El Ascenso del Campeón Fuutarou

Por Fox McCloude

Disclaimer: Go Toubun no Hanayome y todos sus personajes son propiedad de Haruba Negi. Todos los derechos reservados.


Estadio nacional de Japón…

Era la gran final del torneo nacional de fútbol de secundarias. El viento soplaba con fuerza, agitando sus cabellos salvajes teñidos de rubio. Se había esforzado mucho por llegar hasta aquí. Había entrenado muy duro durante los últimos tres años, y finalmente, tras mucho sudor sangre y lágrimas, había llevado a su equipo a la final. Y ahora, estaban a punto de lograr el tan anhelado triunfo.

- ¡Vamos, Uesugi, tú puedes!

- ¡Anota este gol y ganaremos el campeonato!

- ¡Tenemos el triunfo asegurado, adelante!

El partido se había mantenido con el marcador en cero. Ambos equipos, Nankatsu de Shizuoka, y Sakimoto de la prefectura de Aichi habían atacado sin piedad, pero los defensas y los guardametas habían impedido que el balón entrara en ambas porterías. Era un baile de ida y vuelta constante, que mantuvo a los espectadores al filo de sus asientos, y la victoria parecía incierta.

Hasta que en el minuto 88, uno de los defensores de Nankatsu cometió una falta tratando de frenar el ataque, lo que le ganó al equipo Sakimoto un tiro penal. A esas alturas del partido, un gol sería decisivo, la forma perfecta de cerrar ese torneo, y el que sería su último partido con ese equipo.

- "Sin presiones. Es un gol prácticamente asegurado. Solo tienes que anotar y ganaremos." – se decía a sí mismo.

Fuutarou Uesugi, número 14 del equipo de Sakimoto, había sido el elegido para cobrar el penal. No era de sorprenderse; era considerado por muchos como el jugador más valioso del equipo. Mediocampista ofensivo y a lo largo del torneo tenía un promedio de dos goles y dos asistencias por partido, algo nada desdeñable para un jugador de secundaria. Si habían llegado hasta allí, había sido en gran medida gracias a él.

Y allí estaba, frente al balón en la mancha de los once pasos, con el arquero del equipo contrario siendo su único obstáculo que lo separaba del triunfo. Apenas oyó el silbato del árbitro, echó a correr y se perfiló para disparar. Esto era todo.

Pero sucedió lo impensable: el arquero se anticipó, lanzándose correctamente hacia la esquina superior izquierda. El balón retumbó en su puño, para luego salir hacia el aire despedido como una bala perdida. El shock de ver que había fallado lo dejó paralizado, al grado que no se percató de que uno de los defensores de Nankatsu, sin perder tiempo, ya había corrido hacia el balón para patearlo con fuerza y alejar el peligro.

- ¡DEPRISA, AL CONTRAATAQUE!

El grito lo sacó de su estupor, y fue entonces que cayó en cuenta. Todo el resto del equipo de Sakimoto, excepto el arquero, había venido para verlo anotar el gol, así que nadie se había quedado atrás para defender. Obviamente, todos también se habían quedado estupefactos de que hubiera fallado el penal, por lo que reaccionaron muy tarde.

El balón ya estaba en los pies del número 10 de Nankatsu. Daichi Ohzora, el goleador del torneo, rápido como el rayo, se escapó hacia el área contraria sin que nadie pudiese pararlo. Al no tener apoyo de sus defensores, el portero de Sakimoto trató de salir para enfrentarse solo al delantero de Shizuoka, pero este lo evadió y sin ya ningún obstáculo dentro del área, pateó con todas sus fuerzas para incrustar el balón en las redes.

Mientras los jugadores de Nankatsu se abalanzaban sobre su delantero para celebrar, Fuutarou se quedó tieso, frenando su carrera, y mirando el balón que ahora yacía en el fondo de la portería. Pudo vislumbrar las miradas de decepción de sus compañeros de equipo, todas dirigidas hacia él. Estaban furiosos, eso era innegable. Él había desperdiciado una oportunidad perfecta, y sus oponentes habían capitalizado en ella.

Este sería un partido que recordaría por el resto de su vida.

Al término de la ceremonia de clausura del torneo, todos habían mantenido la compostura. No había sido nada fácil para ninguno de ellos, especialmente para Fuutarou, ver a los de Nankatsu recibir la bandera del campeonato y ondearla triunfantes, cuando habían estado tan cerca de ser ellos quienes lo hubiesen hecho.

Por supuesto, todos sabían a quién culpar de ello.

- ¡Qué idiota eres! ¡¿Cómo pudiste fallar ese penal?!

- ¡Teníamos el campeonato en la bolsa, y lo arruinaste!

Sus compañeros lo estaban rodeando, empujándolo contra los casilleros en los vestidores. Él no había hecho nada para defenderse todavía, no porque no quisiera, sino porque no le habían dejado. Y era muy difícil hablar cuando habías recibido tantos golpes en la cara y en el estómago.

Finalmente, cuando el dolor se le aplacó un poco, pudo finalmente responderles, riéndose con sorna una vez que pudo ordenar sus ideas.

- Qué gracioso… me culpan por fallar el penal, ¿pero quienes dejaron nuestra portería indefensa?

Las palabras que dijo solo hicieron que todos se enfurecieran aún más. Uno de ellos lo agarró y lo estrelló contra el casillero de nuevo.

- ¡No trates de echarnos la culpa a nosotros! ¡Todos confiábamos en ti, y nos defraudaste en el momento más importante!

- ¡Sí, menuda estrella del equipo que eres! – dijo otro.

- ¿Sí? Pues tal vez este equipo no sea tan bueno, si tenían que depender todo el tiempo de su estrella.

- ¡¿Cómo te…?!

- ¡¿Quién anotó los dos goles en el partido contra Shimizu para remontar cuando estábamos abajo?! ¡Kawakami, ¿quién te dio la asistencia en el partido contra Nakahara para que anotaras el gol del triunfo?! ¡¿Quién evitó que fuéramos a tiempo extra contra Konishi, cuando todos estaban exhaustos?!

Proceder a listar todos sus logros a lo largo del torneo, enfatizando cómo fue que él llevó el peso de todo el equipo, logró hacer que se callaran por un momento. Empujó al jugador que lo sostenía para quitárselo de encima, y aunque seguían mirándolo con odio, ninguno dijo una palabra.

- Afróntenlo, si llegamos hasta aquí fue gracias a mí. Ustedes hicieron muy poco o nada durante todo el torneo. Si yo no lo hubiera mantenido, este equipo se habría desmoronado hace mucho.

- ¿Eso crees? – salió al paso el capitán. – Pues no necesitamos a una estrella en el equipo que no es capaz de anotar en el momento más importante.

- Pues alégrense. Este fue nuestro último partido, y después de la graduación no me verán más.

Abriéndose paso a empujones, Fuutarou cogió su bolsa deportiva, y se dirigió hacia la salida. Si el equipo ya no lo quería, entonces él tampoco quería estar allí con ellos. Menudos compañeros que resultaron ser, esa bola de mediocres.

Era obvio que la derrota lo tenía muy molesto. Cualquiera lo estaría, después de esforzarse tanto, solo para perder al final cuando estaba a punto de lograr el triunfo por un pequeño error. Pero más que eso… fue no haber podido cumplir la promesa que le hizo a su madre aquella mañana.

- ¡Ya lo verás, mamá! ¡Vamos a ganar el campeonato, y te dedicaré el primer gol que anote en el partido!

- Eso me haría muy feliz, hijo. Pero a mí solo me importa que te diviertas. Da lo mejor y no te arrepientas de nada.

Normalmente, haría caso al consejo de su madre, de que lo importante era dar lo mejor y no ganar. Pero siendo realistas, ¿a quién le gustaba perder? Era su última oportunidad de ganar las nacionales, y cuando estaba a su alcance, un mísero error de cálculo le costó la victoria.

Si ella y su hermanita lo vieron por televisión, seguramente se habrían llevado una gran decepción. ¿Con qué cara iba a mostrarse cuando volviera a casa?

En eso, empezó a sonar su teléfono. Estaba de tan mal humor que casi pulsó el botón de cancelar llamada, hasta que vio en el identificador que era su hermana pequeña, y eso le ayudó a calmarse. Tal vez hablar con ella le ayudase a sentirse mejor.

- ¿Hola, Raiha?

- ¡Oniichan! – le respondió con una voz chillona, como si estuviese llorando. – ¡Tienes que venir rápido! ¡Mamá…!

- ¿Qué sucede? – Toda la furia se le fue en un instante, siendo reemplazada por preocupación. – ¡¿Le sucedió algo a mamá?!

- ¡Papá me llamó a la escuela desde el hospital! – dijo con la voz quebrada. – ¡Mamá tuvo un accidente y…!

- ¿Dónde estás ahora?

- Aún estoy en la escuela. Papá está en el hospital así que no puede venir por mí…

- No digas más. ¡Espérame e iremos al hospital juntos!

Y sin esperar respuesta, colgó la llamada y echó a correr para ir a buscar a su hermana. Seguramente su padre no lo había podido contactar porque estaba en el partido, así que tuvo que avisarle a ella. Bueno, al menos la llamada sí había tenido el efecto esperado. Se había olvidado de su propia rabia por haber perdido el partido, pero ahora, otra cosa ocupaba su mente.

Fuutarou no supo cómo lo hizo, pero había corrido casi sin detenerse todo el trayecto hasta la escuela para recoger a su pequeña hermana, pese a que luego de ese partido debería estar totalmente agotado física y mentalmente.

Solo fue cuando llegaron a la sala de espera que su cerebro registró lo agotado que estaba.

- ¡Papá! – llamó Raiha, corriendo hacia un hombre alto y musculoso que se encontraba ya allí, y volteó a verlos. Ese era su padre, Isanari Uesugi, la viva imagen de su hijo con un similar pelo teñido de rubio y alborotado.

- ¡Raiha, Fuutarou! – Se agachó para abrazar a su hija cuando esta se le lanzó encima. Fuutarou caminó detrás de ella.

- ¿Cómo está mamá? – preguntó la niña. – ¿Se encuentra bien?

- Lo siento, aun no lo sé. – confesó el hombre con pesadez. – He estado esperando desde hace dos horas y todavía no hay noticias. Por cierto… – volteó a ver a su hijo – ¿Qué tal estuvo el partido? Aún no había podido verlo en el trabajo, así que…

- Ahora no quiero hablar de eso. – replicó el chico, cruzándose de brazos. – Más importante ahora, ¿qué le sucedió a mamá?

Isanari suspiró, y procedió a contarles todo. Estaba saliendo de su trabajo cuando recibió una llamada del hospital. Su mujer había salido del trabajo, y fue atropellada por un conductor que se pasó una luz roja y huyó de la escena. Eso solo hizo que a Fuutarou le hirviera la sangre, pero afortunadamente algunos de los testigos hicieron lo posible para socorrerla y traerla al hospital.

Para cuando él llegó le informaron que estaba en emergencias y todavía no tenían noticias de ella.

- Maldición… espero que la policía atrape al responsable. ¿Cómo se atreve a huir de ese modo? – gruñó Fuutarou. Si acaso lo tuviera enfrente, le encantaría darle una patada donde más le doliera.

- Tratemos de calmarnos, hijo. – dijo Isanari, soltando un momento a su hija para ponerle las manos en los hombros a su hijo. – Mejor hablemos de otra cosa. Hablemos de tu partido: seguro que ganaste, ¿verdad?

Fuutarou miró a su padre a los ojos. Esa expresión llena de esperanza y orgullo en su rostro le atravesó como si fuera una daga congelada. Era de esperarse: él no había hablado de otra cosa durante los últimos meses, excepto de ganar las nacionales y convertirse en el mejor jugador de todo Japón. Estuvo a casi nada de lograrlo… solo para que el triunfo se le fuera de las manos justo al final.

- No… perdimos. Y todo porque no pude anotar ese maldito penal al final. – dijo el chico sombríamente, para sorpresa tanto de su padre como de su hermana.

- Oh… – La expresión de Isanari se tornó afligida, pero intentó sonreír. – Bueno, segundo lugar no es tan malo. Después de tu actuación en el torneo seguro habrá muchos equipos buenos que querrán reclutarte, ¿no es cierto?

- Sí, Oniichan. Siempre está el próximo año, ¿verdad?

El chico contuvo el impulso de rodar los ojos, no queriendo que su hermana y su padre se sintieran peor de lo que ya debían estar. Decir "siempre está el próximo año" era fácil para los alumnos de primero y segundo, pero él ya estaba en tercero y era su última oportunidad. Seguro, podría buscar la revancha en preparatoria, pero ya sería otro equipo, con otras personas obviamente.

La verdad, después de lo de hoy, se sentía tan mal que no sabía si valdría la pena buscar la revancha en preparatoria. ¿Qué tal si de nuevo le tocaba una bola de perdedores que le echaban todo el peso encima, para bien o para mal?

Así no valdría la pena jugar.

- ¿Señor Uesugi?

Una voz femenina profunda les habló. Una doctora con aspecto maduro se les había acercado con una expresión muy grave en el rostro, y Fuutarou vio cómo su padre se le acercaba sin mediar palabras.

- Doctora, ¿cómo está mi esposa? ¿Se recuperará? ¡Dígame, lo que sea!

- Cálmese, por favor. Siempre me duele cuando tengo que dar las malas noticias, pero…

- No… no me diga que…

- Hicimos todo lo posible, pero lamentablemente al impactar de cabeza contra ese poste sufrió una conmoción cerebral muy fuerte. Si hubiésemos podido atenderla un poco antes, quizás… en verdad lo lamento mucho.

- No, no, ¡noooooooooo! – Raiha cayó de rodillas y estalló en lágrimas. – ¡MAMÁAAAAAAAAA!

El cuerpo de Fuutarou se quedó congelado por un momento. Se había convertido en un torbellino de emociones. Rabia y odio contra el conductor que atropelló a su madre. Tristeza e impotencia por no haber podido hacer nada al respecto. Frustración y decepción consigo mismo, por no haberle cumplido la promesa que le hizo esa mañana. Y lo peor de todo… arrepentimiento de no haberle dicho algo más antes de despedirse. Solo habló de él y su partido, en vez de decirle lo mucho que la quería y lo agradecido que estaba por todo lo que lo había apoyado todos estos años.

Pero todo eso se vio suprimido por su instinto de hermano mayor, y sin pensarlo, se había arrodillado y envuelto a su pequeña hermana en sus brazos, queriendo consolarla, protegerla, aliviarle el dolor que estaba sintiendo en ese momento. Mismo que él también tenía, y por alguna razón, aunque quería llorar, las lágrimas no salían, y aunque quería gritar, era como si hubiese perdido la voz.

- "Llora, Raiha. Llora también por mí, por favor."

Su padre los abrazó a ambos con fuerza. En ese momento, la familia Uesugi no pudo más que mantenerse unida, tratando de soportar juntos el dolor de perder a uno de los suyos. La madre de Fuutarou se había ido, y no podían hacer nada para cambiar ese hecho.


Días más tarde…

El clima durante el funeral de la señora Uesugi no podría haber sido más acorde con el humor. Parecía que aquel día los cielos también estaban llorando junto con ellos.

Fuutarou se había forzado a sí mismo a contener las lágrimas, junto con su padre. Ambos habían decidido hacerse los fuertes por Raiha, que durante los últimos días se la había pasado llorando hasta quedarse dormida, al grado que pidió permiso para faltar a la escuela hasta después del funeral. En ese momento, su padre la sostenía con un brazo mientras ella lloraba en sus hombros, y con la otra mano sostenía el paraguas que estaban usando para protegerse los tres de la lluvia, manteniéndose juntos.

Kazane Uesugi era una mujer muy querida por todos quienes la conocían. Era una esposa y madre muy cariñosa, una mujer muy trabajadora, y probablemente la mejor cocinera en todo su vecindario. Todos amaban el pan que se vendía en el pequeño pero afluente negocio que habían abierto hacía unos años. No eran ricos, pero tenían lo suficiente para vivir bien y ser felices.

Ya sin ella, el negocio familiar no podría continuar.

Esto fue para Fuutarou un doble golpe. Desde que entró a la secundaria… no, incluso desde mucho antes de eso, su madre había hecho todo lo posible para apoyarlo en el sueño que tenía. Desde muy chico, había sido un gran fanático del fútbol, y al crecer viendo a los grandes jugadores japoneses que se iban consagrando en clubes europeos, comenzó a soñar con ser el siguiente gran profesional.

Sus padres habían trabajado muy duro para ayudarle con ese sueño. Cuando cumplió los diez años, le regalaron un nuevo balón y su primer par de botines de fútbol, mismos que utilizaría en su primer equipo infantil. Todavía recordaba vívidamente el día que jugó su primer partido, o más concretamente, cuando regresó a casa después de él…

Fuutarou estaba exhausto, tanto física como mentalmente. Aunque el entrenador y sus compañeros le aseguraron que lo hizo bien, todavía se sentía responsable por el resultado. Después de todo, fue él quien no pudo marcar a esa niña que anotó el gol de la victoria para el equipo contrario.

Lo más curioso era que esa niña fuese parte de un conjunto de hermanas quintillizas. Aunque se veían idénticas, solo una de ellas parecía ser capaz de seguir el ritmo, y fue ella la que logró evadir su defensa para anotar ese gol en la última jugada. De no ser por esos dos detalles, tal vez ni siquiera le habría prestado atención. Pero eso no importaba en este momento.

- ¡Ya llegué! – declaró el chico, entrando a la casa, siendo recibido por el olor de una deliciosa comida que salía de la cocina, y por su pequeña hermanita que se lanzó a abrazarlo.

- ¡Bienvenido, Oniichan! – lo saludó, y él rápidamente le devolvió el gesto acariciándole la cabeza. – ¿Qué tal tu partido? ¿Ganaste?

- Ahh… no, perdimos solo por un gol. – dijo él. – ¿Mamá ya está haciendo la cena? Me muero de hambre.

- Sí, enseguida voy a buscarla. ¡Mamá, Oniichan ya está en casa!

Mientras Raiha corría hacia la cocina, Fuutarou se fue hacia el sillón de la sala y cogió el control remoto del televisor. Empezó a pasar los canales hasta detenerse en donde se estaba pasando un partido de la Liga Española en el Camp Nou. Era el Barcelona vs. el Real Madrid, un partido que realmente tenía muchas ganas de ver, debido a un jugador específico.

- Vamos a ver, Tsubasa. ¿De qué serás capaz ahora?

Unos años antes, sus padres lo habían llevado a ver algunos de los partidos del Mundial Juvenil. Él, como la mayoría de los niños de su edad, no esperaba la gran cosa de los jugadores japoneses, ya que en ese entonces el fútbol de su país apenas estaba iniciando, pero terminó llevándose una sorpresa cuando la selección nipona, contra todo pronóstico, ganó partido tras partido, incluso aunque sufrieron varias bajas de jugadores importantes debido a lesiones.

Entre todos ellos, destacaba el número 10, Tsubasa Ohzora, que además de darle la victoria a su equipo en La Liga, se consagró como el MVP de todo el torneo. Fuutarou estaba tan impresionado con las jugadas de ese número 10, que investigó más sobre él, su carrera previa. Supo después que fue campeón nacional tanto en primaria como en secundaria, y tras graduarse y participar en el mundial Sub-16, empezó a jugar de manera profesional en Brasil, en el Sao Paulo FC, durante varios años. Pero no era el único jugador notable; en general, casi todos los de la selección japonesa eran verdaderas estrellas en ascenso cuyos nombres comenzarían a resonar tanto dentro como fuera de su país. Los más notables, además de Tsubasa, eran el portero Genzo Wakabayashi, que jugaba en el Hamburgo de la Bundesliga, y el delantero Kojiro Hyuga, que fichó para el Juventus de la Serie A en Italia.

Ver jugar a todas esas estrellas despertó algo en Fuutarou, y había estado siguiendo sus carreras muy de cerca, deseando poder estar del otro lado de esa pantalla algún día. Quería jugar como ellos, y algún día ser un gran profesional. Incluso tal vez ganando un mundial para Japón.

¿Pero cómo lo iba a lograr, si no había sido capaz de marcar apropiadamente a una niña?

- Bienvenido a casa, Fuutarou. – lo saludó su madre, llegando con una bandeja de comida, y sentándose junto a él. – ¿Qué tal tu partido? Raiha me acaba de decir que perdieron.

- "Chismosa." – pensó el chico, antes de tratar de forzar una sonrisa. No quería parecer un mal perdedor delante de su madre. – Bueno, fue casi hasta el final. Me descuidé y esa niña me pasó antes de anotar el gol. Pero la próxima vez me vengaré.

- Jaja, estoy segura de ello. – dijo su madre.

Él junto con su hermana y madre se sentaron a ver el partido. Aunque no estuviera viéndolo en vivo, gritaba y saltaba como si los jugadores pudiesen oírlo, animando al Barcelona y a Tsubasa. Este era su debut en el equipo de la primera división, en parte porque el jugador estrella, el brasileño Rivaul, se encontraba lesionado, y habían tenido una pésima racha, por lo que era importante lograr una victoria.

El partido fue de ida y vuelta constantemente, una batalla campal donde la victoria parecía incierta. Fuutarou en particular se quedó al filo del asiento cuando el partido estaba por terminar, y a pesar de todos los obstáculos y que pareciera imposible, Tsubasa se rehusó a darse por vencido y se lanzó para entrar a la portería rival con todo y balón si era necesario, logrando la remontada en el último segundo.

Decir que el niño estaba maravillado con el astro japonés era quedarse corto.

- Wow, eso fue increíble. ¿Viste eso, mamá? ¿Lo viste?

- Sí, fue espectacular. Aunque algo peligroso.

- Dios, cómo me encantaría hacer algo así. Ser el héroe del partido en el último momento. Debe ser increíble, ¿verdad?

- Sí, en lugar de ser el que dejó que le anotaran el gol justo al final. – se burló Raiha, haciendo que Fuurarou le lanzara una mirada.

- Raiha, cariño, no te burles de tu hermano. – dijo Kazane. – Confieso que me daría algo de terror ver a mi hijo hacer esa clase de maniobras tan peligrosas… pero también me sentiría muy orgullosa.

- ¿Crees que yo podría estar allí algún día, mamá? – preguntó Fuutarou. – ¿Llegar a ser un jugador como Tsubasa?

- Hijo, si crees en ti, todo es posible. – aseguró la mujer. – Y yo te apoyaré todo el camino hasta que lo consigas.

Fuutarou sonrió. Desde ese momento se prometió que ganaría sus partidos, que se convertiría en el mejor jugador de Japón, y algún día, en un futuro, llegaría a ser uno de los mejores del mundo. Para que ella pudiese verlo y sentirse orgullosa de él.

Y aquí estaba ahora. Todos esos sueños, todas esas esperanzas, era como si hubiesen muerto junto con su madre. No fue capaz ni siquiera de cumplirle la promesa que le había hecho ese día, de ser el mejor jugador de Japón. Y cuando había estado tan cerca de lograrlo… simplemente lo dejó escapar, así nada más. Todo por un simple error.

- ¿Fuutarou-kun?

La voz femenina lo sacó de sus pensamientos. Se giró, y allí vio a una chica de cabello y ojos negros, mirándolo con compasión. Quizás era una de las pocas personas en la escuela a quien todavía podría considerar de sus amigos, luego del fiasco del partido final.

- Hola, Takebayashi. ¿Vienes a ofrecer tus condolencias? – dijo tratando de sonar lo más cortés posible.

- Por supuesto. No sabes lo apenada que me siento por lo sucedido. – dijo ella mientras se les acercaba para ver la tumba junto con ellos. – Todos queríamos mucho a tu mamá, después de todo.

- Gracias por venir. Significa mucho para nosotros.

El funeral continuó mientras el sacerdote continuaba dando el discurso, y ninguno de ellos dijo una palabra más. Al cabo de un par de horas, una vez que terminó poco a poco todos fueron retirándose, pero Fuutarou le pidió a su padre que llevara a su hermana, ya que quería quedarse allí un poco más, observando la lápida. A pesar de las protestas, el chico prometió que regresaría antes del anochecer, así que su padre accedió y lo dejó allí.

Se quedó por varios minutos, mirando la inscripción sobre la tumba, conversando silenciosamente con su madre, como si esperase que le respondiera. Parecía tonto, pero en ese momento no veía otra manera de lidiar con su dolor interior.

- Lo siento, mamá. Siento mucho no haber podido cumplir mi promesa.

- ¿No estás siendo muy duro contigo mismo?

De nuevo, la voz de Takebayashi lo sacó de su trance. Ella tampoco se había ido, y en ese momento él notó también que traía una especie de sobre en la mano. Pero no le prestó atención.

- Sé que todos en la escuela están muy molestos por el partido. Pero no fue tu culpa que perdieran. Todos en el equipo estaban haciéndote llevar el peso para sentirse mejor consigo mismos.

- Sí, tal vez. – dijo él con resignación. – Pero eso no cambia nada. El resultado es lo único que importa.

- Aun así… tal vez algo bueno podría salir de eso. – dijo Takebayashi. – Había querido entregarte esto antes, pero cuando los reclutadores vinieron no estabas en la escuela, así que… bueno, quizás no sea el mejor momento, pero pensé que querrías alguna buena noticia.

La chica le alargó el sobre. El sello llevaba el nombre de la Academia Superior Toho, una de las escuelas más prestigiosas de Japón, y cuyo equipo había sido ganador de varios títulos nacionales tanto a nivel de secundaria como de preparatoria y universitario.

Miró a Takebayashi con expresión interrogante. Este sobre seguramente indicaba que querían reclutarlo para sus filas, pero aun así ella entendió la pregunta no formulada de él.

- Los reclutadores estaban muy interesados en ti, ¿sabes? A pesar de que perdieron la final, tuviste una gran actuación. Es genial, ¿no? Que un equipo de ese calibre quiera reclutarte.

En otro tiempo que ahora parecía muy lejano, Fuutarou se habría sentido extasiado de oír eso. Formar parte de un equipo como ése, sin duda le impulsaría para lograr su meta, de ser el mejor de Japón. Pese a que en los últimos años no habían podido hacer la gran cosa, con trabajo duro y esfuerzo había logrado destacar durante el tercer año, para atraer la atención de los mejores equipos.

Ahora, estaban ofreciéndole una beca deportiva completa. Era el sueño de cualquier jugador que se preciara, que aspirase a convertirse en un profesional.

- "Ser un profesional… ¿cómo puedo pensar en eso, si ni siquiera pude ganar un simple torneo de secundarias?"

Y en un acto que parecía impensable, Fuutarou agarró el sobre, y sin abrirlo lo rompió a la mitad, haciendo que Takebayashi lanzara un grito ahogado. No era de sorprenderse; con toda certeza ella no se esperaba que hiciera eso.

- ¡¿Pero qué hiciste?! ¡Es una beca completa, una gran oportunidad!

- Lo sé. – dijo él. – Pero esas becas son para los jugadores prometedores, no para mí.

- ¿Qué dices? ¡¿Cómo puedes…?!

El chico alzó la mano para que se callara, y la miró severamente. Ya tenía la respuesta preparada, y una vez que empezara, no se iba a detener.

- La beca deportiva es para jugadores excepcionales. Un jugador que no es capaz de anotar en el momento crucial no merece estar en un gran equipo como ese. No haría más que convertirme en un lastre.

Aunque en aquel momento no lo había dicho, lo cierto era que las palabras de sus excompañeros de equipo habían calado más en él de lo que había creído. Por dentro, él sabía que las cosas habrían sido diferentes si tan solo hubiese pateado a otro lado ese penal, si no hubiese telegrafiado hacia dónde iba a disparar. Habrían ganado el partido y el campeonato, y ahora él sería el héroe y no el idiota que arruinó todo en el último momento.

Un mínimo error lo había arruinado todo, y eso no podía cambiarlo.

- Bueno, pero estoy segura de que habrá muchas otras escuelas interesadas en reclutarte. No es el fin del mundo, ¿verdad? – preguntó Takebayashi.

- No, claro que no lo es. – dijo él con resignación. – Solo tendré que buscar otro camino en la vida… uno que no involucre el fútbol.

De nuevo, Takebayashi ahogó un grito. No estaba sorprendido; para un chico como él, que amaba el fútbol, decir algo como eso era inconcebible. Pero él ya había tomado su decisión. Tampoco era que necesitase una beca deportiva: aunque sus calificaciones no eran perfectas, nunca había sido un mal estudiante, y podría ingresar fácilmente a cualquier escuela decente por el programa académico.

Al ver que ella ya no decía nada, supuso que sería un buen momento para retirarse. Ya se había quedado allí el tiempo suficiente. Su padre y hermanita debían estar preocupados, así que mejor debía ir a reunirse con ellos.

- Gracias por haber venido al funeral. – le dijo al pasar junto a ella.

Caminó sin prisa, pero no se atrevió a mirar atrás. No quería ver la expresión desconcertada en el rostro de su amiga, eso solo haría vacilar su decisión. Había tenido suficientes días para pensar en ello, y se dio cuenta que, si seguía por ese camino, no haría más que traerle dolor. No necesitaba recordatorios de su fracaso.

Después de todo, le había fallado al equipo en el último segundo, por no anotar ese gol crucial. Le había fallado a su madre, por no cumplirle la promesa que le había hecho. Y lo peor de todo… se había fallado a sí mismo.

Era hora de buscar otro camino en la vida, uno que ya no involucrase correr sobre el césped detrás de un balón de fútbol.

FIN (por ahora)


Notas del autor:

¿Qué tal, gente? Bueno, bueno, por fin he podido traer este preview, que ya tenía meses que se los debía. Para quienes han estado siguiendo mis fics de las quintillizas, ya sabrán que tenía pensado hacer un AU deportivo, o más concretamente, de un Fuutarou que escogió el fútbol en lugar de los estudios. Por si no está totalmente claro, el partido que Fuutarou menciona haber jugado aquí es el mismo que se ve en los flashbacks de Yotsuba (capítulos 87-90 del manga, espero que no los recorten en la película) donde sale un entrenador claramente basado en Maradona. Pensé que si debía establecer una conexión previa entre él y las hermanas, sería mejor hacerlo acorde con la temática del AU, que sería el fútbol en este caso.

Ahora bien, en este inicio puede que me haya tomado algunos de los clichés típicos de las obras de Yoichi Takahashi (más concretamente de matar personajes con accidentes de tránsito), pero en vista de que sabemos muy poco o nada sobre cómo murió la mamá de Fuutarou, me imaginé que sería la mejor manera de arrancar la trama aquí. Si están familiarizados con las obras de Takahashi, entonces habrán notado que para Fuutarou aquí tomé elementos de las historias tanto de Kojiro Hyuga (su padre muere en un accidente automovilístico el mismo día que él tiene un partido importante) como de Kyosuke Kanou (abandona el fútbol debido a problemas personales). Así que la premisa inicial será que Fuutarou tendrá que enfrentarse y superar sus demonios internos para retomar el camino del sueño que abandonó.

Por último, quiero dejar algo muy claro antes de que me pregunten: no voy a trabajar de lleno en este fic hasta que haya terminado Forma del Corazón (ese va más o menos a la mitad de lo que tengo planeado), así que por favor no me pregunten cuándo voy a empezar. Ya saben que escribo a mi ritmo y no tengo un horario, aparte de tener otros fics y compromisos en la vida real, así que no me presionen, ¿está bien? Antes de irme, agradecimientos a Shadechu Nightray por su beta-reading, y espero que esto les alivie un poco la espera mientras publico el siguiente capítulo de Forma del Corazón. ¡Sayonara!