Buenas noches mis amigos, les dejo la continuación de esta maravillosa historia de la escritora de Camilla Simon claro con el toque de mis personajes favoritos que son Sakura y Syaoran, espero que les guste como a mi me gusto traducir esta historia para ustedes.


Capítulo Quince.

-Syaoran-

¡Maldito carbón! Lo único que le importa es el dinero que está perdiendo desde que me fui. Le da igual que me haya cansado del ese estilo de vida. Ahora solo quiero seguir adelante, graduarme y mantener el anonimato con esta nueva identidad.

Y también la quiero a ella.

No puedo sacarme a Sakura de la cabeza. Es tan dulce y agradable como los rayos del sol. No sabe quién soy. Solo le gusta Syaoran, el estudiante. Y lo prefiero así. En París ya no podía soportar la horda de mujeres constante a mí alrededor, como abejas atraídas por la miel, sedientas de fama o riqueza.

El teléfono suena de nuevo. Es él. No me molesto. Ya sé lo que va a decir; volverá a escupir veneno en mi oído y no pienso destrozar de nuevo la casa para desahogarme.

Pero, al final, no aguanto más y contesto en el último toque.

-¿Qué quieres?

-¿Así es como saludas a tu padre, hijo?

-Responde.

-Quiero que vuelvas a París y cumplas con tus obligaciones.

-Esa vida ha terminado para mí. No tengo intención de volver, ya te lo he dicho.

-Teníamos un acuerdo.

-Me importa una mierda ese maldito contrato.

-Ya han pasado dos años desde que Mao murió. ¿No crees que es hora de…?

-¡No es hora de nada!-, vocifero, -¡Estoy harto de esa vida! ¡Déjame en paz!-, rujo antes de colgar.

Mi padre: mi antiguo representante y un verdadero hombre de negocios. Generar ganancias es su mayor objetivo en la vida.

Aprieto los puños, dispuesto a destrozar lo primero que encuentre. Hasta que me detiene el timbre de la puerta.

-Sakura-

A Syaoran le va a encantar lo que he preparado. Creo que le vendrá bien para despejarse y, con un poco de suerte, dejara de pagar el mal humor con los muebles de su departamento. Debe costarle un riñón reponer todo lo que rompe.

Cuando abre la puerta, tiene una expresión severa y los ojos fríos. Debe estar teniendo un mal día; lo que significa que es el momento oportuno para llevar a cabo mi plan.

-Ponte una sudadera y ven conmigo.

-¿Para qué?

-Porque lo digo yo. Date prisa.

Resopla como única respuesta, pero obedece y entra en su departamento para cambiarse de ropa.

Sale vestido con unos pantalones deportivos gris claro y una camisa ceñida negra que deja adivinar unos pectorales bien dibujados.

De repente, hace calor…

Una vez en la calle, lo guio hacia la parada del camión más cercana.

-¿A dónde vamos?

-A tomar el autobús-, digo, señalando el cartel.

Syaoran suspiro.

-Espérame aquí un momento-, me ordeno con tono firme.

Entra de nuevo en el edificio y, unos minutos después, reaparece con dos cascos de motociclista.

Abro los ojos de par en par, sorprendida. El vecino sexi y misterioso tiene moto. Pero ir en motocicleta me aterra. ¿Debería decirle?

-El transporte público es una buena opción para moverse, ¿Sabes?

-Ir en moto es más rápido, ¿No te parece?

-Sí, pero contamina más. El autobús es un medio de trasporte ecológico. Es divertido agarrar el camión.

-¿"Genial"?

-De moda, cool…

-Te da miedo ir en moto, ¿No?

Asiento mientras juego con mis dedos.

-No te pasará nada. Voy contigo.

Casi tengo que correr para alcanzarlo. Cada paso suyo son dos míos, porque Syaoran en muy alto –o yo demasiado pequeña, según como se mire-.

Se detiene frente a una preciosa motocicleta deportiva. Grande, roja, peligrosa. Acelera y saldré volando. Lo único que quedara de mí serán pedacitos esparcidos por la carretera. No les he dicho a mi madre y a mi hermano lo mucho que los quiero. Encima, me he depilado para nada.

Doy media vuelta, dispuesta a volver a casa, pero unos dedos de acero me agarran por el elástico de los pantalones de yoga, reteniéndome.

-No seas gallina-, dice con tono burlón.

-No es eso. Es que he pensado en los pros y los contras de ir en moto. Y no es una buena idea.

-Gallina-, repite.

-¡Syaoran!

-Es la verdad.

-Syaoran…

-Sakura, vas a poner ese bonito trasero en la moto y te vas a agarrar a mí.

-No.

-Sí. Eso o me voy a casa. Eras tú quien quería enseñarme algo.

Suspiro. Tiene razón. Aunque, si no fuera tan terco, ¡Podríamos haber ido en el camión!

Lo veo subir y me doy cuenta de lo excitante que podría ser ir en una moto abrazada a un chico tan guapo.

No estoy desesperada por tener sexo. No lo estoy…

Monto en el asiento trasero y le rodeo la cintura con los brazos. Cuando oigo el ruido del motor en marcha me aferro a él aún más fuerte. El silencio coloca su mano sobre la mía, que le aprieta con fuerza. Le digo la dirección y cierro los ojos, decidida a no mirar a la muerte a la cara.

Syaoran conduce a una velocidad moderada. Quizá no quiera asustarme aún más de lo que ya estoy. A cabo de un rato, reduce la velocidad hasta detener el vehículo. Yo sigo agarrando a él. Se quita el casco y me despega las manos de su cintura.

-Sakura, sigues viva. Ya hemos llegado. Puedes abrir los ojos.

-No los cerré.

-Mentirosa.

Bajo de la moto con la torpeza habitual y Syaoran me sujeta antes de que me caiga.

Gracias, mama, por hacerme torpe…

-¿Dónde estamos?-, pregunta cuando ve la fachada del gimnasio.

-Nos inscribí a una clase krav magá-, le informo en tono alegre, muy orgullosa de mi sorpresa.

-¿Una clase de qué?

- De krav magá, el sistema oficial de lucha usado por las Fuerzas de Defensa y Seguridad Israelíes.

-¿Quieres que no peguemos?

-Sí. Creo que te vendrá bien desahogarte. Deja de poner esa cara sígueme.

El profesor me empareja con Syaoran y nos sentamos sobre un tapate. Primero, presenciamos algunos ejercicios de ejemplo y el instructor nos explica los movimientos básicos. Como he practicado kick-boxing antes, el profesor me aseguro que cogería rápido el ritmo. Lo que no he contado es que eso hace ya cinco años y que solo acudí a tres clases. En ese momento sufrí un episodio de "perecitis aguda" y, además, tuve miedo de acabar con la nariz rota. ¿Se imagina quedarnos con el tabique desviado durante toda la adolescencia? No, ¿Verdad?

Después de algunas recomendaciones por parte del instructor, Syaoran y yo nos colocamos frente a frente. Parece desconcertado y no se atreve a asestar el primer golpe. Mejor, así le enseñaré de, que estoy hecho.

Camino en círculos a su alrededor. Ataco. Me esquiva. Intento propinar un segundo golpe. Él lo esquiva de nuevo y empiezo a perder la paciencia.

El profesor le pide al Salvaje que me neutralice. Y él obedece. Espero que esas clases de kick-boxing sirvan para algo, después de todo. Hace un movimiento contundente con el brazo, que intercepto antes de asentar un rodillazo en el estómago. Sin embargo, pierdo el equilibrio y, mientras caigo al suelo, le propino un codazo –no sé dónde-, hasta que mi trasero se estrelló contra el suelo.

Me aparto el pelo que me impide ver para encontrar a Syaoran arrodillado y cubriéndose la nariz con la mano.

No puede ser. ¡Otra vez no!

Así que esos es contra lo que ha chocado mi codo, gateo hacia él.

-¿Estás bien?

-Mi nariz y mi orgullo han recibido un buen golpe

-Lo siento mucho, Syaoran. De verdad.

Le aparto con cuidado las manos de la cara y reparo en la nariz enrojecida que empieza a hincharse.

Qué mal aspecto va a tener mañana.

-¿Puedes ponerte en pie? Espera aquí, voy a buscar un poco de hielo.

-Te voy a hacer saco, compraré un saco de boxeo. Será menos peligroso que tú, dulce muñeca-, dice con sorna.

Hago un mohín, contrariada.

-De todos modos, si de verdad hubiera sido un ladrón o un violador, me habría defendido bastante bien-, añado, sonriente.

Me fulmina con la mirada. No está de humor. El comentario no le ha hecho ni un poco de gracia.

Cuando salimos del gimnasio y se pone el casco, hace una mueca de dolor. Guardo silencio con la esperanza de que el enfado se le pase durante el viaje de regreso.

Nada más, al llegar a casa, se deja caer en el sillón y yo voy a la cocina para agarrar algo frío del congelador. Le acerco una bolsa de hielo, aun preocupada.

-Has aprovechado la oportunidad, ¿Eh?

-Lo siento.

-Deja de pedir perdón. Ya no importa. Pero, por favor, no más clases de krav magá o kick-boxing.

-¡Prometido!-, exclamo, aliviada, al momento qué me siento sobre la mesita de café, frente al salvaje malherido.

Deja la bolsa de hielo en la mesita y se inclina hacia mí. Poco a poco. Cada vez más. De nuevo, hace calor. Los extraordinarios ojos ámbar me fascinan. Su respiración contra mi piel se convierte en una caricia. Trago saliva con dificultad. Por fin ha llegado el momento. Y mi ropa interior está a punto de salir corriendo. Si, les aseguro que pueden llegar a tener vida propia y tomar sus propias decisiones. En fin, volvamos al hombre hermoso como un dios y dispuesto a devorarme como si yo fuera una fruta madura y jugosa.

Deja de hacer humor barato. Basta. Disfruta del momento y nada más.

-¡Hola!

-¡No!-, grito al borde de un ataque de histeria.

Nuestros amigos interrumpen en el departamento de Syaoran, aniquilando la magia del momento y, por supuesto, el más probable encuentro sexual, Syaoran adopta una postura más relajada y se vuelve hacia los intrusos.

-¡Tienes la nariz destrozada!-, señalo Tomoyo, perspicaz, -¿Qué te ha pasado?

Mientras formulaba la pregunta, mi amiga me dirige una mirada penetrante e inquisidora. ¿Por qué piensa automáticamente que he sido yo? ¡No aguanto! ¿Es que todo el mundo piensa que tengo dos manos izquierdas? En verdad, no se equivocan. Me encojo con una expresión de culpabilidad.

-Una clase de krav magá. La primera y la última. No ha salido bien-, explica Syaoran.

No menciona el desafortunado incidente del codazo ni mi aterrizaje de trasero tan poco elegante.

Tomoyo entorna los ojos, oliéndose la mentira a un kilómetro de distancia, pero se encoge de hombros y lo deja pasar. Al menos, sé que esta historia no se hará pública y no será un episodio más de la serie Sakura y su torpeza legendaria.

Se lo agradezco al Salvaje con la mirada. Demonios, he vuelto a quedar como una idiota. Frunzo los labios con disgusto. Le acaricio con sutileza la rodilla y me levanto llevándome las manos a la espalda para evitar que pueda darle otro golpe sin querer.

El deseo frustrado me quema por dentro. Y la humedad en mi ropa interior no es agradable.

-¡Hoy toca pizza!-, anuncia Alex sin preguntar opinión.

Es increíble que no se den cuenta de que acaban de interrumpir un momento crucial.

Suena el tono de llamada del teléfono de Syaoran. Cuando dirige una mirada furtiva a la pantalla, frunce el ceño y aprieta la mandíbula. Acto seguido, se refugia en su habitación. El resto nos sentamos en los sillones de la sala, y los chicos piden pizza después de preguntarnos de qué sabor las queremos.

Syaoran se une de nuevo a nosotros con una expresión aún más lúgubre que la de hace un rato.

-¿Estás bien, hermano?-, le pregunta Matt al ver que frunce el ceño.

-Sí, ¿Cuándo llega la comida? Me muero de hambre.

-Dentro de unos veinte minutos.

Se pasa una mano por el cabello, alterado, y entra en la cocina. Lo sigo.

-¿Va todo bien?-, murmuro.

-Mmm…

Se gira, clavándome la mirada magnética. La ira y el cansancio plasmados en las facciones se transforman de pronto en deseo. Se acerca a mí con esa gracia felina y me empuja contra la barra, reclamando mi boca con un beso voraz. ¡Por fin! ¡Nos estamos besando! Jadeo y le respondo con fervor. Nunca he sentido algo así. Me recorre los labios con la lengua para justo después abrirse paso entre ellos. Nuestras bocas, fogosas, bailan y se abrazan. Las voces de fondo provienen del salón se convierten en un murmullo lejano. Ya no importan. No quiero que acabe. Quiero que dure. Nada va a detenernos ahora. Le rodeo el cuello con los brazos, apretándome contra él. Deseo más. Syaoran deja escapar un gruñido, separa los labios y apoya la frente contra la mía. Oigo de nuestra respiración agitada. Abro los ojos y contemplo los suyos. Que brillan con una expresión feroz. Contraigo los muslos, deseando que me bese otra vez.

-Tenemos que aprender a cerrar las puertas, muñeca.

Le sonrió. Si lo hubiéramos hecho, yo estaría en su cama; y mi ropa interior, feliz