Buenas noches mis amigos, les dejo la continuación de esta maravillosa historia de la escritora de Camilla Simon claro con el toque de mis personajes favoritos que son Sakura y Syaoran, espero que les guste como a mi me gusto traducir esta historia para ustedes.


Capítulo Trece.

La música infernal hace retumbar las paredes sin descanso. Cada canción es más metalero que la anterior. No he vuelto a ver al Salvaje desde la noche en el Banana Club. De eso hace tres largos días. Syaoran los ha pasado todos los días encerrado en su casa.

Empiezo a preocuparme. No responde al teléfono ni tampoco cuando llamo a la puerta. Aunque desde que lo conozco nunca ha cerrado con llave, he decidido respetar su espacio y no entrar es su departamento.

Sentada en el sillón con la barbilla apoyada sobre las rodillas, le doy vueltas a la situación.

-¿Todavía no ha dado señales de vida? Qué tipo tan más raro. A veces da miedo.

-¿Tú crees?

-¿¡Tú no!?

-Creo que es una buena persona. Es cierto que a veces es difícil de entender, pero…

-Está como un tren y te atrae su aura de chico malo, lo sé. Además, contigo es más cercano que con el resto y, hasta ahora, ha actuado como un auténtico príncipe azul. Pero Syaoran siempre ha guardado la distancia con todo el mundo. A veces parece que calcula cada palabra, cada movimiento. Ese chico no es libre, está atado a algo.

-La psicóloga Tomoyo ha vuelto-, bromeo a medias.

Mi amiga tiene razón. Hasta ahora, no había prestado atención a esa faceta de la personalidad de Syaoran. Aun así, creía que había conseguido sacarlo de su coraza y que abriera, al menos un poco, el corazón. Su silencio me inquieta, y ese festival de metal no debe significar nada bueno.

Me levanto del sillón de un salto y me dirijo a su departamento a toda velocidad. Necesito comprobar que está bien. Luego me olvidaré de, el sí es lo que quiere.

Tal y como pensaba, la puerta estaba abierta. El interior del departamento es un desastre: hay paltos hechos, añicos y libros tirados por el suelo, las alacenas de la cocina están desordenada y varios de los cojines de sillón rotos. Paso por encima del desorden. No veo a nadie en la sala, ni en el cuarto, que también estaba destrozado. Reparo en la luz que se filtraba a través de la puerta entreabierta del baño y veo la espalda musculosa de Syaoran, que está apoyado sobre el lavabo.

-¿Syaoran?

Levanta la cabeza con brusquedad, sorprendido de encontrarme allí. Nos observamos a través del espejo. Preocupada, hago el ademán de acercarme.

-¿Qué haces aquí?-, gruñe.

Sorprendida por el tono agresivo de su voz, retrocedo.

-Quería saber cómo estabas.

-Estoy bien-, me dice, molesto.

Se gira y veo que tiene restos de sangre seca en la mano derecha.

-Por dios, Syaoran, ¡Estás lleno de sangre!-, exclamo, horrorizada.

-No es nada.

-Syaoran.

-Sakura, vete a casa-, me ordena.

El chico misterioso, salvaje y atormentado ha vuelto.

-No hasta que…

No he terminado de hablar, cuando me levanto me carga sobre el hombro, proporcionándome una vista increíble de su trasero fornido.

-¡Bájame Syaoran!

Le doy un golpe en su trasero. ¿¡Quien se cree que es!? La fiera salvaje me devuelve el golpe.

-¡Ay!

Antes de que pueda abrir de nuevo la boca para protestar, Syaoran me baja al suelo y me cierra la puerta en la cara. Me paso el cabello alborotado detrás de la oreja.

-¡Grosero!-, le grito.

Demonios. Podría haber pensado en un insulto mejor. Cuando me enfado, nunca se me ocurre respuestas lo bastante ingeniosas. Tendré que trabajar en ello. Algo me dice que lo necesitaré.

A la mañana siguiente, una bonita caja de color fucsia me espera sobre el umbral de la puerta. Sé que es de Syaoran.

Con curiosidad, abro el paquete elegante. Esta vez se trata de un cupcake de vainilla con crema de chocolate. Se mira realmente bueno. Oigo como me gruñe el estómago. El café que he bebido a toda prisa no ha sido suficiente para saciarme el apetito. Aun así, me resisto. No va a comprar mi perdón con un pastel, por muy bueno que este.

Puedo ser muy rencorosa cuando quiero. ¡Y hoy he decidido que lo seré!

Arrojo la cajita contra la puerta del salvaje. Está muy equivocado si cree que complaciendo mis papilas gustativas voy a olvidar el modo en que me echo sé su departamento como un vulgar gato callejero.

Absorta en mis pensamientos, no miro por donde voy y choco contra el cuerpo inmenso y cálido de un hombre. Apoyo las manos sobre el torso masculino para recobrar el equilibrio –y no para palpar los pectorales moldeados a la perfección bajo la camiseta que ya tengo más que vista-.

-¿No te ha gustado mi cupcake?

-Demasiado grasienta.

-Por regla general, eso no es problema para ti.

-Por regla general, tampoco tengo ganas de asesinar a mi vecino, por muy atractivo que sea.

Esboza esa media sonrisa de niño malo.

No te ablandes. No te dejes engañar. ¡Resiste, Sakura!

Lo hago a un lado con suavidad y empiezo a caminar por el pasillo hasta que siento, una vez más, el candente cuerpo masculino pegado a mí, ahora a la espalda.

-¡Oye!-, exclamo, desconcertada, mientras me aprieta contra él sin ningún pudor.

Me presiona una mano contra el vientre mientras con la otra me agarra la falda, rozándome la parte posterior del muslo.

-Pero ¿¡Que haces!?-, protesto.

Intento zafarme, pero Syaoran aprieta aún más el cuerpo contra el mío. Le lanzo todo tipo de insultos, aunque eso solo consigue divertirlo. Me apoya la barbilla sobre la cabeza, observándome a través de los ojos color ámbar.1

-No te muevas tanto-, gruñe, acariciándome los glúteos.

-Eres un cerdo.

-¿Es que quieres ir por los pasillos enseñando tu trasero?

-¿Enseñando el trasero? ¿¡Que!?

-La próxima vez que salgas del baño, comprueba que no llevas la falda metida dentro de esos "mini calzones".

-¿Mini qué? Para tu información, ¡Es una tanga!

-Me da igual.

Me suelta. Con las mejillas al rojo vivo, me giro despacio. Quiero desaparecer de la faz de la Tierra. A Syaoran se le extiende una sonrisa perversa por el rostro.

-Te lo pasas bien, por lo que veo-, le reprendo.

-Sigo siendo un hombre.

-Imbécil.

-Dulce y torpe niña. Deberías darme las gracias en vez de insultarme.

Paso por su lado. Ignorándolo, y me alejo de allí a paso ligero bajo la mirada ardiente de la fiera salvaje. A pesar del enfado, esa masa candente me nace de nuevo en el vientre, amenaza con arrasar todo a su paso.

Es la primera vez que me llama así…

Apenas me he alejado unos pasos, cuando Tomoyo y Faith me asaltan en el pasillo. A juzgar por la expresión picará que se les dibuja en el rostro, no han debido perderse un detalle de la bochornosa escena de hace un momento.

-Vaya. ¿Te gusta que te metan mano por los pasillos?

Le saco el dedo. No me apetece contarles lo que ha pasado.

-¿Te ha gustado?-, pregunta Faith.

-Ha sido humillante.

Juntan las cejas. Exhalo un suspiro y termino por contarles mi última metedura de pata. Mis amigas estallas en carcajadas. Se llevan las manos al estómago y se les escapa las lágrimas de tanto reírse.

-Búrlense todo lo que quieran; pero, recordar, quien ríe de último ríe mejor.

Al día siguiente del episodio de Con el trasero al aire, capta mi atención un paquete, esta vez de color azul, sobre el rellano de las escaleras. Lo abro y no puedo reprimir una carcajada al descubrir en el interior un pantalón corto de color rosa con dibujos de cupcakes. También hay una nota:

"Para que ese precioso traserito respingón no vuelva a pasar frío".

No comprendo a Syaoran. ¿Por qué me regalaba todas estas cosas? Los cambios de humor de mi vecino me sacan de quicio.

De pronto, la puerta de al frente se abre y lo veo vestido con unos vaqueros que le llegan justo por debajo del nivel de la cadera y una camiseta gris desteñida, bello como un dios, observándome con ojos perspicaces mientras yo hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para no lanzarme a sus brazos y reclamar ese beso que tanto ansió. Me obligo a guardar distancia. Quiero castigarlo por apartarme de su lado y tocarme el trasero en mitad del pasillo, incluso si con eso último me ha, incluso si con eso último me ha ahorrado ir haciendo el ridículo por la universidad.

-¿Ya no estás enfadada?

-¿Qué te hace pensar eso?

-Te he oído reírte.

-Eso no significa nada-, rezongo, enderezando la barbilla, -¿Qué clase de hombre le regala a su vecina unos pantalones cortos con estampado de cupcakes?

-El vecino que quiere que su torpe, guapa y encantadora vecina sonría más a menudo y no se enferme.

Frunzo los labios. Parece que va a recordarme durante mucho tiempo lo humillante que fue ese encuentro en el pasillo.

-¿Tienes mejor la mano?

Se frota de forma mecánica mientras asiente.

-Cómprate un saco de boxeo, Syaoran, piénsalo-, le sugiero antes de bajar corriendo las escaleras, contenta por haber hablado con el atractivo vecino de ojos ámbar y, sobre todo, orgullosa de mi misma por no ceder.

No soy una chica fácil.