Tras los primeros segundos de consternación, Sakura se vio sonriendo. El aire fresco le acariciaba las mejillas y la sensación de velocidad fue estimulante y hasta divertida. Jamás se había subido a un patín, mucho menos uno eléctrico de esos. Sí había visto, cada vez con más frecuencia, que se ponían de moda en la ciudad. Y ya muchos viandantes iban motorizados con ese tipo de artefactos. Siempre los había visto con una mezcla de temor, por lo peligroso que parecía transitar a esa velocidad en medio de la circulación, sin ninguna protección. Y también con cierta envidia, por la sensación de libertad que parecían disfrutar. Pero empezaba a darse cuenta del encanto que le veían a esos chismes. Tal vez, solo tal vez, podría comprarse uno a su vuelta.
—¿Te gusta? —le preguntó él, tras girar para encaminarse hacia el mercadillo. Y ella se vio a sí misma asintiendo.
Elevó el rostro y se encontró con la enorme y satisfecha sonrisa de él, y sintió que le daba flojera en las piernas. Lo que la forzó a apoyarse en él. El cuerpo masculino ni se inmutó, grande como una montaña a su espalda. Pero una revolución comenzó en su interior. Intentó distraerse, hablando.
—El tipo de la tienda, ¿es amigo tuyo? —le preguntó al recordar el abrazo que se habían dado, al despedirse.
—Sí. Al menos hace tiempo lo éramos. Fuimos compañeros de clase en el instituto. Formábamos parte del mismo grupo. Ahora solo mantenemos contacto un par de veces al año, pero ha sido agradable volver a verlo.
—Es cierto, me dijiste que hacía mucho tiempo que no venías por aquí. Es una pena, es un lugar precioso —dejó caer el comentario, pero al ver que él no parecía dispuesto a añadir más, no quiso insistir.
A los pocos segundos entraron en la zona del mercadillo y su atención comenzó a dispersarse hacia los distintos puestos. En cuanto vio la variedad de artículos expuestos, recordó que no había hecho compras navideñas y quiso ojear algunos. Cada vez que esto ocurría, Uchiha detenía el patín y ambos bajaban para que pudiera echar un vistazo. Siempre había disfrutado de las compras y había cosas preciosas, por lo que se dilató en algunos un poco más. Para su sorpresa, Uchiha no protestó ni pareció molesto en ningún momento, más interesado en ver con ella las cosas que exponían y compartir opiniones sobre los productos más extravagantes. Aquel lugar era una auténtica locura para alguien con tanto aprecio por los artículos únicos y vintage, como ella. Y disfrutó de cada minuto de las siguientes dos horas.
—Si no me equivoco y las cosas no han cambiado, hay algunas tiendas más a un par de calles de aquí que podemos visitar también, pero deberíamos hacer un descanso antes y aprovechar para tomar algo.
—Claro, me parece perfecto —repuso, dándose cuenta de lo relajada que estaba. Siguieron transitando por las calles, saliendo del mercadillo. Uchiha se encaminó hacia un establecimiento por cuya puerta habían pasado ya un par de veces esa mañana. Se llamaba, Las olivas, y en su escaparate se podían ver expuestas además de una gran variedad de botellas de vino, una extensa muestra de productos gourmet, como aceites, quesos, cremas, compotas, aceitunas, embutidos y frutos secos. Todo con una pinta deliciosa. Nada más sentarse en una de sus mesas con forma de barril, les ofrecieron una cata de vinos y una tabla de degustación de sus productos. Una idea que les encantó a ambos.
—Me gusta que tengas tan buen apetito —le dijo él, al cabo de unos minutos, cuando ella tenía a medio camino de su boca una porción de queso curado.
Sonrió algo avergonzada. Miró el trozo de queso, luego a él y terminó por tomarlo de un solo bocado. Él sonrió, cabeceó, y la imitó cogiendo de la tabla otro pedazo.
Ambos rieron, relajados, hasta que él volvió a intervenir.
—Al final no llegaste a contarme, ¿cómo es un día en la vida de Sakura Haruno?
Intimidad, profundizar en sus vidas, ¿era realmente necesario?
—Yo fui completamente sincero contigo —jugó él su baza, al leer claramente las dudas en sus ojos.
Le molestaba sobremanera que él pareciese leerle la mente con tanta facilidad, pero no podía negar que tenía razón.
—Es cierto, lo hiciste.
Él amplió la sonrisa y ella pensó que era un peligro andante.
—Mi vida es muy normalita. No tiene nada destacable. Vivo sola en un pequeño apartamento de un solo dormitorio. No tengo mascotas ni plantas. Y trabajo todo el día. No suelo salir mucho, salvo cuando tengo que ir a algún evento literario, alguna cena con clientes o de vez en cuando con Tenten, que es mi mejor amiga desde el instituto. Somos radicalmente opuestas, pero nos compenetramos muy bien.
Ante semejante presentación, creyó que él la llamaría aburrida, pero sus siguientes preguntas consiguieron atragantarla.
—¿Fue ella la que te regaló el consolador? ¿Cree que estás falta de algo?
Sakura se tapó la boca para no escupir el vino blanco al que había dado un trago nada más terminar de hablar. Miró a un lado y a otro del local, y se dio cuenta de que las personas sentadas en un par de mesas junto a ellos los miraban con interés.
—No te preocupes, no es por ti, es por mí. Como te he dicho, hace tiempo que no vengo y se preguntan por qué lo he hecho esta vez. Al parecer, según mi amigo, el de las bicicletas, corren por ahí todo tipo de rumores sobre mis motivos. Incluso hay quien dice que… —comenzó a decirle inclinándose sobre ella, en tono de confidencia, y durante un segundo sus rostros quedaron a escasos centímetros, tan cerca como para perderse en la profundidad oceánica de sus ojos— tengo secuestrada a una pequeña pelirosa a la que obligo a trabajar sin descanso.
Al ver que le tomaba el pelo, Sakura se separó de él, apretando los labios para contener la sonrisa.
—Ya veo… Así que todo este tema de la cita, en realidad, era una excusa para exhibirme y callar bocas.
Él se tomó la barbilla, pensativo, y enlazó la mirada con la suya de una forma juguetona que se le enredó en el vientre.
—En absoluto. Puedo asegurarte que la única boca que me interesa es la tuya.
Los ojos de Sakura se abrieron desmesuradamente, ante semejante afirmación.
—No te asustes, piruleta, no pienso comértela hasta más tarde —declaró con descaro.
Y en la mente de Sakura se vio en una camilla, en urgencias y oyendo como los médicos gritaban entre ellos: «¡Se nos va! ¡Ha entrado en parada!
¡Carro de reanimación!». El chasquido de la descarga en su pecho, la despertó devolviéndola a la conversación. Tenía que dejar de ver también Anatomía de Grey, pensó antes de contestar con vehemencia.
—¡Solo accedí a una cita!
—Y no hay cita que se precie que no acabe con un buen beso, ¿no te parece? A no ser… que hayas tenido unas citas horribles a lo largo de tu vida. En cuyo caso, tendría que poner más empeño en esta para hacerte ver lo que te has estado perdiendo.
—Mis citas… Mis… Mis citas… —intentó conjugar una respuesta, pero sus pestañas ya estaban aleteando con la misma rapidez que las alas de un colibrí.
—Tus citas… —repitió él.
—¡Oh, Dios! ¡Me enervas! —terminó por decir.
—Eso ya me lo habías dicho antes. Pero ya que has empezado, cuéntame, ¿cómo son tus citas? ¿Tienes muchas? ¿Cuándo fue la última?
—No es asunto tuyo, pero ya te he dicho que prácticamente no salgo. Llevo tiempo centrada en mi carrera, no he querido distracciones. Cuando tengo algo de tiempo libre, prefiero disfrutar de un buen libro, o de una película.
—¿En casa o en el cine? —preguntó él con rapidez, registrando cada palabra.
—Prefiero el cine —repuso ella sin entender por qué le interesaba ese detalle.
—¿Y vas sola? —siguió con su interrogatorio, pero le parecía un tema seguro, así que contestó.
—Sí, así no tengo que compartir las palomitas ni escuchar a nadie que me hable en las escenas importantes.
Esa era ella, la rara que iba al cine sola. Tal vez confesándole esas manías suyas se daría cuenta de que no tenía interés indagar en su vida personal, pensó.
—Te entiendo, yo también odio que me hagan eso. La gente es muy grosera.
Sakura buscó la burla en sus ojos, pero no la encontró. Y sonrió sin querer.
—Cuando vayamos juntos al cine, cada uno tendrá su propio cubo de palomitas. Y no te hablaré en toda la película. Eso sí, no prometo nada sobre cogerte la mano, o pasarte el brazo por los hombros. Soy muy clásico para esas cosas.
—¡No vamos a ir juntos al cine! —repuso dándose cuenta de que él le había dado nuevamente la vuelta a una conversación intrascendente para llevarla a su terreno.
—Eso ya lo veremos. ¿Quieres un poco más de vino? —preguntó Uchiha antes de que pudiera replicar. Sakura miró su copa, aún con el ceño fruncido, y comprobó que la tenía vacía. Asintió, sintiendo que necesitaba algo que la atemperase.
Él siempre sabía qué teclas tocar para alterar sus nervios. Tenía de nuevo el corazón en la garganta y el pulso agitado. Quería volver a su posición de fuerza, esa en la que le había puesto un ultimátum.
—¿Eso quiere decir que te has decidido por mi cuerpo? ¿Me rechazas como agente a cambio de una aventura?
Él volvió a inclinarse sobre ella, y colocó los labios junto a su oído de una forma tan íntima que tuvo que aferrarse al barril que hacía de mesa, para no caer del taburete torpemente.
—Yo no renuncio a nada. Jamás.
Su aliento le acarició el lóbulo, y cada vello de su cuerpo se erizó, en respuesta. Volvió a coger la copa de vino blanco y la vació de un trago. Uchiha tomó la copa de sus manos temblorosas, y añadió:
—Si sigues bebiendo así, esta cita va a acabar antes de lo previsto. Y creo que te arrepentirías de perderte lo que tengo pensado para esta tarde.
—¿Esta tarde? ¿Vamos a estar todo el día con la cita? —consiguió preguntar.
—Tranquila, tal vez se nos haga de noche, pero cumple con el resto de requisitos; sigue siendo una única cita, y será pública.
—Genial… —dijo ella forzando una sonrisa despreocupada, pero estaba de todo menos tranquila.
