Episodio 19: The village hidden in the mist – parte 2

- ¡Uno menos! Juan ¿Cómo lo llevas?

- ¡Bien, casi he terminado con los míos!

Adela reposicionaba su brazo con soltura para devolver el johyo trenzado a la posición de reposo, girándolo en su costado, en posición vertical, lista para lanzar otro ataque. A su espalda, Juan, con los pies apuntalados, lanzaba rápidas bolas de fuego con los dedos índice y corazón de su mano derecha.

Al salir de nuevo a la niebla se habían topado de bruces con una cohorte de esqueletos vivientes, de huesos blanqueados, que se abalanzaron hacia ellos sin darles tiempo apenas a reaccionar, viéndose envueltos en una escaramuza y obligados a hacerse espacio caóticamente.

Por suerte, eran esqueletos, los más débiles entre las fuerzas de la oscuridad junto a zombis y fantasmas. Su número era lo único que los convertía en un problema.

Frente a la luchadora aún quedaban cuatro que trataban de golpearla con los fémures que empuñaban; ella, habilidosa, esquivó unos cuantos ataques con soltura y, finalmente, llevó su arma a la cintura, rodeando su torso con el brazo para, al girar sobre sí misma mientras avanzaba, liberar un demoledor ataque en arco, pulverizando las osamentas animadas de una sola vez.

El hechicero por su parte tenía frente a sí a tres de ellos, más ágiles y resistentes que los demás, que habían esquivado e incluso resistido su magia ígnea. No dispuesto a perder más tiempo, unió ambas manos, entrecruzándolas y extendiendo los dedos índice y corazón de cada una, proyectando desde ellos una gran bola de fuego cuya potencia superaba la de su Raging fire.

- ¡Por fin! – celebró aliviado cuando vio derrumbarse los huesos calcinados.

- ¿Estás bien? ¿Te han dado? – Adela volteó para mirarlo y comprobar su estado, y él hizo lo mismo.

- No, los he mantenido a raya ¿Y a ti?

- No hubiera supuesto mucha diferencia que digamos, la verdad.

- ¡No chulees!

- ¡Jajaja!

Aquel pequeño intercambio, tan distendido como insustancial, fue necesario para volver a ponerlos a tono; la visión del ritual todavía estaba fresca en sus cabezas, y poco a poco la realización de que podrían encontrar más escenas como aquella se asentaba en sus mentes.

Con esto, finalmente reemprendieron su camino, ascendiendo tortuosamente la colina mientras, uno por uno, revisaban los destartalados cascarones.

Mientras tanto, no podían evitar notar cómo la pequeña aldea en sí había cambiado. La niebla, antes vacía e inocua más allá de aquella decrépita magia que embotaba sus sentidos, escondía ahora sombras que viajaban entre las espesas volutas y se dejaban ver en el rabillo de sus ojos, y sobre sus cabezas podían ver flotar lo que parecían fantasmales túnicas raídas, con cabezas en las que apenas podían distinguir unas cuencas oculares vacías.

Fantasmas. Almas atrapadas en aquel lugar, condenadas a vagar en él, inofensivos si no se les provoca.

Una casa, nada.

Otra casa, vacía también.

Otra más, una sola planta, y un pequeño ritual falso con una caótica mezcla de imaginería demoniaca sacada de diversas culturas.

El camino que recorría el pueblo no parecía tener ningún sentido, subiendo y bajando a lo largo de la colina, haciéndolos tropezar con el denso sotobosque y pareciendo, a todas luces, demasiado largo para tratarse de la simple calle que atravesaba un pueblo de menos de once kilómetros cuadrados.

Tenían la misma sensación que cuando se adentraron en la bruma, la de encontrarse en un lugar apartado del espacio-tiempo común al resto de los mortales.

Una vez más, Juan colocó su mano sobre el hombro de su compañera, ella no pudo evitar sorprenderse y torció la vista para mirarlo de reojo, encontrándolo mirando al frente con decisión mientras se le aferraba.

Sonrió, entre tímida y divertida ¿Es que pensaba que se iba a perder o qué?

Siguieron avanzando durante lo que pareció casi media hora, con los fantasmas flotando perezosamente sobre sus cabezas y las sombras escurriéndose por su visión periférica, hasta que el hechicero se detuvo.

Frente a ellos, un poco más allá, se encontraba una de las dos escuelas erigidas en el pueblo. De dos plantas, pero pequeña y de aspecto ruinoso, con la fachada frontal completamente derruida.

La mano de Juan José se tensó sobre el hombro de la muchacha, lo que, junto a la expresión que se dibujaba en su rostro, la hizo entender exactamente por qué se había centrado en aquella construcción.

Ella tardó más en darse cuenta, pero… Podía sentirse una inquietante magia oscura manando de aquel lugar.

No hizo falta pronunciar una sola palabra, sin mirarse siquiera los dos se encaminaron al edificio y se adentraron en él, completamente en guardia.

Decir que la escuela estaba en mal estado era quedarse corto. La erosión no sólo se había llevado consigo la fachada frontal, si no que también se había comido unos cuantos metros del suelo entre el primer y el segundo piso, dejando algunas aulas casi impracticables. El lugar, de reducidas dimensiones, se extendía ante sus ojos tragado por una fina capa de penumbra que apenas permitía contemplar los detalles: Los tablones de corcho y madera ya podridos, los grandes maceteros cuyas plantas habían sido completamente devoradas por los bichos, el polvo que cubría el suelo a róales, las telarañas, las entradas a las escasas aulas a ambos lados del pasillo…

Daba escalofríos.

Avanzaron un poco más, casi sintiendo sobre sus pieles cómo cambiaban la blanca niebla por la opaca penumbra. Esta vez, en lugar de adentrarse físicamente en las estancias, abrían las puertas de las aulas cuando era necesario y las inspeccionaban visualmente. Se mantenían en guardia, la magia residual que invadía aquel lugar era distinta a la de la hacienda, mucho más tenue y de una oscuridad casi velada, con una presencia tan leve que su origen era muy difícil de determinar.

Juan José estaba desconcertado, poco a poco su ceño se fruncía cada vez más en una mueca de extrañeza, y Adela no tardó en darse cuenta e interesarse por ello.

- Lo que sea que haya pasado aquí, no ha sido un ritual – explicó – Tú también puedes sentirla ¿No? Esa magia ambiental… Es diferente a la del círculo que hemos anulado antes.

- Sí, no es tan… abrasiva. La del sótano del caserón parecía que podría quemarnos desde dentro.

Abrasiva… Buena descripción. Sí, la magia residual que había dejado el ritual realizado en el grimorio estaba imbuida de tal oscuridad que parecía dañina para sus cuerpos, la que los envolvía en este momento, por contra… era como estar sumergido en una piscina caliente llena de algas. No les hacía daño, pero resultaba inequívocamente desagradable.

Se detuvo, cerró los ojos y se concentró, tratando de analizarla. Era difícil, aquella no parecía una magia humana, tenía cierta propiedad… foránea… que la alejaba de este origen.

Al cabo de unos segundos abrió los ojos y se dirigió a su compañera, serio.

- ¿Adela?

- Dime

- Prepara el dardo de cuerda, creo que vamos a tener que combatir.

La luchadora, que hasta ese momento se había centrado de nuevo en la búsqueda, volvió a ser consciente de que sujetaba el arma trenzada en una de sus manos, y cerró los dedos sobre ella con fuerza.

- ¿Qué has sentido?

El hechicero tragó saliva.

- La magia de este sitio es natural – respondió – No es producto de un ritual, y no es humana. Aquí hay algo, o lo ha habido, que la exuda.

A Adela no se le escapó la curiosa elección de palabras de su compañero. Lo que quiera que fuera el origen de aquella energía no la generaba, no la producía, no la creaba… La exudaba, lo que quería decir que, para aquella cosa, generar aquella magia era como respirar.

- Estaba a punto de proponer separarnos para cubrir más terreno – comentó ella tras unos segundos de silencio, con cierta vergüenza – pero creo que… será mejor que sigamos juntos.

- No te falta razón – suspiró él - ¿Seguimos?

La luchadora asintió en respuesta, y continuaron la búsqueda.

En el poco rato que llevaban allí ya habían revisado tranquilamente la mitad de la primera planta, pero aun así no bajaban la guardia, esperando encontrar cualquier cosa detrás de cada puerta, cosa que acabó ocurriendo eventualmente.

Al fondo, al lado de la escalera que ascendía al segundo piso, se hallaba la sala de profesores, la última estancia que quedaba allí una vez exploradas las ocho pequeñas aulas de la primera planta. Allí, nada más abrir la puerta encontraron lo que no querían y al mismo tiempo esperaban encontrar.

Uno sentado en una de las raídas sillas acolchadas, otro desmontado y desparramado sobre la mesa central y un tercero dejado de cualquier manera en el suelo.

Cadáveres, con la carne podrida claramente arrancada de los huesos a mordiscos y las ropas reducidas a jirones.

Y, junto a ellos, lo que parecían ser zombis desnutridos, con la carne teñida de un antinatural púrpura, gibosos, apestando a podredumbre y malevolencia.

- Ghouls – musitó Adela, contemplando atónita la escena.

Ghouls. Zombis carroñeros, devoradores de cadáveres, y había cinco de ellos allí.

- ¿Se los han dejado como alimento? – preguntó el hechicero a su compañera, en voz baja – Esto ha tenido que ser reciente.

Adela no respondió, no le parecía un dato importante. Sea como fuere, tenían que acabar con ellos antes de que siguieran mancillando aquellos restos.

Así que, para dar comienzo a la batalla, la luchadora dio un potente golpe de voz, y tan sólo tres de los cinco ghouls giraron la cabeza para mirarlos, desinteresados ante la presencia de presas vivas, no obstante los cazadores no iban a darles mucho más espacio, iniciando el ataque ellos mismos.

Desde su posición, Adela lanzó el johyo hacia delante, en un poderoso movimiento, deshaciéndose el trenzado y alcanzando la pica directamente la cabeza del carroñero más lejano, atravesándola, y después arrancándola cuando la muchacha dio un fuerte tirón, recuperando el arma y procediendo a empuñarla para continuar el ataque.

Juan, por su parte, avanzó adentrándose en la estancia, alzando una mano frente a su pecho, con los dedos índice y corazón extendidos y una pequeña llama convocada en ellos. Al ver que uno de los ghoul se le aproximaba, sopló sobre la luminaria, convirtiéndose esta en una intensa llamarada que abrasó a la criatura para después, con un rápido movimiento, proyectar la pequeña bola de fuego contra la cabeza del más próximo, perforándola.

En sólo un instante se habían quitado de encima a tres de ellos, y Adela terminó el trabajo entrando en la sala, saltando sobre la mesa central y, con un sólo movimiento en arco, reventando la testa de los carroñeros restantes, cuyos cuerpos inertes cayeron al suelo como pesos muertos.

Por un momento respiraron aliviados, pero cuando la luchadora descendió del tablero para reunirse con su compañero el rostro de este había cambiado, inspeccionando visualmente lo que quedaba de los cadáveres, aunque sin atreverse a tocarlos.

Ella, extrañada, le preguntó por ello, recibiendo como explicación que era posible que hubieran sido usados en un ritual, y los ghouls hubieran sido invocados para deshacerse de los restos. Estaba buscando pruebas de ello, símbolos alquímicos, runas, marcas de sacrificio… Cualquier cosa que pudiera indicarles qué había ocurrido con ellos, y qué se iban a encontrar.

En esta ocasión, la rabia y la preocupación se reflejaban en el rostro de Juan José mucho más que en la hacienda. Sentía asco, los restos de aquellas personas estaban siendo tratados como simple deshecho, siendo entregados a aquellas criaturas como quien echa las sobras de comida a los cerdos.

- Cinco personas… - musitó finalmente, al terminar la inspección, con la cabeza gacha – usados como simple carnaza y después dejados ahí para pudrirse o usados como alimento para ghouls… Quien quiera que haya hecho esto no tiene una pizca de humanidad.

Adela lo escuchaba en silencio mientras miraba también los cuerpos, entristecida. En particular, se había centrado en lo que quedaba del cadáver que descansaba sobre la gran mesa central, despedazado y desfigurado, apenas identificable como algo más que un simple montón de carne.

- "Ni una pizca de humanidad" - parafraseó, tras unos momentos de silencio – Tengo la impresión de que no has dicho eso porque sí.

- No lo he hecho – confirmó él, encaminándose a la salida – Trascender la humanidad, alcanzar un nivel superior de existencia… Ese es uno de los objetivos la nigromancia.

- ¿Crees que quien ha hecho esto lo ha conseguido?

- Puede, o está tan desesperado por conseguirlo que ha perdido todo apego a la vida.

Abandonaron la sala de profesores para regresar al pasillo central, cabizbajos, y miraron a la escalera que llevaba al segundo piso. No estaban seguros de querer subir, no querían encontrar más muerte, ya habían visto demasiado.

Se miraron el uno al otro. Los ojos de Juan estaban cargados de ira, de miedo, de rechazo, estaba mirando cara a cara al lado oculto de la magia y lo encontraba repugnante y malsano. Lo odiaba.

Adela parecía a punto de llorar, sus ojos estaban teñidos de tristeza e incomprensión, frustración por no haber podido hacer nada por aquellas vidas, e incluso cierto autodesprecio por no poder darles siquiera un sepelio decente. Se había convertido en cazadora para poder proteger a su mundo de la oscuridad, y ahora estaba viendo lo que ocurre a quienes son tragados por ella.

En un movimiento sorprendente, se aproximó lentamente al hechicero y apoyó la cabeza en su hombro mientras, tímidamente, tomaba una de sus manos. Juan, atónito, no se movió, pero no tardó en comprender que su compañera probablemente necesitaría algún tipo de confort, y apretó suave y torpemente su mano.

- Lo siento… - dejó escapar ella con un hilo de voz – Sólo necesito un par de minutos…

- E-está bien – respondió él, trastabillando – Tómate el tiempo que haga falta. Levantaré una barrera.

Con una corta aria del hechicero, una pequeña cúpula de unos tres metros de diámetro y de un apagado azul translúcido los rodeó, protegiéndolos de cualquier posible amenaza que pudiera asaltarlos.

Hecho esto, quedaron en silencio, y mientras la respiración temblorosa de Adela volvía a la normalidad, Juan se centró en tranquilizarla como buenamente pudo, acariciando tímidamente su espalda, mientras su mente alternaba entre una creciente preocupación por ella y tratar de ahuyentar la ira y el horror que trataban de atenazarlo. Al mismo tiempo se preguntaba si estaba bien que, con su edad y experiencia, llevaran a cabo una misión como esta.

Se vio interrumpido cuando, de nuevo, la muchacha habló, con voz baja pero más firme que antes.

- Perdona, debo… estar pareciendo débil con esto… - musitó, claramente avergonzada.

- No creo que ser humano… sea signo de debilidad.

Ante estas palabras, la mano de Adela se cerró suavemente sobre la suya.

Poco a poco, Adela sentía cómo la pesada tristeza que la había invadido la abandonaba. No sabía por qué lo había hecho, pero al verse superada lo único que pensó en hacer fue en refugiarse en su compañero, y sus delicadas manos y escasas pero sinceras palabras poco a poco le devolvieron la tranquilidad. No quiso decir nada, pero lo encontró extrañamente reconfortante.

Pasaron fácilmente cinco minutos así, descansando del continuo horror que aquella misión estaba resultando ser, protegidos de la putrefacta magia ambiental por la barrera que Juan José había levantado, y refugiándose el uno en el otro.

Al final, la muchacha alzó la cabeza y aflojó su presa sobre la mano del hechicero, quien comprendió que había llegado el momento de continuar, y debían inspeccionar el piso de arriba.

Intercambiaron miradas brevemente, y encontraron que habían recuperado cierta determinación.

- Vamos – dijo ella finalmente – Tenemos que seguir.

Juan asintió y, juntos, empezaron a subir la escalera al segundo piso. Según lo hacían, podían sentir cómo la desagradable magia que inundaba la escuela se volvía más densa y desagradable. Les sorprendía, porque definitivamente no era ni de lejos tan ponzoñosa como la que había resultado del ritual fallido en el caserón.

Llegaron al final del primer tramo, atravesaron el rellano y continuaron ascendiendo. No habían alcanzado la mitad del segundo tramo cuando empezaron a prepararse para entrar en combate, aunque nunca habrían podido anticipar lo que verían al alcanzar el segundo piso.

Una criatura con patas de cabra y garras de oso, humanoide, con una musculatura extremadamente desarrollada y un discreto taparrabos de espeso pelaje pardo cubriendo su entrepierna. En su ancho torso, pectorales y abdominales estaban abiertos en el centro exhibiendo las costillas, que ocultaban un corazón latiendo en su interior, destacando sobre un insondable y oscuro vacío.

En su cabeza, un cráneo cabrío cuyos cuernos amarfilados estaban manchados de sangre seca, y de cuya coronilla partía una salvaje pelambrera, roja como el fuego.

Estaba ahí de pie, inactiva, casi parecía dormida.

Adela palideció, reconociendo la criatura al instante.

- No fastidies – murmuró - ¿¡Qué hace aquí un demonio!?

- ¿...Lo reconoces? - preguntó Juan a esto, curioso.

- Sí… Está en los bestiarios que tenemos en casa. Es un demonio menor, hay unos pocos de ellos documentados. Pero… ¿Por qué está aquí?

Hablaban en voz baja, asomándose desde los últimos escalones, tratando de no llamar su atención.

Tras la última pregunta de la luchadora, Juan guardó silencio mientras analizaba concienzudamente la escena.

- Ha sido invocado – articuló finalmente, pasados unos eternos minutos.

- ¿Invocado?

- Desde aquí no se ve bien, pero está dentro de un círculo de invocación. Las líneas son débiles, pero lo bastante claras como para contenerlo. Además…

- ¿Qué?

- Hay un sacrificio dentro del círculo – añadió, con voz sombría – detrás de sus pies.

Adela se volvió a asomar. Efectivamente, tras las pezuñas descansaba un cuerpo desnudo, tumbado boca arriba. Era imposible ver si tenía algún tipo de herida o marca, pero a juzgar por la carne faltante en su brazo visible parecía haber sido parcialmente devorado, quizá por la propia criatura.

Era el sexto de diez.

Se miraron. Los dos parecían ser conscientes de la peligrosidad de lo que se alzaba ante ellos; antes de poder hacer nada, antes de lamentarse por aquella sexta vida, debían deshacerse de aquella criatura.

Lentamente, terminaron de subir las escaleras, frente a ellos se alzaba el pasillo central del aulario, bloqueado por el demonio inferior, y a espaldas de este el suelo derruido y la fachada caída, revelando el nebuloso exterior.

De su cuerpo manaba una magia viscosa y desagradable.

Las cuencas del cráneo de la criatura se iluminaron con un fulgor carmesí, y se arqueó para emitir un bramido cacofónico que casi les revienta los tímpanos, abriendo su huesuda mandíbula de par en par.

Adela relajó ambos brazos, cerrando sus puños sobre la cuerda del johyo.

Juan empezó a moldear su magia de inmediato, con los dedos inquietos.

Conscientes de que aquella no iba a ser una batalla sencilla.