Gracias de nuevo a Frapper, mi más entusiasta lectora en español, y la única que pone comentarios, ella es the one and only. Pero los demás si queréis comentar también, pues estupendo. De hecho, según la página de momento solo hay otros dos lectores, en Venezuela y en Estados Unidos ¿Será verdad esta vez? Porque la página también dice que mi otra lectora (Frapper) está en Canadá y ella dice que no. En cualquier caso os doy la bienvenida, lectores presuntamente desde el otro lado del Atlántico, gracias por leer.

Capítulo 8. Talento inesperado.

Se separaron y durante unos momentos ninguno de los dos se acordó de lo que estaban haciendo, el alcalde, don Alejandro y todo lo demás parecían no existir, pero Diego miró hacia la ventana y ella recordó lo que estaba pasando. Con la respiración algo agitada tras el beso, Victoria le dijo a Diego. "Tienes que irte, tengo que irme a dormir."

Él tenía su rostro aún cerca de ella y le dijo con voz grave. "¿Es eso lo que realmente quieres, que me vaya?"

"Estás tentando a la suerte." murmuró el alcalde emocionado, como si pudiera hablar con Diego. "Ella se va a dar cuenta de que es todo una actuación para llevártela a la cama."

"Es lo que debemos hacer. No puedo dejar que te quedes." dijo ella con voz de duda.

"Te he dado mi palabra de matrimonio. Solo te pido que me dejes acompañarte a tu habitación para darte las buenas noches, como hice ayer."

"Sí que lo hizo una mujer, lo sabía." murmuró el alcalde con tono triunfal, y al darse cuenta de que podrían haberle oído se volvió a esconder, esperando no haberse delatado. En realidad lo había dicho tan alto que Diego y Victoria tuvieron que fingir que no lo habían oído. Diego sólo movió un poco las cejas, pero Victoria tuvo que morderse los labios para evitar una risa.

"Lo de ayer fue un error, no debemos repetirlo." dijo Victoria retomando el hilo.

"Lo de ayer fue lo que dio esperanza cuando pensaba que nunca te fijarías en mí. Tenerte entre mis brazos me ha dado fuerzas para pedirte que seas mi esposa." dijo él en tono convincente. "Solo unos besos y me iré."

"Está bien." dijo ella para regocijo del alcalde, que se lo estaba pasando muy bien espiándolos.

De Soto volvió a atisbar por la ventana y los vio subir la escalera.

"¿Cuál será su habitación?" se preguntó mirando desde abajo. No tuvo que preguntárselo mucho rato, porque vio la luz de la vela que Victoria llevaba iluminando la ventana junto a la terraza.

De Soto se colocó justo debajo de la ventana, que estaba convenientemente abierta.

"¿Cuánto tiempo crees que tardará tu padre en llegar?" preguntó Victoria en un susurro. "¿Habéis acordado lo que iba a hacer él?"

"Le dije que esperara cinco minutos desde que viera la luz en tu ventana. Saldrá por la parte de atrás de la oficina y dará la vuelta para entrar como si viniera desde la hacienda."

Victoria miraba a Diego pensativa. "Lo que has dicho ahí abajo…" dudó y no pudo seguir, parecía dolida.

"¿Qué te preocupa?"

"Tal y como me has hablado… parecías sincero. Podrías haber dicho lo mismo a otras, y haber seducido a cualquier mujer. Podrías tener a quien quisieras y yo no lo sabría."

"La cuestión no es si podría convencer a otras mujeres y ocultártelo, porque no lo he hecho y no voy a hacerlo. No quiero tener otras mujeres, solo a ti."

"Suena muy convincente, pero también lo que decías abajo y era mentira. ¿Cómo sé cuándo creerte? Me has mentido otras veces, tienes mucho talento."

"Lo de abajo era una actuación para convencer al alcalde. Esto es real."

"¿Y si alguna mujer te llama la atención dentro de unos años? Hay mujeres más educadas que yo, que serían más adecuadas para ser tu esposa, podrías cansarte de mí."

"No hay ninguna mejor que tú." ella parecía desconfiar. "Sé que es por mi culpa que ahora no confíes en mí. He fingido contigo cuando llevaba la ropa de caballero y trataba de ocultar lo que sentía por ti, pero las cosas que dije cuando vestía como el Zorro eran ciertas. Todas y cada una de ellas."

Ella seguía pensativa y él se acercó para coger sus manos. "Hay algo que nunca te dije mientras llevaba la máscara. Te quiero, y quiero que seas mi compañera el resto de mi vida. Dices que tengo talento para convencer, así que. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a utilizar ese talento para convencerte de que eres la única mujer que deseo. Voy a seducirte una y otra vez hasta que en tu corazón estés segura de lo mucho que te quiero. Lo haré durante el resto de mi vida."

Por fin ella sonrió y quedaron otra vez en silencio. "¿Crees que el alcalde sigue ahí abajo escuchando?" dijo ella al cabo de un momento con cara de desagrado.

Diego cogió un pequeño espejo que ella tenía sobre la mesita y se acercó agachado a la ventana. Mediante el espejo pudo ver que el alcalde estaba al lado del edificio, justo debajo de la ventana.

"Sí que está."

"Será cotilla. Tengo una idea." dijo ella, y emitió un pequeño gemido en un tono de voz más alto que la conversación que acababan de tener. El alcalde alzó la vista hacia la ventana, mirando con atención.

"¿Qué haces?" preguntó Diego más con gestos que con su voz.

"Le voy a dar un espectáculo." dijo en voz muy baja. "¿Crees que me ha oído?" Diego asintió y ella dijo en voz más alta, aunque tampoco demasiado "Oh, sí."

El alcalde seguía mirando hacia arriba, con una cara tan cómica que Diego se tapó la cara con la mano tratando de contener la risa.

"No pongas esa cara, vas a hacerme reír a mí." le susurró Victoria.

"Pues finge que te hago cosquillas."

"No, prefiero hacer esto." dijo ella desafiante, y de nuevo para que de Soto pudiera oírla volvió a gemir. "¡Ahhhh!" Gimió para a continuación mirar a Diego y decirle otra vez en voz baja. "¿Y tú no vas a decir nada?"

"Como quieras." susurró. "¿Quieres que pare? Lo haré si tú me lo pides." dijo con voz seductora y un gesto de aceptar su reto.

"¡Sí, deberíamos parar, pero… Oh, eso, sí, eso que haces... es tan… ah… ahhh!"

Diego la miró asombrado. "¿Dónde has aprendido a hacer eso?" preguntó en susurros.

"¡Oh, sí." gimió ella, y luego muy bajito respondió. "A lo largo de los años ha habido muchas parejas que han dormido en la taberna, y algunos eran poco discretos."

Mientras tanto don Alejandro había salido de la oficina del periódico por la parte de atrás y llegaba a caballo tras dar un pequeño rodeo. Diego y Victoria estaban distraídos con lo que fuera eso que estaban haciendo y no se dieron cuenta de que don Alejandro había llegado según lo previsto. Don Alejandro había oído las últimas frases y pensó lo peor. Dejándose llevar por su temperamento, y olvidando que se trataba de un montaje, se bajó del caballo sin hacer ni caso a de Soto y se dirigió a la puerta de la taberna como una tromba. El alcalde decidió quedarse justo donde estaba.

La puerta de la taberna aún no estaba cerrada, así que don Alejandro entró y le oyeron subir las escaleras.

"¡Diego, Victoria, ¿Qué está pasando aquí?" dijo abriendo la puerta de golpe.

Se encontró con algo inesperado, su hijo y su futura nuera completamente vestidos y a más de un metro de distancia el uno del otro. Se quedó parado en la puerta, sin saber qué hacer.

"¿Pero qué…?"

Diego le hizo gestos de que no hablara y se acercó a él.

"Victoria tuvo la idea de que fingiéramos que la estaba seduciendo." susurró.

"Pues era muy realista." se quejó don Alejandro atónito, aún después de recordar el plan que habían acordado.

"Tendrás que gritarnos. Creo que el alcalde sigue ahí abajo."

Don Alejandro asintió. "¡Diego, esto es escandaloso! ¡He venido a buscarte porque quería hablar contigo seriamente y preocupado porque tardaras tanto y mira lo que me encuentro! ¡Quítale las manos de encima a Victoria inmediatamente!" Victoria puso una cómica cara de ofendida mientras exclamaba con voz compungida "¡Don Alejandro!, yo..." y los tres tuvieron que aguantarse las ganas de reír.

"Padre, no es lo que piensas. Ella y yo vamos a casarnos." dijo Diego fingiendo que trataba de apaciguarlo, con un temblor en la voz que, aunque era debido a la risa y no a la vergüenza, quedó bastante convincente.

"Por supuesto que os vais a casar. Mañana mismo hablaremos con el padre Benítez para que os lea las amonestaciones. Mientras tanto no os veréis sin estar debidamente supervisados" y con su tono más autoritario dijo "Diego, abróchate la camisa. Nos vamos a casa." "Y tú" dijo mirando a Victoria y, después de hacer una pausa dramática, añadió "ya hablaremos, señorita"

Diego sonrió al oírlo, porque llevaba la camisa perfectamente abrochada.

"Hasta mañana." le dijo a Victoria besando su mano.