Quiero aclarar que los personajes de GA no son míos, le pertenecen a Higuchi Tachibana, pero la trama, ideas y giros algunos otros personajes nuevos si lo son.
Esta historia hace alusión a temas sensibles que pueden tener desencadenantes para algunas personas, si no te sientes cómodo leyendo por favor no lo hagas.
Además no intento pretender con esta historia que sé lo que se siente vivir algo como eso, porque no lo sé. Simplemente quiero dar a conocer algo que es una realidad para muchas personas, y decirles que no están solas, que nunca lo han estado ni lo estarán, que son valiosas e importantes, y que no importa si crees o no, no importa lo que otros te digan, siempre va a haber una persona que te ama sin importar que: Dios.
Capítulo 4 - Remake
Dos horas más.
Solo dos horas más y Mikan finalmente podría regresar a la seguridad del bosque y de su habitación. Solo necesitaba permanecer allí por un poco más de tiempo.
Podía hacerlo. Lo sabía. Lo había hecho los dos días anteriores y todo había salido bien.
Solo dos horas más.
Su mirada viajó una vez más al pizarrón frente a ella, donde su profesora de historia, actualmente escribía lo que debía ser fechas y nombres de algún acontecimiento histórico.
Era difícil decir exactamente cuál. No podía escucharla bien. Su voz sonaba mal, demasiado suave, como si estuviera a kilómetros de distancia y gran parte de sus palabras se perdieran en el viento.
Aun así, anotó la información en su cuaderno.
Solo dos horas más.
Entonces volvió a suceder. Esta vez desde una de las largas mesas del costado derecho del salón, a mitad de la habitación.
Algo levitó hacia la primera fila mientras la profesora aún estaba de espaldas a ellos. Una especie de botella con una sustancia espesa dentro. No podía estar segura.
Sabía lo que iba a pasar, o al menos tenía una idea sobre ello. Era lo mismo en casi todas las clases.
Es sólo otra de sus bromas. Solo dos horas más.
La botella se detuvo sobre la cabeza de un chico de la primera fila. Luego se inclinó. Y el liquidó comenzó a caer lentamente.
Una vez más el caos estalló.
El chico se levantó de un salto. La profesora se giró. Y de repente la botella con el resto de su contenido se apartó de su compañero y salió volando hacia atrás, haciéndose añicos contra el escritorio de donde había comenzado a levitar. El resto de la sustancia saltó por todos lados.
Y al igual que las veces pasadas, vio como varios de compañeros estallaban en carcajadas. Pero el sonido al igual que la voz de la profesora sonaba distorsionado, lejano, casi imperceptible.
No le prestó atención.
Solo dos horas más.
Cerró su cuaderno y lo guardó en su maleta, antes de sacar el libro que estaba leyendo. Siempre lo cargaba con ella, pero al igual que en las clases pasadas no lo abrió, solo se quedó mirando la portada fijamente por unos minutos antes de colocarlo en su regazo y volver la mirada hacia las múltiples ventanas del salón.
Iba a llover.
Las campanadas para el cambio de clases repiquetearon de repente, haciéndola parpadear. Su mirada se volvió una vez más hacia el frente del salón, solo para descubrir que la profesora se había marchado y en su lugar un señor de mediana edad estaba parado justo en medio del pizarrón completamente limpio.
Se apresuró a sacar su otro cuaderno sin molestarse en guardar el libro.
Una hora más. Solo una hora más.
Pasó suavemente sus dedos por la portada de su libro. Mientras intentaba escuchar a su profesor en vano.
¿Cómo se suponía que asistiera a clases de esa manera por el resto del año escolar?
¿Qué pasaba si alguien le preguntaba algo? ¿Qué diría entonces?
Solo una hora más. Entonces podría marcharse y pensar en una solución más permanente. Solo necesitaba esperar una hora más.
De repente el profesor se volvió hacia el pizarrón y comenzó a anotar una combinación de letras, símbolos y números.
Y al igual que antes anotó la información hasta que esta dejó de aparecer.
Entonces el profesor se dirigió hacia su escritorio y se sentó. Su mirada se volvió hacia sus compañeros, en busca de la nueva broma que habían hecho para interrumpir la clase, pero no pudo ver nada. En lugar de eso sus cabezas estaban inclinadas sobre sus respectivos cuadernos, y sus manos se movían sobre el papel.
Una vez más pasó los dedos por la cubierta de su libro, con la mirada fija en sus anotaciones.
¿Acaso debían responder algo de ahí?
No tenía sentido. Nada allí era coherente. Solo eran una mezcla de números y letras sin sentido. ¿Qué se supone que debía hacer con eso?
Volvió la mirada hacia las oscuras nubes del cielo.
Treinta minutos. Solo treinta minutos y entonces todo habría acabado.
—¡Yukihara! —tronó la voz del profesor junto a ella, haciéndola girar tan rápido que por un segundo la habitación comenzó a girar. Cuando por fin todo se estabilizó su mirada se encontró con el oscuro suéter de lana de su instructor y su callosa mano extendida hacia ella, pidiéndole algo.
Parpadeó.
¿Qué le había dicho antes?
—No lo repetiré otra vez. Su cuaderno.
Sin dudarlo le pasó sus apuntes, esperando, confiando que con eso la dejara sola.
Eso nunca antes había pasado. Ningún otro maestro se había molestado en llamarla durante clases, mucho menos pedirle algo. Miró el reloj de manecillas doradas que estaba sobre el pizarrón.
Cinco minutos más. Solo cinco minutos más.
El profesor cerró de golpe su libreta y la colocó sobre la mesa. Su mirada una vez más voló hacia él.
—Quédese después del timbre, Yukihara.
Mikan frunció el ceño.
¿Quedarse? ¿Por qué? ¿Qué es lo que hizo?
Necesitaba salir de allí. Solo le quedaban cinco minutos. Se suponía que solo quedaban cinco minutos más y entonces estaría a salvo.
Sintió como se le aceleró el corazón por unos segundos.
Sin pensarlo miró la portada de su libro y pasó sus dedos una y otra vez por las letras del título.
Estaba siendo tonta. Nada pasaría si se quedaba unos minutos más. Había sobrevivido tres días de clases, ¿no? ¿Qué eran solo unos momentos más?
Las campanadas repiquetearon una vez más haciéndola levantar la mirada justo para ver como sus compañeros salían del salón, unos conversando con calma entre ellos, otros solos y con prisa.
Cuando la habitación estuvo casi desocupada, el joven pelinegro sentado dos hileras más abajo, se levantó, junto a su amigo, Ruka. Y antes de comenzar a bajar las gradas se volvió hacia ella.
De inmediato apartó la mirada de Natsume, prefiriendo guardar su libreta, y el resto de sus cosas menos el libro.
No los escuchó marcharse, pero cuando levantó la mirada ya no estaban y por primera vez desde que llegó se encontró sola en una habitación con uno de sus profesores.
Sabía que estaba asustada, una diminuta parte de su cerebro se lo decía desde el fondo de aquella burbuja que parecía envolverla, pero simplemente no lo sentía.
Pero en esos momentos aquello estaba bien. No necesitaba sentir, solo obedecer.
Unos minutos más. Solo unos minutos más.
Recogió su morral, se lo colgó al hombro y bajó las gradas cuando su profesor, con un gesto de la mano, le indicó que se acercara. Su libro permaneció apretado fuertemente contra su pecho.
Y entonces solo esperó.
Esperó que él le dijera que hacer, esperó que le diera permiso para marcharse, esperó que le mostrara cuanto se había equivocado.
Y lo hizo.
Sin embargo, no podía entender todo lo que le decía. Las palabras salían aprisa y con fuerza de la boca de su instructor, pero su atención no estaba en ellas. Las oía, pero su cerebro no las procesaba.
En su lugar toda su concentración permaneció fija en sus manos. En la forma que señalaba de manera agresiva el tablero antes de volver su dedo hacia ella. En cómo en un momento dado levantó su brazo y lo movió hacia el lado, — pasando frente a su cara—, indicando la habitación. En el hecho de que él solo necesitaba dar dos pasos y entonces aquel mismo gesto habría terminado impactando con su rostro. En la manera que se cruzaba de brazos, cuando guardaba silencio, solo para minutos después descruzarlos y comenzar a mover las manos de nuevo.
Finalmente, luego de un prolongado silencio, se dio media vuelta y salió de la habitación diciéndole algo por última vez.
Mientras ella permaneció allí inmóvil, mirando fijamente la puerta por una cantidad incierta de tiempo. Cuando fue obvio que su profesor no planeaba regresar, guardó su libro en la mochila, salió de la habitación, cerró con cuidado la puerta tras ella, y emprendió camino hacia los dormitorios.
El trayecto fue un borrón de colores apagados. Verdes, cafés, lilas, ninguno tenía el mismo brillo que había tenido durante su carrera en el primer día. Por alguna razón, al igual que los últimos dos días solo lucían sosos. Incluso la fachada verde azulada de los dormitorios lucía apagada.
O al menos había sido así hasta esa mañana, pero ahora mientras observaba los pisos superiores sobresalir entre los árboles, se dio cuenta que a medida que se acercaba aquel color apagado comenzaba a ser más nítido. Los diminutos fragmentos de diamante incluso relucían bajo la luz del sol.
De repente su corazón se aceleró, un fuerte nudo apareció en su garganta, y una horrible opresión en su pecho hizo que respirar fuera difícil.
Tres minutos más. Solo cinco tramos de escaleras y entonces estaría en su habitación. Nadie la vería. Todo estaría bien.
Apresuró el paso mientras intentaba abrir el pequeño bolsillo delantero de su morral. El cierre de la cremallera se le resbaló de los dedos debido al temblor de sus manos.
Comenzó a correr mientras lo intentaba una vez más.
Varios estudiantes cerca de la entrada de los dormitorios se volvieron a verla. La opresión aumentó, y gotas de sudor frío aparecieron en su piel.
En unos minutos nadie podría verla, solo tenía que llegar a su habitación.
Sin detenerse cruzó la puerta abierta del edificio, y comenzó a subir las escaleras de dos en dos. Alguien la llamó, pero no se volvió a mirar quien. Debía llegar a su habitación.
Por fin cerca de llegar a su dormitorio, logró abrir de golpe su morral y sacar el llavero negro con forma de estrella que le habían dado. En cuestión de segundos lo introdujo en la ranura que había a un lado del marco. Cuando la puerta comenzó a deslizarse, lo retiró y se adentró en la habitación aun antes de que esta abriera por completo.
Con un leve toque de su mano sobre la madera, la puerta volvió a cerrarse. El morral cayó al suelo con un fuerte golpe.
Lo logró. Estaba a salvo.
No había nadie allí.
Aun así, su corazón no se calmó. Aire, necesitaba aire.
Con pasos temblorosos se dirigió hacia la alcoba en el segundo piso y rebuscó entre los cajones de su armario, el cofre de madera tallado donde guardaba sus posesiones más preciadas.
La punta de sus dedos dio con la irregular superficie, y sin preocuparse por el desorden que podría causar, lo sacó de debajo de las prendas de ropa.
Jadeando, se dejó caer en el suelo. Entonces comenzó a contar las flores y hojas que había en la parte superior del cofre. Con cada hoja que sus dedos tocaban, inhalaba. Y con cada flor, exhalaba.
Luego de un rato sintió como la opresión en su pecho disminuía, y su respiración se ralentizaba. Aun así, no dejó de frotar la madera, si algo su otra mano se aferró con más fuerza a ella.
Estaba exhausta, su cuerpo le pesaba y una vez más su cabeza latía con fuerza. Suspiró.
Su cama estaba a menos de dos metros de distancia, sin embargo, no se molestó en levantarse, de hecho, solo atrajo el cofre hacia su pecho y se acostó en el suelo, dejando que la creciente oscuridad del atardecer se llevara lejos su conciencia.
