La clase había vuelto a la normalidad para la mañana del viernes. Nadie parecía pensar mucho en la pelea del día anterior, y a excepción de la ausencia de Takuru y dos de sus amigos nada había cambiado. La jovialidad y algarabía que formaban siempre estaba presente antes de iniciar las clases; varios peluches corrían por el salón, bellos dibujos flotaban por el techo, un par de mariposas sobrevolaban por encima de los alumnos antes de convertirse en escarcha al chocar con uno de los dibujos, y algunas flores extrañas crecían alrededor del tablero. Todo era normal con la diferencia de que aquel día, como todos los viernes, dos personas más estaban presentes en el salón.
De no haber visto todo el día anterior Mikan habría jurado que nada había sucedido. Por supuesto su pequeña crisis era una prueba de lo contrario. Lo cual la llevaba a hacerse la misma pregunta del día anterior, ¿qué hacía allí? ¿No le había bastado el día de ayer? Suspirando se dirigió a su asiento y se quedó mirando fijamente la ventana sin ver realmente el paisaje; era una de esas veces donde nada se sentía real. Claro, su presencia en las clases nunca parecía real, pero ello era el ambiente en que estaba, sin embargo, ahora lo irreal era ella misma. Nunca había comprendido porque le pasaba eso, pero con el tiempo dejó de preocuparse y simplemente lo aceptó. Ella no era normal, nunca lo sería, así que ¿porque pensar en ello?
Una extraña sensación llamó su atención. Parpadeando miró su mano. ¿Cuándo había sacado el esfero? El pequeño agujero, que se había hecho debido a la fuerza con que lo sostenía, sangraba levemente pero no sentía el dolor solo una pequeña molestia que había logrado penetrar en su entumecimiento. Sin apartar la mirada del pequeño corte se limpió la sangre con el pañuelo que siempre llevaba en la chaqueta. Finalmente, luego de varios minutos levantó la mirada y se encontró con una plateada cabellera.
Fue entonces que de repente todo volvió a ser real. Sorprendida parpadeó sin creer lo que veía, pero el joven continuaba allí sentado junto a Natsume y otra chica que no había visto antes. Como si sintiera su mirada el chico se volteó para verla y sus ojos grisáceos se abrieron en sorpresa. Con todo el caos de esos días a Mikan se le había olvidado que él también estaba en la academia.
Sin dejar de mirar al chico Mikan sonrió levemente y se encogió de hombros. Luego apartó la mirada y la volvió a posar en la ventana; esta vez su mano le ardía por la herida.
Las clases empezaron y los dos jóvenes permanecieron en el salón. Aquel día su primera hora era Cultura e historia, y Mikan estuvo agradecida por ello. Al menos en esta clase entendía lo que sucedía y podía seguir el ritmo. Pasada la primera hora, las bromas habituales de sus compañeros comenzaron. Alguien hizo flotar hacia la profesora un extraño brebaje y lo vertió sobre ella, por suerte para la profesora Ayumi su alice de repulsión impidió que el líquido cayera sobre su cabeza, pero por desgracia para Conrad, uno de sus compañeros, la repulsión hizo que le cayera a él. Desde allí Ayumi no pudo seguir dictando la clase.
Ignorando el desastre frente a ella, Mikan sacó su libro y comenzó a leer.
En medio del caos Anna, Sumire y Nonoko se sentaron sobre sus mesas para poder ver a sus amigos que estaban detrás de ellas. Koko, Yuu y Kitsu dejaron sus asientos al otro lado del salón y se recostaron en la ventana junto a Natsume. Era su rutina. Cada vez que la clase comenzaba algo ellos solamente lo ignoraban y buscaban de que hablar; en un mundo como el de ellos, pese a ser limitado, siempre había de que hablar.
Un tiempo después cuando la profesora finalmente se había rendido a controlar la clase, Youichi volvió a mirar detrás de él por cuarta vez. Natsume frunció el ceño y levanto una ceja ante el extraño comportamiento del menor, pero este solo negó con la cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó Aoi, preocupada.
Siendo alguien más ninguno de los diez le habría dado importancia a la actitud de Youichi. Sin embargo, conociendo las constantes migrañas y los ataques de pánico que él a veces tenía todos estaban pendientes de las pequeñas señales que el joven de quince años mostraba. Cada uno de ellos había comenzado a protegerlo a su manera desde que lo conocieron meses después de que llegara a la academia. Y por esa misma razón las conversaciones de todos cesaron mientras esperaban su respuesta.
—Sí —dijo Youichi.
Inseguros los amigos lentamente regresaron a sus charlas sin despegar parte de su atención del quinceañero. Youichi contuvo el impulso de volverse a girar e intentó concentrarse en la conversación de su novia, sin embargo, un par de minutos después comenzó a mover la pierna con impaciencia y ansiedad, lo que alertó a todos.
—Tengo algo de hambre, ¿porque no vamos a comer algo? —dijo Anna pensando que quizás el aire fresco pudiera tranquilizar a Youichi.
Pero Youichi la ignoró y volvió a girarse. Preocupados todos siguieron su mirada solo para ver a Mikan leyendo; justo cuando Ruka estaba por presentarla pensando que lo que lo ponía nervioso era no saber quién era, Youichi se levantó rápidamente y sin decirles nada caminó hacia Mikan. Colocándose a su lado Youichi le arrebató el libro.
Frunciendo el ceño Mikan vio como él miraba el titulo por unos segundos antes de volver su atención a ella. Bufando Mikan se deslizó por la banca dándole suficiente campo para que él se acomodara; una vez que el joven se sentó junto a ella Mikan estiró su mano pidiéndole el libro. Él se lo entregó de inmediato.
—Había otras formas ¿sabes? —le dijo Mikan en un susurro.
Youichi sonrió.
—Pero entonces no habría obtenido alguna reacción.
Poniendo los ojos en blanco Mikan reanudó su lectura, y Youichi apoyó su cabeza en el hombro de ella aun sonriendo. Así había sido su relación desde pequeños. No necesitaban palabras para entenderse.
Apartando la mirada del libro de su hermana, Youichi notó las miradas asombradas de todos y su sonrisa disminuyó ligeramente. Aoi intentó acercarse a los dos, pero Youichi frunció el ceño al verla y ella se detuvo mirándolo confundida y herida.
Durante esos dos años ellos habían sido las únicas personas con quienes pasaba el tiempo y eran los más cercanos a él a excepción de Mikan, pero aún seguía aprendiendo a confiar en ellos. Además, su hermana se ponía nerviosa cerca de las personas y no quería que nadie arruinara ese momento entre ellos.
Como si sintiera su malestar y sus oscuros pensamientos Mikan apoyó su cabeza en la de él y le cogió la mano. Youichi cerró los ojos disfrutando de su cercanía. Ella siempre había sido así, constantemente lo acariciaba o abrazaba como si quisiera darle todo el amor que sus padres no les daban. Por eso le había dolido cuando tres años atrás luego de aquel incidente ella comenzó a alejarse, sus abrazos ya no eran tan seguidos y sus caricias eran ausentes. Sabía que las cosas nunca volverían a ser como antes, pero por ahora le gustaba imaginar que nada había sucedido y ella no había cambiado.
Las clases transcurrieron y él no se movió de allí, ni Mikan se lo pidió. Quizás era porque había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvieron juntos o tal vez, era porque la concentración de su hermana estaba en las clases, pero sea como sea le aliviaba estar junto a ella. Aunque su felicidad no había tardado mucho en disminuir debido a su creciente preocupación.
Estaba seguro que si su hermana apretaba el lápiz con un poco más de fuerza lo iba a romper. Sabía la razón de su actitud, pero no como ayudarla.
Cuando él ingresó en la academia también había estado atrasado en las clases debido a la cantidad de veces que había faltado al colegio. Sin embargo, podía entender un poco los temas porque la diferencia no era muy grande. Aoi y Natsume le habían explicado lo que le faltaba y desde entonces no había tenido problemas con las clases. Si es que asistía a ellas.
Pero la situación de Mikan era diferente. Ni una sola vez había estado en el colegio y los últimos temas que le habían "enseñado", si es que se le puede decir así, correspondían a los del último curso elemental. Conocía a su hermana y por eso sabía que jamás pediría ayuda. No por orgullosa sino porque le atemorizaba. Como muchas otras cosas Mikan tenía miedo de que le enseñaran.
Suspirando alejó su mirada de su hermana y la posó sobre sus amigos que escuchaban atentamente la clase. Natsume era el único que parecía estar distraído, pero Youichi sabía que si le hacían un examen ahora sacaría la mejor puntuación.
Quizás ellos pudieran enseñarle a Mikan como hicieron con él.
Tan pronto la idea apareció en su mente la descartó bufando. Mikan tendría un ataque si alguno de ellos se le acercaba demasiado, y su atención estaría más en sus movimientos que en lo que le digan.
El lápiz se rompió y Mikan suspiró. Enderezándose Youichi se giró a verla.
—¿Estás bien?
Ella asintió, pero no lo miró.
—La clase pronto terminará, ¿por qué no vamos a almorzar y luego te muestro la academia? Aun no la recorres ¿verdad?
Esta vez Mikan lo miró y Youichi no pudo evitar encogerse ante el vacío de su mirada. ¿Siempre había sido así?
—Aún falta media hora, You.
—Cinco o treinta minutos, ¿qué diferencia hay? —Cuando su hermana no se movió él suspiró—. Vamos, Mikan, si me quedo aquí un minuto más comenzaré a hiperventilar.
Los ojos de Mikan se suavizaron y la preocupación brilló en ellos. Unos segundos después Mikan había guardado todo en su morral y se colocaba de pie. Youichi se sentía un poco mal por la mentira, pero no sabía de qué otra forma convencerla. Sabía que ella haría lo que fuera por mantenerlo seguro, así que lo usó temiendo que ella fuera la que hiperventilara.
Después de todo si él no cuidaba de ella, ¿quién lo haría?
La noche cayó sobre la academia alice y los estudiantes esperaban emocionados que amaneciera. Algunos iban de un lado al otro por todo el campus preparando lo que les hacía falta para la visita de sus padres, otros hablaban con impaciencia sobre sus planes, los más pequeños daban vueltas en la cama sin poder dormir. A otros como a Youichi y Mikan no les podía importar menos y a algunos como Natsume simplemente les recordaba que sus vidas habían cambiado.
Natsume observó las estrellas a través de su ventana, admirando el brillo que producían en medio de la oscuridad.
A su madre le encantaba ver el cielo nocturno, decía que la relajaba, ya que le recordaba su pequeñez ante toda la creación. Natsume nunca lo entendió, a él le frustraba saber que era tan pequeño por que le recordaba que había muchas cosas fuera de su control. Cuando se lo había dicho a su madre años atrás, ella se había reído y con cariño le había besado la frente antes de decirle:
—Es por eso que ver tu pequeñez alivia el corazón. Porque si la aceptas con amor entenderás que lo que pase fuera de tu control no es tú culpa y vivirás más feliz. Mira —dijo Kaoru levantando la mirada hacia el cielo nocturno de aquella noche—, si el cielo no estuviera lleno de estrellas y la luna no brillara, la oscuridad que llenaría el mundo sería inmensa, pero Dios pensando en ello creó los luceros para alumbrar el camino. Así mismo sucede con la vida; a lo largo de ella encontrarás oscuridad y quizás esta te rodeé por completo, pero si tu corazón brilla como esas estrellas la oscuridad no te tocará. Y para que eso pase debes aceptar que no puedes controlar todo y dejar en manos de Dios el resto. Tu solo debes permanecer fiel al amor que hay en tu corazón.
A pesar de que no lo entendía por completo las palabras de su madre se habían quedado en su mente. ¿Si ella aun viviera estaría decepcionada de él?
Cerrando los ojos Natsume se apartó de la ventana y se dirigió a la cama. Mañana sería otro día.
