Episodio 21: A glimmer of hope

Tras salir de la escuela, Juan y Adela tomaron, como ya habían decidido, el camino de ascenso a la Iglesia de Santa María, que coronaba la colina en la que se ubicaba el pueblo.

Inicialmente trataron de atajar, pero la niebla y las ruinas hicieron de esta una empresa más bien difícil, y en su estado actual no se sentían con fuerzas para intentar abrirse paso, decantándose por seguir el camino plagado de matojos que, tarde o temprano, sabían que los llevaría a su destino.

Esto, además, les confirmó una sospecha que llevaban teniendo desde que se adentraron en la bruma: Turruncún, o quizá la niebla que lo invadía, parecía tener una voluntad propia y los guiaba por donde le placía hacerlo. No podían evitar preguntarse, mientras vadeaban el espeso miasma, cuantas vueltas habrían dado en realidad a aquellas ruinas.

-Oye, Juan, si no es mucho preguntar… ¿Qué piensas hacer en la iglesia? ¿En qué crees que puede ayudar?

Adela formuló esta pregunta con una mezcla de tímido escepticismo y curiosidad sincera. No es que dudara de las palabras de su compañero, pero no podía imaginar de qué modo podrían usar el viejo templo en su favor.

- Adela, tú sabes que las iglesias… no son simples templos dedicados a Dios… ¿Verdad? – respondió él, respirando pesadamente a causa del cansancio acumulado.

- Sí… Son mucho más que eso, son lugares de poder, no todas, pero…

- Algunas iglesias… se construyen en lugares completamente absurdos… Otras son construidas sobre mezquitas o… sobre las ruinas de… templos dedicados a otros dioses…

- Sí… Mi maestro me habló de ello, y también lo mencionan mis padres a veces cuando vamos de vacaciones a algún pueblo.

Se detuvieron, Juan José parecía querer recuperar el aliento antes de continuar, la niebla se había vuelto más espesa y el camino le resultaba tortuoso, la batalla contra el demonio inferior sin duda le había pasado factura.

- Piensas usar el poder contenido en la iglesia del pueblo para algo ¿Verdad? – dedujo Adela.

- Sí – admitió él – Te lo explicaré todo cuando lleguemos, y además es algo que ni siquiera sé si podré hacer, pero vale la pena probar… No creo que haga falta decirte por qué quiero intentarlo.

La luchadora torció el gesto; no, desde luego que no hacía falta que se lo dijera, desde que habían salido del colegio se había hecho más que evidente que el ambiente del pueblo había cambiado una vez más. La población de fantasmas que levitaban perezosamente sobre sus cabezas había aumentado sensiblemente, y algunos de ellos tenían una coloración rojiza, así mismo, otro tipo de espíritu se había unido a ellos: Calaveras translúcidas encerradas en un potente fuego fatuo, que a veces descendían a nivel del suelo sin llegar a atacarles, como si estuvieran vigilando sus movimientos.

- Puede que tengamos que luchar para llegar ahí arriba – repuso ella, preocupada - ¿Crees que…?

- Me las arreglaré, no te preocupes.

Aún tardaron unos minutos en proseguir su ascenso. Tal y como ya sospechaban, la niebla misma los guiaba, convirtiendo lo que debía ser un corto ascenso en un enrevesado paseo a lo largo del pueblo abandonado. En diversas ocasiones pudieron percibir cómo algunas casas irradiaban cierta magia, pero las ignoraron, no querían otra sorpresa desagradable.

Adela en particular puso su fe en cualquiera que fuera el plan de su compañero. Si él había decidido que alcanzar la iglesia era una prioridad, así lo harían.

Pero resultó ser más fácil de decir que de hacer. Ya sospechaban que ocurriría, pero aun así se sorprendieron cuando, al cabo de un periodo de tiempo indeterminado, se vieron de nuevo en la entrada a la aldea, junto a las primeras ruinas que examinaron. Para ellos eran imposibles de confundir, y en el momento en que las vieron y comprendieron lo que había ocurrido, tomaron una decisión.

Se abrirían camino por la fuerza.

Con esta determinación, reemprendieron la marcha y, siguiendo sus pasos una vez más, llegaron hasta un punto donde el camino claramente ascendía hacia la cima, pero la bruma que lo cubría se espesaba al punto de cegar el avance a través de ella. Aquel era, sin duda, el camino hacia la iglesia que, ahora, estaba siendo claramente guardada celosamente.

- Vale, voy a abrirnos camino - Concentrando magia en su mano, Juan la moldeó hasta convertirla en una esfera de electricidad azulada que emitía un tenue y tranquilizador fulgor blanco. Mientras lo hacía, podía sentir cómo los fantasmas a su alrededor se agitaban.

- ¿Vas a dispersar la niebla? – lo interrogó Adela, curiosa, con la mirada puesta en la muralla blanca que se alzaba ante ellos.

- Al menos, los próximos metros – respondió él, con cierta inseguridad en la voz – cuando me enfrenté a la mujer, este conjuro despejó el miasma que creaba con su aura, pero no sé si funcionará aquí.

- Bien… - los músculos de la muchacha se tensaron, cerrando sus manos sobre los extremos del arma, lista para proteger a su compañero. Tenía la sospecha de que, si el conjuro tenía éxito, tendría que entrar de inmediato en acción.

Sujetando su muñeca con la mano libre, Juan apuntó con la otra hacia el frente y, crispando los dedos, proyectó la bola luminosa hacia delante, despejando la bruma a su paso y abriéndoles el camino hacia las ruinas de la iglesia de Santa María.

- Impresionante – juzgó ella – Esta jodida niebla parece una muralla, no imaginaba que fuera posible dispersarla tan fácilmente.

- Yo tampoco… - Juan suspiró, bajando el brazo y observando la pequeña senda que se alzaba ante ellos – Ni siquiera sabía si funcionaría, y no sé si me alegro de que lo haya hecho.

- Vale, creo que vas a tener que aclararme eso.

- Eso era un orbe mágico que mezcla energía eléctrica y poder sagrado. Que haya funcionado prácticamente me confirma qué está detrás de esto.

- ¿Un nigromante?

Con una expresión de gravedad dibujada en el rostro, el hechicero asintió y, con un nervioso "¿Vamos?", dio un paso al frente seguido de su compañera, adentrándose en el pequeño camino ascendente.

Apenas habían empezado a avanzar cuando, tal y como ambos esperaban, los espíritus que levitaban sobre sus cabezas empezaron a abalanzarse contra ellos y atacar, retorciendo sus expresiones y abriendo sus grandes bocas negras en lo que parecía ser un mudo rugido.

De inmediato, los dos cazadores se pusieron en guardia e iniciaron el contraataque sin dejar de avanzar, imbuyendo Adela de nuevo el johyo con su aura – por sí sola, el arma no tenía la capacidad de herir a seres espirituales, cosa que quedó clara cuando sus primeros intentos de quitarse de encima a los fantasmas resultaron infructuosos – y recurriendo Juan a sus conjuros de rechazo para impeler a los espectros, desvaneciendo a los más débiles y empujando al resto.

Según se aproximaban al zigzag de rampas que precedía a la entrada de la construcción, el miasma se cerraba más y más sobre ellos mientras los ataques se intensificaban. Como última línea de defensa, las calaveras flotantes se abalanzaron sobre ellos, obligando a Adela a soltar cuerda y atacar en arcos largos mientras Juan se centraba en la defender la retaguardia.

Al final, justo cuando estuvieron a punto de quedar atrapados, alcanzaron su destino, y respiraron aliviados al ver la nebulosa barrera blanca consolidarse de nuevo a sus espaldas.

Mientras se reagrupaban y recuperaban el aliento, no tardaron mucho tiempo en percibir que el ambiente en aquel lugar era muy distinto al que asolaba el resto de Turruncún. Mientras en sus desvencijadas calles se respiraban la malignidad y la decrepitud, con su visión bloqueada por el constante miasma blanco y la amenaza de los fantasmas pendiendo sobre sus cabezas, lo único que podía percibirse allí era quietud, y el aire era fresco y ligero, limpio del hedor de la muerte que ocupaba la pequeña aldea.

Era un mundo aparte, como si se hubieran adentrado en otra dimensión.

El cambio de aires les sobrecogió, tanto que tardaron un buen rato en apercibirse de lo que se alzaba frente a ellos: la iglesia de Santa María, alta e imponente pese a su aspecto ruinoso.

Era un espectáculo de cierta majestuosidad mortecina. Frente a sus ojos, más allá de las rampas que actuaban de acceso, se levantaba una edificación compuesta de dos elementos: una alta torre que hacía las veces de campanario, construida en piedra hasta el segundo tercio de su altura y rematada en ladrillo en el tercero, con las ventanas más bajas selladas y las del campanario abiertas, exhibiendo lo que antes debió ser una enorme y lustrosa campana de bronce, ahora oscurecida y desvencijada.

Y a su derecha, una nave de techo escalonado, con parte de este visiblemente derruido, y lo que quedaba del mismo cubierto de teja rojiza. Era grande, bastante más de lo que sería esperable en un pequeño pueblo minero, y se intuía cierta solemnidad pasada en sus muros ocres, cuya piedra había quedado parcialmente desnuda con el paso de los años.

Uniendo ambos, un pequeño arco que daba acceso al recinto, y de la torre partía una muralla en estado precario que dejaba adivinar un pequeño patio.

La vegetación que lo rodeaba era lustrosa, de un hermoso verdor propio del lluvioso norte de la península, e insectos y pequeños animales se movían entre los matojos del sotobosque, rebosantes de vida.

- Está intacta… No ha sido tocada por la magia del nigromante – musitó Juan, más para sí mismo que para su compañera.

- Impresionante – juzgó ella a su vez – Es como si lo que hay al otro lado de esa niebla no fuera más que una pesadilla.

- Si el pueblo siguiera estando habitado, seguramente habría sido impenetrable – repuso Juan José – Esta es una iglesia auténtica, está construida sobre un lugar de poder, la oscuridad no puede entrar aquí.

- Por su poder sagrado ¿Verdad? ¿Te refieres a eso cuando dices que es auténtica?

- Sí – confirmó él - ¿Entramos? Deberíamos echar un vistazo primero, por si acaso.

Juntos, caminando el uno al lado del otro, ascendieron las dos pequeñas rampas y cruzaron el arco de entrada. Frente a ellos se alzaba lo que efectivamente debió haber sido un patio amurallado en el pasado, con los restos de algunos bancos de piedra repartidos, y un parterre central donde descansaban los restos de un árbol, ya muerto y apolillado.

A su derecha, la puerta de acceso a la torre del campanario estaba abierta, pero el Belnades no le dio importancia, adentrándose directamente en el edificio principal por el acceso secundario al mismo, en lugar de darse la vuelta y acceder a través del pórtico.

El interior de la iglesia estaba en peor estado de lo que esperaban, el enlosado había desaparecido por completo, quedando sólo unos pocos escombros – probablemente arrancado por coleccionistas, vándalos o saqueadores; tanto Juan como Adela podían nombrar, al menos, a una persona que habían conocido a través de sus maestros que tenía entre sus enseres recuerdos de algún templo abandonado – Sobre el cemento desnudo, el techo se había hundido sobre la sacristía, haciéndola completamente impracticable, y en las paredes, desprovistas de todo tipo de símbolo religioso (en algunos casos literalmente arrancados de cuajo, quedando el ladrillo desnudo) no faltaba el ocasional grafiti satánico.

Las bóvedas rosadas, por otro lado, estaban prácticamente intactas, de crucería, con una decoración simple a la vez que exquisita, tanto las claves como los nervios de la misma apenas presentaban unos pocos desconchones en su pintura blanca.

Así y todo, tenían la impresión de encontrarse en un lugar sagrado, el templo estaba dominado por un silencio pacífico y solemne que sólo podían equiparar a algunas iglesias y ermitas que habían visitado en el pasado.

- Llevo un rato queriendo preguntarte – articuló la muchacha de repente - ¿Cuál es tu plan? ¿Para qué necesitas la energía sagrada de este lugar?

Sin responder, el hechicero llevó ambas manos frente a su pecho, separadas, y, tras recitar una breve aria, una suave luz blanca empezó a arremolinarse entre ellas, formando una pequeña luminaria.

Adela se quedó maravillada, aquel pequeño fulgor no se parecía a nada que hubiera visto nunca, era de un blanco puro, casi nuclear, e irradiaba una extraña serenidad

Por otro lado, la expresión de su compañero reflejaba un más que evidente esfuerzo. Parecía costarle controlar esa diminuta gota de energía.

Al final, liberó la pequeña luminaria y la dejó escapar, disolviéndose rápidamente en el aire. Al hacerlo, bufó y miró sus manos, con una leve pero notable mueca de frustración.

- Si consigo domar la energía contenida en este lugar… Si la canalizo… Podría ser capaz de lanzar un conjuro que purifique el pueblo.

Aquello sorprendió a la muchacha que, con los ojos como platos, se quedó mirándolo anonadada ¿Significaba eso lo que ella creía que significaba?

- Quieres decir… ¿Que eliminaría todo lo que hay ahí fuera?

- Sí… - Juan asintió, sin embargo, su rostro no reflejaba una pizca de alegría u optimismo, al contrario, su expresión era grave, y su voz evidenciaba un claro nerviosismo – Hemos hablado antes de los Belmont ¿No? La energía que contienen las iglesias y la que ellos generan de forma natural gracias a la bendición divina es la misma. Si puedo manipularla y usarla en un conjuro de purificación… Nos ahorraría muchos problemas.

- Por la cara que pones, no parece fácil – observó ella - ¿Estás seguro de que es buena idea?

Antes de responder, el hechicero alzó la testa, centrándose en el techo abovedado para después recorrer la vieja iglesia con la mirada. Parecía estar analizando el lugar.

- Es buena idea – replicó finalmente – pero no, no es fácil, y es un arma de doble filo. Si funciona, disipará la magia oscura que ha tomado el pueblo, pero para eso tengo que usar toda la magia contenida en la iglesia, lo que la dejaría desprotegida, y si esto es obra de un nigromante…

- …No tendríamos refugio en caso de que el combate contra él se nos fuera de las manos ¿Verdad?

Juan José guardó silencio; estaba claro que, cuanto más hablaba, más dudaba de lo que originalmente le había parecido una brillante idea, pero no podía pensar en nada mejor.

Por su parte, Adela había pasado de la sorpresa a la compasión, viendo a su compañero sopesando los pros y sus contras, quizá incluso pensando alternativas. Poco a poco, podía ver cómo perdía confianza en sí mismo.

Al cabo de aproximadamente un minuto, lo vio llevarse la mano a la barbilla y perderse en sus propios pensamientos, murmurando un torrente de palabras ininteligibles mientras empezaba a deambular, pareciendo casi que había dejado de ser consciente de sus alrededores.

Lo observó, aquello era nuevo para ella, y habría resultado cómico e incluso encantador si su ceño fruncido y su expresión concentrada no estuvieran mezclados con una pesada gravedad. Era obvio por qué había tenido esa idea y por qué ahora se debatía entre llevarla a cabo y buscar alguna alternativa.

El combate contra el demonio inferior había sido demasiado ¿Y si había más? ¿Y si tenían que enfrentarse a más de uno a la vez? No habían salido tan mal parados como lo hicieron en el Cortijo del Fraile, pero estaban claramente cansados. No podían arriesgar.

- ¿A qué esperas, hija? ¡Ataca y ya está!

Adela se irguió, levantándose dificultosamente sobre la dorada arena de El Playazo, con una mano en el costado, jadeando.

Frente a ella su padre, Antonio, llevando a cabo su parte del entrenamiento que habían acordado llevar a cabo durante la última semana. Cuando entrenaban, había una clara distinción entre él y su madre: Roberta mantenía su férrea defensa y raramente contraatacaba, por otra parte, Antonio siempre devolvía golpe por golpe.

Una era una muralla inexpugnable, el otro un afilado erizo al que no podías acercarte sin salir herido.

- ¡No es tan fácil! – respondió la chica, luchando por recuperar el aliento - No dejo de pensar en estrategias para esquivar tus golpes ¡Y no funciona nada! No importa lo que se me ocurra ¡Siempre falla!

- Bueno, y si nada de lo que se te ocurre funciona ¿Por qué no dejas de pensar?

- ¿…Eh?

- Adela, no sólo en combate, en la vida misma escuchar a nuestra intuición siempre es la respuesta correcta ¡Cuánto más pienses, más dudarás de ti misma! ¡Cada vez que vienes a por mí eres más lenta porque no paras de cuestionar cada paso que das!

Aquello la dejó atónita, resultaba difícil de creer ¿No era trazar estrategias una de las claves del combate? Las palabras de su padre resultaban contraproducentes.

Confusa, desvió la mirada hacia su madre, que supervisaba la sesión.

- Tu padre lleva razón, hija – repuso esta, respondiendo así a la tácita pregunta – Trazar estrategias está bien a largo plazo, pero combate tienes que dejarte llevar. Confía en tu instinto, es tu mejor aliado.

- ¡Juan! ¿¡Me estás escuchando!?

El hechicero pegó un respingo cuando Adela, harta de que no pareciera oírla siquiera, lo tomó por los hombros y, encarándolo directamente, le dio una sacudida, llamándolo.

- ¿Qué? ¿¡Qué pasa!?

- ¿Que qué pasa? ¿¡Por qué tardas tanto!? Llevas cinco minutos dando vueltas y murmurando ¿Qué haces?

Sin perder su rictus grave, el hechicero suspiró.

- Ponderar los pros y los contras – admitió – imaginar escenarios que podrían darse en caso de que algo salga mal, pensar en contramedidas… No se puede lanzar un conjuro así a la tremenda.

Aquella no pareció ser una respuesta satisfactoria, pues pudo ver cómo el rostro de Adela se teñía de cierta severidad, mientras los ojos marrones de la muchacha se clavaban en los suyos, cuestionándolo.

- ¡Es magia antigua! - saltó - Cuanto más avanzado es el conjuro, más tenemos que practicarlo ¡Y nunca lo he hecho con este! Y si me saliera bien… ¡Todavía tendríamos mucho que considerar! No sé si…

- ¿Y por qué no lo haces… y punto?

- ¿¡Eh!?

- Mis padres dicen que… la primera idea que tienes, la que te sale por instinto, siempre es la buena. Tienes que confiar en tu intuición, actuar en lugar de pensar.

- ¡P-puede que eso funcione para los luchadores, pero en la magia…!

- Si se te ha ocurrido, es porque crees que puede funcionar ¿No?

Aquellas palabras le hicieron abrir los ojos de par en par, cayendo en la cuenta de que, en lo que llevaban de misión, en ningún momento se había parado a plantearse sus acciones. Incluso la idea de guiar la punta del johyo era algo que se le había ocurrido en el momento.

De repente, sus ojos se llenaron de determinación, y Adela esbozó una sonrisa al verlo.

- ¿Necesitas hacer algo antes del conjuro? – preguntó, mientras le soltaba los hombros - ¿Algún tipo de preparación?

- Tiempo – respondió él, mirando de nuevo al techo abovedado – Tengo que sincronizar mi poder mágico con la magia de este lugar para poder canalizarla, y el aria del conjuro es muy larga… Si quiero que salga bien, tengo que tomármelo con calma.

- De acuerdo… En ese caso ¿Te importa quedarte sólo mientras tanto?

- No, en absoluto ¿Qué vas a hacer?

- Explorar. Quiero revisar el perímetro a fondo, y no hemos entrado en la torre.

- ¿La torre?

Adela suspiró, con su rostro ensombreciéndose notablemente.

- Es posible… Es posible que alguno de los desaparecidos alcanzara la iglesia de algún modo. Si es así, viendo que esta zona es segura no deberíamos descartar que decidiera permanecer aquí. Hemos visto el patio y la iglesia, pero no el campanario y la parte trasera.

Cierto… Ni se le había pasado por la cabeza, estaba convencido de que, si ellos habían tenido que abrirse paso de aquella forma, era impensable que un humano común y corriente alcanzara la cima del montículo por sus propios medios. Pero… ¿Y si había ocurrido lo impensable? El ser humano es, a fin de cuentas, impredecible y caótico.

- Vale – aceptó mientras, relajadamente, se sentaba en el suelo, cruzando las piernas y colocando ambas manos sobre las rodillas – pero si encuentras algo, llámame.

- ¿No te interrumpiré? – respondió ella, sorprendida por la petición.

- Si me interrumpes, puedo volver a empezar – insistió Juan con firmeza – pero si encuentras algo creo que es mejor que estemos juntos, por lo que pueda pasar. No te preocupes ¿Vale? – añadió, mientras sonreía tranquilizadoramente – Sólo perderíamos unos cuantos minutos, no es un problema.

Más tranquila, Adela asintió y se encaminó a la puerta que daba al patio, deteniéndose antes de cruzarla y dejando escapar un hondo suspiro.

- Espero… - articuló – …que terminemos cuanto antes. Necesito salir de aquí, estoy harta de todo esto.

- Créeme – respondió el hechicero – Yo también.

Adela volteó para mirarlo, y sus ojos se encontraron. Ambos reflejaban cansancio y hastío, y aunque el ambiente de aquel extraño claro en mitad de la putrefacta bruma los había relajado, podían distinguir en la mirada del otro un destello de tristeza.

Sin intercambiar una palabra más, finalmente salió al patio mientras él cerraba los ojos y pasaba a concentrarse en su labor: Modular la frecuencia de su aura para permitirle canalizar la magia ambiental que lo rodeaba.

Si tuviera sangre Belmont sería muy sencillo manipularla, pero era un hechicero del clan Belnades, el poder sagrado era, por naturaleza, completamente foráneo para él.

¡Pero eso no significaba que no pudiera controlarlo! En el proceso de aprender a conjurar aquel orbe eléctrico, Luisa le había enseñado las bases para conjurar y utilizar magia de elemento sagrado. Por otra parte, en los últimos meses Dorothea, desobedeciendo sorprendentemente las órdenes de su padre, lo había introducido a los conjuros de elemento sagrado, en los que ella y su hermana Charlotte eran expertas.

Lo había hecho pasar como una simple tarea extracurricular, pero accidentalmente le había dado acceso a una amplia variedad de ellos, incluyendo el que ahora mismo pensaba llevar a cabo, el más avanzado de todos.

"Santuario"

Un conjuro tan poderoso que podía incluso curar el vampirismo, y que no podía ejecutar con su escasa capacidad para generar este poder divino y su poca práctica con el mismo. Por eso pensó en alcanzar la iglesia, y por eso tenía que hacerse con el control de la energía atrapada en ella.

No tardó mucho en perder la noción del tiempo, enfrascado en modular la frecuencia de su aura y moldear su magia para poder canalizar aquella energía; tenía que hacerlo con tal fineza, con tal precisión, que el esfuerzo estaba conllevando un intenso dolor de cabeza, pero a pesar de ello tenía que continuar.

Ignoraba cuánto tiempo había pasado cuando fue interrumpido abruptamente, había pasado a formar un cuenco con ambas manos a la altura de su ombligo y alcanzado tal punto en su tarea que estaba consiguiendo atraer la magia ambiental de la iglesia y concentrarla entre sus dedos, pero la voz de Adela lo sacó de inmediato de su meditación, sobresaltándolo.

- ¡Juan! ¡JUAAAN! ¡Ven! ¡VEN RÁPIDO, VAMOS!

Acelerado, se puso de pie enseguida y salió al patio.

- ¡Adela! ¿¡Adela!? ¿Dónde estás? ¿Qué pasa?

- ¡Aquí arriba! – levantó la cabeza para mirar a lo alto de la torre del campanario, encontrándola asomada a una de las ventanas - ¡Juan, no te lo vas a creer! ¡Sube! ¡Rápido!

Obedeciendo, se adentró en el torreón y subió las escaleras a toda prisa, ignorando los chasquidos y crujidos de las desvencijadas escaleras de madera. Cuando llegó al último piso, el campanario, donde le esperaba su compañera, casi no dio crédito a lo que veía.

Tres personas: Una mujer adulta y lo que parecían ser dos adolescentes, un chico y una chica, yacían sentados, apoyados contra la pared, abrazados los unos con los otros.

Estaban delgados, pálidos y raquíticos, asaltados por las moscas y con algunas cicatrices visibles de horrible aspecto.

Tenían los ojos cerrados y la boca entreabierta, y para sorpresa del hechicero sus hombros se movían de forma casi imperceptible.

- Espera… - alcanzó a articular, tratando de sobreponerse a la sorpresa – Espera un momento ¿Están… respirando?

- Sí, y les he tomado el pulso, están débiles, pero… - Adela se abrazó a su compañero con una radiante sonrisa, incapaz de contener su alegría - ¡Están vivos! ¡Hemos encontrado supervivientes, Juan!