El sol se levantó en el horizonte anunciando el nuevo día que comenzaba y poco a poco el dormitorio de estudiantes se fue iluminando bajo su cálida luz, revelando la incipiente actividad que se producía en varias habitaciones.
Agotada Mikan se levantó y se dirigió rápidamente al baño incapaz de contener la bilis que subía por su garganta. Sus ojos le ardían debido al llanto de la noche anterior y su cabeza le palpitaba fuertemente ante el estrés de ese día. Levantándose temblorosamente se lavó los dientes y se metió en la ducha sin importarle que el agua estuviera fría. Un par de lágrimas se deslizaron por su mejilla y un gemido aterrado atravesó sus labios. Aquello era estúpido; el hombre ni siquiera había llegado y ella ya estaba temblando como una débil hoja ante el viento.
Suspirando salió de la ducha y terminó de arreglarse. Luego se dirigió a la cocina y comenzó a preparar una rápida ensalada con lo que tenía en la nevera. Pronto iba a tener que hacer compras y conseguir todo lo que le hacía falta, pero por ahora eso bastaría para complacer a Reiji aquel día. Cuando acabó de cocinar cogió los implementos de limpieza que le había pedido a su hermano el día anterior y comenzó a limpiar su apartamento. Las paredes de su habitación y el piso fueron los primeros, seguidos de los del baño, la cocina y la sala de estar. A mitad de su trabajo la herida de su brazo le comenzó a doler debido al esfuerzo, pero la ignoró y continuó limpiando. Todo debía estar impecable para cuando él llegara.
Cerca de las diez de la mañana un golpe sonó en su puerta, justo cuando terminaba de limpiar. Asustada miró la puerta por varios segundos antes de recoger todas las cosas y guardarlas rápidamente en el baño. Mirándose en el espejo se cogió nuevamente el cabello en una coleta alta y se dirigió a la puerta. Otro golpe sonó con más fuerza que el anterior y Mikan respiró profundo limpiándose las manos en su pantalón antes de abrir.
Unos fríos ojos grises la miraron de arriba abajo desde el otro lado del umbral. Tragando en seco, Mikan se hizo a un lado dejando al hombre pasar y con cuidado cerró la puerta detrás de él.
—¡¿Qué te tomó tanto tiempo?! ¿Acaso abrir una condenada puerta es demasiado trabajo para tu diminuto cerebro? —gruñó Reiji tan pronto entró en el apartamento.
Mikan se estremeció y bajó la mirada a sus pies.
—Pe-perdón —murmuró cerrando los ojos fuertemente ante el tartamudeo.
Reiji bufó molesto y se sentó en uno de los sofás de la sala, colocando los pies sobre la mesa de café frente a él. El ruido sobresaltó a Mikan que sin perder tiempo se dirigió a la cocina y sirvió agua en un vaso para luego llevárselo al hombre.
Sin mirarla el hombre tomó el vaso y bebió un gran sorbo mientras revisaba algo en su celular. Nerviosa Mikan permaneció junto a él en completo silencio hasta que su tutor se bebió toda el agua, luego agarró el vaso y lo llevó nuevamente a la cocina antes de volver a su lugar anterior mientras Reiji hablaba por teléfono.
El corazón de Mikan latía fuertemente contra su pecho acelerándose cada vez que él se movía para cambiar de posición. No sabía cuánto tiempo llevaba allí parada pero sus piernas comenzaban a debilitarse debido al cansancio. Estaba considerando romper las reglas e ir a la cocina a beber algo y descansar por unos minutos cuando Reiji pasó un brazo alrededor de su cadera acercándola a él. Su corazón se detuvo por unos momentos antes de volver a latir con más fuerza que antes. Respirando profundo Mikan cerró los ojos y contó hasta cien en su mente tratando de contener el escalofrío que recorrió su cuerpo. Insensible ante su malestar Reiji continuó la conversación por unos minutos más antes de desconectar la llamada y girarse a verla. La mano en su cadera se apretó dolorosamente, pero ella mantuvo la mirada en el suelo sin saber que esperar. Reiji era impredecible y temía que cualquier reacción suya pudiera despertar la bestia que habitaba en su interior.
—¿Tienes algo que contarme, Mikan? —preguntó Reiji con su habitual dureza y frialdad.
La mirada de Mikan voló hacía él con incertidumbre y nerviosismo.
—¿Se-Señor?
Reiji entrecerró los ojos y cambió el agarre que tenía sobre Mikan cogiéndola de la muñeca mientras se colocaba de pie.
—No me gusta que te hagas la sorda, mocosa.
Mikan se encogió en el lugar ahogando el gemido de dolor que intentaba salir de sus labios debido a la fuerza con que la apretaba.
—Yo n-n-no…
Asustada Mikan observó como Reiji levantaba su otra mano y la dirigía contra su mejilla. El impacto hizo que su cabeza girara, dejando un familiar ardor en su cara.
—Deja de tartamudear y responde la pregunta. ¿Tienes algo que contarme?
Mikan tragó saliva fuertemente.
—No, señor.
El pequeño alivio que le produjo poder hablar bien desapareció cuando se dio cuenta que la postura de Reiji era más tensa. Volviendo su mirada hacía él supo que su respuesta había sido errónea, rápidamente abrió la boca para disculparse, pero él habló primero.
—Entonces, ¿quieres explicar por qué tus estúpidos maestros han llamado a mi celular tres veces en las últimas dos semanas para hablar sobre tus falencias académicas?
Mikan se mordió el interior de su mejilla. Todo eso le pasaba por tonta, si nunca hubiera sido estúpida para los estudios Reiji no habría detenido su educación y ella no se habría atrasado tanto en las clases. Viendo que Reiji la miraba fijamente esperando una respuesta, Mikan intentó no tartamudear.
—Lo siento.
Reiji respiró profundo y agarró también la otra muñeca de Mikan haciéndola estremecerse por el dolor.
—No me interesa si asistes o no a clases, ni si haces los deberes —dijo Reiji mientras intentaba cerrar la distancia entre ellos obligando a Mikan a retroceder lo poco que podía sin lastimarse más las muñecas—. Tampoco si por tu estupidez terminas reprobando el año, pues hace mucho supe que no eres más que una mocosa inútil que no puede hacer nada bien. ¡Pero no traigas a mí tus insignificantes problemas!
La espalda de Mikan chocó con la pared de la puerta y sus ambarinos ojos se abrieron aterrorizados. Reiji hizo caso omiso al evidente miedo de la joven y aprovechando su tamaño y el control que tenía sobre ella, aprisionó sus manos sobre su cabeza y cerró por completo la distancia entre ellos.
Tragando saliva Mikan intentó ignorar la sensación del cuerpo de Reiji sobre el de ella y la nueva oleada de pánico y repulsión que la atravesó haciéndola temblar.
—Si vuelvo a recibir una llamada más. Una SOLA llamada más, tendré que asegurarme que tu pequeño cerebro recuerde lo que te he dicho —Reiji bajó su mirada recorriendo el cuerpo de Mikan por unos segundos antes de volver a mirar su rostro—. ¿Entendiste?
Mikan asintió con la cabeza y Reiji la observó por unos segundos más antes de soltarla y alejarse un par de pasos. Mikan cayó a sus pies temblando y mantuvo la mirada en el suelo.
—Espero mi comida en diez minutos. Y arréglate el peinado y la ropa; es verdad que eres una mujerzuela, pero no tienes que hacerlo tan evidente.
—En-enseguida, se-señor.
Satisfecho Reiji dio media vuelta y volvió a acomodarse en su asiento.
Aún temblorosa Mikan se levantó del suelo apoyándose en la pared y alisó las arrugas que había en su ropa antes de dirigirse al baño a limpiar su herida reabierta, cambiarse de camisa y peinarse cuidadosamente.
No podía equivocarse de nuevo. Ya era bastante malo que lo hubiera hecho una vez y terminara con moretones en las muñecas y cadera; si sucedía una vez más estaba segura que no podría ocultarle a su hermano ni a nadie sus heridas y vergüenza.
La mañana avanzaba plácidamente para muchos estudiantes que disfrutaban el día con sus padres. Ioran aprovechaba cada minuto que tenía para estar con sus hijos, escuchando atentamente los relatos de Aoi y sonriendo ante las caras de Natsume cuando algo que decía su hermana no le parecía.
Cerca de las diez de la mañana Ruka junto a su madre se unieron a ellos y entre todos prepararon un picnic en el lago. Youichi era el único que parecía no disfrutar aquella reunión. A nadie le pasó desapercibido su actitud distante y cerrada; varias veces habían intentado integrarlo a las conversaciones y bromas, pero él solo respondía con una o dos palabras antes de volver a guardar silencio. Aun así, Ioran continuaba integrando al muchacho en lo que hacían.
Sin embargo, la mente de Youichi estaba en otro lugar. No podía dejar de pensar en su hermana y lo ocurrido el día anterior. Sabía que debía estar con ella, asegurándose que estuviera bien y apoyándola en lo que necesitara, pero Mikan había insistido tanto que la dejara ese día sola que Youichi temió que su presencia pudiera provocar el efecto contrario y desencadenara un ataque de pánico o algún recuerdo, así que de mala gana accedió a su petición. Pero entre más tiempo pasaba, más se arrepentía de su decisión, especialmente cuando el nudo que sentía en su pecho desde que se levantó comenzó a apretarse hace una hora.
Suspirando se pasó una mano por el cabello con frustración antes de servirse un vaso de jugo.
La mamá de Ruka, Naomi, estaba contando la historia de su último viaje a Australia cuando un escalofrío recorrió el cuerpo de Youichi y la presión de su pecho se volvió dolorosa. La oleada de pánico que le siguió lo sorprendió tanto que soltó el vaso que tenía en la mano, salpicando de jugo a Ruka que estaba sentado junto a él.
Desconcertados la mirada de todos se centró en el quinceañero que comenzaba a temblar. La respiración de Youichi se aceleró y la temperatura de su cuerpo descendió rápidamente. Cerrando los ojos Youichi escuchó vagamente a Ruka responder las preguntas preocupadas de Ioran y Naomi, mientras Natsume y Aoi intentaban tranquilizarlo. Respiró profundo varias veces tratando de comprender lo que estaba sucediendo, y finalmente luego de varios minutos logró que el ataque disminuyera un poco. Fue entonces cuando comprendió lo que su cuerpo e instinto llevaban diciéndole. Asustado abrió los ojos y se colocó de pie en un salto antes de comenzar a correr por el bosque ignorando las llamadas de los demás.
Los dormitorios estaban a veinte minutos de donde se encontraba y por primera vez desde que llegó a la academia Youichi odió lo grande que era. Regulando su respiración hizo uso de la adrenalina que corría por su cuerpo para aumentar su velocidad y oró en su mente para que no fuera demasiado tarde. Finalmente, luego de diez minutos llegó a los dormitorios y sin importarle lo que podían pensar los demás subió las escaleras de dos en dos hasta llegar al quinto piso. Su corazón latía frenéticamente y el miedo amenazaba con paralizarlo, sin embargo, ignoró sus sentimientos y trató de enfriar su cabeza mientras caminaba a grandes pasos hacia la habitación de su hermana. Respirando profundo golpeó la puerta tres veces y esperó unos momentos; cuando nada sucedió volvió a tocar con más urgencia.
—Mikan, ábreme.
Nuevamente nada sucedió y el pánico desestabilizó a Youichi por unos segundos. El sonido de pasos apresurados hizo que recuperara su compostura y volviera su atención hacia la escalera, al ver que solo era Natsume volvió a tocar la puerta y murmuró algo entre dientes cuando su hermana no le abrió. Apartándose un par de pasos tomó impulso y pateó la puerta para abrirla, la madera cedió, pero no se abrió por lo que volvió a intentarlo. Esta vez la puerta se abrió y golpeó fuertemente la pared. Sin saber que esperar Youichi respiró profundo y dio un paso adelante antes de ser detenido por la mano de Natsume en su hombro. Enojado Youichi se volvió hacia él.
—¡Suéltame! —gruñó.
—No hasta que me digas que sucede.
—¡No tengo tiempo para esto! –gritó Youichi rechinando los dientes, y antes de que Natsume pudiera reaccionar el puño del joven impactó contra el estómago del pelinegro.
Sorprendido Natsume se dobló por el dolor y soltó el agarre que tenía sobre Youichi. Sin perder tiempo el quinceañero entró en el apartamento de su hermana y recorrió el lugar, buscándola frenéticamente. Natsume estaba a pocos pasos detrás de él.
El apartamento estaba en perfecto estado; un par de platos estaban en el platillero, pero aparte de eso todo estaba ordenado y limpio, la cama estaba tendida y el escritorio desocupado. Justo cuando Youichi pensaba que su hermana estaba en otro lugar y comenzaba a desesperarse escuchó el ruido del agua provenir del baño.
Dándose cuenta de lo mismo Natsume miró a Youichi presintiendo que él también planeaba revisar esa habitación.
—Ella está bien, Youichi. Deja que termine de bañarse y esperémosla en la sala.
El quinceañero lo miró por unos momentos dudando, antes de decidir ignorarlo y seguir su instinto. Suspirando temblorosamente colocó la mano en el pomo de la puerta y probó si estaba cerrada. La perilla giró en su mano.
—¿Mikan? —dijo suavemente mientras abría por completo la puerta.
El escenario que lo recibió hizo que se detuviera en seco y maldijera entre dientes. Extrañado por su reacción Natsume se acercó y abrió los ojos con sorpresa al ver el desastre del lugar. El suelo estaba lleno de fragmentos de vidrio, las llaves del lavamanos y bañera estaban abiertas y el agua comenzaba a desbordarse empapando el piso del baño; el gabinete de la pared estaba torcido y su contenido estaba regado por todo el lugar, un par de zapatos estaban tirados junto a la entrada y el cristal de la puerta de la ducha estaba cuarteado y manchado de sangre.
Respirando temblorosamente Youichi entró con cuidado y corrió la puerta de la ducha observando con tristeza la figura de su hermana. Mikan estaba sentada en una esquina abrazando sus rodillas con la cabeza apoyada en la pared mientras el agua caía sobre ella ensopando la ropa que aún tenía puesta. Suspirando Youichi cerró la llave y se arrodillo frente a ella.
—Mikan…
La mirada ausente de su hermana se volvió hacia él, pero Youichi no estaba seguro de que ella estuviera viéndolo. Apretando la mandíbula cerró los ojos por unos segundos antes de volver a abrirlos y recorrer con la mirada el cuerpo de su hermana en busca de heridas. Las manos de Mikan sangraban por los cortes que se había hecho al romper el espejo y golpear el gabinete, la herida de su brazo estaba sangrando y el agua bajo sus pies descalzos estaba teñida de rojo, no obstante, fue el moretón en la mejilla de Mikan lo que enfureció a Youichi y lo obligó a respirar profundo para controlar su enojo. Cuando estuvo seguro de que no iba a asustarla se levantó.
—Ven Mikan, hay que revisar esos cortes y cambiarte de ropa antes de que te enfermes —le dijo Youichi con suavidad mientras la alzaba con cuidado. El hecho de que su hermana no hubiera protestado, ni se hubiera tensado o encogido ante su toque le confirmaba a Youichi que su mente no estaba realmente allí.
Saliendo de la ducha con Mikan en sus brazos, Youichi vio a Natsume recoger los objetos tirados por el suelo, y notó que su amigo ya había cerrado las llaves y enderezado el gabinete. Exhalando pesadamente Youichi sentó a Mikan sobre el retrete y cogió una toalla del mueble del lavabo antes de envolverle con cuidado el cabello. La mirada carmesí de Natsume se dirigió a los dos hermanos por unos segundos antes de levantarse y colocar todos los objetos dentro del gabinete, entonces se giró y observó con atención como Youichi cogía una toalla más grande y la colocaba alrededor del cuerpo inmóvil de Mikan. No pudo evitar estremecerse ante la perturbadora visión. En esos momentos la joven le recordaba demasiado a la muñeca de cristal que Aoi había tenido cuando era pequeña y que por accidente él había roto.
Sin saber que estaba sucediendo o que podía hacer, Natsume siguió a Youichi al dormitorio si dejar de observar a Mikan. El murmullo de voces proveniente del corredor llamó la atención de los dos, quienes dirigieron la mirada a la entrada de la habitación.
—Cuida de ella, yo me encargo de esto —dijo Natsume mirando a Youichi antes de dirigirse hacia la puerta del dormitorio. Justo cuando estaba por salir la voz de Youichi lo detuvo.
—Natsume —llamó el quinceañero. El pelinegro se giró para verlo—, gracias. Y… lamento el golpe.
Asintiendo Natsume salió de la habitación cerrando la puerta tras él y se dirigió a la entrada del apartamento mientras Youichi acostaba a Mikan en la cama y comenzaba a cambiarla de ropa.
Natsume solo había llegado más allá de la cocina cuando vio entrar a las cuatro personas. Todos estaban rojos debido a la carrera y respiraban agitadamente, Naomi parecía estar a punto de desmayarse y su hermana no estaba en mejores condiciones. Agotado Ioran se apoyó contra el marco de la puerta tratando de regular su respiración mientras Ruka se dobló por la mitad, colocando sus manos en sus rodillas, respirando profundamente por la boca.
—Jamás… volveré a… correr… con tacones —dijo Naomi entre jadeos. Luego se dirigió hacia el centro de la sala y se dejó caer sobre el sofá respirando entrecortadamente.
Negando con la cabeza Natsume entró en la cocina y revisó los gabinetes en busca de vasos, cuando los encontró los llenó de agua y los colocó en una bandeja; luego los repartió entre todos sonriendo. No podía evitar divertirse ante el mal físico de ellos.
Agradecidos todos tomaron un vaso y comenzaron a beber mientras Natsume esperaba que recuperaran el aliento y algo de fuerzas. Su padre fue el primero en reponerse de la carrera, y alejándose de la puerta miró a Natsume con el ceño fruncido.
—¿Y Youichi?
La sonrisa de Natsume desapareció.
—En el cuarto.
Levantándose de la silla donde estaba sentada, su hermanita comenzó a caminar hacia el dormitorio, pero él le bloqueó el paso haciendo que Aoi frunciera el ceño.
—Déjalo solo, Aoi.
—Él me necesita, nos necesita —exclamó molesta Aoi sin entender el cambio de actitud de su hermano—. Tú estabas ahí, viste su ataque de pánico y lo alterado que estaba, sabes lo que puede pasar si vuelve a tener otro. ¡No puedo dejarlo solo!
La imagen de Youichi cargando a Mikan destelló por la mente de Natsume y sus facciones se endurecieron.
—Déjalo. Solo.
Apretando los labios Aoi miró a su hermano por unos momentos antes de intentar pasar junto a él, pero Natsume la cogió de la mano. No sabía lo que estaba sucediendo, pero estaba seguro que si él estuviera en la situación de Youichi lo último que querría es que alguien se entrometiera en sus asuntos en un momento como ese. Aoi gruñó enojada.
—Natsume, ¿qué tal si nos cuentas que sucedió y luego decidimos si lo dejamos solo o no?
Natsume miró a su padre y negó con la cabeza rechazando la idea. Si bien no estaba obligado a guardar silencio, sabía que lo que estaba sucediendo era algo personal para los hermanos y no le parecía correcto compartir lo que había visto sin conocer la historia completa. Se estaban adentrando en los secretos de ellos, y no estaba seguro de que alguno de los hermanos apreciara eso.
—¡Sin importar que haya sucedido no podemos dejarlo solo! —exclamó Aoi enojada.
—Estoy de acuerdo con la pequeña Aoi —dijo Naomi acercándose a ellos—. Nadie debería estar solo en ese estado sin importar la situación.
Natsume negó nuevamente con la cabeza.
—¡¿Porque estás siendo tan obstinado en este momento?! —gritó Aoi frustrada.
Natsume entrecerró los ojos en ella, pero guardó silencio, por lo que Aoi intentó decir algo más, pero fue interrumpida por la apertura de una puerta al final del pasillo y la aparición de Youichi.
—En estos momentos no me importa lo que hagan, pero ¡cállense! —gruñó Youichi antes de volver a entrar en el dormitorio.
Desconcertados todos se miraron entre sí. Entonces Aoi se zafó del agarre de su hermano y entró en el dormitorio siendo seguida por Natsume, su padre, Naomi y Ruka.
Youichi estaba arrodillado a los pies de la cama con un botiquín abierto junto a él y con cuidado extraía los fragmentos de vidrio que se habían clavado en los pies de su hermana. Mikan estaba sobre las cobijas con los ojos cerrados, y completamente inmóvil.
—¿Se durmió? —preguntó Natsume extrañado debido al poco tiempo que había pasado desde que vio la expresión vacía de Mikan mientras Youichi la cargaba.
El quinceañero negó con la cabeza.
—La sedé.
Asintiendo Natsume miró a Mikan notando por primera vez el moretón en su mejilla y los cortes de sus manos.
—¿Qué sucedió? —preguntó Ioran acercándose a la cama.
Youichi guardó silencio y comenzó a tratar los cortes, no obstante parte de su atención se encontraba en el hombre junto a su hermana. Preocupado Ioran estiró la mano para tocar el brazo de Mikan y Youichi saltó de donde estaba y agarró la muñeca de Ioran.
—No la toques —gruñó.
Perplejo Ioran miró a Youichi notando el furioso brillo en sus ojos y lo tenso que estaba. Asintiendo se alejó lentamente de la cama. Sabía reconocer los límites de una persona y gracias a su hijo Natsume aprendió a distinguir que tan lejos llegaba la protección de alguien, y en esos momentos Youichi no dudaría en hacerle daño por proteger a Mikan, sin importar que él no fuera a lastimarla.
Satisfecho Youichi lo soltó y volvió a su labor de antes. Unos minutos después un silbido hizo que su mirada se dirigiera a Ruka que estaba parado en la puerta del baño, contemplando el desastre que había.
—¿Quieres ayuda con eso? —preguntó el rubio sin dejar de mirar los fragmentos de vidrio.
El quinceañero lo pensó por unos momentos antes de asentir.
—Dalo por hecho —dijo Ruka volviéndose a verlo—. Aoi, ¿puedes buscar una escoba y un trapero, por favor? ¿Y tú unos baldes, mamá?
Naomi miró a la joven castaña por unos segundos más antes de volverse a su hijo y sonreírle levemente.
—Por supuesto.
—Mientras tanto yo iré a preparar algo de chocolate caliente —dijo Ioran con suavidad—. Les hará bien a los dos.
Ambos padres salieron de la habitación, seguidos de una reacia Aoi.
El tiempo pasó mientras Youichi terminaba de curar los cortes de su hermana y coser la herida de su brazo. Natsume y Ruka limpiaron y organizaron el baño en ese tiempo, mientras que Ioran preparaba el chocolate y Naomi algo de comer para cuando Mikan despertara. A petición de su padre Aoi permaneció fuera de la habitación ayudando en la cocina o a su hermano a vaciar los baldes llenos de agua por el balcón. Cuando todo estuvo listo fue Naomi la que sugirió dejar a los dos hermanos solos, a lo que accedieron Ioran y Ruka y entre los tres convencieron a Aoi de marcharse del lugar. Natsume por otro lado permaneció en la cocina, recostado contra el mesón y la mirada fija en el blanco techo mientras pensaba.
Estaba confundido, frustrado y molesto de contenerse con los hermanos. Durante dos años había dejado en paz a Youichi pensando que el joven no apreciaría si forzadamente se metía en su vida y secretos, y durante dos semanas se había alejado de Mikan creyendo que su intromisión empeoraría las cosas para ambos. Sin embargo, era evidente que la vida de ella continuaba empeorando sin él presente, y que Youichi jamás pediría ayuda o sí lo hacía podría ser cuando fuera tarde. En cuanto a él, su vida venía empeorando desde hace tiempo y ni siquiera sabía de la existencia de Mikan. ¿Acaso no daba lo mismo? A ese ritmo no tendría nada que perder si decidía ayudar, en cambio si no lo hacía y algo iba mal sería una cosa más que se sumaría a la culpa que ya cargaba. Además, ¿qué él mismo no había pedido que alguien lo ayudara hace varios días? Ciertamente jamás recibiría ayuda si todos se preocuparan solamente por sus problemas y pensaran de manera similar a como él venía haciendo. Suspirando se frotó la cara con cansancio y dirigió su mirada a la puerta de la cocina. Luego de unos momentos sirvió un poco de chocolate en un pocillo y se encaminó al dormitorio.
Youichi estaba sentado en la cama con los brazos apoyados en sus piernas y la cabeza agachada. Natsume tocó levemente la puerta y se acercó al joven.
Youichi frunció el ceño al verlo.
—¿Qué haces aquí? Pensé que te habías marchado con los demás.
Natsume se encogió de hombros y le extendió el pocillo de chocolate. Agradeciéndole Youichi tomó la taza y la acunó entre sus frías manos, disfrutando el aroma que desprendía.
Varios minutos pasaron en silencio hasta que Natsume finalmente lo rompió.
—Sabes lo que le sucedió, ¿verdad? Fue por eso que te asustaste, ¿no?
Youichi negó con la cabeza, pero no dijo nada. Suspirando Natsume se apoyó contra el ventanal del cuarto y miró las nubes flotar en el cielo azul.
—Hace dos días dijiste que no me dejarías entrar hasta que no supiera con seguridad que era lo que quería. Pues bien, ya lo sé.
Youichi miró a su amigo quien le devolvió la mirada con seriedad.
—¿Por qué ahora?
—¿Por qué no? —preguntó Natsume—. Es un buen momento para empezar.
Suspirando Youichi se giró para ver a Mikan y con suavidad apartó un mechón de cabello de su rostro.
—No lo sé, Natsume. No es tan fácil. Mikan es todo lo que tengo, y no quiero arriesgarla de ninguna manera.
—No la estás arriesgando —dijo Natsume con seguridad—, solo estás confiando en alguien más para ayudarte a protegerla. No puedes hacer todo solo y lo sabes. ¿Qué pasara cuando estés en una misión y ella te necesite?
Youichi cerró los ojos, sabiendo que tenía razón en algo. Había estado pensando en eso mismo la noche anterior y nunca consiguió una respuesta. Volviendo abrir los ojos acarició suavemente la mejilla amoratada de Mikan por unos segundos para luego volverse a mirar al pelinegro.
—Respóndeme algo, Natsume. ¿Qué harás cuando sepas lo que buscas y te des cuenta de que es más complicado de lo que piensas?
Natsume miró un minuto a la joven al lado de su amigo antes de volver a mirar a Youichi.
—Vi la oscuridad en sus ojos el día que llegó, de la misma manera que la vi en los tuyos cuando te conocí. Sé que lo que sea que esconden no es algo pequeño y aun así aquí me tienes. Jamás he huido de un problema y nunca te dejé solo cuando me necesitaste, no está en mi personalidad abandonar a alguien que me necesita.
Youichi asintió reconociendo la verdad de sus palabras.
—Si vas a involucrarte quiero que me prometas algo. Eres un hombre de palabra y por eso la quiero —Natsume asintió—. Prométeme qué todo lo que descubras lo mantendrás en secreto, y que siempre que estés cerca de ella controlarás tu temperamento. Mikan se asusta con facilidad y no te quiero echando sal a las heridas abiertas de mi hermana.
Natsume frunció el ceño y miró a la joven dormida.
—Lo intentaré —El quinceañero frunció el ceño y Natsume se explicó—: no puedo asegurarte de que siempre me controle. No funciona de esa manera.
Youichi miró por unos momentos más a su amigo antes de acceder a dejarlo entrar. Entonces tomó un sorbo del chocolate ahora tibio y fijó su mirada en la ventana frente a él.
—La razón por la que me asuste no fue por saber lo que pasaba, sino por un presentimiento que tenía —dijo Youichi desconcertando a Natsume por unos segundos debido al cambio en la conversación—. Ella y yo tenemos un vínculo especial. No siempre sucede, pero puedo sentir cuando algo está realmente mal con ella, a veces pasa cuando está en problemas, otras cuando se encuentra en uno de sus estados. Mikan siempre dijo que yo tenía alguna clase de sexto sentido para esas cosas, pero yo creo que es debido al ambiente en que se formó nuestra relación —La mirada de Youichi viajó hasta el moretón en la mejilla de Mikan e instintivamente apretó la taza al verlo—. No sé quién hizo esto, pero sí que tuvo la culpa del estado en que la encontramos. Mikan tiene distintas maneras de reaccionar al miedo y a las situaciones que lo desencadenan; es la forma en que su mente se defiende y lidia con las cosas.
Natsume frunció el ceño y observó las marcas que había en las muñecas de Mikan. No era difícil ver que alguien la había agarrado lo suficientemente fuerte para dejar un moretón en cada una de ellas.
—¿Lo de ayer…?
Youichi asintió.
—Es otra de sus formas.
Natsume volvió su mirada al quinceañero y preguntó lo que más le preocupaba.
—¿Desde cuándo?
La expresión de Youichi se ensombreció y el fuerte agarre que tenía en la taza se apretó aún más.
—Desde que éramos niños, pero todo empeoró hace tres años.
—¿Por qué? ¿Qué pasó para que necesite defenderse así?
Youichi alzó la mirada hacia él y por primera vez Natsume vio el tormento que había en sus ojos.
—¿Alguna vez has conocido a una familia anti-alice?
