Elfos Siendo Elfos
Caesar necesitaba un tiempo a solas. Tener que explorar por la posibilidad de una manada de monstruos era una excusa tan buena como cualquier otra. Sabía que no iba a encontrar la paz entre sus compañeros de profesión, teniendo en cuanta que se sentía incómodo en su presencia. No tanto como en el pasado, si esto podía considerarse una misericordia.
Eran pocas las veces en las cuales estaba en desacuerdo con su diosa, al menos abiertamente. Siendo sincero, reprochaba la mayoría de sus actos solo por principio. ¿De dónde sacó aquella brújula moral? Nunca lo sabría, pero estaba agradecido casi tanto como lo estaba con Laverna por darle la oportunidad de vivir.
Sea como fuere, no aprobaba lo que hizo a aquella niña. Sintió asco cuando escuchó la orden de la diosa para desnudarse, a solo un paso de vomitar el contenido de su estómago. No era ajeno a la crueldad de Laverna, pero nada lo convencería de que la chica con sangre de dragón se lo merecía. A simple vista se veía como la hija de un comerciante acaudalado, o de un noble, ajena al mundo exterior.
Fue casi doloroso resistir el impulso de dar un paso al frente y cubrirla con una capa. Los silbidos de burla y las miradas verdaderamente lujuriosas estuvieron muy cerca de romper su autocontrol. Estaba rodeado de cerdos, en mayor o menor medida. Ni siquiera negaría en caso de ser acusado de convertirse en uno.
Cuando la vio a punto de llorar, fue como si le apretasen el corazón. Si la diosa no hubiera ordenado que se detuviera por precaución a despertar la sangre de dragón, Caesar no sabría si hubiera intervenido. La tentación era demasiada en ese momento, y todavía no se había ido.
No podía permitir que una niña sufriera lo que la diosa anunció para ella. Esa era la línea que Caesar nunca se atrevería a cruzar. Quería ayudarla a escapar, a pesar de que podría meterse en problemas con Laverna. Estaba más que dispuesto a aceptar las consecuencias.
El problema radicaba en cómo hacerlo. Ni siquiera tenía que molestarse en cubrir sus huellas, porque en el momento en que el grupo desapareciera, todos los ojos girarían hacia él. No sería la primera vez que hacía algo como eso; muchas esclavas sexuales terminaban desapareciendo, después de todo. Cualquier cosa con el fin de ponerle un alto a la depravación que lo rodeaba.
Y sin importar cuántas veces la desafió, Laverna solo lo dejaba pasar con un golpe en la muñeca. A pesar de la imagen que presentaba la deidad, sabía que se preocupaba por él. Pero estaba demasiado apegada a ser la diosa malvada que no veía más allá de su nariz. Como miembro de la Familia, incluso en su propio detrimento, traer la felicidad de su diosa era lo más importante... No obstante, nunca podía olvidar darle lo que necesitaba, y esto era algo de empatía al prójimo.
Negando con la cabeza y soltando un pesado suspiro, Caesar bajó de su caballo mientras hacía una señal para que sus compañeros hicieran lo mismo. Aunque a regañadientes, obedecieron; ser el único bandido con moral no lo hacía precisamente popular entre sus congéneres. No le quitaba el sueño, en especial cuando era el más fuerte y tenía el favor de la diosa a cargo.
Caesar llevó la mano a su espalda, tomando la espada. Era una hoja de poco más de cinco pies, guarda como alas de águila, empuñadura desgastada y pomo con forma de cabeza de lobo. La única espada hecha a medida, el resto solo productos de mala calidad.
Con otra señal, los bandidos formaron un triángulo para no dejar un solo lugar fuera de la vista. Fue difícil adiestrar a toda esta banda de inadaptados, pero, por muy incómodo que seguía siendo confiarles la espalda, dio resultados al final. No eran guerreros de élite, pero sobrevivían.
Los alrededores estaban demasiado silenciosos, lo que le hizo sospechar más. Un bosque callado, incluso cuando la luz del día todavía los bendecía con su presencia, siempre provocaba una sensación extraña de escalofrío. Un mal augurio inexplicable.
En lugar de dejarse llevar, se dedicó a seguir las pequeñas pistas. Arañazos y pisadas, principalmente. No pasó por alto las pocas manchas de sangre, lo que tal vez explicaba la ausencia de más vida animal. A pesar de que muchos convivían con monstruos, solo unos cuantos de estos respetaban o ignoraban a la fauna local.
Cada vez que se adentraba más en el territorio de las criaturas, su ceño fruncido se profundizaba. Algo simplemente no se sentía bien, y se lo comunicó a sus acompañantes. Solo uno de ellos escuchó sus palabras, pero fue más que suficiente. Ahora estaban con los instintos afilados, buscando cualquier señal de amenaza.
Repentinamente, el rastro de monstruos de detuvo, como si se hubiera evaporado en el aire. Hubo una sensación de hundimiento en su estómago, y el sentimiento solo empeoró cuando el mutismo del bosque se extendía. Y, entonces, todo encajó.
—¡Regresen a...
Ni siquiera tuvo tiempo para terminar sus órdenes cuando una andanada de flechas cayó sobre ellos.
Si Kiyohime no tuviera modales, aprovecharía el momento para burlarse de Ryuu. La enmascarada no tardó en restregarle en la cara sus palabras cuando despertaron a punta de espada, así que nadie la culparía por pagarle con la misma moneda. No obstante, e independientemente de la seguridad que le brindó a Kiyohime su presencia, la mezquindad no era el camino de una dama, y sabía que, detrás de esa máscara, ya había vergüenza suficiente.
—¡Exploradores, revisen los alre... —se interrumpió con un grito de dolor.
Kiyohime se sobresaltó cuando una flecha atravesó su prisión, aunque pronto fingió que nada había ocurrido. Era peculiar, ya que su punta, en lugar de hierro, acero, incluso bronce o piedra, estaba hecha de la misma madera. Movida por la curiosidad, la jaló hasta que estuvo en sus manos, notando que, en lugar de plumas, había hojas en el otro extremo.
—Elfos —fue el murmullo de Ryuu.
Kiyohime ni siquiera fue capaz de responder su comentario, porque la puerta que las mantuvo prisionera se abrió de golpe y permitió que el ruido de la refriega se filtrase por completo. Un hombre de piel tostada por el sol y barba desarreglada los recibió del otro lado. Sus ojos recorrían los alrededores de forma frenética, y en su mano llevaba el sable de Ryuu.
—¡Salgan y luchen, o mueran allí dentro!
A Kiyohime no hubo que decírselo dos veces, ya que prácticamente saltó de esa caja estrecha. Retuvo el asco cuando el hombre, con sus manos manchadas de sangre y más suciedad, la sostuvo de las muñecas para cortar las ataduras. Acarició el área para mejorar un poco la circulación; iba a desquitarse por este salvajismo más adelante.
Ryuu ya estaba a su lado, pero, cuando el hombre hizo ademán de cortar sus ataduras, la chica rehuyó de su toque. Esto llevó a que el bandido se moviera con demasiada brusquedad y en lo que Kiyohime asumiría que fue un acto reflejo, la enmascarada lo pateó en el rostro. Un par de dientes volaron antes de que el hombre perdiera el conocimiento.
Kiyohime ni siquiera se molestó en amonestarla mientras recuperaba el arma y liberaba a su compañera, que estaba más dispuesta a su acercamiento que al de un desconocido; sería extraño un rechazo tajante cuando durmieron tomadas de la mano. Como extra, aquel era un desconocido que la mantuvo secuestrada.
Con sable en mano y claramente la confianza recuperada, Ryuu se lanzó hacia adelante, casi chocando con Kiyohime. Esta, sorprendida, miró hacia atrás para ver a un elfo saltando desde algún lugar. Su arma era un sable hecho puramente de madera, algo que la obligó a mirar con los ojos abiertos.
El elfo, que en realidad no se veía demasiado mayor que ellas, gritó algo en una lengua desconocida. El significado podría ser ignorado, pero el veneno en las palabras exponía el insulto, uno que pareció pasar sobre la cabeza de Ryuu. Esta, en lugar de perder tiempo en una charla, atacó.
Aunque habría querido ver a su compañera luchar, Kiyohime también tendría que moverse. Evitó ser cortada por un golpe sorpresa propinado por otro elfo que no parecía demasiado mayor que ella. Se hizo a un lado, sostuvo su codo y lo rompió por puro reflejo.
Ni siquiera se quedó a contemplar su obra. Corrió hacia el frente de la marcha, donde encontró a la diosa Dia, que sostenía los tessen con fuerza, en compañía obligatoria de Laverna.
Fue justo en el instante en que la Diosa de los Ladrones entró en la visión de Kiyohime, que esta se volvió roja.
Ryuu apenas evitó perder la cabeza por poco, y su oponente logró bloquear el sable que intentó amputar su brazo. Tenía una mayor fuerza, pero, en el corto intercambio que siguió, fue fácil notar que carecía de técnica. No lo hacía un oponente menos peligroso.
—¡Revolcándote con humanos, mestizos y otros traidores! —acusó el elfo, casi como un gruñido—. ¡Seres inferiores y basuras infieles!
Con los dientes apretados, Ryuu apenas logró hacerlo retroceder y esquivar una flecha. Habría querido reír de tal declaración, pero estaba demasiado ocupada corriendo y evadiendo a un segundo agresor como para hacer tal cosa. Y, por supuesto, mucho más que ganas de reír, quería gritar ante el espejo que veía.
El chico debía ser unos dos años mayor, también rubio y de un color de ojos más oscuros. No obstante, el atractivo andrógino hacía un poco complicado diferenciar su género para aquellos que no fuesen elfos. Sea como fuere, Ryuu sentía que se estaba viendo a sí misma en él.
El elfo atacó con rabia contenida, ignorando el llamado de su compañero para luchar con más calma. Ryuu aprovechó tal descuido para deslizarse entre los cortes. Los balanceos eran descuidados por sus emociones desbordantes, incluso si lo compensaba con una fuerza superior.
Sabía que alguien había intentado flanquearla para apuñarla con una daga. Sorprendido al agresor, dio media vuelta con un ataque ya listo. Las entrañas se derramaron el suelo cuando el sable rasgó el estómago apenas protegido. Lo ignoró y volvió sus ojos al frente cuando escuchó el rugido de ira del chico con el que luchaba.
La mueca de asco que se notaba entre los trozos de furia era demasiado familiar. Ryuu la tuvo demasiadas veces en el pasado. Cada vez que mataba al mercader descuidado que buscaba un paso seguro. Por cada viajero desprevenido que se había perdido en un bosque desconocido. Los miró de la misma manera antes de extinguir sus vidas.
Tanto que hizo creyendo en su propia superioridad.
Ryuu se hizo a un lado y tomó a uno de los bandidos de la camisa. El hombre gritó sobresaltando mientras era arrojado a uno de los elfos que la atacaban; era el mayor de ellos, pero todavía joven. Ambos cayeron al suelo, pero notó que el humano estaba sangrando.
El elfo contra el que luchaba el bandido quedó momentáneamente aturdido ante la vista, algo que expuso su cuello para ser cortado por facilidad. Ryuu ni siquiera parpadeó ante la sangre que manchó la máscara, centrando su atención de nuevo en su oponente.
—No reconocerías la superioridad ni aunque la vieras —murmuró Ryuu en el idioma común de occidente.
Recordaba esos ojos dorados como rendijas. El calor creciente. La ira volcánica que inducía miedo con solo estar presente. Avergonzada, aunque todavía furiosa e incrédula, Ryuu reconoció su propia inferioridad. Y aquí estaba, de vuelta al inicio y ante una visión distorsionada de sí misma.
Con las palabras destinados a provocar habiendo cumplido su cometido, lo vio dejar atrás cualquier tipo de defensa mientras se arrojaba en una frenesí. El elfo mayor, que todavía se estaba deshaciendo del cuerpo humano que luchaba, intentó apelar a la razón una vez más, todo en vano.
Con una sonrisa debajo de su máscara, la cual no podía identificar si era por arrogancia, desprecio o amargura, Ryuu actuó. Se deslizó por debajo de un corte, apuntando su propio golpe por debajo de la rodilla. No fue suficiente para amputar, pero la herida era profunda y estaba segura de que rozó el hueso.
Iba a completar el trabajo, pero las flechas la obligaron a correr y evadir. Chasqueó la lengua y miró a un elfo que se abalanzaba con sable en mano. Otro segado por la ira. Era mayor. ¿Familia del chico en el suelo? Sus facciones eran parecidas.
No le dio importancia. Bloqueó el primer golpe, y siendo consciente de lo que venía, usó al elfo de escudo al poner todo su peso para moverlo. Gritó sorprendido cuando las flechas atravesaron su espalda, y no tuvo energía para detener el sable que empaló su estómago.
Empujando el cuerpo sobre el chico que luchaba por ponerse de pie, siguió bailando entre las flechas que casi impactaban en ella. De no haber practicado el tiro con arco, o ser testigo de la precisión de su raza, habría estado en problemas. Y mientras evadía, regresó al carruaje donde se encontró con una visión demasiado peculiar, y sin tiempo para darle sentido.
Laverna estaba arrodillada con una mano cubriendo su rostro sangrante. Los bandidos, al igual que unos cuantos elfos, rodeaban a Kiyohime a punta de espadas. Esta última tenía las manos cubiertas de sangre, con un par de cuerpos de humanos y elfos a sus pies, claramente sorprendidos antes de morir. Respiraba chispas otra vez, lo que no era una buena señal.
Moviéndose por puro instinto, cortó la nuca de un elfo y apuñaló a otro por la espalda. Esto pareció sacarlos a todos del estupor en el que estaban y se vio obligada a intercambiar golpes con un par de bandidos. Pateó para alejarlos, escuchando un crujido en la rodilla del que tenía cabello rojo.
Esto era una batalla perdida. Lo que sea que hubiera hecho Kiyohime, posiblemente arañar ya que las zarpas que tenía por uñas ayudaban a resolver el misterio, puso a los únicos aliados temporales en su contra. Para mayor ira de Ryuu, no podía culparla por intentar acabar con su principal agresor.
La elfa realizó un escaneo rápido. Las cosas no iban demasiado bien para ninguno de los dos bandos, aunque principalmente para los bandidos. Los elfos tenían la ventaja de luchar en casa y habiendo preparado una emboscada, convirtiendo esto en una batalla perdida. Los bandidos caían como moscas ante parejas o tríos que atacaban desde distintas direcciones, o flechas sorpresas que interrumpían duelos.
Encontró a sus objetivos, y se preguntó cómo pudo pasarlos por alto. Dentro de la caja de madera que fue su prisión, se escondía la diosa, fuera del camino de la magia de Primo. Picos de fuego golpeaban a elfos y bandidos que pasaban demasiado cerca, y era obvio que la chica, cuyo rostro parecía el de alguien a un paso de vomitar, estaba en shock, demostrando un control mágico digno de envidiar.
Cruzó ojos con la diosa, y Ryuu movió su cabeza hacia una dirección aleatoria. Creyó que el mensaje no se captaría, pero era como si la deidad hubiera leído sus pensamientos. De inmediato saltó de la prisión, sobresaltando a la joven elfa, y arrojándose hacia donde los bandidos guardaban las pertenencias.
Ryuu, por su parte, volvió a centrar su atención al combate cuando casi le abrieron el estómago. Solo un corte superficial gracias a que fue capaz de reaccionar a tiempo. Mató al bandido cuando quiso seguir con la ofensiva, rajándole la garganta.
Miró a Kiyohime, quien parecía más una bestia salvaje en este punto. Tres flechas sobresalían de su espalda, con la ropa cubierta de sangre y varios agujeros. Gruñía en lugar de hablar, mostrando caninos afilados. Estar rodeada de cuerpos agonizantes le daba un aspecto demasiado aterrador.
Ryuu dudó, pero observó más de cerca. Sus ojos dorados eran iguales a aquella ocasión en la ciudad: afilados como las de un reptil. No obstante, si seguía su propio instinto, la elfa podía decir que estaba consciente de sus acciones. Solamente muy enojada.
—¡Kiyohime!
El grito de Ryuu pareció sacar a la dracónida del trance furioso en el que estaba. Cuando miró a la elfa, nuevamente sus pupilas eran normales. Se veía confundida, incluso horrorizada a pesar del caos en el que estaba. Se había quedado paralizada cuando vio los cuerpos casi desmembrados que la rodeaban, apenas mostrando reconocimiento de su situación.
Gruñendo de molestia, se arrojó para salvar a la dracónida de un atacante, además de unas cuantas flechas. Los elfos gritaron obscenidades, para sorpresa de Ryuu. Era la primera vez que escuchaba a los de su raza ser algo menos que apropiados. Gracioso en una situación diferente, y mucho más si pudiera restregarles en sus caras que no estaban por encima de la vulgaridad.
Pero, en lugar de quedarse, arrastró a una catatónica Kiyohime con ella. Al menos todavía tenía el sentido común de no ser un peso muerto y corrió de regreso con la diosa y Primo, quienes las esperaban; la primera cargando el bolso de Ryuu, y la segunda el de un bandido.
Fue allí cuando Kiyohime reaccionó y pagó a Ryuu al alejarla de un bandido. Debió tratarse de una reacción instintiva, porque le rompió el brazo sin mucha molestia y siguió a la elfa como si nada hubiera ocurrido.
—¿A dónd...
—Síganme. Manténganse cerca. ¿Magia de viento, Primo?
—E-eh, y-yo... Sí, sí... Una barre...
—Lánzala. Ahora.
Sin más ordenes, volvió a tomar de la muñeca a la dracónida y se abrió paso a través del caótico campo en el que estaban. Decidió seguir el camino en un principio antes de separarse; lo más importante era alejarse de la refriega. Luego de eso, los guiaría a través de una salida rápida. Esto podría no ser su bosque, pero ella seguía siendo una elfa.
Era fácil escuchar los gritos de Laverna que ordenaba sus muertes, pero los bandidos estaban demasiado ocupados matando a los elfos. Esto hacía que Ryuu se sintieran mal y asqueada. Solo un tiempo atrás habría estado luchando con sus hermanas y hermanos contra los invasores. Hoy, ella era la invasora.
Apenas evitando que cualquiera fuera ensartado gracias a la barrera de viento de Primo, comenzaron a dejar la batalla atrás. El ruido disminuía con cada paso, lo que le facilitó a Ryuu escuchar que alguien se acercaba. Ni siquiera lo dudó y soltó a Kiyohime, atacando al intruso.
El acero contra el acero chirrió, y la sola fuerza del individuo fue suficiente para decirle que estaba muy por encima de los bandidos dejados atrás o a los elfos. Era un hombre humano, alto y musculoso empuñando una espada más grande que ella. Lo reconoció como el único que no miró con lascivia a la dracónida.
Ryuu dio un paso atrás, preparándose para una batalla en la que no sabría si podía contar con Kiyohime. El hombre estaba un poco herido, solo cortes superficiales. No obstante, el ataque nunca llegó. El hombre solo las observó fijamente, con un conflicto dibujada en su rostro. Duda, ira y una pizca de resolución.
Cuando lo vio hacer un movimiento repentino, la elfa ya estaba lista para la batalla inminente. Solo para que el hombre decidiera correr en dirección del combate en lugar de detener a las que se estaban fugando.
Sin molestarse en criticar los pétalos de la flor obsequiada, corrió a través del camino hasta que se sintió segura para tomar su propio desvío.
Kiyohime se dejó arrastrar como en una especie de neblina. Solo reaccionó cuando le arrancaron la primera flecha de la espalda, soltando un quejido de dolor. No era ajena a este, por supuesto, pero era muy diferente a los golpes que daba su maestro. No obstante, no se permitió llorar.
La segunda flecha fue arrancada solo con un gruñido, lo mismo que la tercera. Cuando comenzaron a envolver una especie de vendaje, fue que se dio cuenta de que estaba en ropa interior de la cintura hacia arriba. Era de noche, pero no sentía frío. Todo lo contrario, de hecho. Era como si quisiera desgarrarse su propia piel. Estaba ansiosa de dejarla atrás.
Miró a su alrededor, buscando una distracción de sus pensamientos. Habían abandonado el bosque, lo que era una misericordia en todo esto, a pesar de que este todavía era visible. Pero no había fogata, mantas, o cualquiera cosa que pudiera ayudarlos a sobrellevar el frío y poder dormir. ¿Cuánto tiempo corrieron? Se sentía cansada.
La diosa, junto Primo, estaba tiritando; no importaba si se esforzaba en mantener las manos firmes para brindar primeros auxilios. La joven elfa frotaba su piel para generar algo de calor. La única que parecía permanecer estoica, sin contar a la misma Kiyohime, era Ryuu. Siempre cargaba una capa, así que no era demasiado sorprendente.
—No encenderemos una fogata, no por ahora —dijo Ryuu, como si respondiera una pregunta—. Estamos lejos del camino y no queremos llamar la atención.
Eso tenía sentido, en realidad. Asintió para mostrar su acuerdo, sin querer decir nada más. No estaba de humor para tener una conversación. Cuando volvió a estar apropiadamente vestida, abrazó sus rodillas y apoyó la cabeza. Su mirada se perdió hacia la nada, escuchando la charla que había comenzado.
—¿Qué tenemos, Ryuu? —preguntó la diosa, ocultando bien cualquier ansiedad.
—Agua —la respuesta vino con un suspiro, sin la habitual fortaleza de la enmascarada—. Nada de comida, pero no es un problema. El bosque está cerca, cazaré algo antes del amanecer.
—¿N-no es peligroso? —Primo sonaba aterrada.
—Puedo evitarlos —era obvio que no sentía tanta confianza, era más bien que intentaba sacar lo mejor de la situación—. La carne será ahumada para el resto del viaje.
—Deberían ser dos días hasta el pueblo más cercano, o tal vez menos —aportó la diosa—. Solo pude echar un rápido vistazo al mapa.
Kiyohime se dio cuenta de que la conversación había terminado cuando todos los ojos cayeron sobre ella. Había estado esperando cualquier tipo de juicio, miedo o desprecio. No era que estuviese acostumbrada a eso, por supuesto, pero sería la reacción más normal.
Ni siquiera sabía qué sucedió luego de haber visto a la diosa. Su visión estuvo roja todo el tiempo. Respondía a los impulsos. Las amenazas. Sabía que hubo ruido saliendo se su boca. Que sus brazos se movían. Era consciente de tantas cosas sin realmente serlo.
Hasta que Ryuu la despertó y estaba rodeada de cuerpos. De inmediato supo que fue su culpa. Que ella los había atacado como un animal salvaje. Lejos de sus maneras de dama a las que estaba acostumbrada y los que constituyeron su crianza.
¿Y dónde quedaron sus palabras? Había jurado que la elegancia y clase serían las bases de su arte marcial. En su lugar, tenía suerte si la veían como una bestia que debía ser sacrificada. Un monstruo más. Oh, dioses, cómo dejó los cuerpos. Y sus manos llenas de sangre.
—¿Kiyohime? —casi saltó en su sitio al sentir la mano de la diosa sobre la suya—. ¿Cómo te sientes, cariño?
Mirando a los ojos de la divinidad, no había rastro de aquella juventud que parecía caracterizarla, casi rozando lo infantil. Sus ojos solo exhibían sabiduría que trascendía el conocimiento mortal, y un amor tan grande que no sería soportado por cualquier cosa mundana.
No respondió. No se atrevía a hacerlo. Sentía que se iba a desmoronar en el momento en que abriera la boca. Se limitó a negar con la cabeza. No hizo mucho en el departamento de permanecer digna y libre de lágrimas, pero nadie comentó nada al respecto. Se sentía como un monstruo sin importa lo que hiciera o dijera.
—Oh, querida. Ven aquí.
Sin esperar una respuesta, la diosa Dia la rodeó con los brazos. Kiyohime se apoyó en ella a pesar de que no debería. Sus preocupaciones eran estúpidas, sin valor. Lo sabía, pero no podía reunir el coraje para recomponerse. En su lugar, actuaba como una cobarde, como la vergüenza que su padre decía que era.
El monstruo cuyas manos convertían en cenizas todo lo que tocaba.
—Está bien cariño. ¿Te han dicho que eres cálida? —intentó bromear—. Como una gran manta para abrazar. ¿Por qué no se unen, Primo, Ryuu?
Kiyohime dejó escapar una risa acuosa. No era la primera vez que le decían eso. Hacía que fuese un problema dormir con su hermanita los días más cálidos, pero se convertía en la almohada para abrazar de Haru el resto de las estaciones. Primo aceptó la oferta sin dudarlo demasiado, y Kiyohime sintió otro par de brazos rodeándolas, acompañado de un suspiro. Podía entenderla. Kiyohime sobrevivió cuando la fogata se apagó gracias a su alta temperatura, y el hecho de que el invierno ya estuviera aquí lo empeoraba.
—Estoy bien así —respondió Ryuu.
Kiyohime quería refutarla, pagar lo mucho que Ryuu la ayudó en tan poco tiempo. Pero no iba a forzarlo, no cuando podía tener el efecto contrario al deseado. En lugar de eso, se concentró en seguir haciendo que el calor siguiera circulando.
No tenía una forma concreta de hacerlo, en realidad. Solo sabía que estaba ligado a su núcleo. La magia funcionaba con el recurso denominado Mente, el cual se alojaba en la cabeza según las investigaciones de los expertos. Al menos, así era en casos normales.
El maryoku, como se le llamaba en Yamato, funcionaba igual, aunque era un poco diferente en Kiyohime gracias a su naturaleza de dragón. Ella contaba con un núcleo, que era tanto su corazón físico como metafísico. Bombeaba tanto sangre como maryoku a través de su cuerpo.
Se concentró en esa parte de ella, forzando el aumento de temperatura. Tuvo cuidado al hacerlo. Casi podía ser considerado un truco para fiestas, pero le gustaba que su hermanita estuviese cálida en invierno.
Sintió que la diosa y Primo prácticamente se derretían a su alrededor, suspirando de satisfacción. Kiyohime volvió a mirar en dirección de Ryuu, y antes de que pudiera hablar, ella se le adelantó, sin siquiera mirarla.
—Duerme. Lo necesitas más que yo.
Una parte de ella quería negar la declaración, pero no tenía energías para eso. Se esforzó en dar una sonrisa, sabiendo que fue más una mueca, antes de buscar una posición un poco más cómoda.
