Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 9

Bella

— Abre los labios —urgió.

Solo gemí cuando su lengua adentro y empezó prácticamente a follar mi boca con su manera de besar.

¡Oh sí!

Anthony… bueno, Edward me estaba besando.

Era un jodido y experimentado buen besador. Sin quitar sus dedos de mi rostro su boca avasalló a la mía con mucha impaciencia.

Santísimo.

Me sostuve con fuerza de sus bíceps. ¡Qué bíceps! Duros y perfectos para abrazar.

Me puse de puntillas para una mayor recepción. Fue que sus manos amasaron mi culo sin una pizca de pudor.

Estaba sintiendo un cosquilleo en mi vientre bajo mientras el calor se extendía por mi cuerpo cuando Edward abandonó mis labios de golpe.

Me sentí grogui mientras nuestras respiraciones estaban sin aliento.

Toqué mis labios. Quería saber que era real lo que había sucedido y lo era, mis labios estaban hinchados.

— Wow… —murmuré sin poder articular palabras.

— Si estás esperando una disculpa no lo haré —gruñó acercándose y volviéndome a besar fugazmente— me gusta besarte.

Sonreí. Probar sus labios de nuevo fue tan diferente; ahora era apasionado y rudo, me gustaba.

— No estoy pidiendo ninguna disculpa.

— Mmmm…

Dio media vuelta yendo hacia la ventana. Se veía enfadado y sus cambios de humor me dejaban pensando si tenía algún problema de personalidad.

— ¿Estás saliendo con alguien? —Pregunté.

— No. ¿Y tú? —volteó a mirarme.

Negué rápidamente.

— Mi última pareja fue hace un año —revelé—. Estuve con Alec por tres años hasta que un día descubrí que me engañaba con la que se decía mi mejor amiga.

Edward enarcó ambas cejas. Se veía interesado porque caminó hacia mí.

— Debe ser un imbécil —dijo— porque si yo hubiera tenido ese honor; te cuidaría con mi vida, te presumiría con todos y jamás te cambiaría por nadie.

Mi boca se abrió por sí sola.

— Bueno… —me aclaré la garganta—. Él ya no importa.

Hablar de Alec no era un tema interesante para mí. Aunque en un principio me dolió descubrir el engaño, la traición de ambos fue un golpe fuerte del que creí no me repondría fácil, pero todo pasa. El tiempo hizo lo suyo y Alec era mi pasado. Quizá estar ahora con Lauren era su mayor karma.

Sus tripas sonaron fuertemente en su estómago haciéndome sonreír.

— Tengo hambre —admitió—. ¿Crees que Jess pondría algún bocadillo en tu neceser?

— Podemos ver —caminé hasta la pequeña maleta dejada en el rincón.

En cuclillas busqué dentro del bolso.

— ¿Hay algo?

Negué con la cabeza al ver que dentro estaba un consolador. Mis ojos se ampliaron como platos y con horror cubrí mi rostro.

Esa rubia era una metiche.

Había hurgado entre mis pertenencias y ¡maldita sea! Hurgó mis cosas personales, porque reconocí que el juguete era mío.

— Solo tengo esto —respondí sin mirarlo y tendiendo para él un pequeño paquete de barritas de granola.

— ¡¿Es todo?! Caramba, no estoy a dieta, pero al menos ayuda.

Sentándose en el piso empezó a comer una por una.

Lo observé con la escasa luz del lugar. Edward ya no era más el niño tierno que una vez me conquistó, ahora era un hombre totalmente diferente y de mal carácter.

— ¿Por qué cambiaste tu apariencia? —pregunté sentándome junto a él en el piso de madera, me invitó una barrita y la acepté dándole un pequeño mordisco—. No digo que te veas mal, solo que parece que quisiste borrar a aquel niño dulce.

Él resopló.

— Todos cambiamos, ¿no? Tú lo hiciste y de aquella castaña que un día me gustó no queda nada.

— Es solo tinte —rodé los ojos sin importar que no me viera—. Sabes que he teñido mi cabello de tantos colores, el rubio no es el único color que me he puesto. En cambio yo no solo me refiero a tu apariencia sino a tu personalidad.

— Mi personalidad es lo de menos, considero que los sentimientos son los que cuentan —explicó conciso y sin problemas—. ¿Cómo te obligó Jess a subir hasta aquí?

— Me amenazó con un arma.

— Lo imaginé. Jess está loca y es amante de las escopetas.

— Pensé que me mataría.

Edward soltó una risa despreocupada.

— Jamás lo haría. Su padre es policía y ella sabe del manejo de armas desde que era una niña.

— Ella vendrá a sacarnos ¿verdad?

— Sí —alargó sus piernas— lo hará mañana tal como dijo, así que será mejor que te duermas.

— ¿¡Estás loco!? Nunca he dormido en el piso y menos en el ático donde dices que hay ratas.

Lo vi gatear hasta unas cajas: sacó unas mantas viejas y las tendió en el piso, acto seguido extendió una hilera de luces navideñas y las conectó a un interruptor. El espacio se iluminó dejando ver el desorden y polvo del lugar.

— Ven… —me extendió su mano— velaré tus sueños, Bella.

Sintiéndome segura me tumbé sobre la manta; el lugar era frío y temía enfermarme así que me acurruqué en busca de calor.

Mi respiración se disparó y mi corazón empezó a latir como loco al sentirlo detrás de mí rodeando mi cintura con su brazo. Mi trasero quedaba justo en su ingle y una de sus piernas encima de las mías.

— ¿Por qué terminaste con tu novia?

Sentí su hálito caliente por sobre mi cabeza.

— Leah no era exactamente mi novia.

Arrugué el entrecejo al escuchar su declaración.

— Entiendo. Eran amigos con derechos.

Él suspiró.

— No sé, no soy de poner etiquetas en nada. De hecho creo que nunca he tenido una novia.

Me di la vuelta lentamente quedando sobre mi costado derecho y viéndolo de frente.

— No te creo —articulé— es imposible que no hayas estado en una relación seria.

— Hace mucho tiempo dejé de creer en cursilerias —respondió sin quitar sus ojos de los míos—. Nada de noviazgos, ni citas, mucho menos visitar la casa de los suegros.

— Entonces… ¿cómo puedes conquistar a alguien?

— Así… —sus labios se posaron en los míos con urgencia.

Sosteniendo mi rostro entres sus manos, su boca seguía sobre la mía mientras nuestras narices se presionaban entre sí.

Lentamente me fue llevando hasta dejarme sobre mi espada y bajo su cuerpo. Puse sentir su peso y toda su hombría.

Cuando abandonó mis labios instintivamente eché mi cabeza hacia atrás dándole acceso para que su boca besara mi cuello; ya sus manos estaban tentando mis pechos y los amasada con mucho entusiasmo.

Apreté fuertemente mis párpados cuando una de sus piernas separó las mías.

— No —susurré sin aliento y él se detuvo en su asió— no, es la forma que quiero ser conquistada.

Abrí lentamente los ojos. Edward me miraba fijamente con su ceño fruncido .

Dejó un beso en mi frente y volvió a su lugar, abrazándome como si nada hubiera pasado.

— Bien, ahora duerme —exhaló.

Me sentí desanimada por su respuesta, aún así quise molestarlo y dejar que la tensión disminuyera por sí sola.

— ¿Recuerdas ese apodo que te puse? —Indague—. Jengibre caliente.

Edward rápidamente cubrió mi boca; su risa era ronca y profunda.

— Bella, por favor, cambiemos de tema.

Negué sin poder hablar.

— Shh… —me arrulló— anda, duerme preciosa.

Ahogué mi risa en su gran mano y lentamente me fui dejando llevar por los brazos de Morfeo.

.

La luz diurna había iluminado el espacio.

Me retorcí entre las mantas y me senté al ver que Edward no estaba por ningún lugar. Caminé y vi la puerta abierta, bajé lentamente.

Edward estaba en la cocina, me sonrió.

— Hice café —dejó una taza humeante sobre la encimera.

— ¿A qué horas abrió tu amiga?

Encogió sus hombros.

— Salí por la ventana cuando no soporté la necesidad de vaciar mi vejiga. Yo mismo abrí.

Estreché los ojos.

— ¿Podías salir por la ventana?

— Sí.

— ¿Por qué no lo hiciste anoche?

— Porque necesitábamos hablar.

Bufé, soplando aire por la boca.

— ¡Pudimos morir congelados!

—Te ves hermosa cuando te enojas.

Rodé los ojos dando media vuelta y caminé hacia las escaleras, subí el primer escalón.

— Bella, ¿quieres ser mi novia?

Me quedé inmóvil. No pude mover mis piernas y el aleteo de miles de mariposas empezaron a apoderarse de mi cuerpo.

¿Qué había dicho?


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