Las clases iban y venían en una cadencia monocromática para Mikan. Cada hora que pasaba era igual que la anterior; no importaba si la clase tenía hora libre, si el profesor explicaba tema nuevo o si sus compañeros interrumpían la mayoría de las clases con sus pesadas bromas; para ella solo era una hora menos que la acercaba a su cruda realidad. Era como si todo lo que pasaba en el salón fuera una ilusión de la que no hacía parte.
La academia le había dado dos semanas para acostumbrarse al cambio antes de que tuviera que reportarse con el director de la rama elemental y comenzar sus entrenamientos. Lo que sea que eso signifique.
Hasta el momento dos días habían pasado y ella seguía siendo el centro de atención de su clase. Aunque por lo que había oído en los dormitorios nuevos rumores comenzaban a crearse debido a su silencio. Honestamente le daba igual lo que pensasen o dijeran, no estaba allí para hacer amigos. De hecho, no estaría allí si fuera su elección, pero como siempre ella jamás tenía elección.
Suspirando apartó la mirada de su libro de matemáticas y la fijó en el nublado cielo. Pronto iba a llover.
—¡Sakura! Si tiene tiempo libre para mirar por la ventana ocúpelo resolviendo los siguientes quince ejercicios —tronó el profesor Jinno desde el tablero.
Mikan miró al profesor de matemáticas encogiéndose ligeramente ante su enojo y murmurando una rápida disculpa, tan bajo que solo ella escuchó. Fijó su atención en su cuaderno.
Un suspiro de alivio salió de los labios de Mikan cuando segundos más tarde Jinno continuó explicando uno de los ejercicios a resolver.
Intentando evitar ser regañada de nuevo, se apresuró a anotar lo que el profesor escribía en el tablero. Sin embargo, cuando la explicación acabó y el salón quedó sumido en el silencio mientras cada uno trabajaba en los demás ejercicios, Mikan volvió nuevamente su mirada a la ventana.
No tenía sentido fingir que estaba trabajando cuando ni siquiera sabía que era lo que tenía que hacer. No era la primera vez en aquellos tres días en que se sentía perdida durante las clases. Más de la mitad de los temas no los comprendía era como si fuera un lenguaje extraño. Lo último que recordaba haber aprendido en matemáticas era las operaciones con fraccionarios, no había forma que pudiera resolver operaciones de cálculo avanzado.
Agotada cerró los ojos deseando estar en otro lugar, deseando poder ser libre, aunque solo fuera por unos minutos.
La clase terminó y Jinno pasó por los lugares recogiendo los trabajos. Avergonzada Mikan mantuvo sus ojos en el cuaderno y cuando él llegó junto a ella apretó fuertemente sus manos en su regazo.
—Venga a verme luego de clases, Sakura —ordenó severamente Jinno antes de alejarse y recoger sus cosas.
Luego de varios minutos Mikan finalmente aflojó sus manos y levantó la mirada encontrándose con un par de ojos rubíes que la miraban fijamente. Nerviosa se apresuró a recoger sus cosas y salió del salón con la mirada baja.
Natsume arrojó otra piedra al lago frente a él y la vio rebotar con ojos ausentes.
En unas horas tenía otra misión. Era un trabajo fácil, solo tenía que acompañar a un diputado a una reunión del congreso y protegerlo de cualquier amenaza posible. Debería estar aliviado de poder regresar esa misma noche, de no tener que correr riesgos extra. Sin embargo, su agitación no disminuía. Estaba comenzando a hundirse bajo el peso de cada misión, de cada entrenamiento y sobre todo bajo la culpa que lo carcomía en el interior por cada vida que tomaba.
Se sentía abrumado, y confundido. Ya no estaba seguro de lo que estaba bien y mal, sus límites estaban cada vez más borrosos y no sabía ya que pensar.
Su hermana estaba convencida de que era alguien bueno, ¿pero si ella conociera la sangre que manchaba sus manos aún lo diría?
Las pocas veces que había asesinado era porque no quedaba más salida. Si esas personas no morían muchos saldrían lastimados, así que estaba bien ¿no? Al menos así era como sus compañeros de habilidades peligrosas lo veían. ¿Entonces porque no podía quitarse la culpa? Y si era algo malo, ¿por qué intentaban convencerlo de lo contrario?
Sabía que la parte oscura de la academia jugaba con la mente. ¿Pero dónde estaba el juego? ¿Acaso su papel de peón se convirtió en algo más grande y él aun no lo veía? ¿O era que ya no le importaba? Quizás luego de tantos años siendo usado por los altos mandos comenzó a acostumbrarse, a adaptarse a ellos luego de darse cuenta que sus posibilidades de huir de ese mundo eran cada vez más escasas. Aunque de ser así, ¿no debería desaparecer aquel sentimiento de angustia para ser remplazado por uno de indiferencia?
Exasperado arrojó otra piedra con más fuerza que antes. ¿Qué se supone que debería pensar? ¿Cómo se supone que pueda distinguir el mal del bien, si desde que entró en la academia no ha hecho sino recibir señales mezcladas?
¿Acaso no hay nadie que pudiera ayudarlo?
—Por favor… —susurró Natsume mirando al cielo—… si estás allí, ayúdame. Has que alguien me saque de esta confusión, de esta oscuridad. Manda a alguien que me ayude.
El atardecer descendía sobre el campus de la academia y la primera estrella de la noche ya era visible tras las nubes en el anaranjado cielo. Los estudiantes entraban y salían de sus dormitorios, algunos en grupos, otros solos y con prisa.
Mikan caminaba lo más rápido que su dolorido cuerpo le permitía apretando fuertemente los puños dentro de su chaqueta negra, intentando detener el temblor de sus manos. Su garganta también le dolía por las ganas de llorar, pero ninguna lágrima se formaba en sus ojos.
Subiendo el último tramo de escaleras sacó la llave del bolsillo de su pantalón y jugó con ella hasta llegar a su puerta. Una vez estuvo a salvo, dentro de su apartamento se recostó contra la pared y se deslizó hasta el suelo.
Su reunión con Jinno había sido peor de lo que había imaginado. Sabía que el profesor iba a estar enojado, pero nunca esperó que en su indignación gesticulara con las manos mientras la reprendía. Le había costado todo su autocontrol no retroceder, ni encogerse ante sus gestos.
El temblor de sus manos aumentó ante el recuerdo hasta el punto que fue incontrolable. No podía dejar de repetir las palabras del profesor en su cabeza.
¿Crees que eres mejor que los demás?
¡No! Jamás lo creí, quiso gritar, pero las palabras se atascaron en su garganta. Una vez más las palabras resonaron en su mente, pero ya no era la voz de Jinno. No, esta voz era más ronca y muy, muy familiar.
Gimiendo se tapó los oídos fuertemente, tratando de detener la voz.
¿Por qué no podían dejarla en paz?
El temblor se extendió por todo su cuerpo, parecía como una delgada rama sacudida por un fuerte viento. No podía controlarse. Finalmente, una lágrima bajó por su mejilla seguida de otra y otra.
Sollozando miró el cielo a través de su ventana.
—Has que pare… —susurró—. Por favor has que todo se vaya… Ayúdame. Manda a alguien que me ayude. Sácame de esta oscuridad.
