La ley del talión
Capítulo 19. Deserción
Con ayuda de Sofía, Adriana estaba quitando a Darío del asiento del conductor. Lo pusieron en el del medio, mientras que Sofía se sentó en el asiento del copiloto con Carlos en su regazo. Tras un par de intentos con los cables que había usado Darío, Adriana pudo volver a arrancar el motor.
Jubal aún estaba recuperando su aliento; se retiró un poco y miró a Isobel, cuya tos se estaba calmando por fin, aunque sus pulmones no lograban tomar el suficiente aire. Sin pararse a pensar si era adecuado, Jubal le pasó el pulgar por la mejilla con un roce afectuoso, mientras sus ojos recorrían su rostro, asegurándose de que estaba bien. Todo ello hizo a Isobel estremecerse, y no sólo porque tenía mucho frío.
Entonces él se percató de que Adriana había maniobrado hasta conseguir sacar la rueda de la cuneta y enfilaba camino abajo. Jubal golpeó dos veces en la ventanilla trasera de la cabina.
—¡Ey! ¿¡Dónde vamos!?
Adriana tuvo que retorcerse para abrirla mientras conducía.
—Al hospital más cercano, en Montemorelos. Son sólo veinte kilómetros.
—¿Cómo está Darío? —preguntó Isobel preocupada, su voz ronca por la tos.
Parecía desorientada; sus ojos no enfocaban del todo. Jubal no le supo contestar. Darío había perdido completamente el conocimiento, y Jubal se temía incluso algo peor. Sofía estaba intentando hacerlo reaccionar, sin ningún éxito.
—Respira, pero su pulso es muy débil —respondió Adriana con voz angustiada—. Cuanto antes lleguemos, mejor. Agárrate y sujeta a Isobel —le dijo a Jubal acelerando todo lo que pudo.
Jubal se aferró al borde de la pickup con un brazo y recostó a Isobel contra su pecho para sujetarla con el otro. El contacto de su cuerpo le devolvió a ella algo de calor. Se aferró a él como pudo.
·~·~·
El sol ya se había puesto tras las montañas y la tarde había oscurecido de repente por las oscuras nubes, sumiendo el paraje en una tenebrosa nocturnidad.
Esquivando vehículos y despreciando de manera flagrante el límite de velocidad, primero de la carretera regional y luego de la autovía, Adriana recorrió aquellas doce millas para llegar a Montemorelos en sólo diez minutos. Durante todo el trayecto no dejaba de intentar despertar a Darío, su mirada profundamente consternada.
Ya en Montemorelos, simplemente se saltó todos los semáforos de la avenida que llevaba hasta el hospital. Entraron en el camino de entrada de urgencias chirriando las ruedas. Abriendo la puerta casi antes de haberse detenido del todo, Adriana se bajó dejando el coche en marcha y salió corriendo en busca de ayuda.
Entre Jubal, Sofía y los sanitarios pusieron a Darío en una camilla. Mientras lo metían dentro, Tiritando debido a la fresca brisa que estaba soplando, Isobel intentó bajarse de la pickup pero las fuerzas le fallaron. Jubal acudió ansioso y la ayudó a bajar, sosteniéndola por la cintura. La condujo a urgencias con cierto esfuerzo, porque él tampoco se encontraba muy fuerte.
Estaban por entrar cuando oyeron a Adriana decirle a Sofía:
—[Sube. Nos vamos]
—[¿Qué?] —jadeó Isobel, girándose bruscamente.
Sofía se quedó donde estaba sin saber qué hacer.
—[No. No os podéis ir] —dijo Isobel apartándose de Jubal, lo que empeoró gravemente el frío que le calaba los huesos. Le temblaban las piernas pero las afianzó para interponerse en el camino de Adriana.
—[Tenemos que irnos, lo siento] —respondió la otra mujer intentando esquivarla—. [Sofía, sube.]
—[¡No! ¡Os necesito! Sofía, ¡no os vayáis por favor! Necesito-] —Una tos le dificultó el habla a Isobel; luchó contra ella para poder hablar, sus pulmones haciendo pitidos extraños que hicieron a Jubal hicieron mirarla alarmado— [Necesito que habléis con Vargas. Debéis decirle que estáis vivos los dos, por favor] —suplicó.
—¡Ni hablar! —Adriana cambió al inglés, su voz tornándose aguda por la ansiedad—. Vargas los perseguirá hasta el fin del mundo para recuperarlos. No lo entiendes. Esta es la única oportunidad que tienen mi hermana y mi sobrino de no volver a verse implicados con el cartel de Durango.
Pero el daño ya estaba hecho. Sofía las miraba a las dos estupefacta.
—Adriana... [¿cómo has podido...?] —dijo casi sin aire—. [Me dijiste que Antonio sabía que Carlos y yo estábamos escondidos, a salvo...]
—[No, Sofía. Vargas cree-] —intentó Isobel, pero Adriana sacó su pistola y apuntó a Isobel a la cara.
Isobel levantó las manos y retrocedió un paso, mientras intentaba controlar otro ataque de tos; le costaba mucho respirar. Jubal, en cambio, desenfundó y apuntó a su vez su arma hacia Adriana inmediatamente.
—¡NO! Nos vamos ¡ahora mismo! —exclamó Adriana apuntándolos alternativamente a los dos, para mantenerlos a raya—. Juárez todavía puede alcanzarnos. Tengo que meterlos en un avión, ¡ya!
—Baja el arma o te pego un tiro —amenazó Jubal con una mueca de dolor.
La sangre le empapaba la manga de la camisa. Parecía a punto de desmayarse pero su voz fue tan grave y firme, sus ojos tan implacables, que fue meridiano que hablaba mortalmente en serio.
La gente a su alrededor se apartaba alarmada. Varios pedían a gritos que se llamara a la policía.
—¡Basta los dos! Bajad las armas. Ahora —ordenó Isobel con una autoridad irresistible. Los dos obedecieron casi sin darse cuenta; dejaron de apuntar —. Adriana —dijo mirándola a los ojos—. Vargas seguirá tras mi equipo, los cazará hasta que los mate a todos. Lo sabes.
Mientras, Sofía parecía desolada y horrorizada a la vez. Carlos lloraba en silencio.
El rostro de Adriana se retorció de angustia. Dos lágrimas cayeron por sus mejillas.
—Voy a arreglarlo. Os lo juro. Lo arreglaré.
Jubal le lanzó una palabrota. Isobel lo miró de reojo. Su corazón se contrajo. Nada de lo que hiciera Adriana podría devolverle la vida a Rina.
—Pero ahora tenemos que irnos. Antes de que Juárez los encuentre y los mate de una manera horrible. Tengo que ponerlos a salvo —más que una afirmación fue una súplica—. Lo siento —miró a los ojos a Isobel, luego a Jubal—. Lo siento mucho.
Soltando una profunda exhalación, él relajó su postura y retrocedió un poco. Isobel sintió todo su cuerpo perder tensión. Adriana se metió la pistola en la cinturilla y se montó en la pickup. Sofía dudó un instante pero se subió también. Parecía cada vez más furiosa, sin embargo.
Sirenas de la policía se estaban acercando.
Justo antes de marcharse, Adriana, se volvió hacia Isobel.
—Volveré. Volveré y lo arreglaré. Lo prometo.
Dando un acelerón, se fueron de allí a toda velocidad. Isobel vio desolada su última esperanza de salvar a su equipo, a Jubal, alejarse calle abajo.
Al guardar su arma, como si fuera lo único que lo mantenía en pie, él se tambaleó. Isobel se pasó su brazo por los hombros y los dos entraron en urgencias, a punto de desplomarse.
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