12. NEGOCIACIONES

No os pido que me perdonéis. Ni siquiera que me entendáis.

De Juramentada, prólogo

Bellamy estaba junto a las ventanas de cristal de la sala superior de Urithiru, con las manos unidas detrás de la espalda. Veía su reflejo insinuado en la ventana, y la abierta inmensidad de más allá. El cielo sin nubes, el sol ardiendo blanco. Nunca había visto unas ventanas tan altas como él. ¿Quién se atrevería a crear algo de cristal, tan frágil, y encararlo hacia las tormentas? Pero, por supuesto, aquella ciudad se alzaba por encima de las tormentas. Las ventanas parecían una señal de desafío, un símbolo de lo que habían significado los Radiantes. Se habían alzado sobre la mezquindad de la política del mundo. Y esa altura les permitía ver muy lejos…

Los idealizas, dijo una voz lejana y atronadora en su cabeza. Eran hombres como tú, ni mejores ni peores.

—Saberlo me da ánimos —susurró Bellamy en respuesta—. Si eran como nosotros, significa que nosotros podemos ser como ellos.

Terminaron traicionándonos. Eso no lo olvides.

—¿Por qué? —preguntó Bellamy—. ¿Qué sucedió? ¿Qué hizo que cambiaran?

El Padre Tormenta permaneció en silencio.

—Por favor —pidió Bellamy—, cuéntamelo.

Hay cosas que es mejor dejar olvidadas, respondió la voz. Precisamente tú deberías entenderlo, teniendo en cuenta el hueco de tu mente y la persona que una vez lo ocupó.

Bellamy inspiró de golpe, dolido por las palabras.

—Brillante señor —dijo la brillante Kalami desde detrás—, el emperador te espera.

Bellamy se volvió. Los niveles superiores de Urithiru tenían varias habitaciones particulares, entre ellas aquel anfiteatro. La sala tenía forma de media luna, ventanas en la parte superior, la de pared recta, e hileras de asientos que descendían hasta un estrado para oradores al fondo. Lo más curioso era que junto a cada asiento había un pequeño pedestal. Para los spren de los Radiantes, le había dicho el Padre Tormenta. Bellamy bajó los escalones hacia su equipo. Roan y su hija, May. Echo, vestida con una havah verde brillante y sentada en primera fila con las piernas estiradas, descalza y con los pies cruzados. La anciana Kalami para escribir y Teshav Khal, una de las mejores mentes políticas de Alezkar, como consejera. Sus dos discípulas más antiguas estaban sentadas a su lado, dispuestas a ayudar con datos o traducciones si eran necesarios.

Un grupo pequeño, dispuesto a cambiar el mundo.

—Envía mis saludos al emperador —ordenó Bellamy.

Kalami asintió y empezó a escribir. Luego carraspeó y leyó la respuesta que transmitió la vinculacaña, escribiendo por sí misma en apariencia.

—Te saluda su majestad imperial Ch. V. D. Yanagawn I, emperador de Makabak, rey de Azir, señor del Palacio de Bronce, Aqasix Supremo, gran ministro y emisario de Yaezir.

—Son títulos imponentes —dijo Echo—, para un chico de quince años.

—Se supone que trajo de vuelta a un niño de entre los muertos —explicó Teshav—, milagro que le granjeó el apoyo de los visires. Por allí se rumorea que les estaba costando encontrar a un nuevo Supremo después de que a los dos últimos los matara nuestra vieja amiga la Asesina de Blanco. Así que los visires eligieron a un chico de linaje cuestionable y se inventaron el cuento de que salvó la vida de alguien para presentarlo como un mandato divino.

Bellamy gruñó.

—Inventarse cosas no suena muy azishiano.

—No les supone un problema —dijo Echo—, siempre que encuentren testigos dispuestos a cumplimentar declaraciones juradas. Kalami, agradece a su majestad imperial que se reúna con nosotros y a los traductores sus esfuerzos.

Kalami escribió y luego alzó la mirada hacia Bellamy, que empezó a pasear por el centro de la sala. Echo se levantó y caminó junto a él, sin zapatos, en calcetines.

—Majestad imperial —dijo Bellamy—, te hablo desde la cima de Urithiru, ciudad de leyenda. Las vistas son impresionantes. Te invito a visitarme aquí y ver la ciudad. Estaremos encantados de recibir a los guardias o al séquito que consideres adecuado.

Miró a Echo, que asintió con la cabeza. Llevaban mucho tiempo hablando de cómo dirigirse a los monarcas y habían acordado dejarlo en una simple invitación, sin apremios. Azir era el primer país con el que lo intentaban, el más poderoso del oeste y el que albergaba la que sería la más central e importante de las Puertas Juradas que necesitaban asegurar. La respuesta tardó un tiempo. El gobierno azishiano era una especie de embrollo, aunque Gavilar solía admirarlo. Todos sus niveles estaban ocupados por capas y más capas de clérigos, tanto hombres como mujeres, todos ellos capaces de escribir. Los vástagos venían a ser como los fervorosos, aunque no eran esclavos, cosa que Bellamy encontraba extraña. En Azir, ser un sacerdote-ministro del gobierno era el mayor honor al que podía aspirarse. Tradicionalmente, el Supremo azishiano afirmaba ser el emperador de toda Makabak, una región que comprendía más de media docena de reinos y principados. En realidad, gobernaba solo sobre Azir, pero la sombra de Azir era larga, muy larga. Mientras esperaban, Bellamy se detuvo junto a Echo, le apoyó los dedos en un hombro y luego se los pasó por la espalda, por la nuca y los dejó sobre el otro hombro.

¿Quién iba a pensar que un hombre de su edad pudiera estar tan embelesado?

Por fin llegó la respuesta, que leyó Kalami.

—«Alteza, te agradecemos que nos avisaras sobre la tormenta que llegó desde la dirección opuesta. Tus oportunas palabras han sido anotadas y registradas en los anales oficiales del imperio, reconociéndote como un amigo de Azir.»

Kalami se quedó esperando, pero la vinculacaña dejó de moverse. Entonces el rubí destelló, indicando que habían terminado.

—No ha sido una gran respuesta —dijo Roan—. ¿Por qué no ha contestado a tu invitación, Bellamy?

—Entrar en sus registros oficiales es un gran honor para los azishianos —dijo Teshav—, de modo que te estaba haciendo un cumplido.

—Sí —convino Echo—, pero están intentando esquivar la oferta que les hemos hecho. Presiona, Bellamy.

—Kalami, envía lo siguiente, por favor —dijo Bellamy—. Me honráis, aunque desearía que mi inclusión en vuestros anales se debiera a circunstancias más felices. Hablemos aquí del futuro de Roshar. Ardo en deseos de conocerte en persona.

Esperaron contestación con tanta paciencia como pudieron. Llegó por fin, escrita en alezi.

—«Desde la corona azishiana nos entristece compartir con vosotros el duelo por los caídos. Al igual que tu noble hermano murió a manos de la destructora shin, también lo hicieron estimados miembros de nuestra corte. Eso crea un vínculo entre nosotros.»

Nada más.

Echo hizo chasquear la lengua.

—No se dejarán presionar para que respondan.

—¡Pues al menos, podrían explicarse! —restalló Bellamy—. ¡Parece que estemos manteniendo dos conversaciones distintas!

—A los azishianos no les gusta resultar ofensivos —dijo Teshav—. En ese aspecto, son casi tan exagerados como los emuli, sobre todo con los extranjeros.

No era solo una característica azishiana, en opinión de Bellamy. Era la forma de ser de los políticos en todas partes. La conversación ya empezaba a recordarle sus esfuerzos para atraer a los altos príncipes a su bando, en los campamentos de guerra. Media respuesta tras media respuesta, tenues promesas sin mordida, ojos risueños que se burlaban de él mientras fingían una sinceridad absoluta. Tormentas, ya estaba otra vez. Intentando unificar a gente que no quería hacerle caso. No podía permitirse que se le diera mal aquello, ya no.

«Hubo un tiempo —pensó—, en el que unificaba de otra forma.»

Olió el humo, oyó a hombres chillando de dolor. Recordó llevar sangre y ceniza a quienquiera que desafiase a su hermano. Esos recuerdos se habían vuelto muy vívidos en los últimos tiempos.

—¿Probamos con otra táctica? —sugirió Echo—. En vez de invitarlos, trata de ofrecerles ayuda.

—Majestad imperial —dijo Bellamy—, se avecina la guerra. Sin duda habréis observado los cambios en los parshmenios. Los Portadores del Vacío han regresado. Debéis saber que los alezi son vuestros aliados en este conflicto. Querríamos compartir información sobre nuestros éxitos y fracasos resistiendo a este enemigo, con la esperanza de que vosotros también nos informéis a nosotros. La humanidad debe estar unida frente a esta amenaza cada vez más grave.

Al cabo de un tiempo, llegó la respuesta.

—«Estamos de acuerdo en que ayudarnos mutuamente en estos nuevos tiempos será de una importancia capital. Compartiremos la información con mucho gusto. ¿Qué sabéis de esos parshmenios transformados?»

—Nos enfrentamos a ellos en las Llanuras Quebradas —dijo Bellamy, aliviado de estar haciendo algún avance—. Son criaturas de ojos rojos, similares en muchos aspectos a los parshendi que había allí, solo que más peligrosos. Haré que mis escribas os preparen informes detallando todo lo que hemos averiguado batallando contra los parshendi estos años.

La contestación llegó al cabo de un tiempo.

—«Excelente. Esa información será extremadamente valiosa para nuestro conflicto actual.»

—¿En qué estado se hallan vuestras ciudades? —preguntó Bellamy—. ¿Qué han hecho allí los parshmenios? ¿Parecen tener algún objetivo aparte de la destrucción sin sentido?

Tensos, esperaron a que la vinculacaña se activara. Hasta el momento habían podido descubrir poquísimo sobre los parshmenios de todo el mundo. La capitana Raven había ido enviando informes por medio de las escribas de los pueblos que visitaba, pero apenas sabía nada. Las ciudades estaban sumidas en la confusión y la información fiable escaseaba. Por fin llegó la respuesta.

—«Por suerte, nuestra ciudad resiste y el enemigo ya no ataca activamente. Estamos negociando con los hostiles.»

—¿Negociando? —dijo Bellamy, perplejo. Se volvió hacia Teshav, que negó con la cabeza, también sorprendida.

—Por favor, acláranos eso, majestad —dijo Echo—. ¿Los Portadores del Vacío están dispuestos a negociar contigo?

—«Sí. Estamos intercambiando contratos. Plantean unas exigencias muy detalladas, con condiciones indignantes. Confiamos en poder retrasar al menos el conflicto armado para reponer fuerzas y fortificar la ciudad.»

—¿Saben escribir? —insistió Echo—. ¿Los Portadores del Vacío están enviándoos contratos?

—«En general, los parshmenios no saben escribir, que nosotros sepamos. Pero algunos son distintos, más fuertes y dotados de extraños poderes. No hablan como los demás.»

—Majestad —dijo Bellamy, acercándose al escritorio de la vinculacaña y hablando con más apremio, como si el emperador y sus ministros pudieran oír su tono apasionado a través de la escritura—. Necesito hablar contigo en persona. Puedo desplazarme yo, a través del portal que ya te describimos por escrito. Tenemos que ponerlo en funcionamiento de nuevo.

Silencio. Se extendió tanto tiempo que Bellamy se sorprendió haciendo rechinar los dientes, anhelando invocar una hoja esquirlada y descartarla una y otra vez, como acostumbraba a hacer de joven. Era una costumbre que le había contagiado su hermano. Por fin llegó la contestación.

—«Lamentamos informaros de que el aparato que mencionáis ya no funciona en nuestra ciudad —leyó Kalami—. Lo hemos investigado y hemos descubierto que se destruyó hace mucho tiempo. No podemos acudir a vosotros, ni vosotros a nosotros. Mil disculpas.»

—¿Y ahora nos lo cuenta? —dijo Bellamy—. ¡Tormentas! ¡Esa información nos habría interesado en el mismo instante en que la obtuvo!

—Es mentira —dijo Echo—. La Puerta Juramentada de las Llanuras Quebradas seguía funcionando después de siglos capeando tormentas y acumulando crem. La de Azimir es un monumento en su Gran Mercado, una cúpula enorme en pleno centro de la ciudad.

O al menos, eso había deducido a partir de los mapas. La puerta de Kholinar se había incorporado a la estructura del palacio, y la de Ciudad Thaylen era una especie de monumento religioso. Una hermosa reliquia como aquella no estaría destruida sin más.

—Coincido con la evaluación de la brillante Echo —dijo Teshav—. Les preocupa una posible visita de tus ejércitos. Esto es solo una excusa. —Frunció el ceño, como si el emperador y sus ministros fuesen poco más que críos mimados desobedeciendo a sus maestros.

La vinculacaña empezó a escribir de nuevo.

—¿Qué dice? —preguntó Bellamy, ansioso.

—Es un acta oficial —dijo Echo en tono divertido—. Afirma que la Puerta Jurada no funciona, y está firmada por arquitectos imperiales y predicetormentas. —Siguió leyendo—. Oh, esto es una delicia. Solo los azishianos supondrían que ibas a querer un certificado de que algo está roto.

—Lo más notable —añadió Kalami— es que solo certifica que el aparato «no funciona como portal». Pero por supuesto que no lo hace, al menos hasta que un Radiante pueda visitarlo y ponerlo en marcha. Esta acta dice, en esencia, que estando apagado, el dispositivo no funciona.

—Escribe esto, Kalami —dijo Bellamy—. Majestad, me ignoraste una vez y el resultado fue la destrucción provocada por la tormenta eterna. Por favor, en esta ocasión, escúchame. No se puede negociar con los Portadores del Vacío. Debemos unirnos, compartir información y proteger Roshar. Juntos.

Kalami lo escribió y Bellamy se quedó esperando con las manos apoyadas en la mesa.

—«Nos hemos expresado mal cuando hablábamos de negociaciones. Ha sido un error de traducción. Estamos de acuerdo en compartir datos, pero ahora mismo vamos apurados de tiempo. Contactaremos de nuevo contigo para seguir hablando. Hasta pronto, alto príncipe Griffin.»

—¡Bah! —exclamó Bellamy, y se apartó del escritorio—. ¡Necios, idiotas! ¡Tormentosos ojos claros y su política de la Condenación! —Merodeó por la estancia, deseando tener algo que patear, y luego dominó su temperamento.

—Nos han bloqueado más de lo que esperaba —dijo Echo, cruzándose de brazos—. ¿Brillante Khal?

—Por el trato que he tenido con los azishianos —respondió Teshav—, diría que se les da de maravilla decir muy poco con tantas palabras como puedan emplear. Esto no es un ejemplo extraño de comunicación con sus ministros superiores. No os desalentéis: llevará tiempo conseguir algo con ellos.

—Tiempo durante el que Roshar arde —dijo Bellamy—. ¿Por qué se han echado atrás en la afirmación de que estaban negociando con los Portadores del Vacío? ¿Están planteándose alinearse con el enemigo?

—No podría afirmarlo con seguridad —dijo Teshav—, pero creo que sencillamente han decidido que estaban revelando más información de la que pretendían.

—Necesitamos Azir —dijo Bellamy—. Nadie de Makabak va a escucharnos a menos que tengamos la bendición de Azir, y eso por no mencionar esa Puerta Jurada…

Dejó la frase en el aire cuando otra vinculacaña de la mesa empezó a emitir una luz parpadeante.

—Son los thayleños —dijo Kalami—. Llegan pronto.

—¿Quieres posponerlo? —preguntó Echo.

Bellamy negó con la cabeza.

—No podemos permitirnos esperar unos días hasta que la reina vuelva a disponer de tiempo para nosotros. —Inspiró una profunda bocanada. Tormentas, hablar con políticos era más agotador que una marcha de cien kilómetros con armadura completa—. Adelante, Kalami. Reprimiré mi frustración.

Echo se sentó en un asiento, pero Bellamy se quedó de pie. La luz entraba a raudales por las ventanas, pura y refulgente. Fluía hacia abajo y lo bañaba. Bellamy respiró, casi creyendo que podía saborear la luz del sol. Había pasado demasiados días seguidos en los retorcidos pasillos de piedra de Urithiru, iluminado por la tenue luz de velas y lámparas.

—«Su alteza real, la brillante Fen Rnamdi, reina de Thaylenah, te escribe.» —Kalami se detuvo—. Brillante señor, disculpa la interrupción, pero eso indica que la reina sostiene la vinculacaña en persona en vez de emplear una escriba.

Otra mujer se habría intimidado. Para Kalami, fue solo una de las muchas notas al pie, que añadió sin escatimar palabras al final de la página antes de preparar la vinculacaña para transmitir las palabras de Bellamy.

—Majestad —dictó Bellamy, cogiéndose las manos a la espalda y paseando por el estrado, en el centro de los asientos. «Hazlo mejor. Únelos»—. Te saludo desde Urithiru, ciudad sagrada de los Caballeros Radiantes, y te invito con humildad a visitarla. La torre es ciertamente una visión inolvidable, igualada solo por la gloria de una monarca en el ejercicio de su cargo. Sería un honor para mí ofrecerte la experiencia de una visita.

La vinculacaña garabateó una respuesta rápida. La reina Fen escribía directamente en alezi.

—«Griffin, viejo salvaje, deja de soltar bosta de chull por la boca. ¿Qué quieres en realidad?» —leyó Kalami.

—Siempre me ha caído bien —comentó Echo.

—Estoy siendo sincero, majestad —dijo Bellamy—. Solo deseo que nos reunamos en persona, que hablemos y enseñarte lo que hemos descubierto. El mundo está cambiando a nuestro alrededor.

—«Ah, conque el mundo está cambiando, ¿eh? ¿Cómo has llegado a una conclusión tan inesperada? ¿Ha sido porque nuestros esclavos se han transformado de pronto en Portadores del Vacío o más bien por la tormenta que llegó en sentido opuesto?» Eso último lo ha escrito con letra el doble de grande que el resto, brillante señor. «Esa que destrozó nuestras ciudades, digo.»

Roan carraspeó.

—Su majestad parece estar teniendo un mal día.

—Nos está insultando —dijo Echo—. Tratándose de Fen, en realidad eso sugiere que tiene un buen día.

—Siempre ha sido muy educada las pocas veces que he hablado con ella —dijo Bellamy, frunciendo el ceño.

—Entonces se comportaba como una reina —explicó Echo—. Ahora la tienes hablando de tú a tú. Créeme, es buena señal.

—Majestad —dijo Bellamy—, por favor, háblame de tus parshmenios. ¿Les sobrevino la transformación?

—«Sí —respondió la reina—. Los tormentosos monstruos robaron nuestros mejores barcos, todo lo que había en el puerto desde los balandros de un mástil hacia arriba, y huyeron de la ciudad.»

—¿Se marcharon… navegando? —dijo Bellamy, sorprendido de nuevo—. Confírmalo. ¿No atacaron?

—«Hubo alguna escaramuza, pero casi todo el mundo estaba ocupado con los efectos de la tormenta. Para cuando pudimos recuperarnos un poco, ya habían zarpado con una enorme flota de barcos de guerra reales y navíos comerciales privados.»

Bellamy tomó aire. «No sabemos de los Portadores del Vacío ni la mitad de lo que creíamos.»

—Majestad —prosiguió—, quizá recuerdes que te advertimos de la inminente llegada de esa tormenta.

—«Y te creí —respondió Fen—, aunque solo fuera porque nos llegó aviso de Nueva Natanan confirmándolo. Intentamos prepararnos, pero una nación no puede poner patas arriba tradiciones que se remontan a cuatro milenios con solo chasquear los dedos. Ciudad Thaylen está en ruinas, Griffin. La tormenta despedazó nuestros acueductos y el sistema de alcantarillado, y destrozó nuestros muelles. ¡Acabó con todo nuestro comercio exterior! Ahora tenemos que reparar nuestros depósitos, reforzar los edificios para resistir las tormentas y reconstruir la sociedad… y todo eso, sin trabajadores parshmenios y en medio del tormentoso Llanto. No tengo tiempo para dedicarme a admirar las vistas, y punto.»

—No es solo admirar las vistas, majestad —dijo Bellamy—. Soy consciente de tus problemas, pero, por graves que sean, no podemos pasar por alto a los Portadores del Vacío. Pretendo convocar una gran cumbre de reyes para combatir esta amenaza.

—«Dirigida por ti —replicó Fen—, por supuesto.»

—Urithiru es la sede ideal para una reunión —dijo Bellamy—. Majestad, los Caballeros Radiantes han regresado. Volvemos a pronunciar sus antiguos juramentos y vinculamos las potencias de la naturaleza a nosotros. Si podemos restaurar tu Puerta Jurada y ponerla en funcionamiento, puedes venir aquí después del mediodía y volver esa misma tarde para ocuparte de las necesidades de tu ciudad.

Echo asintió, aprobando la táctica, pero Roan se cruzó de brazos con expresión pensativa.

—¿Qué? —le preguntó Bellamy mientras Kalami escribía.

—Necesitamos que un Radiante viaje a la ciudad para activar su Puerta Jurada, ¿verdad? —preguntó Roan.

—Sí —dijo Echo—. Hace falta que un Radiante desbloquee el portal desde este lado, cosa que podemos hacer en cualquier momento, y también que uno viaje a la ciudad de destino para deshacer allí también el sello. Una vez conseguido, un Radiante puede iniciar la transferencia desde cualquiera de las dos.

—En ese caso, el único que tenemos que en teoría podría llegar a Ciudad Thaylen es la Corredora del Viento —dijo Roan—. Pero ¿y si aún tarda meses en regresar aquí? ¿O si lo captura el enemigo? ¿Podemos cumplir siquiera nuestras promesas, Bellamy?

Era un problema importante, pero para el que Bellamy creía que quizá tuviera la solución. Había un arma que había decidido mantener oculta por el momento. Tal vez funcionara tan bien como la hoja esquirlada de un Radiante para abrir las Puertas Juradas, y podría permitir que alguien llegara a Ciudad Thaylen volando. Pero de momento, poco importaba. Antes necesitaba tener un oído dispuesto al otro lado de la vinculacaña.

Llegó la respuesta de Fen.

—«Reconozco que mis mercaderes están intrigados por esas Puertas Juradas. Existen leyendas aquí sobre ellas, afirmando que la más Apasionada podría hacer que el portal de mundos se abriera de nuevo. Creo que todas las niñas de Thaylenah sueñan con ser quien lo invoque.»

—Las Pasiones —dijo Echo con un mohín de disgusto. Los thayleños tenían una pseudorreligión pagana, lo que siempre había sido un matiz curioso a la hora de relacionarse con ellos. Podían estar alabando a los Heraldos y al instante ponerse a hablar de las Pasiones. Pero no iba a ser Bellamy quien reprochara a otros sus creencias poco convencionales.

—«Si quieres enviarme lo que sabes sobre estas Puertas Juradas, en fin, excelente —continuó Fen—, pero no me interesa ninguna gran cumbre de reyes. Cuéntame lo que se os ocurra a los chicos y a ti, porque yo me quedo intentando reconstruir mi ciudad como una descosida.»

—Bueno —dijo Roan—, al menos por fin hemos recibido una respuesta sincera.

—No estoy convencido de que sea sincera —objetó Bellamy. Se frotó el mentón, pensando. Solo había hablado con aquella mujer unas pocas veces, pero sus respuestas daban la sensación de no encajar del todo.

—Estoy de acuerdo, brillante señor —dijo Teshav—. Creo que cualquier thayleño saltaría sobre la oportunidad de mover los hilos en una reunión de monarcas, aunque sea solo para ver si puede llegar a acuerdos comerciales con ellos. Casi sin la menor duda, nos oculta algo.

—Ofrécele tropas —sugirió Echo—, para ayudar en la reconstrucción.

—Majestad —dijo Bellamy—, lamento mucho saber de tus pérdidas. Tengo aquí un gran número de soldados sin ninguna labor ahora mismo. Estaría encantado de enviarte un batallón para ayudarte a volver a levantar tu ciudad.

La respuesta tardó en llegar.

—«No sé qué opino de tener tropas alezi sobre mis piedras, por bienintencionadas que sean.»

Roan dio un gruñido.

—¿Le preocupa que invadamos? Todo el mundo sabe que los alezi y los barcos no casamos bien.

—No le preocupa que lleguemos en barcos —dijo Bellamy—. Le preocupa que un ejército invasor se materialice de repente en el centro de su ciudad.

Era una inquietud muy racional. Si Bellamy tuviera esa inclinación, podría enviar a una Corredora del Viento para abrir en secreto la Puerta Jurada de una ciudad e invadirla en un asalto sin precedentes, que aparecería detrás de las líneas enemigas. Necesitaba aliados, no súbditos, de modo que no iba a hacerlo… o al menos, no a una ciudad potencialmente amistosa. Sin embargo, Kholinar era una historia muy distinta. Aún no tenían noticias de lo que estaba ocurriendo en la capital alezi. Si seguía habiendo revueltas, estaba pensando que podría haber una forma de enviar tropas y restaurar el orden.

De momento, tenía que concentrarse en la reina Fen.

—Majestad —dijo, haciendo a Kalami un gesto con la cabeza para que escribiera—, considera mi oferta de tropas, por favor. Y mientras lo haces, permíteme sugerirte que busques entre tu pueblo por si hay algún Caballero Radiante en ciernes. Son cruciales para operar las Puertas Juradas.

»Cerca de las Llanuras Quebradas se han manifestado varios Radiantes. Se forman mediante la interacción con ciertos spren, que parecen estar buscando candidatos dignos. Debo asumir que lo mismo está ocurriendo a lo largo y ancho del mundo. Es muy probable que, entre los habitantes de tu ciudad, alguien haya pronunciado ya los juramentos.

—Estás renunciando a una ventaja muy considerable, Bellamy —señaló Roan.

—Estoy plantando una semilla, Roan —respondió Bellamy—, y la plantaré en todas las colinas que encuentre, sean propiedad de quien sean. Debemos combatir como un pueblo unido.

—Eso no te lo discuto —dijo Roan, levantándose y estirando los músculos—, pero tu conocimiento sobre los Radiantes es una moneda para negociar, que podría atraer a la gente hacia ti, obligarlos a colaborar contigo. Si revelas demasiado, quizá termines con un «cuartel» de los Caballeros Radiantes en todas las ciudades importantes de Roshar. En vez de trabajar juntos, harás que compitan para reclutar.

Llevaba razón, por desgracia. Bellamy odiaba convertir el conocimiento en moneda de cambio, pero ¿y si era justo ese el motivo de que siempre fracasara en sus negociaciones con los altos príncipes? Quería ser sincero, directo y dejar que las piezas cayeran donde quisieran. Pero parecía que alguien capaz de jugar mejor (y más dispuesto a incumplir las normas) siempre atrapaba las piezas en el aire cuando él las soltaba y las dejaba sobre el tablero como más le convenía.

Se apresuró a dictar un añadido a Kalami.

—Y estaríamos encantados de enviar a nuestros Radiantes para entrenar a los que descubras y luego introducirlos en el sistema y la fraternidad de Urithiru, a los que todos ellos tienen derecho por la naturaleza de sus juramentos.

Kalami añadió eso último y retorció la vinculacaña para indicar que habían terminado y esperaban respuesta.

—«Lo tomaremos en consideración —leyó Kalami mientras la vinculacaña escribía en la página—. La corona de Thaylenah te agradece tu interés por nuestro pueblo y se planteará entablar negociaciones sobre tu oferta de tropas. Hemos enviado algunas de los pocas patrulleras que nos quedan para localizar a los parshmenios huidos y te informaremos de lo que descubramos. Nos despedimos hasta una nueva conversación, alto príncipe.»

—Tormentas —dijo Echo—, ha vuelto al habla regia. En algún momento la hemos perdido.

Bellamy se sentó en el asiento de al lado de Echo y dejó escapar un largo suspiro.

—Bellamy… —dijo ella.

—Estoy bien, Echo. No puedo esperar compromisos de cooperación sin pegas al primer intento. Habrá que seguir con ello. Había más optimismo en sus palabras que en su mente. Deseó poder hablar con aquellas personas a la cara, en vez de por vinculacañas.

A continuación conversaron con la princesa de Yezier, seguida del príncipe de Tashikk. Ninguno de los dos tenía Puertas Juradas y eran menos esenciales para sus planes, pero como mínimo quería abrir líneas de comunicación con ellos. Ninguno le concedió nada más que respuestas vagas. Sin la bendición del emperador azishiano, no obtendría el compromiso de los reinos menores de Makabaki. Quizá los emuli o los tukari le escucharan, pero como mucho podría atraer a un pueblo de los dos, dado su antiguo y continuado conflicto. Al final de la última conferencia, después de que Roan se excusara, Bellamy se desperezó, notándose agotado. Y la cosa no terminaba allí. Tendría que hablar con los monarcas de Iri, que eran tres, por extraño que pareciera. La Puerta Jurada de Rall Elorim estaba en sus tierras, lo que les confería importancia, y ejercían influencia sobre la cercana Rira, que tenía otra Puerta Jurada. Y después de eso, por supuesto, tendría que lidiar con los shin. Aborrecían usar las vinculacañas, por lo que Echo los había abordado mediante un mercader thayleño dispuesto a transmitir su mensaje. El hombro de Bellamy protestó al estirarse. La mediana edad era como una asesina: silenciosa, siempre acechante por la espalda. Casi siempre iba por la vida como de costumbre, hasta que un dolor inesperado le servía de advertencia. Ya no era tan joven como antes.

«Y bendito sea el Todopoderoso por ello», pensó distraído mientras se despedía de Echo, que quería repasar los informes recibidos por vinculacaña de varias delegaciones por todo el mundo.

La hija de Roan y las escribas estaban recopilándolos para ella. Bellamy reunió a varios de sus guardias, dejó a otros con Echo por si necesitaba que le echaran una mano y subió los peldaños entre las hileras de asientos hasta la salida de la sala, en su parte superior. Esperando justo en el umbral, como un sabueso-hacha expulsado del calor del fuego, estaba Finn.

—¿Majestad? —dijo Bellamy, sorprendido—. Me alegro de que vengas a la reunión. ¿Te encuentras mejor?

—¿Por qué te rechazan, tío? —preguntó Finn, sin hacer caso a las palabras de Bellamy—. ¿Es porque quizá crean que intentarás usurparles el trono?

Bellamy inhaló de golpe y sus guardias parecieron avergonzados de estar cerca de ellos. Retrocedieron para conceder intimidad al rey.

—Finn… —empezó a decir Bellamy.

—Debes de creer que lo digo por resentimiento —lo interrumpió el rey. Asomó la cabeza a la sala, vio a su madre y devolvió la mirada a Bellamy—. No es así. Eres mejor que yo. Mejor soldado, mejor persona y sin la menor duda mejor rey.

—Te haces un flaco favor a ti mismo, Finn. Debes…

—Venga, ahórrate los tópicos, Bellamy. Por una vez en la vida, sé sincero conmigo.

—¿Crees que hasta ahora no lo he sido?

Finn alzó la mano y se tocó levemente el pecho.

—Quizá lo hayas sido alguna vez. Quizá aquí el mentiroso sea yo al decirme a mí mismo que puedo hacerlo, que puedo ser al menos una fracción del hombre que fue mi padre. No, no me interrumpas, Bellamy. Déjame terminar. ¿Portadores del Vacío? ¿Maravillosas ciudades de la antigüedad? ¿Las Desolaciones? —Finn meneó la cabeza—. Es posible… es posible que sea un rey decente. No extraordinario, pero tampoco un fracaso abyecto. Pero ante estos acontecimientos, el mundo necesita algo mejor que un rey decente.

En sus palabras parecía percibirse un fatalismo que provocó en Bellamy un escalofrío de preocupación.

—Finn, ¿qué estás diciendo?

Finn entró en la sala con paso firme y llamó a quienes estaban al fondo de las hileras de asientos.

—Madre, brillante Teshav, ¿querríais ser testigos de una cosa?

«¡Tormentas, no!», pensó Bellamy, casi corriendo tras Finn.

—No lo hagas, hijo.

—Todos debemos aceptar las consecuencias de nuestros actos, tío —dijo Finn—. Me ha costado mucho aprenderlo, con lo duro de mollera que puedo ser.

—Pero…

—Tío, ¿soy tu rey? —exigió saber Finn.

—Sí.

—Pues no debería serlo. —Se arrodilló, sorprendiendo tanto a Echo que se detuvo a tres cuartos de recorrido por la escalera. En voz alta, dijo—: Bellamy Griffin, pronuncio juramento ante ti. Si hay príncipes y altos príncipes, ¿por qué no reyes y altos reyes? Proclamo en juramento, inmutable y con testigos, que te acepto como mi monarca. Lo que Alezkar es para mí lo soy yo para ti.

Bellamy soltó el aire, mirando el rostro patidifuso de Echo y luego a su sobrino, arrodillado como un vasallo en el suelo.

—Es lo que estabas pidiendo, tío —añadió Finn—. No con palabras concretas, pero es el único arreglo al que podíamos llegar. Desde que decidiste confiar en esas visiones, poco a poco has ido haciéndote con el mando.

—He intentado incluirte —dijo Bellamy. Palabras estúpidas e impotentes. Debería estar por encima de eso—. Tienes razón, Finn. Lo lamento.

—¿De verdad? —preguntó Finn—. ¿De verdad lo lamentas?

—Lamento tu dolor —dijo Bellamy—. Lamento no haber llevado mejor todo esto. Lamento que esto… que esto deba ser así. Antes de hacer ese juramento, ¿me dices lo que esperas que conlleve?

—Ya he pronunciado las palabras —dijo Finn, sonrojándose—. Ante testigos. Está hecho. He…

—Va, levanta —lo cortó Bellamy, agarrándolo por el brazo y tirando para ponerlo de pie—. No seas tan dramático. Si de verdad quieres jurar eso, lo permitiré. Pero no finjamos que puedes irrumpir en una habitación, gritar unas palabras de nada y darles categoría de contrato legal.

Finn se zafó de la presa de su tío y se frotó el brazo.

—No me dejas ni abdicar con dignidad.

—No vas a abdicar —dijo Echo, llegando junto a ellos. Lanzó una mirada furiosa a los guardias, que los miraban boquiabiertos y palidecieron al verla. Los señaló como advirtiéndoles que no dijeran ni una palabra de aquello a nadie—. Finn, pretendes aupar a tu tío a una posición por encima de la tuya. Tiene derecho a preguntar. ¿Qué significará esto para Alezkar?

—Pues… —Finn tragó saliva—. Debería renunciar a sus tierras en favor de su heredero. Bellamy será rey de otro sitio, al fin y al cabo. Bellamy, Alto Rey de Urithiru, quizá de las Llanuras Quebradas. —Enderezó la espalda y su voz cobró aplomo—. Bellamy deberá inhibirse de la gestión directa de mi territorio. Puede darme órdenes, pero seré yo quien decida cómo se llevan a cabo.

—Parece razonable —dijo Echo, con una mirada a Bellamy.

Razonable, pero devastador. El reino por el que había luchado, el reino que había formado con dolor, agotamiento y sangre, estaba rechazándolo.

«Ahora mi tierra es esta —pensó Bellamy—. Esta torre cubierta de friospren.»

—Puedo aceptar esos términos, aunque en ocasiones quizá tenga que dar órdenes a tus altos príncipes.

—Mientras se hallen en tus dominios, los consideraré sometidos a tu autoridad —dijo Finn, con un matiz de terquedad en la voz—. Si visitan Urithiru o las Llanuras Quebradas, dales las órdenes que consideres oportunas. Cuando regresen a mi reino, deberá ser a través de mí. —Miró a Bellamy, pero bajó los ojos enseguida, como avergonzado de estar planteando exigencias.

—Muy bien —dijo Bellamy—, aunque habrá que consultarlo con las escribas antes de hacer oficiales los cambios. Y antes de que nos dejemos llevar demasiado, deberíamos asegurarnos de que sigue quedando un reino de Alezkar para que lo gobiernes.

—Eso mismo estaba pensando yo. Tío, quiero encabezar nuestras fuerzas, desplazarlas a Alezkar y reconquistar nuestra tierra natal. En Kholinar está pasando algo malo. Algo más que esas revueltas o el supuesto comportamiento de mi esposa, algo más que el silencio de las vinculacañas. El enemigo está haciendo algo en la ciudad. Llevaré un ejército para detenerlo y salvaré el reino.

¿Finn? ¿Dirigiendo tropas? Bellamy se había imaginado a sí mismo encabezando un ejército, atravesando las filas de Portadores del Vacío, barriéndolos de la superficie de Alezkar y marchando hacia Kholinar para restablecer el orden.

Pero lo cierto era que no tenía ningún sentido que ninguno de los dos estuviera al mando de ese asalto.

—Finn —dijo Bellamy, inclinándose hacia él—. He estado dando vueltas a una cosa. La Puerta Jurada está unida al mismo palacio. No hace falta marchar con un ejército hasta Alezkar. ¡Solo tenemos que restaurar ese aparato! Cuando funcione, podemos transportar nuestras tropas al interior de la ciudad para asegurar el palacio, restaurar el orden y expulsar a los Portadores del Vacío.

—Habría que entrar en la ciudad —dijo Finn—. ¡Tío, para hacer eso ya necesitamos un ejército!

—No —replicó Bellamy—. Un grupo pequeño podría llegar a Kholinar mucho más rápido que un ejército. Si llevan consigo a un Radiante, podrían infiltrarse, restaurar la Puerta Jurada y abrirnos el acceso a los demás.

Finn se animó.

—¡Sí! Lo haré yo, tío. Llevaré a un grupo y recuperaré nuestro hogar. Aesudan está allí. Si todavía hay disturbios, estará intentando sofocarlos.

No era lo que Bellamy había entresacado de los informes, antes de que cesaran. Si acaso, la reina era el motivo de los disturbios. Y por descontado, Bellamy no había pretendido que el propio Finn participara en la misión. Consecuencias. El chico era esforzado, siempre lo había sido. Además, Finn parecía haber aprendido algo de estar a punto de morir a manos de asesinos. Desde luego, se mostraba más humilde que en los años anteriores.

—Es adecuado que sea su rey quien los salve —dijo Bellamy—. Me ocuparé de que tengas los recursos que necesitarás, Finn.

Unos brillantes glorispren emergieron en torno a Finn, que los miró sonriendo.

—Creo que solo los veo cuando estoy contigo, tío. Qué curioso. Debería estar resentido contigo, pero no lo estoy. Cuesta resentirse con un hombre que lo está haciendo lo mejor que puede. Me encargaré de esto. Salvaré Alezkar. Necesito a uno de tus Radiantes. A la héroe, a ser posible.

—¿La héroe?

—La mujer del puente —aclaró Finn—. La soldado. Tiene que venir conmigo para que, si meto la pata hasta el fondo, haya alguien que salve la ciudad de todos modos.

Bellamy parpadeó.

—Eso es muy… hum…

—He tenido ocasión de reflexionar estos últimos tiempos, tío —dijo Finn—. El Todopoderoso me ha salvado, a pesar de mi estupidez. Llevaré conmigo a la mujere del puente y la observaré. Descubriré por qué es tan especial. Veré si puede enseñarme a ser como ella. Y si fracaso… —Levantó los hombros—. Bueno, Alezkar está en buenas manos igual, ¿verdad?

Bellamy asintió, desconcertado.

—Tengo que hacer planes —añadió Finn—. Me he recuperado hace nada de las heridas. Pero de todas formas, no puedo partir hasta que regrese la héroe. ¿Podría llevarnos volando a mí y al equipo que elija a la ciudad? Sería la manera más rápida de llegar. Y necesitaré todos los informes que tengamos de Kholinar, además de estudiar la Puerta Jurada en persona. Ah, sí, y dibujos que la comparen con la que hay en la ciudad. Y… —Sonrió con ganas—. Y gracias, tío. Gracias por creer en mí, aunque sea este poquito.

Bellamy asintió hacia él y Finn se retiró con paso vivo. Bellamy suspiró, abrumado por la conversación. Echo se mantuvo a su lado mientras Bellamy ocupaba un asiento para Radiantes, junto a un pedestal para un spren pequeño. Por una parte, tenía a un rey que le había hecho un juramento que no deseaba. Por el otro, tenía a un grupo entero de monarcas a los que no les daba la gana escuchar las sugerencias más racionales del mundo. ¡Tormentas!

—¿Bellamy? —llamó Kalami—. ¡Bellamy!

Se levantó de un salto y Echo se volvió. Kalami estaba mirando una de las vinculacañas, que había empezado a escribir. ¿Qué pasaba ahora? ¿Qué terribles noticias los aguardaban?

—«Majestad —leyó Kalami del papel—, considero generosa tu oferta y sabio tu consejo. Hemos localizado el aparato que llamas Puerta Jurada. Una de los míos ha dado un paso adelante y, notablemente, afirma ser una Radiante. Su spren la ha urgido a hablar conmigo y pretendemos emplear su hoja esquirlada para probar el aparato. Si funciona, acudiré a verte sin demora. Me alegro de que alguien intente organizar una resistencia a las maldades que nos acosan. Las naciones de Roshar deben renunciar a sus rencillas, y considero la reaparición de la ciudad sagrada de Urithiru suficiente prueba de que el Todopoderoso guía tu mano. Ardo en deseos de conferenciar contigo y añadir mis fuerzas a las tuyas en una operación conjunta para proteger estas tierras.» —Kalami levantó la mirada hacia él, maravillada—. Lo envía Taravangian, rey de Jah Keved y Kharbranth.

¿Taravangian? Bellamy no esperaba que respondiera tan deprisa.

Se decía que era un hombre amable, aunque algo simplón. Perfecto para gobernar una ciudad-estado pequeña con la ayuda de un consejo. Su ascenso a monarca de Jah Keved se interpretaba como un gesto rencoroso del anterior rey, que no había querido entregar el trono a ninguna casa rival. Aun así, sus palabras reconfortaban a Bellamy. Alguien había escuchado. Alguien estaba dispuesto a unirse a él. Bendito fuera aquel hombre, bendito fuera. Aunque Bellamy fracasara en todo lo demás, por lo menos tendría al rey Taravangian de su parte.