Capítulo 7. Espionaje.

Media hora después el soldado entró en el despacho.

"Mi alcalde, el señor de la Vega ha entrado en la taberna."

El alcalde sonrió y se atusó la barba. "Bien, soldado. Eso es todo."

El soldado se cuadró y se retiró. El alcalde se levantó de su silla y salió por la puerta de la plaza, en dirección a la taberna, fijándose en donde había luz. Vio que en el lado derecho del edificio aún había algo encendido. Se acercó a la ventana y aguzó el oído.

Diego había estado atento al soldado que vigilaba, y había estado mirando por la otra ventana, oculto entre las sombras, por lo que vio al alcalde dirigirse hacia allí.

"Ya viene." le dijo a Victoria. Ella estaba en el otro lado, cerca de la posición a la que se acercaba el alcalde, que se acercaba atraído por la luz como una polilla. Diego se situó junto a ella y le hizo una señal.

"Diego, ya es hora de que te vayas. Gracias por ayudarme, pero tengo que ir a dormir."

"Sólo unos minutos más, casi nunca puedo disfrutar de tu compañía, estás siempre tan ocupada que no tienes tiempo para un amigo."

El alcalde sonrió, pensando que Victoria se desharía de él.

"Bueno, con mi trabajo tengo poco tiempo libre."

"Lo sé, merecerías pasar más ratos haciendo algo que te guste."

"Me gusta trabajar en la taberna. Lo hago bien y los clientes disfrutan de mi cocina."

"Por supuesto, eres una magnífica cocinera."

"Pelota." pensó el alcalde.

Diego continuó. "Pero hay más cosas en la vida aparte de trabajar. ¿Qué hay de tu corazón?"

"Mi corazón no es asunto tuyo." dijo ella a la defensiva. "Además, últimamente he oído comentar que eres un seductor y te aprovechas de las mujeres. ¿Es eso lo que intentas conmigo? ¿Convencerme con palabras bonitas y luego buscarte a otra?"

"Por supuesto que no. Tú eres diferente a las demás. Nunca jugaría con tus sentimientos."

"Pero una vez me dijiste que amabas a una mujer que está enamorada de otro."

"Creí que estabas enamorada de el Zorro, y él de ti, pero ya no estoy tan seguro."

"¿Quieres decir que yo soy esa mujer? ¿Y a qué te refieres cuando dices que no estás seguro?"

Diego no contestó la primera pregunta, lo que a de Soto le pareció un buen movimiento, sino que respondió directamente a la otra cuestión.

"Si el Zorro realmente te amara habría dejado esa máscara y se habría casado contigo, aquí o llevándote con él muy lejos, donde nadie os conociera. Dices que yo intento seducirte con palabras bonitas, pero ¿No es él quien te dirige halagos y luego sale corriendo para no volver en muchos días?"

"Él dice que un día se quitará la máscara." dijo ella, con voz casi llorosa.

"Pero ese día no llegará nunca. Habrás desperdiciado tu juventud esperándole y ya no tendrás la oportunidad de tener tus propios hijos. Dime. ¿Te ha hecho alguna promesa?"

Esta parte le resultaba difícil a Victoria, porque aunque ya sabía la verdad aún le dolía pensar en todo el tiempo que había pasado esperándole. Esperó unos segundos y al fin respondió. "Me dijo que me haría su esposa pero que no podía pedir mi mano formalmente porque no sabía cuándo podrá dejar de actuar como el Zorro."

"Pero él tampoco sabe cuándo llegará ese día. Yo te ofrezco una vida diferente, no soy como él, estoy aquí para ti. Y estaré siempre a tu lado si me aceptas."

"¿Te refieres al matrimonio?"

"Sí, porque tú eres la mujer de la que hablé, la mujer a la que amo. Te estoy pidiendo que seas mi esposa."

El alcalde parpadeó confuso. ¿Era un truco para camelársela o el muy tonto estaba enamorado de ella? Pegó aún más la oreja a la ventana para no perderse una palabra.

"¿Y qué pasa con las otras mujeres?" dijo ella con tono enfadado.

"No hay otras, solo tú."

"Dime la verdad." dijo ella muy firme. "Si pretendes ser mi esposo tengo que saberlo todo de ti."

El alcalde oyó a Diego carraspear. "Ahí te ha pillado." murmuró.

Diego por fin respondió. "Nunca hice promesas a otras mujeres. No eran como tú, eran un desesperado intento de olvidarte durante un rato, de consolarme por no poder tener a la única mujer que realmente deseo."

"No sé si puedo creerte."

"Ha habido otras mujeres, pero lo que sentí por ellas solo era un espejismo, un pálido reflejo de lo que siento a tu lado. Si te tengo a ti no volveré a mirar a otra. Déjame que te lo demuestre."

El tono de Diego era desesperado, pero el alcalde no estaba seguro de su sinceridad. Sin embargo eso no era todo en lo que podía pensar. "Esa frase es oro puro, tengo que anotarla antes de que se me olvide."

El alcalde olvidó la prudencia y se acercó para atisbar por la ventana. Vio a Diego frente a Victoria. Había cogido una de sus manos y la acariciaba. Ella lo miraba con los ojos muy abiertos.

"No sé si puedo confiar en ti." dijo ella.

"Te doy mi palabra. Mi corazón es tuyo para siempre." dijo él alzando la mano para acariciar su mejilla. Ella no se apartó,sino que se inclinó ligeramente hacia su mano, y de Soto supo que estaba perdida. "Le ha funcionado, qué hábil."

Diego se acercó a ella poco a poco y la acabó besando.