~N/A: ¡Hola! Me he contenido hasta que sea lunes oficialmente en España para poder publicar, porque si yo tengo ganas de actualizar, imaginaos cierta persona a quien regalo este fic jajajaja. Me alegra muchísimo ver el recibimiento que ha tenido el fic: no esperaba tener tantos rw al no ser un dramione, pero veo que esta pareja también tiene sus adoradoras. Yo me estoy convirtiendo en una fan, más que nada porque este Theo me tiene encandilada. Ya veis, soy una amante de la oscuridad.
En este capítulo profundizaremos en la psicología de Theo, una parte muy importante del fic y el motivo casi principal por el que escribo la historia, y también veremos el primer encuentro entre él y Hermione, que no será muy largo, pero sí interesante. N/A~
Para dianetonks.
Memorias de una guerra.
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25 de agosto de 2002, Theo
Theo admira la madera pulida desde una distancia prudencial, como si no se atreviera a tocar el instrumento por miedo a romperlo.
Hasta unos minutos antes, aquel estuche no existía para él. Pero claro, el encierro hace que invente nuevas formas creativas de entretenerse. Lleva ya cincuenta libros de la biblioteca familiar, y ahora le ha dado por investigar en su antigua habitación.
La habitación en sí es el conjunto más impersonal de muebles que podría uno encontrar. Hay una mesa de escritorio junto a la ventana, una silla de madera, un armario, una estantería con algunos objetos llenos de polvo y una cama. Nada demasiado ostentoso; su padre siempre decía que lo que le hacía falta era endurecerse, no distraerse con comodidades innecesarias.
Todo lo que una vez tuvo valor para él está guardado en el fondo del armario.
Dentro de un baúl de casi un metro de largo ha encontrado los tesoros de su infancia. Saca los objetos lentamente, admirándolos e intentando recordar qué los hizo merecedores de pasar a formar parte de sus reliquias.
El primer objeto es un reloj de oro. Los recuerdos son borrosos, pero, si no le falla la memoria, pertenecía a su abuelo materno, un hombre cuyo nombre ni recuerda. Todo lo que le viene a la mente al mirar la esfera del reloj es que su madre se lo entregó cuando tenía siete años y le dijo que lo cuidara bien, porque era lo único que tendría nunca de su abuelo. El hombre había muerto en su mansión en la fría Alemania, pero no fueron al entierro. Theo recuerda que ni siquiera se puso triste. ¿Para qué, si no había conocido a ese hombre nunca? Observa las manecillas paradas antes de dejar el reloj en el suelo.
Saca un sobre amarillento por el paso del tiempo. No le hace falta sacar el papel doblado del interior para saber que se trata de su carta de Hogwarts. Recuerda el alivio que sintió cuando una lechuza entró volando por una ventana abierta y dejó caer la carta a sus pies. Theo estaba deseando largarse de su casa. Lástima que su padre lo obligara a volver durante las fiestas.
También hay en el interior del baúl un par de juguetes, pero están rotos, así que no tiene más sentido seguir mirándolos. Aunque en cierto modo, se han salvado porque estaban rotos. Su padre no le hubiera permitido conservar algo movido por el sentimentalismo, así que Theo tuvo que esconderlos.
Dos caras lo observaron, sonrientes. Los recuerdos se entremezclaron con la realidad, y Theo se vio a sí mismo con cinco años, mirando sonriente a cámara antes de que su madre le hiciera cosquillas y empezara a reír. Clavar los ojos en esa foto era como observar desde una habitación en penumbra cómo la gente disfruta de un día soleado. Saca la fotografía y la deja en el suelo, boca abajo. Después de tantos años, no se ha reconciliado con ella. O con su ausencia, más bien.
El último objeto es su violín. Como buen hijo de noble rico, debía aprender a tocar un instrumento para demostrar que su linaje le hacía sobresalir en todos los ámbitos. Qué estupidez. Aquel instrumento se convirtió en su paraíso y su tormento durante seis años. Le encantaba sumergirse en el movimiento de su mano sobre la cuerda, y le maravillaba que pudiera salir un sonido tan hermoso de un simple pedazo de madera. Naturalmente, nadie fuera de su círculo familiar le había oído tocar: siempre cometía algún error, siempre necesitaba mejorar, nunca era lo suficientemente bueno.
Sus dedos tocan las cuerdas un segundo, deleitándose en una melancolía que a veces se permite sentir, antes de guardar el violín en su estuche y volver a meterlo en la caja, al fondo.
Se pasa una mano por el pelo con un suspiro exasperado. Pasa demasiado tiempo solo. Hasta ha empezado a camelarse al elfo que le prepara la comida, en un intento burdo por entablar algún tipo de conversación decente. El elfo sigue rehuyéndole, pero parece tan ansioso —algo increíble— por charlar como él, así que no tardará mucho en soltarse la lengua.
Un sonido amortiguado llega a sus oídos. Acostumbrado como está al silencio mortal de aquella casa, el menor ruido despierta su interés. Este en concreto procede del exterior.
Theo se levanta y se aproxima a la ventana y observa con aire sombrío a las dos figuras que se aproximan por el camino principal.
—Ah, sí, que hoy tenía visita —musita con aire casual, como si hubiera podido olvidar que iba a establecer el primer contacto humano real por primera vez en más de un mes.
Si no fuera porque sabe que Hermione Granger viene a sonsacarle qué rostro tienen sus demonios, casi se sentiría agradecido porque venga a verlo.
25 de agosto de 2002, Hermione
A Hermione le habría gustado que la acompañara Harry, pero el Jefe de los Aurores está trabajando en un caso y había mandado a uno de sus compañeros, desconocido para ella. Habría preferido a su amigo por muchos motivos. Porque cuando le explicó que escribiría otro libro, Harry le dedicó una mirada cansada, pero no dijo nada. Y era extraño que su amigo se quedara callado, teniendo en cuenta lo largo y tendido que habían discutido sobre su anterior libro. Pero también había otro motivo, este mucho más primitivo y sentimental: con Harry había pasado la guerra, y con él le gustaría volver a revivirla. Sabía que, si conseguía hacerle entender o, al menos, aceptar lo que iba a hacer, la apoyaría.
En cambio, a su lado va un hombre que ronda los cuarenta años, con la nariz ancha y entradas que pronostica que no le quedan más de un par de años de pelo. Caminan en silencio, pero Hermione siente que el auror le lanza miradas de reojo. Sin duda debe de estar preguntándose qué locura la ha llevado a querer visitar al preso. Espera que no se lo pregunte, porque ni siquiera dentro de su cabeza la respuesta suena asertiva.
—¿Es peligroso? —pregunta la bruja finalmente.
—¿Nott? Yo lo definiría más bien como… raro —termina diciendo el auror—. Se te queda mirando como si en cualquier momento fuera a saltarte encima y a arrancarte el corazón con las manos.
—Qué bien —masculla Hermione, haciendo una mueca.
A medida que se aproximan a la mansión, se da cuenta de que podría ser una edificación hermosa si… bueno, si sus dueños no fueran quienes son. O quienes han sido, porque que ella sepa, solo Theodore Nott sigue vivo. August Nott murió poco después de los juicios a los mortífagos, condenado a un beso de dementor. Una muerte tan horrible, digna de su receptor. Hermione no había coincidido nunca con ese hombre, pero había leído verdaderas atrocidades.
Su hijo era un poco mejor, pero también compartía parte de sus crímenes. De tal varita, tal astilla.
Cuando llegan a la puerta, el auror Steel le indica con una mano que retroceda unos pasos mientras saca su varita y pronuncia un hechizo especial que abre la puerta. Hermione contiene el aliento mientras el hombre atraviesa la puerta con cautela.
—Tranquilo, no voy a salir de un rincón oscuro e intentar arrebatarte la varita. —Una voz pronuncia en tono bajo justamente el motivo del comportamiento comedido del auror.
Sentado en las escaleras situadas enfrente de la puerta está un hombre al que Hermione no ha visto en cuatro años. E incluso antes de eso recuerda poco de él. Lo único que le viene a la mente cuando piensa en Theodore Nott son sus ojos azules inspeccionándolo todo. Siempre callado. Siempre vigilando. ¿Pero el qué?
El auror Steel baja la varita y entra en la casa. Sin duda debe de sentirse algo estúpido, por la sonrisita que luce Nott en su rostro.
Cuando sus ojos se encuentran con los de ella, borra cualquier expresión de júbilo contenido y la mira con intensidad. Por un momento se quedan así, con las miradas entrelazadas, pero Hermione carraspea y aparta la mirada, súbitamente incómoda. Ahora entiende a qué se refería Steel cuando hablaba de arrancar corazones.
—¿Te crees muy listo, eh, Nott? —gruñe el auror.
—Te diría que sí, pero en ese caso no estaría aquí encerrado. —Theodore sigue mirándola, pero cuando parece cansarse de su escrutinio, corta el contacto visual unilateral y avanza hacia ellos con las manos a la espalda.
Steel no sabe si lo que ha dicho era en tono sarcástico o estaba siendo totalmente sincero, así que opta por no responder. En vez de eso, señala el salón que hay a la izquierda. Nott acepta la orden rápidamente, Hermione lo sigue vacilante. Está en terreno completamente desconocido, y eso la pone incómoda. Tendría que haber empezado por otro, pero ahora ya es demasiado tarde.
La sala elegida por el auror es amplia y dotada de buena luz, pero se nota que la casa ha estado abandonada durante varios años. Hay polvo sobre las zonas que Nott no ha usado, y los sillones, aunque de buena calidad, están viejos y descosidos en algunas partes.
Como el anfitrión se ha dejado caer en el sofá, Hermione decide ocupar uno de los sillones que hay enfrente. Es una buena posición para hacer preguntas y, sobre todo, para ver cómo se dicen las respuestas. De escribir su primer libro Hermione aprendió que lo más importante es aquello que desea callarse por encima de todo.
Carraspea sonoramente y logra su objetivo, pues Theodore clava en ella sus ojos azules y la mira con expectación y ¿aburrimiento? Hermione no sabe identificar con precisión la expresión de su cara, pero es como si nada pudiera sorprenderle o exaltarle.
Hermione no sabe por dónde empezar. Lanza una mirada furtiva al auror, pero este permanecía junto a la puerta, con las manos entrelazadas delante del abdomen y la varita entre estas, a la espera de cualquier necesidad de intervención. Tenía la mirada clavada al frente, así que o no se daba cuenta o no quería ayudarla.
—Bueno —dice finalmente—. ¿Te importa que te llame por tu nombre?
Él se encoge de hombros.
—Fuimos juntos a la escuela, Hermione. Tómate las libertades que quieras —dice, y sube los pies a la mesita situada entre ambos.
—Vale, pues si te parece…
Theodore la mira brevemente antes de lanzar una mirada de reojo al auror. Hermione pilla la indirecta.
—Auror Steel —llama. Sabe que está a punto de pedir una tontería, pero no confía en que su primer sujeto sea completamente sincero si hay un par de oídos extra escuchando—. ¿Podría…? ¿Podría esperar afuera?
El hombre está a punto de protestar, pero Hermione le asegura que no pasará nada, y finalmente sale del salón. Deja la puerta abierta, eso sí.
Cuando se quedan solos, Hermione coge su grabadora, una libreta y un boli y los deja sobre sus piernas.
—¿No te importa que grabe nuestras conversaciones, verdad?
Theodore se encoge de hombros.
—Ya he accedido a este sinsentido, así que qué más me da. Todo sea por esa reducción de condena que se me ha prometido. —Mira a Hermione intensamente tras decir eso, como queriendo una confirmación de que se le compensará por su ayuda.
—Vale.
Hermione enciende la grabadora y le da a Play. No se permite magia allí dentro, a no ser que esté autorizada, así que el viejo método de los periodistas le ha resultado muy atractivo para su cometido. Además, los bolígrafos eran mucho más prácticos que las plumas, y a ella le gusta anotar todo, aunque parezca una nimiedad en un primer momento.
Sus pupilas repasan rápidamente todo lo que ha recopilado sobre el hombre que tiene delante: desde los crímenes por los que se le acusa hasta el color de pelo de su madre.
—Según esto —empieza Hermione, los ojos clavados en el papel—, no acudiste a Hogwarts durante el último año, sino que permaneciste bajo las órdenes de Voldemort, quien te mandó a… trabajar al Ministerio. Allí te dedicabas a rastrear a los magos y brujas considerados traidores o impuros y ayudabas a capturarlos. —En este punto, ya tiene la voz ahogada. Solo alguien muy cruel podría leer eso en voz alta sin sentir un torbellino de emociones en su interior—. ¿Es eso cierto? —pregunta.
Cuando finalmente levanta la mirada, los ojos de su entrevistado están clavados en ella como puñales ardientes.
—Sí.
Hermione no puede evitar sorprenderse.
—¿Y ya está? —pregunta.
Él esboza una mueca burlona.
—¿Qué esperabas, que negara las acusaciones que tan certeramente se emitieron contra mí? —Levanta las manos, señalando a su alrededor—. No estoy aquí precisamente por robar galletitas.
Ella permanece inmóvil. Mientras escribe en su libreta «Frío. Calculador. Sin remordimientos. ¿Sociópata?». No puede evitar preguntar, casi en un susurro:
—¿Por qué?
Él ríe entre dientes.
—¿Por qué te convertiste en una heroína de guerra? ¿Por qué ayudaste a Harry en su misión de destruir a Voldemort? —pregunta a su vez. No espera respuesta—. Porque es lo debes ser. Todos tenemos asignado un papel. Si me metieron en Slytherin no fue por mi carácter sacrificado, sino por saber aprovechar las oportunidades que mejor me convenían. —Lo dice con naturalidad, como si estuviera hablando con una vieja amiga.
Hermione deja de escribir y lo mira. Sus facciones reflejan la seriedad más absoluta. Incluso podría parecer odio, si se conocieran más.
—Somos seres humanos libres —replica.
Theodore quita los pies de la mesa, se inclina hacia delante y junta las manos. Mira a Hermione a los ojos durante los segundos que tarda en meditar su respuesta.
—No es verdad. Todos tenemos cadenas de algún tipo. Todos estamos encarcelados, aunque sea en prisiones invisibles.
Hermione frunce el ceño. Odia quedarse sin palabras, pero en cierta manera está en acuerdo con él. Antes de que le dé tiempo a formular su siguiente pregunta, Theodore se le adelanta.
—A propósito, ¿a qué viene esto de escribir un libro? No es el primero que publicas, ¿verdad?
Por un momento, Hermione lo mira con perplejidad. Está tan acostumbrada a que todo el mundo sepa quién es y lo que ha escrito que no ha valorado la opción de que alguien no haya leído su libro. Pero Theodore Nott lleva cuatro años encerrado, así que es comprensible.
Mete la mano en el bolso que ha traído y saca una copia de Memorias de una guerra. Lo levantó en alto para que él lo vea, y Nott hace un gesto vago de aprobación ante la sobriedad de la portada.
—¿Puedo? —pregunta, alargando una mano.
Hermione enrojece ligeramente mientras le entrega el libro. Todavía no se ha acostumbrado a que sus vivencias hayan pasado por miles de ojos, y está en esa etapa del escritor novel donde no sabe cómo sentirse al respecto.
—No creo que te guste. Lo escribí hace varios años, hay muchas cosas que… —Se maldice a sí misma por justificarse ante él, pero siente que es importante explicase.
—Debes de estar muy orgullosa de él si llevas una copia en el bolso contigo —señala Theodore de forma acertada.
Ha dado en el blanco, pero Hermione no sería capaz de reconocerlo en voz alta. Es su obra, su vida: por supuesto que se siente orgullosa de él. Al no decir nada, el ex mortífago se lo toma como permiso para hojear el libro, y eso hace.
—Para mis padres, que por suerte nunca tuvieron que vivir nada de esto —lee la dedicatoria en voz alta—. Apuesto a que papá hasta derramó una lágrima ante tal despliegue de sentimentalismo.
Otra vez ha acertado, lo que empieza a exasperar a Hermione. Alguien inherentemente malvado no debería ser capaz de tener el poder de la intuición. Alarga la mano para que le devuelva el libro, pero Theodore niega con la cabeza.
—¿Puedo quedármelo? Seguro que así soy capaz de darte respuestas más acertadas. —Sonríe ampliamente, pero sus ojos permanecen impasibles.
—¿Seguro que no lo haces por el morbo de saber lo que pasó donde tú no estabas? —espeta ella.
La sonrisa de Theodore se borra lentamente, dejando paso a su expresión inescrutable.
—Ni yo soy capaz de llegar a tales niveles de sadismo, Hermione.
—Perdona que te haya juzgado mal entonces —replica ella con todo el sarcasmo del que es capaz.
El hombre, lejos de ofenderse o intentar defenderse, suelta una carcajada.
—Merlín, cómo echaba de menos una conversación inteligente.
—Aprovecha mientras puedas, porque no durará mucho —replica ella con cinismo.
Theodore reprime una sonrisa mientras se mira las uñas. Las tiene cortas, bien cuidadas. O le gusta cuidar su aspecto o tiene demasiado tiempo libre. O las tiene tan cortas de comérselas que es imposible que estén sucias.
—Puede que alargue nuestras conversaciones a propósito. Podría proporcionarte información falsa o contradictoria, y en ese caso tendrías que venir otra vez.
Hermione golpea la libreta varias veces con el boli, calibrando a su oponente.
—Y yo podría pedir que no se te reduzca la condena. No lo sabrías hasta que me hubiera marchado.
Theodore silba de admiración.
—Sabía yo que nadie puede ser tan perfecto. —Se yergue en el sofá—. Está bien, está bien, seré bueno.
Y sonríe, aunque ese gesto no trasmite nada. Es como si Theodore Nott estuviera vacío por dentro.
En ese momento, alguien carraspea. Hermione se había olvidado completamente de su guardaespaldas, pero el hombre de ella no, y ahora está clavado en medio de la puerta, mirándolos como si intentara discernir si lo que han estado hablando allí dentro raya con lo inaceptable.
—Es hora de irnos.
—¿Ya? —pregunta Hermione, sorprendida. Para ella, solo han pasado cinco minutos desde que han empezado la entrevista.
—Es el tiempo programado, sí.
Hermione recoge sus cosas con evidente decepción. Tendrá que hablar con alguien para que alarguen el permiso de visita o estará viniendo a esa casa hasta que cumpla treinta y no habrá recopilado ni una tercera parte de la información que necesita. Intuye que Theodore es un océano, y está deseando descubrir qué monstruos viven en las profundidades.
—¿Cuándo volverás? —pregunta el reo.
Hermione lo mira sorprendida. No lo ha dicho movido por el deseo de hablar con ella otra vez, no. Sabe ocultar sus emociones muy bien.
—La semana que viene —responde, confirmando esa información rápidamente con el auror, quien asiente.
—Ya nos vemos, pues. —Y sin añadir nada más ni despedirse, Nott abandona la sala. Para cuando Hermione también ha salido, ya no se le ve por ninguna parte.
—Te lo he dicho: es raro —masculla Steel mientras dejan la casa atrás.
Hermione opina que «raro» es un término muy pobre para definir a Theodore Nott, pero decide guardarse sus pensamientos para ella.
26 de agosto de 2002
Son casi las ocho cuando Theo cierra el libro y lo deja a un lado.
Lleva despierto desde el amanecer. Empezar a leer anoche le hizo más mal que bien: empezó después de cenar y no pudo dejarlo hasta bien entrada la noche. Por culpa de ese maldito libro ha pasado la noche entre el sueño y la vigilia. O más bien, incapaz de despertar, pero incapaz de quitarse de encima las pesadillas. Lo más horrible es que algunas estaban formadas por recuerdos, y de esos no puede librarse. Por mucho que los recluya en el lugar más recóndito de su mente, siempre acaban escapando.
Al final, al despuntar el alba, ha conseguido levantarse. Se ha dado una ducha, porque estaba empapado en sudor, y ha bajado al salón, donde ha reemprendido la lectura. Ese libro es como hacerse una herida mientras te rascas: te duele, pero el placer de rascarte te impide parar. El resultado es sangre entre las uñas. No muy distinto de la realidad, si Theo lo piensa bien.
Observa las diecinueve letras de nuevo, asimilando su contenido. Muchos libros contienen títulos misteriosos, o que solo cobran sentido cuando se llega a una parte específica del libro. Ese título no entra en ninguna de esas categorías que aspiran a algo superior: son cuatro palabras que relatan, de forma directa, el contenido total de libro.
¿Cómo algo tan simple puede conseguir remover algo dentro de él? Hace tiempo que la apatía se ha apoderado de sus emociones, pero este libro ha conseguido hacerle sentir desasosiego. Es un sentimiento que no experimenta desde antes del juicio que lo condenó, porque en cuanto supo que lo condenaban a Azkaban, decidió que lo mejor era volverse práctico y asumir cuanto antes su destino. La otra opción era la locura, pero no estaba dispuesto a darles ese placer a sus carceleros.
El relato de Granger empieza justo cuando borró la memoria a sus padres. Es curioso que, siendo amiga de Potter, haya elegido justamente empezar la historia en un punto tardío tan avanzado. Lo más normal para Theo habría sido empezar por cuando se supo que Voldemort había regresado, pero ella no lo había hecho así. ¿Por qué? Tendrá que preguntárselo.
También admira, aunque no quiera admitirlo, la crudeza con la que narra algunos sucesos. Cuando ha llegado a la parte que narra que Ronald huyó como un cobarde celoso, Theo no ha podido chasquear la lengua con diversión. Seguro que al pelirrojo no le ha gustado verse retratado así; debe admirar la valentía de la autora para no maquillar la verdad, aunque luego justifique los defectos de sus amigos. Eso le ha restado puntos.
Su escena favorita ha sido la de la tortura de Bellatrix Lestrange. Esa mujer estaba loca, y Theo a menudo se alegraba de que su misión lo mantuviera alejado de la mansión de los Malfoy. La forma en que Granger habla de su cicatriz en el brazo y el trauma que desarrolló debido a ella es simplemente delicioso. Pero no porque Theo disfrute con el sufrimiento ajeno, aunque cueste de creer al mundo, sino porque, por un brevísimo segundo, ha sentido las mismas emociones que ella.
—El desayuno.
El elfo que ha aparecido delante de él en ese justo instante lo saca de su ensoñación. Theo parpadea y se queda mirando a la criatura, que trae una bandeja con comida. Un café y tostadas con la mermelada y la mantequilla ya untadas; no le permiten tener cuchillos.
El elfo deja la bandeja encima de la mesa que Theo tiene delante y retrocede unos cuantos pasos. Él sabe que la criatura le tiene miedo. O, si no miedo, respeto. No del buen tipo, del que te hace admirar a alguien, sino del que pide a gritos mantenerse alejado. A Theo no le importa: la costumbre y la soledad lo han curtido.
—¿Necesita algo más?
Aunque no se refiera a él como «amo», sigue pareciéndole curioso que le hable con tanta educación. Es el primero que lo hace muchos años. Y posiblemente pasen muchos años más hasta que alguien vuelva a dirigirse a él con neutralidad o incluso deferencia. En fin, así es su vida.
Está a punto de responder que no, que no le hace falta nada más, cuando sus ojos vuelan al libro.
—Sí —responde—. Más de estos.
El elfo lo mira sin comprender.
—Tiene una biblioteca llena —señala.
—Pero esos no me trasmiten nada. Tráeme un libro que logre hacerme sentir algo —pide Theo.
Otra mirada desconcertada, seguida de un ceño fruncido.
—Creo que no puedo hacer eso…
Theo resopla y coge una tostada.
—Da igual, ignora lo que he dicho —ordena antes de morder el trozo de pan. No pasa ni un segundo antes de volver a quedarse solo.
~N/A: ¿Qué os ha parecido? Supongo que ya intuis que será un romance lento, pero necesito desentrañar muchos aspectos de sus psiques antes de que puedan sentir algo por el otro. Pero prometo que poco a poco iremos viendo avances y, sobre todo, conociendo mejor a Theo. Le tengo preparado un pasado trágico, así que agarraos a las sillas, porque se viene una buena.
Nos leemos en dos semanas. N/A~
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MrsDarfoy
