~N/A: ¡Hola! Siento el retraso, se me juntaron dos actualizaciones y como los capítulos de este fic son más largos, decidí terminar el otro primero. ¡Pero aquí estoy! Aunque tarde, no podría abandonar este fic: me gusta demasiado y encima es para mi querida Di *corazones*.

En este capítulo, Hermione hablará con Harry, Pansy y Theo. Harry y Pansy serán dos personajes secundarios bastante recurrentes (Pansy más que Harry), porque creo que ambos son importantes para el desarrollo de la trama y tendrán implicación en el libro de Hermione. También veremos otra entrevista entre Hermione y Theo, aunque no desvelaré mucho porque quiero construir su relación de forma lenta y es imposible que Theo le cuente su vida a alguien en quien no confía. Pero paciencia, todo llegará. N/A~


Para dianetonks.


Memorias de una guerra.


-3-

29 de agosto de 2002

Hermione lee y relee las notas que tiene sobre Theodore Nott, pero sigue sin saber por dónde empezar. Solamente han tenido una entrevista, sí, pero a Hermione le gusta adelantar trabajo y ha pensado que sería buena idea ir trazando el perfil del Sujeto Número 1. Sin embargo, ningún enfoque termina de convencerla: podría pintarlo como el sociópata que es, pero sigue faltándole información. Todo en Nott grita que disfrutaba haciendo lo que hacía, pero Hermione se resiste a creerlo. Aunque viviera siete años temiendo qué haría Voldemort ese año para matar a Harry y pasara una guerra (sobreviviera, se dice, porque nadie pasa una guerra sin más), sigue resistiéndose a pensar mal automáticamente de alguien. Tenía ese defecto de pequeña, pero ha intentado corregirlo.

—¡Hermione!

La voz de Harry la saca de su ensoñación. Se separa de la pared donde estaba apoyada, al lado de la oficina de los Aurores, esperando a que su amigo volviera de su descanso y se planta en medio del pasillo con incomodidad. Aunque todavía fueran amigos, las cosas se habían enfriado entre ellos después de que Hermione publicara su libro: Harry solamente quería tranquilidad y poder ser Auror en paz, y el libro había vuelto a encender la llama del Héroe de Guerra, el Niño que Vivió. Hermione cree que Harry nunca la perdonará del todo.

—Hola —saluda ella—. Pareces cansado.

Es cierto: tiene ojeras y cara de necesitar dos cafés dobles urgentemente. Esboza una sonrisa cansada.

—El informe anual se entrega en tres días y estamos haciendo horas extra para terminar el papeleo. Resulta que a los Aurores se nos da muy bien el trabajo de campo pero somos unos vagos a la hora del trabajo de oficina —confiesa con cierta vergüenza—. ¿Querías algo? Porque no creo que hayas madrugado solo para venir a verme.

Hermione enrojece ligeramente ante la verdad de esa afirmación; hace un par de años sí lo hubiera hecho, pero hace tiempo que no va a visitar a sus amigos simplemente porque sí.

—Supongo que sabes que ya estoy empezando mi próximo libro…

Harry entra en la oficina de los Aurores y espera a que ella lo imite para cerrar la puerta. La mira brevemente con una expresión indescifrable antes de sentarse en su escritorio y ofrecerle una silla a su lado.

—Sí, claro. Ya sabes que soy yo quien firmó la autorización para que visites a Nott. ¿Cómo fue, por cierto? Siento no haberte preguntado nada antes.

Hermione mira brevemente a su alrededor y ve al auror que la acompañó a ver a Theodore en una esquina. Se saludan con un movimiento de cabeza antes de que el hombre vuelva a sus quehaceres.

—No pasa nada —asegura Hermione—. Tú mismo has asegurado que apenas tienes tiempo, es normal. —Esta conversación se siente como una charla cordial entre dos perfectos desconocidos.

—Aun así —insiste—. ¿Sabes qué podríamos hacer? —Ella lo mira con atención—. ¿Por qué no vienes a casa uno de estos días a cenar? —Él y Ginny se mudaron juntos el año anterior a una casa de dos plantas a las afueras de Londres—. Y así nos cuentas sobre qué irá el libro.

Hermione lo mira con sorpresa.

—¿Y este cambio de actitud?

Su amigo se pasa la mano por el pelo con actitud avergonzada.

—Ginny me ha hecho ver que, así como a mí me encanta mi trabajo, lo tuyo es escribir. Aunque sea sobre la guerra. Pero supongo que es mejor que lo cuentes tú a que lo haga otra persona que no tiene ni idea.

La bruja suelta una risita.

—¿Eso significa que te echó la bronca?

—Efectivamente —afirma Harry tras una carcajada.

—Claro, cuando queráis. —Hermione sonríe aliviada; echa de menos a sus amigos.

Cuando pasa el momento de complicidad, Harry carraspea.

—Bueno, ¿qué era lo que querías? —pregunta.

Ella se remueve incómoda en la silla. Sabe que su petición no le gustará.

—Necesito que me permitas visitar más horas a Theodore Nott.

Como había sospechado, Harry tuerce el gesto y se inclina hacia atrás en la silla, gesto que Hermione conoce bien y significa que su amigo se ha convertido en el Jefe de los Aurores.

—¿Por qué?

—Media hora una vez a la semana no me basta. Además, tener a un auror pegado durante toda la visita no ayuda: la conversación no fluye, y necesito que Nott confíe en mí para que sea sincero.

—Hermione… —empieza Harry.

—Cuanto más lo vea, antes terminaré y no tendréis que preocuparos más por mí —argumenta ella.

—¿Crees que no me preocupan todos y cada uno de los sujetos de tu investigación? —alega el mago. Después suelta un suspiro resignado—. Hablaré con Kingsley y veré qué se puede hacer. Pero no te hagas ilusiones —advierte—. Y de momento nada de ir tú sola a ver a ese psicópata.

Hermione sonríe y le da un abrazo. Sabe que eso será un favor personal por su amistad, porque ningún otro auror que no la conociera permitiría algo así.

—¡Gracias! Te prometo como recompensa que no escribiré una línea sobre ti en el libro.

Él se encoge de hombros.

—De todas formas todavía no he leído el primero, así que… Con que no vengan niños de once años a pedirme autógrafos y a decirme que quieren ser tan valientes como yo, me basta.

Hermione asiente, apretando los labios. No quiere exteriorizar que le ha dolido enterarse de que Harry no se ha leído su libro; de todas formas, le entiende y no puede juzgarle: es duro revivir algo que causó tanto dolor. Hermione necesitaba sacárselo de dentro, pero Harry era más de ignorarlo hasta que se le olvidara. Aunque Hermione duda mucho que pueda olvidarlo algún día. Según Ginny, hasta hace poco seguía teniendo pesadillas sobre Voldemort.

—Gracias, Harry. —Se levanta; él la imita—. No quiero entretenerte más. —Vuelven a la conversación cordial—. Mándame una lechuza cuando queráis que quedemos para cenar. Nos vemos —se despide con un movimiento de mano y se marcha.


31 de agosto de 2002

Hermione contempla la lista de preguntas que ha preparado para el día siguiente y se siente tonta al releerlas. ¿Cuál era la postura de tu familia respecto a Voldemort? ¿Te uniste a las filas de Voldemort por voluntad propia o por seguir a tus amigos/familia? ¿Te arrepentiste en algún momento?

—Cuánta tontería —musita.

El día anterior había tenido una reunión con Ruth para contarle su primer contacto con Nott y la mujer le había sugerido (con un tono que dejaba claro que si no le hacía caso era una tonta) que hiciera una lista con preguntas generales que pudieran servir para todos los entrevistados. Hermione cree que al cuestionario le falta vida; cada persona es diferente y tiene su propio pasado y motivaciones. Aun así, está dispuesta a darle una oportunidad a su editora.

En ese momento llaman al timbre. Hermione levanta la cabeza, extrañada, porque no esperaba visitas y nadie suele acudir a verla espontáneamente. La verdad es que lleva una vida bastante solitaria.

Se levanta. A través del cristal translúcido de la puerta, ve una figura alta, con el pelo negro y ropa del mismo color, y frunce el ceño al ser incapaz de reconocer a la persona. Por eso, se lleva una sorpresa enorme cuando abre la puerta y descubre que la desconocida es nada más y nada menos que Pansy Parkinson.

—¿Parkinson? ¿Qué haces aquí? —dice a modo de saludo.

Hace cuatro años que no se ven, pero físicamente la antigua slytherin no ha cambiado mucho: sigue llevando el pelo por los hombros y flequillo recto, con los mismos ojos verdes remarcados por pestañas negras y la raya del ojo delineada. Los pocos cambios visibles eran las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos y que estaba todavía más delgada que en Hogwarts.

—Necesito hablar contigo.

A Hermione no se le ocurre de qué puede querer hablar si no es de su participación en el libro, porque es el único vínculo que las une. Se hace a un lado.

—Claro, entra.

La guía hasta el salón, donde le ofrece sentarse en el sofá. Ella ocupa el extremo del sofá que ha dejado libre Pansy.

—¿Puedo ofrecerte algo para beber? ¿Una taza de té? ¿Café? —dice. Pansy tiene cara de que le gusta el café más que el té.

La joven niega con la cabeza.

—No pretendo quedarme mucho. He venido a pedirte que no escribas ese libro.

Hermione la mira con expresión incrédula. Aunque no es raro: nadie parece querer que publique otro libro. Aunque pensándolo bien, tampoco nadie quería que publicara el primero. Quizá su carrera como escritora está condenada a la desaprobación de su círculo de conocidos y amistades.

—¿Por qué? —pregunta.

Pansy está sentada muy recta y la mira sin vacilar, aunque un rápido vistazo a sus manos apretadas entre sí indican que está tensa.

—Porque no le hará bien a nadie —responde Parkinson.

—Pero tú misma has accedido a colaborar —señala Hermione.

Pansy suelta una risa desdeñosa.

—¿Crees que he tenido opción? —espeta. Ha perdido la calma y ahora parece más crispada—. No hago esto por propia voluntad.

Que Ruth hubiera conseguido que tantas personas colaboraran con ella era demasiado bonito para ser verdad. ¿Qué habría hecho esa mujer?

—¿Quién te obliga? —pregunta con suavidad.

La chica aprieta los labios, y Hermione sabe que eso es signo de que no quiere hablar, confesarle sus secretos, pero finalmente parece ceder a sus impulsos de privacidad.

—Mi madre. El trato es que si te cuento lo que quieras saber, nos permitirán visitar a mi padre en Azkaban y hasta lo dejarán salir el día de Navidad para que esté con nosotras —explica. La mira con cinismo—. No tenía ni idea de que tuvieras tanto poder.

—No he sido yo —confiesa Hermione—, sino mi editora. Es ella quien se ha encargado de contactar con todos los protagonistas del libro y acordar con Kingsley los sobornos. —Usa esa palabra porque sabe que es la correcta: ningún mortífago o persona relacionada con la ascensión de Voldemort se desprestigiaría a los ojos del mundo voluntariamente.

—No lo sabía, perdona. —Pansy se disculpa porque está en una situación donde necesita convencer a alguien de algo, y ambas lo saben. Ni una sola vez durante los años en Hogwarts las dos chicas se dirigieron una palabra amable.

—¿Y qué problema hay con que se le den esos privilegios a tu padre? —pregunta. Por cómo ha hablado Pansy, no parece que la alegre la idea de ver a su padre.

—No quiero que pueda recibir visitas. Ni que salga. No quiero saber nada de él —sentencia.

Hermione espera a que le dé más detalles, pero Parkinson se queda callada. Como cada uno tiene derecho a guardarse sus luchas y temores, no insiste más.

—Vale, hablaré con mi editora para solucionarlo. Si me ayudas con el libro, te prometo que tu padre no recibirá nada. —Es un poco arriesgado por su parte afirmar algo así, pero debe tomar el riesgo si quiere mantener el contacto. Y sospecha que Pansy puede ser muy interesante.

—Bien. —La slytherin se levanta—. Gracias.

Cuando se queda sola, va a su despacho (el que solía ser de sus padres) y saca la lista con los nombres de las personas en las que basará su libro. Ya sabe cómo ha disuadido Ruth a Theodore Nott y Pansy Parkinson, pero ¿qué habrá prometido a los demás? Probablemente a los que esté en Azkaban les ha ofrecido una reducción de condena o un trato similar al del señor Parkinson, pero ¿y a Bulstrode o a Goyle? Que ella sepa, Goyle pasó unos meses en Azkaban, pero ahora mismo vive con unos familiares en Irlanda, y Millicent trabaja en la tienda de unos tíos. ¿Qué tendrá Ruth para ellos?

Le parece increíble que Kingsley haya accedido a tales subterfugios, y se dice que esto no quedará así. Tiene que averiguar el motivo.


1 de septiembre de 2002

El auror Steel abre la puerta de la mansión y le indica a Hermione con una mano que lo deje pasar primero. A ella tantas precauciones le parecen una tontería, puesto que Nott no puede salir ni hacer magia, pero deja que el hombre haga su trabajo sin protestar.

Cuando entran, el reo no se ve por ninguna parte, lo que hace que el auror agarre su varita con más fuerza y entrecierre los ojos.

—¿Nott? —llama—. No tengo tiempo para tus juegos.

Nadie responde hasta que finalmente se oye una risita procedente del salón.

—¿Te he puesto ya lo suficientemente nervioso? —responde Theodore—. Estoy aquí, en un lugar perfectamente visible y sin ninguna arma al alcance de mi mano.

El auror pone los ojos en blanco, pero Hermione tiene que reprimir una sonrisa. Al menos sigue conservando su buen y retorcido humor; la pesadilla de cualquier escritor es entrevistar a alguien con la capacidad expresiva de una ameba.

—Puede quedarse por aquí, no pasará nada. —Steel no parece muy convencido, pero asiente y se queda junto a la puerta de entrada. Tiene cara de que no le pagan suficiente para lo mucho que se aburre.

Hermione se acerca al salón lentamente, con cautela, y asoma la cabeza antes de entrar. Theodore está sentado en el mismo sitio de la primera vez y tiene su libro en el regazo.

—Buenos días —saluda ella.

—«Días», diría yo —responde él, mirándola con una sonrisa que no trasmite nada—. Los «buenos» se los dejo a los que pueden disfrutarlos.

—Es lo que tiene estar bajo arresto domiciliario, ¿eh? —replica Hermione mientras se sienta enfrente.

Theodore la mira primero con sorpresa y luego suelta una carcajada.

—Ya veo que no has perdido ese toque de crueldad que tenías eh Hogwarts —dice.

La bruja lo mira con extrañeza.

—Yo nunca he sido cruel. —Se da cuenta de que se ha cruzado de brazos a la defensiva y se obliga a relajarse.

El chico enarca una ceja, pero se encoge de hombros rápidamente.

—Como tú digas. Bueno, ¿qué misterios sobre mi persona quieres desentrañar hoy? —pregunta, dejando el libro a un lado y cruzándose de piernas. Los ojos de Hermione viajan inevitablemente a su obra, gesto que no le pasa desapercibido, porque dice—: Venga, pregúntamelo.

Ella lo mira sin comprender, pero al ver la sonrisita que esboza, sabe lo que quiere: Quiere que le pregunte si le ha gustado. Probablemente destrozará su libro con unas cuantas frases mordaces, pero Hermione no puede evitarlo. Es uno de sus defectos: siempre busca inconscientemente la aprobación de los demás.

—¿Lo has leído? —pregunta finalmente.

—No tenía nada mejor a mano —responde él.

Se miran durante unos instantes, esperando. Al final, es Hermione quien vuelve a ceder.

—¿Y qué te ha parecido?

Theodore coge el libro y admira la tapa durante unos segundos.

—No está mal para haber sido escrito por alguien de dieciocho años.

—¡Eh, como que «no está mal»? —salta Hermione—. La edad no es indicativo de nada: Anna Frank escribió su diario de los trece a los dieciséis años y se considera una obra clave de la época nazi.

Él la mira como si se hubiera vuelto loca.

—¿Quién demonios es esa Anna?

Hermione se lleva una mano al puente de la nariz.

—Magos… se me olvidaba que nunca tenéis ni el más remoto interés en nada muggle. Da igual, déjalo. Empecemos. —Coge su cartera y empieza a sacar lo que necesita para la entrevista, pero Theodore la ignora y sigue hablando del libro:

—De todas formas, hay algunas partes que me han gustado mucho —confiesa. Después sonríe con un toque de crueldad—. Sobre todo la parte de la búsqueda de los horrocruxes; sabía que Potter era un quejica, pero no tanto.

Hermione lo fulmina con la mirada.

—No tienes ni idea de lo que es tener que custodiar un horrocrux. Tener una parte de Voldemort dentro de ti. —Si hay algo que odie, es que la gente menosprecie todo el esfuerzo que hizo su amigo.

—Pues hay veces en que te quejas de él —rebate Nott—. Por ejemplo, aquí… —empieza a buscar en el libro, pero Hermione levanta las manos.

—Hay partes que contaría de forma distinta si escribiera el libro hoy en día —confiesa—. Para mí también fue difícil tener que lidiar con todo aquello; yo también estaba cansada y estresada.

Las manos de Theodore se detienen en medio de su búsqueda y la mira con atención, buscando no se sabe el qué. Como parece satisfecho con que Hermione se haya abierto a él, cierra el libro y lo deja en la mesa entre los dos.

—Suena lógico. Espero que lo recuerdes más adelante. —Hermione no sabe a qué se refiere y lo deja pasar pronto—. Toma.

—Puedes quedártelo, tengo más.

Al oír esto, Theodore sonríe, pero carraspea y asiente de forma casual.

—Si insistes… —dice, volviendo a coger el libro. A Hermione la exaspera esa actitud de «Dame las gracias por existir»—. Bueno, ¿por dónde empezamos?

La bruja saca la hoja con las preguntas que pensaron entre Ruth y ella. Súbitamente, le parecen una tontería todavía mayor que antes, y casi le da vergüenza leerlas en voz alta. Aun así, hace de tripas corazón y empieza por la primera:

—¿Qué te gustaba de ser mortífago?

—Poder beber sangre de bebé muggle —responde Theodore. Ante la mirada horrorizada de Hermione, suelta una carcajada—. ¿Qué mierda de pregunta es esa?

—Es una lista de preguntas genéricas que sirve para contrastar las respuestas de los distintos protagonistas… —empieza a excusarse ella, aunque concuerda con la opinión de Nott.

—¿Y se supone que con eso vas a escribir un buen libro? —Theodore chasquea la lengua y menea la cabeza—. ¿Qué más tienes ahí?

La bruja repasa las preguntas y selecciona las que menos vergonzosas le parecen:

—¿Te has arrepentido alguna vez de unirte a Voldemort? ¿Has sentido compasión al mirar a los ojos de alguna víctima? ¿Te has… —no puede terminar la tercera pregunta: esa lista es una mierda—. Tienes razón, esto no me sirve para nada —admite a regañadientes—. Mi editora pensó que…

—¿Escribe ella el libro acaso?

Aunque está siendo demasiado duro, Hermione sabe que tiene razón, así que arruga el papel y lo mete en su cartera. Coge una hoja en blanco y un boli y se queda mirando a Theodore, preguntándose «¿Qué quiero saber yo de él?».

—¿Cómo eran tus padres? —pregunta finalmente. La mejor manera de conocer a alguien es empezar por sus circunstancias.

—Por fin una pregunta decente. Mis padres eran el típico matrimonio entre dos personas sangre pura. Ni si quiera puedo asegurar que no fueran parientes —ríe ante su propia ocurrencia, como si la endogamia fuera una broma—. Poco amor, pocas risas, muchas caras largas en las comidas.

—¿Qué pasó con tu madre? ¿Murió, verdad?

La expresión de Theo se ensombrece.

—Sí, pero yo tenía ocho años, así que los recuerdos son muy borrosos.

—¿Cómo se lo tomó tu padre? —La ronda de preguntas la hacen sentir más cómoda, así que Hermione se aventura a hacer preguntas que pueden resultar más incómodas para su interlocutor.

Theo suelta una risa desdeñosa.

—Mi padre siempre fue un déspota, así que nunca le hizo gracia que mi madre tuviera la osadía de abandonarlo sin su permiso. —Habla de su familia con tal frialdad que Hermione no puede evitar preguntarse si lo hace para distanciarse de la realidad.

—¿Y tú?

Los ojos azules de él se quedan clavados en ella durante unos segundos. Hermione escribe «Madre» en su folio: esa mirada le indica que ha dado con algo importante.

—Ningún niño de ocho años comprende qué es la muerte. Por aquel entonces lo único que sabía era que mi madre era la única que se portaba bien conmigo y un buen día desapareció —lo dice en tono más bajo, más suave, como si hablar de su madre le resultara doloroso—. Me dejó solo —añade en un inconfundible tono dolido. Cuando se da cuenta de con quién está hablando, carraspea y cambia de postura, subiendo los pies a la mesita de delante—. Y tus padres, ¿qué me dices de ellos?

Hermione se sorprende ante la pregunta, pero sabe que es una táctica para desviar la atención de sí mismo. Aun así, cede.

—Son las personas más muggles que podrías encontrarte —no lo dice como algo malo, sino como un cumplido. Le encanta que su padre siga maravillándose con la magia que ella puede hacer o que su madre le cuente absolutamente todos los planes que hacen—. Son dentistas.

—¿Siguen en adonde quiera que huyeron?

Hermione entrecierra los ojos: poca gente conoce esa información.

—Sí, se quedaron en Australia.

—Debes de echarlos de menos. Ya ves, no somos tan distintos: ambos tenemos padres que nos abandonaron —dice Theodore.

—No es cierto —replica Hermione—. Ellos tienen su vida hecha allí y tu madre murió. La vida es así.

Nott se encoge de hombros.

—Lo que tú digas. —Mira hacia la puerta—. Sospecho que se nos termina el tiempo, así que antes de que te vayas necesito que me pidas un favor. —La bruja lo mira con desconfianza, a lo que él pone los ojos en blanco y levanta las manos—. Estas preciosidades —dice, refiriéndose a las esposas que lleva en las muñecas— no me permiten hacer nada ilegal.

Hermione se cruza de brazos.

—¿Y qué es lo que quieres?

Las dos palabras que pronuncia a continuación son de lo más inesperadas:

—Otro libro. Necesito algo con lo que entretenerme para matar las horas hasta que vuelvas.

Hermione lo considera durante unos instantes: no sabe si está permitido, pero no cree que un libro pueda hacer daño alguno.

—No sé si te lo mereces, pero veré qué puedo hacer. ¿Algo en específico o te da igual?

Theodore se rasca la barbilla.

—Que no sea nada romántico, por favor. No creo en esas mierdas.

En ese momento llaman a la puerta. Es el auror Steel, indicando que el tiempo se les ha acabado. Hermione guarda sus cosas y se levanta.

—Nos vemos en una semana, Nott. Intentaré mandarte el libro. —El auror la mira con los ojos entrecerrados al no saber a qué se refiere, pero no dice nada.

Hermione sale de la mansión con una sonrisa maliciosa en el rostro mientras piensa qué libro podría escoger para él.


3 de septiembre de 2002

—¿Señor Nott?

El elfo encargado de sus comidas se aparece delante de él con la bandeja del desayuno. Theo sigue en la cama, pero se incorpora rápidamente.

—Llévala al comedor. —Podría desayunar en la cama, porque en realidad da igual lo que haga, pero si empieza a abandonarse, los días se le harán eternos.

Theo se pone unos pantalones negros y una camisa blanca arrugada y baja la escalinata. Cuando entra en el salón, el elfo está esperándolo junto a la bandeja del desayuno. Lleva un paquete rectangular en las manos, envuelto en papel rojo.

—Han mandado esto para usted del Ministerio —informa la criatura, dejando el objeto en la mesa del comedor.

—¿Cómo te llamas? —pregunta Theo.

El elfo lo mira con curiosidad.

—Amzuc, señor.

El chico sonríe.

—Gracias, Amzuc. Puedes marcharte ya.

El elfo sigue con esa mirada confundida en el rostro, pero obedece y desaparece con un sonido seco. Cuando se queda solo, Theo se acerca a la mesa y, obviando el desayuno, coge el paquete. Pensaba que Hermione Granger pasaría de su petición, pero al parecer la chica ha mantenido su palabra. En la parte superior hay escritas unas palabras:

No sé si me dejarán mandártelo, pero si consigue pasar la inspección, disfruta de la lectura. H.G.

Theo enarca una ceja; casi puede ver a Granger burlándose de él. Desenvuelve el libro y contempla la portada. Después, menea la cabeza mientras ríe.

—Bien jugado, Granger.

No sabe quién es Jane Austen ni de qué puede tratar Sentido y sensibilidad, pero por el dibujo de la portada sabe que es una novela romántica. Como no está en condiciones de exigir nada, abre el libro por la primera página y empieza a leer mientras da un mordisco distraídamente a una tostada.


~N/A: Como habéis visto en la última parte, a partir de ahora Hermione le mandará libros a Theo que me sirven para introducir la literatura en el fic y para acercarlos poco a poco, porque comentarán cada libro e intercambiarán opiniones. Por una vez, entre Di y yo hemos decidido que la obra de Jane Austen no será Orgullo y prejuicio, sino Sentido y sensibilidad (os lo recomiendo, es mi segundo favorito de ella). Para que veáis las cosas que hago por amor jaja.

También quiero dar las gracias a todas las personas que han comentado el fic. Sé que no es un ship tan popular como otros, pero precisamente por eso aprecio tanto los reviews. ¿Me dejáis uno también en este capítulo? N/A~

MrsDarfoy