Normalmente la cantidad de voces y ruidos que hay en ciudad alice molestarían enormemente a Youichi, pero en esos momentos era justo lo que necesitaba para mantener su mente ocupada y alejada de los sucesos del día anterior y las pesadillas que le siguieron.
Varios estudiantes recorrían las empedradas calles de la pequeña ciudad del campus hablando animadamente con su grupo de amigos de la misma forma que Anna y Sumire charlaban en ese momento.
Había sido idea de su novia hacer ese pequeño viaje. Aoi era de las que creían que cualquier situación difícil podía solucionarse si tenías amigos con quien compartir, por lo que ella esperaba que aquella salida lo ayudara a hablar y lidiar con lo sucedido. No lo hacía, pero ciertamente cumplía muy bien la función de entretenerlo.
—Estaba pensando —comenzó Nonko llamando la atención de todos. La joven iba caminando de espaldas para poder ver a todos sus amigos—, podríamos ir al karaoke luego de almorzar. Hace meses que no vamos.
Koko se quejó audiblemente.
—No creo que sea buena idea, es fin de semana y lo más probable es que no haya salas disponibles —razonó Anna—. Más bien, porque no pedimos el almuerzo para llevar y comemos en el parque de cerezos, normalmente allí hay una que otra actividad.
Mientras sus amigos discutían que hacer Youichi volvió su atención a las personas a su alrededor. Una mujer rubia caminaba distraídamente mientras hablaba por el celular, dos niños corrían por las calles riendo y haciéndoles señas a sus padres para que se apresuraran, una pareja miraba la vitrina de una tienda mientras se abrazaban, y varios chicos entraban en la tienda de videojuegos. Tres jóvenes universitarios salieron riendo de la tienda junto a él y la mirada de Youichi se posó inmediatamente en ellos, observándolos en silencio hasta que los perdió de vista en una esquina.
—Entonces está decidido —la alegre voz de Aoi volvió su atención a ellos—. Vamos a pedir los almuerzos y a escoger un lugar en el parque.
Metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón Youichi comenzó a caminar detrás de su animado grupo de amigos sin decir una palabra, no obstante, la mano de Natsume en su hombro lo detuvo. Frunciendo el ceño se volteó a ver al pelinegro.
Natsume le dio una rápida mirada a su grupo de amigos y al ver que ya se habían adelantado un poco soltó el hombro del quinceañero y comenzó a caminar despacio. Youichi igualó su paso.
—¿Cómo está tu hermana?
Youichi apretó los labios hasta formar una delgada línea, y se encogió de hombros restándole importancia al tema.
—Está bien.
Natsume lo miró de reojo.
—¿Y tú?
El quinceañero levanto un hombro y guardo silencio.
—Hace unos años en un ataque de Z a la academia, Aoi se perdió en el bosque sur. Estuvo allí hasta que las cosas se calmaron y por fin pude encontrarla, tenía un par de cortes y heridas por caerse, nada grave. Aun así, estaba furioso, sabía que solo fue suerte que no la encontraran.
Youichi miró a Natsume y suspiró exasperado.
—¿Qué quieres que te diga? No estoy acostumbrado a hablar con alguien de esto, ni estoy seguro de que me guste hacerlo. Hablar significa pensar en ello y eso a su vez significa recordar y nada bueno viene cuando recuerdo. Trae demasiados problemas.
Esta vez fue el turno de Natsume de encogerse de hombros.
—Hay veces en las que hablar con alguien ayuda a superar y olvidar lo que pasó.
—De ser así, ¿porque no sigues tu propio consejo? —preguntó Youichi entre dientes. Natsume abrió los ojos por unos segundos antes de recomponer su expresión.
—¿A qué te refieres?
—No eres el único que puede ver las sombras de otras personas, Natsume —dijo Youichi con irritación—. Cuando creces de la forma en que mi hermana y yo lo hicimos es muy fácil ver la oscuridad de los demás.
La expresión de Natsume se ensombreció y sin decir una palabra más el pelinegro apresuró su paso dejando atrás al quinceañero y al resto de sus amigos.
Youichi apretó la mandíbula. No había sido su intención ponerse a la defensiva, pero con todo lo que estaba sucediendo no pudo evitar caer en sus viejos hábitos.
Mikan no había planeado ir a la ciudad tan pronto y menos a esa hora de la tarde cuando había más ruido y más personas, pero la soledad de su habitación era el último lugar en el que quería estar en esos momentos.
Respirando profundo se bajó del autobús y observó con cierta inquietud y malestar el tumulto alrededor de ella. Las personas se conglomeraban a su alrededor hablando y riendo mientras iban de una tienda a otra, algunos eran estudiantes a juzgar por los carnets que colgaban de sus cuellos, pero ella sabía que otros eran alices de distintas partes del país y del mundo. Según le había explicado Narumi la semana antes de que comenzara a estudiar, aquella ciudad era uno de los pocos lugares que era totalmente administrado por alices y por ende su mercancía era especial y cualquier usuario alice podía viajar allí por medio de portales, aunque el profesor también le había asegurado que no podían pasar más allá de los límites de la ciudad debido a la barrera protectora. En otras palabras, nadie podía ver ni ingresar a la academia a excepción de los que vivían en ella. No obstante, ese conocimiento no lograba tranquilizarla.
Suspirando guardó sus manos en los bolsillos de su chaqueta y comenzó a caminar por las calles intentando no rozar a nadie. Sería mejor si terminaba pronto lo que había ido a hacer.
Su primera parada fue diez minutos después de llegar cuando encontró una librería. El lugar era cálido y agradable, un suave aroma a pino flotaba en el aire y el piso de madera resplandecía bajo la suela de sus tenis, varias mesas estaban ubicadas aquí y allá creando la sensación de ser un lugar pequeño en el área de lectura, pero las estanterías estaban divididas entre sí con pequeñas palmas dando un amplio espacio para caminar y mirar los libros.
Sin devolver el saludo del empleado Mikan se dirigió inmediatamente a la sección de romance y comenzó a revisar los libros que había allí. Cuando encontró varios que le llamaron la atención los agarró y se dirigió a la sección de fantasía juvenil buscando una saga especifica. Luego de unos minutos la encontró y añadió a su lista de compras antes de escoger otro par de libros y dirigirse a la caja. La cajera le sonrió amablemente, pero ella evitó su mirada y fingió observar el folleto del estante para evitar una conversación. Cuando fue el momento de pagar simplemente le extendió la tarjeta que la academia le había dado sin dejar de hojear la información frente a ella. Finalmente, con un leve asentimiento de cabeza recogió su tarjeta y las compras y se marchó del lugar.
Sus próximas paradas fueron en la tienda de comestibles, la farmacia, la tienda de aseo y un par de tiendas de ropa donde consiguió un par de sudaderas holgadas y camisetas manga larga negras para usar en los entrenamientos. Para el final de sus compras le dolía la cabeza, el cuerpo y estaba agotada. Además, quería llorar, durante las últimas dos horas había tenido que esforzarse para hablar con los empleados y conseguir lo que necesitaba, las personas la habían empujado repetidas veces mientras caminaba y en varias ocasiones las carcajadas y gritos de alguien la habían sobresaltado tanto que se había congelado en el lugar. Solo quería volver a la academia y encontrar un lugar donde pudiera descansar tranquila por unos minutos, no obstante, faltaba media hora para que el bus de la academia hiciera su parada en la ciudad.
Agobiada apretó el agarre sobre sus bolsas de compra y caminó por las calles esquivando a la multitud. Sin saber muy bien cómo, llegó a una apartada calle de la ciudad con solo un edificio en ella. Era una pequeña iglesia con portones amplios y un campanario; varios rosales en flor, ubicados a la entrada del lugar, llenaban el aire con un dulce aroma.
Suspirando con alivio ante la calma del lugar se dirigió a la entrada de la iglesia alejándose cada vez más del ruido de la ciudad y se sentó en los escalones frente a la puerta. Una suave melodía se podía escuchar desde el interior. Mikan cerró los ojos disfrutando de las dulces voces y del armónico sonido del piano dispuesta a pasar allí el tiempo que le quedaba.
La tarde cayó rápidamente sobre toda la academia, dando por terminada muchas de las actividades estudiantiles. Varios grupos de amigos se dirigían contentos a las zonas de recreación o sus lugares favoritos a disfrutar de las últimas horas del día, sin embargo, ese no era el caso para Ruka y sus amigos quienes entraban en el edificio de los dormitorios discutiendo acaloradamente entre ellos.
Aoi parecía particularmente molesta cuando abrió la puerta del dormitorio de su novio y entró a grandes pasos en la sala de estar.
—Sin importar la razón, lo que hicieron fue estúpido e innecesario —recalcó Sumire siguiendo a la quinceañera por unos momentos antes de voltearse a ver a los demás que entraban en la habitación—. Si Hotaru no hubiera detenido la pelea en el momento preciso quizás y no estuvieran aquí parados.
Koko rodó los ojos ante el dramatismo de su novia.
—Nada habría pasado, Sumi. Estaba bajo control.
Hotaru bufó fuertemente y se dirigió a la cocina a tomar un vaso de agua y a calmarse un poco.
—Desde donde yo estaba ese no parecía ser el caso —declaró Nonoko moviendo rápidamente el pie desde su lugar junto al sofá—, por lo que pude ver esos hombres les estaban dando una paliza, aun con Natsume en la pelea. Y a juzgar por el estado actual de ustedes diría que estaban a un paso de perder seriamente.
Esta vez fue Kitsu quien bufó con exasperación aun cuando sabía que ella tenía razón. Si Hotaru no hubiera intervenido usando una de sus invenciones para separar los dos bandos ellos habrían terminado muy lastimados. Por suerte eso no había sucedido y él solo resultó con un labio roto y un par de costillas magulladas, cosa que no se podía decir de Youichi.
El quinceañero e iniciador de la pelea había terminado con un ojo morado, un corte en la mejilla, un labio roto, una nariz sangrante y a juzgar por el cuidado con que se movía un par de moretones en el torso. Aun así, considerando la situación salió muy bien parado.
—Entonces es una suerte que eso no sucedió —dijo Yuu mientras cerraba la puerta detrás de él.
Frustrada Anna alzó las manos al cielo y se dejó caer en el sofá junto a Aoi.
—¡¿En qué rayos estaban pensando?!
—Es sencillo —dijo Ruka masajeándose el hombro—. Youichi necesitaba ayuda así que ayudamos.
Aoi apretó aún más los labios mientras dirigía su mirada acusadora a su novio. Sin embargo, no pudo mantenerla mucho tiempo al ver el estado que se encontraba.
—¿Tú en que estabas pensando? —preguntó con más suavidad de la que intentaba—. Meterte en una pelea con esos hombres… ¿Por qué, Youichi?
Youichi guardó silencio mientras continuaba apretando el pañuelo de Aoi contra su nariz y se sentaba en uno de los sillones libres. Aún estaba enojado, la pelea no había disminuido demasiado la rabia que siempre ardía en su interior.
Un pesado silencio cayó sobre el dormitorio mientras todos esperaban la respuesta del quinceañero. Pero Youichi no tenía intención de responder, no podía decirles que desde su conversación con Natsume había sido incapaz de olvidar la visión de su hermana en el baño o de alejar permanentemente los recuerdos que eso traía, tampoco que se sentía tan frustrado y enojado que buscaba cualquier excusa para desahogarse con alguien. El hecho de que aquellos hombres estuvieran insultando a una mujer solo fue el incentivo perfecto que había estado esperando todo ese tiempo.
La puerta de entrada se abrió de repente resonando levemente en el silencio del lugar. Diez pares de ojos se dirigieron inmediatamente a la recién llegada, pero a Mikan solo podía importarle la visión frente a ella. Gracias a su posición de espaldas al ventanal Youichi quedaba justo enfrente de la puerta y por ende la primera y única cosa que vio por unos segundos fue el magullado rostro de su hermano, seguido de sus compañeros ubicados alrededor de él. Sin darse cuenta la bolsa de comestibles que había traído para su hermano se resbaló de sus dedos y cayó al suelo derramando todo su contenido en el interior del apartamento.
Cerrando su ojo bueno Youichi maldijo entre dientes antes de mirar suavemente a su hermana que comenzaba a temblar.
—No es lo que crees…
La suave voz de Youichi la sacó de su asombro y la puso en movimiento. En segundos estuvo frente a él observando los cortes y moretones de su cara, un nudo se apretó en su pecho al ver el pañuelo manchado de sangre y el pánico se instaló en su cuerpo dejándola fría e inestable. Aun así, con un par de respiraciones profundas se las arregló para contener su miedo lo suficiente para poder examinarlo con más cuidado.
Arrodillándose lentamente frente a él, colocó una de sus temblorosas manos alrededor de su rostro mientras con la otra apartó suavemente la mano de Youichi de su nariz para poder palpar suavemente el hueso en busca de fracturas.
—Estoy bien, Miki.
La mirada de su hermana se encontró por unos segundos con la de él antes de volver a centrarse en la zona que estaba revisando. Youichi apretó los puños odiando ver las lágrimas contenidas de Mikan y el miedo en su mirada. Deseando apaciguarla de algún modo, se apresuró a explicar.
—Me metí en una pelea con unos tipos de Ciudad Alice. No fue nada serio, estoy bien.
Mikan detuvo su exploración por unos segundos antes de seguir revisando el pómulo y la mandíbula de su hermano. Cuando estuvo segura de que no tenía nada roto se alejó lo suficiente para verlo.
—¿Por qué?
La plateada mirada de Youichi viajó hasta su mejilla maquillada e inmediatamente Mikan vio como apretaba su mandíbula y un familiar fuego ardía en sus ojos. Esa era toda la respuesta que necesitaba. Suspirando con pesadez acarició suavemente la cabeza de su hermano de la misma forma que hacía cuando eran niños.
—Tienes que encontrar otra forma de desahogarte.
—Lo sé.
Suspirando nuevamente Mikan negó con la cabeza y se concentró en reanudar su inspección. Levantando levemente la camisa de su hermano Mikan buscó alguna herida y cerró los ojos al ver los moretones que comenzaban a formarse. Mordiéndose el labio para no llorar soltó la tela y se colocó de pie.
—¿Botiquín?
—Hay uno en mi habitación y otro en el baño.
Asintiendo Mikan se dirigió al baño intentando ignorar la presencia de los demás en la habitación. En esos momentos nada importaba más que su hermano.
Youichi observó a Mikan desaparecer por el pasillo y maldijo nuevamente, esta vez lo suficientemente fuerte para que todos escucharan. Aquello se había salido de control, ella no debía estar allí cuidándolo, no tenía por qué verlo así, no tenía por qué pasar de nuevo por todo eso. Incapaz de quedarse quieto comenzó a mover ansiosamente la pierna, algo que notaron todos.
—Tranquilo, todo estará bien —lo consoló Aoi colocándose junto a él.
Youichi negó con la cabeza.
—Te equivocas.
Mikan regresó con el botiquín en una mano y una botella de agua fría en la otra. Sin dirigir una mirada a Aoi o a los demás se arrodilló nuevamente frente a su hermano y colocó la botella a un lado antes de abrir el kit y sacar un algodón y alcohol. En silencio trató cada uno de los cortes en la cara de su hermano antes de pasarle la botella y dos pastillas para el dolor.
—Bueno, al menos no fue un fin de semana aburrido —dijo Koko intentando relajar el ambiente y romper el silencio.
Kitsu se rió.
—No les parecerá divertido una vez Narumi los vea en clase —señaló Hotaru con calma.
—No es como si fuera la primera vez que uno de sus estudiantes se mete en una pelea —señaló Kitsu encogiéndose de hombros.
—No, pero si la primera en que todos nos involucramos en una al mismo tiempo —dijo Yuu seriamente mientras recogía la comida del suelo.
Mikan apretó los labios ante la tranquilidad con que sus compañeros tomaban las cosas mientras buscaba las vendas que necesitaba. ¿Acaso no les perturbaba la violencia, ni las heridas? ¿Es que eran las peleas tan escasas en su mundo que lo veían como una novedad y un juego? O ¿Estaban tan acostumbrados a ellas que ya no les importaba? ¿Cómo podían estar tan seguros de que no tendrían problemas? ¿Acaso no les preocupaba que alguien tomara represalias, o el castigo por luchar? De dónde venía las cosas seguro eran diferentes, no te defendías si alguien te molestaba y solo atacabas si estabas seguro de ganar, de lo contrario las consecuencias eran aterradoras.
Haciendo esos pensamientos a un lado Mikan agarró la camiseta de su hermano y la levantó un poco. Dándose cuenta de sus intenciones Youichi se la quitó con un rápido movimiento y la dejó en el piso, apretando los dientes por el dolor. Mikan apartó la mirada por unos segundos para recomponerse mientras al mismo tiempo Aoi exclamaba fuertemente al ver las zonas rojas en la piel de Youichi.
Con cuidado los dedos de Mikan exploraron las costillas de su hermano presionando lo suficiente para descubrir si había una fractura. Youichi intentó ignorar el ardiente dolor.
—Se ve doloroso —señaló Anna al ver como se contarían los músculos del joven.
Youichi le restó importancia encogiéndose de hombros.
—No pareces tener fracturas —dijo Mikan suspirando con alivio.
—Te dije que estaba bien.
Su hermana negó con la cabeza.
—Hay una gran diferencia entre no tener fracturas y estar bien, Youichi —le reprendió Mikan severamente—. Si vas a mentirme al menos asegúrate que sea sobre algo que pueda creerte.
Youichi guardó silencio y Mikan miró por primera vez a los demás integrantes de la habitación.
—¿Alguno puede traer algo de hielo? —No estaba segura de poder ir a la cocina sin que sus compañeros notaran el temblor de sus manos y piernas.
Sumire se levantó.
—Yo voy.
Asistiendo Mikan regresó su mirada al botiquín y sacó una larga venda, luego se colocó de pie dispuesta a terminar de tratar a su hermanito. Viendo el temblor de Mikan, Youichi agarró las manos de su hermana y las apretó suavemente.
—Voy a estar bien.
Mikan se mordió el labio y asintió. Entonces comenzó a vendar el torso de su hermano.
Sumire regresó con una bolsa de hielo momentos después y se la pasó a Youichi.
Una vez terminó con el vendaje Mikan suspiró y comenzó a guardar las cosas.
—No quiero que salgas de aquí más, ni que te muevas demasiado. —Una vez recogió todos los suplementos cerró el botiquín y se colocó de pie—. Además, ponte hielo en ese ojo, con algo de suerte la inflamación habrá bajado lo suficiente para mañana y podré esconderte el moretón.
Youichi apretó la mandíbula.
—¿Te vas?
—Volveré en unas horas.
El quinceañero se colocó de pie inmediatamente. No quería dejar a su hermana sola en esos momentos, sabía lo asustada que estaba y no estaba seguro de sí tendría otro de sus episodios.
—Mikan…
Viendo la reticencia de su hermano Mikan retrocedió un par de pasos mientras negaba con la cabeza.
—Necesito estar sola, You. Volveré en la noche.
Y con eso dio media vuelta y salió del apartamento sin mirar a nadie más.
Natsume suspiró pesadamente y abrió los ojos desistiendo de su intento de dormir. Estaba exhausto y dolorido, pero no importaba cuanto lo intentara no lograba conciliar el sueño. Irritado consigo mismo se sentó y apoyó la espalda contra la áspera corteza del árbol. Se preguntó si su hermana o alguna de las chicas estaba regañando a Youichi por su imprudencia, o si en cambio estaban tan preocupadas que dejaron el tema a un lado.
El quinceañero parecía estar bien la última vez que lo vio, pero le preocupaba que las heridas fueran más graves de lo que pensaba. Quizás debió haber ido con los demás a los dormitorios para asegurarse.
Suspirando pesadamente observó la superficie del lago moverse suavemente. Aquel lugar siempre parecía estar en calma, ajeno a la tempestad de los estudiantes.
El sonido de pasos apresurados sobre las hojas del suelo rompió la tranquilidad del lugar atrayendo su atención hacia la fuente del ruido. Mikan caminaba rápidamente a través de los árboles y arbustos dirigiéndose hacia él. Pensando que quizás algo había sucedido con Youichi, Natsume se levantó de un salto y esperó las noticias, no obstante, ella pasó frente a él sin verlo y comenzó a caminar de un lado a otro mientras murmuraba entre dientes. Frunciendo el ceño ante su extraño comportamiento Natsume la observó intentando descubrir que le sucedía, fue entonces cuando notó que todo su cuerpo temblaba ligeramente y estaba abrazándose a sí misma con fuerza.
Acercándose lentamente Natsume la llamó dejándole saber de su presencia allí, pero Mikan no lo oyó, no podía. El frenético latido de su corazón reverberaba en sus oídos impidiéndole escuchar. El miedo que había logrado mantener a raya mientras trataba las heridas de su hermano ahora la golpeaba con mayor fuerza amenazando con paralizarla, era sorprendente que hubiera llegado hasta allí considerando lo mucho que sus piernas temblaban.
Intentando sobreponerse al pánico que la sobrecogía, Mikan apretó más los brazos alrededor de ella y trató en vano de respirar profundo mientras recitaba una y otra vez las mismas palabras.
—Estoy bien, estoy bien, estamos bien
Pero a pesar de todos sus intentos por consolarse a sí misma su mente se negaba a cooperar. El recuerdo del magullado rostro de su hermano y los golpes en su cuerpo apareció una vez más en su mente enviando una nueva oleada de pánico por su sistema. Sus piernas cedieron incapaz de sostenerla por más tiempo y pronto se encontró sentada en el prado, sacudiéndose violentamente y luchando por respirar. En ningún momento se percató del fuerte brazo que se envolvió alrededor de su cintura y la acomodó suavemente en el suelo cuando sus piernas fallaron.
Natsume miró con preocupación a la joven junto a él sin saber qué hacer. Sus únicas experiencias con los ataques de pánico eran las que involucraban a Youichi por lo que no estaba seguro de cuál era la mejor opción en ese momento para calmar el terror que veía en el pálido rostro de Mikan.
Incapaz de pensar coherentemente Mikan cerró los ojos con fuerza y recogió sus piernas, abrazándolas instintivamente. Angustiado Natsume miró frenéticamente sus alrededores tratando de encontrar algo que pudiera distraer a la joven. A ese ritmo Mikan terminaría desmayándose por la falta de oxígeno.
Sintiendo los segundos correr Natsume tomó una decisión y se levantó de un salto dirigiéndose a grandes pasos hacia el lago. Cuando estuvo en la orilla se quitó la camiseta y la sumergió en el agua por unos segundos antes de exprimirla y dirigirse de nuevo hacia Mikan.
—Shh, tranquila. Todo va a estar bien —murmuró suavemente mientras se arrodillaba a su lado y pasaba suavemente la húmeda tela por el cuello de Mikan—. Estas a salvo.
La joven alice no reaccionó, pero Natsume aún no se rendía. Una y otra vez le susurraba palabras alentadoras mientras humedecía su rostro y cuello. El efecto no fue inmediato, pero poco a poco la respiración de Mikan comenzó a ser más estable y los temblores de su cuerpo comenzaron a disminuir.
—Eso es. Respira. Todo está bien, no voy a dejarte sola.
Mikan sabía que alguien estaba hablándole, no podía entender las palabras, pero de alguna manera escuchar aquella voz profunda la reconfortaba. Era como si cada susurro atravesara la fría oscuridad que se cernía sobre ella calmando su agitado corazón, llevándose consigo el miedo que la paralizaba.
Lentamente la opresión de su pecho fue desapareciendo permitiéndole respirar con tranquilidad. Finalmente, luego de unos momentos se dio cuenta que algo frío le tocaba el rostro; un suspiró exhausto salió de sus labios mientras se centraba en la agradable sensación. Pronto el miedo dio paso al cansancio y todos los acontecimientos de ese día se estrellaron de repente sobre ella dejándola exhausta y sin fuerzas.
Reuniendo la poca energía que tenía se forzó a abrir los ojos, deseando ver al dueño de aquella voz. Un par de hermosos ojos carmesí fue lo último que vio antes de sumirse en la oscuridad.
Natsume suspiró pesadamente y tomó otro sorbo de su cerveza mientras miraba las estrellas. El frío viento nocturno no hacía mucho por calmar sus agitados pensamientos.
Sabía que lo correcto habría sido hablar con Youichi y dejar que él se encargara de su propia hermana, sin embargo, en el momento que entró en la residencia con Mikan en sus brazos la decisión de llevarla a la habitación del quinceañero quedó fuera de su mente y en cambio terminó acomodándola en su cama.
Ahora se preguntaba si aquello fue una sabia decisión. Luego de lo que sucedió lo último que quería era asustarla de nuevo.
Natsume dirigió una vez más su mirada hacia la joven.
Mikan dormía plácidamente sobre sus cobijas azules; su pálido rostro había recuperado algo de color y aunque en esos momentos aún tenía el ceño fruncido, sus temblores y gemidos se habían detenido hace tiempo. Su cabello castaño estaba esparcido a lo largo de la almohada, y sus delicadas manos se aferraban con fuerza a la delgada cobija con la que estaba arropada.
¿Qué podría haberla asustado tanto? Y ¿por qué había decidido ir al lago en vez de acudir a su hermano? Hasta donde había podido entender tanto ella como Youichi solían acudir el uno al otro cuando algo pasaba, entonces ¿por qué había preferido estar sola?
No lo entendía. Definitivamente no entendía lo que estaba sucediendo. Youichi parecía haberse cerrado nuevamente y en realidad no podía culparlo, por mucho que le hubiera molestado el quinceañero tenía razón. Había cosas que él no le había dicho a nadie, ni siquiera a su padre, cosas que estaban consumiéndolo, cosas que tenía miedo que si se las contaba a alguien entonces la forma en que lo veían cambiaría. No solo los recuerdos lo atormentaban a veces en las noches, sino también cada vez que asistía a los entrenamientos, cada vez que era forzado a cumplir una misión. Ciertamente, él mejor que nadie entendía sobre no querer hablar con alguien, pero eso no disminuía la frustración que sentía ante el silencio de Youichi.
¡Por todos los cielos!, se conocían desde hace dos años y aunque el quinceañero no era tan frío y cortante como en ese entonces, ciertamente no había dejado que otros se le acercaran demasiado. Ni siquiera Aoi, había podido traspasar aquella barrera con la que custodiaba firmemente su corazón y eso que era su novia. Sabía que para Youichi la relación con Aoi no era ningún juego o broma, de hecho, si alguien estaba cerca de traspasar aquella muralla era su hermana. Era por eso que no se había opuesto demasiado cuando anunciaron su relación. El quinceañero se preocupaba por Aoi. Aunque saber eso no había que su molestia disminuyera.
Exasperado se acabó de un trago la cerveza y se dirigió a la sala, dispuesto a intentar dormir, aunque solo fuera un par de horas.
