Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 8

Edward

Me hice el desentendido y seguí golpeando la estúpida puerta, como si el material de madera fuera culpable de toda mi desilusión de años.

En eso estaba hasta que Bella tocó mi brazo, deteniéndome antes de que terminara por destrozar el techo.

— Anthony —musitó suavemente.

Sus dedos en mi piel provocaron un escalofrío, tanto que los vellos de mi piel se erizaron.

— Soy Edward —corregí. Desde que ella no volvió más dejé de ser Anthony y solo mi madre podía llamarme así.

Caminé hacia la ventana. Quería evitar a toda costa su toque.

— Quiero explicarte porque no volví.

— Es un poco tarde, ¿no? Lo de nosotros fue algo fugaz, sin importancia —automáticamente me sentí el peor hombre por mentir.

Pero en lugar de ofenderse por mi forma de hablar ella se acercó de nuevo. Tenía una maldita seguridad en sí misma que era evidente que estaba acostumbrada a competir contra todos, era una mujer con agallas quizá más que yo.

— Quizá para ti no es importante, sin embargo para mí es diferente —suspiró pensativa—. Ahora entiendo porque no puedes evitar tus miradas de odio sobre mí, debes pensar que soy lo peor por no recordarte, pero es que…

— Creías que era el mismo idiota, ¿no? El adolescente atolondrado al que le prometiste mil cosas —sacudí la cabeza— cómo te has de haber reído de mí —solté una risa fingida casi agónica—. No pasa nada, Bella. Olvídate del pasado y si es posible olvidate de esto también.

Dio un paso hacia mí poniendome nervioso. Ella era determinante.

— Después de ese verano en la playa de La Push no volví porque empecé a dedicarme a mis estudios, mi primer trabajo lo conseguí al volver y de ahí supe lo que quería para mí —explicó orgullosa—. Empecé a dedicar horas a servicios comunitarios y hacer lo posible por obtener mis créditos, gradué antes de tiempo de la escuela secundaria y para ese entonces la vida universitaria absorbió mi vida por completo, ni siquiera me di cuenta la transición que tuve al dejar mi vida adolescencia y convertirme en una esclava del trabajo.

— Ah, qué bien.

— Nunca olvidé aquel muchacho desgarbado y tímido, al chico más inocente y tierno que conocí en mi vida.

— No tienes que fingir que estas feliz de saber que soy yo.

Ella exhaló ruidosamente. Inclinó su cabeza y se abrazó a sí misma. Parecía derrotada o hastiada, daba igual.

— De acuerdo, Edward —repitió mi nombre como si le molestara hacerlo—. Sé que no voy a convencerte de nada y créeme que no pretendo hacerlo, solo quiero tener una semanas de absoluta tranquilidad antes de volver a casa. Te juro que no me volverás a ver en tu vida.

No supe si sus palabras acrecentaron mi enojó. Ella se iría y no volvería, tal vez se casaría en un par de años y tendría hijos, seguramente no volverá jamás a este pueblo olvidado y por ende no la veré nunca.

Le di la espalda. Fingiendo que sus palabras eran vanas y sin relevancia.

Me quedé mirando por la única ventana del lugar y con la vista perdida en la nada y cubierta de oscuridad, guardé silencio.

Cada verano la esperaba ilusionado con la inocencia de un niño de ocho. Siempre creí que era mi mejor amiga.

Reí sintiéndome imbécil.

Su abuela Marie hacía un pastel especial para ella y nos reuníamos para cantarle aunque no fuera su cumpleaños, también correteabamos la mayor parte del día hasta que la noche caía y era tiempo de despedirnos.

Así transcurrieron los años. Admito que Bella empezó a faltar y cada vez visitaba menos a su abuela, yo en cambio seguí esperándola; fue quizá en nuestra adolescencia que empezamos a cambiar y ella me atrajo, descubrí que me gustaba y desde ahí empezó mi enamoramiento. Una noche nos dimos nuestro primer beso, eso fue a los trece, lo recuerdo bien. Después, a los catorce nuestros besos se volvieron furtivos y nuestras manos codiciosas querían tocar nuestros contornos de piel, dimos por hecho que era un faje. Hasta que los quince llegaron y una noche en la playa terminamos teniendo nuestra primera vez.

Ahí caí en cuenta que me había enamorado por primera vez. No obstante y para mí maldita mala suerte fue la última vez que la vi, los veranos siguientes ella no volvió, tampoco lo hizo cuando su abuela murió.

¿Cómo pudo olvidarme?

Sintiendo la rabia y desilusión subir por mis venas como si fuese lava volcánica di media vuelta y la sujeté por la cintura llevándola sobre unas cajas que había amontonadas.

Ella soltó un gritito del susto.

— ¿Qué tanto cambié? —Exigí saber—. De verdad, dime qué tan diferente soy para que me hayas olvidado y sacado de tu vida como si fuera nada.

— Edward… yo —llevó una mano a su pecho que subía y bajaba, agitado—. No fue mi intención, llegué aquí porque mi ánimo no era el mejor, perdí un importante puesto en la empresa donde trabajo. Me sentí derrotada y sabía que necesitaba alejarme, mis padres insistieron que viniera hacia aquí…

Me alejé. Liberando su cuerpo de mis manos.

Ni siquiera fue su voluntad venir. No, no fue su decisión.

— Cuando llegué —prosiguió— mi mente seguía invadida por todo el desazón que tenía, no me detuve a pensar en nada que no fuera lo que me hicieron y la manera en que me usaron.

— Qué irónico, ¿te usaron también?

— Óyeme, yo no te usé. Lo que ocurrió entre nosotros fue lo más bonito en mi vida, pero no puedes negar que éramos unos niños de quince años que estábamos encandilados de la relación sexual que tuvimos. Soñábamos con vivir juntos y tener bebés y… no podíamos cuando vivíamos a miles de millas de distancia.

— No has respondido mi pregunta —insistí acercándome de nuevo, apoyé las palmas al lado de sus caderas y me incliné sobre ella.

— Bueno… —Nerviosa mordió su labio inferior— antes usabas gel en el pelo, tenías gafas y tu cuerpo era muy distinto, no había tatuajes. Ah, tampoco eras tan alto.

— Siempre fui más alto que tú.

— Sí, lo acepto, solo que no así como eres ahora.

Reí. En cierta parte ella tenía razón. Un niño en crecimiento a un hombre quizá debía tener un cambio significativo, pero ese no era motivo para olvidarme.

— ¿Que fue eso? —ella se estremeció al escuchar un ruido en el rincón.

— Seguramente son gatos o ratas.

— ¿Ratas? —envolvió sus brazos en mi cuello tirando de mi cuerpo hacia ella, aproveché y la apreté con fuerza inspirando su delicioso aroma floral—. Tengo miedo.

Cepillé su cabello con mis dedos con mucha ternura y acuné su rostro.

— No dejaré que te pase nada —prometí sin dejar de arrastrar mis dedos por su bonita cara.

— ¿Vas a besarme?

— ¿Quieres que lo haga?

Ella suspiró.

Me acerqué lentamente y como el imbécil que era estrellé mi boca en la suya desesperado por complacerla.


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