SUKUNA Y MEGUMI (IV)

Pese a no parecerlo, Megumi no estaba interesado en Sukuna ni en el más mínimo aspecto. Antes de comenzar a salir lo invitó a comer por dos razones. La primera de ellas, agradecer los pollos rostizados que le mandaba; la segunda, aclarar las cosas de una vez por todas.

—No jodas, Sukuna. Deja de decir que soy tu novio —soltó de manera directa y sin rodeos, la mirada anunciaba con claridad el fastidio que le nacía desde las entrañas.

—La negación es el primer paso.

—Ese argumento no funciona en casos así. —No gritó sólo porque se encontraban en un lugar público y una de las tantas cosas que detestaba era llamar la atención.


Unos días después de esa incómoda y molesta charla, mientras Megumi regresaba a casa luego de comprar los cigarros para su padre, en un Oxxo donde el cajero lucía inquietantemente muy similar a Sukuna —sólo que con mejor actitud y sin el olor a grasa mezclado con Axe de chocolate—, ocurrió lo que jamás le había ocurrido en vida.

Un vándalo salvaje saltó frente a él con una navaja, cerrándole el paso.

Tss, ya te la sabes güerito: celular y cartera —entonó con una voz melódica que anunciaba su procedencia del más fino arrabal.

Megumi miró en todas direcciones.

¡Nadie! ¡Ni un alma!

El malandro juntó las cejas en señal de extrañeza y bajó un poco el arma.

«¡Es ahora!» pensó Megumi, listo para contraatacar, mas no pudo mover un solo músculo porque lo siguiente que salió de la boca de aquel sujeto lo dejó como piedra.

—Tú… ¿Acaso eres el novio del Patrón Sukuna?

«¡¿Patrón?!» Megumi se limitó a abrir los ojos más de la cuenta. Había una forma fácil de salir de esa y estaba dispuesto a aprovecharla.

Se subió la sudadera con la mano para cubrir la parte inferior de su rostro, pues el color comenzó a subirle al rostro, aunque de ira más que de vergüenza.

—S-Sí, soy yo. ¿Por qué? —añadió con una voz más profunda.

—¡A-Ah! No, nada, nada. —Guardó la navaja en el acto.

Ambos se quedaron de pie, de manera incómoda.

Megumi dio un paso hacia atrás cuando el tipo se dejó caer de rodillas al piso, arrastrándose rápido cual cucaracha y juntando las manos en señal de súplica.

—¡Por favor, no le cuente esto! ¡Fue un accidente! ¡Se lo suplico!

Megumi jamás había visto a alguien con una expresión de tanto terror en el rostro. Es más, incluso estaba… ¿estaba llorando?

El tipo se limpió los mocos con la manga de la sudadera, sacó su propia cartera y un fajo de billetes, los cuales, le puso a Megumi en la mano, previo a ponerse en pie.

—Mire, joven, mire. Es la ganancia del día. ¡Pero por favor no le diga nada al Jefe!

A la distancia se escuchó la sirena de una patrulla y el tipo echó a correr. Megumi no pudo hacer nada más que echarse el dinero al bolsillo del pantalón, siguiendo con su camino para no levantar sospechas.


Al día siguiente fue Megumi quien se paró en el establecimiento de El Pollo Loco.

Le hizo un gesto a Sukuna con la mirada para que supiera que lo esperaría en la parte de atrás. El susodicho no dudó en abandonar la caja a su suerte.

—Escucha, voy a darte una oportunidad —declaró Megumi, los brazos cruzados y el rostro altivo—. Aprovéchala bien.

Sukuna se acercó al otro. Llevó las puntas de los dedos hacia la cadera ajena y en un rápido movimiento lo abrazó por esa zona, juntado sus cuerpos.

—Claro que lo voy a aprovechar.

Quiso acercar los labios a los opuestos, pero Megumi fue más rápido y le puso una mano en la boca.

—Haz méritos y quizá te deje besarme algún día.

Sukuna lo miró con fastidio. No el fastidio que le dirigía a su hermano gemelo o sus subordinados cuando eran unos ineptos, sino el de un hombre cansado y resignado que no podía oponerse a los deseos de su pareja.

—Bien —dijo, entornando los ojos.

Cuando Megumi bajó la mano, Sukuna le tomó por las mejillas y, esta vez sí juntó sus labios. Tanto tiempo había deseado probarlos como para que se los negaran ahora que tenía la oportunidad.

Megumi le soltó una cachetada fuerte y bien tronada por acto reflejo. No estaba mentalizado para eso. ¡Y era su primer beso!

Por si fuera poco, un tipo apareció a la vuelta en el instante que eso ocurría. Cargaba con una bolsa de plástico de logo distintivo, el mismo que se hallaba bordado sobre su playera roja.

Los tres se miraron y el silencio se volvió más incómodo de lo que cualquiera hubiese podido imaginar.


Los gemelos estaban sentados en el piso, la espalda recargada contra la pared, separados por una bolsa de plástico que envolvía una Coca-Cola de dos litros.

Megumi, a esas alturas ausente.

—No le vayas a decir a Chōsō.

El primero en hablar fue Sukuna.

Yūji ni siquiera había pensado en comentar el asunto con su hermano mayor, pero en ese instante más de dos neuronas conectaron y una sonrisa maliciosa le curvó los labios.

—¿Qué me darás a cambio?

—Prometo no dejarte un ojo morado en este mismo puto instante.

—Puedo soportar un ojo morado (o los dos) con tal de ver cómo acosa a tu novio violento y le manda amenazas de muerte por correo. Será lo mejor para ambos —habló, imitando el dramatismo de la novela que miraba religiosamente a las ocho de la noche.

Sukuna chasqueó la lengua.

—Hermano, date cuenta.

Si Sukuna no mató a su gemelo en ese instante, fue porque sería aún más engorroso lidiar con Chōsō investigando las razones del misterioso homicidio.

—¿Qué quieres a cambio? —preguntó entre dientes, sintiendo cómo el ácido del estómago le quemaba la garganta.

—Que pases al Oxxo por la Coca. No soy tu chico de los recados.

Y esa, por corta que pareciera, era la historia de cómo fue que Sukuna comenzó a emprender carreras maratónicas hacia el Oxxo por el refresquito de su amado. También dejó el cigarro, pues los primeros días casi fallece por falta de una correcta oxigenación.