10. DISTRACCIONES
Es posible que mi herejía se remonte a esos días de mi infancia, cuando empecé a albergar tales ideas.
De Juramentada, prólogo
Raven saltó desde la cima de una colina, ahorrando luz tormentosa al lanzarse hacia arriba solo lo justo para darse un poco de impulso. Voló a través de la lluvia, encarada hacia otra cima de colina. Por debajo, el valle estaba saturado de árboles de vivim, que entrelazaban sus largas y finas ramas creando una muralla de floresta casi impenetrable. Aterrizó con ligereza, resbalando por la piedra mojada entre las velitas azules de los lluviaspren. Deshizo el lanzamiento y, mientras la fuerza del suelo se reafirmaba, emprendió una marcha rápida. Había aprendido a marchar antes que a usar la lanza o el escudo. Raven sonrió. Casi podía oír la voz de Hav ladrando órdenes desde el final de la fila, donde ayudaba a los rezagados. Hav siempre decía que cuando los hombres sabían marchar juntos, aprender a luchar era fácil.
—¿Sonríes? —dijo Syl. Había adoptado la forma de una gran gota de lluvia que volaba en el aire a su lado, cayendo hacia donde no debía. Era una forma natural, pero también absolutamente incorrecta. Una imposibilidad plausible.
—Tienes razón —repuso Raven, con la lluvia goteándole por la cara—. Tendría que estar más solemne. Estamos persiguiendo a Portadores del Vacío. —Tormentas, qué raro sonaba decirlo.
—No te estaba regañando.
—Contigo a veces cuesta saberlo.
—¿Qué has querido decir con eso, a ver?
—Anteayer descubrí que mi madre sigue viva —dijo Raven—, así que en realidad el puesto no está vacante. Puedes dejar de intentar ocuparlo.
Se lanzó hacia arriba un poco y bajó resbalando de lado por la piedra mojada de la escarpada colina. Dejó atrás rocabrotes abiertos y serpenteantes enredaderas, saciadas y gordas por la lluvia constante. Después del Llanto, se solía encontrar tantas plantas muertas alrededor del pueblo como después de una alta tormenta.
—Pues no estoy intentando hacerte de madre —dijo Syl, aún en forma de gota de lluvia. Hablar con ella podía suponer una experiencia surrealista—. Aunque quizá te regañe de vez en cuando, si te pones huraña.
Raven dio un gruñido.
—O poco comunicativa. —Retomó la forma de una joven con havah, sentada en el aire con un paraguas en la mano mientras se desplazaba a su lado—. Es mi solemne y crucial obligación llevar la felicidad, la luz y el gozo a tu vida cuando estás siendo una idiota deprimente. Que es casi todo el tiempo. Que lo sepas.
Raven soltó una risita, usando un poco de luz tormentosa para remontar la falda de la siguiente colina, y después resbaló hasta el siguiente valle. Aquellas eran unas tierras de labranza excelentes, motivo por el que Sadeas valoraba la región de Akanny. Podía ser un páramo en términos culturales, pero seguro que aquellos campos ondulantes alimentaban a medio reino con sus cosechas de lavis y brotes de taliú. Otros pueblos se dedicaban a criar enormes cantidades de cerdos para obtener cuero y carne. Los gumfremos, unos animales parecidos a los chulls, eran menos frecuentes, pero se criaban por sus gemas corazón, que permitían crear carne mediante el moldeado de almas por pequeñas que fuesen. Syl se convirtió en una cinta de luz y voló por delante de ella formando buches. Era difícil no animarse al verla, a pesar del tiempo sombrío. Había pasado todo el apresurado recorrido desde Alezkar preocupada por llegar demasiado tarde para salvar Piedralar, incluso dando por hecho que así sería. Encontrar a sus padres vivos… en fin, había sido una bendición inesperada. De las que escaseaban muchísimo en su vida. De modo que se rindió al apremio de la luz tormentosa. Corrió. Saltó. Aunque llevaba ya dos días en persecución de los Portadores del Vacío, el agotamiento de Raven se había evaporado. No había muchas camas vacías en los pueblos destrozados por los que pasaba, pero hasta el momento había podido encontrar un techo para no mojarse y algo caliente que comer. Había empezado en Piedralar y se había ido alejando en espiral, visitando pueblos, preguntando por los parshmenios de la zona y advirtiendo a la gente que la terrible tormenta regresaría. Aún no había encontrado ni un solo pueblo o aldea que hubiese sufrido un ataque. Raven llegó a la siguiente cima de colina y se detuvo. Un mojón desgastado señalaba una encrucijada. En sus años mozos nunca se había alejado tanto de Piedralar, aunque no estaba a más de unos días de distancia a pie. Syl llegó en zigzag mientras Raven se protegía los ojos de la lluvia. Los glifos y el mapa simplificado del mojón le indicarían la distancia al siguiente pueblo, pero no necesitaba saberla. Lo distinguía ya como un manchurrón en la penumbra. Era un pueblo bastante grande para la zona.
—Vamos —dijo, y empezó a descender.
—Creo que sería una madre maravillosa —dijo Syl, posándose en su hombro y transformándose en una joven.
—¿Y a qué viene hablar de esto?
—Tú eres quien ha sacado el tema.
¿Al comparar a Syl con su madre por regañarle?
—Pero ¿puedes tener hijos? ¿Spren bebés?
—No tengo ni idea —declaró Syl.
—Llamas al Padre Tormenta… bueno, padre, ¿verdad? ¿Fue tu progenitor?
—Puede… eso creo. Estaría mejor dicho que ayudó a darme forma. Nos ayudó a encontrar nuestras voces. —Inclinó la cabeza a un lado—. Sí, creó a algunos de nosotros. Me creó a mí.
—Entonces, a lo mejor tú podrías hacer lo mismo —dijo Raven—. Encontrar, esto… ¿pedacitos del viento? ¿O de Honor? ¿Y darles forma?
Usó un lanzamiento para saltar una acumulación de rocabrotes y enredaderas y al caer asustó a una manada de cremlinos, que salieron despavoridos de un esqueleto de visón casi limpio del todo que había cerca. Serían los restos de un depredador más grande.
—Hummm —dijo Syl—. Sí que sería una madre excelente. Enseñaría a los pequeños spren a volar, a costear los vientos, a atormentarte…
Raven sonrió.
—Te distraerías con un escarabajo interesante, saldrías volando y te los dejarías en algún cajón.
—¡Bobadas! ¿Por qué iba a dejar a mis bebés en un cajón? Qué aburrido. Pero en el zapato de un alto príncipe, en cambio…
Cruzó volando la distancia que la separaba del pueblo, y la visión de edificios destrozados en el lado oeste le aguó los ánimos. Aunque la destrucción seguía siendo menos de la que había temido, todos los pueblos y aldeas habían perdido a gente por el viento o el terrible relámpago.
Ese pueblo —Cuernohueco, según el mapa— estaba en lo que en tiempos se habría considerado un asentamiento perfecto. La tierra caía en depresión y una colina que había al este cortaba el grueso de las altas tormentas. Tendría unas veinticinco construcciones, entre ellas dos grandes refugios para tormentas donde podían quedarse los viajeros, pero también había otros muchos edificios exteriores. Aquella tierra pertenecía al alto príncipe, y un ojos oscuros emprendedor de nahn suficiente podía sacarse una comisión cultivando una colina sin usar por sí mismo y quedarse parte de las cosechas. Unas pocas lámparas de esferas iluminaban la plaza, donde se habían reunido los habitantes en asamblea. A Raven le convenía. Se dejó caer hacia las luces y extendió el brazo a un lado. Syl obedeció la silenciosa orden tomando forma de hoja esquirlada, una espada elegante y hermosa que tenía bien visible en el centro el símbolo de los Corredores del Viento, del que brotaban líneas hacia la empuñadura, surcos en el metal que parecían mechones de pelo mecidos por el aire. Aunque Raven prefería las lanzas, una hoja esquirlada era un símbolo. Tomó tierra en el centro del pueblo, cerca de su gran aljibe central, con el que recogían agua de lluvia y filtraban el crem. Se apoyó la hoja-Syl en el hombro y extendió el otro brazo, preparando su discurso. «Pueblo de Cuernohueco, soy Raven, de los Caballeros Radiantes. He venido…»
—¡Radiante señora!
Un corpulento ojos claros salió como pudo de entre la multitud, vestido con una larga capa y sombrero de ala ancha. Tenía un aspecto ridículo, pero era el Llanto. La lluvia constante no favorecía precisamente vestir a la última moda. El hombre dio una energética palmada y un par de fervorosos llegó por detrás de él, portando copas llenas de esferas brillantes. A los lados de la plaza, la gente siseó y susurró, entre expectaspren que aleteaban en un viento invisible. Algunos hombres tenían a niños subidos en brazos para que vieran mejor.
—Maravilloso —dijo Raven entre dientes—. Me he convertido en un espectáculo.
En su mente oyó la risita de Syl.
Bueno, pues si había que dar espectáculo, se daría. Alzó la hoja Syl muy por encima de la cabeza, provocando vítores en la multitud. Habría apostado cualquier cosa a que casi todos los presentes acostumbraban a maldecir el nombre de los Radiantes, pero no quedaba ni rastro de aquello en el entusiasmo de la gente. Costaba creer que siglos enteros de desconfianza y vilipendio pudieran olvidarse tan deprisa. Pero con el cielo partiéndose y la tierra revuelta, la gente recurría a los símbolos. Raven bajó su hoja. Sabía demasiado bien lo peligrosos que eran los símbolos. Amaram lo había sido para ella, hacía mucho tiempo.
—Sabíais de mi llegada —dijo Raven al consistor y los fervorosos—. Habéis hablado con vuestros vecinos. ¿Os han contado lo que digo a la gente?
—Sí, brillante señora —respondió el ojos claros, con un gesto ansioso para que cogiera las esferas. Cuando Raven lo hizo y las reemplazó por las gastadas que había intercambiado en otros pueblos, el semblante del hombre decayó visiblemente.
«Esperabas que pagara dos por una como hice en los primeros pueblos, ¿verdad?», pensó Raven, entretenida. Aun así, dejó caer unas pocas esferas opacas de más. Prefería que se lo tuviera por generosa, sobre todo si ayudaba a que corriera la voz, pero no podía renunciar a la mitad de sus esferas cada vez que hacía un intercambio.
—Me alegro —dijo Raven, separando unas gemas pequeñas—. No puedo visitar todas las localidades de la zona. Necesito que enviéis mensajes a todos los pueblos cercanos, llevándoles palabras de consuelo y órdenes del rey. Os pagaré el jornal de los corredores.
Miró el mar de caras anhelantes y no pudo contener el recuerdo de un día parecido en Piedralar, cuando ella y todos sus convecinos habían esperado con el ánimo de poder atisbar a su nuevo consistor.
—Por supuesto, brillante señora —dijo el ojos claros—. ¿Quieres descansar y comer algo o prefieres visitar el lugar del ataque sin demora?
—¿El ataque? —dijo Raven, con una punzada de alarma.
—Sí, brillante señora —respondió el corpulento ojos claros—. ¿No has venido para eso, para ver dónde nos asaltaron los parshmenios huidos?
«¡Por fin!»
—Llevadme allí. De inmediato.
Habían atacado un granero que había en las afueras del pueblo. Encajado entre dos colinas y con forma de cúpula, había soportado la tormenta eterna sin que se le soltara ni una sola piedra, lo que hacía más triste que los Portadores del Vacío hubieran arrancado la puerta y vaciado su interior. Raven se arrodilló bajo la cúpula, dando vueltas a un gozne roto. El edificio olía a polvo y taliú, pero estaba demasiado húmedo. En los pueblos, la gente soportaría diez goteras en su dormitorio, pero no escatimaría recursos para mantener seco su grano. Se le hizo raro no sentir la lluvia en la cabeza, aunque seguía oyendo cómo tamborileaba fuera.
—¿Me permites continuar, brillante señora? —preguntó la fervorosa.
Era joven, bonita y nerviosa. A todas luces ignoraba dónde podía encajar Raven en los esquemas de su religión. Los Caballeros Radiantes habían sido fundados por los Heraldos, pero también eran unos traidores, de modo que él era o bien un mitológico ser divino, o bien un cretino casi tan despreciable como un Portador del Vacío.
—Sí, por favor —dijo Raven.
—De los cinco testigos oculares —explicó la fervorosa—, cuatro, hum… estimaron independientemente la cantidad de atacantes en unos cincuenta, más o menos. En cualquier caso, podemos afirmar con seguridad que cuentan con un buen número de efectivos, dados los muchos sacos de grano que pudieron llevarse en tan poco tiempo. Eh… No parecían del todo parshmenios. Eran más altos y llevaban armadura. En este boceto que he hecho, hum…
Intentó enseñarle su boceto otra vez. No era mucho mejor que los garabatos de un niño: un puñado de figuras con formas de cierta apariencia humanoide.
—Prosigo —dijo la joven fervorosa, sin darse cuenta de que Syl se había posado en su hombro y le inspeccionaba el rostro—. Atacaron justo después de la primera puesta de luna. Habían sacado casi todo el grano a mediados de la segunda luna, hum, y no oímos nada hasta el cambio de guardia. Sot dio la alarma y las criaturas salieron huyendo. Dejaron solo cuatro sacos, que hemos trasladado.
Raven cogió una basta porra de madera de la mesa que había junto a la fervorosa. La joven la miró y enseguida devolvió los ojos hacia su papel, sonrojándose. El granero, iluminado por lámparas de aceite, estaba tan vacío que daba pena. Ese grano habría mantenido al pueblo hasta la siguiente cosecha. Para alguien de un pueblo agrícola, no había nada más inquietante que un granero vacío en la época de siembra.
—¿Y los hombres a los que atacaron? —preguntó Raven, inspeccionando la porra que se habían dejado los Portadores del Vacío en su huida.
—Están los dos recuperados, brillante señora —dijo la fervorosa—, aunque Khem tiene un pitido en los oídos que dice que no se le pasa.
Cincuenta parshmenios en forma de guerra, que era a lo que le sonaban las descripciones, podrían haber arrasado con facilidad aquel pueblo y su puñado de guardias milicianos. Podrían haber pasado a cuchillo a todo el mundo y llevarse todo lo que quisieran. Pero en vez de eso, habían hecho una incursión estudiada y precisa.
—Las luces rojas —dijo Raven—. Vuélvemelas a describir.
La fervorosa casi dio un salto. Había estado mirando a Raven.
—Hum… Los cinco testigos mencionaron las luces, brillante señora. Había varias lucecitas rojas brillantes en la oscuridad.
—Sus ojos.
—Podría ser —dijo la fervorosa—. Si eran ojos, solo había unos pocos. He ido a preguntarles y ningún testigo dice que viera ojos brillar de por sí. Y eso que Khem pudo echar un buen vistazo a un parshmenio cuando lo atacaron.
Raven soltó la porra y se sacudió las manos. Cogió el papel con el dibujo de manos de la joven fervorosa e hizo como que lo estudiaba un momento antes de asentir con la cabeza.
—Lo has hecho bien. Gracias por el informe.
Ella suspiró y puso una sonrisa bobalicona.
—¡Oh! —exclamó Syl, que seguía en el hombro de la fervorosa—. ¡Cree que eres guapa!
Raven apretó los labios. Saludó con la cabeza a la mujer y la dejó para volver bajo la lluvia hacia el centro del pueblo. Syl subió volando a su hombro.
—¡Vaya! Sí que tiene que estar desesperada, viviendo aquí. Porque vamos, mírate. Ese pelo lleva sin peinar desde que cruzaste el continente volando, llevas el uniforme manchado de crem…
—Gracias por darme confianza.
—Supongo que cuando solo tienes granjeros alrededor, te decae mucho el criterio.
—Es una fervorosa —dijo Raven—. Tendría que casarse con otro fervoroso.
—No creo que estuviera pensando en casarse, Raven —dijo Syl, volviéndose para mirar hacia atrás—. Sé que ahora estás muy ocupada pegándote con gente de blanco y tal, pero lo he investigado. La gente cierra la puerta con llave, pero por debajo queda mucho espacio para pasar. Pensé que, ya que tú no pareces con ganas de aprender nada por ti misma, debería estudiar yo. Así que si tienes alguna pregunta…
—Soy muy consciente de lo que se hace.
—¿Seguro? —preguntó Syl—. Podríamos pedir a esa fervorosa que te lo dibujara. Yo creo que lo haría con muchas ganas.
—Syl…
—Solo quiero que seas feliz, Raven —dijo ella, saliendo disparada de su hombro y trazando unos círculos a su alrededor en forma de cinta de luz—. La gente que está en una relación es más feliz.
—Eso se puede demostrar que es falso —objetó Raven—. Puede que algunos sí, pero conozco a muchos que no son más felices.
—Venga ya —dijo Syl—. ¿Y qué pasa con la Tejedora de Luz? Parece que te gusta.
Las palabras se acercaron mucho a dar en la llaga.
—Lexa está comprometida con la hija de Bellamy.
—¿Y qué? Tú eres mejor que ella. De esa no me fío ni un pelo.
—Tú no te fías de nadie que lleve una hoja esquirlada, Syl —dijo Raven con un suspiro—. De esto ya hemos hablado. Haber vinculado un arma no es señal de ser mala persona.
—Ya, bueno, probemos a que alguien zarandee por ahí el cadáver de tus hermanas cogido por los pies y ya veremos si lo consideras «señal de ser mala persona». Esto es una distracción. Igual que podría serlo esa Tejedora de Luz para ti…
—Lexa es ojos claros —dijo Raven—, así que fin de la conversación.
—Pero…
—Fin —repitió ella, entrando en casa del ojos claros del pueblo. Luego añadió en voz baja—: Y deja de espiar a la gente cuando se pone íntima. Está muy feo.
Por la forma en que hablaba Syl, seguro que esperaba estar presente cuando Raven… En fin, no se lo había planteado nunca, pero Syl la acompañaba a todas partes. ¿Podría convencerla de que esperara fuera? Aun así escucharía, eso si no se colaba para mirar.
¡Padre Tormenta! Su vida se estaba haciendo cada vez más rara.
Intentó, sin éxito, expulsar de su mente la imagen de estar con una mujer mientras Syl, sentada en el cabezal, le gritaba ánimos y consejos.
—¿Radiante señora? —la llamó el consistor desde el fondo del recibidor de la pequeña casa—. ¿Te encuentras bien?
—Un recuerdo doloroso —dijo Raven—. ¿Tus exploradores están seguros de la dirección en que escaparon los parshmenios?
El consistor miró hacia un hombre desaliñado y vestido de cuero que tenía detrás, junto a la ventana tapiada, con un arco a la espalda. Un trampero, con licencia del alto señor local para cazar visones en sus tierras.
—Los estuve siguiendo media jornada, brillante señora. No se desviaron ni un metro. Derechos hacia Kholinar, lo juraría por la propia Becca.
—Pues hacia allá iré yo también —dijo Raven.
—¿Quieres que te guíe, brillante señora Radiante? —preguntó el trampero.
Raven absorbió luz tormentosa.
—Me temo que solo me retrasarías.
Saludó con la cabeza a los hombres, salió y se lanzó hacia arriba. La gente se amontonó en el camino y vitoreó desde los tejados mientras Raven dejaba el pueblo atrás.
El olor de los caballos recordaba su juventud a Clarke. Sudor, estiércol y heno. Olores buenos. Olores reales.
Muchos de esos días, antes de hacerse mujer del todo, los había pasado de campaña con su padre, en escaramuzas fronterizas con Jah Keved. En aquella época a Clarke le daban miedo los caballos, aunque se habría negado en redondo a reconocerlo. Eran mucho más rápidos e inteligentes que los chulls. Y ultramundanos. Eran unos animales cubiertos por completo de pelo, que le daba escalofríos al tocarlo, y con enormes ojos cristalinos. Y esos no habían sido ni siquiera caballos de verdad. Por mucha raza y pedigrí que tuvieran, en campaña habían montado solo purasangres shin. Caros, sí, pero en consecuencia no de un valor incalculable.
Al contrario que la criatura que tenía delante.
Los Griffin tenían sus animales en la sección más noroccidental de la torre, en el nivel inferior, cerca de donde el viento de fuera soplaba entre las montañas. Los ingenieros reales habían diseñado unas construcciones que ventilaban los pasillos interiores para llevarse el olor, pero a cambio en la zona hacía mucho frío. Los gumfremos y los cerdos atestaban varias salas, y en otras se había alojado a los caballos convencionales. En algunas estaban incluso los sabuesos-hacha de Bashin, animales que ya nunca salían de cacería. Tales aposentos no eran dignos del caballo del Espina Negra. No, al enorme semental ryshadio le habían concedido un campo para él solo. Era lo bastante grande como para servir de terreno de pasto, abierto al cielo y con una situación envidiable, si no se tenía en cuenta el olor de los otros animales. Cuando Clarke salió de la torre, el monstruoso caballo negro galopó hacia ella. Capaces de llevar a lomos a un portador de esquirlada sin parecer pequeños, a los caballos ryshadios solía llamárselos «la tercera esquirla». Armadura, hoja y montura.
El apodo no les hacía justicia. No se podía obtener un ryshadio por el mero hecho de vencer a alguien en combate. Eran ellos quienes escogían a sus jinetes.
«Pero supongo que antes también era así con las hojas esquirladas —pensó Clarke mientras Galante le acariciaba la mano con el hocico—. Eran spren que elegían a sus portadores.»
—Hola —dijo Clarke, rascando el hocico del ryshadio con la mano izquierda—. Te sientes un poco solo aquí fuera, ¿verdad? Lo siento mucho. Ojalá no te hubieras quedado s… —Se le trabaron las palabras en la garganta.
Galante se le acercó más, alto e inmenso pero de algún modo también gentil. El caballo frotó el morro contra el cuello de Clarke y luego dio un fuerte bufido.
—Puaj —dijo Clarke, girando la cabeza del caballo—. Sin ese olor podría vivir.
Dio unas palmaditas en el cuello de Galante y metió la mano derecha en el morral que llevaba al hombro… hasta que un intenso dolor en la muñeca volvió a recordarle que estaba herida. Usó la otra mano para sacar unos terrones de azúcar, que Galante devoró con ansia.
—Eres peor que la tía Echo —dijo Clarke—. Por eso has venido corriendo, ¿verdad? Has olido las golosinas.
El caballo giró la cabeza y miró a Clarke con un ojo azul acuoso de pupila rectangular. Casi parecía… ofendido.
A Clarke casi siempre le parecía que podía interpretar las emociones de su propio ryshadio. Había habido un… vínculo entre ella y Sangre Segura. Más delicado e indefinible que el vínculo entre hombre y espada, pero presente de todos modos.
Claro que, por otra parte, Clarke era la que a veces hablaba con su espada, así que quizá tuviera cierta predisposición a esas cosas.
—Lo siento —dijo Clarke—. Sé que a los dos os gustaba correr juntos. Y no sé si mi padre podrá bajar tanto a verte. Ya empezaba a retirarse de la batalla antes de que le cayeran encima todas esas responsabilidades nuevas. Así que he pensado que vendré yo de vez en cuando.
El caballo resopló.
—No para montarte, claro —dijo Clarke, interpretando indignación en los movimientos del ryshadio—. Solo he pensado que nos podría venir bien a los dos.
El caballo hocicó el morral de Clarke hasta conseguir que le sacara otro terrón de azúcar. Clarke leyó aceptación en el gesto y dio de comer el terrón al animal antes de apoyarse en la pared y verlo galopar por el prado.
«Está luciéndose», pensó Clarke divertida mientras Galante pasaba cabriolando frente a ella. Quizá le permitiría cepillarlo. A Clarke le gustaría hacerlo, como tantas tardes que había pasado con Sangre Segura en la tranquila penumbra de la cuadra. O por lo menos, eso hacía antes de que su vida se complicara tanto, con Lexa, los duelos y todo lo demás. Había descuidado a su caballo hasta el momento en que necesitó a Sangre Segura en batalla. Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, ya no estaba. Clarke respiró hondo. Últimamente todo parecía demencial. No solo Sangre Segura, sino lo que había hecho a Sadeas, y para colmo aquella investigación. Mirar a Galante parecía ayudar un poco. Clarke seguía allí, apoyada en la pared, cuando llegó Aden. El Griffin más joven asomó la cabeza por la puerta y miró alrededor. No se apartó cuando Galante pasó cerca al galope, pero sí miraba al semental con cautela.
—Hola —dijo Clarke desde el lado.
—Hola. Bashin me ha dicho que estabas aquí abajo.
—He venido a ver cómo está Galante —dijo Clarke—, porque padre está muy ocupado estos días.
Aden se acercó a ella.
—Podrías pedir a Lexa que dibuje a Sangre Segura —sugirió Aden—. Hum, seguro que le saldría muy bien, y así lo recuerdas.
No era mala idea, en realidad.
—¿Me buscabas, entonces?
—Eh… —Aden observó a Galante, que volvía a pasar cabriolando—. Está emocionado.
—Le gusta tener público.
—No encajan, ¿sabes?
—¿Qué no encaja?
—Los ryshadios tienen los cascos de piedra —dijo Aden—, más fuertes que los de los caballos normales. Nunca hay que herrarlos.
—¿Y por eso no encajan? Yo diría que eso hace que encajen mejor… —Clarke miró a Aden—. Te refieres a los caballos normales, ¿verdad?
Aden se sonrojó y asintió con la cabeza. Muchas veces a la gente le costaba seguirlo, pero era solo porque acostumbraba a pensar sin parar. Podía estar pensando en algo profundo y brillante y luego solo mencionar una parte de ello. Lo hacía parecer errático, pero al conocerlo un poco se comprendía que no intentaba ser hermético. Era solo que a veces sus labios no lograban seguirle el ritmo a su cerebro.
—Clarke —dijo con voz suave—, yo… esto… tengo que devolverte la hoja esquirlada que ganaste para mí.
—¿Por qué? —preguntó Clarke.
—Me hace daño empuñarla. Desde siempre, si te soy sincero. Creía que me pasaba solo a mí, que soy raro, pero nos pasa a todos.
—A los Radiantes, quieres decir.
Aden asintió con la cabeza.
—No podemos usar hojas muertas. No está bien.
—Bueno, supongo que podría encontrar a otra persona que la use —dijo Clarke, pensando en opciones—. Pero en realidad deberías elegirlo tú. La hoja te pertenece por derecho de concesión, y tienes que ser tú quien escoja al sucesor.
—Prefiero que lo hagas tú. Se la he entregado ya a los fervorosos, para que la guarden a buen recaudo.
—Entonces, irás desarmado —dijo Clarke.
Aden apartó la mirada.
—O no —continuó Clarke, y dio un puñetazo amistoso a Aden en el hombro—. Ya tienes un reemplazo, ¿verdad?
Aden volvió a sonrojarse.
—¡Serás visón! —exclamó Clarke—. ¿Has logrado crear una hoja de Radiante? ¿Por qué no nos lo has dicho?
—Acaba de pasar. Glys no estaba seguro de poder hacerlo… pero necesitamos a más gente para activar la Puerta Juramentada, así que…
Respiró hondo, extendió la mano a un lado e invocó una hoja esquirlada larga y brillante. Era fina, casi sin guarnición y con pliegues ondulados en el metal, como si estuviera forjada.
—Preciosa —dijo Clarke—. ¡Aden, es fantástica!
—Gracias.
—¿Y por qué te avergüenzas?
—Esto… no me…
Clarke lo miró inexpresivo. Aden descartó la hoja.
—Es solo que… Clarke, estaba empezando a encajar. En el Puente Cuatro y como portador de esquirlada. Pero ahora vuelvo a estar en la oscuridad. Padre espera que sea un Radiante y pueda ayudarlo a unificar el mundo. Pero ¿cómo tengo que aprender?
Clarke se rascó la barbilla con la mano buena.
—Vaya. Suponía que las cosas te iban viniendo, más o menos. ¿No es así?
—Algo sí que me ha venido. Pero me… me asusta, Clarke. —Levantó una mano y empezó a brillar, dejando atrás volutas de luz tormentosa, como el humo de un fuego—. ¿Y si hago daño a alguien o lo echo todo a perder?
—No vas a hacerlo —dijo Clarke—. Aden, eso es el poder del mismísimo Todopoderoso.
Aden se quedó mirando su mano brillante, en apariencia poco convencido. Clarke levantó su propia mano, cogió la de Aden y la sostuvo.
—Esto es bueno —le dijo Clarke—. No vas a hacer daño a nadie. Estás aquí para salvarnos.
Aden la miró y sonrió. Una oleada Radiante recorrió el cuerpo de Clarke, que por un instante se vio a sí misma perfeccionada. Una versión de sí misma que, de algún modo, era completa y entera, la mujer que podía ser. Desapareció al cabo de un momento y Aden separó la mano y murmuró una disculpa. Recordó a Clarke que había que buscar dueño a la hoja esquirlada y salió huyendo hacia la torre. Clarke lo vio entrar. Galante llegó al trote y le dio golpecitos con el hocico, pidiendo más azúcar, así que Clarke metió la mano distraída en su morral y le dio de comer. Solo después de que Galante saliera trotando se dio cuenta Clarke de que había usado la mano derecha. La sostuvo en alto y, maravillada, movió los dedos.
Tenía la muñeca curada del todo.
