Buenas noches mis amigos, les dejo la continuación de esta maravillosa historia de la escritora de Camilla Simon claro con el toque de mis personajes favoritos que son Sakura y Syaoran, espero que les guste como a mi me gusto traducir esta historia para ustedes.
Capítulo Dieciséis.
[Syaoran: Ahora mismo, ¿Cuál es tu canción favorita?].
¡Un mensaje de Syaoran! Me acurruco aún más contra mi almohada, me arropo con mi cobija y respondo al instante.
[Sakura: "7 years", de Lukas Graham].
[Syaoran: Es preciosa. ¿Cómo te ves a los treinta?, ¿Cómo una cantante de éxito como cuenta la canción?].
[Sakura: No, ¡Eso sería poco para mí! Me gustaría organizar eventos y haber encontrado a mi media naranja. Y tú, ¿Cómo te imaginas?].
Por un momento, dudo en darle a "enviar". Puede que le parezca muy cursi. Respiro hondo y, a cabo de unos segundos, aprieto el botón.
[Syaoran: ¿A tu media naranja? En mi caso, un buen trabajo que me permita viajar alrededor del mundo].
[Sakura: Sí. El hombre de mi vida debe ser alguien atento, amable, comprensivo (Y no debe importarle mi torpeza)].
[Syaoran: A mí me gusta tu torpeza].
Empiezo a teclear la respuesta…
[Sakura: ¿Te gustaría ser el hombre de mi vida?].
Pero ¿¡Que digo!? ¡Va a pensar que estoy loca! Si le envío este mensaje, saldrá corriendo despavorido.
-¿Vienes con nosotras al cine?-, pregunta Tomoyo, que ha entrado a mi cuarto sin llamar.
Sorprendida, salgo de mis pensamientos y, sin querer, arrojo mi teléfono a cualquier parte, como si intentara ocultar la prueba de un crimen.
-A ver si aprenden a llamar a la puerta de una vez. ¿Quién va?
-Faith y yo.
Me entra flojera. No tengo nada de ganas de arreglarme.
-Hoy no, gracias. Estoy cansada.
Se va y lo agradezco que no insista. Así podre seguir hablando con mi rebelde favorito. Busco mi teléfono. Nada. A veces pienso que también comparto mi cuarto con duendecitos traviesos. Basta con necesitar algo para no encontrarlo por ningún sitio.
-¡La última puerta al fondo, ya conoces el camino!-, oigo a Tomoyo decirle a alguien.
Agarro la cobija, la quito, y, por fin, encuentro mi celular, que cae sobre el colchón. Cuando se ilumina la pantalla y en las notificaciones aparecen varias veces el nombre de Syaoran, me doy cuenta de que he cometido un grave error.
-¡Demonios!-, exclamo.
Un consejo: Nunca lancen su teléfono por ahí con un mensaje a medias; podrían enviarse por accidente.
-¿Te gustaría que fuera el hombre de tu vida?-, pregunta una voz desconcertada a mi espalda.
-Sí, digo, ¡No! Ha sido un accidente. El teléfono me odia y te ha enviado el mensaje sin mi consentimiento. Yo no quería decir eso.
-¿Tu teléfono escribe mensajes por sí mismo y después los envía?-, prosigue, sonriente, apoyando en el marco de la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho.
-Sí, es de última generación. Demasiado moderno. Creo que lo voy a devolver. Será lo mejor.
-Sakura.
-A ver, bien. Yo escribí el mensaje, pero ha sido esa cosa-, digo señalando al artilugio responsable de este momento embarazoso, -Quien lo ha enviado sin mi consentimiento.
-…
-Tomoyo me pego un susto, lo alcancé sin querer y aterrizo, no sé dónde. Lo busqué por todas partes para borrar el mensaje, pero ya era tarde-, confieso en un hilo de voz evitando el contacto visual.
Esta vez la he cagado de verdad. Se va a marchar sin mirar atrás y pondrá punto final a la particular historia con su vecina.
En vez de eso, Syaoran estalla en carcajadas. Se está riendo de mí. Me cruzo de brazos y lo fusilo con la mirada. Ignorando mi enfado, se acerca.
-Eres muy divertida.
-¿Divertida?-, repito, sorprendida, mientras le sostengo la mirada.
Se sienta al borde de mi cama y si proximidad me turba.
-Sí.
-¿No te parece que estoy un poco loca?
-No. Creo que eres torpe, graciosa y una tragona.
-¿¡Tragona!? ¡Eso no se le dice a una chica!
-¿Por qué no?
-Es lo mismo que llamarla "gorda". En vez de decir la cruda realidad a la cara, la gente prefiere expresiones de tipo "tienes buen comer" o "es un poco tragona". Se considera lo más correcto, ¿Sabes?
- No estás gorda.
-¡Tampoco tengo un cuerpo de modelo!
-Y menos mal.
-Todos los hombres prefieren a las mujeres delgadas.
-No todos. A muchos les gustan las mujeres con curvas.
Redondeo los labios en una mueca de escepticismo.
-¿Qué he dicho?-, exclama, posando la mirada en mi nariz, por regla general bonita y respingada, pero ahora arrugada por el enfado.
-¡Lo que acabas de decir también es políticamente correcto, Syaoran!
-¿¡Y que quieres que diga!?
-¡No lo sé!
-¿Puedo continuar?
-…
-Hay hombres, y yo me considero uno de ellos, a los que les gustan las chicas con curvas y que saben apreciar una buena comida. ¿Mejor así?
Ladeo la cabeza y me doy toquecito en los labios con el dedo índice. Sin previo aviso, Syaoran me agarra del tobillo y tira de mí, haciendo que suelte un gritito de sorpresa. En un movimiento ágil, me tumba debajo de él, sujetándome los brazos a ambos lados de la cabeza, y se me escapa otro gritito agudo, pero no protesto. En un abrir un cerrar de ojos, la cobija desaparece. Este hombre es más rápido que el Rayo McQueen. De nuevo, estoy expuesta a su mirada, vestida solo con unos pantalones cortos y una fina camiseta de tirantes.
-Bonitos pantalones-, comenta cuando ve su regalo.
-Estoy caliente gracias a ti.
Sorprendido, Syaoran inclina la cabeza hacia mí y un suspiro le brota de los labios. Abro los ojos como platos al darme cuenta del doble sentido de lo que acabo de decir.
-¡No! No es lo que estás pensado…
-Vaya, ¿No estás caliente?
-Sí, no. Bueno, si, pero no por lo que tú crees. Me refiero a los pantalones. Tenías razón; son más calentitos que una tanga.
Noto como me arde la cara. Debo estar roja como tomaré. Estoy segura. No tengo remedio.
Me mira y me muerdo el labio inferior. Entonces, nos besamos como llevamos tantos días queriendo hacer. Me llena la boca con su lengua, jugando y buceando en ella. Se nos agitan la respiración, que se funde en una sola. Le deslizo las manos por la espalda y él desciende las suyas a mis pechos, luego a la cintura, hasta detenerlas en las caderas. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Me observa con tanta intensidad que me siento desnuda. El corazón me martillea en el pecho, a punto de estallar. Syaoran y sus malditos besos tiene la culpa.
-Esto es lo que a un hombre Sakura. Las curvas de una mujer. Y he soñado con las tuyas desde que te conocí.
Se me escapa una risita.
¿Una risita? ¡No me lo puedo creer! ¡He pasado de ser una boteja a un valioso jarrón!
Espera, espera. ¿Qué ha dicho? ¿Acaba de admitir que me ha deseado como un loco desde que me conoce? ¡Dios mío! Creo que, a partir de ahora, estas curvas y yo seremos amigas íntimas.
Aventura los labios por mi cuello, llenándolo de besos, dejándome la piel ardiente y húmeda hasta detenerse en los pecho. Todo mi ser despierta a su llamada. Quiero más. Aquí y ahora.
Me levanta la camiseta de tirantes y su barba me hace cosquillas. Termina de quitarla, subiéndomela por encima de la cabeza. Mi desnudez queda cubierta solo por el pantalón corto con estampados de cupcakes.
Syaoran pasea una mirada lujuriosa por los senos, que parecen haberlo hipnotizado.
-Demonios, Sakura… Hola, preciosuras-, saluda, solemne, a mis pechos.
No puedo evitar reírme.
Me acaricia un pezón con el pulgar, lo lame y sopla con suavidad, antes de hacer lo mismo con el otro. Se me tensa el cuerpo bajo las seductoras caricias, pidiendo más y más. Deseo que me posea. Sentir ese placer y ese calor vertiginoso. Le entierro los dedos por el cabello abundante y doy un tirón para asegurarme de que es real y está aquí conmigo. Y lo está.
-Tienes unas tetas preciosas, muñeca.
-Ya veo que te gustan.
Cubre los pezones con los labios, empezando a chuparlos despacio, y después traza un camino de besos hasta el vientre. Agarra el elástico de los pantalones y me los quita bajándolos por las piernas. Vuelve a subir, despacio, arrastrándose sobre mi cuerpo, mientras lame el interior del muslo izquierdo hasta llegar al lugar donde quiero que este. Es ahí donde quiero sentir el calor abrasador de sus labios, la suavidad aterciopelada de su lengua. Quiero que sea rápido y brusco; pero, a la vez, que me haga el amor despacio para que el placer no termine y no olvidar jamás este momento.
-Sakura, ¡Te has depilado por completo!
Esas palabras me sacan por el momento de ensueño, aniquilando el delicioso placer precoital. Me cubro el pubis con las manos lo mejor que puedo.
Syaoran me agarra de las muñecas, decido mirar, y yo no puedo hacer nada; es demasiado fuerte. Me estudia con curiosidad y tengo la sensación de que me está haciendo una radiografía.
-Tuve un accidente depilándome-, susurro, avergonzada.
-Mi dulce y torpe niña…
Hago una mueca. He vuelto a quedar en ridículo, para variar. Lo sorprendente hubiera sido que todo saliera bien en nuestra primera vez.
-El pelo crece…
-A mí me gusta así, muñeca.
Hunde las rodillas en el colchón y se quita la camiseta subiéndola por encima de la cabeza, permitiéndome admirar el torso desnudo y tatuado. Syaoran tiene el cuerpo perfecto: musculoso y proporcionado. Paseo la mirada por los abdominales pronunciados. Sentada sobre las rodillas, dibujo con el dedo índice, el recorrido trazado con los ojos y desciendo hasta el hermoso cinturón de Adonis, que empieza en las caderas y desaparece bajo los pantalones caídos, camino del pubis. La escena me fascina: yo, desnuda y a su merced; él, aun a medio desvestir, ejerciendo ese poder absoluto sobre mí. Me rodea la cara con las manos y me besa con fervor. Le desabrocho los pantalones y, acto seguido, se levanta para deshacerse del resto de la ropa.
Trago saliva con dificultad ante la maravillosa imagen. Syaoran parece un dios griego. Mis ojos recaen en el sexo duro que se levanta frente a mí, inmenso. Es la primera vez que estoy con un hombre tan bien dotado.
Avanza con andar despreocupado hasta la cama y me tumba boca arriba, dejando un envoltorio plateado cerca de la almohada. Después, reanuda el juego del placer. Me lame los pezones endurecidos, primero uno y luego el otro. Luego, desciende una mano hasta el centro de mi feminidad. En respuesta, jadeo y me arqueo hacia atas, anticipándose a lo que está por llegar. No aguanto más. Lo necesito dentro de mí.
-Syaoran.
Me rodea el clítoris con el pulgar a la vez que introduce un dedo en mi interior, iniciando un vaivén que acelera poco a poco. No puedo evitar gemir de placer y, cuando introduce un segundo dedo, me derrito en las sabanas. Un grito me desgarra en respuesta a esta sensación tan intensa. El clímax me sacude de pies a cabeza y me deja sofocada, sin aliento. Mi querido y odiado vecino acaba de regalarme el mejor orgasmo de mi vida usando solo una mano. ¿Qué será lo siguiente? Y, lo que es más importante aún, ¿Podre soportarlo? ¿Poder seguir disfrutando?
Aún no me he recuperado del todo cuando Syaoran me separa los muslos y empieza a penetrarme despacio, reavivando la llama de mi deseo. ¿Cuándo se ha puesto el condón? ¿Cuánto tiempo llevo en las nubes? Me clava la intensa mirada de color ámbar mientras entra en lo más profundo de mí ser, llevándome de nuevo al límite. Empieza con unas lentas sacudidas, pero no tarda en aumentar el ritmo. Enredo las piernas alrededor de su cintura y lo beso mientras me aplasta los pechos con los pectorales prominentes. Nuestras respiraciones se complementan hasta fundirse en una sola. Su lengua y la mía juegan, se abrazan y bailan al ritmo de nuestras caderas. De nuevo, siento ese placer creciente hasta que el señor orgasmo llama por segunda vez a mi puerta. Syaoran gruñe, tensando el cuerpo imponente, y también se abandona al placer, corriéndose en mi interior. Cuando acaba, apoya la cabeza sobre mi hombro, y le acaricio la espalda.
Después de la increíble sesión de sexo, me encuentro en un maravilloso estado de relajación.
-¿Quieres repetir?-, digo de pronto.
Syaoran ahoga una risa ronca contra mi hombro antes de besarlo. Se levanta para quitarse el condón y tirarlo al bote de basura. Luego, vuelve a la cama y me abraza por detrás, yo me acerco a él, reclinándome la cabeza contra su pecho. El corazón le late tan rápido como a mí.
-Espera a que me recupere, Sakura. Has acabado conmigo.
-¿No estás en forma?-, bromeo.
-La verdad es que no. Hace tiempo que no co…-, se corrige, -Que no me acuesto con nadie.
-¡Así que era verdad!-, exclamó, atónita.
Me giro para mirarlo de frente.
-¿El qué?
-Que no has estado con ninguna chica desde que estás en la universidad.
-¿De verdad la gente pierde el tiempo hablando sobre algo como esto?-, pregunta, molesto.
Me acaricia la cintura con los dedos y me estremezco. El simple contacto me envía descargas eléctricas por todo el cuerpo. Ese es el increíble efecto que Syaoran Wang surge en mí.
-Eres el chico más codiciado de toda la universidad. Incluso número uno y número dos llegaron a amenazarme si no te dejaba ir.
-¿Número qué?
-Las Barbies. Número uno quiere que la lleves a la cama.
Exhala un suspiro de hastió, como si le molestara ser el chico guapo y sexi. Sin darle tiempo de contestar, me siento a horcajadas sobre él.
Los ojos cálidos y brillantes me recorren el cuerpo, solo iluminado por la luz tenue de la lámpara de mi mesita de noche.
-Eres preciosa, Sakura-, dice, pasándome la yema del dedo índice por el pezón izquierdo, que se yergue orgulloso ante la mirada hambrienta que me dirige.
Me ruborizo. Nunca me he creído bella. Sin embargo, la lujuria feroz que brilla en los ojos salvajes me hace sentir lo contrario.
Se incorpora y me rodea la cara con las manos antes de arrasarme la boca con un beso ardiente. Parece que ya ha recuperado las fuerzas, y me regodeo solo de pensar en lo que está a punto de ocurrir.
Señor Orgasmo, ¡Allá vamos!
Oigo la puerta abrirse.
-Sakura, ¡Trae ese trasero aquí ahora mis…! ¡Hijo de su puta madre! Lo siento, no he visto nada-, se disculpa Tomoyo, tapándose los ojos con las manos, aunque separa los dedos para mirar.
-Tomoyo, ¡Fuera!-, ordeno, lanzándole una almohada a la cara.
-Demonio, Sakura. Tenemos que empezar a cerrar la puerta.
-¡Lo sé!
Me muerdo el labio inferior.
-Cada vez que haces eso, me entrar unas ganas tremendas de…
No termina la frase. Atrapa mi labio entre los dientes, arrancándome un gemido.
-Morderlo-, concluye con un beso.
Sin darnos cuenta, nuestras lenguas se enredan y juegan de nuevo, acariciándose como solo nosotros sabemos. Siento las agradables manos masculinas por todo el cuerpo mientras las mías están aferradas a su trasero firme y redondo.
Mi amante me envuelve los pechos con las manos. Nunca me había sentido tan atractiva ni había imaginado que podría llegar a sentir semejante placer. Parece que solo hacían falta las manos adecuadas. Otros chicos no supieron hacerme disfrutar de este modo, pero Syaoran consigue hacerme temblar solo con un beso o una caricia.
Tomo la iniciativa y vuelvo a sentarme encima de él, depositando un beso en el tatuaje con forma de tigre y en las letras de tinta azul que forman las palabras Storm –Tormenta- en el costado izquierdo. Un vago recuerdo me viene a la mente, pero enseguida desaparece. Estoy demasiado concentrada en cubrir de besos cada rincón de su cuerpo. Impaciente, rodeo el miembro inmenso e hinchado con ambas manos y empiezo a deslizarlas de arriba abajo. Syaoran me recompensa con gemidos de placer. Me agacho y acerco mis labios a su miembro, acariciándolo con la lengua en el glande, cálido y suave. Es la primera vez que quiero hacer esto. Abro más la boca, acogiendo el miembro descomunal en su plenitud. En respuesta, Syaoran libera amplios quejidos de gozo hasta gritar mi nombre.
-Para… Sakura… quiero correrme dentro de ti.
Me detengo, saco un condón del cajón de la mesita de noche y con los dientes rasgo el envoltorio. Acto seguido, desenrollo el preservativo por el miembro de mi amante. Me coloco encima de la erección y, con un ligero empujón, noto como se abre paso a través de la carne húmeda.
-Demonios…-, musita con los dientes apretados.
Syaoran me sujeta con firmeza las caderas y el cuerpo se me convulsiona al ritmo que impone, cada vez más rápido y duro. El gigante se endereza, atrapando un pezón erecto y rosado con la boca. Lo muerde y lo succiona con suavidad, dejándome sentir el aliento cálido contra la piel. El fuego que empieza a arder en lo más profundo de mí ser es demasiado fuerte como para luchar contra él, no tardo en alcanzar el éxtasis, y clavo los dientes en el hombro de Syaoran ahogando un grito; no quiero que nos oigan. Mi amante toma el relevo. Me tumba boca arriba y continúa empujándose dentro de mi cuerpo hasta abandonarse al placer poco después.
Se corre y hunde el rostro en mi cuello. Nos quedamos en silencio y solo se oyen nuestras respiraciones desacompasadas. Cuando se recupera, me besa con delicadeza el cuello, enviándome pequeñas descargas de placer por todo el cuerpo, aun lánguido por la intensidad del orgasmo.
Nos quedamos dormidos el uno en los brazos del otro. Nunca había sido tan feliz. Sé que estoy empezando a enamorarme de Syaoran. Y estoy preparada para dejar que me robe el corazón.
