No voy a quitar los capitulos pasados. Al menos no hasta que esta versión llegue hasta donde van. Asi que los nuevos tendran el remake en el título. Sin más preambulos...
Prefacio
Tap.
Tap.
Tap. Tap.
Los ambarinos ojos de Mikan siguieron el suave deslizar de las gotas por el frío cristal junto a ella, sin atreverse a mirar a la otra persona que viajaba en la lujosa limosina negra, frente a ella. Aun cuando cada célula de su cuerpo le pedía a gritos que lo hiciera.
Nadie en su sano juicio apartaba la mirada de una víbora. Era simple lógica.
Pero, ¿qué sacaba con observarlo todo el tiempo? ¿Qué su respiración se paralizará en su pecho cada vez que se movía ligeramente en su asiento?
No, gracias. Ya tenía suficiente con intentar controlar el molesto impulso de querer moverse cada pocos segundos en su asiento. No necesitaba tener que lidiar también con otra reacción irracional de su cuerpo.
El gran portón frente a ellos, comenzó a abrirse y su mirada de inmediato se apartó de las gotas de lluvia y se posó en él.
Aun en la oscuridad de la noche, las luces del auto lo iluminaban lo suficiente para que pudiera apreciar el intricado diseño en forma de flores que alguien había forjado en plata sobre la gran lamina de metal negro. Dos grandes letras doradas determinaban el propósito del lugar.
A. A.
La limosina comenzó a avanzar por en medio de ellas.
—Ya era hora —murmuró Reiji entre dientes.
Mikan apretó los labios con fuerza y regresó su mirada al agua que corría por la ventana.
Aun luego de ver esas dos grandes letras seguía sin creer que estuviera allí. Nada en sus diecinueve años de edad podría haberla llevado a creer ni por un solo minuto que terminaría cerca de aquel lugar, mucho menos viviendo allí.
De no ser por la gravedad de la situación, —y el reptil sentado frente a ella— se habría reído de la ironía.
De repente una gran mano apretó con fuerza su muslo derecho, justo por encima de la rodilla, para llamar su atención. Su corazón se aceleró y un pinchazo de dolor apareció en la zona ante la presión ejercida sobre el viejo moretón que tenía allí, pero no se molestó en gemir o siquiera en hacer una mueca para expresarle su malestar.
¿Qué caso tendría?
En cambio, volvió su mirada hacia él y esperó que hablara.
A Reiji no le tomó más de dos segundos el dejarle saber qué es lo que quería.
—Recuerda porqué estás aquí, Mikan. —Aunque no hizo ninguna mueca al pronunciar su nombre, Mikan siempre se preguntó si el solo hecho de tener que decirlo dejaba un gusto amargo en su boca—. El hecho de que ya no estés bajo mi constante vigilancia no quiere decir que no sea tu tutor. Incluso aquí tengo mis influencias.
Mikan asintió y bajó la mirada hacia su regazo, notando por primera vez lo fuerte que estaba apretando sus manos. De ser cualquier otra persona habría pensado que solo era delirios de grandeza, pero con él no lo dudaba.
Si bien le era difícil asociarlo con otra cosa que no fuera un reptil, sabía que la descripción más adecuada para el hombre de traje elegante frente a ella era de un lobo con piel de oveja.
Reiji se recostó contra el asiento de cuero, regresando a lo que sea que había ocupado su atención durante todo el camino. Y Mikan tuvo que hacer un gran esfuerzo por no suspirar de alivio cuando vio su pálida mano alejarse de su pierna.
Finalmente, luego de unos minutos más en silencio, el auto se detuvo y la puerta a su izquierda se abrió. Con un leve jalón a las solapas de su traje gris, Reiji salió de la limosina agradeciéndole a su conductor por el viaje, y por abrirle la puerta.
Sabía que era imposible impedir lo que estaba a punto de ocurrir, pero aun así intentó retrasarlo, tomándose el tiempo para respirar profundo varias veces y alisar las inexistentes arrugas de su chaqueta y pantalón. Cuando sintió que Reiji podría no querer esperar más, se apresuró a dejar la relativa seguridad de su asiento de cuero.
Un par de gotas de lluvia cayeron sobre ella, antes de que una gran sombrilla negra apareciera sobre su cabeza, —cortesía del conductor—, y un firme agarre guiara su mano izquierda hacia el brazo de alguien más.
Sin darle tiempo a mirar sus alrededores, Reiji la jaló hacia delante y comenzó a subir las escaleras frente a ellos, haciendo que por poco trastabillara con sus propios pies.
No fue sino hasta que escuchó la animada voz que se dio cuenta que no estaban solos.
—¡Bienvenidos a la Academia Alice!
Allí, en la parte superior de las escaleras, frente a las puertas dobles de cristal, bajo la tenue luz del edificio, estaba parado un hombre rubio, con pantalones oscuros a la medida, camisa larga y ajustada de color naranja neon, y una sonrisa tan grande que Mikan estaba segura que, si aquella camisa no hacía que alguien lo viera a mitad de la noche, el blanco de sus dientes seguro lo haría. Si es que no mataba primero de un susto a la persona, claro.
Y entonces sus palabras penetraron en su cerebro.
Más que las enormes letras forjadas en el portón, más que la amenaza de Reiji, más que el estar allí parada, fueron éstas, las palabras de éste desconocido las que finalmente cimentaron su nueva realidad.
A partir de ahora iba a vivir en la Academia Alice.
