EL SEÑOR DE LOS BONICE Y EL CHICO DEL OXXO

Como cualquier otro día, tras una larga jornada laboral, Gojō se metió a un Oxxo para comprar algo que le ayudara a restablecer sus peligrosos niveles de azúcar en sangre. Ya lo habían amenazado con quitarle el carrito de los BonIce si se seguía comiendo el producto. Así que agarró dos paquetes de la tienda, uno era de pastelillos de chocolate rellenos con crema batida y el otro de unos brownies de extra chocolate.

Como siempre, una caja tenía a una mujer sosteniendo su celular mientras el mostrador ponía el característico letrero de «No hay servicio».

Chasqueó la lengua. La fila de la única caja abierta tenía a otras cuatro personas delante de él. Habría maldecido al destino porque la viejita que estaba siendo atendida no sabía cómo hacer un depósito y eso le iba a llevar una eternidad. Con mucha suerte a la anciana le llegaba la muerte antes de terminar la transacción y avanzaban más rápido; sin embargo, algo frenó sus desesperados instintos: una sonrisa; el bello rostro del muchacho que atendía la caja y cuya aura parecía emanar luz propia. Todo lo contrario a la tipa jetona que tenía a un lado.

Una parte de él deseó mandar al carajo al resto de personas formadas para que también le sonriera a él de esa manera tan peculiarmente bonita y, por otro lado, deseaba que hubiese más gente en fila para no dejar de admirar, no sólo el rostro, sino los brazotes que quedaban a la vista a causa de la playera de manga corta que los empleados de Oxxo debían usar.

Cuando llegó su turno de ser atendido, primero se fijó que el gafete del dependiente ponía «Itadori Yūji»; después, puso sus dulces sobre el mostrador.

—Hola, ¿a cuánto el paquete? —preguntó, con una voz profunda, deslizando sus anteojos negros en un gesto coqueto por cautivar al chico precioso que tenía delante.

En ese instante, lleno de una seguridad proporcional a su estatura, bajó la mirada por el cuerpo del muchacho hasta llegar a su entrepierna. Espero tres segundos y subió de regreso.

Yūji sostuvo un paquete distinto en cada mano.

—¿Cuál? ¿Este? —Levantó los pastelillos—. ¿O este? —Levantó los brownies.

—El otro paquete.

Yūji se tardó en procesar el mensaje subliminal, adquiriendo una expresión confusa.

Cuando halló el doble sentido en la frase, una leve sonrisa avergonzada no tardó en hacerse de esperar.

—Ah, ¿y también me puedes cobrar esos dos? (los que tienes en las manos).

Aún sonrojado por lo que acababa de ocurrir, pues era la primera vez que le sucedía, Yūji deslizó los códigos de barras sobre el detector para que apareciera el precio de los productos y la máquina le imprimiera el ticket.

Cuando se lo entregó a ese hombre inusualmente alto, éste le tomó la muñeca con una mano y el ticket con la otra, como si buscara analizar los precios.

—Parece que hubo un error —agregó Gojō—, no veo que esté tu número aquí. También cóbrame ese, precioso.

Así fue como comenzó la hilarante aventura romántica de Yūji con el señor de los BonIce.