Tu sol entre las nubes

—No puedo continuar con este caso.

—¿Cómo?

Desconcertado, el jefe de Psiquiatría levantó la mirada de los informes hasta mí.

—No puedo continuar —repetí con tono más sosegado—. Lo siento, pero no puedo.

—Pero, ¿por qué?

—Porque yo… —sonreí con desdén y enfrenté su escrutinio—. Me he enamorado de mi paciente.

...

Desde que entré a trabajar en ese lugar, me involucré de más con ella. Fue estúpido de mi parte pensar que no ocurriría, pero incluso así, pudimos avanzar mucho más que con otros profesionales en los 15 años que llevaba ingresada cuando yo llegué.

—Hey, Adora…

La chica levantó la mirada y dejó de girar la manivela de la cajita de música que siempre llevaba con ella. Según me contó su anterior psiquiatra, era el único objeto que había traído con ella cuando ingresó. Ese día me tocaría a mí contar la historia.

—¿Cómo estás? ¿Estaba rico el desayuno?

Adora me miraba, pero lo hacía porque yo me había interpuesto en su campo visual, no era del todo consciente de mi presencia. Era como si yo en realidad no estuviera allí a pesar de haber reaccionado al sonido de mi voz.

—Alguien ha venido a conocerte —volví a intentar, pero ella no quería salir a recibirme.

Suspiré, me senté a su lado y posé mi mano sobre su hombro. No siempre recibía el contacto con agrado, pero ese día parecía soleado en su mundo interior. Con cuidado lo acaricié hasta llegar a su nuca, tratando de no ejercer presión para no despeinarle la coleta. Sí, era algo que le molestaba mucho.

Adora por fin se giró, sonriéndome con gentileza; yo devolví el gesto y tomé su mano sobre la cajita de madera. Su mirada se desvió hacía allí y comenzó a girarla de nuevo, haciendo sonar aquella desconocida melodía que ninguno habíamos conseguido descifrar.

—Catra… —susurró, haciendo que mi corazón se estremeciera.

Nadie sabrá nunca cuánto me costó que pronunciara mi nombre, menos lo que me costó entablar nuestra primera conversación. Casi cuatro años de mi vida dedicados por completo a ella; porque lo que más amaba era ver a este angelito progresar.

Dejarla fue la decisión más difícil que he tomado nunca. Mis días están vacíos sin ella y los recuerdos me invaden en el silencio de mis noches; ¿estará bien? ¿le darán el helado de fresa que le gusta? Espero que siga progresando y que la sigan poniendo con el odioso Swift Wind en las terapias equinas… con Swiftie, como ella lo llama. Porque lo hizo ella y no yo.

—Estoy bien —respondió Adora tras un rato. Al parecer sí me había escuchado la condenada—. ¿Tú estás bien?

Yo asentí con lentitud y detuve el movimiento de su mano con la misma suavidad de siempre. El sonido paró y Adora alzó la vista, contemplando las hojas del frutal que cubría de sombra aquella parte del jardín. Era su lugar favorito… y el mío también.

—¿Sabes algo genial? —le dije, captando su fugaz atención de nuevo—. Hoy vas a conocer a un médico nuevo… se llama Bow. Es muy bueno y te va ayudar mucho también.

Adora negó y soltó la caja sobre sus piernas para tomar mi mano con fuerza. Era como si pudiera sentir que me iría pronto.

—Yo ya tengo mi médico y es Catra.

—Sí, por supuesto —dije, tratando de recomponer mi voz—. Pero tienes más personas a parte de mí: tu psicóloga, tu enfermera… ahora a al doctor…

Adora volvió a negar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sus manos apretaban cada vez más las mías y su respiración empezó a volverse errática.

—Tranquila, tranquila princesa —le susurré, dándole una pequeña pastilla y respirando profundo para que ella me imitara—. Así… despacio. Tú puedes.

Una vez se calmó, traté de llevarla conmigo al interior del edificio, pero parecía que Adora había vuelto a ocultarse entre las nubes. Era su mecanismo de defensa tras los ataques de pánico, se desconectaba de la realidad.

...

Resumen de historia clínica:

Nombre: Adora Grayskull

Género: Femenino

Edad: 28 años

Fecha de nacimiento: 19 de enero de 1994

Fecha de ingreso: 27 de Septiembre de 2004

Edad de ingreso: 10 años

Tipo de Ingreso: Preventivo: Temporal: Permanente: X

Motivo de consulta: Shock Postraumático.

Causa: Presencia de evento traumático (asesinato y suicidio de ambos progenitores) en el que la paciente perdió total control de su realidad como individuo consciente.

Síntomas: La paciente presenta episodios disociativos, aislamiento social y síntomas de recuerdos intrusivos desencadenantes de ataques de pánico severos con posterior cuadro de amnesia disociativa específica.

Capacidades físicas: Completas.

Capacidades Psíquicas: Completas: Lectura, escritura, habla, autoconocimiento (parcial). En Rehabilitación: habilidades sociales, memoria, atención, desarrollo de competencias complejas.

Diagnóstico: Trastorno disociativo no especificado; trastorno de estrés postraumático crónico; mutismo selectivo.

Tratamiento: Psicoterapia aplicada, tratamiento farmacológico, terapia de recuerdos inducidos e hipnosis.

El hombre leía con atención la historia clínica de Adora. Eran 18 años, diferentes tratamientos y una lenta evolución hasta el día en el que Bow pasaría a ser su psiquiatra asignado.

—He visto que ha tenido episodios de violencia aislados ¿Han remitido por completo? —preguntó, terminando de anotar algunos datos extra en la hoja de resumen que yo misma hice para facilitar un poco su trabajo.

—No, no del todo; pero sí significativamente y siempre autolesivos. Desde que estoy aquí, creo que solo una vez la habré visto atentar contra la integridad de alguien.

—¿Podría saber cuál fue el detonante?

Yo asentí, aliviada de ver que el hombre se implicaba en el caso tan complicado que le estaba delegando.

—No le gustan los hombres, en especial rubios de ojos azules. Es sorprendente como los asocia con su padre. Por eso te elegí a ti. Eres… la antítesis de su padre a pesar de ser hombre. Es importante que empiece a aprender que no todos son como él.

Bow sonrió con el ceño un poco fruncido.

—No sé si debería preocuparme… Pero confío en tu criterio. Debo decir que me impactó muchísimo su caso. Tuvo que ser terrible lo que le pasó para terminar así.

—¿No te han facilitado el informe policial? —él negó y yo respiré profundo preparándome para narrarle aquella escabrosa historia—. El padre de Adora tenía episodios de violencia continuada. Un día, en un arranque de celos, decapitó a su esposa con una sierra mecánica y después se suicidó de la misma manera.

—Típico caso de violencia doméstica… Asesinato y posterior suicidio.

—Sí, pero Adora lo vio todo. Cuando la policía llegó, ella estaba cubierta de sangre con las cabezas de sus padres juntas… como si se estuvieran… mirando.

El silencio que se formó entre nosotros fue mortuorio. Bow no sabía qué decir, yo no sabía cómo seguir. Lo más sorprendente era sin duda que Adora no hubiese desarrollado conductas violentas a niveles psicopáticos.

A veces me pregunto cómo sería la vida si ella hubiera tenido una infancia normal… si estaríamos juntas ahora, si me querría como yo la quiero a ella.

—Fue la que…

—Es lo más probable. A partir de ahí —me aclaré la voz antes de continuar—, Adora se encerró en si misma. No volvió a hablar con nadie en mucho tiempo y tampoco recuerda lo sucedido; cuando lo hace es en forma de pesadillas o disociaciones.

—Es inusual que en esa situación no la matara también.

—Lo iba a hacer; en la carta de suicidio él aseguraba que las mataría a las dos, pero por alguna razón que desconocemos, ella apenas tenía un par de lesiones leves.

—¿Tiene parientes cercanos?

—Sí, pero no es capaz de verlos. Entra en pánico.

—Comprendo… muchas gracias por guiarme, Catra. Debe haber sido muy duro para ti.

Yo negué y me levanté de la mesa con el historial, seguida por el doctor.

—Si te soy sincera, lo más duro para mí será decirle adiós.

...

Tras varios intensos días de intentos fallidos, de negación y de mucha paciencia, Adora saludó a Bow y le enseñó su cajita de música.

—Suena muy bonito, Adora —dijo Bow con una sonrisa y se sentó a su lado a una distancia prudencial—. Gracias por enseñármela.

Ella le sonrió de vuelta y me miró con expectación.

—A Catra también le gusta.

—Claro que sí, me la sé de memoria y todo.

La música volvió a sonar y yo la tararee. Estaba muy tranquila, era como si nos hubiese dejado entrar un ratito a su mundo de luz. Un momento perfecto para que su nuevo psiquiatra fuese introduciéndose en su rutina hasta el día de mi partida.

—Y además de la música, ¿hay algo más que te guste hacer, Adora?

Ella lo miró con curiosidad. Adora a pesar de haber crecido y adquirido habilidades y conocimientos de una índole más adulta, seguía teniendo conductas de esa niña de diez años que nunca pudo llegar a crecer del todo.

—Me gusta leer —dijo con simpleza.

Yo sonreí con orgullo al ver la expresión de sorpresa del doctor. Cuando entré allí como residente, Adora no tenía acceso a la biblioteca por miedo a que cualquier estímulo le causara una crisis; pero ella sabía leer y para mí era un despropósito no estimular esa capacidad intacta de su cerebro. Leer la acercaba a la vida real e incluso, al impresionante mundo de la imaginación consciente.

—Dile cual es tu libro favorito —dije yo con diversión. Por eso amo la psiquiatría, el cerebro humano es tan impredecible.

—Reinas del Abismo.

—Terror victoriano —aclaré.

—¿Eh?

Yo reí al ver su expresión y Adora sonreía. Creo que también le divertía la cara de Bow.

—Me gustan las historias de cosas que no existen —dijo ella.

—Claro, yo le expliqué que las historias de terror no son reales y que las novelas realistas plasman la realidad desde el punto de vista de una persona, la que la escribe. Los libros que son para aprender cosas plasman la realidad tal y como es. Y eso Adora lo entiende.

—Es fascinante —dijo él—. Es muy inteligente.

—Lo es, y la reprimieron por demasiado tiempo. No cometas ese error —le pedí y tomé la mano de la chica—. Ahora te vamos a presentar a Swift Wind, el caballo que me odia.

—¡Swiftie! —dijo ella, poniéndose de pie y guardando su cajita de madera en el bolsillo de mi bata—. Ten cuidado…

—Lo tendré.

Sabía que no podría decirle a Adora que me iría para siempre. Ya era complicado cuando me obligaban a tomar vacaciones; por lo que, muy a mi pesar, descarté la posibilidad de decirle la verdad.

Traté con todas mis fuerzas que el momento de la despedida fuese lo más tranquilo posible para ella. Su relación con Bow, al comenzar conmigo y el apoyo del equipo multidisciplinar, terminó siendo óptima para entonces. Ese mes fue el más duro de toda mi vida, pero valió la pena.

—Hola princesa —dije con suavidad, consiguiendo su atención casi de inmediato.

Ella no dijo nada, solo me sonreía y comía un poco de helado bajo la sombra de su árbol. Era primavera y todo el jardín estaba repleto de flores. Yo traté de controlar mis emociones lo máximo que pude, pero me fue imposible no quebrarme al hablar.

—Sabes que te quiero… —le dije. Ella asintió y me entregó el cuenco vacío.

—Catra… no llevas la bata de guardar cosas, ni tu auricular de corazones.

Sonreí por esa tierna denominación de mi uniforme y la perspicacia de la chica ante su ausencia. Cuando lo entregué en el gabinete, me dijeron que lo mejor sería irme sin que me viera. Pero, a pesar de lo doloroso que fue para mí, no podía marcharme sin decirle adiós.

—Eso es porque… me tengo que ir, princesa.

Ella me miró con el ceño fruncido y agarró mi manga.

—Te vas de vacaciones —dijo, apretando más su agarre—. Otra vez…

—Algo así… —dije, desviando la mirada—. Tienes que hacerle caso al doctor Bow y a Perfuma, ¿de acuerdo?

—¿Cuándo vuelves? —preguntó con un tono que me partió el corazón.

Me tragué el nudo en mi garganta con todo el autocontrol que me quedaba y la abracé con fuerza.

—No tienes que preocuparte por eso —le dije, sintiendo cómo ella me correspondía, primero con duda y luego con firmeza.

—Les haré caso… —susurró, apoyando su mejilla en mi hombro—. Pero vuelve pronto, por favor…

Sentía como cada vez le costaba más hablar, y si soy sincera, a mí también me costó.

—Tengo un regalo para ti.

Saqué de mi bolsillo un hilo rojo y tomé su mano para atarlo. De él colgaba un pequeño gatito sonriente.

—Tiene los ojos como tú —dijo sonriendo al observar con detenimiento el colgante de la pulsera— y es un gatito…

—Siempre que tengas miedo, siempre que tu corazón se acelere y duela… recuerda que hay que respirar…

—Respirar, cerrar los ojos… y pastillita.

—Exacto… —dije con dificultad y me rasqué un ojo tratando de disimular las lágrimas—. Y ahora, tocar el gatito… ¿de acuerdo? Ese gatito soy yo. Esté donde esté, sea aquí, de vacaciones o donde sea… siempre estaré contigo, Adora.

—¿El gatito se llama Catra y es doctora?

Yo reí entre sollozos y volví a abrazarla casi con desesperación.

—No, ella solo te acompañará para que nunca estés sola. ¿Me prometes que seguirás leyendo? —ella asintió en mis brazos y volvió a corresponderme—. ¿Y que serás tan fuerte como lo has sido hasta ahora?

—Estarás orgullosa de mí cuando vuelvas…

—Ya estoy orgullosa de ti, Princesa.

Con cuidado me separé y dejé un beso suave en su mejilla y otro en su frente.

—Te quiero —repetí.

—Y… yo a ti, doctora Catra.

...

Han pasado dos años desde que la dejé. He tratado de seguir mi vida y seguir ejerciendo en consulta privada. Me va bien, no lo voy a negar; pacientes esporádicos de gravedad moderada con los que me siento cómoda trabajando.

El caso de Adora Grayskull fue un antes y un después en mi carrera como médico psiquiatra. No sé si fue por la implicación que tuve al ser mi primer caso desde la residencia, si fue por pasar tantas horas con ella o por ella en si misma… Me enamoré como la primeriza idiota que era, pero aun hoy puedo asegurar que sigue siendo el amor de mi vida.

—Melog —llamé a mi perro, levantándome del banco en el que estaba sentada mientras él jugueteaba por el parque— ¡Melog, ven aquí chucho!

Corrí tras él al ver que no me obedecía y empezaba a saltarle a una mujer. Por suerte no parecía molestarle y lo acariciaba con bastante confianza a pesar de lo grande que es.

—Perdón —dije, reteniendo al animal por el arnés—. Es muy juguetón y a veces se le olvida que tiene dueña. Melog, sienta.

—Es muy bonito.

Levanté la mirada de mi perro y por un segundo juré que estaba soñando. Ella me miraba sonriendo, su pelo estaba suelto y su mirada azul resplandecía en mi retina como el sol entre las nubes.

—¿Adora…?

—Hola, doctora Catra… —dijo tímida y se acercó a mí con visible inseguridad—. Al fin te encontré.

Adora se giró y le hizo una señal de afirmación a alguien, miré en su dirección y pude ver a Bow.

—Hola, Catra —saludó él llegando a nuestra posición—. ¿Cómo estás?

—En shock —dije, sintiendo los brazos de Adora rodear mi cintura. Me estaba abrazando… voluntariamente.

—Bow me dijo que tenías un perrito, así que yo le dije que cuando saliéramos, podríamos venir al parque. Las otras veces no estabas, pero hoy sí.

Melog ladró y lamió la mano de Adora, quien me soltó para acariciarlo de nuevo.

—¿Y tú como sabes a quién acercarte…? —le pregunté al perro como una desquiciada.

Hablaba tan fluido, sonreía tanto, se veía tan… diferente. Y me buscó… a mí.

—El amor hace milagros —intervino Bow, llamando mi atención—. Desde que te fuiste no ha dejado de nombrarte, de luchar, de aprender y de mejorar. Todo para encontrarte.

—¿La dejan salir?

—Una vez a la semana y siempre conmigo. Aun le cuesta mucho, pero cada vez es más consciente del mundo.

—Y el trauma…

—Seguimos con ello, lo principal era sacarla de la nube.

Yo asentí y la miré de nuevo jugar con mi perro. Era tan gratificante verla tan… viva.

—¿Ya puedes volver? —preguntó ella, de repente.

—Yo…

—Adora… sabes que Catra ya no puede trabajar con nosotros…

Ella hizo un puchero y se acercó de nuevo a mí, agarrando mi brazo y tirando un poco de él. Siempre hacía eso cuando algo la inquietaba. Yo le sonreí para calmarla.

—Pero… puedo ir a visitarte —dije, acariciando su mano—. Podemos vernos aquí y pasear a Melog juntas. Si al doctor le parece buena idea…

—Yo no tengo nada que objetar a eso —dijo él con una sonrisa genuina.

—¿De verdad…? ¿Entonces podré verte todas las semanas y comer helado como antes pero diferente? —dijo emocionada.

Cada nuevo gesto que hacía me hacía tan feliz que no pude evitar más las lágrimas. Adora no tardó ni un segundo en tomar mi rostro y por primera vez, pude ver la preocupación en sus ojos.

—¿Te pone triste…? —preguntó angustiada.

Yo negué con rapidez, sintiendo con el instinto como el pánico empezaba a poseerla. Aun tenía un largo camino por recorrer, pero este tramo era mucho más llano comparado al que ya habíamos recorrido juntas.

—Me pone tan feliz que la felicidad se desborda por mis ojos —respondí, dejando que fuera ella quien secara mis lágrimas—. Te extrañé mucho, princesa.

—Y yo… —aseguró y me mostró la pulsera—. Pero siempre has estado ahí para guiarme. Por favor…

Con cuidado volvió a tomar mi rostro y lo inclinó para juntar su frente con la mía. Yo la miré impresionada y con el corazón latiendo tan fuerte que podía escucharlo retumbar en mi cabeza.

—…Catra, quédate.

—Me quedaré —respondí sin separarme y acaricié su pelo con cariño, con esperanza.

—¿Lo prometes…?

—Lo prometo.