Serie de historias inspirados en varios dibujos creados por Cherry Stern (FaceBook).

Los capítulos de esta obra pueden o no tener relación entre sí.

Si una ship va a predominar aquí será el SukuFushi, pero ocasionalmente se puede hacer alusión a otras (GoYuu y TojiNao de momento, puede que en el futuro sean más).

Estas historias no están beteadas/revisadas, así que si encuentran errores agradecería que me los hicieran saber en comentarios para corregir cuanto antes.

También debo aclarar que tomé a México como país-inspiración. Y aunque los personajes NO van a usar expresiones coloquiales (güey, chale, qué pedo, etc.), SÍ puede haber algunas referencias a la cultura mexicana como los tacos al pastor, día de muertos, el albur y así.

Sin más por el momento, espero que les resulte amena la lectura~ 💖

NOTA: No hay una historia lineal, sino un conjunto de momentos que ocurren entre distintos personajes, así que se pueden saltar los capítulos de ships que no les gusten sin problema alguno.


SUKUNA Y MEGUMI (I)

Como cada jueves, a las tres de la tarde, Sukuna, con todo el poderío que le confería ser un despachador de «El Pollo Loco», envió dos pollos rostizados con una Coca-Cola de tres litros —detalle admirable, porque el establecimiento sólo vendía Pepsi y tenía que echar una carrera maratónica al Oxxo—, al hombre sensual, mamón y sudoroso que se encontraba bajo la botarga del «Doctor Simi», perreando al son de la exquisita música de la farmacia.

Un desgraciado llamado Gojō Satoru escogía las peores rolas para desquitar cada centavo que pagaba al chico de la botarga. El muy animal se sentía con todo el derecho de aquello sólo porque tenía un título universitario —probablemente comprado—, y había puesto una farmacia.

En fin, aquellos pollos rostizados no eran para premiar la ardua labor del chico-botarga, Fushiguro Megumi —Sukuna supo su nombre al amenazar a un cliente recurrente con una navaja, una ancianita entre los ochenta y la muerte, a quien casi mata de un infarto—; eran una hermosa y poética declaración para Megumi.

Cada que Sukuna mandaba esos pollos, sólo podía pensar: «Yo sí te puedo mantener, precioso. Tu único trabajo será relajarte en la casa (de interés social que comparto con mis molestos cuatro hermanos) y bailarme cuando llegue... pero sin la botarga.»

El resto de sus pensamientos eran marranos y complicados de describir a causa del horario familiar para el que el autor debe escribir esta nota.


—¡Ya llegó la comida!

Megumi puso los ojos en blanco mientras se sacaba la botarga, en el cuarto-vestidor-comedor de empleados.

—Esos pollos son míos.

—Sí, pero tu jefe me atracó la semana pasada. ¿Lo olvidaste?

Gojō señaló su ojo morado, ya entintado en un color verdoso y sin inflamación.

El padre de Megumi andaba en malos pasos y, por efecto del destino, una de sus víctimas fue Gojō. Megumi grabó todo desde la troca en la que esperaba a su papá para recogerlo después de que le diera un levantón a la cartera de algún desafortunado individuo.

Megumi chasqueó la lengua antes de responder.

—Bien, pero no tire los huesos, se los voy a llevar a mis perros —amenazó, sentándose a la mesa más por fuerza de hambre que de gana.

Algunas veces, cuando Megumi estaba dentro de la botarga y el sol de barrio aún no le freía los sesos, lograba distinguir entre los edificios a un malandro tatuado de pelos rosas en punta con una camisa de pollería.

Los primeros días creía que no tardaría en ver a un psicópata frente a la puerta de su casa.

Los pollos rostizados fueron sólo el inicio. Ahora ya no sabía qué pensar.