías el oponente más peligroso que vieras, o te ofrecerías voluntario para el primer duelo que surgiera, y así demostrar tu valía.

-... Tal vez.-contestó llanamente Tryndamere.-Pero puede que ya no me quede nada que demostrar.

Urak podía sentir la mentira en esas palabras. Y que el propio Tryndamere era consciente de ello.

-No. Tal vez no.-dijo su compañero, cruzándose de brazos.-Tal vez hasta sea bueno que hayas aprendido a tener paciencia. Pero tampoco luchas como antes.

Tryndamere apretó el pomo de su espada, mirando a Urak de reojo.

-¿De qué hablas, anciano?-interrumpió entonces un joven de su mismo clan, animado.-¿Has visto sus últimos duelos? ¡No hay quien pueda con él!

-Le he visto luchar centenares de veces más que tú, muchacho.-le respondió Urak.-Y rara vez le he visto salir sangrando. Hasta ahora.

Tryndamere cerró los ojos y gruñó por lo bajo. Apretando aún más la empuñadura de su arma.

-Aún eres el mejor guerrero que conozco, Tryndamere. Y creo que lo seguirás siendo.-continuó Urak.-No sé lo que te ocurrió. No sé porque te levantas cuando deberías caer. Pero lo que me gustaría saber... es porque te castigas de esa forma.

Tryndamere contuvo su respiración por un momento. Relajando al fin su agarre.

Castigarse a si mismo. Era una forma curiosa de ponerlo. Pero, ¿acaso era eso lo que hacía? ¿Lo que estaba...?

Entonces el rugido del hielo crepitante los sacó a todos del momento.

Sonó un gran golpe. Una explosión de hielo y nieve los cubrió casi por completo. Todos a su alrededor se llevaron las manos al rostro, desorientados. Sin tener claro que acababa de pasar. Hasta que Tryndamere empezó a notarlo.

Los escudos destrozados. Los cuerpos que caían a pocos metros de sus pies. La voz de Ashe que le pareció distinguir, gritando órdenes, proveniente de lo alto del acantilado.

El muro de escudos avarosano acababa de ser destrozado.


El duelo a tres partes se detuvo de inmediato. Casi todos sus participantes atónitos ante lo que acababan de presenciar. Leena y sus sangrejuradas miraban tras ellos, hacia el hueco vacío donde antes estaban agrupadas la mayoría de las filas avarosanas. Y lo mismo hacían Doran y Katla, pero con la vista fija en su madre. Y en el muro de hielo que crecía frente a ella, evadía a Leena a propósito, y luego, se dirigía con precisión milimétrica hacia el centro de lo que hace momentos era la formación avarosana.

Para luego abrirse en una flor de afiladas agujas de hielo, que saltaron como lanzas en todas direcciones.

-... ¿Madre?-empezó a decir Katla, sin terminar de creerse lo que acababa de ver.-¿Qué estás...?

El rugido ensordecedor de los cuernos de guerra del Hielo Blanco silenció sus palabras. Y al momento siguiente, lo hizo el retumbar de la tierra ante la marabunta a la carrera, el rechinar de las piezas de armadura, y los gritos de batalla.

Mientras ahora todos sus guerreros cargaban contra la destrozada línea avarosana.

-No...-dijo Leena, mientras salía del shock, dándose cuenta de lo que estaba ocurriendo.-... ¡NO!

Dando un salto imposible de hacer para la mayoría, Leena se proyectó en el aire para abalanzarse sobre una ahora distraída Genovefra, haciendo descender su hacha sobre su cabeza. La cual reaccionó demasiado tarde para detener o esquivar el ataque.

Pero por fortuna para Genovefra, su hija no.

Katla detuvo el envite con la hoja de su espada ancha. Pero aún así, la fuerza del golpe logró hacerle hincar la rodilla. Ahogando un grito de dolor ante el punzón de hielo que se había clavado en su hombro. Un tornado de escarcha se formó alrededor de ambas, hasta que Katla logró empujar a Leena hacia atrás.

La pelirroja dejó un surco en la nieve al clavar sus dedos en ella para detenerse. Y luego alzó el rostro para mirar con ira a sus oponentes.

-No tenéis honor.-pronunció con tono grave.-¡No tenéis palabra!

Genovefra no dijo nada. Simplemente miró a su hija, mientras esta se arrancaba la esquirla de hielo, antes de empezar a probar a mover el hombro. Haciéndolo sin mucha dificultad aparente. No parecía dolerle. Por fortuna, gracias al cuero y a la gruesa capa de piel sobre su hombros, la herida solo había sido superficial.

-Espero hacer sobrevivir a mi tribu, Hachapartida.-dijo Leena llanamente, dando un paso hacia atrás, mientras sus guerreros comenzaban a sobrepasarla.-Si tu gente te importara tanto como proclamas, habrías hecho más por protegerlos.

Un gruñido gutural se dejó oír entre el rechinar de dientes de Leena, que junto a Kraga y Bruvan, se prepararon para recibir la gran acometida. Y así por lo menos, caer luchando.

Pero algo raro sucedió. Kraga derribó a uno de los guerreros con su hacha. Bruvan a otro con su espada. Pero todos fueron golpes laterales. Pues los guerreros del Hielo Blanco no se estaban abalanzando directamente sobre ellos. En todo caso, parecían estar evitándoles. Y entonces Leena, hasta hace un momento aún centrada en volver a encontrar a Genovefra entre la marabunta, lo comprendió. Y miró tras ella.

No iban a por ellos. Pues, ¿qué sentido tendría enfrentarse a tres hijos del hielo en plena forma? No.

Iban a por sus filas ya rotas.


-Matriarca...-repetía Hella.

Pero Ashe no respondía. No hacia más que mirar hacia el escenario que se desarrollaba ante ellos. Observando el prólogo de una masacre incipiente, con ojos nerviosos que saltaban de un lado a otro, y su rostro congelado por el horror. Tratando de encontrar algo de orden y sentido en donde ya no lo había.

Aquello no podía acabar de ocurrir. Era el peor escenario posible. Apenas podía distinguir a Leena y sus sangrejuradas entre la ventisca, y aquella masa de cuerpos que componía la horda del Hielo Blanco, envolviéndoles mientras avanzaban. ¿Quién sabía si acaso ya habían caído?

-Matriarca, ya han roto nuestras líneas. Van a llegar al paso en cualquier momento. ¿Qué hacemos?

No, no, no. Esto no podía estar pasando. Si cruzaban el paso, llegarían al campamento. Si daban la vuelta para volver ahora, con suerte llegarían al mismo tiempo que ellos. Pero la mayoría de los que la acompañaban eran arqueros y cazadores. Muchos llevaban espadas y cuchillos con ellos. Pero en cuerpo a cuerpo, no podían...

-¡Ashe!

...

-... Disparad.

-¿Qué?

-¡He dicho que disparéis! ¡Avarosanos! Lanzad vuestras flechas.

Al principio de forma descoordinada debido al shock inicial, pero progresivamente, todos los arqueros bajo el mando de Ashe sobre ambos lados del risco liberaron una lluvia de flechas sobre la horda enemiga. Una lluvia que se acabaría demasiado pronto, y que no haría el suficiente daño. Pues por cada guerrero que derribaban, 10 más escapaban de su alcance, refugiándose bajo la sombra del risco.

Sabía que serviría de poco. Pero tenía que ordenarles hacer algo, o sería como admitir que ya habían sido derrotados. Pero, aún así, ¿no era ese ya el caso?

Esto le recordaba demasiado a como había acabado el asalto planeado por su madre a los Vástagos del Hielo. Solo que ahora no había ruta de escape posible.

No. ¡No! No podía pensar así. Todas sus vidas dependían de ella. Ahora, solo podía salvar a todos los que pudiera.

Su única opción era que mientras el Hielo Blanco estuviera distraído saqueando su campamento, ella pudiera guiar a los arqueros alrededor de este, ocultos entre los márgenes del bosque. O tal vez, con un poco de suerte, llegar a la entrada del paso antes de que terminaran de cruzar y contenerlos allí.

No. Ahora el paso estaría abarrotado de avarosanos intentando huir. Para hacer eso, también tendría que cortarles el escape a ellos. Pero eso es algo que no podía hacer.

Eso es algo...

...

Algo que como Sejuani diría, sería necesario de una buena matriarca.


Una avarosana se arrastraba por la nieve, herida y sangrando. Luchando por alcanzar su espada, medio enterrada en la nieve. Pero poco a poco, tras ella, una guerrera del Hielo Blanco equipada con una coraza demaciana algo mellada se le acercaba. Con una sonrisa en el rostro, y su maza al hombro, le pisó el tobillo para detenerla. Dejando que el horror de la situación se asentara bien en la mente de su enemiga. Que no podía si no escarbar en la nieve aterrorizada, intentando arrastrarse desesperada.

La satisfacción de aquel momento fue lo penúltimo que pasó por la cabeza de la guerrera.

La espada de Tryndamere, lo último.

La avarosana en el suelo observó como el cuerpo de su intento de verduga caía violentamente, y luego, alzó la vista hacia la sombra de su salvador. De rostro adusto, pero sereno. Fuerte de miembros, y de mirada...

-¡¿Pero se puede saber que haces, mequetrefe?!-le espetó entonces Urak, con rabia, saliendo de detrás de Tryndamere.-¡Ponte en pie y coge tu arma, que hay trabajo que hacer!

La joven avarosana trastabilló, pero enseguida se irguió mientras sacaba su arma de entre la nieve. E igual que todos los demás, salió corriendo hacia la entrada del paso. La cual estaba empezando a abotonarse ante la muchedumbre de supervivientes que buscaban escapar.

Lo único que había impedido el desastre por ahora, era todos aquellos que se habían quedado a luchar.

Y que estaban cayendo por momentos.

-Esto se está descontrolando.-dijo Urak acercándose a Tryndamere, mientras vigilaban a su alrededor, y derribaban a los enemigos que se atrevían a aproximarseles.-Nos han arrinconado aquí, y no podemos retroceder. No nos queda otra que intentar abrirnos paso.

-¿Hacía donde? No hay lugar a donde huir.-le dijo Tryndamere, con una calma completamente impropia del momento.-Solo queda resistir.

Urak le tiró del hombro, furioso.

-¡Mira a tu alrededor, muchacho! Ha cundido el pánico. Cuando acaben con los que quedamos en pie, atravesaran las espaldas de los que huyen, y los aplastaran contra las rocas. ¡No hay forma de resistir! Incluso aunque trataramos de reformarlos, no tenemos tiempo suficiente para-

El bárbaro lo hizo a un lado de un empujón. Pero antes de que Urak pudiera volver a enfadarse con él, vio como una lanza atravesaba el hombro de Tryndamere. Sobresaliendo a ambos lados de su cuerpo. En el mismo lugar en el que momentos antes se encontraba de pie Urak.

-¡Chico!

Tryndamere no le escuchaba. El dolor anulaba todo lo demás. Hincó la rodilla, y se apoyó en su espada para volver a ponerse en pie. Ni se molestó en gritar, arrancándose la lanza en un rápido movimiento, y haciendo que un dolor atroz le atravesara. Amenazando con derribarle de nuevo.

Fue entonces, mientras se tambaleaba, sin estar seguro de donde se encontraba, que tropezó contra algo, y notó la sangre fresca sobre sus botas. Una sangre que no era la suya.

También fue entonces cuando alzó la mirada, y notó el cuerpo tendido sobre la nieve ante él. Un muchacho al que reconocía. Y también reconocía al hombre roto de dolor arrodillado junto a este, que no paraba de sollozar. Y que en ese momento, alzó sus ojos rojos por las lágrimas para mirar a Tryndamere.

Y al reconocerlos a ambos, repentinamente Tryndamere se vio transportado a otro lugar. A un tiempo aún demasiado reciente para él. Pero con el mismo dolor atravesándole el cuerpo. Rogándole que muriera por mucho que su mente se rebelara contra la misma idea. Los cadáveres de miembros de su clan, de su familia, esparcidos por todas partes. Mezclándose con las imágenes que sus sentidos percibían en el presente, que eran prácticamente iguales a las del pasado. Pero también recordando algo que afortunadamente, no se encontraba entre ellos en este nuevo campo de batalla.

Una sombra alada, con una espada que parecía emitir un latido. Como si la misma hoja albergara vida propia.

-¡Tryndamere!

Urak le alcanzó de nuevo. Y fue entonces cuando él también notó al hombre, y al muchacho muerto en sus brazos. A los cuales creía reconocer de algo.

Si. Ya los recordaba. Tryndamere había estado entrenando con ellos el otro día. Antes de que la matriarca Ashe les interrumpiera.

-Luchad...-escuchó susurrar a Tryndamere, en una voz más profunda aún si cabe.

-Muchacho.-comenzó a decir Urak.-No puedes...

Calló de inmediato.

Como bárbaro de las estepas, Urak había experimentado todo lo que uno pudiera llegar a temer de una tierra tan peligrosa como Freljord. Por lo que rara vez había vuelto a sentir miedo en esta etapa tardía de su vida. Y cuando lo había hecho, siempre era el primero a lanzarse hacha en mano contra cualquiera que fuera la amenaza.

Pero esta vez, se había quedado congelado en su sitio.

En su momento, se rió de los avarosanos que le habían comentado sus sospechas sobre Tryndamere y su clan. Todas las historias sobre magia negra, y las heridas imposibles de las que se recuperaba. Pues conocía a aquel muchacho desde que era crío. Era amigo de su padre y de su familia. Conocía su fiero temperamento. No había nada que pudiera sorprenderle.

Hasta que lo miró a los ojos en aquel instante.

Aquello era más que la simple ira que estaba acostumbrado a ver en él. Era odio. Rabia incandescente. Que te atrapaba con la sensación de que algo maligno y peligroso había sido liberado sobre una tierra a la que no pertenecía.

-¡LUCHAD!

Y aquel grito, aunque fuera por un instante, sacó a todos los avarosanos de su pánico. E incluso interrumpió el frenesí sangriento de algunos guerreros del Hielo Blanco. Con el eco de sus palabras resonando como una avalancha bajo la sombra del risco.

-¡DEJAD DE PERSEGUIR A LOS DÉBILES Y A LOS HERIDOS! ¡¿QUEREÍS LUCHAR?! ¡LUCHAD CONMIGO!

Atraídos por su desafío, un grupo bastante numeroso de guerreros del Hielo Blanco acabó encontrándolo. Mientras los acobardados avarosanos que buscaban refugio a la entrada del paso observaban con estupor la situación. Pero pudieron observar con atención.

Y no supieron si sentir esperanza, o miedo.


Ashe no sabía que hacer.

Si les ordenaba que abandonaran ahora, muchos morirían. Pero si no lo hacía, era probable que lo hicieran todos. ¿Eran estas las decisiones difíciles a las que Sejuani se refería?

No había sabido liderar ni unir a las tribus como su matriarca. No había logrado ni imponerse sobre los suyos. Lo único que los había mantenido unidos hasta ese momento, era la fuerza de los Derviches, y el respaldo abierto abierto que Leena había ofrecido a su causa. Así que quizás hubiera sido mejor para todos que hubiera agachado la cabeza desde el principio. O al menos, si hubiera logrado convencer a Leena en su momento...

Ashe sacudió la cabeza. No había tiempo para pensar en eso. Solo quedaba el hoy, y el ahora.

Quizás la distracción adecuada lograría hacerles ganar algo de tiempo para reorganizarse. Junto con el liderazgo adecuado para galvanizarlos, claro está. Pero Leena y sus sangrejuradas luchaban aislados de todos. Sí es que no habían caído ya, lo harían pronto. Y poco podía hacer para ayudarles desde aquí. Quizás podría encontrar alguna forma de bajar del risco y abrirse camino. Pero en esta situación, no serviría de nada. No estando tan rodeados.

Solo podía seguir disparando flechas. Hacer que la lluvia siguiera, en lo que parecían gotas de agua cayendo sobre un río rugiente.

Si al menos los guerreros al pie del risco tuvieran un respiro, podrían reformarse. Y cualquier grupo, por pequeño que fuera, podría llegar a abrirse paso. Pero el Hielo Blanco no iba a dárselo. Quizás entre los avarosanos hubiera unos pocos guerreros capaces de lograr algo así. Capaces de resistir la embestida y ganar el tiempo suficiente. Pero su coordinación estaba rota. Cada uno luchaba prácticamente solo.

Y tan solo un guerrero nunca podría...

-Matriarca.-habló Hella entonces, con la voz cortada por el horror y la incertidumbre.-¿Qué es eso?

Rescatada de sus dudas, Ashe miró en la dirección en la que Hella le señalaba. Fue entonces cuando notó lo que estaba ocurriendo.

Vio los destellos bajo la ventisca. Los cuales se iban haciendo más claros a medida que esta cedía, y empezó a oír el creciente rechinar del metal. Una figura se abría paso a través de los guerreros del Hielo Blanco, alejándose del risco. Y según se calmaba el tiempo, pudo empezar a ver todo lo que ocurría con mayor claridad.

Tryndamere avanzaba implacablemente. Llegando a detenerse tan solo para despachar a sus enemigos, mientras una multitud de cuerpos caían a su paso en todas direcciones. Pocos de ellos de una pieza. Segados tan fácilmente como el trigo gracias a una hoja de acero cuya forma ahora más que nunca, se asemejaba a la del colmillo de un sediento jabalí.

Haciendo pensar a Ashe de manera instintiva en el momento en el que lo conoció. Escapando de una ventisca similar a la que ahora cedía, dejando al descubierto los cuerpos destrozados de sus enemigos. Y dando luz a las heridas que cubrían su demacrado pero poderoso cuerpo. Hasta ahora lo había olvidado, pero presenciándolo nuevamente, Ashe recordó como en ese momento pensó haber encontrado a un ser legendario. Una encarnación del mismo Ildhaurg, guardián del sacrificio, volviendo a caminar sobre la tierra. Incapaz de ceder ante ningún arma, ni caer ante ningún oponente.

Y en ese instante, Ashe se dio cuenta de que eso era exactamente lo que necesitaban.

-¿Matriarca?-preguntó Hella nuevamente, viendo la expresión perdida en su rostro.

-Hella.-le respondió Ashe al fin.-Te dejo al cargo. Asegúrate de que los arqueros cubran bien a nuestros guerreros.

Ashe se asomó al borde del acantilado, y extendió de nuevo su arco. Pero esta vez, apuntando directamente al pie del risco bajo ellas.

-Yo tengo algo más que hacer.